Verminautas #1

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VERMINAUTAS Revista de relatos pulp

La paradoja del asesino salvador

ElegĂ­a al occiso

Horror, fantasĂ­a y scifi

1# Mar


Dirección y edición J. A. Benson Ilustración de portada Fátima Díaz Colaboradores Calderoni Echeverri Aldo Sigfrido David Ramírez Galván Oscar Bragado Alba Navarro Emiliano Barajas Ilustración Angélica Graciela Miranda Myosotis Alpestris Verminautas es una revista de relatos pulp donde podrás encontrar desde horror, ciencia ficción y fantasía. En formatos de relato corto, cuento, pero también aceptamos poemas, ensayos y artículos relacionados con literatura. Esta es una publicación independiente de producción limitada y periodicidad cuatrimestral. Las obras expuestas pertenecen a sus creadores, y tampoco pedimos exclusividad de las mismas. Si deseas colaborar manda tu semblanza y tu trabajo al correo verminautas@gmail.com


Indice El Reliclon Autor: Calderoni Echeverri Aldo Sigfrido Ilustración: Myosotis Alpestris

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El descanso de Mckintosh Autor: J. A. Benson Ilustración: Angélica Graciela Miranda

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La anciana enferma Autor: David Ramírez Ilustración Angélica Graciela Miranda

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Hija de la Noche Autor: Alba Navarro Ilustración: Fanny A. Cepheus

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August Derleth; el asesino salvador Autor: Oscar Bragado

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Elegía al occiso Poema y fotografía: Emiliano Baraja

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El Reliclon

Calderoni Echeverri Aldo Sigfrido

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El Reliclon Reliclon: Ser que relativamente es idéntico a otro en mentalidad, por lo que para algunos significa una pesadillas mientras para otros representa un ser de ensueño. Para cada individuo en el mundo existe uno, pero cada ser solo puede divisar a su respectivo reliclon y no darse cuenta de los de los demás. Por ello se dice que es subjetivo y que no es apreciable de manera objetiva.

completa soledad. Más tarde, intentó eliminar esa idea desagradable de sus pensamientos, pero una vez que había surgido era muy difícil alejarla. Desde ese día en adelante, sus sentimientos tornaban melancólicos a cada instante, parecía que la alegría de los años pasados se había ido sin decir siquiera adiós… Quizá fuera cierto. Un día mientra caminaba lentamente y, cabizbaja, reflexionaba sobre todo aquello, miró al cielo y extrañó el tiempo en que la vida era simple, cuando no tenía que darse cuenta de esa realidad y lo único por hacer era vivir. Le entristecía era aquella idea empedernida que parecía haberse originado de la nada. Todo parecía feliz a su alrededor, mas Lánsufi no podía engañarse: ella no sentía jovialidad en tales instantes.

El unicornio En una isla lejana, iluminada por los rayos del sol en su plenitud, existía un unicornio que vivía sobre campos de una hermosa tonalidad verde claro que se extendían a lo largo de inmensos valles y descomunales montañas. Su nombre era Lánsufi. El solo hecho de reposar en aquel lugar podía otorgarle a cualquiera una paz incalculable que lo haría sentirse súbitamente una tremenda ataraxia. No obstante, ella -a pesar de vivir en terrenos dotados de la perfección al alcance de la mano- sentía soledad por no tener a alguien que pudiera acompañarla, en goce de la felicidad concerniente a sus propios lares. ¿Cómo habían surgido esos sentimientos? No lo sabía con certeza. Solo un día, de improviso, se había dado cuenta de la ausencia de más seres como ella a su alrededor, de que se encontraba en la más

Ese mismo día, observando con ojos humedecidos la felicidad de los terrenos conocidos hasta entonces, volteó y emprendió camino a través de senderos enigmáticos que no revelaban ni una sola señal de éxito que pudiera ser obtenible en la búsqueda iniciada. Sin embargo, aunque ella lo sabía, tenía fe en encontrar a alguien que tal vez pudiera entenderla: a su reliclon… Tal vez el único problema es que ella

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era perfecta.

confundían bondad con estupidez, por lo cual cada vez que trataban de atacarla, Lánsufi los evadía con astucia, agilidad e inteligencia, aunque sintiendo, gradualmente, más pena por la situación de todos y por la de ella misma.

Durante mucho tiempo buscó atravesando valles,mesetas, montañas y depresiones de todo tipo pero nunca encontró algo que le sugiriera el fin de su tarea. Encontró una inmensa diversidad de seres con los que socializó durante su estancia en cada parte del continente. Ella les hablaba de perfección y aspectos bellos con los cuales había convivido en su país de origen, pero ellos no comprendían sus palabras porque al no haber vivido en un lugar como el de ella, no les eran inteligibles conceptos como los que Lánsufi mencionaba.

Caminó, por lo tanto, durante mucho tiempo más en búsqueda de su reliclon. Hasta que un día se halló a sí misma en la orilla del mar y, como consecuencia, en el supuesto fin de su trayecto. Una pena de magnitudes inconmensurables la abatió y derribó, tirándola sobre la arena en la que caían unas gotas provenientes de sus ojos. Cada vez que era derramada una lágrima sobre la arena, un estruendo sonaba en su pecho como una campana que marcaba el final de su viaje. No había hallado a alguien que se pareciese a quien buscaba, pues todos la habían tratado de formas viles y crueles, y seguramente no podría encontrar a su reliclon. Era una realidad dura de reconocer… Pero, ¿era en realidad esa la realidad? Llegó, de pronto, ese pensamiento a su cabeza, comprendiendo después que de hecho esas palabras reconfortantes provenían del aire que le hablaba desde más allá del horizonte. “No, no lo es”, contestó Lánsufi y entendió el comunicado del viento. Subió sobre un bote que pronto fue llevado por las olas a los sinuosos campos azules del océano, donde se perdió y navegó por más tiempo aún del que había andado.

Las consecuencias de sus palabras sobre el pináculo del bien y la belleza terminaron siendo únicamente odios y rencores, que emanaban de los pensamientos o estados anímicos de sus recién conocidos compañeros. “¿Por qué nos cuenta estas mentiras? ¿Acaso cree que somos estúpidos para creer sus falacias?” Tales eran las ideas surgentes de sus mentes y, cada vez con mayor rencor, la despreciaban intentando hacerle daño, porque además deseaban tener tan siquiera un rastro de la belleza que ella ostentaba, de acuerdo a la perfección de la cual ella provenía. Algunos incluso intentaron matarla, osando de la bondad que de ella surgía con naturalidad para los demás. Por fortuna, semejantes seres dotados de dones que utilizaban para mal, eran tontos y

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El oleaje se encargó de la tarea que a ella le habría correspondido, llevándola poco a poco hasta los extremos del mundo y atravesándolos para arribar a lugares terrestres que nunca habría imaginado. En cuanto hubo tocado tierra, paisajes exóticos invadieron la visión del unicornio. Descubrió tiempo después a unos seres que hacíanse llamar “humanos”, los cuales eran increíblemente extraños. Sin embargo, a ella no le interesaron, porque muchos de los “humanos” consideraban que su especie era la única y más importante. No era así, por supuesto, pues a pesar de tener dones muy singulares que ella había visto en ninguna otra parte, no significaba que pudieran considerarse como los soberanos del universo.

los terrenos existentes sobre la corteza terrestre, llegó una nueva y deprimente idea a su cabeza que provenía de esos países imperfectos: tal vez su reliclon había muerto o quizá nunca había existido siquiera. ¿Por qué venían estos aires de aflicción a apesadumbrar los objetivos del unicornio? Era posible que el origen de estas ideas viniera de que nunca había contemplado al respectivo reliclon de cada ser conocido por ella desde su nacimiento. Al principio continuó caminando la vereda impuesta desde el inicio, mas unos cuantos meses después, el sentimiento de melancolía e incredulidad que venía creciendo desde aquel triste día había llegado a expandirse por su mente frustrando las esperanzas que la habían motivado desde el principio de su trayecto. Y así fue que una noche en la cual los baños de luna eran ofuscados por la niebla y las nubes señalaban una tormenta inminente, el unicornio decidió regresar a casa de nuevo, antes de que sus ideas perdieran el hilo de la perfección y fueran reemplazadas por las de los habitantes de los lugares por los que ahora cruzaba. Dio la vuelta entonces, siguiendo lentamente y con la cabeza gacha las huellas grabadas en el suelo, como señales del retorno a las raíces, al lugar de su oriundez.

Mientras el unicornio anduvo por los terrenos de aquellos seres, muchos que habían perdido la esperanza de conseguir la verdad y la felicidad desde largo tiempo atrás, dejaron de mostrarse escépticos para creer en los sueños más profundos de antaño una vez más. Otros, sin embargo, no pudieron verla siquiera, pues su forma de ser simplemente impedía a sus ojos el reconocimiento de la existencia de un ser tan perfecto. Lánsufi trotó días, meses y años buscando. Pero un día, después de tanto viajar por el mundo, tras haber deambulado por todos y cada uno de

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El monstruo

atenta a donde quiera que iban.

El horripilante ser veía desde la orilla de la banqueta hacia el otro lado. Su constitución no lo hacía ver de la mejor manera: corpulento, como una torre que se alzara dos metros y medio, de tonos oscuros, sin brazos ni piernas, con ojos blancos en forma de media luna y una redonda boca colosal que dejaba ver unos afilados dientes en su circunferencia.

Primero, solo los había contemplado marchándose, luego, al ver que se iban, decidió perseguirlos con su manera habitual de hacerlo: flotando e inclinándose hacia delante, dando una imagen parecida a la torre de Pisa. Inevitablemente el miedo de imaginarse en una situación que los llevaría a la muerte. El clima tampoco daba mucha esperanza: la lluvia estaba pronta a caer, y el crepúsculo, ya próximo, notablemente oscurecía el cielo a cada minuto. Los niños corrían, lo hacían ahora con horror, escapando de la inmensa sombra macabra que venía desde atrás persiguiéndolos mientras tapaba el sol a sus espaldas. Dos caminos, ¿cuál escogerían? El que fuera: no importaba con tal de librarse del peligro. Pero uno de ellos se había ido por el rumbo equivocado y los otros dos no se dieron cuenta de ello sino hasta encontrarse ya muy distantes de la división de veredas. El monstruo se fue por el lado del niño solitario y aumentó bastante su velocidad mientras lo vigilaba con los ojos como si fueran dos enormes linternas de colores oscuros. Sus ojos, antes en forma de media luna azulada, habíanse tornado ahora en dos lunas nuevas, de matices más lóbregos y penetrantes. El niño se aterrorizaba cada vez más al darse cuenta de que estaba perdido, pues a la vez que él recorría tres metros, el

A lo lejos observaba a unos niños no mayores de doce años que se paseaban a lo largo de la calle con libertad, regocijándose con la mutua compañía, de la cual nunca habían sufrido su ausencia. Algunas veces uno de los niños volteaba y percatándose de la inquietante mirada del monstruo, pero no le daba importancia. Unos momentos más tarde, todos ellos comenzaron a mostrarse impacientes porque incluso podían sentir a sus espaldas la mirada del extraño ser... quien los seguía incluso cuando caminaban a algún otro sitio para continuar charlando. Entonces los tres jóvenes llegaron a la conclusión de que tendrían que salir de escena para evitar incomodidades como las que estaban sufriendo. Caminaron mostrando una fingida paciencia al inicio, pero unos minutos más tarde andaban con paso de mediana rapidez, aumentando la velocidad de manera gradual, porque el horrible ser los seguía con la mirada

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recorría tres metros, el deforme ser acortaba en veinte metros su trayecto. Ya estaba muy cerca cuando de pronto el niño se vio en un callejón sin salida. Paró de forma súbita, aceptando su abyecto destino, y dio media vuelta esperando, resignado, a la torre oscura que llegaba velozmente desde la luz del final del callejón. El monstruo se detuvo con una fuerza invisible, misma que utilizó para levantar al niño hasta su rostro, y de sus ojos fueron surgiendo unas luces que ahora se tornaban como luna llena. Las luces azuladas examinaron al apresado y encontraron lo que querían. Abrió la boca circular aspirando la energía del aura perteneciente a su presa y un viento de procedencia incognoscible fue aspirado por el enorme agujero que ahora mostraba la atroz cara del ser. Gradualmente, mientras el sol se ocultaba para descansar del mundo occidental y se preparaba para mostrarse en el oriente, el aire que sacudía los alrededores fue dejando de moverse. La boca del monstruo fue convirtiéndose, poco a poco, de puerta del infierno a un agujero con tamaño de canica. Entonces, cuando ya no quedaba más por hacer, bajó al niño con su energía, quien se mostraba más que asustado por lo sucedido. En cuanto éste último hubo estado en el suelo, su cuerpo no pudo más y languideció hasta desmayarse. El monstruo lo tomó, ocultándolo dentro de su ser.

La luz del sol ya estaba en otro lado haciendo su tarea, ahora a la luna le tocaba su turno y bañaba las calles de la ciudad con una lluvia color azul profundo mientras eran cruzadas por la torre viviente de siniestra apariencia. En un momento indeterminado en la inmensidad del tiempo perteneciente a la noche, est llegó a una casa de construcción humilde dejando al niño que llevaba dentro de sí con el afán de dejarlo tranquilo y librarlo lo más pronto posible del trauma que tal vez le habría causado. Lo dejó en la puerta de la entrada y tocó avisando su llegada, no sin antes decirle al niño: -No te preocupes. Te he librado de ese demonio. Ahora te sentirás mejor. El joven de escasos años no pudo escucharlo de manera consciente, pero sí de forma inconsciente. Los siguientes días no habría de reprochar lo que le había acontecido. Admitiría que había sido algo de lo más extraño que había sucedido en su vida entera, mas no se quejaría de ello, pues a partir de ese día sentiría un alivio ingente gracias a la liberación de su alma. Sin embargo, no volvería a cruzar ese camino de nuevo ni querría volver a encontrarse con su benefactor, porque, a pesar del bien que le había hecho, el miedo causado a su ser era irreprimible. El monstruo sintió felicidad al cogitar que había obrado bien. Sabía sin

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duda alguna que jamás se lo agradecerían, pero la época de depresión sobre esos temas ya había transcurrido mucho tiempo atrás. Ahora estaba resignado a todo eso. De todos modos, tampoco era exactamente una ayuda lo que hacía, pues él también necesitaba de ello. Los demonios eran su alimento: le otorgaban la energía para seguir viviendo, y ¿qué mejor si lo podía hacer en beneficio de alguien más?

ciudad. Marchó hacia la frontera del lugar en el que había residido desde su nacimiento y encontró entonces a un ser hermoso que caminaba apesadumbrado hacia la lejanía por un sendero que se borraba conforme caían las gotas del agua celestial. La pesada oscuridad de la noche no podía ahogar la luz que despedía el unicornio como factor innato. Caminaba con gracia y gallardía, aunque también como si algo muy pesado le impidiera continuar debidamente.

Flotó por las calles de la ciudad, admirando su belleza y deleitándose ante la lluvia torrencial que ahora caía, la cual, en esa noche, cargaba dentro de sí una tristeza inmanente e innegable que sólo los seres sensibles podían percibir. El monstruo sintió entonces una necesidad de buscar la proveniencia de aquella melancolía, porque nunca había estado en algún caso parecido donde la aflicción fuera tan palpable. Durante minutos aparentemente eternos, buscó a través de calles, edificios, casas y terrenos baldíos esperando encontrar el origen de lapena. Sin embargo, no encontró lo que deseaba...

El monstruo permaneció recto observando algo que le era casi imposible creer, hasta que, sin previo aviso, el unicornio volteó el rostro antes de dar el siguiente paso, dejando una pata flotando en el aire. Sus ojos mostraban una enorme compasión y, en sí, una perfección que habría sido imposible encontrar en alguna otra parte con cualquier otro ser. Entonces, inquirió: -¿Eres tú mi reliclon? No supo qué responder, sólo permaneció inmóvil observando la belleza del ser que tenía enfrente de él. Después de unos segundos, cogitabundo por la pregunta, reaccionó y diose cuenta de que extrañamente entendía el significado de una palabra que no conocía.

Dos reliclones compatibles Tras varios minutos aguardando el resultado de la sensibilidad concerniente a su percepción, diose cuenta de que debía encontrarse cerca de la zona limítrofe de la

-Supongo que sí –respondió finalmente.

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-Eso pensé –sonrió ella con la mirada, mostrando en su sonrisa la felicidad de la Tierra entera. -¿Por qué no huyes de mí al igual que lo hacen todos, Lánsufi? –dijo, pues conocía el nombre del unicornio aun sin haberlo escuchado antes. La luz de la luna veo en tus ojos, Áfsilun. No puedes ser un monstruo si su resplandor te ha sido ofrecido como don. Puedo ver en tu interior y saber que la monstruosidad no se encuentra en ti sino en los viles sentimientos de algunos seres terrenales. Además, Áfsilun, ¿cómo te podría juzgar siendo mi reliclon, alguien a quien había estado aguardando a partir del momento en que supe de mi soledad, alguien por quien he pasado gran parte de mi vida buscando sin hallar respuesta ni señal sino hasta este momento? Ve n conmigo; acompáñame por favor a mi país, que la mayor perfección es nada si no es con compañía.

marcharse y tu tarea será esperanzar en otros sitios a quienes lo necesiten. Conozco lugares que necesitan de tus claves. También tengo que admitir mi propia necesidad de tu presencia. Acompáñame, por favor. -No es necesario que lo repitas, Lánsufi. No creas que yo no tenga sentimientos semejantes. Ambos sonrieron y Áfsilun se adelantó hasta llegar a la posición de ella. Caminaron pacientemente mientras compartían experiencias mutuas al andar, y la lluvia se detuvo dejando solo un aire humedecido a su alrededor. Los astros de nuevo pudieron asomarse en la bóveda celeste, diciéndoles que eran afortunados por encontrar la amistad, porque no todos lo llegaban a hacer. El camino a casa era largo, pero en el trayecto tenían trabajo por hacer. Al final de todo, llegarían hasta el país del unicornio; y es que dicen que lo que vale la pena no es sencillo de conseguir… mas en realidad vale la pena.

-Pero ¿qué sucederá con los habitantes de estos lugares? -Ellos ya han aprendido bastante, has desempeñado tu labor a lo largo de todos estos años sin fallas y sin recibir recompensa alguna por tus agallas. Los que hayan sabido del bien que has causado seguirán por el camino que trazaste. No te preocupes por tu legado, que por fin es hora de

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El descanso de Mckcintosh J.A. Benson


V

arios meses habían transcurrido desde que el RSS James Clark Ross zarpara del Reino Unido; el buque, propiedad de British Antartic Survey. Cada año, el buque trasladaba a los empleados destinados a realizar labores de investigación en suelo antártico. La estación conocida antiguamente como la Halley Bay, situada en el mar de Weddell, sirvió para detectar el agujero de la capa de ozono en 1985. La estación diseñada para albergar a treinta personas ahora sólo contaba con diez. Dos jóvenes caminaban en busca de unas cámaras que habían sido soterradas varios meses antes. Juan Torres, un joven esbelto y pálido, revisaba las coordenadas para encontrar las cámaras. Rubén Carbajal se encargaba de la bitácora. El segundo, tenía una apariencia más descuidada, era robusto y de cabello castaño. Su aspecto resultaba algo intimidante por su larga barba y sus ojos claros. Espero que las cámaras revelen información útil. Se supone que estamos en verano pero este frio me parece demasiado inclemente —dijo Rubén. Juan se quedó viendo a su compañero sin hacer ningún gesto. ¿Quieres un poco de tabaco? —preguntó Juan. Puede que encontremos señales

de algún depredador. La zona de crías es ideal porque sobre el hielo las focas son más vulnerables. Estamos cerca del último punto. Dos cámaras por recoger y podremos volver a la base —dijo Rubén. El dúo caminaba alejándose de sus motonetas, en dirección a las cámaras enterradas en el suelo. Las condiciones para la recolección eran idóneas, aún quedaban semanas antes de que llegara el invierno. ¡Vamos! Anímate, Rubén. Sólo estamos a un par de kilómetros de la base, un viaje de una o dos horas, podemos disfrutar un poco la vista. Tomemos una par de fotografías antes de volver —dijo Juan. Los altos picos nevados se erguían azules. Un día espléndido gracias a calor, causante del derretimiento del hielo en la costa, dejando a su paso un cuerpo de agua hermoso. No tardaron en dirigirse hacia las elevaciones próximas donde aún abundaba la nieve. Como si de un juego se tratase, corrieron a sus motos y se dirigieron hacia la falda de una colina, la que consideraron tendría mejor vista. Al estar en la cima lograron observar un valle rocoso de bastante profundidad. Rubén se acercó a la orilla para ver con más detalle; y Juan, tomando

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fotografías, olvidó por un momento a su compañero el cual estaba sentado disfrutando de la vista. Juan se mostraba entusiasmado fotografiando la enorme montaña que se erguía azul sobre ellos. Ambos estaban por retirarse. Cuando Juan dio la vuelta para dirigirse cuesta abajo, Rubén se levantó dispuesto a seguir a su compañero e intentar avanzar. Pero algo ocurrió, Rubén se resbaló y, al caer de rodillas, la frágil orilla de hielo se quebró. ¡Juan! ¡Ayúdame! Juan intentó socorrer a su amigo pero medio cuerpo de Rubén había caído fuera de la cima y el resto se resbalaba, sin poder encontrar algo sólido en qué anclarse. No pudo más que mirar con desesperación a su compañero precipitarse en la más desastrosa caída. Mientras caía, el cuerpo de Rubén daba vueltas como si fuera un muñeco de trapo arrojado al vacío. El cuerpo de Rubén apenas se divisaba, estaba tirado a medio camino del valle. Juan le hacía señales. Abajo, el pobre hombre pudo ver a su amigo por unos segundos, después todo empezó a ponerse negro, su visión se fue opacando hasta que se desvaneció. No era el fin de Rubén, aunque él lo hubiese preferido así, pues el

dolor era fuerte. Levantando la cabeza observó que la fuente de dolor venía tanto de su pierna fracturada como de su brazo dislocado. Miró hacia arriba buscando consuelo en su amigo, pero no se veía por ninguna parte. ¡Juan!, ¡ayuda! —gritaba Rubén. Por fin, el joven malherido decidió olvidar de momento el paradero de su colega y, tomando su brazo con firmeza, lo estiró hacia delante de manera fuerte y espasmódica, dejando escapar un grito de dolor que se perdía en el valle. Rubén se tiró al suelo, donde permaneció inmóvil mientras el pánico lo abordaba. Pensaba en la idea de que iba a morir si no acudían a su rescate. Dos escenarios llegaban a su mente, tal vez Juan se encontraba de camino a auxiliarle o, por otro lado, había desistido en la búsqueda. Quizá volvió a la base por ayuda. Pasó algunas horas gimiendo y pidiendo auxilio con todas sus fuerzas. Cansado de esta actividad por fin encontró la calma y cordura para meditar sobre su situación. En cualquiera de los casos, a la menor sospecha de que algo les hubiera ocurrido se iniciaría una búsqueda. La gente de la base conocía el punto de vigilancia de la foca Weddell, la cual no estaba lejos del valle, por lo que no sería difícil

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encontrar las motos y, con suerte, a ellos. Su reloj se había averiado, no le era posible saber cuánto tiempo llevaba allí, no había mucho que hacer y, de momento, no podía ponerse en pie. El frío ayudó a que perdiera la sensibilidad y, con ello, el dolor causado por las heridas. Rubén se arrastró hacia arriba dejando el lugar de su caída ya que estaba muy cerca de una orilla con mayor pendiente que, sin duda, lo haría rodar de nuevo. Avanzó de este modo unos cuantos metros y, de repente, logró observar una superficie plana en la que no había reparado antes. Para su sorpresa, había una cavidad pegada a la pared rocosa. Se acercó a ella. Quizá sintió curiosidad o tal vez pensó en ella como un refugio. A medida que iba subiendo, se mostraba una abertura más grande, era una cueva. El viento se volvió huracanado y concluyó que lo más seguro sería permanecer dentro de ésta. La entrada debía medir, por lo menos ,tres metros de altura y unos dos metros de anchura. La caverna se extendía hacia el fondo hasta terminar en una pared. Aún dentro de la cueva, el soplo del viento penetraba con fuerza. Se quedó ahí, recargado en la pared de roca, pensando en su terrible final. La preocupación por el estado de su pierna y la demora en su rescate aumentaba y le hacían perder los ánimos de una posible salvación.

Después de un rato, Rubén sintió escalofríos dudando que fueran a causa del frío. No meditó mucho sobre el asunto, pues a medida que la sensación avanzaba cubría su mente hasta dejarla en blanco. Es difícil saber si era autoinducido o provocado a causa de la atmósfera fúnebre y el pánico que antes había experimentado. Lo cierto es que, con la consecuente quietud, se volvió más sensible a cualquier sonido. De pronto tuvo una nueva sensación. Sentía que no estaba solo y que era observado. Giró su cuerpo bruscamente hacia el fondo oscuro pensando en que algún animal moraba en la cueva y, gracias a la escasa luz, pudo ver un extraño humo azulado que bailaba en las tinieblas de la cueva. El humo viró hacia la derecha hasta desaparecer. Rubén se acercó con dificultad hacia el lugar del humo que, al parecer, se había disipado. El frío le había impedido hundirse en un sopor causado por el agotamiento y las lesiones. Le había mantenido alerta pero su capacidad de reflexión y de cordura iba en deceso. Finalmente, cayó al suelo bajo los efectos del agotamiento y sus ojos observaron unas botas frente a él. Había un hombre sentado allí, era un hombre de avanzada edad y el humo que salía de su pipa era azul. Rubén se recargó sobre la palma de sus manos y retrocedió asustado hasta quedar tirado de nuevo en el suelo. Se incorporó e intentó hablar

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Le agradezco su compañía y el fuego, aunque no tengo idea de quién es o lo que quiere. ¿Por qué el fuego es azul? —preguntó Rubén. No tengo respuesta para tu pregunta. Mejor hablemos de lo que sí sé. Viajamos desde Australia hasta llegar al mar de Ross, al sur del continente. La misión consistía en transportar suministros para la carrera transatlántica de mi empleador y dejarlos en sus respectivas coordenadas. La determinación de mi patrón era igual que su negligencia; esto, sumando la falta de recursos y al mal tiempo, desencadenaron la tragedia para mi tripulación—relató Aeneas. ¿Qué les pasó? —preguntó Rubén. Parte de ella sufrió escorbuto antes de llegar a nuestro objetivo. Nuestro barco quedó atrapado por el hielo. Después avanzamos a un lugar donde establecimos campamentos. Me embarqué junto con otro compañero en busca de sustento en una estación abandonada pero nos perdimos durante una tormenta de nieve.—dijo Aneas en tono fúnebre. No puedes venir desde el mar de Ross, estamos mucho más al norte. ¿Tu embarcación está en el mar de Weddell? —preguntó el joven.

¿Estamos cerca del mar de Weddell? Qué extraño. Mi compañero y yo quedamos sepultados en la nieve. Hasta donde yo sé, morir es lo último que he hecho. Después de eso, el olvido. No recuerdo nada, sólo sé que estoy aquí, igual que lo estás ahora. Mi tumba son capas de nieve en algún lugar cerca del monte Erebús —sentenció Aeneas. Eres de carne y hueso, tal como yo. No creo que seas el fantasma de las navidades pasadas. Pero suponiendo que es verdad lo que dices, entonces eres un héroe, ¿cumpliste la misión? —dijo Rubén, con cierto sarcasmo. Sí, un héroe olvidado, que nadie recordará, que jamás volverá a ver a su familia y que está destinado a permanecer aquí. Quizá si te ayudo... desaparezca el sufrimiento. Pero no puedo cargarte en mi espalda y llevarte con los tuyos, sólo queda esperar juntos.—dijo Aeneas. Entonces, esa caída acabó con mi vida, por eso puedo verte o puede ser producto de una alucinación—reflexionó Rubén. Mientras experimentes dolor, hambre y desesperación estás vivo.—dijo Aeneas. Por cierto, me llamo Rubén.

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Soy Aeneas Mckintosh. Ahora descansa. No debes perder energías. Tras estas palabras, Rubén cayó en un sueño profundo. Cuando despertó, la llama se había apagado y su pierna seguía siendo su mayor molestia. El hambre era la segunda. Debía calmarla pero no tenía nada de alimento. Frente a él estaba Aeneas, sentado y fumando de su pipa. Había pasado el límite para resistir el ayuno. Rubén comió el cuero de su cinturón y de sus zapatos. Bien, pero también necesitas agua.—dijo Aeneas. Mckintosh derritió un trozo de hielo para dárselo a Rubén. Éste se acercó de inmediato y bebió. Pasaron un rato sin decir una palabra. Aeneas se mostraba más pálido y gélido que nunca. El fuego extinto parecía seguir reflejándose en su rostro sin calentarlo un poco. Su rostro se puso azul como un zafiro y un vapor emanaba de su piel flamígera. No podrás verme. Así como el tiempo de la llama es finito, el mío también, pero, sobre todo, tu propia vida es finita —dijo Aeneas. ¡Dijiste que te quedarías! —gritó

Rubén. Lo sé, pero desde que aparecí en este lugar recuerdo menos sobre mi persona. Cada memoria se desvanece, apenas recuerdo de dónde vengo. Creo que tú fuiste el que me condujo hasta aquí. Cálma saldrás, cuando tengas la motivación adecuada.—le contestó el espectro. Aeneas, como si hubiera sido vidrio al que se le asienta el cincelado final, se destrozó en miles de pedazos que se desvanecieron en el suelo. Rubén, sintió un éxtasis de miedo, una parálisis que por dentro se sentía como caer en un abismo. Por un momento el frío había desaparecido. La fuerte impresión que causó esa rotura de las leyes naturales permitió a Rubén incorporarse. No comprendía todo lo que estaba pasando pero sentía que Mckintosh le indicaba que debía salir o quedarse a morir ahí. Rubén logró salir con cierta dificultad de la oscuridad de la cueva y se desplomó en el suelo, boca arriba. Ahí observó a su agente de salvación o, tal vez, de perdición Un ave gigantesca y blanca como la nieve. El ave volaba sobre el valle. En un delirio intentó hacerle señales, como si eso sirviera de algo, pero un resplandor blanco inundó su vista hasta cegarlo por completo. Rubén abrió los ojos y estaba acostado dentro de una habitación.

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us compañeros estaban ahí, incluyendo a Juan, quien se le acercó alegre y le preguntó si escuchaba su voz. Él asintió y se dio cuenta de que se encontraba a salvo en la base. Al parecer, su compañero decidió ir en su búsqueda y, al ver las limitaciones del descenso hasta llegar a su colega, regresó a la base por ayuda. Habían pasado dos semana desde su desaparición. Sus compañeros habían sobrevolado el terreno de la caída e imaginaron que el cuerpo había quedado sepultado por la nieve acabando con la vida de Rubén.

Es muy frecuente escuchar de los espejismos que se perciben tanto en los desiertos como en zonas polares, a veces acrecentados por los efectos atmosféricos. Sin embargo, todos estaban felices y consideraban su historia no menos que interesante. Se le permitió nombrar a aquel valle como “El Descanso de Mckintosh”, en honor al hombre perdido. Que descanse en paz.

Pero la negativa a considerar su muerte impulsó su búsqueda los días siguientes. Se había acordado que se le buscaría una vez más barriendo un perímetro más amplio. Justo cuando estaban aceptando su muerte como un hecho, el director de operaciones que iba a bordo del helicóptero observó una cueva y, al acercarse, divisó unas marcas oscuras. Pensaron que eran rocas pero, al perder altura, descubrieron que era el cuerpo de Rubén. Los integrantes del rescate no entraron a la cueva, pero preguntaron por ella. Rubén les relató la fascinante historia, de la cual sólo atestigua la existencia de la cueva. La recepción de su relato tuvo las más variadas opiniones pero todos concluyeron que el efecto del hambre y la estancia a la deriva en territorio antártico explicaban el estado de su alucinación.

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La anciana enferma

David RamĂ­rez


Una serie de cataclismos comienzan a manifestarse en diferentes lugares del mundo. Según los pronósticos del clima en algunos lugares hay amenaza de ciclones, huracanes o riesgos de tsunamis. Otros lugares han sido azotados por sismos. Los volcanes que se creían inactivos, amenazan con despertar. El crepúsculo ha desaparecido y en el firmamento comienzan a verse las estrellas. Es de noche, debo dormir, pues mañana espera otro día de largo trabajo. Algo hay de irreal aquí, ¿estaré soñando? No recuerdo lo que estaba haciendo antes. Es un día soleado, las flores muestran tonalidades hermosas, las aves cantan y en la lejanía, un mar muestra su cristalino brillo. Un extraño viento comienza a rodearme, esto me causa gran agitación. En un abrir y cerrar de ojos el paisaje hermoso que había visto, se ha convertido en un paisaje deprimente. Mientras camino las flores del campo que antes mostraban belleza, ahora están completamente marchitas, las aves han huido. A lo lejos puede verse un opaco y muy contaminado mar. Sigo mi peregrinaje. He perdido la noción del tiempo. Ya no estoy en un campo de flores marchitas, ahora me encuentro en una selva oscura y lúgubre. Susurros en la oscuridad comienzan a ponerme nervioso. Entre los arboles emergen figuras, parecen estar formadas por sustancias elementales: agua, fuego, tierra y aire. Mientras avanzo por la vereda, ello me observan, pero no de la manera en que yo lo hago. En ellos no hay asombro, sólo desprecio y furia. A poca distancia encuentro un campo yermo, pero en esta ocasión observo hadas de aspecto triste, tomando con sus pequeñas manos flores muertas como si

quisieran revivirlas. Conforme camino, el paisaje se mira más decadente. He llegado al final del camino, no puedo describir mi asombro al ver dos gigantes de piedra custodiando la entrada a una cueva, pero a pesar de eso sigo adelante. Ellos me dejan entrar y me introduzco en ella. El camino principal con su escolta de elementales parece el indicado. Sin perder tiempo, acelero la marcha pues veo una luz en el fondo. Finalmente he llegado a una galería, puedo apreciar que la luz proviene de cristales incrustados en las paredes. Los pilares de roca cubiertos en estalagmitas. Puedo ver dos tronos de basalto, un anciano hincado frente a su reina, tomándola de sus manos. El anciano se pone de pie y me mira con vista penetrante, un brillo misterioso brota de sus pupilas como si estuviese allí el universo. A pesar de su larga barba el anciano se ve fuerte y con una estatura increíble. El anciano me sujeta de la camisa con ambas manos despegándome del suelo y me pregunta: ¿Por qué los humanos atentan contra la vida de mi esposa? No puedo entender de qué me acusa, ni siquiera lo conozco y tampoco a su esposa. De pronto una dulce voz, aunque triste, pide a su esposo que me suelte. Ella, con su amor maternal, pide que me acerque a ella. El rey se hizo a un lado, para que yo me acercara a presencia de su mujer. Fue entonces cuando vi a la mujer. Ella parece muy enferma, pero sus ojos luminosos mostraban amor y nostalgia. Una audiencia se fue acercando alrededor. Los seres elementales empiezan a hacerme reclamos, pero la mujer intercede por mí. Te hemos traído aquí para decidir el destino de la humanidad, para descubrir si hay esperanza y bondad en la raza humana, mi

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nombre es Gaia y éste es mi esposo, el Padre Tiempo. –dijo la anciana. La audiencia eran los hijos de Gaia. Querían vengar a su madre, castigar a la humanidad por su barbarie contra las demás especies. Por contaminar el ambiente, por ensuciar los mares, por provocar guerra y el holocausto nuclear más destrucción energía nuclear. La estirpe de la Madre Naturaleza estaba decidida a liberar su ira. El mar amenazo con hundir los barcos y crear tsunamis; la tierra con hacer grandes terremotos y devorar edificios; el viento con crear potentes tornados; y los volcanes con estallar y consumir pueblos.

pureza marina guían su camino. La Hija de la Noche regresa a su tarea ordinaria de vigilar el sueño de las criaturas de la Tierra.

Gaia suplica a sus hijos que frenen su ira. Gaia me mira a los ojos y me pide ayuda, yo le digo que lo haré. Abro los ojos y me encuentro recostado en mi cama, al parecer todo ha sido un sueño. Continúo todas mis actividades diarias antes de irme a trabajar. Prendo el televisor y en las noticias dicen que los cataclismos han desparecido. Tras correr la cortina me doy cuenta que afuera hay un bello día.

FIN Hija de la Noche Alba Navarro (27 años, España) Noche ausente de luna. Emerge de la profundidad de las aguas una silueta delgada, pálida, un cuerpo desnudo de figura femenina. Los largos cabellos de un negro crepuscular dejan su rastro dibujado en la arena tras las huellas de unos pies que se hunden con delicadeza en su finura. El olor a sal la acompaña y sus ojos cristalinos de

A su paso, los paisajes nocturnos se tornan solitarios, las calles desoladas los caminos desamparados. Y cuando la quietud se vuelve perpetua en la penumbra, cuando ella siente certera su soledad y que alba regresa vertiginosamente, retoma su camino de nuevo a las inmensidades del océano, sumergiéndose en sus aguas, para morir de nuevo hasta la llegada del próximo ocaso.

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gótico.

Derleth es el principal responsable de que la obra de Lovecraft trascendiera a la muerte del creador. Fue partícipe en vida de un grupo de autoproclama dos discípulos, y bajo la tutela del hijo predilecto de Providence, dedicaron algunas de sus obras a ampliar el mundo imaginado por Lovecraft, imitando su estilo. Es difícil hablar de canon, mucho menos a estas alturas: Lovecraft no creó un universo cerrado, con estrictas reglas, sino que el grupo aportaba riqueza a través de nuevos elementos de su propia cosecha. El que Derleth se erigiese como el principal defensor de la literatura de Lovecraft tras su muerte se mezcló con su aportación creativa como discípulo, provocando que su propia mentalidad terminase tiñendo la percepción que el público tenía de aquellas obras. Ayudó a confundirla esencia del terror cósmico de su ídolo con la del terror gótico que éste había dejado de lado. Derleth, por ejemplo, sistematizó el panteón de criaturas de Lovecraft de un modo casi teológico. Esta aportación corrompió el estilo original de toda la obra de Lovecraft, pero a su vez fue unos de los factores de que la obra de Lovecraft sea tan popular hasta nuestros tiempos. Irónico, ¿no creen? Pero tal vez, la modificación más grande al estilo original es la introducción de la lucha entre el bien y el mal. Ahora los dioses de la inexistente jerarquía de los mitos originales dejan de ser puro caos e indiferencia, pasando a tener un propósito y un bando. Mitología y religión. Relato

La interpretación de August hizo que la obra de Lovecraft tuviera un trasfondo mitológico, casi religioso que al propio Lovecraft hubiese abominado.

“Esta aportación corrompió el estilo original de toda la obra de Lovecraft; pero a su vez es una de las razones de peso que sea tan popular aún hoy. Irónico. ¿no creen? Para Lovecraft, el terror tradicional había dejado de ser eficaz no sólo por su falta de naturalismo, sino que también porque era demasiado optimista. Donde hay una lucha entre el bien y el mal , el bien puede terminar ganando; asi ganen o pierdan los héroes de una historia de terror, siempre existe una moraleja. En cambio en un relato donde no existe el bien o el mal, sino en la cualidad indiferente de lo desconocido; no existe moraleja alguna. Indiferentismo cósmico, las hormigas aplastadas por el pie de un gigante que ni siquiera sabe que están ahí. Concluiré entonces con un pensamiento: somos muchos los que consideramos al hijo de Providence uno de los personajes más influyentes del terror contemporáneo, y tal vez una de las claves más importantes sea el haber extirpado el mal de la ecuación de su obra. El miedo esta en no importar, no trascender. La futilidad de nuestra existencia. El bien y el mal son conceptos tan humanos como irrelevantes. Derleth debía saber muy bien esto, añadiendo características humanas a una narrativa desprovistas de ellas.

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ElegĂ­a alEmiliano occiso Barajas


Elegía al occiso Emiliano Barajas

C

aminando por las agitadas calles de la ciudad me topo, de repente, con las majestuosas rejas de un cementerio, sin mucho que hacer la curiosidad me ganó y entré. De inmediato, al adentrarme en éste bosque de piedra y musgo sentí como el ruido de la ciudad desaparecía, para dejar en su lugar el sutil sonido del viento acariciando los viejos árboles crecidos, quizá, por el nutriente de los cuerpos que llevan más de un siglo reposando, encima de ellos los acompaña la puerta que les impide resurgir de vuelta a ésta vida, edificaciones ornamentadas acompañadas por esculturas góticas de dramáticas posiciones que reflejan el paso del tiempo de éstos homenajes...

Un gato me observaba de entre las lápidas... su mirada, atenta a mis actos permanecía estática, camuflajeado las formas de su alrededor, para después correr y perderse entre las interminables paredes grises. Qué incontables sucesos habrán ocurrido en tal lugar de eterno descanso, la longevidad evidencia como el paso del tiempo genera un espacio de reflexión al vagar entre un extenso terreno de esculturas, degradadas por el pasar de las décadas, adentro de los sepulcros el abandono implacable devora lozas, cristos y ningún ángel se salva de la devastación. El olvido vuelto Dios, el Marqués del abandono, fotografiados ambos en la más impertinente de las corrosiones y escalones que conducen muy abajo, las montañas de polvo erigidas dentro no dejan duda que de ahí procedemos y en esos volveremos

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