Memorias del Feriado Bancario en Cuento y Caricatura

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Concurso de Cuento y Caricatura


Rafael Correa Delgado

EDICIÓN DE TEXTOS:

PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR

Sebastián Trujillo Zurita

Erika Sylva Charvet

doras de ciudadanas y ciudadanos afectados por el Feriado Bancario, fueron calladas por el temor de no poder recuperar sus ahorros, la

REVISIÓN DE TEXTOS:

que se imponen a través de un ejercicio arbitrario o discrecional del

inestabilidad económica y por un aparato gubernamental y mediático

Adriana Grijalva

poder sobre grupos subalternizados. Esto se ha registrado en el mun-

que supo ocultar la verdad de un atraco que costó al país más de ocho

Edwin Andino

do y en nuestra región en momentos históricos en los que los Estados

mil millones de dólares.

han desconocido al ser humano y su dignidad, como centro y fin ILUSTRACIÓN DE LA PORTADA:

Por este motivo, hoy decimos que el trabajo que hemos emprendido con la recuperación de esta memoria, tiene mucho que ver con

Este ejercicio estatal se funda en relaciones de poder asimétricas, que

la superación del olvido sistémico y estructural que las oligarquías

ILUSTRACIÓN:

dan lugar a la arbitrariedad, la tiranía y el abuso. En estos contextos,

históricamente inculcaban en el pueblo, a fin de mantenerlo sumiso

Julio Guevara Mejía

surge el imperativo de constituir un Estado alternativo, el Estado

y dependiente. Hoy el proceso de la Revolución Ciudadana rompe

Constitucional y Democrático como garante necesario y obligatorio de

con ese espiral del silencio y olvido y crea un camino participativo de

Sebastián Trujillo Zurita

la salvaguarda, goce y ejercicio de los derechos fundamentales de las

voces ciudadanas, en los testimonios de sus vivencias sobre el Feriado

METODOLOGÍA DEL CONCURSO

personas. Vergonzosamente en Ecuador, durante la “larga y triste noche

Bancario visto desde distintas experiencias.

SUBSECRETARIA DE MEMORIA SOCIAL

DIRECCIÓN DE PROCESOS DE LA MEMORIA SOCIAL:

de su acción, perdiéndose así la noción de democracia.

Marco Tulio García

VICEMINISTRO DE CULTURA (E)

Ivette Celi Piedra

las voces, las emociones, los sentimientos y las experiencias desgarratre libertades y censuras, o visibilizar engaños sistémicos y mediáticos

MINISTRA DE CULTURA

Marco Tulio Restrepo Guzmán

Es probable que ésta sea una de las fases de nuestra historia en donde

Hablar de Derechos Humanos, implica analizar vínculos directos en-

Miguel Aillón Valverde Lenin Moreno Garcés VICEPRESIDENTE CONSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA DEL ECUADOR

PRESENTACIÓN

neoliberal” que se vive desde inicios de los ’80 y que tiene su sisma en los

Alejandro López Valarezo Karla Pérez Dávila

ISBN: 978-9942-07-392-1

hechos ocurridos a partir de 1998, que determinaron el cierre progresivo

Han pasado ya catorce años del Feriado Bancario y las huellas de

Blanca Mayacela Paredes

Marzo, 2013

de más deuna decena de instituciones bancarias, el congelamiento de

esa violación masiva a los derechos humanos aún se mantienen vivas.

los fondos de sus clientes en 1.999 y la desaparición de nuestra moneda

Los testimonios no solo se remiten a quienes perdieron sus bienes,

nacional el Sucre en el 2.000, el Estado ecuatoriano priorizó la voracidad

su trabajo o su vida, sino también, a los hijos e hijas, nietos y nietas,

de acumular el capital por sobre los derechos de los seres humanos.

a los amigos y amigas aquellos ancianos y ancianas que recorrieron

Nadia Romero Salgado Priscila Franco Suárez María Gabriela Villacrés

Los criterios e imágenes vertidos en esta obra son de responsabilidad exclusiva de sus autores, y no necesariamente reflejan la opinión ni la visión del Ministerio de Cultura sobre los distintos temas abordados.


las calles clamando justicia. Son tantos los relatos de esa arbitrariedad, que el tiempo parece haberse detenido en muchas impresiones que se fueron transmitiendo desde el registro oral. Ahora, ese resonante pasado emerge en forma de trazos caricaturescos e historias que mezclan la ficción con la realidad. El cuento, la gráfica, el color y el humor, se convierten en prácticas sanadoras, porque la memoria se vuelve el vehículo a partir del cuál se expresa, relata e informa lo sucedido, para que no sea el temor el que gane e inmovilice. Hemos decidido propiciar la práctica del recuerdo. Los artistas que intervienen en esta compilación escogida de entre más de 7.000 obras participantes, nos permiten evocar cómo se vivió el Feriado Bancario en distintos grupos sociales, con su familia, amigos y conocidos en los diversos espacios del territorio ecuatoriano. El recuerdo se torna en arte, lápiz y papel convirtiéndose en expresión y sentimiento que se manifiesta abierto, claro, profundo y común. Erika Sylva Charvet MINISTRA DE CULTURA DEL ECUADOR

MEMORIAS DE UN PROCESO DE MEMORIA

“1984 – 1988 Memoria y Testimonio de Nuestro Pueblo”, “Centenario

¿Para qué sirve el conocimiento del pasado?, ¿Por qué rememorar

de la Hoguera Bárbara” y “Feriado Bancario”. Cada memorial emprendi-

y conmemorar hechos dolorosos para la sociedad, como el “Feriado

do ha ido acompañado de espacios de involucramiento ciudadano, ela-

Bancario”? La respuesta, recordamos porque a través del conoci-

boración de documentales, publicaciones y exposiciones museográficas.

miento de nuestra Historia, la ciudadanía se empodera de valores democráticos y de conciencia crítica, a fin de que eventos como el

Para el séptimo Memorial Público de Conciencia, el Ministerio de Cultu-

antes mencionado no se repitan. La “memoria social” es un elemento

ra, puso a disposición de las y los ecuatorianos de todas las edades y de

central para el posicionamiento de temáticas que han generado exclu-

todo el país, el concurso de cuento y caricatura “Feriado Bancario”, a fin

sión y violencia para reflexionar en torno a ellas, creando espacios de

de rescatar sus voces y rememorar uno de los eventos más dolorosos de

participación, investigación y difusión de contenidos, de esta manera

nuestra historia reciente. Como producto de este certamen, con agrado,

aportamos a un Ecuador más solidario y equitativo.

ponemos al servicio de la ciudadanía el libro “Memorias del Feriado Bancario en cuento y caricatura”. Este texto no es una versión de la Historia

El compromiso del Ministerio de Cultura con nuestra memoria social se

sobre los hechos desatados el 8 de marzo de 1999, es la memoria social

efectiviza con la creación de la Red Nacional de Memoriales Públicos de

ciudadana que surge desde la investigación, la reflexión y la creatividad.

Conciencia en el mes de septiembre de 2010. Por lo tanto, esta Cartera

Los cuentos y las caricaturas de esta publicación nos conducirán por ca-

de Estado conjuntamente con gobiernos autónomos descentralizados,

minos de ficción, recreación, crítica y el humor político de los participan-

juntas parroquiales, colectivos de familiares y ciudadanía en general ha

tes del concurso de todas las edades y de todo el territorio ecuatoriano.

revitalizado la memoria social nacional en temas como: “Memorial de la Resistencia afrochoteña”, “De la esperanza a la libertad”, “Las Voces

Alejandro López Valarezo

vivas del terremoto de 1949”, “Memoria de una masacre 15-N-1922.”,

Director de Procesos de la Memoria Social y Colectiva

“Memorial de Paz: Perú y Ecuador: dos pueblos con una sola memoria”,

Ministerio de Cultura del Ecuador


HISTORIAS MÍNIMAS

tética en la conformación del imaginario colectivo alrededor del Feriado

A propósito del I Concurso de Cuento

Bancario, sino también las formas en las que estas historias mínimas

y Caricatura “Feriado Bancario”

(desde la inocencia de narradores protagonistas, la desesperación

Solo el ser humano es capaz de representar su historia. Y es por esto

y tragedia a la que se ven abocados sus personajes, el humor y

que la manera en la que nos reconocemos unos a otros, en tanto sujetos

la ironía de las fábulas esbozadas, la nostalgia por un pasado mejor o

con experiencias de vida, son las diversas formas con las que plasmamos

la rabia contenida en la confusión de lo acaecido) buscan darle sentido

nuestros recuerdos. Se puede decir, pues, que somos porque recorda-

a un hecho que fracturó la continuidad histórica de toda una comunidad.

mos, pero también –y sobre todo– porque representamos nuestro pasado. Así, nuestras historias no solo hablan de acontecimientos pretéritos

Y de aquí, asimismo, la importancia de este concurso y sus resultados,

sino también de los modos que adopta nuestra memoria en el presente.

pues en las palabras o dibujos se proyecta aquella búsqueda, la exploración de un conocimiento perdido; y es que solo volviendo a contar

Desde esta posición contemporánea quisimos buscar nuevas rutas de re-

(como relato o caricatura) se cuenta aquello que se quiere saber. Pero

construcción histórica y regresar sobre un hecho sustancial para el país:

de todo esto dará fe el lector, quien en las páginas sucedáneas verá

el Feriado Bancario. A partir de experiencias personales mediadas por

moldearse un pasado en el que él mismo está inserto, un pasado

el tiempo y la imaginación, se planteó entonces una forma de evocación

que el arte devela y reconstruye en la memoria latente de todo un país.

colectiva que desde el cuento y la caricatura, pudiesen desmontar barreras y discursos que la Historia se encargó de imponer a lo largo de los

Con casi siete mil obras recibidas, la selección de los cuentos pasó por

años; y abrir así otros caminos de lectura posible para nuestro pasado.

varias instancias. En primer lugar tuvimos un equipo de diez personas en la etapa de preselección de las obras. Equipo que sin embargo, hizo

El resultado es asombroso, pues los trabajos seleccionados para el libro

notar con preocupación, la calidad dispar de un gran porcentaje de

que tienen entre manos, reflejan no solo una importante búsqueda es-

obras presentadas al concurso. Esto demuestra el trabajo educativo


que las instituciones pertinentes deben desarrollar con las generacio-

Este orden, refleja para nosotros, los organizadores del concurso,

nes futuras. Luego, con alrededor de trescientas obras preselecciona-

ese desorden que fue en su momento este período de nuestras vidas;

das, el Jurado Oficial, compuesto por la escritora Silvia Stornaiolo, el

cuando lo sólido no significaba más que uno de los estados del agua.

cineasta Alberto Muenala, el historiador Ángel Emilio Hidalgo, representando a la Bienal de Cuenca, María Elisa Carrasco, y el periodista

Equipo TRESPUPILAS

Diego Cazar, realizó tres reuniones de trabajo en las que, con mucho

Organizadores

esfuerzo, se logró escoger las obras que serían galardonadas. En esas reuniones afloraron discusiones interesantes sobre lo que la gente quería transmitir sobre el Feriado Bancario. Se habló sobre lo que significa desempolvar sentimientos al revivir historias muy íntimas, cercanas, muy apasionadas, pero sobre todo los subtextos que la gran mayoría de obras traían consigo. Subtextos que –sabemos–, más de algún lector sabrá extraer y diseccionar a su antojo, para bien o para mal. Ya con las caricaturas y los textos finales entre manos, quisimos que la obra sea un reflejo físico de lo que fue el Feriado Bancario: un momento histórico que nos afectó a todos y todas de una u otra manera. Es por eso que este libro no guarda un orden aparente. El lector puede enfrentarse a la caricatura de una niña de 8 años e inmediatamente después enfrascarse en una cómica receta para estafar un país.



Salto al vacío Raúl Yépez Vásconez. 51 años. Pichincha. Segundo Lugar / Talento Adulto

—Te lo dije, Juan, te lo dije. Cuando pisas la mierda tú no te das cuenta sino hasta cuando tu vecino te la huele. ¿Y ahora qué? Te dije que no puedes confiar en esos banqueros porque son peores que perros pequineses. Los miman por su apariencia, los enjoyan, los reverencian, los malcrían pese a que son testarudos, de mal genio, engreídos y holgazanes. Cuando salen a sus paseos, hacen sus cagadas en cualquier parte y cuando pisas la mierda… ¿Ahora qué? Solo eres un nombre completo en el olvido. El fatídico lunes 8 de marzo de 1999 amaneció frío y nublado, aunque en la espesura se podían atisbar unos tímidos rayos de sol. Juan Carrión Bermúdez, esperó con larga impaciencia ese amanecer. Llenó con agua un jarro. Raspó de un tarro la última cucharada de café

y sin saborear siquiera, se lo tomó con prisa. Ese lunes, del peor año de su vida, Juan Carrión, abrió la puerta y salió con la esperanza de un milagro. Era temprano, las luminarias de los postes seguían encendidas. Sin querer recordó cómo su pequeño hijo había sido atropellado por un vehículo en días pasados. Sabía que la vida del muchacho dependía del cheque que la casa de empeños le había extendido tres días antes y que debía cobrar ese lunes. El dinero serviría para salvar a su vástago. Recordó también los reclamos de su mujer mientras remolcaban sus pertenecías al Monte de Piedad. —Te lo dije Juan, te lo dije… —Es la única manera –dijo Juan–. Ese banco no cierra. No cierra y punto. —Si cierra… nos joden enteros –contestó su mujer. Aquel lunes, los recuerdos empujaban a Juan como el viento a las velas de un bergantín. Apretó el paso. Había

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madrugado para evitar las largas filas de los bancos. Rápido, sin voltear a ver y jadeante, caminó algunos kilómetros hasta la puerta del banco. Estaba solo, apenas unos perros se oían a la distancia. Después, asomó el portero metido en un abrigo y bajo un sombrero viejo de fieltro sosteniéndose en una escoba. Se le acercó con paso torpe y fatigado. —Creo que hoy no han de atender, por eso del “Feriado” —le dijo. —Este hombre está loco —pensó— ¿feriado?, ¿Qué feriado? Hoy es 8 de marzo y no se festeja nada —contestó. —Hoy no hay atención, mi señor —volvió a repetir el portero— no vio ayer la cadena que pasaron en la televisión a eso de las nueve de la noche. Hoy, 8 de marzo, se decretó Feriado Bancario, los bancos no atenderán hasta Dios sabe cuándo. Juan Carrión, obviamente no lo vio, porque mientras pasaban esa noticia, él estaba empeñando todo. Corrió a una tienda que ya estaba abierta a esa hora.

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—Por favor, ¿Puede prestarme un diario? Quiero informarme de eso que dice el portero, sobre lo de un feriado. El tendero le entregó el ejemplar de El Universo. Su titular era claro: “SIN BANCOS HASTA EL VIERNES: GOBIERNO DECRETA FERIADO BANCARIO”. Las manos de Juan temblaban a medida que iba leyendo cada palabra de la noticia. La rabia se le agolpó en la garganta, y vomitando toda su ira exclamó: —¡Hijueputas, mal paridos! ¡Me jodieron, hijueputas! No hubo más. Un matutino del día siguiente tituló su edición:

Lo cierto es que Juan Carrión, con impotencia, rabia y lágrimas rodando por sus mejillas, ante el truncado milagro no pudo más que rendirse. Ese lunes 8 de marzo, su mujer no dejó de gritarle: “¡Te odio, te odio, maldito, te odio!”. Empujado por los gritos, Juan Carrión Bermúdez subió la escalera de un edificio hasta la terraza y desde allí observó en completo silencio el paisaje limpio, ya sin niebla, radiante… Sin culpar a nadie, desnudo de rencor como el día en que lo parieron, alzó su mirada al cielo y como una jabalina se lanzó al sol.

“LOS ESTRAGOS DEL FERIADO: SALTÓ AL VACÍO” La nota de prensa decía que Juan Carrión Bermúdez había enloquecido al saber que su hijo había fallecido por falta de atención médica.

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José Luis Tualombo. 16 años. Chimborazo.


José Ismael Álvarez. 27 años. Azuay.


Esperanzas María Emilia Valencia Simbaña. 16 años. Manabí. Mención de Honor / Talento Joven

No es necesario irse para poder salir adelante. Tal vez solo debí creer más en mí y en mi país –pensé. Ese pensamiento estuvo en mi cabeza durante dos días, acompañado de un sentimiento de nostalgia y algo de arrepentimiento.

Alfredo Flores. 55 años. Sucumbíos.

Todo comenzó hace unos días cuando recibí una carta anónima. Un simple sobre blanco con un papel adentro que decía en letras grandes: “A tus espaldas, salvamos lo que te destruyó sin importarnos las consecuencias”. Esa frase hizo que recordara mis últimos días en Ecuador hace diez años. Lo que sentí no fue precisamente una sensación de felicidad, más bien fueron sentimientos encontrados: desesperación, terribles nervios, una furia indescriptible y muchísima incertidumbre. Me pareció

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una broma de pésimo gusto, incluso macabra. Durante el transcurso de ese día todo sucedió con peculiar calma, que solo dio paso a que mis emociones se agudicen de una horrible manera. España atraviesa una crisis terrible. Para los inmigrantes como yo, todo es más difícil, los días que pasan son cada vez más agonizantes. Nadie me garantiza si tendré trabajo al día siguiente o si podré comer.

Una semana después, al igual que muchos, entendí lo que había pasado. Ahora veo como un acto de cobardía haber huído y no quedarme a luchar. La decisión ya estaba tomada. No dependió de un pueblo, sino de los pocos que nos arrebataron el poder de decidir. A fin de cuentas, el peor enemigo de un político es un pueblo con poder.

La mañana siguiente, pasó lo mismo. Recibí una segunda carta con las mismas características, pero esta vez decía: “Nos llevamos tus esperanzas y te dejamos sin nada”. Esa carta causó los mismos efectos que la primera pero los recuerdos fueron más nítidos.

Ecuador cambió, pero, cuando yo salí, carecía de futuro, o por lo menos de uno alentador. Más bien era cuestión de creer y aprender del pasado para tomar una decisión que no atentara contra el porvenir. Sin duda alguna, cualquiera que fuese esa decisión, iba a ser extremadamente difícil progresar.

Llegó el lunes después de un preocupante fin de semana, todos los bancos estaban cerrados y las cadenas informativas no eran para nada alentadoras.

Llegó la noche, y lo único en lo que puedo pensar es en el momento en el que me despedí de mamá y en lo que me dijo: “Vaya a hacer patria”.

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—¿Por qué me dijo eso? —pensé—. ¿No se supone que ya estaba hecha? ¿Por eso viajé? Obviamente no era la patria que yo quería. Tal vez hay que hacer una nueva para sentirse como en la propia. No sé. Llevo más de diez años en España y todavía me siento diferente. Dormí. Acabo de levantarme, y como siempre estoy tarde. Salgo al trabajo, reviso el buzón con la esperanza de encontrar otra carta, para mi sorpresa no hay nada. Los últimos dos días, a raíz de las cartas, sentí cierto arrepentimiento y hasta un poco de vergüenza de salir huyendo y no haber enfrentado la crisis junto a mi familia y junto a mi país.

Recordé que ese día unos compañeros de trabajo mencionaron que la misma oligarquía que nos quitó todo, la misma que se llevó el futuro, las esperanzas y los esfuerzos de todo un país, quería volver al poder. —¡No es justo! —me dije—. Después que nos robaron sin ninguna vergüenza, tratándonos de ignorantes ¿Creen que lo pueden hacer nuevamente? ¿Creen que nadie se acuerda quienes son? Decidí no olvidar lo que nos hicieron y estar ahí para no dejar que nuevamente se lleven las ilusiones, los sueños y las ambiciones de catorce millones de ecuatorianos. Decidí regresar a mi patria.

Cuando llego a casa encuentro una tercera carta: “Queremos regresar y quitarte todo de nuevo”. Me quedo sin respiración y con un dolor muy fuerte en el pecho y en el orgullo.

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Karina Castro Mendieta. 36 aĂąos. El Oro.


Kimberly Jara Guillén. 18 años. Manabí.

Lenin Dávila. 35 años. Pichincha.


Una lección para recordar Meritxell Riofrío. 16 años. Loja. Primer Lugar / Talento Joven

Un cuento no siempre comienza en grandes palacios ni rodeado de piedras preciosas; a veces, se encuentra oculto en un cajón y empolvado de sueños. Revisando mi diario descubrí una vieja historia que volví a recordar mientras lo leía:

cleta —le contestó Pedro algo disgustado. —Cuando era niño, mi mamá solía decir: “Para tocar el cielo necesitas trabajar en la escalera”. —¿Desean una bicicleta? Lo mejor de este mundo, ni es fácil ni es gratis —nos contestó mi papá. Decididos y con ganas de hacer nuestro sueño realidad, preguntamos:

“Estaba con mis amigos, en aquella plaza de juegos y memorias, cuando vimos al gordo Fernando que estrenaba bicicleta nueva.

—¿Qué haremos para conseguirla? —Les abriré una cuenta de ahorros, ahí podrán guardar el dinero de sus recreos y trabajar para comprar su bicicleta. Poco a poco harán la escalera, luego solo tendrán que subir por ella —nos respondió papá.

—Miren lo que me compró mi papá —dijo Fernando chillando el pito de su voz en nuestros oídos. Nosotros nos quedamos calladitos. Al llegar a casa mi papá nos preguntó: —Chicos ¿Qué ocurre? —Hoy el gordo Fernando nos vino a presumir su bici-

Todos los días guardábamos el dinero del recreo y en las tardes, Pablo, podaba jardines; Pedro, paseaba y bañaba perros; Diego, vendía helados; Cecibel, hacía collares y yo ayudaba a doña Carmita en el bar del colegio. Cada semana le dábamos a mi papá las ganancias para que deposi-

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tara lo ahorrado en nuestra cuenta. Luego, algo cambió. Durante varias noches vi a mi papá dando vueltas, con la mirada perdida mirando a través de la ventana; de repente, anunciaban en el noticiero que la vida y la suerte ahora se jugaban a cara o cruz. Confundidos, frente a ese hombre de acero con el llanto oxidando sus tiesas mejillas, no atiné más que a preguntarle: “¿Qué pasa papá?”. Sentando a mis amigos en el sofá, con voz quebrantada nos dijo: —A alguien se le ocurrió congelar su dinero en el banco, hoy tenemos otra moneda, el dinero que ganaron con su esfuerzo ya no sirve para la bicicleta, ya no vale nada. Nunca sabremos cómo pasó. Todo lo que teníamos ya no está, se lo llevo quién sabe quién; nuestra bicicleta, nuestro sueño. Nuestra escalera quedó pequeña. Pusieron el cielo más lejos.

Nosotros sentimos que el llanto crecía como libre caudal. Entonces, yo reclamé: —Papá me enseñaste a luchar para tocar el cielo, a confiar, a soñar y ahora no tengo nada en las manos; ¿Dónde quedó el sudor de nuestra frente? ¿Dónde quedaron las ganas de luchar? ¿Adónde fue a parar nuestro tiempo? ¿Quién se robó nuestro sueño? Mi papá sin poder sostener su mirada en la mía, solo pudo decir: —Les enseñé el valor de un sueño, su precio y las ganas de luchar. Les dije como transformar su tiempo en escalera al cielo; pero jamás les enseñé que para soñar tienes que pensar a quién confías tus sueños. Nunca les dije, que debían saber que si le dan el poder a la persona equivocada también se arriesgaban a que sus sueños sean el juguete de aquel que se hace llamar “presidente”.

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Dejando una lágrima sobre la hoja de mi diario; recordé, como un día, mi padre con vergüenza, sentía impotencia de no poder culpar a nadie, porque fue él quien con esfero en mano le dio el poder a quien destruyó lo más valioso de su vida: la confianza de su hija.

Ruth José Villón. 11 años. Santa Elena.

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Ma. Gabriela Moncayo. 18 años. Guayas. Mención de Honor / Talento Joven

Lizbeth Chomgo. 13 años. Napo.


Keily Tenecela. 17 aĂąos. Morona Santiago.


Circulo vicioso Ximena Zurita. 55 años. Pichincha. Tercer Lugar / Talento Adulto

—Es como si se hubiera muerto —dijo molesta la Naty. —No diga eso de ella, si se fue, es porque nos quedamos en la calle cuando el banco le robó —el Carlos intentaba explicarle por qué la mamá tuvo que emigrar y dejarla con la abuela. —No había trabajo. Teníamos deudas, vos tenías que comer y estudiar —le decía recordando con una tristeza de antaño. —Ni siquiera recuerdo su cara —contestó. —¿No? Ella siempre le mandó fotos… —Sí, pero era como ver a una desconocida. —¿Pero sí que recuerda los dólares que le mandaba? —Bueno…si. Era su obligación ¿No? —Y vos te lo gastabas en drogas —Le reclamó el Carlos. —¿Otra vez me vas a joder con eso? —Le dijo furiosa. Por eso me quiero ir también. Me dijo la Holguita que

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en los yunais se hace buena plata. El Simón y la María ya se fueron pero no se sabe si llegaron. Se llevaron al Raulito con ellos. No se puede viajar con niños ¿No? —A ver Naty, vos dices que te quieres largar —reflexionó Carlos—, ¿y la guagua? ¿Con quién la va a dejar? Ella titubeó un momento y le dijo: —Se la dejo a usted pues papá. —No se vaya mija, trabajo hay y las cosas no están tan bien fuera del país, aquí no se está mal, y nunca va a estar mejor que con su gente. Además —añadió—, usted es medio inútil y aniñada. —Yo me quiero ir —respondió—. —No se vaya mija, no vaya a ser que la niña después NO RECUERDE SU CARA.

Balada para un futuro escritor Max Rojas Meneses. 12 años. Loja. Mención de Honor / Talento Joven

Nuestro mundo era feliz. Pedro, unos amigos del barrio y yo, teníamos todo: calles para jugar, balones para patear, canicas, trompos y aceras para sentarnos. Cuando ya no podíamos más por el cansancio y llenos de la satisfacción del juego, íbamos a nuestras casas. Porque ahí teníamos comida, cama y una mamá. Los padres trabajaban para todas estas cosas. Nuestra única tarea era asistir a la escuela, cumplir los deberes, hacer mandados a regañadientes y jugar todo el tiempo en las calles del barrio. Una de esas tardes, Pedro llegó contento a la gallada. —Mi papá me va a comprar una bici montañera, mañana mismo —dijo. —¡Qué buenazo! —contestamos en grupo.

Esa noche, fue un dolor de cabeza para nuestros papás. Todos pedíamos una bici; pero nuestras lágrimas no fueron suficientes para convencerlos. Pedro fue afortunado porque su papá era transportista. En uno de sus viajes encontró en la bahía de Guayaquil una bicicleta barata, se acordó de su hijo, la compró y en su propio bus la transportó a Loja. Esta bicicleta fue testigo de nuestras hazañas, fiel amiga que nunca delató las travesuras infantiles. Cada uno de nosotros se encargaba de lavar, aceitar o apretar alguna tuerca que estaba suelta por el uso o el abuso. Le llamábamos “La Churona”, porque uno de los muchachos pegó en el timón una estampa de la Virgencita de El Cisne, nuestra protectora para romper los límites de velocidad y “la barrera del sonido”.

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Parqueada junto a nosotros, escuchaba sin decir palabra los chismes del barrio y las historietas que Pedro contaba, quien tenía facilidad de palabra e imaginación y sabía muchos cuentos de amor, de miedo, de risas y del diablo. Alguien le preguntó qué quería ser de grande. Él contestó que escritor. Para nosotros iba a ser el mejor del mundo, solo era cuestión de tiempo. Todas las noches su abuela, una ancianita nacida cerca de la frontera, le contaba historias que también a ella le contaron sus abuelitos, y él, nos las contaba a nosotros. En eso, llegó la noticia que había Feriado Bancario. Nos pusimos felices, ¡más días de vacación! Todos hablaban del Feriado Bancario; pero la vacación no llegaba… Quién llegó cabizbajo fue Pedro. Robaron el dinero que sus papás tenían en el banco. Los ladrones, decía la gente, eran de cuello blanco y corbata. Nosotros nos imaginábamos que se habían disfrazado y bastaba ver a alguien vestido así por las calles para correr desaforados tras ellos.

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Luego nos dijeron que se había congelado el dinero en los bancos. Nosotros pensábamos en los sucres convenidos en helado, empaquetados en grandes congeladoras; pero no sabíamos su sabor. Comprendimos la realidad cuando el bus del papá de Pedro tuvo que ser rematado. No podía cubrir las mensualidades. En la quiebra del Banco del Azuay perdió sus ahorros, y con ese robo, se acabó todo. La vida se puso difícil para el papá de Pedro. Acorralado por las deudas y sin trabajo, decidió ir ilegalmente a los Estados Unidos. Llantos, besos, abrazos y un adiós para siempre; porque nunca más se supo de él. Dicen que se perdió en el desierto y que su cuerpo sirvió de alimento para los coyotes. Su madre tuvo que vender la casa para pagar las deudas del viaje y la hipoteca porque aún faltaba mucho dinero para ser cancelada.

Lavaba ropa y cocinaba en un restaurante para mantener su hogar; pero la paga era tan poca que vendió hasta la bicicleta. Esta crisis emocional y económica afectó su salud y cuando, por la locura, ya no pudieron con ella, pidieron ayuda en el barrio para llevarla al Hospital Siquiátrico Lorenzo Ponce. Pedro y su abuelita se fueron a Guayaquil donde su único tío. Aún recuerdo el último abrazo con los de la gallada. Sin lágrimas; pero el corazón explotándonos adentro. Nunca más supe de Pedro, hasta hoy. Su foto y nombre salió en los diarios, asesinado por sus mismos compinches en la penitenciaría. Cuando mi hermano terminó este relato, sus ojos se cubrieron de dolor y una lágrima abonó el recuerdo.

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Marco Tulio GarcĂ­a. 65 aĂąos. Pichincha. Primer Lugar / Talento Mayor

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Marcelo Méndez. 52 años. Pichincha.

Marcelo Méndez. 52 años. Pichincha.


Ma. Gabriela Moncayo. 18 años. Guayas. Gonzalo Tapuy. 56 años. Santo Domingo de los Tsáchilas.

Mención de Honor / Talento Joven


“Magic Ecuador” Delgado Tapia. 14 años. Santo Domingo de los Tsáchilas. Mención de Honor / Talento Joven

Hace mucho tiempo en un reino muy lejano y mágico, te envolvías en un sueño muy real. En este reino, el sol brillaba como el oro, los árboles eran tan coloridos que sus flores de plata adornaban el valle y el agua pura y limpia recorría las praderas. Todo andaba bien, hasta que una mañana, el rey de MAGIC ECUADOR muere y sube al poder su hijo mayor, Sixto. Éste tiene muchos planes para su reino. Con el pasar de los años, los ciudadanos confían sus ahorros a los bancos de MAGIC ECUADOR con la intención de incrementar sus ahorros, sin pensar que el reino sufría cambios. Ese verano llegó más intenso que antes y acabó con todo a su paso. Los sembríos, las plantas y árboles se secaron, los animales se enfermaron y las aves huyeron.

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Tras largos meses de incertidumbre, hambre y pobreza, Sixto se arma de valor, monta su jinete dorado y sale en busca de ayuda. Tras largos días de afrontar peligros, llegó al reino FOREVER ESTADOS DE REINOS UNIDOS, un reino grande y poderoso. Sixto se acerca donde el rey Fernando II y le dice: —Fernando II, mi reino está destrozado, empobrecido y los bancos han quebrado. —Bueno, te hago un préstamo pero te impondré algunas normas. Cambiaremos tu moneda por la nuestra la cual costará 99% más cara que la tuya —contestó el poderoso rey. Sixto, sin pensar dos veces aceptó. Cuando llegó a su reino en el año de 1999, sembró la magia negra en su pueblo y circuló una nueva moneda. Todos los precios subieron en el mercado, el dinero se devaluó y el reino se endeudó. La ciudadanía empobrecida pedía su dinero

y los niños reclamaban educación. Sixto, acorralado, se echa a la fuga en su jinete dorado llevándose dos bolsas de monedas de oro. Luego, subió al poder su hermano Alfredo II y el reino sufrió altas y bajas, hasta que en el año 2007 ejerce el poder su hijo mayor Rafael, quien, invirtió mucho más dinero para los ciudadanos en educación, salud, viviendas y otros, tomando en cuenta primero al reino y después la deuda que tenían con el reino de FOREVER ESTADOS DE REINOS UNIDOS. MAGIC ECUADOR, un lugar mágico en la mitad del mundo, vive hoy con magia natural, los niños corren con los unicornios libremente por las praderas, el agua baña la tierra, el sol brilla resplandeciente y las aves cantan sus melodías.

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Larry Flores. 24 aĂąos. Guayas.


Un sueño fustrado Tatiana Leyton. 17 años. Imbabura. Al recordar aquellos tiempos, quizás no hubiera hecho esto o aquello, pero ahora estoy aquí, sin saber qué hacer. Esto pensaba Luis Alberto Godoy mientras miraba a su alrededor. Una celda pequeña y maloliente, en la cual habían transcurrido los últimos cinco o seis años de su vida. Poco le importaba el tiempo o los años en aquella celda. La había decorado con recortes de periódico del tal Feriado Bancario y de cuando se hizo el cambio de la moneda de sucre al dólar. Junto a aquellos recortes de periódico reposaban unos cuantos billetes de 10 y 20 sucres y un billete de dólar. Con su nostalgia en su mirada trataba de recordar aquellos tiempos antes de estos acontecimientos, mientras escuchaba la bulla de uno que otro grillo, sus compañeros de celda. Sus recuerdos hacían mención al año 1999. Era en un pequeño taller mecánico donde transcurría su rutina diaria rodeado de fierros, grasa y aceite. Este

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lunes era distinto a los anteriores porque podía llegar a ser el dueño del taller. Ahorró incesantemente durante dos años. Dos años de sacrificio, trasnoches y días de no probar bocado para ganar unos sucres más y llegar a tener su propio taller. Por fin los soles abrumadores y lluvias inclementes tendrían su recompensa. Ese era un grandioso día. Su día.

plata? —respondió él. —Podríamos pedirles a mis padres —contestó entusiasmada.

Ansioso esperaba la llegada del dueño de la mecánica, el señor Álvaro Toarquiza, un acaudalado ibarreño, a quien se le conocía porque su palabra valía más que mil documentos firmados. El señor Toarquiza le comentó que pensaba vender el taller y que él era el más opcionado para ser el próximo dueño.

Esa noche, llamó al señor Álvaro para decirle que quería comprar el taller y éste dijo que no había ningún problema.

Luis, al llegar a su hogar le comentó a su esposa lo que sucedió. —¿Tú podrías comprarlo? —le dijo Alba, su esposa—. —Estás loca mujer. ¿Cuándo llegaría a tener tanta

Al siguiente día fueron a hablar con los padres de Alba, quienes no muy contentos accedieron a prestar el dinero. Se los prestarían en dólares y Luis tendría que cambiarlos a sucres.

era 25.000 sucres. El dinero que tenía se había convertido en nada. Habló con el señor Álvaro, pero éste le dijo que el taller ya no valía lo que le había dicho, sino muchos dólares más. Al intentar devolver lo prestado, los padres de Alba le dijeron que la cantidad que le habían prestado era en dólares y que tenía que pagarles así. Luis no pudo soportar todo lo que estaba viviendo y cayó en algo parecido a un coma, pero solo en su mente, su cárcel.

A la mañana siguiente, Luis encendió la televisión para ver las noticias y se le heló la sangre. Se había declarado Feriado Bancario. No podía creer que su sueño y su dinero quedaran congelados. No pudo sacar el dinero para la compra. El señor Álvaro le dijo que la situación estaba complicada, que no sabía qué pasaría. En la noche, se enteraron de la noticia que Ecuador se dolarizaba y que el equivalente de un dólar

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Karla BermĂşdez. 17 aĂąos. Santa Elena. Segundo Lugar / Talento Joven


La gran estafa Jefferson Núñez. 16 años. Orellana. Estoy repleto de ira que no es nueva, que se amotinó, porque yo vengo de la tierra de la abundancia. La paz que los ecuatorianos teníamos, gracias a esos políticos banqueros, nos la han arrebatado. En un país donde un pueblo existió, donde los políticos corruptos corrompieron a nuestros patriotas (cosa que siempre ocurrió) y que mandó inmigrantes a España, Estados Unidos, Francia, e Inglaterra. Quiteños, cuencanos, guayacos… A los que les sudaron las manos y trabajaron la tierra, aquellos que al Ecuador lo hicieron fuerte y gigante y ahora está sucumbiendo de riqueza y porvenir. Y aunque me muero de ira, quiero insistir en algo:

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—¿Dónde están aquellos laureles que supimos conseguir? ¿Por qué todo se perdió y solamente quedó el orgullo del idiota que sufre por la derrota pero aún no quiere reconocer? ¿Por qué a todos los ecuatorianos nos duele saberlo y por ese motivo todos quedamos en bancarrota? Y pensar en muchas otras excusas, mientras todo el mundo lo vio. Esos políticos se salvaron y a Ecuador nuevamente lo embaucaron y a muchas personas nos fregaron. Ese Ecuador tan grande de aquel espíritu de lucha, de no quedarnos callados, esa patria tan amada, que por la culpa de unos pocos llamados dizque ecuatorianos, por zafarse de aquel problemita perdimos a muchos compatriotas. Y ahora… ¿Qué sucederá? ¿Será como siempre ha sido? Regresarán los que se han ido, se irán los que siempre han estado; pues esos banqueros no se han cansado de robar, no solo a uno, sino a cientos de ecuatorianos. Los

que sembraron odio y tristeza, aquellos que ahogaron al país en una trifulca y a la vuelta de la esquina hipnotizaron algunas memorias. Y aquellos que se avivaron, según sus propias palabras, con un abracadabra y magia barata a la inflación, cogieron un montón de dinero mal repartido, mientras el pueblo podrido, se ajustaba el cinturón y moría de hambre. También hubo economistas, o más bien aprovechadores de lo ajeno que quisieron crear su propio imperio. Creadores del juzgar al resto, del consumo y del atropello; del derroche y la avaricia. Los autores de la inmundicia, que sembraron un nuevo mal, el de la ira y vergüenza que por pura igualdad y coincidencia derrumbaron la ética y moral de todos los patriotas ecuatorianos. Y lloré como un macho, de ver cómo a mi país lo estaban derrumbando. Seguro que lo intenté, ya hablé, ya grité; hasta de locutor a la radio fui, con el mismo cora-

zón que mil veces escribí y leí a los cuatro vientos y critiqué a los avaros y miles de cientos. Mis problemas los denuncié porque el deber me obligó, pero de nada sirvió. Papá me aplaudió y mamá solo se burló de todo lo que escribía. Por eso fue que con mucha pena un día agarré mis cuatro tereques y me fui a buscar nuevo rumbo y a conocer otros mundos. A trabajar para otra gente y tuve mucha suerte al lograrlo, porque además de sufrir yo pude ver desde Tulcán hasta Loja; desde Manta hasta El Coca que mi Ecuador no es solo Quito y Guayaquil. Y aunque me muera de rabia, no creo que fue un castigo lo que paso acá en mi tierra. Tampoco fue la decadencia, más bien fue nuestro pensamiento que se agarró toda esa culpa por confiar en los gobernantes mediocres, pero en vez de ellos estar en la cárcel, se llevaron el dinero de los ecuatorianos a Panamá y Miami y al Ecuador nuevamente lo dejaron hecho trizas.

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Yo, como un joven y muy valiente ecuatoriano, con un grupo de patriotas, saldré a las calles y tomaré la justicia con mis propias manos, si es que nuevamente ocurre aquel día de aquel año que hoy nosotros conocemos como la gran estafa, lo que hoy sale en las noticias y es llamado FERIADO BANCARIO. Iré a tumbar corruptos, políticos y tiranos para que mi patria querida, mi Ecuador tan amado, no vuelva a caer en malas manos. Amén.

Carlo Celi Barba. 30 años. Pichincha.

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Marilyn Raza. 20 aĂąos. Pichincha. Tatiana Murquincho. 16 aĂąos. Loja.

Segundo Lugar / Talento Adulto


Tesoro Perdido... ¿Dónde está Limaj Jamil? Kiabeth Reyes. 15 años. Pichincha. En un lejano y pequeño lugar llamado Ecuador, había un palacio real en el que reinaba el poder implacable de los banqueros, que, sentados en un banquito, manipulaban el destino incierto de su pueblo y observaban con indiferencia como la vulnerable pobreza los desmayaba poco a poco... La historia es que los plebeyos ingenuos, guardaban el fruto de años de trabajo que con enorme esfuerzo iban reuniendo, en varios lugares elegantes. Ellos lograban sobrevivir con el poco interés que les daban y así sonreían sin miedo. Mi abuelita me contaba que existía un rey, un ser de descendencia árabe, que siempre vestía un mandil blanco. Se llamaba Limaj Jamil. Él llevaba en su mano una varita con la que realizó un raro embrujo. Con

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palabras extrañas y unos polvitos mágicos elaboró un macabro hechizo: Hizo desaparecer todos los tesoros del pueblo en un abrir y cerrar de ojos, provocando que los sueños e ilusiones de los plebeyos acaben en un segundo. Los sirvientes del reino, mirando el dolor de la gente, les dijeron que el palacio real y sus gobernantes, devolverían lo perdido y que algún día recuperarían todo. Pero esos dragones malvados que en la boca tenían fuego y en el corazón maldad, huyeron. Escaparon sin dejar huella, haciendo que la gente del pueblo derrame muchas lágrimas reclamando lo perdido. En esos días, se destruyeron los banquitos donde la gente esperaba el milagro. Los nuevos papelitos verdes enloquecían, subían y bajaban, sin parar de jugar con la paciencia del pueblo. Hasta que el tan amado Sucre, moneda histórica ecuatoriana, fue desplazada y poco a poco, olvidada.

Todo olía a caos en ese tiempo. Esos lugares elegantes, donde los plebeyos guardaron el fruto de su esfuerzo, se convirtieron en un lugar de dolor y de tristeza. Mi abuelita me cuenta que escuchaba a unos viejitos cansados de gritar y reclamar justicia, mientras los arcángeles del infierno volaban y burlaban sus esperanzas. Esos sueños de recuperar lo perdido quedó en nada. Solo fue una ilusión imposible de alcanzar… Pasaron diez años entre lágrimas, sueños y vana espera, hasta que un día llegó al pueblo un súper galán que con su correa mágica logró recuperar casi todos los tesoros perdidos. Encadenó a los enemigos, los bajó de sus yates y edificios y pagó la deuda a los plebeyos, quienes muy sonrientes, hacían fiestas y lo adoraban. Así, el pueblo lo nombró el nuevo rey del palacio real. Hasta cuando, no lo sé...

Pero la gente se quedó con ese mal recuerdo. Se les ha prohibido olvidar a aquellos malvados dragones del infierno a los cuales ya no hay que dejar entrar al reino. Ahora los tesoros serán cuidados por los guardianes de la justicia, que con espada en mano combatirán al enemigo. Todo esto sucedió en 1999 cuando yo estaba muy pequeñita y no sabía ni entendía el entorno que a mi patria envolvía. Limaj Jamil, el rey malvado no ha vuelto todavía pero su conciencia está encerrada en una nube de oscuridad... Ahora espero que el mundo cambie y la maldad desaparezca y así nuestros abuelos y padres nos puedan dejar una gran herencia: un país mejor para que nosotros, los niños, podamos seguir el buen ejemplo y mantener firme nuestra patria que es y será nuestro hogar. ¡Colorín colorado. Este cuento aún no ha acabado!

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Nathalia Barreiros Flores. 15 años. Pichincha. Mario Fuentes. 35 años. Imbabura.

Mención de Honor / Talento Joven


Las Abejas y el Feriado Bancario Luis Haro. 12 Años. Tungurahua. Érase una vez una colmena llamada Ecuador donde las abejas eran muy trabajadoras y ahorradoras. Ellas llevaban a guardar su miel a lugares supuestamente seguros: los Bancos de Miel. Todo parecía funcionar normal hasta un trágico día de 1999. Las abejitas fueron a retirar sus reservas y se encontraron con las puertas cerradas de los Bancos de Miel por disposición del entonces presidente Don Abejorro. Lo peor es que estuvieron días sin poder retirar su miel. El presidente, Don Abejorro, había dispuesto el cierre de los Bancos de Miel como medida de seguridad y supuestamente para evitar la escasez de miel pura.

Adrián Saltos Villacís. 32 años. Tungurahua.

Cuando abrieron los Bancos de Miel, las abejitas que tenían depositadas diez canecas de miel pura, recibieron apenas tres canecas de panela de caña; esto según la nueva medida de Don Abejorro. ¡Pobres abejas! Muchas

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-de la pena por haber perdido sus ahorros-, enfermaron gravemente y otras emigraron abandonando la colmena. Don Abejorro huyó fuera de los límites de la colmena, asustado de lo que había hecho. Muchos banqueros de miel, le siguieron los pasos llevándose la miel pura fuera de la colmena y otros se declararon en quiebra cerrando las puertas de sus bancos para siempre. La colmena tuvo que aprender a sobrevivir con panela de caña y recordando los buenos tiempos cuando se disfrutaba de la miel de abejas. Esto ya es parte de la amarga y triste historia de nuestra colmena llamada Ecuador. En los últimos años, la colmena tuvo problemas económicos que nadie había podido remediar. Las pobres abejitas habían tenido que luchar y trabajar mucho para poder remediar el daño hecho. La abejita Abejina hizo una investigación y descubrió, que el ex-presidente Don Abejorro dijo que hizo algo malo, pero asegura habernos librado de algo peor.

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Hasta el momento, todos quienes armaron el Feriado Bancario no han querido responsabilizarse. Se lavan las manos sin asumir la parte de culpa que legal y moralmente les corresponde. Jamás les importó el daño moral, económico y psicológico que hicieron. Este Feriado, dio lugar a que abejas de otras colmenas, vinieran a depositar su miel recibiendo muchos privilegios a cambio y regresan a sus colmenas extranjeras llevándose el doble de miel depositada. La producción de miel de nuestra colmena ecuatoriana necesita un cambio, que parece tomar forma con el actual presidente de la colmena ecuatoriana, Don Abejel, quien se dio cuenta que es necesario aumentar la producción. Para esto necesita plantar más flores, y que las abejitas más jóvenes también se pongan a producir la mejor miel, que es lo que hoy hace falta en la colmena. Las abejitas ecuatorianas tienen gran esperanza que con el nuevo presidente, Don Abejel, la situación se normalice y vuelva la paz y la calma a nuestra colmena y mejore la economía en su totalidad.

Javier Pérez Estrella. 27 años. Guayas.

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Lenin Salinas. 29 aĂąos. Loja.


Sentimientos y esfuerzo perdidos Adrián Fajardo. 16 años. Pichincha. Cuando daban las siete en punto, en un 9 de agosto de 1979, los tímidos rayos del sol entraban por mi ventana y daba inicio un nuevo amanecer. Yo solía ver a mis vecinos que disfrutaban con los juguetes nuevos que les regalaban sus papás. No sé por qué a mí eso no me llamaba en lo más mínimo la atención, tal vez sería porque jamás necesité o tuve un juguetito de esos. En realidad no lo sé, pero no importa. Desde los nueve años me he dedicado a trabajar. En esa época lustraba zapatos y cada día podía reunir hasta 75 sucres, que usaba comprando algo para poder comer con mi familia. Día a día, buscaba más oportunidades de trabajo. Mis papás decían que yo era el resultado de su amor. Ver cómo me superaba era algo que les llenaba de orgullo.

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Pero casi siempre se sentían tristes y me decían: —Discúlpanos Carlitos, nosotros hubiésemos querido darte muchas cosas pero no podemos. Estamos enfermos y no tenemos dinero. Más que todo nos hubiese gustado verte estudiar y que todos los días llegaras a nuestra casa y nos dijeras que te sacaste buenas notas, o que tienes cada día un nuevo amiguito. Poco a poco seguía creciendo y el tiempo hacía notar más la enfermedad de mis padres. Comencé a ver el mundo en el que yo vivía. Con 17 años, seguía trabajando con más ganas que cuando era pequeño. Continué ahorrando y cumplidos los 19 años, decidí abrir una cuenta en Filanbanco. Así ahorré por diez años y mensualmente recibía los intereses del banco por mi capital. Todo marchaba bien. En el año 99 me encontraba trabajando como panadero cerca de Filanbanco. De repente escuché mucha bulla, gritos

y corridas. Rápidamente me acerqué al lugar del escándalo a ver qué pasaba. Al llegar descubrí que el banco estaba cerrado. Sin saber qué ocurría, le pregunté a una señora: —¿Me podría decir qué es lo que está pasando aquí? —Se acaba de decretar Feriado Bancario, los bancos cerraron, se están llevando todo el dinero de los depositantes por medio de desvíos a cuentas privadas. Nos dejan en la quiebra —me contestó. Yo sin saber qué hacer solo lloraba.

Desde el día del cierre de los bancos, los desastres, las peleas, los muertos y suicidios fueron el pan de cada día. No sé que pasó por la cabeza de Jamil Mahuad, presidente de ese entonces. No sé cómo pudo hacer tanto daño en tan poco tiempo. Terminó con vidas, con las propiedades de las personas y con sus ilusiones. Después de un tiempo el gobierno nos dijo: —Tranquilos. El Estado se hará cargo de las deudas. Entregaremos bonos a los que perdieron su dinero.

—¿Qué pasó con mi esfuerzo? Díganme que pasa con mi futuro ¿Qué voy a hacer? Ya no voy a poder hacer mi casa, mis objetivos se caen ¡Ayúdenme por favor! ¡Ayúdenme!

Crearon en nosotros vanas esperanzas. Esto nunca se cumplió. La mayoría de personas optó por emigrar. Los que no consiguieron viajar, sufrieron y cayeron económicamente, destruyendo sus familias. Ecuador sufrió y las lágrimas no cesaron.

Aquella noticia destruyó mi vida, me quedé en la ruina total. Después vino otra mala decisión del gobierno que destruiría aún más la economía del país: LA DOLARIZACIÓN.

Al final terminé en la calle pidiendo limosna. Todo mi esfuerzo fue tirado al drenaje mientras los ladrones gozaban del esfuerzo de las personas a las que robaron.

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Desde aquel día aumentó la pobreza, el desempleo y la desconfianza en las instituciones bancarias, todo gracias a un presidente ignorante. Pobre Ecuador, pobre población, pobres corazones.

Las hormigas trabajadoras y los sapos enmascarados Carlos Salazar Yanalá. 11 años. Tungurahua. Papá hormiga, mamá hormiga y sus dos hijitos: Hormiguito y Hormiguita, eran muy trabajadores y se esforzaban día a día guardando alimentos para cuando llegue el invierno. La mamá hormiga cada lunes iba al Gran Banco Central, guardaba lo que recolectaban y cada fin de semana lo contabilizaba. Los cuidadores del Banco eran unos amables y educados sapos que llevaron una máscara que brindó mucha confianza durante diez largos años. Las hormigas confiaban en su gran Banco Central y pensaban que sus alimentos ahí estarían seguros para cuando llegase el invierno. Pero un inesperado día, un 8 de marzo de 1999, el sapo del Banco Central de comida hizo malos negocios con los ahorros de la familia hormiga. Provocó un feriado y se guardó todo lo que la familia hormiga y el pueblo

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hormiga había ahorrado. Estos sapos desaparecieron dejando a todo el pueblo de hormigas afectado y sin alimentos para el duro invierno. El pueblo de hormigas sufrió mucho. El índice de pobreza e indigencia deterioró la vida de estos animalitos y se dio una gran ola de migración, muerte y locura. Las hormigas, tristes por lo sucedido, decidieron dejar su trabajo y sus familias para irse a otros países donde pensaban que existían más posibilidades para conseguir alimentos. Así, uno a uno, viajaron a diferentes lugares de Norte América, Europa y de otros países del mundo. El gran engaño del Banco Central al pueblo hormiga, dejó en sus vidas terribles consecuencias. Hasta hoy no han podido superar ni olvidar el gran Feriado Bancario dirigido por los traidores sapos enmascarados.

Hormiguita y Hormiguito, crecieron junto a sus abuelitos porque sus padres se fueron a trabajar a España. Cada mes recibían pequeñas cantidades de comida que sus padres les enviaban; pero eso no era suficiente, faltaba lo más importante, algo que no tiene precio: el amor y las atenciones de sus padres. Clave fundamental para que una familia sea feliz. Un día, Hormiguita se accidentó y no había nadie que la ayude. Estaba muy grave y lo único que pedía era ver a sus padres. Hormiguito llamó a sus papás y les contó la tragedia; inmediatamente, ellos dejaron todo y regresaron a su lugar natal. Hormiguita cuando los vio se puso tan feliz que se recuperó rápidamente. Juntos, decidieron empezar de nuevo con la única esperanza de no volver a pasar esa mala experiencia como la del Feriado Bancario.

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Pasaron los años y la familia ha ido prosperando. Papá hormiga ahora tiene su negocio y mamá hormiga está esperando un bello bichito. Hormiguita y Hormiguito ahora son profesionales y siempre cuentan sus experiencias a otras hormigas para que las familias estén unidas y enfrenten juntos los problemas de la vida. Ahora el pueblo hormiga tiene fe y ya no confían en los sapos enmascarados. Han pasado muchos años. Hasta ahora el pueblo de hormigas no ha podido recuperar el gran banco de comida para sus días de invierno… Aún las hormigas laboriosas hacen un esfuerzo para recuperarse de este gran engaño. Colorín colorado este gran cuento del Feriado Bancario no ha terminado…

Ana Virginia Rodríguez. 23 años. Manabí.

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Alfredo Flores. 55 años. Sucumbíos.


Inmortalidad Wilmer Cuasapaz. 16 años. Pichincha. Tercer Lugar / Talento Joven

Esta es la historia de una sagaz maniobra. El calculador hombre se encontraba detrás de su escritorio. Reposaba su sinuoso cuerpo sobre un excéntrico asiento, visualizando el vacío y despreocupado de la realidad. Un par de metros más allá y fuera de aquel recinto, se percibía un ambiente opaco y enflaquecido: El pueblo merodeaba buscando respuesta. Poco tiempo después sería molestado. Diversos comentarios llegaron a sus oídos: —¡La gente reclama! —¡Piden nuestras cabezas! —¡El pueblo exige su dinero!

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Sorprendentemente ninguna de las frases le provocó compasión. Decidió cerrar los ojos y esperar los movimientos que había planeado. Sus aliados se encargarían de maquillar la situación. Siempre supo que no perdería. La experiencia le aseguraba la salvación y el pueblo volvería a su infame regazo. Se mantuvo en silencio, pero los susurros llegaron a los indignados, obligándole a emitir comentarios: “Congelaremos nuestros fondos. Esta decisión salvará la economía. Nosotros no somos los culpables”. Estas explicaciones, aunque maquilladas, igualmente atemorizaron al pueblo.

Salió del país como víctima, pero volvería. Las miles de personas olvidarían aquel suceso. La pobreza resultante de su táctica sería nada más que un recuerdo en pocos años, sus estafados eran viejos y no representaban ningún problema. Actualmente se inmiscuye en nuestra vida y juega con nuestros intereses sin temor a perder su imperio. Él siempre será salvado, porque la cultura y la educación no pesan tanto como el infame dinero. Nuestro personaje es conocido como “La Banca” y sabe que nunca morirá.

Él veía su plan realizado. Los errores pasados no lo afectaban, utilizaría todos los recursos para salvar su imperio. El negocio se estancaría pero volvería a renacer.

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Marcelo Robles. 35 aĂąos. Loja.


El inventor Jorge Andrés Delgado. 26 años. Pichincha. Tercer Lugar / Talento Adulto

Ya tiene 93 años pero sigue trabajando diligentemente en los últimos detalles de su máquina del tiempo. Quiere regresar al ‘99 y decirle a su padre que cambie todo a dólares y meta la plata bajo el colchón. Eso o evitar su suicidio.

Kimberly Romero. 6 años. Santo Domingo de los Tsáchilas. Tercer Lugar / Talento Joven

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Éxodo monetario Rodrigo Sempértegui Moscoso. 19 años. Azuay. Primer Lugar / Talento Adulto

Me observo atentamente al espejo. No sé si en verdad la persona que me devuelve esa fría mirada soy yo o un malévolo ser que invadió mi cuerpo, pero la única arruga que cruza su frente, es un signo de mi identidad. Sé que no estoy frente a un demonio. En él, es en quien me voy a convertir. Bajo suavemente las escaleras de mi casa. Agarro tres billetes con diferentes denominaciones, veo sus caras reprobatorias, y poco me importa. Antes de salir, paso al salón de donde proviene un ruido blanco desde el televisor, lo apago y me doy cuenta que mi papá está dormido en el sofá, le doy un beso en la cabeza y salgo. No sé si lo veré otra vez. Las calles están vacías. Salir en la madrugada fue una excelente idea. Solo las campanadas de alguna iglesia me acompañan. Pienso en los devotos que deben estar

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martillándose frente a un santo para que su dinero vuelva y la rabia hace que latan las arterias en mi cabeza. Muy pronto estaré listo. Al girar la calle Bolívar, veo cuatro personas apoyadas en la pared de San Alfonso. Por sus caras noto que han estado sin dormir, mi aspecto no les agrada porque yo sí descansé. Subimos hasta el Parque Calderón y uno de ellos quiere ingresar a la Catedral, solo veo a Santa Ana y la Virgen mirando desde las alturas y les pido que ayuden a los desamparados y que entre ellos me incluyan. —No quiero entrar, vayan ustedes —les digo—. Me siento a esperarlos en una banca del parque. Mucha gente pasa con diferentes expresiones en el rostro y no sé cómo describirlos. El sol empieza a subir y me preocupo porque no salen de la Catedral. De pronto los veo en la puerta con un semblante tranquilo en el rostro. Eso de la religión no es para mí. Alzo por última vez la vista a la estatua oscura.

Avanzamos a la calle Sucre donde mi dinero de toda la vida estaba guardado y encontramos a una masa enorme de gente intentando entrar al banco a la fuerza. Antes de ingresar al ruedo, los cinco nos ponemos pañuelos en la boca y nos unimos a la multitud. Con la cara cubierta me siento poderoso y avanzo hasta casi llegar a las puertas de la institución, cuando giro para buscar a los otros veo que una persona ha hecho un coctel molotov y piensa arrojárselo a la gente, así que corro para quitárselo pero la marea es muy fuerte y solo espero sentir la explosión. Afortunadamente nada pasa y no veo rastro del pirómano, sin embargo, la multitud se ha dispersado por la gran cantidad de policías que bajan hacia el banco, yo estoy en medio de ellos, me pongo en polvorosa y siento las piernas de goma. Pienso que todo el plan de ingresar a la fuerza al banco fue solo una mala idea y que nunca iba a recuperar un centavo.

Es todo un espectáculo ver a las bombas lacrimógenas caer mientras yo tropiezo con los adoquines de la calle, ese humo blanco invasor que cuece los ojos y pica la garganta hace que caiga. Lo último que veo es a un niño, con los ojos entrecerrados, mirando fijamente la batalla campal. Despierto cuando la luz de abrocharse los cinturones se prende en el avión. La azafata se acerca para decirme que en unos instantes, aterrizaremos en Quito. Son ya trece años desde que abandoné a mi familia en los altercados en Cuenca para vivir en Lisboa, migré sin decir nada a nadie, retomé contacto con mis familiares después de dos años y ahora vuelvo al país para rendir cuentas con mi pasado de revolucionario y afrontar mi presente cómo un ave de paso.

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Kleiderman Cajilema. 15 años. Los Ríos. Mención de Honor / Talento Joven


El gran truco Frans Herrera. 26 años. Zamora Chinchipe. Bajo el manto celeste del mediodía en el balcón de su palacio, extendiendo la mano y señalando con su dedo índice el infinito… Lanzó una orden. Mientras se dejaban alcanzar por la claridad, aparecieron alrededor de Bardel, dos hombres y una voz con un quejido pronunció sus nombres:¡Blass y Wright! Bardel venido de tierras sureñas, de ese rinconcito borrado de los mapas, afirmando ser él, aquel individuo esperado por el pueblo para cambiar el rumbo del país que ahora dirige.

Berny Saldarriaga. 29 años. Guayas.

Blass y Wright. Los dos de cabellos oscuros como la misma inmensidad de la noche, de ojos color de estrella, amigos desde la infancia y cómplices en varios negocios; desde aquel, cuando al caer la noche y silencio-

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samente, en cuclillas, se hicieron de varios accesorios en la feria novembrina. Blass y Wright, magos absolutos, y Bardel un inocente muchacho (al menos eso creíamos), se volvieron a encontrar hace más de dos años. Entre risas y conversaciones propusieron adueñarse del país y comprarse un gran teatro. Bardel, propuso hablar con cada persona que viera pasar. —Hablaré con ellos y les convenceré hasta conseguir su apoyo—. En lo que demora en parpadear un ojo, Bardel se vio sentado en el sillón máximo de poder. Ahora era el capitán que gobierna un país. Blass y Wright ahora directores del gobierno de Bardel y con el dinero suficiente, cumplieron su sueño, el sueño de comprarse un teatro para brindar funciones magistrales de magia económica. El tiempo es testigo de las fechorías cometidas por Bardel, quien lleva en sus pupilas incrustados la maldad y

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el engaño. Le anuncian la indignación de sus decisiones. Se reúne en las madrugadas con sus amigos y diseña el gran truco de magia que estrenará, para su acto final, el primer semestre del año 99. Las noticias del gran truco de magia, llamó la atención de muchos “magos” que llegaron para protagonizar la gran función y poder cobrar su porcentaje de las entradas vendidas a las personas que habitan en el país, porque para aquella función todos deben pagar. Al otro extremo del continente, un estudiante de economía sentía un dolor inconmensurable en su pecho al escuchar por televisión que este gran acto de magia, iba a devastar a todo su pueblo.

umbral, Jewel, el individuo misterioso que hace tiempo pronunció los nombre de Blass y Wright, al verlos salir al balcón junto con Bardel, ve pasar a las personas, unos con gritos y otros asfixiando con sus manos el silencio, contempla los ríos de lágrimas que recorren la calles y ve huir como desfile escolar los sueños de las gentes, en papeles blancos llamados bonos y así mantener su teatro funcionando. Bardel huyó del país. Blass y Wright siguen con el teatro de vez en cuando brindando funciones estelares. Y aquel estudiante de economía volvió al país para defenderlo.

Llegó el gran día del acto, como anunciaba con su dedo índice, dando la señal para comenzar con el gran truco. Las puertas se cerraron y peones como rayos se formaron para protegerlas. Mientras que sentado en el

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Un cólico de 1999 Erika Torres. 22 años. Azuay. “Que la tortilla se vuelva, que la tortilla se vuelva que los pobres coman pan y los ricos mierda mierda…”

Raphael Oton Ampuero. 27 años. Guayas. Tercer Lugar / Talento Adulto

Un jueves en la noche, mientras se trasladaba en una deteriorada flota que lo llevaría durante siete horas por húmedos caminos, Camilo escuchaba su canción favorita en un programa radial, conducido por un sujeto que juraba tener la voz más seductora porque así se lo hacían creer las chiquillas que lo llamaban a solicitar alguna melodía que zarandeaba al mundo. Al amanecer, el viajero llegó a un pequeño pueblo en donde las obras municipales aún no habían empezado y el asfalto en sus carreteras permanecía oculto en las entrañas de las piedrecillas que se asentaban en el suelo. A esa hora, su organismo se alarmaba y solicitaba alimento.—Necesito comer —dijo el joven bajándose del bus y dirigiéndose a un puestito de comida que escondía bajo el paño de

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la caja fuerte un gran cántaro de chicha. Entró y pidió un plato que contenía dos morcillas, una cucharada de puré de papa y un caminito de ají con cebolla. También solicitó tres vasos de chicha y una musiquita para que le resbale la jora por el garguero calcinado. Comió en menos de cuarenta segundos y se apresuró para buscar un bus con el fin de retomar su viaje. No encontró ninguno.

encuentra a Tesarulo, un joven que llevaba en una chatarrita de color naranja, cuatro vacas que serían rematadas en la ciudad el día sábado. Ya se estrenaba el sol sobre las copas de los árboles y los de la chatarra naranja iban narrándose sus aventurillas. Camilo, de vez en cuando sacaba el brazo por la ventana del carro para aventar una que otra basurita que encontraba entre sus uñas.

Ya eran las seis de la mañana y Camilo transitaba por el pueblo buscando solución a su problema, deseaba llegar antes del mediodía a la ciudad. Entre la melodía de los gavilanes, se le vino a la mente la imagen de su madre agonizante, las lágrimas le salpicaban de las profundidades. Sacó de su calzoncillo una libreta de ahorros de color azul con letras doradas que decía:

Empezaban a divisar el gran letrero de color verde con letras blancas que decía “Bienvenidos a Guayaquil”.

BANCO NACIONAL PATIBULO. Cta. Perteneciente a: Camilo Montesdeoca. Ciudadano adulto de 57 años. 8:30 de la mañana. Camilo deambulaba por la aldea y

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10.30 de la mañana. Tesarulo acercó a Camilo hasta el terminal terrestre. Las vacas que serán rematadas el fin de semana en el mercado, también se despidieron. A las 11 de la mañana, el errante compró en una tienda un yogurt de mora con un paquete de galletas de vainilla, que le provocaron un pequeño malestar estomacal. A las 11 y media llegó al Banco, pero lo encontró cerrado y rodeado por una muchedumbre que pedía a gritos la

devolución de su dinero. Camilo presintió que sus ahorros estaban en peligro. Se acercó prepotente al guardia, quien reaccionó con violencia, afortunadamente, solo le torció el pulgar. Enseguida, sintió trampolines en su estómago y corrió a buscar un baño. Mientras corría, recordó la fecha de expedición en el envase del yogurt: Vence el 1 de marzo de 1999 —pocos días de industria, provocaron una fuerte indigestión al pobre organismo, —pensó. En el mercado, los únicos sanitarios útiles estaban cerrados.

quizás de las morcillas, el ají, la chicha, el yogur, las galletas, la infamia, la pérdida de su dinero o la muerte de su madre... “…que los pobres coman pan! y los ricos mierda, mierda…”

Al fin, Camilo encontró un almacén de muebles abierto y se introdujo silenciosamente en el baño. Afuera la gente protestaba con llantos la injusticia. El empleado del almacén encendió la radio y la dejó en una emisora; alzó el volumen: “Cuando quiera el Dios del cielo/ que la tortilla se vuelva...” Camilo en el retrete desfogaba su coraje y el malestar

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Marco Tulio García. 65 años. Pichincha.


Parte del río Alejandro Aulestia Tapia. 27 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

Te miro las mejillas rotas por el frío y estoy tentado a abrirte los párpados para verte los ojos una vez más antes que te vayas para siempre. Te acaricio el pelo que está más seco que la cabuya que nos calentaba en el lecho. Mili, mi poncha pequeñita, tus manos están abiertas a lo que venga. Vos que apretabas la vida con las manos hasta que las uñas se marcaban en tus palmas, te vas sin haber dicho nada. Te vas sin escupirle la cara a la tristeza. ¡Cómo me enoja que te hayas ido dejándome tan viejo, tan débil y sin fuerzas para pedir lo que era tuyo! Ahora no te queda ni un lecho donde descansar esta muerte implacable. Paulina Basantes. 40 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

¿Qué boca pastosa ordenó quitarte lo que habías guardado para que te puedan ir a dejar flores ahora que no

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estás? Tú, que imaginabas otra vida después de ésta, en la que te dejaban rosas blancas y una estampita de la virgen encima de la tierra. Ahora estoy solo, sosteniendo tu cuerpo en la sala de baldosas celestes, tragándome las lágrimas y reuniendo la ira en las piernas para soportar la artritis que doblega mi cuerpo, pensando que ni la caja de caoba con adorno de olivos puede ser posible luego de lo que nos hicieron. Y la vergüenza de cargar con tu cuerpo por las calles, resistiéndome a la tentación de mostrarte ante las puertas del banco para que me den un lugar donde guardarte. Pero tú eres más digna que eso, porque eres más grande que todos ellos. Ninguno merece verte las mejillas carmesí, las arrugas de ríos andados y los labios de cartón. Con la fuerza que me queda, me aferro a la promesa. Ese juego de adolescentes ingenuos que se juraron un amor tan infinito como las estrellas.

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Esa noche en el árbol del parque central, tus labios eran transparentes a la luz azulada de la noche. Tu boca llenaba las palabras… “Nos vamos al río, si tu me dejas, me voy con el río” y tu dedo guía esas palabras hasta mi boca. La noche estrellada confirmaba lo que ahí era juego y ahora es ironía. Lentamente abrazo tu cuerpo, beso tus labios duros por la miseria, me sostengo el corazón con la boca y maldigo contra el viento esta suerte de viejo pobre. Me duele ver sus caras de televisión en vivo, con el micrófono pegado al saco pidiendo perdón con los dedos cruzados bajo la mesa y regalándose el dinero que hubiera roto esta promesa. Cierro los ojos para respirar tu olor a amor de primavera, escucho el río rompiendo las rocas a miles de siglos de distancia. El aire me da la bienvenida, doy el salto que nos va a unir en la eternidad. Te digo mientras caemos, muy suave y al oído, que te quiero. El agua rompe nuestros cuerpos, los disuelve, y ahora tu y yo, ya somos parte del río.

Santiago Illescas Arpi. 30 años. Azuay.


Locutorio 3:30 Luis Minda. 22 años. Pichincha. Quito, 15:34 —Los guaguas y yo te extrañamos. Mallorca, siete horas de diferencia. —Yo también. (Él mira las noticias en un canal español). —¿Estás comiendo bien? —Aquí no es como allá, me hacen falta mis papas con cuero y mi cuisito con harto ají. (Él raspa la olla del arroz de ayer). —Cuando vengas, aquí te vamos a estar esperando con un platote de papas y el cuy más grande de los que cría la Lupe. (Ella mira la fotografía que siempre lleva en su cartera). —¿Cómo está el Jairo? —Bien, este mes sale a vacaciones. Me dijo que quisiera que estés aquí para que jueguen futbol. —Dile que le voy a mandar el play station que me pidió. (Suena el timbre).

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—Ya mismo se cumplen tres años de lo que te fuiste. (Ella con los ojos llenos de lágrimas). —Sí. Pero les he mejorado la vida. (Él abre la puerta, le dan un beso). —Pero nos haces falta aquí, yo no quiero que mis hijos se dañen como los del compadre; la mayor ni terminó el colegio y se hizo de marido, onde tan iría, y el otro solo se sabe que le encontraron bien fundeado en la quebrada; los pobres abuelos qué van a hacer, si ya están mayores… —Tranquila, para eso te quedaste vos. Yo les mando plata para la educación y para que sean personas de bien. (Él se sienta acompañado en el sillón). —¿Y, cómo está el trabajito? —Duro como todo, subir, bajar cemento y bloques todo el día. Pintar, mezclar ya sabes como es esto. (Él se enoja, se levanta. Lo toman de la mano, se sienta de nuevo). —Si, ya me imagino. Hubiéramos estado bien aquí juntos. Te quiero tanto Miguel. Ya regresa. (Ella llora en el teléfono).

—Ya vas a empezar. Todo lo hago por ustedes, por su futuro. (Él cambia de canal. Solo noticias, hoy se cumplen tres años del feriado bancario en Ecuador) —Con lo que has mandado ya hacemos la casita y vivimos aquí juntos, ya ven. —No todavía, tengo que juntar para el negocio. —¿Y nosotros? ¿Ah? ¿No te importamos verdad? (Ella calma su ira golpeando el suelo con su pie). —Tú sabes que si pero… (Él se voltea, le hacen señas). —Pero nada. Prometiste volver cuando tengamos la plata para la casa. —Si voy a volver, pero cuando tengamos algo asegurado. (Él recibe un masaje en los hombros). —Bueno, te quiero mucho y te voy a estar esperando para vivir juntos como Diosito manda. —Si, yo también. (Él no supo que contestó. Se distrajo viendo como caía la blusa de su compañera). Alguien golpea la puerta de la cabina. Le señalan un reloj.

—Ya mismo se me acaba la plata. —Bueno, el veintinueve revisarás la cuenta, te mando lo de la quincena. —Gracias. Te amo y los guaguas también, aquí te estaremos esperando con los brazos abiertos, cuídate mucho, nunca te olvides de… La llamada se corta. (Ella se durmió abrazando a sus cuatro hijos). (Él se durmió entre las piernas de una extranjera). No volvió…

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Milton Muñoz. 16 años. Santa Elena.


Habitación en el Taj Majal Kenny Oñate Quiroz. 21 años. Pichincha. Me gustan los textos de las abuelitas en las películas como en “Blue Valentine”, cuando la chica quiere terminar con su novio y le pregunta a su abuela si se puede confiar en uno mismo, y ella le contesta: “Eres una buena persona, tienes derecho a confiar en ti misma”. O como en “Persépolis”; antes de que Marjane parta a Francia abandonando Irán, su abuela al despedirse le dice: “En la vida vas a encontrar muchos pendejos, permanece siempre íntegra a ti misma y al lugar de donde provienes”. ¡Cómo quisiera que Mari—Bí me aconsejara, ahora que Bruna está molesta conmigo y no me contesta los mensajes! Pero Mari—Bí solo me da silencios y miradas perdidas. Aún así, me gusta estar con ella, son los únicos momentos en que puedo permitirme recordar a Papo. Somos como treinta nietos en total, pero soy yo el que la llevo a las citas médicas. Aprendí a amarla durante

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mi infancia más que ningún otro de mis primos; tal vez fueron las coladas de maduro, o que me enseñara a hacer castillos con los naipes de la baraja. Recuerdo que al terminar los castillos con el equilibrio, precisión y la motricidad de un niño de cinco años le preguntaba: “¿Está lindo abuelita?” “Sí mi corazón. Es tan hermoso como el Taj Mahal”, y entonces me contaba la historia de ese mausoleo que el emperador Shah Jahan mandó a construir en honor al amor que profesaba por su esposa. Observo mientras la logopeda le hace hacer esos ejercicios que no la ayudan en nada. Después pasamos por el médico internista y es lo de siempre. —¿Cómo está? ¿Cómo ha pasado? —Pa-pa-ya, papaya —contesta Mari-Bí. —¿Está comiendo como le dije, sin sal? —Papaya, paaapaya —vuelve a contestar con los ojos perdidos y con el brazo derecho vuelto una garra temblorosa. Entonces el médico suspira y dirigiéndose a mí,

explica que la presión está bien controlada y que le siga dando las pastillas. “Accidente cerebrovascular” dijeron los médicos. Pero esa es la explicación fácil, lo difícil es decir que Mari-Bí quiso seguir a Papo y no le alcanzaron las fuerzas. Tal vez fue que lo quería tanto, o tal vez que fuera yo, con ocho años de edad, el que me tocó encontrarlo colgando de una soga, con una silla debajo, caída en el piso y el televisor encendido en el noticiero. “Fue por el Feriado Bancario”, alcancé a escuchar a alguien en el funeral.

—Para eso es la platita que tanto he ahorrado —decía— Para ir a Kuala Lumpur. Y yo salía corriendo por toda la casa repitiendo Kuala Lumpur, Kuala Lumpur, porque me gustaba el sonido que producía. Acompaño a Mari-Bí de regreso al hogar de retiro donde vive. A veces me gusta imaginar que todavía viven conmigo y que cuando regreso de la universidad y mis padres están trabajando la casa no está vacía y Mari-Bí me habla y da consejos en lugar de repetir esa palabra en la que quedó atrapada para siempre.

Desde entonces, cada vez que papá nos decía con felicidad que el feriado estaba cerca, yo subía a mi cuarto a llorar y durante el tiempo que duraba el feriado, sentaba a todos en la sala conmigo a ver películas y no dejaba que nadie se moviera.

Pero me alegra que viva aquí. La cuidan bien y el lugar es lindo. Tiene largos corredores iluminados con luz natural, y adornados con jardines colgantes y bebederos a los que se acerca el mirlo y el ruiseñor. Así debe ser el Taj Majal.

Papo siempre me contaba sus deseos de conocer el mundo y llevarse consigo a Mari-Bí.

Acuesto y arropo a Mari-Bí, la tomo de la mano y le doy un beso en la mejilla para despedirme. Le dejo abierta

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la ventana que tiene una vista espléndida: áreas gigantes de jardines distribuidos en terrazas hasta donde la vista alcanza, rodeados por un arroyo. Me quedo un rato en el alféizar de la ventana observándola; imaginando que ella y Papo están juntos en esta habitación, y que esta ventana da a algún lugar lejano al que viajaron con ese dinero que se quedó para siempre en el banco.

Byron “Loco” G. 28 años. Galápagos.

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Andrea Hidalgo. 22 años. Cotopaxi.

Andrés Ganchala. 23 años. Pichincha.


Atrapado José Antonio Sánchez. 23 años. Pichincha. Estaba sentado en su silla de madera con acolchonamiento tan cerca como podía de donde golpeaban los últimos rayos del sol que teñían de anaranjado y violeta la tarde. No quería moverse de allí. La silla era incómoda, pero era la única estable alrededor. Los demás internos estaban obligados por las circunstancias a acomodarse y sentirse miserablemente. Unos con las piernas cruzadas, otros apenas en cuclillas y unos pocos, acostados de manera lamentable en el suelo de cemento mugroso. A su espalda, se levantaba una edificación no muy grande, como testigo sin tiempo del centro de tratamiento psicológico que había sido una vez. Ya no podía llamarse tal, porque hace tiempo había dejado de recibir fondos privados y públicos. En sus ojos se delataba una sensación melancólica que el encargado del recinto atribuía al constante ruido de autos, al sonido de la vajilla chocando en la cocina, al ladrido de perros

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desconocidos, o a cualquier otra cosa sin importancia. Al fondo, apenas se oía el murmullo de una radio que anunciaba la devolución de fondos a los afectados del Feriado Bancario. —Hernán, ¿está bien? ¿En qué piensa? —En la radio, en lo que dice… eso de la devolución. ¬¿Ya es junio? —y al pronunciar la palabra devolución, sus ojos se iluminaron con un candor perdido entre la niebla de la locura—. —No —contestó el otro—, noviembre y del 2012. Ya olvídelo hombre, eso fue hace tanto. Si esos delincuentes pudiesen ver lo que fue y lo que es ahora usted, luego de relativamente pocos años… —¿Cómo sabe lo que fui o lo que soy? Hay golpes que a uno lo cambian a diario, que son como delitos permanentes, que a uno le van robando el aire, la sonrisa,

la vida y la compañía. Y eso termina cambiándonos irremediablemente… Teníamos un aserradero, ¿sabe? No esperábamos ser millonarios, no lo necesitábamos, nos teníamos. ¿De qué sirve el dinero que me quieren devolver si no va a llenar ni consolar este vacío que crece incesantemente? —Lo sé porque me lo ha dicho y siempre opinaré que tiene que dejarlo ir. Son ya demasiados años, ¿cuántos van?, ¿diez?, ¿doce? —Trece —contestó tajante—. Trece años de no entender. De no poder olvidar. Y al fin devuelven el dinero. Ojalá a alguien aún le sirva. Supongo que sí. Nadie rechazaría su dinero de vuelta. Pero yo no lo quiero, sería como cobrar un recuerdo para guardarlo en un lugar que me trae peores recuerdos. Una vez leí que uno es viejo cuando detrás de un recuerdo siempre encuentra un mal recuerdo, o algo así. Yo no puedo olvidarme de ese día, aunque me sienta viejo y usted insista. Y no

podré olvidarme porque fue un 8 de marzo. Ocho de marzo de 1999. Al principio, mi Zoila y yo ni nos enteramos porque teníamos la costumbre de quedarnos jugando en la cama cuatro días al año: su cumpleaños y el mío, Navidad y el día de la mujer. Su día. Hasta he pensado que tal vez sea cierto lo de Mahuad y las mujeres porque hacer eso justo ese día… no sé, no me haga caso. Pero no me olvido, porque cuando mi Zoila se enteró que nos quedamos en la calle se encerró a gritar, a llorar, a romperlo todo. Con ese dolor grande y diferente que sentimos a veces, cuando nos duele el país. Y no me olvido porque mi Zoila se preguntó miles de veces ¿qué vamos a hacer? Encerrada en nuestra habitación, sola, sobre nuestra cama. No me gusta pensar que eso hacía durante esas cuatro horas que me parecieron insostenibles, eternas, aprisionadoras…. Creo que lo que le hizo lanzarse por la ventana fue la sensación, -que a veces también me atrapa- de querer encontrar respuestas colgadas en el aire. Y luego yo, con mis flores del 8 de marzo, parado frente a su cuerpo inerte, con los ojos

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llenos de lágrimas pero sin poder sacarlas hasta el día de hoy. Y esa palabra, esa palabra verde aceituna como grabada para siempre en mi retina: “Progreso”. —No se vaya Hernán. Y no piense más en eso. —Ya regreso, voy a apagar la radio.

La maestra Alberto Ramírez. 42 años. Manabí. Qué rápido pasan los años pensaba Doña Carlota al mirarse las arrugadas manos, que temblorosas, sostenían la notificación donde aceptaban su pedido de jubilación. 42 años de profesora ahora reducidos a un papel que oficializaba su retiro. A su memoria venían las caras de tantos niños que provocaban risas y nostalgias. Lo único que llevaría hasta sus últimos días de vida. Se levantó de la silla de la oficina de personal y se dirigió a la de contabilidad para que le indicaran dónde podía retirar el cheque de su liquidación. Feliz, vio la cifra de tantos ceros, tantos millones de sucres. Ahora a pensar con la cabeza fría, se repetía a sí misma, los consejos no habían faltado de familia y amistades. Lo mejor era ahorrar y ponerlo en pólizas. Lo que te va a pagar el seguro no te va alcanzar para vivir, le habían repetido muchas veces, y era verdad, así que, aprovechando el

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día se dirigió temprano al banco más recomendado, el que ofrecía los mejores intereses. Cinco minutos de viaje en taxi y llegó a la oficina bancaria. ¡Qué hermoso edificio! Miraba el piso de mármol y las enormes oficinas. Se acercó al lujoso escritorio más cercano, el encargado con elegante traje, anillos de oro y hermoso reloj lucía como exitoso empresario, digno de confianza. Posterior a la innumerable letanía de los beneficios que obtendría con su inversión, gustosa firmó los papeles que le trajeron y en menos de media hora, salía con la carpeta que la acreditaba como inversionista. Ahora, a celebrar. En casa la esperaban, se sintió tranquila, su vejez estaba asegurada. Doña Carlota no podía creer el torbellino de acontecimientos que se dieron en un abrir y cerrar de ojos. Su frágil seguridad se desvaneció. La angustia ahora era un dolor en su pecho. Con pesadez de alma y cuerpo, se dispuso a acudir nuevamente al lujoso banco donde dejó su dinero. Lentamente bajó del bus que la dejaba a

dos cuadras, al llegar a las puertas, otros con caras largas, tristes y con evidentes signos de haber llorado largo tiempo, la acompañaron a leer el escueto comunicado pegado en la puerta. Sentía como la impotencia crecía con cada letra y al final, al llegar a la firma oficial, las lágrimas afloraron. Dio media vuelta para nuevamente recorrer las dos cuadras que la separaban de la parada de buses. Los años pasaron y ya no creía en las promesas que cada día escuchaba. —¡Qué vendo ahora para pagar las deudas! —se preguntaba diariamente—. Debía más en la farmacia que en la tienda. Todas sus joyas se fueron esfumando. Sus amigos y familia en algo ayudaban pero cada uno tenía sus problemas. En la soledad que sentía, su mayor arrepentimiento era no haber tenido un hijo con quien compartir, pensaba que sus niños, sus alumnos, bastaban. Ahora notaba que la amargura de la pobreza era poca comparada con la de no tener descendencia. A quien pasaría su sabiduría y sus consejos.

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Cómo evitaría que la gente que empezaba a olvidar, nuevamente cometiera sus mismos errores. Viendo la televisión la respuesta de pronto llegó: “Concurso de cuento”. Sintió como que un rayo la alcanzaba. Presurosa se levantó, buscó la vieja máquina de escribir. Su dolor y pesares al fin serían compartidos. Puso la hoja y como título escribió: LA MAESTRA.

Carlos Guzmán Ycaza. 37 años. Santa Elena.

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Paulina Basantes. 40 años. Pichincha. Primer Lugar / Talento Adulto

William Galárraga. 14 años. Imbabura. Mención de Honor / Talento Joven


Pablo López Alarcón. 57 años. Pichincha.


Don Inocencio Jaime Vinicio Meneses. 61 años. Loja. Se hizo la luz del nuevo amanecer para mitigar en parte la desesperación de Don Inocencio. Había esperado tantos años para recuperar su tesoro. Por fin, hoy era el día… En sus pocos momentos de lucidez, escuchó en una emisora: “Cobran acreedores de Filanbanco...” Tenía que ir… Los dolores reumáticos no eran un obstáculo; caminar tampoco. Su bastón y la emoción, le devolverían las fuerzas para llegar puntual a la cita. Pensó encontrar el banco a reventar; pero no. Unos pensativos, otros con una amplia sonrisa y en ‘fila india’ esperaban recibir los sucres perdidos hace doce años por los duendes de esa época. Faltaban muchos más, quizás no sabían, o en su afán de reclamar tal injusticia, volaron al cielo y se fueron para siempre.

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Don Inocencio tomó su puesto. Todo le era extraño, desde él mismo. La última vez que estuvo en fila con la libreta, fue en el Feriado Bancario, en el siglo pasado. Hoy estaba allí con su terno color azul marino, un poco arrugado como sus años y descolorido por el tiempo; pero al fin y al cabo, era un “terno de casimir”. De rato en rato contaba cuantos faltaban para que llegara su turno. Parecía una eternidad, como su pena, como su soledad. Sonrió a un amigo que lo distinguió también en fila y cerró los ojos para ahorrar energía y entregársela a sus pies cansados. Sin querer, muchas vivencias venían a su mente. El alzhéimer le permitía no olvidar su pasado lejano, aunque si las acciones presentes. Sintió en sus labios la frescura del primer beso, ofrenda de amor con que ella acalló su verso. Trastabilló y su mente frágil perdió la razón. Como Zorba el Griego, se lanzó al ruedo y danzó un pasacalle. Su voz apagada llevaba el ritmo, solo Dios sabía de su inspiración. El reu-

matismo lo desmadejó al suelo y el golpe le brindó miles de estrellas cabalgadas por los antiguos recuerdos. Allí estaba ella, junto al altar el día de su matrimonio, también apareció Juan, el único hijo, en el homenaje post mortem, por ser héroe de guerra del Cenepa. Estos y otros recuerdos hicieron gala de inolvidables desventuras, golpeando una vez más su débil memoria.

Cuando llegó el turno dijo: Doce millones quinientos mil sucres. La cajera le sonrió, tecleó una computadora y amablemente le entregó quinientos dólares. —¿Solo esto? ¿Y mi platita? —dijo. Volvió la resignación como ayer. Nadie le devolverá su Rosa ni sus esperanzas.

Si hubiera tenido esos sucrecitos para las medicinas que necesitaba su amada, tal vez estaría viva y junto a él en sus noches de sosiego. Mirarían la luna como tantas veces lo hicieron pidiéndole miel para sus momentos de amor. Volvió en sí. El banco daba vueltas sobre su cabeza y la estela del pasado producía una lágrima. Temblaban sus labios murmurando un nombre y sus ojos en el espacio tallaban la figura de Rosa, su eterna amante.

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Paolo Bellitto. 30 aĂąos. Pichincha.


Majil y los Cupria Mariuxi Castillo. 38 años. Orellana. Guillo y Eliza eran dos Cupria que vivían en lo profundo del Yasuní. Allá todo era felicidad, compartían con otras especies y en cada luna celebraban la alegría de vivir. Sus elegantes cortezas, suaves y corchosas eran el centro de atención en la zona. Los Cupria habían sido responsables. Recogían sus hojas para servir de abono a los demás árboles que estaban a su alrededor y almacenaban provisiones para cuando llegue el invierno. Eran considerados consejeros en la aldea por la sabiduría con que manejaban sus vidas. Majil era un anfibio del lugar, conocido no solo por lo feo de su ropaje sino por lo envidioso de su proceder. Hasta se podría decir que de las 93 especies de anuros, Majil era el peor. Éste había estado observando a la familia Cupria, registrando cada movimiento y cada

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detalle. Se ocultaba entre el follaje para espiarlos, hasta que urdió un plan malévolo —Vamos a ver cuánto les dura la sabiduría a ese par de engreídos —dijo para sí—, y puso en marcha su plan. Cierto día, Majil reunió a todas las especies de flora y fauna y organizó una fiesta con los mejores banquetes jamás imaginados. Como era de esperar, la familia Cupria también fue invitada. Eliza adornó su corteza, alisó sus hojas y Guillo desempolvó su mejor traje, digno de esa ocasión. Cuando todos estaban presentes, Majil tomó la palabra y dijo: —Apreciados compatriotas, he estado observando como los Cupria siempre se interesan por nosotros. Nos protegen de los depredadores, cuidan nuestro suelo y nos resguardan de las adversidades del tiempo, en fin, para qué abundar en explicaciones si todos hemos sido testi-

gos del trabajo honrado y silencioso de nuestros grandes amigos —y así, llenando de elogios a Guillo y Eliza lanzó su veneno. —Considero que todos debemos organizarnos para que ellos sean nuestros guías. Hoy propongo que la familia Cupria se convierta en una financiera. Allí todos nosotros depositaremos nuestros recursos más preciados, cada especie se reunirá y entregará sus tesoros a fin de que sea nuestra reserva —concluyó. Los Cupria habían estado escuchando atentamente todo el discurso y siendo de alma noble, no dudaron en aceptar la propuesta. Luego de la respuesta afirmativa, empezó la fiesta: las mariposas hicieron su show, los pajarillos cantaron sus mejores melodías, las hormigas bailaban sin cesar y los trigales reventaron su espigas cual fuegos pirotécnicos que radiaban con la solemnidad del Señor Sol que también acompañaba el evento. Al atardecer todos se retiraron a sus hogares. Eliza que siempre actuaba con prudencia, dijo a su querido Guillo:

—Yo pienso que tendremos que mandar a construir una bóveda que ocultaremos en nuestras raíces, allí estará todo a buen recaudo para no perder el tesoro que nos van a confiar nuestros amigos. Guillo sacudió sus hojas en señal de protesta y respondió: —No es necesario. ¿Acaso no te diste cuenta la confianza que tiene en nosotros toda la región? —Por eso mismo —asintió Eliza—, no quiero defraudar esa confianza, además, debo confesarte que se dice por ahí que Majil nunca se anda por las ramas. Guillo no quiso ofender la suspicacia de su compañera por lo que cortó la conversación, aunque en lo profundo de su ser, algo le decía que debía estar alerta. Llegó el gran día, la región entera se volcó junto a los Cupria. Allí dejaron todos sus tesoros, desde adornos valiosísimos hasta baúles repletos de sabia amontona-

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dos en las faldas de la honrosa familia. Majil observó todo desde la distancia. Ya era tiempo de completar su maléfico plan. Contrató a unos maleantes que con motosierra en mano cortaron a los Cupria dejándolos sin vida. Robaron todo el tesoro y partieron sin rumbo en una lancha a motor, río arriba, dejando solo desolación en toda la región.

César Espín García. 20 años. Manabí. Mención de Honor / Talento Adulto

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—Dime, Gran Señor de la Eternidad, tú que conoces el universo y dominas sus misterios, tú que apareces y te pierdes en las sombras del tiempo, ¿qué simbolizan unos monstruos inmensos y malvados, con vientres descomunales y fauces hambrientas que quieren devorar a mi país, y ellos, los otros monstruos más pequeños pero igualmente feroces y hambrientos que veo en mis sueños?

y exterminadoras. Han invadido países soberanos, han atentado contra la vida de gobernantes que no se someten a su poder y actualmente dirigen campañas feroces contra gobernantes bien intencionados, buscando reemplazarlos por marionetas vende patrias, que en su delirio de grandeza han jurado convertirse en sus mejores aliados y han llegado a firmar compromisos vergonzosos y humillantes con los grandes monstruos. Han producido crisis económicas y hambrunas espantosas y siempre han salido ganando, volviéndose más y más ricos y poderosos, cargando en la espalda de los más pobres del mundo el peso de sus crímenes —terminó de decir y calló.

—No sueñas hija mía —respondió el dios del tiempo—, por la misión que cumplirás, debo mostrarte la realidad: Los monstruos descomunales simbolizan los poderes económicos del imperialismo que antes y ahora han puesto al ser humano al servicio del gran capital y para conseguirlo han provocado guerras sangrientas

Duna golpeada en su juventud por la crueldad de la explicación se desvaneció. Horas después, el dios del tiempo seguía contemplándola con gesto paternal; Duna se repuso vigorosa y rebelde, quiso saber el significado de los monstruos más pequeños, la deidad que conoce la misión que cumplirá Duna se sentó y explicó:

Duna y el dios del tiempo José Sandoval. 39 años. Zamora Chinchipe. Duna, entre temerosa y aturdida por el sueño del que creía despertar, preguntó al dios que tenía a su lado:

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—Los monstruos pequeños son los de tu país, no te asustes, tienes que conocerlos muy bien para que cumplas tu misión, ellos provocaron el Feriado Bancario en 1999, ellos exterminaron el sucre, y te impusieron el dólar norteamericano. Ellos armaron el salvataje bancario y les dieron millones de dólares a los ñaños Isaías y a otros poderosos, mientras el pueblo desesperado no podía retirar sus pequeños ahorros. Ellos le dieron al candidato presidencial Jamil Mahuad, que hoy vive feliz en el imperio, tres millones, cien mil dólares para su campaña electoral con la condición de que ganando la presidencia ponga el país en sus manos y así lo hizo. Ellos hicieron instalar tropas extranjeras en dos paraísos de tu país: en el norte de la Amazonia y en Manta; ellos armaron una gran marcha por las calles de Guayaquil encabezada por un ex-presidente de la república, que vociferaba: “Yo no me ahuevo carajo,” no para defender al pueblo, sino para defender a los banqueros y sus aliados. Ellos redactaron y aprobaron la Ley que creó la Agencia de Garantía de Depósitos (A.G.D.), para asegu-

rar sus bancos y sus préstamos vinculados, sin que les importe un bledo que el pueblo desesperado, al verse sin un centavo, llegara hasta el suicidio. El dios del tiempo conmovido por las atrocidades de los monstruos que aunque pequeños son igual de feroces y malvados, calló. Duna llena de indignación preguntó: —¿Por qué los grandes medios de comunicación no le explicaron al pueblo lo que me acabas decir? ¿Por qué los políticos no movilizaron al pueblo para impedir el Feriado Bancario? ¿Por qué la doctrina del amor al prójimo no movilizó a los creyentes para levantarse? El dios del tiempo se puso muy serio y le explicó: —Hija mía, la gran prensa era propiedad de los mismos monstruos o estaba a su servicio; los políticos en su gran mayoría, solo se repartían el país y a los realmente valiosos los llamaron comunistas y los desaparecieron.

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Ten mucho cuidado con los primeros, pues ahora se oponen rabiosamente a las transformaciones que se están produciendo en la patria grande. Esa patria que soñamos Bolívar y yo en un delirio sobre el Chimborazo hace ya dos siglos. Ellos son muy peligrosos y últimamente le hacen el juego a los monstruos y hasta se han unido a ellos sin ningún remordimiento. Tú deberás continuar la tarea, en tus manos pongo el futuro de la patria… El dios del tiempo desapareció pero Duna sabe que cumplirá su misión.

Cristian Silva. 20 años. Bolívar.

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Quién quiere ser Millonario… Freddy Cerón. 33 años. Pichincha. —¡Buenas días, buenas tardes, buenas noches ecuatorianas y ecuatorianos!¡Bienvenidos al “reality”, no show, en donde nuestros afligidos ciudadanos y ciudadanas encuentran a los causantes de este atraco!¡Los culpables del DELITO DE LESA HUMANIDAD! —¡Y ahora… el mismo de siempre! Aquel quien afirma que esas “decisiones fueron indispensables para evitar un desastre mayor, pero que humildemente pide perdón a cada persona por el tremendo dolor inevitable que esas medidas causaron”… ¡Con ustedes… Jamil Mahuad! —¡Quién quiere ser millonario! ¡Nuestro programa diario de máxima estafa, que se trasmite en las mentes de todos los ecuatorianos cada día! ¡Éste es un programa en dónde todos seremos atracados por nuestro concurrente! Le recuerdo al concursante que solo tendrá “poco tiempo” para contestar con la verdad… ¡Que suene la música de suspenso!

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—Pregunta número uno: ¿Cuál es la causa por la que cientos de miles de ecuatorianos cayeron en la miseria, algunos optaron por el suicidio y alrededor de tres millones se vieron forzados a salir del país?

a) Feriado Bancario b) Feriado Bancario c) Feriado Bancario d) Feriado Familiar

a) Por el Feriado Bancario b) Por el Feriado Bancario c) Por el Feriado Bancario d) Por el Feriado Bancario

Jamil:

Jamil: —¿Puedo usar un comodín? —Diez segundos, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… —Pregunta número dos: el 8 de marzo de 1999, el Superintendente de Bancos, Jorge Egas, ordenó la suspensión de todas las operaciones del sistema financiero durante 24 horas, pero finalmente duraría cinco días. ¿A lo cuál se le dio el nombre de…?

—Bueno… la d, si mal no recuerdo. Última palabra… Abucheos de los ecuatorianos y las ecuatorianas. —Pregunta número tres: ¿Qué presidente declaró un 11 de marzo de 1999 el “congelamiento de depósitos” de los ciudadanos y las ciudadanas por todo un año? a) Jamil Mahuad b) Jamil Mahuad c) Jamil Mahuad d) Jamil Mahuad Jamil:

—Uso el comodín 50/50… Aún así no me queda claro quién. Reclamos de los ecuatorianos y las ecuatorianas. —Pregunta número cuatro: ¿En qué situación todos los ecuatorianos y ecuatorianas vivieron los siguientes desastres? Estado de Emergencia Nacional, la mayor ola migratoria de todos los tiempos, el cierre de aproximadamente el 70% de las instituciones financieras del país… El Ecuador es declarado el país más corrupto de América Latina. a) Durante el FERIADO BANCARIO b) Durante el ATRACO DEL SIGLO c) Durante el GOBIERNO MAHUAD d) Durante la PROVOCACIÓN DE DAÑOS CUANTIOSOS AL ERARIO PÚBLICO. Jamil: —Podría ser la “a”, o la “b”, aunque la “c”… opto por la “d”.

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—1999, en el gobierno de Jamil Mahuad, Feriado Bancario, el atraco del siglo, daños cuantiosos al erario público, a los derechos humanos, económicos y sociales… violación al Derecho de Propiedad… la respuesta es correcta, pero cuéntenos, ¿Cómo lo supo? ¿Cómo intuyó la respuesta? Jamil: —Es que, “El pánico se apoderó del país, los técnicos proyectaron una inflación anual del mil por ciento, en dos meses no habría dólares para pagar importaciones. Decidí cortar el brazo para salvar la vida. Lamento el dolor que la medida causó pero estoy seguro que evitó uno mayor”. —Al pueblo ecuatoriano no le queda más que decir que Jamil, la nefasta “joya” de una derecha corrupta se alimentó del sufrimiento de todo un país, el Zar del Feriado Bancario.

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Jamil: —¡No! “Vivo de dar clases, dictar conferencias y consultorías, así pago mis cuentas; no tengo ingresos fijos, varían de un mes a otro. Puedo pasar aquí otros 20 años, si quieren tenerme lejos del Ecuador, si llego a vivir tanto, pero no probarán que mi patrimonio aumentó”. —No será necesario probarlo, porque en cada lágrima, en el éxodo, en el recuerdo latente de toda una nación, sabremos que esta pesadilla aun sostiene el dolor, la amargura y la agonía en todos aquellos quienes todavía miran desde el cielo y la tierra esperando una respuesta. —Ha sido todo por hoy. ¡Buenas días, buenas tardes, buenas noches ecuatorianas y ecuatorianos! Éste fue el “reality”, no show, en donde nuestros afligidos ciudadanos y ciudadanas encuentran a los causantes de este atraco culpables de DELITO DE LESA HUMANIDAD.

Llegó la peste Pamela Paredes. 24 años. Pichincha. Era uno de esos días en que el sol escasamente salía entre las nubes. Las montañas imponentes mirándonos desde lejos, nos brindaban esa sensación de asombro y pánico a la vez. El aire frío nos penetraba entre los espacios y hendiduras de los dientes, haciéndolos temblar en el vacío que queda entre palabra y palabra. El aire aun olía a desgracia, ya todo había pasado… solo quedaban los sollozos y los ecos llenos de ira que se escondían en los rincones oscuros de las calles… Yo era aún niña cuando ocurrió. Recuerdo aquella mañana, llena de fantasmas y silbidos, donde solo respirar provocaba un nudo en la garganta y las lágrimas se contenían para no estallar. Estaba cogida de la mano de mi abuela y recuerdo exactamente la textura de su mano sujetando la mía mientras me cantaba la canción que yo adoraba: “alza la pata curiquingue, alza la otra…”Yo

no sabía qué hacíamos allí. Todo en aquel lugar estaba lleno de sombras, de risas perdidas y de ausencias. Las horas pasaban y mi abuela me contaba de los sueños que le avisaban cuando se venía la peste. —¿Abuelita, qué es la peste? —pregunté con recelo. —Ya te has de dar cuenta —dijo mirándome largamente. —Pero la curiosidad y el cansancio en los pies me ganaban. Llevábamos horas paradas, así que muerta de la vergüenza, le volví a preguntar y ella me dijo: —En esta partecita de la tierra donde es facilito enamorarse y donde las nostalgias duran mucho más que el olvido, existe gente que se denomina “siete oficios, catorce necesidades”. Lo curioso es el por qué esta gente se llama así. —Un día la naturaleza había planeado traer a varios niños al mundo, pero cuando las mujeres abrieron sus entrañas y sacaron a sus hijos de sus vientres, en esa mezcla de sangre y fluidos, también venía la peste que atacó los senos de las madres que quedaron totalmente secas —continuó.

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—Esta peste avanzó, atacó los ojos de la gente, los indujo a un llanto que no cesaba y durante la madrugada, seguía saliendo sonámbula. La peste devastó las bocas del poblado. Los amantes comenzaron a besarse sin humedad ni calor, los “te amo” se hicieron monótonos. Finalmente tomó los corazones y los entristeció, sometiéndolos a una tortura auditiva, recitándoles palabras, todas ellas sinónimos de la misma tristeza. La peste satisfecha se fue y de los senos de las mujeres comenzó a salir chorros de leche, inundándolo todo, ahogándolos en un paraíso lechoso, acurrucándolos en su sabor maternal. Lo que el pueblo desconocía era que cada cierto tiempo la peste vuelve de diferentes formas a recrear los mismos sentimientos —concluyó—. —¿Cómo comenzó la peste abuelita? —dije abriendo más y más los ojos.

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—Un loco dijo dolaricémonos en la tierra donde vivía un tal sucre y un tal descaro. Allá, donde la gente pregonaba haber perdido su capacidad de asombro, nadie esperaba lo que iba a pasar. Esta vez, la peste llegó pero no se llevó la leche. Se llevó los sueños y las esperanzas de la gente. Desde entonces, ya no bastaba con aprender un oficio sino siete, por si acaso, para mitigar las catorce necesidades. Y es, como decía mi finadita mama Empera, que Dios la guarde y la tenga a su lado, “Caritas vemos, corazones no sabemos”. Sabias palabras de la viejita. Recuerdo que me decía eso esa mañana, cogida de mi mano, muertas del cansancio, respirando la angustia en una fila de las tantas que se hicieron fuera de un banco, en busca de una respuesta.

Marco VInicio Ochoa. 42 años. Azuay.


Pedro MartĂ­nez. 29 aĂąos. Pichincha.


Los ojos del anciano Patricio Guzmán. 47 años. Loja. No sé si usted ha visto Pasar a un hombre viejo —no pudo, es evidente; aún no estaba escrito. (Chantal Maillard) Podríamos iniciar escribiendo que amaneció siendo un día frío, de esos que se ríen con el tiritar de los cuerpos, y también podríamos agregar que fue un día nuboso, de esos que no permitieron que las calles sean arañadas ni por el más leve rayo solar.

Ángel Vallejo. 19 años. Esmeraldas.

Y los ojos del anciano -tema de nuestro cuento-, continuaban ahí, clavados como dos mecheros de iglesia, mirando fijamente hacia el banco, igual que el perro pulgoso de la vecindad que no lograba comprender por qué la gente estaba empujándose frente a esa gran puerta cerrada.

Diez de la mañana. —¡Mierda! ¡Mierda! —Repetía y repetía el anciano con un gesto de enfado que se le marcaba en las arrugas de la frente. Pero el anciano continuaba ahí, eternizándose en el cansancio, igual que sus ojos, que nadaban en las tonalidades tristes de sus propias angustias. Esos ojos en posición de centinelas experimentados que observaban y escudriñaban a los guardias apostados lateralmente a esa gran puerta cerrada, con sus cascos, pantalones verdes, fusiles y rostros agrios. Once de la mañana. —¡Carajo! —El anciano y sus ojos empezaron a enojarse. Ellos muy bien sabían la causa de su enojo. Detrás de esa gran puerta se encontraba su existencia ¿Cómo compraría sus tabletas para la presión alta? ¿Cómo pa-

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garía el arriendo de su cuarto? ¿De dónde sacaría para la comida? ¿Con qué le compraría el regalito a su nieto? Doce de la mañana. Las pupilas se le achicaban. No sé si producto del inmenso bullicio que se formaba a su alrededor, o tal vez producto del lagrimeo que aparecía esporádicamente recorriéndole la piel de la cara. —¿Y si todo esto fuera la payasada de un sueño? —Se dijo.

sus cuentos. Seguro que estoy en una pesadilla —se recriminaba con algo de esa esperanza huérfana que aún le quedaba. —¡Pellízquenme! —gritó pero nadie le hizo caso—. ¡Pellízquenme! —volvió a gritar con la desesperación de una agonía que mordía sus huesos reumáticos. —Viejo loco —dijeron, y lo pellizcaron. Debió ser un pellizco muy duro porque de su boca salió una especie de gruñido rabioso. —Viejo loco —volvieron a repetir, mientras algunos se reían de la situación. A lo mejor ellos también deseaban eliminar esa gran pena que sentían por el banco cerrado.

No podía imaginar que quien había decretado esta medida, era la misma persona que en su campaña electoral, en un gesto por demás mesiánico, le había tocado el hombro mostrándole una sonrisa kilométrica. Esas sonrisas de conquistas de enamorados.

Una de la tarde.

—Ya sé, la culpa la tiene Edgar Allan Poe. No debí leer

—¡Malditos ladrones! —alcanzó a decir mientras

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La soledad de sus ojos le hizo comprender la trágica realidad. Empezó a sentir un dolor opresivo y una impotencia que lo penetraba, perforándole el pecho.

se desvanecía infantilmente, como cuando de niño jugaba a los policías y tenía que morirse porque el ladrón con su pistolita de madera se había anticipado en matarle. En ambos casos, el suelo le sirvió de descanso. Quienes lo vieron por última vez, aseguraron que sus ojos continuaron ahí. Abiertos y valientes. Fijos en el tiempo y esperando con la paciencia de Job que algún día se abra la puerta del banco. Sus ojos permanecieron ahí, tan brillantes, que la gente arremolinada a su alrededor, dudaba que el viejo pudiera encontrarse muerto. Trece años después. ¿Los ojos del anciano continuarán hurgando respuestas en el crucigrama de la injusticia? Vaya usted a saber.

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El gran partido de la banca Carlos Burneo. 29 años. Loja. De un lado de la cancha se encontraba el capitán Majudmagad. Al buen futbolista se lo conoce en la parada, se dice entre los entendidos, y él aparentaba tener todas las características necesarias. Del otro lado estaba un equipo de barrio, que lo convocaron porque tienen que haber perdedores que hagan quedar bien al campeón. Todo estaba previsto, el árbitro fabricó los penales, repartió muchas amarillas y hasta la roja al arquero contrario. Iba viento en popa. Un gol tras otro, bien cantados. Incluso los comentaristas tenían los mismos auspiciantes de Majudmagad. Un “jugadorazo” como le decían.

Daysi Uyana Endara. 21 años. Pichincha.

Majudmagad Vitterinox, tenía estirpe en el fútbol, no futbolístico. Su familia se codeó con los dueños de los equipos del país de las miserias y con aquellos que se encargaban de armar el circo y cobrar las entradas.

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Ellos, los Vitterinox, eran los que le daban el toque sutil al negocio, sin importar el deporte.

magad, por eso los aficionados depositaron en su juego todas las apuestas cuando llegó la final.

arquero incluido. Les regalaron goles hábilmente anulados por los árbitros, mientras Majudmagad contragolpeaba.

Pero Majud, como le decían admiradores y aduladores, era de esos futbolistas que no necesitaban un pasado para forjarse un presente. Aunque un principio viciado lo hacía llevar un lastre. Tenía lealtad sin honor.

De vuelta al partido.

El medio tiempo lo congeló todo, menos al público. Los ánimos se caldearon fuera de la cancha y no se pudo ocultar más la farsa. El partido estaba comprado y el dinero de las entradas bien guardado.

Cuando lo ascendieron al equipo de primera, se paró en la cancha sin miedo a meter la pata y a romper la de otro. Con el puesto ganado puso condiciones y no se olvidó de sus compromisos, así que sacó de la banca a esos petulantes de piernas delgadas, blancas y velludas con los que jugaba en el club. Era curioso verlos. Obviamente les gustaba el fútbol, pero no para sudar la camiseta, sino para hacer negocio. Se pasearon por el mundo en torneos “invitados”, para luego regresar al país de las miserias y llamarse el mejor equipo que jamás existió. La inclusión del equipo de la banca con su pulcritud y piernas blancas daba resultados de la mano de Majud-

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Se jugaba a las 16:30 y el sol aún irradiaba a Majudmagad a pesar del malestar porque las entradas se vendían al triple y en dólares. El público llenó el estadio para aplaudir a quien dio brillo al equipo de la Ciudad Luz y a quien ofreció una copa de aristócrata y no de futbolista, la que solo alzarían los pomposos jugadores, mientras los hinchas solo la verían pasar. El capitán, goleador del torneo, tenía un contrato asegurado para las grandes ligas en el equipo de una universidad, sin importar resultado. El primer tiempo fue para el equipo de la banca. Su estrategia era la especulación, poner a sudar al equipo del barrio, darles el balón y llevarlos cerca de su arco con defensas y

—¡Es nuestro dinero, devuélvanlo! —decían a un lado de las boleterías los hinchas, mientras, del otro lado, reclamaban lo mismo los apostadores, que dejaron su dinero confiando en la seguridad que les ofrecía Majudmagad. Los quince minutos de receso se extendieron más de la cuenta y no hubo devolución. Al iniciar el segundo tiempo Majudmagad y su equipo de la banca no salió a jugar más. Se retiraron diciendo que no hay garantías para ellos, cuando no las hubo para el aficionado.

La insatisfacción se apoderó. El dinero se transformó en angustia. Se dieron cuenta que, además de circo, necesitaban alimentarse, vestirse y curarse. La culpa de todo era de quienes armaron el juego y de los jugadores que se llevaron el dinero. Ante la revuelta, otros socios del club, los del gobierno, comenzaron a repartirse la plata de los impuestos, diciendo que era la plata del circo recuperada. A Majudmagad no se lo volvió a ver. Seguía jugando, pero ahora solo a ser capitán en la universidad de las grandes ligas.

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Ruth Bazantes García. 13 años. Napo.


Uña y mugre Juan Freile. 37 años. Pichincha. El Miguel llegó un poquito antes. Estacionó el carro con cuidado y se apuró a entrar a la casa de Mama Esther. Siete minutos después llegó el Arturo. Las tías no pudieron evitar fijarse en las manchas de sudor en las axilas de su camisa celeste y ordinaria. Ambos saludaron con deferencia a Mama Esther, con cortesía a las tías y con zalamería a la prima Mónica. Entre ellos apenas cruzaron miradas. De guaguas eran uña y mugre, donde estaba un primo estaba el otro. El Arturo siempre llegaba primero en los piques en bici y ganaba el metegoltapa. Eso al Miguel le costaba reconocer en las conversaciones de adultos, pero siempre cedía al calor de los tragos. Hace pocos meses fue la última vez que se vieron. El Miguel iba de traje. El Arturo no.

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La tía Laura sirvió los aperitivos un poco antes que el Arturo se acercara a la mesa. El brindis encontró al Arturo fingiendo interés por un retrato familiar en la pared, y al Miguel simulando atención a las palabras cuidadosamente seleccionadas de la tía. Los primos se sentaron en las esquinas opuestas de la mesa.

palmoteándole la espalda y saboreando lo que para él era una victoria. Se llevó al Arturo del brazo donde el supervisor comercial y ordenó gentilmente que le abrieran una cuenta. Aquellas palmoteadas, ese tirón del brazo y la mucha cortesía le dejaron al Arturo un gustillo acre del que nunca comentó nada.

Con la abuela discurseando en el fondo, el Arturo recordó el día que se encontraron separados por un alto ventanal y una nutrida cuadrilla policial. El Arturo sintió ganas de romperle la pancarta en la espalda. Hacía años que no sentía esos deseos de golpear a alguien, menos a su primo. Cuando eran yuntas, no peleaban casi nunca.

El anterior encuentro fue brevísimo. No se saludaron. El Arturo enarbolaba una pancarta pintada a mano. “Devuelve lo que no es tuyo”, decía, rematando la frase con resaltados signos de exclamación. Sus ojos estaban enrojecidos por la ira y los gases lacrimógenos. El Miguel alcanzó a verlo desde la ventana de vidrio blindado del vestíbulo del edificio. Acababa de salir de la última sesión de directorio. La decisión era definitiva: Congelar los depósitos.

La mirada fija del Miguel llamó la atención de la licenciada Estrella que acompañaba al Arturo. Cuando la licenciada le señaló con el dedo, el Miguel desvió la mirada. El movimiento de su cuello fue rápido, pero no lo suficiente para evadir los ojos del Arturo. Por un instante, los primos se miraron profundamente.

La mirada del Arturo se quedó estática desde el discurso de Mama Esther. Las tías, inquietas, empezaron a disparar preguntas al Miguel. Él respondía pretendidamente distraído. Las pocas preguntas al Arturo fueron respondidas con tajantes monosílabos.

Cuando lo vio izando ese tragicómico cartel, el Miguel recordó aquella vez que encontró al Arturo en la fila del banco. —Ha pasado el tiempo primo —le había dicho

La cena fue larga por la cantidad de platos que siguieron después del aperitivo. Mama Esther cumplía noventa años. Antes del postre, ella tomó la palabra. El Arturo levantó por primera vez la mirada que había mantenido fija en la mesa. Recorrió despacio los rostros de los presentes hasta dar con el Miguel. Este demoró en devolverle la mirada.

De pronto, el Arturo se levantó haciendo sonar la silla, en el lustroso piso quedaron marcadas las huellas de su irritación. Una docena de exaltados ojos le siguieron los movimientos. El Arturo rodeó la mesa lentamente.

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—Las cosas no fueron como piensas, primo. Era eso o la quiebra. Cuando el Miguel dijo estas palabras, el Arturo estaba ya plantado de frente. El Arturo lo miraba fijamente y le perforaba la conciencia con los ojos. —Era eso, Arturo, porque a nosotros nos preocupaba el país tanto como a uste… —Las últimas letras se confundieron con el crepitar de los nudillos del Arturo en el pómulo del Miguel. ¡Devuelve lo que no es tuyo!, fue lo único que pronunció el Arturo, lo último, y se fue.

Diego Armando Matamoros. 17 años. El Oro.

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Tania YĂŠpez. 14 aĂąos. Imbabura.


Lo importante de la vida Edgar Gavilánez. 54 años. Azuay. Apareció impecable, con ese traje oscuro, que realzaba sus facciones. Ahora más que nunca debía demostrar que era valiente y que era hombre. Sí, sobre todo que era hombre. No lo había dicho a nadie, pero sabía muy bien lo que pensaban de él. Sabía que se burlaban de su hombría. Era el maricón en el poder. —Señor Presidente, ¿está usted bien? Se le nota algo desencajado, aunque eso es normal en estas circunstancias. —Si, si, así es, realmente es una catástrofe —respondió. La catástrofe era que ni su matrimonio le blindó contra esas habladurías y lo terrible era que a pesar de haber pagado lo que los banqueros pusieron para su campaña, pagado obviamente con medidas económicas que los fa-

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vorecían, nunca se sentían satisfechos. Eran lobos hambrientos, y él era el más insignificante de la manada. —Señor Presidente, hemos recibido comunicaciones de los organismos mundiales aplaudiendo la valentía que ha tenido para allanarse a las recomendaciones que nos hicieron y si bien habrá algo de conmoción social, lo importante es salvar a la patria y sus instituciones. —¡Qué bien! Realmente me tranquiliza —Dijo sin mucho ánimo. Lo único que le tranquilizaría sería una deliciosa tina de agua espumosa, un suave vino francés y luego lucir esas camisa sedosas recién llegadas de Europa (su ministro le hizo el favor de traérselas); pero sobre todo, si llamara él y pudiera oírle por enésima vez aquello de las siete armonías, eso sí era música celestial. —Señor Presidente, en veinte segundos estará al aire. —Estoy listo.

Veinte segundos… ¿Qué debía hacer? ¿Echarle la soga al cuello del pueblo? ¿Denunciar los grandes intereses que están detrás de toda esta tragedia? ¿Estaba bien la corbata o debía haber escogido la de puntitos? ¿Resistiría su rostro las luces tan potentes? ¿El pueblo se comería el cuento? No había vuelta que dar, si salía bien librado de esta, seguro y bajo juramento (igual al que hizo cuando se posesionó) haría las cosas como debían hacerse y no gobernaría para unos pocos amigos o enemigos poderosos, claro está, renovaría su guardarropa, quizá la colección de Armani o la de Carlos Tupán. —Pueblo ecuatoriano en estas horas de crisis, mi corazón está con ustedes. Tengo que decirles que…

Patria o muerte Rebeca de la Fuente. 34 años. España. Se equivocó la paloma. Se equivocaba. Por ir al norte, fue al sur. Creyó que el trigo era agua. (Rafael Alberti) A pesar de la carga política de su nombre, Lenin Céspedes no era revolucionario, comunista, ni de izquierda. Ni siquiera sabía si tenía ideología alguna. Acababa de amanecer. Sentado en la angosta terraza de su pequeño piso de apenas 50 metros cuadrados, con vista a una angosta y oscura calle a la que no terminaba de acostumbrarse, se preguntaba por qué no había pensado más acerca de todo esto cuando aún era joven, fuerte y tenía esperanza para luchar.

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La sonrisa amarga de la nostalgia remarcaba las arrugas que la sierra, el sol, los años y las penas habían sembrado en su rostro. Tenía 53 años y ya se sentía un anciano cansado. Los primeros rayos del sol de la primavera en Madrid, le recordaron los amaneceres de Quito. Una paloma, ensimismada en picotear los restos de una cena olvidada en el balcón de enfrente, a ratos se detenía y parecía mirarlo, leer sus pensamientos y entender el torrente de tristezas y desesperanzas que le embargan. ¡Pobre paloma! otrora embajadora de la paz y ahora convertida en rata del cielo. El cansado ebanista (no ha dormido esta noche) recuerda que una vez leyó que existen más de trescientos tipos de palomas. Piensa que ésta tendrá también su historia y familia, que, quizás, se lamenta como él, de ser cobarde y fracasada. Representaba candor, sencillez, inocencia, igual que yo, ingenuo integrante de la pretendida, próspera, pujante y prometedora clase media.

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Tal como el bicho éste, ahora soy rata. ¡El día es tan lento sin hacer nada! Nada es respirar, comer y esperar que el minuto siguiente sea diferente, que haya algo que lo sorprenda. Caminar y estar sumando los pasos: uno, dos…veinte. Desganado, contemplar como la aguja del reloj no avanza…espera que desespera… —¡Palooooma! —grita Lenin. Ni se inmuta. Ella comer y cagar. —Palomita, antes no fui así, creía en ti y en todo el cuentito del olivo verde, de portarme bien, de trabajar duro y forjarme un porvenir. Lo que nos costó ahorrar esos sucres, ni imaginas. No es lo mismo estar en una oficina que labrando madera porque acabas la jornada con un dolor por todo el cuerpo que no hay reposo que lo borre. El 8 de marzo de 1999 bien podría haber sido la fecha a recordar porque compré mi casa, me casé o nació la primera de mis hijas. Pero el hueco que atesora mi memoria de esos días, se llama fin de mi economía.

Cuando mi mujer enfermó y la tuve que ingresar al Eugenio Espejo por dos meses, me di cuenta que había que marcharse del país. Nos decían que el seguro también se encontraba en crisis. No nos atendían, pero callamos y aguantamos… Pichoncito, yo me decía que todos estábamos igual, que había que aguantar la mala racha, que ya se arreglaría todo y nos endeudamos porque no alcanzaba y el préstamo hubo que devolverlo a tres veces lo que nos costó. Todo perdido.

Ensimismado, no se ha dado cuenta que la paloma ya echó a volar. Cuando se percata, sonríe, con decisión coge un bolígrafo y escribe: “Si volviera a nacer, elegiría la Patria”. Después, salta por la ventana.

Paradojas de la vida…por segunda vez vienen a desahuciarme. Mi mujer no sabe. Mis hijas no saben. Casi han olvidado que son ecuatorianas. Tendrán que volver. No solo nos echan de nuestra casa, sino que la deuda continúa. Si no fuera tan viejo… No tengo ganas de rebelarme. Me da vergüenza ser pobre otra vez y volver a empezar…

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Washington Mendieta. 21 aĂąos. ManabĂ­.


Francisco Gallegos Calle. 35 años. Cañar. Edwin Dávila Lara. 36 años. Pichincha.

Mención de Honor / Talento Adulto


La basura nos rechaza Xavier Rodríguez. 28 años. Guayas. Contra el pan, unos dientes en harapos. La abundancia del hambre nos putea, nos patea a robar con mente fría el caliente nuestro de cada día. El neoliberalismo o crisis, perjudica tanto a los pobres como a los pobres. ¡Evita la calma! ¡Grítale al pánico! ¡A soltarle la voz y a saltarle al tolete! Te llanteamos fuego. Nos ríen, que si no es por las buenas, es por las balas. Y así, la injusticia se nos mea a carcajadas. Está dura la difícil. ¿A quién le agradecemos tanta mentira? Somos cuatro millones gritando; aquí hay miseria constante y sonante. Y cuando digo miseria no me dirijo a Jorge… sino también a los ministros… Jorge: Querido pueblo, ante cualquier solución que necesites me pongo a mis órdenes. Para ser corrupto es necesario ser banquero. El diablo hizo de las tuyas. De casualidad lo hicieron a propósito. Valemos poco los muchos.

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Jorge nos dice que nos felicitemos por la derrota, pues la pobreza pudo haber sido peor. Su comentario es más inútil de lo que parece. Las mentiras existen para ser dichas. No es un vegetal el rábano, es el interés de la comercial prensa, la imparcial de derecha en la justicia social. ¡Jorge, vaya con dios! Si dios quiere…

No se le perderán los pies buscando, a pesar de quedar inválida ante tanta avenida. Domiciliar en la plaza. Que jetuda, que aduendada, que afuereña, que agranujada. Pero me deseó a traer, y su promesa no está amigajada. Bendecido sea el explotador por tenerla de labriega en el tomatal.

quería abrazarte hasta después de la eternidad. Pero, esto de esperarte es como pintarse las canas de blanco.

La basura nos rechaza. Por eso ahora es prudente actuar con audacia y ella va a tratar de vivir en el intento. ¿Volverá mientras se vaya? Cuando me nació mi madre, la belleza se frenetizó de envidia. La pena nos encontró: te prometo hacer los deberes, te prometo bañarme, te prometo comerme todo, te prometo dormir temprano, pero no te subas. Desdentada de respuesta, me miró: acércate de mí. El abuelo la miró: ¡ven, no huyas valiente! Pero ella es hembra de palabra.

Yo y el día nos levantamos a tener muchas ocupaciones como jugar y jugar. Soy el mejor amigo de mis juguetes. Dibujé un monstruo bien bonito. Alegrosa o mamá, no me olvido de recordarla. Te traje de más y te eché de menos. Esa vez cuando el parque me llevó de la mano a pasear donde la mamá, ese día el helado se comió a mi perro y el maíz se engordó de palomas. Sin ti, no soporto estar feliz. Eres mentira porque pronto es mucho tiempo.

Luego, también, la muerte la salvó de la vida.

La lluvia duele porque su distancia es torrencial. Lloran las lágrimas. Ya vendrán tiempos peores. Blasfemé como dios manda.

Un condenado a muerte decide morir. Mi ausencia será grata con tus ausencias. Junio sabe a drogas porque sabe de sogas.

El abuelo pensó: el Feriado Bancario favoreció a cientos de suicidas.

Me hicieron mayorzuelo de edad. Mi pocilga es un cuarto; hoy, cocinando, hice llorar a la cebolla, sí; vivir en Chunchi sorprende a los magos. ¿Qué novedades te ha contado el día? Antes quería verte un largo ratito. Antes

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El Burofax Estanislao Orozco. 35 años. España. A las ocho de la mañana el señor César Carvajal, lugarteniente del Presidente, salió de su Volvo blindado y subió apresuradamente los escalones del Palacio de Justicia, acompañado, a prudente distancia, por dos jóvenes empleados del Ministerio de Interior. Cuatro soldados se cuadraron a su paso en la entrada del monumental edificio, después, los ujieres abrieron todas las puertas hasta que el lugarteniente y su pequeño séquito aterrizaron en el despacho del Ministro de Justicia, el señor Raúl Armendáriz. Estaban con él, su secretaria y el Viceministro, un tipo repeinado y canoso apellidado Armijos, que era tan alto como un jugador de baloncesto.

Diego Cañar. 15 años. Pichincha.

—César, querido, qué bueno que hayas llegado. Hace treinta minutos recibimos de Washington este burofax. Según me comenta Armijos, es de prioridad uno. —¡Así que esto era! ¿Para eso me hiciste venir?

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—Léelo. Como verás, no es lo habitual... —Sí, sí, Raúl, pero… —Ya sabes que el Presidente, en estos tiempos convulsos, me tiene prohibido que le consulte directamente. Ha ordenado que todo pase primero por ti. —Claro, claro… En cualquier caso, el burofax… míralo, no está dirigido al Presidente sino al pueblo, así que ¿no lo ves? Mira el destinatario, lo dice clarito. —Sí, el destinatario, ahí es donde radica el problema. Fue Armijos quien aconsejó llamarte. —Ya decía yo, mi querido Armijos siempre tan solícito, pero se equivocó, es un mensaje que concierne al Ministerio del Interior, no a la Presidencia. Menos mal que traigo a estos dos. Los acompañantes del lugarteniente sonrieron estúpidamente. —Bien chicos, llamen a su jefe, al bueno de Efraín, y explíquenle que el señor César Carvajal requiere su presencia inmediata en el Ministerio de Justicia.

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El Ministro de Interior, el señor Efraín Rosales, se presentó en el despacho tras diez minutos. Era de lo mejor del Gobierno.

para satisfacer el encargo de Washington con total diligencia.

—Estimados colegas, un placer verlos, díganme —dijo Rosales. —Querido amigo, lee por favor, ha llegado esta mañana de Washington —dijo Carvajal acercándole el documento. —Vaya, vaya, en realidad se veía venir. No entiendo el problema. Está todo bien clarito. —Sí Efraín, pero es raro, ¿no te parece una tomadura de pelo? —¿Quién eres tú para juzgar las motivaciones de las altas instancias? Estamos hablando del Gobierno Federal norteamericano. Y en nuestras actuales circunstancias esto es como palabra proveniente de Dios. Además, esta medida ya ha sido aceptada por el Presidente ¿Acaso no han reparado en el sello oficial aquí? Este documento pone en marcha el engranaje y nosotros somos las poleas. Debemos ponernos a trabajar. Estamos para cumplir órdenes, respetando la ley, por supuesto. No dilatemos más el asunto, sé a quién podemos elegir

Se llama don Santiago. Es un excelente zapatero, ha dejado mis zapatos italianos mejor que nuevos. Tiene su tallercito en el centro, mis chicos saben dónde. Apúrense, tomen el burofax y entréguenselo en mano a don Santiago. Sí, es una medida arriesgada César, pero aquí lo dice bien clarito. Chicos, que haya constancia que el hombre recibe el documento. —Sí, señor Ministro, no se preocupe. ¿Nos permite ir escoltados? Casi nos roban el carro la última vez. —Eso es porque van con cara de pasmados, mindunguis. —Sí, pero… —Nada de peros, se presentan en casa de don Santiago y le entregan el burofax. —¿Nada más? —Nada más.

Esa mañana del 8 de marzo de 1999, don Santiago la recordaría como uno de los momentos más extraños de su vida. Y más, teniendo en cuenta el descalabro general que aconteció después. Sobre las nueve, irrumpieron en su taller dos jóvenes vestidos con trajes caros, muy asustados, le entregaron un papel que aseguraban era importantísimo y le obligaron a firmar un recibo. Don Santiago observó el papel y lo dobló. Apenas sabía leer, esperó la llegada de su nieto ya que los sábados solía pasar a saludarle. El pequeño Nicolás llegó sobre las doce, descalzo, contento y comiendo un pan. Abrazó a su abuelo y comenzó a leer. Era un mensaje bien clarito, nada complicado. Sonó incluso dulce en labios del niño: “FERIADO BANCARIO. DESTINATARIO: EL PUEBLO. ENTREGAR EN MANO.”

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Diego Zambrano Arteaga. 26 aĂąos. ManabĂ­.

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Congelados José Romero. 29 años. Canadá. A simple vista era un día como cualquier otro, pero la tensión y la angustia se sentían en el aire. Eran las siete de la mañana de un lunes 8 de marzo y una noticia radiotelevisada había dejado atónitos a todos quienes llegaron escucharla: El gobierno había declarado un “Feriado Bancario” de 24 horas, el que finalmente, se extendió mucho más. El jueves los bancos seguían “de vacaciones” y en la noche, el presidente Jamil Mahuad declaró un congelamiento parcial del dinero de todos los ecuatorianos durante un año. La reacción no se hizo esperar. A la mañana siguiente en la mayoría de las radios convocaron a la población a manifestarse contra la desfachatez, la corrupción e inconstitucionalidad de tal medida. Los ciudadanos de las más grandes ciudades del país se congregaron a protestar alrededor de las

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principales entidades gubernamentales. Los buses de distintas provincias se llenaron y salieron con destino a la capital. Un mar de gritos y protestas se dirigieron al palacio de gobierno. En su camino, atacaron al edificio del Banco Central del Ecuador con piedras y palos, rompieron la puerta principal, amordazaron a los guardias turbados por la multitud e inundaron las escaleras y pasillos hasta capturar a los principales responsables de las medidas del “salvataje bancario” que había sido adoptado desde fines de 1998. Amarraron a todos los altos directivos del Banco Central y volvieron a la calle. Se armaron comisiones conformadas por cientos de personas que se dirigieron al Ministerio de Finanzas, a la Superintendencia de Bancos, a la Contraloría General del Estado y al Congreso Nacional. No era justo que todos los ecuatorianos fuesen obligados a pagar las consecuencias de los desmanes y la codicia de los banqueros que tanta opulencia habían demostrado los últimos años. Además, no se podía

aguantar tanta mentira. El presidente había afirmado repetidas veces que “jamás se iba a incautar el dinero de los ecuatorianos”. La prensa había denunciado ampliamente el corrupto manejo que habían adoptado los banqueros a partir de las leyes que promovió Dahik en 1994, que “liberalizó” y “modernizó” la economía. Razón por la cual, el dinero de los depositantes había ido a parar a empresas de los propios banqueros, a paraísos fiscales y a empresas fantasmas que desaparecerían sin rastro alguno. Los testaferros abundaban y el dinero desaparecía de los bancos. No se podía aguantar más. Había que impedir que abusen del trabajo y del ahorro de miles de ecuatorianos. Ya no podían engañar con su jerga de banca, riesgo país y otras vainas. El pueblo estaba informado. Comprendía sobre economía. Los ecuatorianos no iban a pagar con fondos públicos una crisis privada de los grupos más poderosos del país. El centro de Quito se llenó de gente. Ni los perros ni los gases lograron disolver las marchas que se dirigían al

palacio de gobierno, donde estaba el insomne presidente, títere de la banca, que intentaba edulcorar sus crímenes por acción y omisión con frases de libros de autoayuda y sabiduría oriental, que nada tenían que ver con el descaro y la mitomanía que lo caracterizaba. La turba enardecida logró ingresar al palacio y Mahuad no tuvo escapatoria, todo fue demasiado rápido y muy violento. Nadie se hubiera imaginado lo que sucedió. Los ecuatorianos son gente tranquila y pacífica, hasta que erupcionan como un volcán. Y ese volcán llegó al palacio de gobierno, inundó los pasillos, destrozó los símbolos del poder y la “democracia” hasta que alguien gritó: ¡Ahí está ese desgraciado! Una Asamblea Popular se instaló en la sede del Congreso, donde se realizó un juicio público a todos los responsables de la crisis. Los abogados de los acusados sudaban como si estuvieran en un baño turco. Los periodistas colaboraban con la presentación de pruebas

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contra los acusados. La gente estaba harta de tanta corrupción, así que el veredicto fue unánime: Los congelados iban a ser ellos. El Cotopaxi los vigilaría, hasta que algún día, quizá, cuando se sepa qué hacer con ese tipo de gente, se busque una tecnología para descongelarlos. Porque jamás, jamás volverá a soportar tanta corrupción e impunidad en el país.

Doménica Catota. 5 años. Santo Domingo de los Tsáchilas. Tercer Lugar / Talento Joven

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Sinopsis de cuatro números Antonio Vergara. 36 años. Guayas. Decide seguir trabajando. Regresa, se cae, se levanta. Se siente un hombre con alma de quijote. Lucha abatido, cosecha y siembra. Mira con atención los adagios de turno, una inquietud solariega a lo lejos. Festejos dolarizados con millas vergonzosas de explotación. —¿Es que la historia del hombre es una onomatopeya? —se indaga. Se responde como un triste aluvión. Siendo en el palacio de la pobreza un número más del millón.

Gabriela Fonseca. 17 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Joven

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Miserable Christian Cholango. 28 años. Pichincha. Desde hace poco decidí desconectar el corazón de mi memoria para no gritar y sumirme en la desesperación. No, ya no más. Un año hace ya de lo sucedido. Entonces, recuerdo mirar a la gente tranquila, serena y sin sospechar lo que vendría. Todos aún teníamos fe. Un hombre desafortunado yacía olvidado y maltrecho en un portal. La gente lo ignoraba, parecía un ser invisible, estiraba la mano esperando unas monedas para vivir. Yo lo vi, miré sus ojos. Tenía monedas y no se las di, pensé que era un vago que por sí mismo arruinó su destino. Que era un ebrio o un loco perdido. Solo lo miré de reojo, apresuré el paso y me alejé simulando no verlo. La suerte que tuve y mi posición en ese momento me condujeron a tomar esa decisión. Es increíble como actuamos frente a alguien a quien no conocemos cuando contamos con monedas en el bolsillo.

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¿Así pensaban aquellos cómplices y artífices del vil suceso? ¿La gente cambia cuando se está por encima de los demás? ¿Cuán perverso se puede volver alguien con el poder que adquiere? Fui testigo de lo que son capaces. De hecho, todos lo fuimos. Pero ellos pusieron lápidas sobre ancianos aún con vida. Por avaricia nos despojaron de nuestra identidad y condenaron a los jóvenes a perder la fe. Como perros rabiosos defendieron su guarida con ansias de poder y trataron de ocultar el resultado de su incompetencia. Como viles delincuentes confabularon para que lo que en sus manos desapareció, sea robado de los bolsillos de todos. Es marzo del 2000. Tengo 47 años. La humanidad no sucumbió después de todo, como afirmaban los profetas ya desaparecidos. Hoy, a los charlatanes, se los recuerda como maliciosos y llenos de codicia, sin embargo, sí pasó. El mundo de muchos se destruyó en manos de un miserable. Bastó un hombre, cuyo nombre solo evoca

repudio, profetizó bonanza y solo causó desastre. Llegó al palacio y desde allí, se repartió la patria con sus cercanos benefactores Los sueños y esperanzas de muchos terminaron ese día. Las promesas con sonrisas se cambiaron por declaraciones infames. Miserable... ¡Cómo pudiste! ¡Cómo fuiste capaz! También a mí me afectó. Mi esposa ya no está, la impresión fue devastadora y murió. Mis hijos decidieron buscar suerte en el país del norte y en la madre patria. Un año hace desde la última vez que los vi y aún no sé nada de ellos. Conservando la única fotografía enmohecida que me queda, espero paciente en aquel portal, ahí donde solía estar aquel hombre a quien no comprendí, no sé si exista todavía, solo espero verlo algún día, estrecharle la mano y pedirle perdón.

Niebla Diana Soltysik. 31 años. Guayas. La abuela no pudo ir a ver a su primo, al que se le estaba terminando la vida encerrado en una florentina cama hospitalaria. Hospitalaria por hospital, no por acogedora. (Las palabras y sus trampas). La abuela nació, vivió y se casó en Florencia. Llegó en barco a Guayaquil cerca del año 1955 por consecuencia de la guerra, los nazis y el exilio. Yo había hecho el preuniversitario de medicina en la Universidad Católica de Guayaquil y esperaba los resultados. Si no pasaba, tal vez escogería biología marina. Era el vértigo de los dieciocho años. Ese vértigo que produce la edad en la que hay que escoger una vida. Nací en Guayaquil y aún no conocía Florencia. La abuela me había propuesto volar a ver a su primo. Ella no había

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podido comprar los dos boletos pues yo debería esperar los resultados del examen que me trasladarían a esa carrera de mandil y que estarían el 8 de marzo de 1999. Vino el lunes y con ese lunes vino el caos y el desorden en forma de feriado. Era un lunes y había tres vidas suspendidas.

Ítalo Espinoza. 29 años. Santo Domingo de los Tsáchilas.

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Sucres al mar Marina Gil. 28 años. España. Inti Wiwaruku, indígena del oriente ecuatoriano, ya había ahorrado lo suficiente para poder realizar su sueño y por fin, ver el mar. Muchos años de convivencia con la Pachamama, labrando, amando y disfrutando de los frutos de su tierra, le habían hecho crecer la curiosidad de ver algo que sus ojos no podían imaginar. Le habían contado que al otro lado del país existía algo como su río Napo, pero de agua salada y con una sola orilla, además, que los costeños y costeñas eran personas muy alegres y bailadoras. Eran los primeros días de marzo de 1999, la temporada de lluvias ya había terminado, y aunque los hermosos frutales estaban cargados, partió desde la selva con un burro, el machete, muchas provisiones y sus 328.500 sucres en el bolsillo.

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Después de largas jornadas de camino, sintió un frío que le helaba los huesos y decidió comprarse un poncho que le abrigara. En la tienda, sacó el dinero con toda naturalidad; los ojos de los lugareños se clavaron en sus billetes, le miraron y siguieron sus movimientos con seriedad y extrañeza. Les contó que guardaba, religiosamente, cada día, 100 sucres, desde hacía nueve años en una caja de lata bajo un ceibo. —¿Será que nunca se les ha ocurrido ahorrar? —pensó. Pero era tan tímido que no se atrevió a preguntar nada, además tenía prisa: ¡Estaba impaciente por conocer el mar! Decidió parar para sacarse el poncho que le estaba haciendo sudar bastante y comer algo. Tenía hambre y como ya se le habían acabado las provisiones, entró en un restorán que tenía un menú escaso, muy caro y un cartel muy curioso en la puerta: “Se acepta intercambio de víveres”.

Inti no tenía comida, pero sí mucha hambre y un puñado de sucres. Comió, pagó y se fue. Mientras paseaba, notó que los bancos y la mayoría de los negocios estaban cerrados.

Parecía que la tristeza hubiese invadido el lugar. En realidad, pocas sonrisas había visto durante el viaje. Le apeteció tomar una chicha de yuca, pero allí solo le ofrecían un juguito sacado del coco que vendían a un dólar.

—Debe ser sábado o domingo —pensó.

¿Un dólar? Desconocía que se usaran dos tipos de moneda en Ecuador.

Había pasado aproximadamente un mes desde que salió de la tierra kichwa que le había visto nacer. Llegó a un pueblito con cabañas de caña y calles de arena donde la gente tenía la piel muy oscura y hablaban muy extraño, como si tuvieran una papa en la boca. Hacía un calor parecido al de su tierra, pero nadie estaba bailando como le habían dicho. El océano le esperaba, con sus olas y su fina arena. Inti no cabía en sí de gozo. El día estaba soleado y esa inmensidad era solo para él.

Inti empezó a sospechar que había caminado demasiado, equivocándose de dirección y que había acabado en otro país. Poco a poco fue descubriendo la verdad. En el tiempo que él había estado viajando, el sistema económico nacional había cambiado por completo, dejando a muchísimas familias sin sus ahorros y cambiando el valor de los sucres de tal forma que los que llevaba en su bolsillo ya no servían para nada.

—¿Por qué nadie viene a divertirse a la playa? —se dijo.

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La gente en ese pueblo remoto iba quedándose sin nada que comer. Él y su burrito adelgazaban cada día más hasta que Inti enfermó, le daba vergüenza pedir ayuda porque no conocía a nadie y no podía comenzar su trayecto de vuelta, así que se llenó los bolsillos de piedras, caminó en dirección al mar y aunque no sabía nadar, siguió caminando hacia las olas imaginando que su Ecuador se sentía orgulloso de sus infinitas riquezas y no se dejaba pisotear por las ambiciones del dinero.

Francisco Gallegos Calle. 35 años. Cañar.

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Víctor Hugo Cantos. 25 años. Guayas.


“Lo feriaron” Segundo Rosalino. 69 años. Carchi. El dormitorio en el que descansaba don Jorge, solo contaba con un cuadro con la imagen de Jesús golpeando una puerta, sobre la cabecera de la cama y una ventanita que dejaba ver la claridad del día. Un gorrito de lana y un saco de la vieja pijama, completaban el aspecto cadavérico del hombre. Los agudos dolores y el temblor de sus manos, no le impedían recordar que había sido sirviente de la hacienda Indúgel, extensa propiedad de don Luis del Campo, en la provincia del Carchi. Esta hacienda era una de las desmembraciones del inmenso latifundio conocido como “El Vínculo”, propiedad tan grande, que al decir de los mayores, su dueño jamás pudo conocerla íntegramente. A propósito del rumor de que iban a parcelar las haciendas, don Luis ofreció a los trabajadores a precios

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simbólicos los terrenos de su propiedad. Entonces, lo que fue Indúgel y Canchaguano, pasó a manos de los peones. Don Luis dejó de ser el terrateniente y se fue a radicar definitivamente a Quito, ese “pueblo grandote”, que decían que tenía la cara de Dios. Don Jorge ya no era el sirviente; ahora era el dueño de su finca. ¡Cómo la cuidaba para hacerla producir! Una tarde llegó a visitarlo la hermana que vivía en la Capital. Ella no podía entender cómo su ñaño Jorge seguía viviendo en el campo, aislado de la civilización y sin conocer los Supermaxis, lo convenció para que vendiera la propiedad de Canchaguano y se mudara a Quito, al fin y al cabo, sus hijos ya estaban formados. Don Jorge no podía creer la cantidad de dinero que había recibido por la venta. Era suficiente para vivir una vida tranquila con su mujer sin tener que sacrificarse como cuando tenía la tierra. En Quito, compró una casita popular en Carcelén. El resto del dinero, por

consejo de su hermana, lo depositó en un banco, pues con los intereses tendría lo necesario para vivir. ¡Qué fácil y distinta sería la vida para don Jorge y su mujercita! Consideraba que el negocio que había emprendido, sería de lo mejor; más aún, cuando escuchaba en las emisoras el llamado que hacía el Presidente Mahuad, motivando a la gente para que fuera a depositar sus dineros a los bancos. Una mañana, su esposa le comentó asustada, que la gente en el mercado estaba muy preocupada por la crisis bancaria que se había declarado en el país; que los bancos habían quebrado y que, por lo tanto, no podrían devolver los depósitos realizados. Esa noticia le cayó como un balde de agua helada a don Jorge. Decidió ir personalmente a averiguar el asunto. Cuando vio que el banco estaba cerrado y con vigilancia policial, pensó en lo peor. Escuchó que el gobierno había mencionado un “salvataje bancario”. Que no devolverían los dineros, porque con esos recursos se lograría conseguir que los bancos no quebraran.

Hasta allí recuerda don Jorge, porque cuando recobró el conocimiento, estaba en una camilla de hospital. Fue el comienzo de sus males. ¡Qué pena! Si no fuera por el bono solidario y la caridad de su familia, don Jorge no estaría recordando esta infamia, en la que él salió “feriado”. Oyó un golpe en la puerta y creyó que era la imagen de Jesús la que golpeaba. Volvió a la realidad, su esposa abre la puerta y entra al dormitorio. Era la hora de tomar su medicina.

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Eduardo Calva. 14 años. Loja.

Jairo Cadena Enríquez. 22 años. Pichincha.


Cocinemos con Mahuad Receta escogida y fácil de preparar para llevar a la quiebra a un país Amalia Ospina. 25 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

Enrollado bancario marinado a la dolarización (Plato Criollo) Ingredientes: 3 cucharadas soperas llenas de egoísmo. 1 millón de huevos para tener el descaro de hacerle esto a tu país y a tu gente. 80 matas de ají porque “toda comida mala, con ají resbala”. 10 millones de ecuatorianos (carne fresca).

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PRE-paración:

Cocción:

Antes de empezar a cocinar ponga a calentar las aguas costeñas a punto de Fenómeno del Niño con el objeto de destruir las carreteras y la infraestructura productiva de la costa, permitiendo así la caída de las exportaciones. Al mismo tiempo, mire como bajan los precios internacionales del petróleo de 15 a 7 dólares el barril (1998). Y de ser posible, para darle más textura a su comida, empiece a cocinar la crisis con un desajuste fiscal, producto de una guerra como la de Ecuador contra Perú en el 95.

Con esta base de inestabilidad proceda a preparar el enrollado bancario:

(A)pruebe con anterioridad la Ley de Régimen Monetario y Banco del Estado (1992) y la Ley General de Instituciones Financieras (1994) que permita adaptar el sistema financiero local al nuevo (des)orden económico internacional; y disminuya todos los controles de la Superintendencia de Bancos para facilitar operaciones como la concentración de créditos y la asignación de créditos a socios y familiares de los dueños.

1. Permita que el Banco Central del Ecuador otorgue créditos de 1.000 millones de dólares a los bancos para evitar su inminente quiebra (700 millones a Filanbanco) para luego transferir el déficit al presupuesto general del Estado. 2. Con ese dinero público permita que los banqueros especulen con el dólar. Añada a esta alza, la de las deudas en dólares de los bancos privados, como producto de la liberalización financiera. 3. A esta mezcla agregue 700 millones de dólares adicionales de la Reserva Monetaria Internacional para sostener la tasa de cambio.

4. En un recipiente vierta agua y decrete la flotación del dólar para disparar la devaluación. No deje que un dólar valga menos de 25 mil sucres. 5. Cuando esté a punto de ebullición decrete un Feriado Bancario y meta inmediatamente en la refrigeradora los depósitos del público, por no menos de 3.800 millones de dólares. No retire ese dinero de los bancos privados, déjelos allí reposando. 6. La preparación de la salsa del “salvataje bancario” necesita una Agencia de Garantía de Desfalcos (también llamada de Depósitos) para que emita bonos por otros 1.400 millones de dólares para capitalizar bancos quebrados como el Pacífico y La Previsora. Recuerde pagar primero a los accionistas y a los dueños del banco, y solo si sobra algo, devolver su dinero al público depositante.

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7. Para mayor seguridad, endéudese externa e internamente y prohíba al Banco Central la emisión monetaria. 8. Para la salsa marinera a la dolarización, espere hasta el 10 de enero del nuevo siglo y decrete la dolarización como forma de endulzar el enrollado y tratar de conservar su puesto de presidente. 9. Una vez que la dolarización ha sido anunciada, licue las deudas de los banqueros, empresarios exportadores y petroleros, devaluando el dólar a 25 mil sucres. Puede acompañar su comida de una Biela bien fría, cerveza de la empresa de los hermanos Isaías, financiada por los créditos vinculados. Sírvase bien caliente y espere al 21 de enero para que lleguen miles de ecuatorianos hambrientos a la mesa y le devoren el cargo. Iván Patiño. 27 años. Pichincha.

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Carne de gallina Paúl Hermann. 39 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

Cuando yo me fundeo me siento súper tranquilo, como si nada malo ocurriera. Me siento en la mesa del comedor, abro el tarrito de cemento de contacto y primero huelo despacito, como disfrutando el olor. Después hundo la nariz lo que más puedo y aspiro profundamente hasta que siento una especie de hormigueo en la nuca y detrás de las orejas. Luego de un rato, me miro los Adidas blancos con rojo que mi vieja me mandó de España y que son la envidia de mis panas. Me pongo contento y creo, por un momento, que todo va a estar bien, que mis viejos van a recuperar el billete que perdieron en el Feriado Bancario y que van a regresar a Quito. Imagino, no sé porqué, que mi ñaña va a volver de la misma edad en que se fue. Que papá va a terminar con la señora con la se conoció allá y que vamos a ser una familia como éramos antes. Pero al poco rato, como que se me pasa

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el efecto. Todo ha sido algo así como una ensoñación y recién entonces, me doy cuenta que he estado en camiseta. Siento frio. Me miro los brazos con los bellos erizados y la carne de gallina.

Javier Pérez Estrella. 27 años. Guayas.


El exilio Andrés Espinoza. 33 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

Cuando llegó el Feriado Bancario tuve que salir inmediatamente fuera del país. Tomé lo que tenía a mano y mi rumbo fue hacia los Estados Unidos. El plan era sencillo: Ir allá y buscar una actividad. No bien llegué, pude ver las noticias que daban de Ecuador acostado en la cama del hotel. El caos era mucho mayor del que imaginaba. Gente en las calles, inseguridad, desesperación… difícilmente las cosas llegarían a ser peor. No me costó mucho tiempo adaptarme y estabilizarme. Ahora debía pensar en sacar a mi familia del Ecuador. Sabía que iba a ser difícil, habría muchos peligros. Tendrían que salir a escondidas y con mucho cuidado. Luego de algunos días y con la ayuda de ciertas personas, llegaron todos donde yo estaba. Fue un alivio verlos llegar,

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por fin estábamos reunidos después de todo este tiempo de incertidumbre. Sentí mucho alivio al ver que habían traído el dinero. Mientras, en Ecuador, las cosas no mejoraban así que tendríamos que estar mucho tiempo fuera de nuestro país. Lo peor era extrañar tanto a los amigos, no sabíamos nada de ellos pero suponíamos que estarían bien, muchos de ellos también tomaron un avión y se fueron. Pasó el tiempo y las cosas se calmaron, regresamos otra vez con la ayuda de los mismos amigos que nos ayudaron a salir. Teníamos miedo de regresar porque no sabíamos con que nos encontraríamos. No pasó nada y todo anduvo bien durante algunos años. Hoy mismo regreso a Miami con mi familia. La gente está recordando otra vez lo del Feriado Bancario y vuelvo a tener miedo. Sé que las cosas saldrán bien allá porque cuando se tiene dinero todo sale bien. ¡Qué dura es la vida del banquero!

Jennifer Rueda. 18 años. Orellana.


Resistencia Rafael Nivisela. 43 años. Pichincha. Llegó al hospital con su camisa transpirada después de haber corrido a la farmacia. Entregó los medicamentos al guardia repitiendo varias veces el nombre de su madre —La paciente de la camilla junto al ascensor —dijo—, y con la mano en el bolsillo, acariciando la efigie del soldado de las grandes batallas, recorrió los pasillos de urgencias por interminables horas. Para cuando la noche se ponía más oscura, la noticia terminó por sombrear su vida: —La señora no resistió —le dijeron. Al otro día en el campo santo, aquel joven aguantaba el llanto mientras despedía a la mujer que no resistió ver fundirse su jubilación en la bóveda de un banco, ver partir a su esposo e hijos al otro lado del océano y ver congelarse sus sueños en un solo feriado.

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Aquella tarde vísperas de su mayoría de edad, Antonio sin comprender muy bien lo del infarto, sin descifrar lo de las devaluaciones y sin poder calentar su alma; empezó a oponerse a la vida. Terminado el sepelio, se sentó bajo un árbol. Mientras traqueteaba con la única y devaluada moneda que representaba su capital, ideó muchas veces en cómo seguir a su progenitora. La lluvia por unos instantes lo alejó de sus pensamientos haciendo que deje la morada de las tumbas frías y empiece a deambular sin rumbo. Ya en la calle, los pensamientos retomaron su trama, cada alcantarilla sin tapa, cada auto que cruzaba, cada puente a desnivel, era una opción. Estaba solo. Esto sí podría decirse que era estar solo. Su padre y hermanos en el extranjero, su madre en una fosa y sus demás familiares, víctimas de la misma debacle social, en iguales o peores condiciones que él.

Al siguiente día, la calle y el parque fueron su único refugio y un mendrugo de pan, compartido por un minador, su alimento. Las fuerzas del cuerpo empezaban a abandonarle, las del alma, ya se habían agotado. Y las ideas, solo tenían un fin, ese mismo, consumar una despedida. La decisión estaba tomada, pero Jorge, el fortuito amigo que recorría los basureros le convenció aquella tarde que esperara hasta el otro día. —El viernes es un buen día para decirle adiós a todo—. Antonio, con la condición de que no vuelva a entrometerse, se bajó del barandal del puente y lo acompañó a visitar decenas de basureros a extraer cartones. Esa noche, los cartones sirvieron para armar un penthouse con vista al centro histórico de la urbe y con acceso directo al cementerio. Para cuando la casucha quedó

terminada, Antonio contemplaba las veinte manos que sin chistear se acoplaron para construir una barrera al frío, y que después, de la misma forma, se unieron para apretujar la botella que besuqueaba sus labios. Las palabras, muchas de ellas inentendibles, las risas desenfrenadas, los comentarios cortados, más tarde una fogata, después una riña, más risas, otra pelea y mucho, mucho alcohol acompañó la noche hasta que uno a uno fueron entregándose a los brazos de Morfeo. Al aclarar el día, el dios del sueño no dejó que todos despierten, a uno de ellos lo entregó a su hermana, la Muerte. Ella, a muchos les dejó una invitación para un próximo encuentro. Antonio, se incorporó del improvisado catre y sin despedirse empezó su deambular por las calles. La imagen del muerto, helado, en medio de todos, se mezclaban confundiendo al muchacho que empezó a caminar como autómata.

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Después de horas de deambular, llegó al aeropuerto. La pista y los aviones refrescaron la imagen de su familia, el desamparo que sentía y por supuesto la intención de terminar con la soledad. Para cuando percibió un despegue, la barda le quedó corta. Al saltarla, la moneda cayó de su bolsillo. —¿Qué haces? ¿Terminar con esto? ¿Te das por vencido? —le dijo la moneda. —¡Es que no resisto! —respondió. —Lo que has combatido es solo una batalla, la lucha sigue —replicó la moneda. Antonio tomó la devaluada moneda, contempló la silueta, respiró hondo y alzó la vista al horizonte.

Iván Patiño. 27 años. Pichincha.

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Joachim Ampuero. 26 años. Guayas. Mención de Honor / Talento Adulto

Juan Pablo Armijos. 34 años. Loja.


Un juego perverso Jaime Eduardo Ortíz. 63 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

La gallada se despidió después de confirmar que se cumpliría, según lo previsto, la que sería la última y determinante movida de la partida de Monopolio. Esa que venían jugando desde tiempo atrás con la codicia que tal juego impone. En la actitud del grupo, ya no se reflejaba la ansiedad con la que concurrieron a la urgente e imprevista cita de ese jueves 4 de junio de 1998, víspera de un acontecimiento político de expectativa nacional, tal como publicitaban los periódicos del día. Mientras estuvieron reunidos, rememoraron la estrategia que habían desarrollado a lo largo de su particularísimo juego, coincidiendo con descaro que el éxito, ya asegurado, más que a su propia sagacidad, se debió a la mediocridad y vileza de quienes lo tutelaron. ¿Qué más prueba de aquello que esta última argucia que acababan

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de convenir con quienes arbitraban el actual y decisivo momento del juego? Amaño que al día siguiente, ya oficializado, evitaría que aquella fantasía que incita el juego del Monopolio, la de hacerse ricos, tal como se hicieron, inmensamente ricos mediante inescrupulosas formas de especulación, estaba por derrumbarse. Fue entonces preciso lo que hicieron esa noche para blindar (palabreja de moda en el argot político del momento) sus intereses. Con morboso deleite, recordaron que el juego se inició bajo la tutela del gobierno de las “flores y miel”, presidido por quien, nacido en los Estados Unidos, parecía predestinado a encarnar la figura ingenua y bonachona (aunque esmirriada), símbolo del Monopoly, quien aviesamente manejado, artífice y cómplice, dejó la mesa del Monopolio tendida de tal modo que la gavilla cómodamente sentada de un lado, se alistaba a enfrentarse con ventaja a toda una sociedad en crisis, ignorante del juego al que sutilmente le condujeron, donde quedó sola sujeta al azar del mismo y a cumplir las implacables

reglas que iban siendo dictadas al antojo de quienes le impusieron este juego perverso. Fue así que durante cuatro largos años, jugada tras jugada, las fichas movidas por la gavilla saltaban invariablemente de la casilla “Reciba dinero” a la de “Compre propiedades” y a la de “Reciba servicios gratuitamente”, pero, por capricho de los dados o por efectos del juego con dados cargados, nunca hubo un lance que a éstos los mandare, como sí a sus oponentes, a los casilleros “Pagar servicios”, “Pagar impuestos” o “Ir a la cárcel”. Durante el concluido conciliábulo, también se solazaron trayendo a colación anécdotas de su adolescencia pequeño burguesa, vividas precisamente alrededor del llamativo tablero de Monopolio, presidido por la sugerente figura de un regordete personaje de frac y sombrero de copa, al que los adultos con reverencia llamaban “Banquero”, liturgia que al final, inconsciencia de muchachos en edad del burro —dijeron entre carcajadas—, tuvo su

efecto subliminal… En eso, sonó un celular… El principal de la camarilla se aprestaba a contestar. Les pidió silencio; entonces, a la chacota se sumó la expectativa de la llamada y los compinches por momentos dividían su atención: ora en la gesticulada comunicación telefónica del que hacía de ellos su portavoz, ora en los divertidos (¿…?) relatos que ya para entonces habían devenido en una jactanciosa competencia de quién fue el más sabido para imponerse en las inocentes partidas de antaño. Y así, el interés del grupo, por momentos quedaba atrapado en los prepotentes gestos del hombre del celular, midiendo si acaso la llamada era para prevenirles de algo que sí estaba dentro de sus cálculos: que algún renegado u oportunista, de esos que para mejorar sus tarifas por prestar “favores políticos” no está dispuesto a condescender sino a última hora, en cuyo caso estaban dispuestos a hacer lo que fuere… ¡Nadie puede arrecular en este momento! —Gritó furioso el del celular.

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—¡Billetéales a esos setenta gran putas con todo presidente y secretario, pero esa regla del juego la ponen porque la ponen! Y después de una pausa como asintiendo a lo dicho por su interlocutor y en tono de orden dijo: Pues que la pongan como transitoria 42 o como mierda sea, pero de algo tendrá que servir ese mamotreto de constitución que les pusimos a hacer ¡Carajo!

Jhonatan Méndez Tatés. 19 años. Chimborazo.

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Lo que oyó el doctor María Gabriela Serrano. 22 años. Azuay. Mención de Honor / Talento Adulto

Cuando el doctor se disponía a esconder la cajetilla de tabacos en uno de los bolsillos de su bata, el supervisor de planta ya había pasado de largo y doblado la esquina. Algo pasaba en el ambiente que lo tenía disperso.

Joachim Ampuero. 26 años. Guayas.

Apenas llegó al hospital y a pesar que trabajaba en la planta de emergencias, notó que había algo inusual en las personas. El aire estaba pesado y lloraban más de lo normal. Se apresuró a hacer una revisión rápida a los pacientes para que nadie sospechara de su ausencia. Tenía muchas ganas de salir a fumar. Pasó por la sala de espera y notó que estaba abarrotada de gente que miraba hacia el pequeño televisor que colgaba del techo en ese horrible soporte negro. La mayoría de ellos miraba expectante. El doctor pasó de largo, pero alcanzó a escuchar al presentador de noticias que decía:

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“El pueblo permanece incrédulo fuera de los bancos. Las protestas indígenas y de transportistas se están tomando la ciudad… La espera ha sido larga…” El doctor siguió por los pasillos y la voz se fue perdiendo… Seguía sin entender lo que pasaba. Antes de entrar otra vez a la sala de emergencias, lo arrolló un grupo de enfermeras que entraban corriendo con una camilla en la que iba una mujer cubierta de sangre. Después de tomarle los signos vitales y llenar la ficha personal, lo dejaron a cargo de la paciente. Él intentó parar la hemorragia con lo que tenía a mano y al darse cuenta que no era suficiente, salió en búsqueda de vendas y desinfectantes. El hospital estaba sin recursos y mal administrado así que tardó bastante en pasar de instancia en instancia pidiendo lo indispensable. Al llegar a la enfermería se encontró con mucha gente entre pacientes, médicos y enfermeras que se amonto-

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naban alrededor de una radio. El doctor aminoró el paso para escuchar y entender qué pasaba. “Ha estallado la insurrección. Las pérdidas económicas son inconmensurables. El dinero sigue estancado en los bancos. Se han cerrado las escuelas y se están cerrando los hospitales. La gente se ha desquiciado al punto de cometer actos que rebasan todos los límites… Y ahora una transmisión en directo desde el Palacio Presidencial…” Corrió a la sala de emergencias con los implementos que necesitaba pero dejó la puerta abierta para escuchar la transmisión. El presidente hablaba mientras él suturaba y vendaba las heridas. Recién ahí, el doctor pudo dimensionar la gravedad de lo que ocurría. La mujer abrió los ojos y le preguntó: ¿Qué sentido tiene salvarle la vida a quien lo ha perdido todo?

El doctor intentó una respuesta pero no supo qué contestar. Optó por el silencio. Cuando ya terminaba su labor, volvieron las enfermeras, esta vez venían acompañadas de los administradores y se llevaron a la mujer entre gritos y reclamaciones porque los familiares no habían conseguido reunir el dinero para cancelar los gastos de la hospitalización. El doctor soltó las pinzas que aún tenía entre sus manos y se sacó los guantes… Se escabulló de la sala de emergencias, salió a terminar su cajetilla de tabacos…y a revisar el estado de sus cuentas bancarias.

El sonido de mis bolsillos Andrea Armas. 27 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

Se quedaron mudas las monedas en mi bolsillo, no sé si pensativas o con la boca abierta; Isidro Ayora, Eugenio Espejo y Sucre, que pasaron de bus en bus, de bolsillo en bolsillo y de mano en mano, habían escuchado historias ajenas todos los días. Sabían los chismes de las vecinas en las tiendas, habían escuchado el suspiro de los padres diciéndoles a sus hijos: “Es lo último que tengo” y juntos hacían el pasaje completo o de la tercera edad. Alcanzaban para la salchipapa con cola en funda y por una moneda de cien me daban dos chicles de bola. Ellas se quedaron heladas mientras mi abuela gritaba de rabia y desesperación, esa noticia no era para menos; ni ellas ni mi abuela podían adivinar el futuro. Solo lo veían oscuro, como cuando uno mira un eclipse por el rollo de una fotografía. La pobre vieja vendió su depar-

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tamento y puso la plata en el Progreso con la esperanza de ganar intereses. Con el tiempo, le devolvieron solo la cuarta parte y ahora; a sus setenta años, tiene que arrendar para vivir. Las monedas desfilaron por las cajas de los bancos destinadas a fundirse, dejaron de hablar español para decirnos hi con caras de héroes ajenos. Guardé tres de distinta denominación como “recuerdo”, pero tuve que cerrarles la boca y los ojos como a los muertos. Me daba miedo la cara de sorpresa que les quedó después del infarto. Aún no terminaba de dominar la conversión de sucres a dólares cuando nos partieron el alma a mi hermana y a mí. Un balde de agua fría nos cayó encima cuando mi mamá nos dijo que se iba, allá, al otro lado del charco. Y llegó el día más triste de mi vida. Mi mamá nos prohibió que fuéramos al aeropuerto a despedirla, nos dijo que vendría pronto… Y sí, vino, pero a legalizar los papeles para trabajar tranquila en España. Ahora, además

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de madre es tía. Cuando la llamamos intenta hablar en ecuatoriano pero no puede, tiene acento de documental o de película pirata, de esas que te ponen en la tele del bus camino a Ibarra. Su último cumpleaños lo calificó como “el mejor de estos últimos años” porque antes le dedicábamos las canciones, pero gracias a la tecnología, pudimos verla en vivo y le dimos una larga serenata, un poco desafinada pero con guitarra. Han pasado los años y ya no creo que vuelva, la patria que la vio nacer solo es un destino para vacacionar. Ahora yo respiro más tranquila y sin el nudo en la garganta. Camino y escucho el choque de monedas en mi bolsillo pero estas monedas hablan espanglish y sus debates no son sobre libertad, éstas solo conversan para ver si juntas, completan el pasaje del bus. Me cae bien Juan Montalvo, es uno de los más acolites, pero la verdad, creo que la de cinco centavos debería tener la cara de Julio Jaramillo, así los ecuatorianos nos pasaríamos comprando cinco centavitos de felicidad.

Jonatan Quilanbaqui. 15 años. Morona Santiago.


Juan Gabriel Chancay. 30 años. Manabí. Mención de Honor / Talento Adulto

Juan Pablo Armijos. 34 años. Loja.


Juan Carlos Merino. 30 aĂąos. Pichincha.


Dinero congelado Rodrigo Sempértegui. 19 años. Azuay. Acto I —¡Todo es confuso! ¡No puedo creerlo! ¡Mi plata! —oía gritar a la gente en los alrededores del Parque Calderón, mientras; tomado de la mano de mi mamá, acompañábamos a mi abuela a cada mausoleo en que se habían convertido los bancos, con sus puertas cerradas y guardias apuntando con armas a los que estaban desesperado por entrar y sentir un momento de estabilidad ante esa pesadilla convertida en realidad. —¡Vamos a hacer que valgan nuestros derechos, esto no puede seguir así! —gritaba una señora desde lo alto de un estrado improvisado con una java de cervezas. ¡No dejaremos que esos infelices se roben nuestro dinero! ¡Tengan fe y a por ellos! Karla Bermúdez. 17 años. Santa Elena. Primer Lugar / Talento Joven

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Un grito profundo, sordo y adolorido surgió de la masa humana que intentaba abrirse paso dentro del banco. Después; una neblina blanca, que causaba escozor en mi garganta lo envolvió todo y nos obligó a movernos; con mis ojos entrecerrados podía ver los rostros de la gente en el suelo, llorando y agarradas de sus carteles. Por cuatro días volvimos al lugar y el panorama era el mismo. Parecía congelado; igual que el dinero: gente aterrada, policías, guardias amenazantes y vándalos arrojando todo lo que podían a los cristales de los edificios del centro. La desesperación primaba y la gente migraba al igual que las aves que desean alejarse del invierno próximo. Con la era del hielo, nuevas caras aparecieron, nómadas verdes que consiguieron asentarse en el colchón y en la billetera de la gente con trueques inefectivos. La gente, de tener una fortuna, se quedaba sin dinero ni para comprar helados.

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Interludio Las noticias económicas eran el pan del día y el verdadero pan se convirtió en un tormento. Era muy difícil conseguirlo con la inflación creciente. Los fantasmas pululaban por las calles acechando en las esquinas. La jugada ya estaba hecha aunque quedaba todavía un as bajo la manga. Acto II El día en que se hizo el cambio a la dolarización, yo seguía siendo un niño que muy poco entendía acerca de crisis o sufrimiento monetario y que su fascinación seguían siendo los tazos y los muñecos del Jorobado de Notre-Dame.

ganando y con mi capital ascendiendo a 200.000 sucres, repartidos entre dos Eloy Alfaro, tres García Moreno, dos Juan Montalvo y un Vicente Rocafuerte me creía millonario; mientras yo conquistaba otra propiedad, mi mamá entró presurosa al cuarto y encendió la televisión. Se notaba la angustia en su cara, que se acrecentaba con el artificial silencio de la calle. Una periodista, con su voz controlada para no infundir temor, anunciaba: Y ahora pasamos al Salón Amarillo del Palacio de Carondelet con el Presidente Jamil Mahuad…. Y en cada palabra que él pronunciaba, sentía a los billetes en mis manos convertirse en petróleo y escurrirse por mis dedos hacia las rendijas del suelo.

Estaba en la casa de mi abuela paterna junto a mi hermana, bajo la constante mirada de Gabriel García Moreno al que usábamos para jugar al Monopolio, iba

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La manzana (Cuento tragedia) Luis Raúl Rojas. 65 años. Pichincha. Érase nuevamente la felicidad del inicio. Nuevamente el paraíso. Repetidamente Eva. Nuevamente Adán. ¡Y otra vez... la serpiente!

Mauricio Xavier González. 34 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

—¿Quién les ha prohibido comer manzanas de éste árbol? Son sabrosas… —De todos los árboles podemos comer, excepto de éste, el árbol del bien y del mal. —¡Allí está! la bolita del bien y del mal. ¿Qué es el bien sino ese sabor azucarado de la sabiduría, encerrado en esta fruta? ¿Y qué el mal, sino estar cojudeando, muertos de hambre, secándose de sed junto a la fuente? ¡Toma la manzana mujer! Pruébala y verás que el Hacedor solo pretende que ustedes no salgan adelante. Que no conozcan las maravillas del amor, la riqueza, la seguridad. Y la muy… cogió y comió. ¡Un tascón con dientecitos conchiperla! Luego, como la cascabel continuaba me-

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tiéndole candela por la orejita, ¡zas!, otro tascón y… ¡epa! Amorosa probanda para el dueño de casa. —Amorcito, come, la culebrita de rabo filudo promete que vos te harás más macho y yo tendré plata para comprarme a cualquier adán si me descuidas. —¿Verdad? ¿Averiguaste si hay gato encerrado en esta frutita coloradita como tu pielcita? Porque la culebra… —Si amor, averigüé. La Cule, tan amorosa, tan suave jabón camay, me ha explicado: un tasconcito y tendremos todo lo que el Supremo no quiere que tengamos. —¡Dadisdecueshtion! Te lavó la tutuma. ¿No recuerdas a la primera culebra que nos votó jodiendo en el primer paraíso? —Pero mi rey, ¿acaso las culebras son todas venenosas? Estita parece racional, buena gente, cientista social. Hasta se ha quitado los cormillos. ¿O quieres perder a tu peoresnada? Adán mordió. (¿Quién que se quiera un poquito podría quedarse sin cobija?).

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Enseguida, la culebrita desapareció. Sin colmillos, según dijo Eva, se reía. No solo había repetido la historia ni tan sagrada ni tan histórica del árbol del bien y del mal, sino que, nuevamente, había seducido a una fémina, arrastrado a un varón dizque pilas, y botado jodiendo a un montón de humanos que vivían en el paraíso. —Y bien, cualquier parecido con nuestra historia ecuatoriana no es parecido sino verdad. —Explícate, abuelo. —Pues, verás: ¿Eva? La Asamblea Constituyente del 98 que se dejó meter olímpicamente la manzana (casi digo el dedo) de la Constitución neoliberal, hecha dizque para restablecer el paraíso en el Ecuador. ¿Paraíso?: El bienestar soñado por todos, para el Ecuador, que, de paso, ciertamente tiene todo para ser paraíso. ¿Manzana?:

La sabrosísima constitución 98, rellena para ricos y escuálida para pobres, (¡Pero con gusanos!, como te contaré enseguida). ¿Adán?: El pueblo ecuatoriano, bonachón, confiado —más que en nadie, en esta Eva que, hecha la muy mona, saumeriaba Sangolqui, comprometiendo cuernos con verdes (DF), con amarillos (SE), con izquierdosos, derechosos, anaranjados (ID), violetas —digo “violentos” (MPD); en fin, zonzeando con toditos. —Pero hay más. ¿Sospechas qué fue lo peor del frustrado paraíso de fin de siglo? ¡Que la manzana tenía gusanos! ¡Que la culebra, no se sabe cuál (aunque todos sospechan sin equivocarse), metió tremendos gusanos en la apetitosa carnaza. Gusanos tan venenosos que, hasta ahora, han sido muertos muchos ciudadanos; han sido expulsados del paraíso muchos desventurados; y aún nadie puede restablecerse del cataclismo gusanil. —¿Qué gusanos, abuelo? A las manzanas nunca les entran gusanos.

—Pues según este cuento, hubo terrible gusanera. En noches anteriores a la firma de la constitución requetemencionada, una mano flaca (de un señor alto, mosquiserio) y otra mano gorda (de un señor de tirantes -pues no quiere correa-), ambas verdes para maldita la disentería, metieron, entre las páginas finales, la transitoria 42, nunca propuesta por nadie (ver archivos), nunca discutida (ver archivos), y jamás (¡jamás!) votada. Sin embargo, pasó a ser ley. —¿Cómo así? —¡Porque los giles comen también manzanas con gusanos! (Aunque el daño que causan los dos, es horrendo). ¿Ves cómo el gusanazo 42 ocasionó muerte, desesperación, miseria? —¿Y aún nada ha sido reparado, abuelo? —Nada. Y lo peor, quedarnos afuera del paraíso.

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Vecina Rosa Elvia María Gray Aguirre. 24 años. Esmeraldas. Doña Rosa, la vecina, era una mujer de edad avanzada que no podía salir a pelear por su dinero. Contemplaba impotente en su viejo televisor cómo le decían que la plata que tenía en el banco había desaparecido. Ella me preguntaba qué podía hacer. Y yo, ¡qué le podía decir! si me encontraba tan confundido y desorientado como ella. Los bancos estaban custodiados por los policías como quién defiende al ladrón y no a la víctima. Doña Rosa vivía sola y sobrevivía de lo que tenía guardado en los bancos, esas bodegas en las que ella confiaba. Siempre decía que en los bancos, la plata está segura. Lo repetía siempre. Ese día lloró amargamente, decepcionada y desvalida porque intuía que jamás recuperaría su dinero. Pedro Camacho. 59 años. Guayas.

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Un día, apareció un familiar que yo no conocía y se la llevó. Me enteré que días después, ella murió. Yo estoy seguro que su tristeza fue tan profunda, que prefirió irse de este mundo y no vivir en medio de un sistema diseñado para favorecer al rico y joder al pobre. En donde los derechos se pierden de un día para otro. Paz en su tumba, vecina Rosa.

Víctor Hugo Rodríguez. 39 años. Loja. Mención de Honor / Talento Adulto

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La mala suerte Ximena Zurita. 55 años. Pichincha. Mención de Honor / Talento Adulto

La angustia se apoderó de él y se sintió enfermo de pronto. Recordaba lo que la Marce le había dicho en el aeropuerto: “Tengo miedo y el miedo se parece mucho a la desesperanza. No dejarás que ella me olvide ¿no?” —Nos quitaron la plata, no el cariño —contestó mientras dibujaba una mueca por sonrisa. Ensimismado en sus pensamientos, no la sintió llegar. —Papito —le dijo—. ¿En qué piensa que no me saluda? —Tu madre llamó. Dice que regresa —murmuró él.

Pablo Coronel. 18 años. Loja. Mención de Honor / Talento Joven

Ella instintivamente miró hacia la foto colgada en la sala en la que se veía una pareja y una pequeña de dos años embarrada con algodón de azúcar en los barquitos del parque La Carolina.

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—El vidrio del marco está lleno de caca de moscas —pensó. —Mamá no viene papá. Ella se murió, ¿recuerda? —le dijo mientras su cabeza volaba hacia el día en que llamaron avisando de su muerte. Marcela, su madre, había emigrado a España con su tía cuando pasó lo de los bancos. Esto era lo único que recordaba de ella. No se preocupó demasiado cuando vio por televisión la noticia sobre el atentado en el Metro de Madrid. Suponía que ella seguía en Barcelona. ¿Qué hacía su madre en Madrid? Poco antes de eso, a su padre ya le habían diagnosticado Alzheimer. —¡En la tele dicen que los bancos cerraron Marce! ¡Vamos al banco a ver qué pasa! —Repetía el viejo angustiado cubriéndose el rostro con las manos.

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Ella lo miró con tristeza, y sin ninguna sutileza le repitió como si estuviera hablando con un niño de cuatro años, que los bancos ya abrieron, que ya pasó todo, que tranquilo, que el negocio se vendió, que mejor la acompañe al baño para peinarse. Por la noche, mientras el viejo la ayuda a secar los platos, ella piensa en su mala suerte. Tantos años repitiendo lo mismo. ¡Cuánta desgracia le habían traído los días en que perdieron todo! Miró por la ventana. La noche y sus miles de estrellas deberían llevarse el irremediable egoísmo que desatan las desgracias, los rencores y la muerte.

Pablo Alcócer Acosta. 29 años. Pichincha.






Y tú, ¿cómo lo viviste?


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