Cuando lo urgente es demasiado tarde.

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Cuando es urgente… es demasiado tarde. La conciencia humana se despierta abrumada ante el escándalo y las crisis: en el mundo de la velocidad y el cambio hemos perdido la capacidad de reflexión y paz interior que permita la previsión y la anticipación.

Monterrey es ahora el paciente identificado de una sociedad y un sistema educativo con dolencias espirituales y achaques morales muy peligrosos.

Nuestra capacidad de reacción ha sido el

asombro miope que confunde las causas con los síntomas.

Exigimos más controles y sanciones sobre los efectos de nuestras deficiencias de mirada preventiva, cuando esa miseria ha crecido ante nosotros en forma paulatina pero demoledora.


La educación que no se anticipa a los problemas no es verdadera educación sino intervención remedial. La vida en la dimensión de la urgencia y la reparación de juguetes rotos. La preventividad es el enfoque indispensable de la educación; en el otro extremo está el drama. El asesinato, el bullying, la corrupción y demás fracasos escolares son síntomas de la miopía educativa. La victoria sobre estos demonios se logra en sus orígenes, cuando se incuban en el alma infantil ante la mirada distraída o inconsciente del adulto: todos los problemas son pequeños en su inicio. El abandono paterno, la claudicación ante las diversiones de pantalla sin domesticar, la permisividad adulta, la amoralidad cercana a la inmoralidad y la vaciedad espiritual son los padres del fracaso educativo manifestado en Monterrey. El poema nos retrata: “Tú hueles a tragedia Tierra mía y sin embargo ríes demasiado”. El dolor nos tiene que despertar del letargo en el que estamos, pues el escándalo, la indignación o el miedo no son la respuesta. La solución está en saber decir “no” a tiempo, en la revisión de la excesiva diversión y no en programas tardíos e inoperantes como “mochilas seguras” o “cursos anti-bullying”, en la formación espiritual, en la búsqueda de sentido existencial y en el amor


traducido en tiempo activo y

presencial con los niños. La

cultura del esfuerzo y la dignificación del trabajo previene la disolución de los valores y forma el carácter. En estos perfiles no cabe la destrucción.

¿Dónde están los padres? ¿Dónde los educadores? Los padres se han convertido en sindicalistas de sus hijos junto con las autoridades educativas mexicanas que obligan a exponer en las puertas de las escuelas el guion de la castración psicológica. Perdida la voluntad y la responsabilidad en los niños y adolescentes solo queda un yermo moral en el que nacerán la violencia y la autodestrucción.

Isauro Blanco



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