JUAN CARLOS PACIN Conocí a Juan Carlos Pacin en 1986 o 1987, en uno de los primeros Festivales de la Creación Juvenil. Por ese entonces, éramos un grupo de inquietos de la posdictadura que estábamos tratando de recrear una militancia de la cultura para el centro de la Provincia, y el Festival de Lamadrid fue el lugar perfecto para encontrarnos. Tres días de paz, música y amor en un Complejo Cultural que de Banco Nación había pasado a ser Casa de la Cultura, para un pueblo de la provincia profunda que buscaba su identidad en los primeros años de la democracia nos sonaron irresistibles. A quienes recién descubríamos las políticas culturales de la mano de Ezequiel Ander Egg, Pacín nos voló la cabeza. La gestión de la cultura no eran solamente conciertos del mozarteum y museos aburridos, el rock no solo no era perseguido, sino que podía enseñarse... ¡Y en un ámbito municipal! Pintar una pared con todos los colores del alma, no solo no estaba prohibido, sino que te daban una pered y la pintura... No alcancé a charlar mucho con Juan Carlitos en el fárrago del Festival, creo que cambiamos algunas palabras cargadas de fe y esperanza. Pero lo que vi, lo plasmé en una cartita que dejé pegada en una de las paredes del Complejo como despedida y agradecimiento. Al tiempo la descubrieron, la leyeron, y Pacín me llamó. Di por esos años un taller de periodismo, y comenzamos a charlar acerca de las posibilidades de la comunicación. Pacín lo entendió más que nadie, y a partir de ello surgió el germen de la FM Municipal de GLM, creo que una de las primeras de su tipo en la provincia. Escribimos con Pacin un trabajo que él presentó en unas jornadas en Filo de la UBA acerca de la experiencia, y la vida me llevó lejos de él, hasta que una helada mañana me enteré que había fallecido. La muerte se llevó tantas conversaciones que no tuvimos, cosas que no hizo, pero especialmente lo alejó de los que son chicos hoy y que no lo conocieron... No estoy al tanto de la biografía, las fechas y sucesos de la vida de Pacin. Sé que era profesor de plástica del colegio, y que a partir de sus actividades de vida había devenido director de cultura local. Sus coterraneos lo llamaban “Clemente”, por lo de “un cacho de cultura”... Su existencia estuvo indisolublemente ligada al Complejo Cultural y al Festival de la Creación Juvenil, en una historia que se remonta a 1974, cuando se creó el Complejo Cultural de la Municipalidad de General La Madrid, lugar donde entonces se concentraron el Conservatorio de Música, la Escuela de Artes Plásticas, el Cine Infantil y la Biblioteca Popular Bartolomé Mitre. En setiembre de 1985 el Complejo Cultural reabre en el antiguo edificio del Banco de la Nación Argentina, donde se ubican lugar diversas expresiones culturales, artísticas y educativas. Allí concurren alrededor de mil chicos, adolescentes y jóvenes a los talleres que se dictan, dependientes de la Dirección de Cultura. Hay Teatro, Artes Plásticas, Video, Periodismo, Música, Murga, Danzas, Inglés, Computación y Apoyo Escolar entre otros. Los primeros coordinadores de los talleres eran de Olavarría: Quique De Olaso, Abel Gorosito, Marcelo Sierra, Pili Núñez, Osvaldo Farías, Graciela Fachinetti junto a otros que la memoria no rescata. Poco a poco la posta fue tomada por valores locales que las continúan hasta hoy. A partir de la necesidad de la gente de contar con un espacio de expresión y al mismo tiempo proyectarse a través del arte y la cultura a otros ámbitos, surgió la idea de realizar el Festival de la Creación Juvenil. En sus diferentes ediciones participaron jóvenes provenientes de distintos puntos de la Provincia y del resto del país. En sus escenarios estuvieron artistas del
nivel de Ariel Ramírez, Jaime Torres y su conjunto, el Chango Farías Gómez, el Grupo "La Manija", Hamlet Lima Quintana y la folklorista Suna Rocha. Estuvieron también Abel Bruno Versacci, Añoranza, Ollantay, el grupo Facón e integrantes de la Escuela de Teatro de la Provincia, entre muchos otros. La cantidad de espectáculos -todos gratuitos- que pudo presenciar el público cada año fue muy amplia: hubo música en vivo desde rock y folklore, pasando por los coros. Se pusieron en escena obras de teatro, números de danzas folklóricas y contemporáneas, actuaron mimos y payasos, expusieron artesanos de distintos lugares de la región. Hubo talleres de diversas disciplinas y se exhibieron videos documentales y películas. Se realizaron charlas, se expusieron fotografías, pinturas y trabajos literarios y funcionó una radio abierta en cada edición preanunciando la FM Municipal. En algún Festival pasé grabaciones de Eduardo Aliverti que escandalizaron conciencias, en otro una de las asistentes mostró sus turgencias a una plaza atónita, o se fumaron sustancias diferentes. Hay un largo traveling grabado en mi alma del ojo que entra al Complejo en la mitad de la noche, buscando un saxo que ejecuta una lenta danza junto al piano. Alguna vez habré de filmarlo. Para el programa de TV “la máquina de hacer pájaros” le hicimos una larga entrevista a Pacín de la que sólo unos segundos salieron al aire, y deben ser las únicas imágenes en movimiento suyas que nos quedan. Allí decía lo que era su creencia de vida. Entre otras cosas, era consciente de que su pueblo funcionaba como un generador de almas de las que llegado un momento, muchas debían partir hacia otros lugares. Y tenía claro que su misión era darles a todos la posibilidad de despertar a la creación. En su caso, a través del arte y la cultura, así como otros lo hacían desde la ciencia o los deportes. Con la muerte de Pacín la experiencia del Festival se apagó para retornar con el nombre de Jornadas Culturales, a cargo de quienes intentan continuar una actividad que considerando su nombre original ya realizó dieciséis ediciones, mientras el Complejo sigue funcionando con otras presencias. Fue una persona que marcó huellas y a la que tanto extrañamos como añoramos en los años difíciles para la cultura que vinieron después. Esta es la visión personal de uno entre muchos que lo conocieron. Un hombre no puede reducirse jamás a unas simples líneas sobre el papel, y debe haber muchos Pacín en Juan Carlos. El maestro de chicos que ya deben ser profesionales, el padre de sus hijos, el marido de Evelina. El amigo de sus amigos, el hombre que se jugó por sus ideales y a quien su corazón lo murió ante la amargura de que le cortaban las alas. Quizás estas memorias difieran de las de otros, o adolezcan de incompletud o molesten. Mejor, porque serán así disparador de miradas que lo vieron desde otra perspectiva. Siempre he creído que debería haber muchos pacines en los pequeños pueblos. Personitas aladas que les abren las ventanas de la cabeza a chicos y adolescentes que tienen esa llamita que viera Antoine de Saint Exupery desde su avión, y llamó principitos. Tengo la esperanza de que en tantos pequeños pueblos de la Provincia, de la Patria, haya gentes que cuando algún chico alza la cabeza con la inquietud de ser, le dan los pinceles y les enseñan a pintar su alma en las cosas que hacen, sean teatro, música o ingeniería. Si no hay Pacines así en cada pueblo, habría que clonarlos... Hoy, en mi escritorio hay una foto suya. Explicar a los que van quien es, es una manera de perpetuarlo, de continuar su lucha. Tanto como recordarlo ahora.