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Edición: Alejandra Olay Coedición: Marreyna Arias Diseño: Argelia Juárez Fotografía: Juan Casanova
EL ARTE DEBE SER PROVOCADOR “Todos somos susceptibles de perder la cabeza en un mundo donde se ha perdido la capacidad de asombro”: Roberto Corella Por L. Carlos Sánchez Roberto Corella es dramaturgo, actor, director. Una de las voces más comprometidas con lo que acontece en la calle, esa realidad de todos los días. Como un acto de contemplación resulta por demás interesante, mirar a sus personajes en escena, lo que estruja en la conciencia. Me ha pasado desde la primera vez que lo descubrí, en 1993 en Teatro Emiliana de Zubeldía, cuando presentó La luz de tus blancos colmillos. El impacto fue certero. La conclusión: esto es la vida que se traslada a la escena. Luego vinieron otras propuestas. La constante desolación que explora el ser y sentir del ser humano. Las arbitrariedades del sistema, las ideologías románticas que son deseo de un mundo mejor. Actualmente, en Pestes del siglo XXI, su más reciente libro publicado, que recoge varias obras de teatro, reseña la devastación de este país donde lo que permea es la indiferencia gubernamental, la crueldad de la existencia del narcotráfico, la manera en cómo este mal de muerte se infiltra en la sociedad. Todas estas premisas caben en este libro, y otras tantas más. Aquí el testimonio de lo que es y ha sido una carrera de letras y escenario. ¿Qué es en tu vida la dramaturgia? Es construir mundos a partir del mundo que vivimos; estar constantemente buscando otras posibilidades de ser, ver más allá de lo que los ojos ven. Empecé a escribir después de los 35 años como una necesidad ante la ausencia de textos en aquel entonces. Poco a poco se fue convirtiendo en la principal actividad a desarrollar en este mundo del teatro. Ahora, todos los días escribo algo, una idea, un pensamiento, algo que a la larga pueda convertirse en un texto dramático. En tus obras, ¿por qué la recurrencia a los temas sociales? Creo que el arte debe ser provocador. Me interesa decir algo, hurgar en esos cuestionamientos que seguidamente pasan por nuestra mente, pero que normalmente hacemos a algún lado por incómodos. En tu más reciente libro la libertad en el estilo es toral, ¿cómo se logra llegar a esa libertad, a este momento que vives como escritor?
Todo en la vida es atreverse, librarse de ataduras. Siempre existe el riesgo de repetirse y si te estás repitiendo, ¿para qué escribir? Dado que estaba tratando temas de actualidad busqué otras voces, otras estructuras y me dejé llevar. ¿Si tuvieras que elegir una de tus obras como la que más te satisface cuál sería y por qué? Siempre mi favorita es la que estoy escribiendo o la que acabo de escribir. Todo lo que está publicado me parece que dice algo de mí. Recientemente el Taller de Teatro de la Universidad Autónoma de Sinaloa (TATUAS) montó El estanque, ¿qué significa para ti que esa compañía tan prestigiada haya montado este texto? El Estanque lo escribí en 1994 y trata sobre un acontecimiento de los años setentas, de manera que estaba sumamente nervioso, pensando que la obra ya estaba rebasada en el tiempo. Me dio mucho gusto comprobar que la obra está vigente. El público, mayoritariamente joven, relacionó los hechos con situaciones actuales como Ayotzinapa y otros. La obra ha tenido mucho éxito, incluso han dado presentaciones en el teatro el Galeón de la ciudad de México. Llevan más de cincuenta representaciones. En verdad llena de orgullo que un grupo con tanta tradición como TATUAS lleve a escena tus textos. En Monalisa, tu obra, los acontecimientos que se tratan son desgarradores, habita allí la locura, ¿todos podemos perder la cabeza ante tanta violencia? Por más que huyamos, por más que neguemos los hechos, allí están. Todos somos susceptibles de perder la cabeza en un mundo donde se ha perdido la capacidad de asombro. Hemos sido rebasados. ¿Cómo es actuar un personaje de tu propia creación? Lo digo por Monalisa. Actuar es la cereza del pastel en el mundo del teatro. Cuando escribes, borras, eliminas, modificas, etcétera; lo mismo cuando diriges. Pero cuando actúas, cuando estás frente al espectador formando ese maravilloso binomio, no hay posibilidad de error. Sea cual sea tu momento de vida, tienes que entregarte por completo a ese mundo efímero y maravilloso que es la representación teatral. Actuar un personaje construido por ti mismo, es aún más comprometedor; se descubren nuevas cosas, se aprende, se termina de construir. ¿Escribir es un acto de desolación, de contrición, de felicidad? Escribir es, primero, un gran compromiso. Cuando se escribe, entras en otro nivel de realidad, completamente. Hay duras y maduras. Lo que es innegable, es que una vez que empiezas no puedes detenerte. A cualquier hora, en cualquier circunstancia, te descubres trabajando en tal o cual idea, tal o cual personaje. Impera la emoción, pero desde luego hay grandes momentos de angustia, de inquietud al no encontrar aquello que quieres decir. Una vez que decides que aquello ya está cocinado para ser llevado a la escena y/o para imprimirse, es como parir. Das a luz un texto que inevitablemente se lleva parte de ti. ¿Para qué sirve la poesía? Poesía es canción, es música, cadencia, ritmo; imágenes y pensamientos trenzados armoniosamente generando un todo alrededor de un algo. ¿Para qué sirve? Para existir, para pensarnos, para sabernos. ¿Cómo fue tu encuentro con el teatro, de cuando dijiste aquí me quedo? Cuando en 1973 hice junto con Socorro Lagarda Almas que mueren, dirigido por ese señorón maravilloso llamado Jorge Velarde, supe que ese era mi mundo. Al siguiente año hice mis primeros intentos por dirigir. A partir de entonces mi vida ha girado en torno al teatro, ora dirigiendo, ora escribiendo, ora actuando o impartiendo clases. No me concibo de otra forma. Ese es mi mundo.