danzine Publicación de Un Desierto para la Danza
Vol. 9
Hermosillo, Sonora, México
ISCsonora
24 de abril de 2015
www.undesiertoparaladanza.gob.mx
Un Desierto para la Danza
educa y arraiga al arte
Magdalena Frías
Heriberto Duarte Rosas
S
e han poblado una vez más las butacas del Teatro de la Ciudad. La convocatoria que tiene Un Desierto para la Danza es grandiosa, hay público para la danza y calidad para el auditorio. Jueves 23 y es la noche que Quiatora Monorriel interpreta, ofrece, explora, propone. Cuatro cuerpos en escena conforman micro universos en doce piezas. Benito González es el coreógrafo de ATO BOMBA, la pieza de la noche. Y desde 1992 dirige al lado de Evoé Sotelo, Quiatora Monorriel. Javier Tapia es uno de los intérpretes, nos cuenta acerca de la obra y su vida con la danza: --Dificultad y disfrute en ATO BOMBA La dificultad con que me topé fue la arritmia. Para uno como intérprete es difícil, teniendo ya la escuela como respaldo deshacerte de eso. También, había ciertas premisas en algunas escenas, que nos costó trabajo asumir como intérpretes y al mismo tiempo entre los cuatro encajar con eso, porque los cuatro teníamos que soltarnos de la misma manera, si yo tomaba una decisión obviamente les afectaba a lo demás; teníamos que adaptarnos a las decisiones de cada quien. Por supuesto que existe un disfrute, es una obra riquísima de hacer en cuanto a los movimientos, porque ya una vez que está asociada con tu cuerpo ya puedes deshacerte de las formas y empiezas a disfrutar el movimiento. Hay una escena que en general la disfrutamos los cuatro, en donde vamos haciendo música, movimientos muy acordes, al unísono casi. Esa escena es especial; es la escena en que podemos disfrutar el movimiento completamente. --¿Cómo se exploran los temas que propone el coreógrafo? Los exploramos durante mucho tiempo, las doce escenas que salieron fueron resultado de más de veinte que probamos, era ver cuál funcionaba y de qué manera; había escenas que duraban hasta diez minutos y las recortamos a uno. Es un trabajo de exploración bastante largo, pero nada difícil. Desde un principio se llegó con el querer probar tales cosas. No funcionaban y hacíamos otras cosas. Y rescatábamos y probábamos de otra manera. --¿Desde dónde ves la danza contemporánea? Como bailarín, mi visión es diferente a la que tenía antes, era más al contemporáneo clásico, pero ahora creo en danza experimental, más mínimas, que te puedan dar algo padre en expresión. En =6, también del maestro Benito, fue uno de los trabajos más demenciales para mí. Entonces, ya me atrevo a ver más interesantes ciertas cosas. --¿Qué es para ti el escenario? Como si fuera mi hogar. Tiene un sentido simbólico muy bonito, a raíz de que empiezo a bailar me da muchas cosas, sensaciones como: antes de entrar a escena sentir la presión, escuchar al público, las luces. Creo que nada te da esas sensaciones. --¿Cómo ves Un Desierto para la Danza? Es mi segundo Desierto bailando y el tercero viniendo. Me parece que abre muchas oportunidades tanto para personas locales como internacionales. Le permite al público local empaparse de danza contemporánea, mucha diversidad, creo que aporta una gran gama de ideas y creencias y se puede abrir a debate. Se educa al público y lo arraiga al arte. También, no he salido mucho de Sonora y el festival me permite ver trabajos del mundo entero. Puedo ver que están haciendo en otras partes y comparar. Javier Tapia baila e interpreta desde hace cuatro años. Estudió Artes Escénicas en la Universidad de Sonora.
De la infancia a la actualidad:
más soldaditos Magdalena Frías
L
os soldaditos verdes de Crónico llegaron al Mercado municipal, donde la cultura popular sonorense se percibe en su expresión más cotidiana. “Los chiltepineros a 10” son clásicos, los músicos con su guitarra, las malteadas y el “Pásele, pásele, de qué la quiere” o “Qué va a comer”. Cuando comenzaron su rutina militar, la gente que transitaba se detenía a mirarlos, se daba el tiempo de permanecer un rato sentada en las maceteras. El cuadro de intérpretes interactuó con los presentes, quienes escenificaron la típica historia militar de aquel que se equivoca y es reprendido por un superior. La risa era el motivo. Niños y niñas vieron sus juguetes cobrar vida, de este modo, no solo los infantes, sino todos aquellos que alguna vez tuvimos de niños soldaditos verdes evocamos un espacio del ayer, lúdico y llevadero, muy afín al ánimo callejero. La imagen de la guerra en los tiempos actuales de México es muy sugerente, los temas que trata la dinámica social en la que nos imbuimos todos los días cobran relevancia por exponer una situación que nos determina como sociedad. No obstante, cuando
el performance surgió en los cincuenta, el contexto que lo vio nacer y florecer le daba pertinencia, es decir, la situación social permeaba al arte y éste cuestionaba los registros instituidos después de la guerra, una circunstancia global que alcanzaba la naturaleza humana. Si nos situamos en el presente, este acto performático que invadió el mercado se percibe ligero, animoso, le da vida a la calle, y quizá se queda como un acto inusual en el recuerdo de los presentes. De ahí a que el performance renovara nuestra existencia, nos diera una perspectiva distinta de nuestra realidad, cuestionara, alterara, encontrara –aunque el arte no tenga estas pretensiones en sí mismas–, nos lleva a preguntarnos por qué no presentar en ese espacio tan representativo, algo más que un motivo alterno a la cotidiano. Los soldados nos remiten a nuestra infancia, los soldados habitan nuestro entorno actual. Si a esta circunstancia le sumamos los soldaditos verdes del mercado, tenemos un total de más soldaditos para nuestra realidad rutinaria. Un acto simplemente sumatorio.