Leyendas de Guatemala Miguel Ă ngel Asturias
Dedicatoria
“A mi padre (QEPD) y mi madre, que me contaron estos cuentos una y otra vez�.
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“El cadejo es el espíritu que cuida el paso tambaleante de los borrachos, “es un animal en forma de perro, negro, lanudo, con casquitos de cabra y ojos de fuego”.
u trabajo es perseguir o cuidar a los bolos que les gusta mucho el guaro y se quedan tirados en la calle, según la leyenda hay dos tipos de cadejos uno malo y uno bueno, el malo es el de color negro, y el bueno de color blanco.
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Hay que tener cuidado aunque sea un espíritu protector porque al beber demasiado y muy frecuente, “el Cadejo si se lo encuentra a uno tirado y le lame la boca, ya lo jodió para siempre, pues entonces uno jamás se compone”.
Aunque según las personas que les han visto siempre ven a los dos, pero siempre el negro más inquieto y distante y el bueno echado cerca de la persona, resguardándola del cadejo malo.
El Cadejo acostumbra seguir por nueve días al hombre al que le lamió la boca y no lo deja en paz hasta que esa persona se muere.
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“Otras leyendas dicen que el cadejo negro es el que cuida a los borrachos y el blanco es el que cuidad a los niños y a las mujeres”.
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ubo un joven que era muy trasnochador. Se llamaba Carlos Roberto y era guardián de un terreno. Siempre que regresaba ya muy entrada la noche, encontraba un perro blanco enfrente de su puerta.
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Un día de tantos, Carlos quiso seguirlo para verlo de cerca y de donde venía, pero nunca lo logro alcanzar. Alguien le dijo que era El Cadejo, y que cuidaba de su mujer y sus hijos cuando él no estaba.
Era grande y peludo, pero nunca dejaba que Carlos se le acercara, el perro al ver que él entraba a su casa se sacudía, daba vuelta y desaparecía. Y esto sucedía todas las noches que Carlos llegaba muy tarde a su casa.
Este es el Cadejo bueno, el que anda y cuida a las mujeres, porque el Cadejo negro es que siempre anda detrás de los hombres que están borrachos.
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sta es una de esas historias que todavía resuenan en las noches silenciosas y de luna llena, así que si un día deambulando llegas hasta el mercado y te dejas arrastrar hasta el barrio de la Recolección, no te asustes; simplemente déjate llevar y permítete experimentar y sentir un poco de la historia y la magia que hacen de este lugar lo que es.
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Cuentan por ahí, que hay un personaje que sale a pasear a la hora del crepúsculo. ¿Es
Nadie lo sabe, pero entre los que lo han visto y escuchado – y también entre los que no – todos concuerdan que se trata de alguien muy pequeño, vestido de negro con un cinturón grueso y brillante. Sobre la cabeza lleva un sombrero negro muy grande que esconde su mirada y sus intenciones; en sus pies, un par de botas que al caminar retumban en las paredes por el gran ruido que hacen; y al hombro, una guitarra de plata.
este un hombre? ¿Es un duende? ¿Es un demonio?
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icen que El Sombrerón (también conocido como Tzizimite, que significa “duende”) suele recorrer los barrios y la ciudad con cuatro mulas, haciendo sus travesuras. A veces le gusta subirse a los caballos, a los que hace correr durante toda la noche hasta cansarlos y a veces les hace trenzas en la cola y en las crines.
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Pero también le gusta enamorar a jovencitas, especialmente aquellas que tienen ojos grandes y cabellos largos, a las cuales atrae con su dulce voz y los acordes más finos de su guitarra.
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Cuando éstas salen a la ventana a mirar, quedan embrujadas por él. Les persigue; les trenza el pelo; no las deja comer ni dormir. Han caído bajo su hechizo el cual perpetua amarrando sus mulas al poste de la casa, mientras él canta y baila para su enamorada.
Así que si un día tú o una amiga se siente atraída por la voz que endulza los oídos a través de la ventana y siente recorrer por las venas el influjo de la luna llena, recuerda las palabras anteriores, ya que hay muchos sombrerones y sombreronas listos para cometer sus travesuras.
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na mujer, envuelta en un flotante vestido blanco y con el rostro cubierto con velo levísimo que revoleaba en torno suyo al fino soplo del viento, cruzaba con lentitud parsimoniosa por varias calles y plazas de la ciudad, unas noches por unas, y otras, por distintas; alzaba los brazos con desesperada angustia, los retorcía en el aire y lanzaba aquel trémulo grito que metía pavuras en todos los pechos.
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Ese tristísimo ¡ay! mis hijos... Levantábase ondulante y clamoroso en el silencio de la noche, y luego que se desvanecía con su cohorte de ecos lejanos, se volvían a alzar los gemidos en la quietud nocturna, y eran tales que desalentaban cualquier osadía.
Así, por una calle y luego por otra, rodeaba las plazas y plazuelas, explayando el raudal de sus gemidos; y, al final, iba a rematar con el grito más doliente, más cargado de aflicción, en la Plaza Mayor, toda en quietud y en sombras. Allí se arrodillaba esa mujer misteriosa, vuelta hacia el oriente; inclinabas como besando el suelo y lloraba con grandes ansias, poniendo su ignorado dolor en un alarido largo y penetrante; después se iba ya en silencio, despaciosamente, hasta que llegaba al lago, y en sus orillas se perdía; deshacías en el aire como una vaga niebla, o se sumergía en las aguas (…)
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“La Llorona, la mujer fantasma que recorre las calles de las ciudades en busca de sus hijos�.
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o sólo por la ciudad de Santiago de los Caballeros andaba esta mujer extraña, sino que se la veía en varias ciudades de la Guatemala de antaño.
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Atravesaba, blanca y doliente, por los campos solitarios; ante su presencia se espantaba el ganado, corría a la desbandada como si lo persiguiesen. A lo largo de los caminos llenos de luna, pasaba su grito; escuchabas su quejumbre lastimera entre el vasto rumor del mar de los árboles de los bosques; se la miraba cruzar, llena de desesperación, por la aridez de los cerros, la habían visto echada al pie de las cruces que se alzaban en las montañas y senderos; caminaba por veredas desviadas, y sentábase en una peña a sollozar; salía misteriosa de las grutas, de las cuevas en que vivían las feroces animalias del monte. Caminaba lenta por las orillas de los ríos, sumando sus gemidos con el rumor sin fin de las aguas.
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BIOGRAFÍA DE
MIGUEL ÁNGEL ASTURIAS oeta, narrador, dramaturgo, periodista y diplomático guatemalteco considerado uno de los protagonistas de la literatura hispanoamericana del siglo XX. Precursor de la renovación de las técnicas narrativas y del realismo mágico que cristalizaría en el posterior «Boom» de la literatura hispanoamericana de los años 60, con su personalísimo empleo de la lengua castellana construyó uno de los mundos verbales más densos, sugerentes y dignos de estudio de las letras hispánicas.
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Se graduó de abogado en la Universidad de San Carlos, en Guatemala, donde participó en la lucha contra la dictadura de Estrada Cabrera, hasta que éste fue derrocado en 1920. Dos años después fundó y dirigió la Universidad Popular; ya en ese entonces había publicado sus primeros textos.
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Partió luego a Europa, donde vivió intensamente los movimientos y sucesos que la transformaban, y estudió lingüística y antropología maya en la Sorbona con el americanista Georges Raynaud; de esa época es su traducción del Popol Vuh, junto con José María Hurtado de Mendoza. Regresó a Guatemala en 1933, donde ejerció la docencia universitaria, fundó el Diario del Aire, primer radio periódico del país, y vivió una agitada vida cultural y académica. En el período revolucionario de 1944 a 1954 desempeñó varios cargos diplomáticos. En 1966 recibió el Premio Lenin de la Paz, y en 1967 el Premio Nobel de Literatura. Murió en Madrid el 9 de junio de 1974, pero sus restos reposan en el cementerio de Pere Lachaise, en París.
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