El Tiempo

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POR QUÉ UTILIZAMOS CALENDARIO Heriberto G. Contreras Garibay

Nuestras vidas se rigen por segundos, minutos, horas, días, semanas, meses y años. “No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague”, versa un dicho popular, que da cuenta de una manera sencilla de lo importante que es para los seres humanos el tiempo. Sin duda que uno de los inventos de más impacto en la vida de los seres humanos es precisamente la forma de medir el tiempo. Nuestras vidas se rigen, antes que por cualquier otro factor, por el tiempo, el cual es constante no sólo en la Tierra sino en el universo entero. Pero, ¿qué tanto sabemos del tiempo?, ¿de dónde surge?, ¿quién lo comenzó a medir y por qué lo hizo? Para contestar estas preguntas, hay que retroceder en la historia y analizar la vida de las primeras civilizaciones agrícolas, entre las que destacan Egipto, Mesopotamia, la India y China; en efecto, los rastros encontrados por numerosos especialistas señalan a las civilizaciones egipcia y mesopotámica como las más antiguas. Precisamente a los egipcios y mesopotámicos se les considera en el más amplio sentido como los iniciadores de la ciencia, no obstante que fueron los griegos quienes la desarrollaron y la articularon. A finales del año 4000 a. C., los mesopotámicos impulsaron conocimientos que sirvieron de base a los griegos; entre otras cosas, inventaron los primeros sistemas estructurados de escritura y de numeración. En Mesopotamia usaban la base de numeración 60, un número al que encontraban muy


interesante y seguramente mágico, y que constituye la mayor base numérica de la historia. Por su parte, los egipcios inventaron y emplearon un sistema decimal, es decir, con base 10, que con el paso de los años se erigió como el de uso más frecuente y que es el que utilizamos actualmente. Ambas civilizaciones dieron vida a los primeros calendarios, que se basaron en el ciclo de la Luna – que es de 29 días y medio y muy fácil de percibir– y con los cuales obtenemos años de 354 días. No obstante, seguir un calendario lunar apegado precisamente a este astro genera un desfase en las estaciones, las que se ajustan a los 365 días y cuarto del año solar. No obstante, en Mesopotamia se creó un calendario de doce meses de 29 y 30 días alternos, a los que añadían un mes cada determinado tiempo para corregir el desfase. Por su parte, los egipcios desarrollaron dos calendarios con distintos usos: un calendario lunar, que sólo era conocido y seguido por los jerarcas religiosos de la época, quienes se encargaban de llevar el conteo, y un calendario cívico de 365 días para la población en general, el cual se dividía en doce meses de 30 días, más cinco días que servían de ajuste. Curiosamente, este calendario coincide con el periodo de tiempo entre dos solsticios de verano, o entre dos apariciones por el este de la estrella Sirio (Sothis para los egipcios), época que coincide con la crecida del Nilo, que, su vez, inundaba los campos y prometía una cosecha abundante. Sin embargo, los egipcios consideraban semanas de diez días, lo que crea un desajuste en el conteo de los meses y, por ende, al final del año. Siglos más tarde, los griegos, y después los romanos, contaron semanas de siete días, heredadas de los mesopotámicos. El calendario romano se difundió en gran medida gracias a las conquistas de Alejandro Magno. Hoy día, el mundo occidental emplea el calendario con semanas de siete días, como el de los romanos. El nombre de cada día corresponde a los astros, ya que los romanos destinaron cada día al culto de una divinidad; así pues, lunes proviene del latín dies lunae, día dedicado a la Luna; martes, del latín dies martis, a Marte, el dios de la guerra; miércoles, del latín dies mercuri, a Mercurio, dios del comercio y de los caminantes y mensajero de los dioses; jueves, del latín Iovis dies, a Júpiter, el padre de los dioses, que fue asimilado al Zeus griego; viernes, del latín veneris dies, a Venus, asimilada a la diosa griega Afrodita, diosa del amor y de la belleza. Al final dejaron el sábado, día de Saturno, dios de los vendimiadores y campesinos. Pero también el nombre de sábado proviene del latín sabbatum, que a su vez deriva del hebreo sabbath, que significa “descanso”. Este día es considerado el séptimo de la semana, y es el que dedican los judíos al descanso ya que, según la Biblia, Dios descansó en el séptimo día. Por último, tenemos el domingo, del latín Dies Dominicus, día del Señor. Los

romanos

dedicaron

este

día

al

Sol.


En nuestro calendario, el domingo está marcado como el primer día de la semana; sin embargo, los cristianos trasladaron el día de descanso al primer día de la semana para conmemorar la resurrección de Cristo, que tuvo lugar en ese día. Pero el domingo genera distintas interpretaciones y formas de verse, sobre todo porque tiene implicaciones directas en actividades como el comercio. Así, en el mundo occidental se considera al domingo como el séptimo día, e incluso existe una recomendación para hacerlo así por parte de la Organización Internacional de Estándares (International Standard Organization), conocida como ISO. En nuestros días, y gracias a la astronomía y la física, sabemos que un año es el periodo de tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol, y aproximadamente consiste en 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, o sea, 365 días y un cuarto, menos 11 minutos y 14 segundos. Por lo general, estos números se redondean y decimos que un año dura 365 días y seis horas. Esa parte restante se acumula, por lo que cada cuatro años se le agrega un día al mes de febrero. A ese año lo llamamos “bisiesto”, del latín bis sexto die ante calendas martias. Elaborar los calendarios no ha sido nada fácil, sobre todo porque requiere de mucha exactitud, aunque un año se vea como un gran periodo de tiempo. El calendario egipcio, por ejemplo, estaba formado por doce meses de 30 días, seguidos de una fiesta que duraba cinco días; así, pues, tenía 365 días. Sin embargo, esa no es la duración correcta del año ya que se desplazaba casi un cuarto de día. Por lo tanto, con este calendario tendríamos una prueba inequívoca de su desfase, pues en unos 700 años el tiempo habría cambiado, y en invierno haría calor y en verano frío. Otro calendario que gozó de gran popularidad fue el juliano, que fue creado por un astrónomo, el griego Socígenes de Alejandría, utilizado y aceptado en el imperio romano por Julio César en el año 46 a.C. Con él se intentaron resolver los problemas del calendario egipcio. El problema se solucionó a medias cuando se introdujo un día extra cada cuatro años en los años bisiestos. Este calendario intentó compensar el deslizamiento del calendario egipcio al añadirle dos meses extra, así como 23 días más en febrero. Así que el año 46 a. C., está registrado como el año más largo, pues tuvo 455 días. Para su mala fortuna, el calendario de Socígenes también se desplazaba a lo largo de las estaciones, aunque de forma más lenta, pero al final había un corrimiento de siete días y medio cada mil años. Cabe mencionar que Julio César se dio a sí mismo crédito en esto de los calendarios y su aplicación, por lo que se destinó a julio como su mes. Más tarde, su sobrino nieto Octavio Augusto se convirtió en emperador de Roma y también se dedicó su propio mes, el de agosto, al que hizo más grande al sumarle un día más, el cual le quitó a febrero. Por último apareció el calendario gregoriano, que fue desarrollado y dado a conocer por el papa Gregorio XIII en 1582, es decir, hace menos de quinientos años.


El calendario gregoriano modificó el juliano; en primera instancia, evitó que los años bisiestos cayeran en centenas, excepto cuando fueran divisibles entre cuatro. De esta forma, el año 1900 no fue bisiesto, pero el 2000 –si el lector lo recuerda– sí lo fue. Y si el año 46 a. C., fue el más largo, con 455 días, el de 1582 fue el más corto, toda vez que se decretó que el día 5 de octubre fuera el 15 de octubre para corregir el desfase entre el calendario juliano y el solar. El calendario gregoriano fue aceptado rápidamente por los países de mayoría católica, como España, Francia e Inglaterra. Así, Francia hizo el corrimiento el mismo año, pero en diciembre, pasando del 9 al 20, aunque desde 1793 a 1806 se utilizó el llamado “calendario republicano francés”. En Gran Bretaña se le aceptó en septiembre de 1752, pasando del 2 al 14, pues ya se había acumulado un día más de retraso. Pero el éxito y mayor exactitud de este calendario gregoriano sedujo a otros países, como Japón, que lo adoptó en 1863; también Rusia lo hizo en 1918, Rumania y Grecia en 1924 y Turquía en 1927. Por el momento, este es el calendario más empleado para medir el paso del tiempo en nuestro planeta Tierra. MAPAS ESTELARES

Teorías cosmológicas y mapas estelares


Un mapa estelar no es más que la anotación gráfica de las observaciones astronómicas. Del mismo modo que en los mapas de la Tierra son indispensables para estudiar la geografía, los mapas estelares son necesarios para identificar y localizar las estrellas. EL mapa estelar más antiguo, muy sencillo, compuesto solamente de signos de escritura que señalan las 28 casa lunares (constelaciones), se encuentra anotado encima de la tapa, ligeramente abovedada y pintada de la laca, de una caja de madera. La tumba en la que se encontró esta caja puede fecharse en el año 433 a de C. Aparte de esta y otras muchas ilustraciones sencillas de constelaciones sobre relieves de piedra, de la época Han, y de algunos mapas perdidos de dinastías posteriores, los mapas estelares más antiguos que se han conservado completos proceden ya del siglo X. Para la comprensión de los mapas estelares conviene decir algo acerca de la <imagen del universo de los chinos. Los mapas estelares más antiguos se basaban en la <teoría de la doble cúpula. Según esta, se consideraba que el cielo forma una cúpula hemisférica, con la Osa Mayor y la estrella Polar en el vértice de la cúpula. Se suponía que el Sol, la Luna y las estrellas giraban en torno a aquellas. La Tierra, con la forma de una fuente volcada hacia abajo, formaría la segunda cúpula, situada debajo de la cúpula celeste. Esta <teoría de la doble cúpula resultaba anticuada ya en el siglo II, pero no obstante se mantuvo hasta el siglo VI, incluso oficialmente. Poco a poco fue desplazada por la <teoría de las esfera celeste, que predominaría hasta la dinastía Ming. Esta teoría, en la que se compara el cielo con un huevo de gallina del que la tierra seria la yema que flota en el centro, contenía ya el principio esencial de un planeta esférico. Aunque, desde el punto de vista de la historia científica, más importancia que la teoría de la esfera celeste>tiene al teoría del espacio vacío infinito, que la tradición atribuye a Qi Menf, de la dinastía Han tardía, esta última tuvo mucho menor peso. Tal teoría, que en vista de los conocimientos geométricos de deficientes de aquella época esa toda una proeza, por la capacidad de abstracción que exige, se basaba probablemente en la cosmología taoísta. La teoría indica que el cielo está vacío y es infinito, que las estrellas se mueven libremente en el espacio y que sus movimientos difieren de una a otra. También se describen los movimientos del sol y de la Luna. Aunque esta teoría podía compaginarse bien con la definición budista del espacio infinito y la pluralidad de los mundos, encontró muy poca resonancia en los siglos posteriores. Los

motivos

para

ello

no

se

conocen

en

sus

detalles

concretos.

Los primeros mapas estelares se basaban, como se ha indicado, en la teoría de la doble cúpula. En un capítulo de los Anales de la dinastía Sui se ofrece un breve resumen:


Los mapas de metal que Zhang Heng hizo colocar se perdieron en los trastornos [de finales de la dinastía Han], y los nombres y detalles de las estrellas y de las constelación, que en ellos aparecen no se han conservado. Pero después, Chen Zhuo, el astrónomo real del estado Wu [en el año 310], esbozo y dibujo un mapa de las estrellas y de las constelaciones... En este había 254 constelaciones, 1283 estrellas, 28 casas lunares con otras 182 estrellas, en total 283 [corregido: 282] constelaciones y 1565 [corregido: 1465] estrellas> Por desgracia, este mapa no se conserva. Pero podemos suponer que los siete circulo de declinación antes habituales se habían sustituido ya por los tres círculos concéntricos que se emplearon después. El circulo interior o más pequeño incluía aquellas estrellas que se veían durante todo el año. El círculo exterior formaba el límite, más allá del cual no pasaba ninguna estrella por el horizonte. El ecuador celeste era representado era representado por medio de un circulo situado entre el interior y el exterior. Esta forma de ilustración era típica de los mapas estelares chinos.


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