La Voz de Álamos, 29 de enero

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Instituto Sonorense de Cultura

La Voz de Alamos Información desde los portales

Vol. 5

Año 4

Álamos, Sonora, México

www.festivalortiztirado.gob.mx

29 de enero de 2013

Recital vocal de altísimo nivel:

Irina Nikolskaya Tercera Noche de Gala, Festival Alfonso Ortiz Tirado 2013

P

Juan Arturo Brennan, colaboración especial

asada la euforia de las dos primeras noches de gala de la edición 2013 del Festival Cultural Alfonso Ortiz Tirado, la calma volvió en cierta medida al escenario del Palacio Municipal con la realización de un espléndido recital de canto en su formato más puro y esencial: una voz y un piano. La voz, de la mezzosoprano rusa Irina Nikolskaya; el piano, el de la alemana Anita Keller.

Comenzó después el instructivo viaje hacia otros estilos, cuya siguiente escala fue la música francesa, con dos arias de Georges Bizet y una de Camille SaintSaens. En la de Saint-Saens (Mi corazón se abre a tu voz, de la ópera Sansón y Dalila), la cantante proyectó toda la fuerza, y a la vez el lirismo, de la gran ópera francesa, mientras que en las dos arias de Carmen, aligeró la carga dramática y se posesionó muy bien del papel de la gitana revoltosa, altanera y seductora.

A diferencia de algunos otros programas del festival en los que parece privar el criterio de “chile, dulce y manteca” para complacer a todos, el repertorio propuesto por Irina Nikolskaya destacó por la inteligencia de su conformación. La primera parte de su recital transcurrió como un fascinante viaje entre dos extremos estilísticos, un viaje que fue transitado de manera experta por la mezzosoprano rusa.

Este periplo de estilo vocal llegó a su destino con una prueba palpable de la sensibilidad musical de Nikolskaya, quien se adaptó de inmediato al estilo cristalino, la picardía narrativa y a la compleja ornamentación del bel canto, al interpretar con soltura singular el aria Hace poco escuché una voz de la ópera El barbero de Sevilla, de Gioachino Rossini. Así, el público pudo calibrar con toda claridad el amplio rango de expresión y estilo que domina esta sólida y potente mezzosoprano rusa, quien además posee una presencia escénica que hace pensar que es una actriz ideal para los escenarios de ópera.

¿Cuáles fueron el origen y el destino de ese viaje musical? El punto de partida fue un compacto pero ilustrativo muestrario de lo mejor del lied, la canción alemana de concierto. En esta parte de su programa, Irina Nikolskaya cantó obras de Richard Strauss, Hugo Wolf y Robert Schumann, tres exponentes supremos de la gran tradición del lied. A ellos, Nikolskaya sumó inteligentemente una de las Siete canciones tempranas de Alban Berg, escritas en un momento en que el compositor austriaco se hallaba todavía en el ámbito del romanticismo crepuscular, antes de su exploración de la música serial. Con ello, Nikolskaya se asomó con fortuna a una interesante ventana de modernidad en esta primera parte de su recital, en la que cantó este repertorio alemán con la profundidad expresiva que requiere, particularmente las dos canciones de Strauss.

Para la segunda parte de su recital, Irina Nikolskaya volvió a casa, interpretando breves ciclos de canciones de Piotr Ilyich Chaikovski y Sergei Rajmaninov. De manera particular, aquí se hizo evidente el conocimiento de causa y la cercanía con un repertorio entrañablemente propio. En esta parte de su recital, Nikolskaya supo diferenciar sutilmente los estilos de ambos compositores, dando a Chaikovski un toque más romántico y sentimental, y proponiendo para Rajmaninov un canto más moderno, sustentado sobre todo en una armonía más atrevida, muy bien manejada por la cantante en sus tránsitos entre una frase y otra.

Para concluir este muy atractivo recital, Irina Nikolskaya se aproximó tangencialmente a nuestra cultura, cantando cinco de las Siete canciones populares españolas de Manuel de Falla. Aquí, la mezzosoprano logró expresar una buena medida del “duende” gitano que asoma en algunas de estas piezas de Falla, con aciertos particulares en la sinuosa expresión de corte morisco que Falla propuso en la Nana. Para su pieza fuera de programa, la cantante ofreció un Bolero de Léo Delibes, otra muestra (a la manera de Bizet) de la buena música española escrita por franceses, y que fue cantada con garbo, desparpajo y un discreto pero eficaz españolismo en el fraseo. Este recital de Irina Nikolskaya y Anita Keller (quien tocó sola una Fantasía impromptu de Chopin) resultó ejemplar por la riqueza de su programa, la variedad de los estilos explorados, la voz, la técnica y la presencia de la cantante, y el discreto y eficaz acompañamiento de la pianista. ¿Por qué, entonces, la entrada fue tan pobre en el Palacio Municipal? La posible respuesta es preocupante: quizá el público se ausentó porque en este magnífico recital no hubo circo, maroma o teatro; nadie pidió a los asistentes gritar, palmear, corear, o gritar “olés”, no hubo lugar para el chisme, el chiste o la anécdota y, sobre todo, no hubo concesiones chabacanas a lo populachero en el programa. Lástima, porque los ausentes se perdieron un recital vocal de altísimo nivel. Ojalá se programaran más de ellos en el Festival Alfonso Ortiz Tirado.


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