Jardín de música y de voces

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Jardín de Música y de voces Cuentan que en Mogador1, en un antiguo rincón ubicado muy cerca de las murallas, entre la puerta del Este y el mar, existe un jardín de saltamontes que un jardinero ciego cuida y mantiene cantando. En dicho jardín hay casi tres mil saltamontes contenidos en tantas jaulas y ubicadas de tal forma que crean senderos laberínticos en los cuales “...cualquiera que no sepa orientarse por sus sonidos corre el riesgo de perderse para siempre en este jardín. Sus gritos de auxilio serían inútiles. Uno más entre tantos.” Nos cuenta además, que el tono del canto de los saltamontes depende de la flor con la que el jardinero los alimente, hay algunas que lo hacen ser más agudo, otras que lo hacen ser más grave, y, dice el narrador, hay otras cosas que también pueden modificar su canto, una de ellas el deseo. El jardinero conoce a cada uno de sus animales por los sonidos que emite y esta es la única forma que considera fiable de distinguirles. Además, lleva una cuenta exacta de cada uno de los 2633 sonidos distintos que ha logrado identificar y en el registro donde lleva la cuenta de los mismos se incluye además una descripción de su naturaleza: “...Ecos de gota sobre fuego: sonido 1327... Como saliva entre los dientes; como una súbita ansia de beber. Se repite en intervalos de diez gotas, todas iguales”. Pero el jardinero, no satisfecho con estas anotaciones con palabras, ha creado una especie de representación táctil del mapa de sonidos de su jardín hecha con piedras de río colocadas sobre una mesa, como si de una partitura se tratase y que por las noches interpreta con su propia voz. Cuentan que su maestría de jardinero de sonidos es tal que puede lograr sembrar, por decirlo de alguna forma, estos sonidos, hacer que se reproduzcan, que florezcan y que maduren. “...En ocasiones hasta lo que otros ven y él sólo toca, si es de verdad asombroso, se vuelve sonido para este ciego.” “Para él, ciego de nacimiento... el espacio no existe si no produce sonidos. La idea misma de un jardín callado es algo que no puede imaginar. Las voces surgen a su alrededor, florecen, forman huertos, crean un ámbito envolvente, sensaciones de lejanía o proximidad, de profundidad y perspectiva sonora, de belleza a distancia y por lo tanto de deseo.” Me identifico plenamente con esa imagen del jardinero andando en un jardín pleno de vibraciones que Alberto Ruy Sánchez en el maravilloso relato Jardín de Voces nos describe y que les invito a que lean. Sólo que a diferencia de él, yo me limito a escuchar sin intentar la mayor de las veces representarles o capturarles y ni qué decir de reproducirles, esa es la fascinación que en mí ejerce el fenómeno sonoro: la contemplación. Pero antes de proseguir me permitiré hacer una breve aclaración. Me limitaré en este texto a hablar del sonido mas no de la Música, pues de esta no hay nada que pueda ser dicho más allá de que es una vivencia. Cualquier tentativa mía de decir algo más, sería un intento inútil de trasladar algo que no pertenece al lenguaje y al intelecto a esa esfera, de la cual parece somos prisioneros. Por tanto y además, algo así como Mí música es una idea que forma parte de esa noción de pertenencia inexistente en la Música -sólo se posee lo que se nombra-, existe la Música y todo lo que esta no es y punto. 1 Del relato El jardín de voces, del libro Los jardines secretos de Mogador de Alberto Ruy Sánchez. México. Alfaguara. 2001.


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