La creatividad, diseño y proceso metodológico para la realización de este libro de gran formato; fue llevado a cabo por la estudiante Sandra Sequen, como parte de la asignatura Diseño Visual 7, del octavo ciclo del año 2020, de la Licenciatura en Diseño Gráfico, de la Escuela de Diseño Gráfico, de la Facultad de Arquitectura. de la Universidad de San Carlos de Guatemala para Yo’o Guatemala. Lic. Jairo Choché, Asesor Diseño Visual 7 Edin Lopez/Edin Lopez • Aleck Reyes Photo Fotografía Ana Elizabeth Romero Veliz • María José Gómez García Revisión de estilo Sheny Chon • Felicia Putul Biografía y traducción
Abrazos de Amor Purulhá , Baja Verapaz Guatemala
Una forma de trascender es através de nuestras acciones y las mejores acciones que podemos realizar son aquellas que repercuten de forma positiva en la vida de quienes nos rodean. En Guatemala el nivel de pobreza y desnutrición son extremas sobre todo en el área rural, sin embargo iniciativas por entidades no gubernamentales como Yo’o Guatemala que trabajan en conjunto con programas acádemicos de nivel profesional proporcionan soluciones que responden a necesidades reales y apegadas al contexto social. El programa “Adopta un Abuelito”, va más allá de generar un medio para el sustento de los abuelitos de Purulhá, en cambio busca dignificar la vida y el legado de los abuelitos de esa región. Además de brindarles la posibilidad de que aunque muchos de ellos no cuentan con una familia encuentren un nieto que los acoja como tesoros ancestrales y les brinde un abrazo de amor.
Mi nombre es Antonia. Tengo sesenta y cinco años de edad. Mis padres fueron Vicente Teyul y Rosario Quej, quienes ya fallecieron. Nací en la aldea Monte Verde, Purulhá, Baja Verapaz. Tenía un año y medio cuando me bautizaron en San Miguel, Alta Verapaz cerca de la Tinta.
Antes vivíamos con mis abuelos. Mi abuela era muy enojada, no le gustaba tener muchas cosas tiradas, quería su casa bien limpia entonces me ponía a barrer. Como ellos sembraban milpa me enseñaron a tortear.
Recuerdo que cuando tenía seis años mi mamá hacía tortillas y yo aprendí con ella. Hacía tayuyos de frijol y eso comíamos. Cuando llegaba el día de tapiscar,
mi abuela y mi mamá se ponían a seleccionar y guardar la mazorca. A veces yo me iba a jugar y cuando regresaba, mi mamá me pegaba. Siempre mantenía su chicote escondido. Mi abuela a veces me regañaba. Ya llorando me tocaba recoger el maíz que quedaba tirado.
Ya no recuerdo qué pasó cuando se murió mi abuelo. Él estaba en su terreno sembrando, cuando nos avisaron que había muerto. En ese momento mi
mamá corrió a verlo porque el terreno quedaba lejos. Esa misma tarde lo velaron. Mi abuela se quedó con mi mamá. La cuidabamos, pero igual falleció dos años después. Mi papá continuó sembrando milpa en el terreno de mi abuelo. Para entonces, yo ya estaba grandecita. Me iba con mi papá y me daba un poco de mazorca. Mi mamá nos esperaba con unos pishtones. Después que falleció mi abuela, solo quedamos nosotros.
Mi mamá no me contó nada de su vida. Solo a veces me recordaba cómo vivimos con mi abuela y mi bautizo. Desde que estaba chiquita me enseñaron a trabajar mis abuelos y mis papás.
A veces me iba al mercado de San Miguel, cerca de la Tinta o me quedaba en casa. Un día a mi papá le comenzó a doler la espalda y dicen que por eso murió. Yo tenía ochos años, mi mamá estaba enferma. Le dolía la cabeza, por más que la curaban, y como antes no habían hospitales. Murió después siete meses de haber muerto mi papá. Antes de que falleciera, nació mi hermano, Paulino Teyul. Nos fuimos a vivir con un hermano de mi papá y él creció con agua de masa.
Cuando tenía doce años me regalaron con un muchacho que no conocía. Él pasaba de casa en casa vendiendo cal. Mi tío dijo: andate, de repente buscás marido y tenés hijos. Y me fui. Él nunca me dejó salir a la calle a platicar, aunque tampoco quería estar conmigo.
Llegó a pedirme, llevaron mi traje completo y me fui a vivir con él. Él siguió vendiendo cal por libra en las casas. Tuve tres hijos. A los dieciséis años tuve a mi primer hijo, Carlos. Yo tenía miedo porque mi mamá no me dijo cómo era un embarazo. Asustada tuve a mi hijo. Cuando Carlos tenía dos años, tuve a Francisco y después tuve otro hijo llamado Lorenzo.
Cuando me casé, algunos familiares nos ayudaron. Unos llegaron a mi casa después de la Santa Misa. Todo fue bonito. Dos años después de casarme, tuve a mi otra hija. Yo tenía, aproximadamente, treinta y cinco años.
A los 16 aĂąos, mi primer hijo Ca rlos.
Ya estábamos viejitos. Después mi esposo enfermó; sufría dolor en el estómago. Lo llevamos con el doctor y nada. Hace como dos años que murió. Me quedé sola en la casa, hasta que de repente apareció Doña Fidelia. Me dijo que no tenía dónde vivir y le ofrecí mi casa.
Hasta hoy en día vivimos las dos. Mi hijo Lorenzo también vino a vivir conmigo. Vivimos felices. Ahora los jóvenes no quieren ni agarrar una escoba, no ayudan en la casa. Otros ya quieren trabajar, pero yo les diría que aprovechen las oportunidades que tienen de estudiar. Hoy en día ya no se fomenta la cultura ni las costumbres de antes.
Mi nombre es Juventina Chon Co. NacĂ en Herederos Panzal, PurulhĂĄ, Baja Verapaz. Mis padres fueron Faustina Co y Lorenzo Chon, juntos tuvieron tres hijos, de los cuales yo soy la mayor.
Crecí muy contenta al lado de mis padres, cada vez que me enfermaba ellos me curaban con montes, pues no se conocían doctores ni medicamentos. Mi madre fue quien se encargó de enseñarme a tortear, lavar ropa y acarrear agua.
Cuando tenía ocho años empecé a trabajar en la finca Bremen. Allí cortaba café, abonaba la tierra y limpiaba el terreno con machete junto con mi abuelita Rosa Co.
No recuerdo con exactitud cuánto ganábamos, pero era muy poco, solo alcanzaba para comprar maíz y sal.
Cuando yo tenía quince años llegó un muchacho a mi casa para pedir mi mano en matrimonio. Yo no quería, pero como antes no tomaban en cuenta nuestra opinión.
A su tercera visita me mandaron con él. En aquel entonces yo andaba descalza y solo tenía dos cortes y dos güipiles que me quedaban pequeños. Parecía ser una buena persona, lo primero que hizo fue comprarme un par de caites porque no le gustaba verme descalza, pero tomaba mucho y me pegaba.
Juntos procreamos a dos hijos, la niña falleció y con el niño pasamos muchas penas, teníamos que dormir en el monte huyendo del maltrato que nos daba su padre. En una ocasión les conté a mis padres todo lo que nos tocaba pasar y les pedí que llegaran a traerme.
Así fue, ellos llegaron por mí, pero mi suegra no dejó que me llevara a mi hijo, solo para eso fue buena. De regreso con mis papás me dediqué a trabajar en la finca Santa Anita podando café.
Me volví a unir, esta vez con don Miguel. Engendramos cuatro hijos y nos casamos cuando yo tenía cuarenta años. Él siempre me quiso y hasta la fecha me quiere, si bien es cierto que bebe, no es problemático y siempre me apoya.
Yo ya no trabajo, mi cuerpo ya no resiste, en cambio mi esposo sale a diario para vender leĂąa. Ocasionalmente uno de nuestros hijos nos apoya, pero su prioridad es su familia, sus hijos.
Agradecemos mucho el apoyo que nos brindan, es de gran ayuda ahora que somos ancianos y no podemos trabajar. Confiamos en Dios y en que ustedes sigan viniendo con nuestros vĂveres.
Mi hermano creció con agua de masa cuando tenía 12 años me regalaron con un muchachoque no lo conocía y empezó a vender Cal pasaban de casa en casa después dijeron que me iban a regalar con él con él.
Mi tío dijo “andate de repente buscas marido y tenes hijos” Y me fui con el, el nunca me dejó salir a la calle a platicar aunque no quería conmigo llegaron a pedirme llevaron mi traje completo y me fui a vivir con él y él siguió vendiendo cal por libra en las casas.
A los 16 aĂąos, mi primer hijo Carlos.
Agradecemos mucho el apoyo que nos brindan, es de gran ayuda ahora que somos ancianos y no podemos trabajar. Confiamos en Dios y en que ustedes sigan viniendo con nuestros vĂveres.