Poética del Desatino

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PoĂŠtica del desatino (Aforismos)


Poética del desatino, Aforismos/Alberto Hernández 1a edición, Septiembre 2010 ©Ediciones Estival Colección El Divino Narciso nº 1 ISBN 980-353-084-4 Depósito legal: Lf70320028003036 Editor Juan Martins Levantamiento de textos y artes finales: ©Ediciones Estival

©Proyecto Codarte A.C. Correo electrónico: edicionesestival@hotmail.com Diseño de portada: Karwin Poleo En la portada: Las manos, grabado de Alberto Durero Impresión: Talleres de Codarte A.C. Blog del autor: www.puertasdegalina.wordpress.com Agradecimientos: Mirla Campos y a Javier Linares. Fotografía: Alberto H. Cobo

Consejo editorial: Alberto Hernández José Ygnacio Ochoa Juan Martins

Impreso en Venezuela Printed in Venezuela


Poética del desatino (Aforismos)

Alberto Hernández

E DICIONES E S T I VA L



En medio de este tumulto y confusión de libros, en el vórtice de tanto desbarajuste, zarandeado de un lado a otro por las alborotadas confusiones, triste y desventurada figura hace el hombre, el lector. Supuesto señor de la baraúnda y, verdaderamente, su víctima. Porque el lector ya no sabe casi de qué serlo ni cómo serlo. Perdido su señorío, acude febrilmente a las listas de los best-sellers, a las selecciones del libro del mes, y entrega su gusto y sus horas en las manos de administradores públicos de la lectura. Si cupiera en nuestra lengua distinción semejante a la que en francés usa Thibaudet en su obra “La liseur de romans”, un hombre al que vemos inclinado sobre un libro, podría pertenecer a una de dos categorías muy distintas: leedor o lector. Y uno de los efectos del desorden intelectual contemporáneo es que mientras ha crecido el número de los leedores, se ha vuelto rareza singular el tipo puro del lector. De oportuna recordación son estas palabras de Thoreau, en su “Walden”: “La mayoría de la gente ha aprendido a leer para servir a una mezquina conveniencia, del mismo modo que se aprende a contar para llevar la contabilidad y que no le engañen a uno en los negocios; pero poco o nada saben de lo que es la lectura como noble ejercicio del intelecto”. Pedro Salinas (La soledad del lector)



Vértigos ** Cada día que pasa la estupidez alberga mayores esperanzas. ** Cuán seria la estupidez, avalada por un rostro donde la zoología pasta con todos sus dientes y digestiones. ** Cada quien escoge su grado de estupidez. Hay quienes lo completan con un tono de inocencia. ** Para ser estúpido basta con no creerlo. ** Sí existe, cuidado lo tropiezas. ** El poder es el punto G más próximo a la estupidez. ** Como no le temía a la altura, se lanzó sin paracaídas. No tuvo tiempo de expresar su resentimiento contra la humanidad. ** “Existo porque soy imprescindible”, después no pudo soportarse cerca de la ventana de un noveno piso. ** “Soy inmensamente feliz”. Los comensales vomitaron sobre su gruesa presencia, tan grasosa que la felicidad se le convirtió en fritura. ** Estúpido es quien quiere, no quien puede. ** Ningún curso hace posible a un estúpido, pero existen pruebas de que muchos han egresado con altísimas calificaciones.

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** La adolescencia anda por ese camino. El logro más importante de un animal es llegar a adulto, para pensar en la muerte y tratar de prepararse en lo que no cree, la eternidad. ** Se acomodó la corbata: creyó que el mundo caería a sus pies. ** Mientras orina constata que lo que tiene en la mano suele ser más ecuánime que su cerebro. Por eso no tiene hijos. ** Estúpido: —No respires. ** Bajo nuestros pies está un país: lo que queda de él, un resto, sólo eso, sin significado. ** El placer del estúpido está en saberse aplaudido por la jauría. ** En el escenario a oscuras un enano fabrica la fantasía de quien habrá de aplaudirse frente al espejo. ** La honestidad no es de quien la pregona. Sólo el estúpido, como el miserable, se adorna con los atuendos del otro. ** Engullida por el lobo, Caperucita conoció al fin el placer. ** El estúpido cree que Dios es su todopoderoso. Deja por fuera a los demás porque ha creído comprar el cielo con los dones que le sobran al otro. ** Una rosa es una rosa. Sin duda. Y un estúpido es un estúpido, y que no quepa la menor duda. -8-


** Hay para todos los gustos, sólo que ya no quedan para él. ** El bufón aplaude a quien lo golpea. El estúpido se aplaude él mismo. ** Tres golpes de pecho no fueron suficientes. La taquicardia seguía allí, impetuosa. ** ¿Cuántos pozos fueron necesarios para que Narciso entendiera la inutilidad de su belleza? ** ¡Qué estúpido soy, voy a morir¡ ** El elefante —más que el estúpido— sabe que no le queda la zapatilla de la Cenicienta. ** ¿Cuántos caben en una multitud frente al líder desbocado? ** —Cierra los ojos: algo aparecerá. ** —Abre los ojos: quedarás a oscuras. ** Un grito a tiempo saca al estúpido de la refriega. ** Ellos llegan siempre a la misma conclusión. Lo peor es que no se enteran.

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Revisión de fábulas Si se hiciera el doble inventario de las metáforas de la caída y de las metáforas de la ascensión, nos sorprendería el número mucho mayor de las primeras. Gaston Bachelard

1.Las ciudades no se entregan fácilmente al juego de las fábulas. Retozan en su realidad y desaparecen cuando las palabras se confunden entre idiomas y deidades perversas y retraídas. Bien lo dijo una vez Bachelard: “La palabra es una profecía”, y en esa afirmación está prevista también la imagen del Rilke de los Cuadernos de Malte Laurids Brigge: “Para escribir un solo verso, hay que haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hay que conocer los animales, sentir cómo vuelan los pájaros y saber qué movimiento hacen las florecillas al abrirse en la mañana”. En esta previsión, los habitantes de Galina suelen practicar el rito de la pureza. Adocenados como son, viajan en fila india a las orillas del Tisena, y allí rezan y oran en voz alta hasta quedar afónicos. El río, el día a punto de caer sobre la llanura, emite un bostezo, un ruido titánico que traspasa la copa de los árboles. He allí, entonces, cuando se siente el vuelo de las aves y el silabeo de las flores al llegar la luz del sol. La voz de las aguas moja plenamente los cuerpos recién levantados, los que acaban de salir de las páginas de Imre Kertész, destrozados por el dolor, ahogados por el gas del Holocausto. Permanecen prosternados toda la noche bajo la humedad que la corriente les procura. Mientras tanto, oyen en silencio las palabras que el río -10-


lleva en su lomo. Son monosílabos, aforismos, oraciones entrecortadas que hablan de fracasos y se dice que hasta borrosas melodías. Pero nadie se atreve, porque así lo exige la tradición, a mirarse a los ojos. ¿Quién ve un cadáver de días a flote en medio de la angustia? Hablan cabizbajos, como tomando de los pies del otro la respuesta localizada en los párpados hinchados por el llanto. Así pasan varios días en la ciudad donde se dedican a secar la ropa en las cuerdas de las azoteas. En este punto, me veo bajo el invierno de 1971 en Madrid, en la Calle Hernani: allá, al fondo, una muchacha cuelga su ropa interior. Siempre la reinvento, le coloco palabras en su boca, un acento andaluz para no alejarme mucho de la realidad, y le acomodo un aforismo en la punta de los labios. La fábula, el invento, la muerte, la revelación de las heridas que imaginó su abuelo y que guardaba para recordar los estragos de la Guerra Civil Española. Y yo aquí, sometido por la soledad, en medio de mi fábula, a la mitad de un verso que no terminaba de salir porque no había estado en el mundo, no conocía a nadie. Moría sí, a diario, luego, frente al cadáver de una coliflor a punto de ser devorada por la realidad. 2.Celebran la culminación del rito en medio de un profundo espasmo. Caminan desnudos por las calles. Lanzan frutas maduras hacia las copas de los pocos árboles que quedan. Auschwitz persiste anudado a la memoria. No miran el vuelo asustadizo de las aves, las que pasan sobre las cabezas rapadas de unos seres entre vivos y muertos. Y quien ose descubrir el águila que se aposenta to-

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das las tardes en la torre de la que era una iglesia, cae fulminado por la mirada admonitoria de la bestia, que después le destroza las carnes para gusto de los perros. 3.Es sabido por todos que el mismo sueño los invade, que lo que vieron y oyeron y sintieron era falso. Que la pesadilla estuvo de paso durante la noche. Sólo que el cadáver desfigurado permanece cerca de la plaza pública y los canes olisquean desde lejos, sin atreverse a consumir esa carne morada, mordida por las moscas y maltratada por los rayos del sol. 4.Esta ciudad juega al misterio. Desde aquella última vez, los habitantes de Galina quedaron alucinados, encantados por el animal que sale de vuelo a la caída de la tarde, y regresa cuando el sol inicia su círculo de aventuras. A nadie le es extraña. Hasta el cura, recién bendecido por sus virtudes en la capital, ha sido sorprendido en una superstición. Galina está a punto de desaparecer del mapa. Todos han querido alguna vez regresar al sitio donde el águila tiene su nido. Unos han rodado sobre el pavimento, y allí se descomponen hasta que los huesos hechos polvo se pierden por la fuerza del viento. Otros, menos iluminados por la mirada de la bestia, toman el camino de los montes para intentar arribar a la Ciudad de la Gran Metáfora, pero las pocas noticias que nos llegan de sus moradores no son felices. Mueren al tratar de alcanzar el puente. Una epidemia de tristeza los hace retornar. Caen de rodillas frente al animal y frente a él se suicidan. -12-


El sueño, siempre lo creí, era una falsedad. Hasta que mi padre me demostró lo contrario. El cuchillo afilado hizo gala en su cuello blanco, y la sangre brindó sobre el piso la creencia de que aún dormía. La madrugada se agitaba lentamente sobre el vuelo incesante del animal invisible.

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Ajuste de cuentas ** Detrás de quien corre perseguido, no hay nadie. La impresión del miedo calca los pasos del que huye. Una vez desviado el curso de la persecución, el terror se instala en las rodillas. Es decir, toda conciencia reposa en las rótulas. ** Preparar una venganza es tan inútil como acuchillarse frente al espejo. ** “Según se pudo conocer, se trató de un ajuste de cuentas”. Total, vengarse —para muchos— es una religión tan improductiva que no hay dios que la soporte. ** Después del disparo, la sonrisa apareció en la cara de Jesse James. Pero su muerte seguramente obligó a muchos a esbozar una de asco. La venganza contra el vengador se convierte en ejercicio deportivo. ** Quien escribe para vengarse muere a librazos. ** Quien se venga para escribir vive en permanente agonía. ** La mejor subversión está en los libros de ficción. Al escritor que no conspire sólo le queda la venganza como aliciente. Por eso, el cáncer o la mala memoria acabarán con cualquiera de sus prólogos. ** La venganza es la más ajustada excusa de la fealdad. Y aunque usted no lo crea, no hay peor cuña que la belleza en medio de un tiroteo.

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** La belleza —llena de afeites— es una calumnia. Rimbaud la sentó en sus rodillas y la injurió, pero el poeta también pasó su mal rato. ** Una vez diseñado el poema, la poesía intenta huir de la sofocación del poeta. ** La belleza suele ser insoportable. Siempre interpela, siempre reclama. Es tan exigente que solemos encontrarla en los basureros. ** Bienaventurados los feos, que de ellos será el reino de los espejos rotos. ** La fealdad es tan peligrosa como el bostezo, pero es preferible ser feo a mantener la boca abierta frente a un cónclave de moscas. ** Paseamos nuestra fealdad por la plaza pública. Quien nos ve somete al escarnio su propia fealdad. La solidaridad nunca ha sido gratuita. ** ¿Qué espejo ha sido capaz de engañarnos? La hipocresía no cabe en el fondo del cristal. De este lado, donde solemos aborrecernos, acudimos al maquillaje para borrarnos de la realidad, del reflejo. ** Una mujer fea podría ser una desilusión, pero cuando la soledad ataca buscamos en otra parte de su cuerpo, de donde emergemos entusiasmados. O agotados. ** El príncipe del cuento de hadas se pasó de confiado. La cara de sapo que muestra en los mítines políticos revela que su maldad está más que justificada. -15-


** Una vez descubierta la traición que lleva a cuestas, corre. Si logra comprenderla, se hace merecedor del cielo. Sólo los beatos afirman la existencia del misterio de la lealtad. ** Una mujer bella, cuando sabe que lo es porque alguien se lo hizo saber, acata fielmente las órdenes de la fealdad: recurre a la lástima. ** Quien destine su tiempo a escribir acerca de la fealdad, es un necio. La venganza es menos dulce de lo que se piensa. La venganza es un reflejo en el cuchillo afilado. ** La fealdad va por dentro. Los que creen que ella tiene un rostro desagradable, se equivocan. No han visto el pozo sin fondo de su alma, o las cicatrices provocadas por el más reciente accidente de tránsito. ** Una maldición a tiempo sofoca la depresión, pero muestra con más vigor el lado feo de quien almuerza con el odio. ** El odio pudre lentamente los huesos. Por eso es sólo las muecas de un cadáver que nadie quiere ver a la cara.

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El sol que nos mitiga 1.Con la noche morimos en el sueño. Volvemos de ese laberinto griego que nos ata a las imágenes, a los cuerpos asidos a las pesadillas y desmayos profundos. Con esa muerte que nos disipa, regresamos al baño a vernos el rostro en el espejo, donde un fantasma plano y cóncavo nos enseña los dientes y el futuro. La higiene de la mañana reformula preguntas, luego de la descomposición del cuerpo, de la noche hecha tufo de maldades oníricas. 2.De nuevo la muerte despierta. Pero más que levantarse de la cama, descansa ella en el fondo de un ojo callejero. La luz del sol la envuelve y la asesina. Un resto de murciélago nos sale de la boca, mientras apuramos el café en alguna esquina de esta ciudad que lentamente se alza de la cama. O del piso. Un largo hastío nos estira frente al semáforo, nos confía la cortedad de la vida y la sarna de un perro que orina pegado a nuestras costillas, a la costra de una pared antigua. 3.La luz es nuestra perdición. A veces nos perturba, nos hace aguas desde adentro y nos consume: perplejos y agotados regresamos a la sala donde la música, el licor y la palabra amagan a la señora que vuelve para tomarnos el cansancio. 4.La noche fue hecha para resucitar de tanto día. Es como aceptar que dormimos para salir des-

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pués de una sombra que nos rinde tributo. Nadie escapa del sueño porque la muerte es una forma de conquistarnos, de darnos confianza, de prepararnos el terreno. La sábana deja la marca del cuerpo, la ausencia que se transforma en fantasma. De esa animosidad salvamos el sudor, el baño frío para volver a la vida, a la seca instancia de las formas. 5.Bajo el sol respiramos la sombra, la que se oculta dentro de todos. La que el poema hilvana lentamente, se acomoda a los sonidos, a los gustos por el fondo de su intemperie. Bajo esta luz inclemente, sin voltear a mirar el desgaste de los otros, imaginamos el silencio de la próxima noche. Un espejismo nos asalta en la misma esquina donde el café fue la salvación. 6.Juan Rulfo sale del museo. Cruza a pie toda la capital. Se surte de figuras humanas. Salva los lagos desaparecidos, bebe de las aguas rocosas. Llega al desierto. Un lagarto verde y brillante lo conduce a la mirada única de un cóndor encendido. Igual, relee el silencio como una hoja suelta. Calla mientras busca en la arena alguna respuesta. Desconocemos la pregunta, pero podemos especular sobre lo corto de su aliento. La dificultad de la respiración o las lagunas biliosas en sus ojos. Lo expresamos lejos en una fotografía, en la postal que nunca recibimos, mientras la noche nos arrima al precipicio de un sueño no concluido. Y el sol, el primer sol, pasa sobre los cuerpos buscando los ríos remotos. Con la noche morimos en

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el sueĂąo. QuizĂĄs al levantarnos estamos sacrificando el tiempo, la hora de la llegada, la de la partida secreta, la hora del sueĂąo.

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Sueños ** La eternidad se sienta todos los días frente a mi mesa. Sus ojos se limitan a mirar la taza de café que habrá de acompañar el desayuno. Ella lo abarca todo: recoge las migajas, lame con fruición parte del jugo derramado. La eternidad siempre tiene hambre: la encontramos en todos los vicios, en la más profunda de las miserias. ** El samurai me lleva a una callejuela invadida de fogatas. Los sueños hierven. El japonés, de un tajo, me arranca la cabeza y con ella juega a la pelota, se ríe. Una niña la recoge y la coloca al calor de su vientre. Iniciamos una larga conversación sobre la vida y nos echamos a llorar. Allá afuera, donde la realidad es también una afectación, el mundo se mueve. Galileo, tomado por hereje, no tuvo tiempo de cortarse las venas. ** Soñar es participar en una fiesta donde sólo sufre el que sueña la fiesta. Felices y ebrios, los personajes desaparecen por la puerta principal. La resaca acude en un dolor punzante en la cabeza y un extraño sabor en el fondo de la boca. ** Largo sueño, ese de morirse y despertar rodeado de gente con lágrimas en las mejillas. ** Suele decir que sueña con animales en reposo. Qué fastidio, no ser mordido por alguna de esas bestias para enseñar en público la marca de los dientes. ** Para apartarse del mundo decidió dormir con los ojos abiertos. Descubrió que podía vivir con los ojos cerrados. -20-


** Los largos relatos de Sherezade fueron sueños que alguien quería oír para fabricar pesadillas y vengarse de quienes no la dejaban recordar el primer sueño que tuvo en la infancia. ** Morder una manzana es repetir el sueño del Paraíso, sólo que Dios se lo sabe de memoria y cambia de posición en la cama. ** El que soñó que se había convertido en escarabajo atinó a escribir un buen cuento, pero al terminarlo le estorbaban las patas. ** Los sueños no valen nada, pero todos deseamos vivir lo suficiente para contarlos, lo que significa que algún provecho les podemos sacar. Los sueños son tasados por quienes se sientan a creer que éstos en realidad no tienen precio. ** Dormir es morir, dicen algunos. Soñar es tener conciencia de que al morir nos queda poco tiempo para dormir. Creencia vana si sabemos que morimos en el sueño y resucitamos colmados del hastío de sabernos mortales. ** Soñar es un acto de hipocresía. ** Soñó que había ayudado a Sísifo, pero en lo más alto de la montaña no halló la roca. Toda mentira forma parte de un galardón ajeno. ** “Creo que vivo en un sueño”, despierta y verás que por lo que tienes al lado bien vale la pena guardar silencio. ** Contar la emoción de un sueño es crear una nueva enfermedad, tan peligrosa como la cursilería. -21-


** En medio de la calle y a pleno sol alguien es capaz de soñar que está en medio de la calle y a pleno sol. ** La solidez de la pesadilla convierte al personaje en un fragmento de la muerte. Del insomnio quedan los restos de un naufragio. Tantos gritos de los ahogados, tantos ojos extraviados un poco antes del hundimiento definitivo. Pero sólo es un sueño, aunque la ropa permanezca mojada. ** Aduendado, el poeta Rafael José Álvarez entró en el mundo de esos personajes de los sueños y la vigilia. Entre mogotales, ríos de montaña, casas deshabitadas y hasta en el espejo de los pozos y aljibes, los duendes abrigan la esperanza de dar a conocer el tono de sus voces. Para eso en Falcón el poeta salió del insomnio y entabló historia con ellos. “Evaristo sintió un fuerte arrebatón y enseguida se vio a un centenar de metros volando por encima de los árboles. Todo se había sucedido con tanta rapidez que no tuvo tiempo siquiera para asustarse. Se quedó flotando sobre las nubes y después comenzó a experimentar una caída vertiginosa que se fue amortiguando gradualmente, hasta que el muchacho tocó tierra a la orilla de una laguna. Tenía entonces siete años de edad”. Extraviado unos días, el personaje de esta historia confraternizó con las “criaturitas” y hasta las extrañó al albedrío del silencio.

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Sospechas **Un poema 1.El incendio abrasa el poema: la muerte triunfa ardorosa en la piel quemada de un hombre que agita las manos desde la agonía. El poema no le canta al poder: un hombre en medio de un incendio es un milagro. La carne cae a pedazos sobre el piso sucio. Afuera, los que gritan componen el paisaje del dolor, lo sintonizan con la mirada de alguien que se quema en un calabozo. Un incendio es un poema, un desgarramiento. El poema duele en la boca, en los trozos de labios que se arranca cada vez que pronuncia algún verbo. El poema es el cuerpo abrasado. El poema es la agonía. Para morir basta ese poema, la candela de la noche. 2.Quien muere asado no está solo en la sombra. El poema complementa la voz del que agoniza atrapado por la llamas. Quien muere entre esas paredes calientes sabe que la única salida es perder el mundo ante los ojos. Respirar es mortal. Tragarse el incendio, vociferar con la boca llena de fuego: la muerte aposentada en el lomo del poema. Y así lo dice quien arde en el olvido, Raúl Rivero: “Esto es un planeta/ aquí pedimos el agua por señas/ que sólo nosotros conocemos/ Y hablamos un español susurrante y cortado/ cuyo diccionario se rescribe cada mañana/ las películas/ los dramas/ las comedias/ son nuestras vidas/ pudieron

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ser algo/ contados en la acera del Cabaret Nacional/ o bajo la borrosa cartelera del Cine Duplex/ que anuncia todavía el estreno/ de Memorias del Subdesarrollo”. Es La canción de los perdedores: incendiados, burlados, humillados, vejados por la lujuria del poder. Un poema sabe estas cosas. Sabe quemarse, sabe salir del fuego y vivir, pero también muere, como un animal, tan inocente que convoca la pena más honda. Un poema se quema en un calabozo. Nadie puede hacer nada. El poeta que escribe desde la prisión no es el mismo que hace el amor en una habitación iluminada. No es el mismo que mira el mar y advierte el incendio. Un poema así es muy importante porque le saca la piedra al odio. Un poema es un hombre a pie, detenido a mitad del camino mientras el mundo se incendia en un viejo mapa, en el poema que se conserva en el corazón. **Sin adjetivos 1.Que no aparezcan, que no salten de árbol en árbol, que no nos trasnochen, que se queden en sus rincones viendo y oliendo, que no destrocen el jardín, que eviten entrar en la cocina, que dejen de rastrear pasos, que se alejen del entorno, que ni se les ocurra trampearnos la escritura, el silencio que nos ocupa en este momento. Escribo sin adjetivos. Ninguno habrá de pisarle la sombra a la paz en la casa. Por allí están. Que nadie los convoque, que limen sus asperezas y no perturben este momento. Un adjetivo puede ser peligroso, como una etiqueta. Un adjetivo proviene de quien quiere des-24-


cribir, calificar o vaciar el universo. Nada de adjetivos. Lejos de ellos. La paz sueña con nosotros, pero sin adjetivos, porque la paz no usa remoquetes. La paz camina hacia nosotros, como la guerra. No las dejemos escapar. Si les colocamos un adjetivo, las maltratamos. Que vivan los adjetivos, pero en silencio. Mientras puedan. 2.Si alguno se le aproxima, espántelo. Si a alguno se le ocurre tocar a la puerta, despídalo con gracia, pero despídalo. Hoy no es un día de adjetivos. Después de mañana, los que quiera, pero hoy nada con ellos. En pelotas andan los adjetivos. Inevitables muchas veces, nos dejamos caer en pesadumbre. Un adjetivo mata sin pudor alguno a un escritor, un país, una amistad. El peligro de los adjetivos está en su entonación, más que en su significado. Tome usted un adjetivo y envuélvalo en papel. Amárrelo y enciérrelo. No lo acaricie, al menos por hoy. No lo invoque, átelo. No lo recite, aborrézcalo. Evite tropezarlo. No lo saboree. Si intenta hablarle, ignórelo. Si trata de conciliar con usted, tuérzale los ojos. Descorra la cortina y refrésquese con el paisaje. La paz no usa adjetivos. Su cepillo de dientes es una excepción en la boca de los mudos. Quédese tranquilo. Sólo sustantivos para no perder el tren. Los verbos, por supuesto, y si algún infinitivo le hace guiños, no deje de escribirlos. No defina, calcule. 3.Para escribir sin adjetivos, un salto de rana. Para evitar su presencia, respire. Pero no los llame, -25-


destrozan la casa y la cristalería. En el papel o en la pantalla ocupan espacios, estorban las más de las veces. Quédese un rato sin adjetivos. Hasta allí. No se le ocurra ir más allá, queman. Un adjetivo puede traicionarlo. Puede privarlo del aliento. Hoy no tenemos adjetivos en la alacena. La comida no lleva adjetivos, sal y basta para vivir. La imaginación puede trotar sin adjetivos, aunque cueste o se agote. Tome una cebolla y móndela: adentro verá adjetivos, nada más. Revélese contra el adobo. **Quevedo entre nosotros 1.Fray Tomás Roca, en la aprobación de Sueños de verdades descubridoras de abusos, engaños y vicios en todos los géneros de estados y oficios del mundo, dice sin apañamiento alguno que, “… tengo por cierto que de la agudeza de ingenio, fértil de tan varia erudición, declarada con lenguaje tan limado y terso, quedarán contentos los que leyeren, y, aun los que bien saben, aprenderán muchas cosas de provecho”, con lo cual igual quedamos contentos porque, ciertamente, los que hemos leído algo de nuestro padre Quevedo no dejamos de alabar su talentosa y diaria locura. En válido aceptar lo dicho por fray Tomás, toda vez que en las páginas de estos Sueños y discursos aparecemos, unos ahogados, otros llenos de aliento para añadirle a la lectura la trascendencia de quien escribió por aquel año dicho por el cura, 1627, esta obra que hoy, entre tantos abusos y vicios, nos toca de cerca.

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De la mano de fray Tomás quedó escrito: Die 25. mensis Ianuaria. Imprimatur. Io, Episcopus Barcinonis Don Michael Sala, Regens. No cabe duda, Quevedo no fue un fantasma, escribió, y cómo lo hizo. 2.En uno de sus discursos, Quevedo desliza: “Yo que en el Sueño del Juicio vi tantas cosas y en El alguacil endemoniado oí parte de las que no había visto, como sé que los sueños, las más veces, son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el diablo nunca dijo verdad, por no tener cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde Dios, vi, guiado del ángel de mi Guarda, lo que se sigue, por particular providencia de Dios; que fue para traerme, en el miedo, la verdadera paz”. Pareciera contradictorio. La última frase: “en el miedo, la verdadera paz”. Pero no es así, dice que Dios esconde cosas que no somos capaces de advertir. Pero más allá de la premura, de la angustia natural del hombre, el miedo forma parte de esta sacudida: somos hechos de miedo, aunque nos desatamos en la paz para que el miedo deje de ser o se apodere del pinchazo en la espina. El miedo se anida en la paz, pero si ésta no sabe detener los riesgos, el miedo se aposentará sin que Dios sepa que Él mismo forma parte de esa coyuntura que avanza sin destino. Quizás Quevedo no escribió con esta intención. Pero como el miedo es libre, entonces vayamos por él a retarlo y hacer posible la idea de que el miedo es una estructura natural, un archivo de imágenes sordas y mudas que se activa con la realidad.

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3.Más terrenal, menos apegado a su ángel de la guarda, Quevedo se alista: “Todos íbamos diciendo mal unos de otros: los ricos tras la riqueza, los pobres pidiendo a los ricos lo que Dios les quitó. Van por un camino los discretos, por no dejarse gobernar de otros; y los necios, por no entender a quien los gobierna, aguijan a todo andar”. El autor destaca la palabra gobernar, porque duda de quienes dicen gobernar, como todo creador. Historia vieja, restitución ñángara de la vendimia de la injusticia. Pero más adelante, nuestro padre Quevedo precisa: “Las justicias llevan tras sí los negociantes, la pasión a las mal gobernadas justicias, y los reyes, desvanecidos y ambiciosos, todas las repúblicas”. No tenemos reyes, pero como si los tuviésemos: gobernantes desvanecidos y ambiciosos: invisibles en sus desempeños y ganosos de hacerse más al lujo y al buen vestir que al trabajo, que para eso se les da de yantar. Y de las “mal gobernadas justicias”, ni se diga. Entre nosotros, Quevedo sigue cantando, desnudando cuerpos enfermos. Lo que se glosa no tiene desperdicio. Por el camino de los sueños y discursos, leemos hasta el hartazgo lo que nos huele mal. Entre unos y otros, aquel desparpajo: “¡Camaradas, qué trances hemos pasado y qué tragos¡; lo de los tragos se les creyó porque hacían fe recuas de mosquitos que les rodeaban las bocas, golosas del aliento parlero del mucho mosto que habían colado”. Y de los que hablan mucho, ¡pardiez¡ Quédase el tiempo colgado en la percha. Pero para Quevedo, aquello de quedarse no va: recorre con sabia decisión lo que otros dejaron a un lado.

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Abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del mundo, el que gira alrededor de las ideas, de esas que hoy se colocan en la puerta y dejan pasar tanta estupidez. ** Sobre la estética de la soledad 1.En el prefacio de La estética del pesimismo de Schopenhauer, José Francisco Ivars dice que cualquier referencia al pesimismo, “núcleo de la especulación” del artista filósofo, como dieron en llamar a quien nos atiende en la puerta, “debe matizarse mediante la puesta en historia de las contradicciones que genera la absolutización del individuo”. Esta consideración, que va más allá de la existencia humana, confirma la premisa de Schopenhauer según la cual el hombre debe despegarse de su prójimo en el sentido de alejarse de toda transformación comunitaria. “El hombre debe renunciar a la actuación social”, escribe Ivars. Si nos miramos en esta “moral del aislamiento”, descubrimos algo que podría someter a castigo a quienes tienen en la sociedad un motor de transformaciones. Visto de esta manera, la “exaltación de la autarquía del individuo” puede ser comparada con la autarquía prometida por la ideología materialista, en tanto que la sociedad está constituida por sujetos que manifiestan una individualidad propia: el ser se domina a sí mismo y proyecta ese dominio sobre el otro. 2.Añadido al destino que lo impulsa, ese hombre, Ecce homo, se desdibuja como colectivo y empuja -29-


la soledad como propósito. Idealismo subjetivo, concierne a un determinismo mítico, como lo afirma Adorno. Así, desde esta perspectiva, la “evasión” de Schopenhauer lo ubica en este estadio idealista que a su vez lo coloca en “otra realidad dependiente de la conciencia”. Para estos momentos en los que el mundo está lleno de objetos, de tecnologías, de la amenaza del pensamiento único (del lado que confiere el poder) es preciso desentrañar el intento de ser uno y múltiple. El hombre es quien por ser otro: la alteridad y la otredad despejan la tesis del individualismo en la medida en que sepamos ser individuales, individuos. Para ser otro, es preciso ser uno, yo. El hombre es la síntesis de su pensamiento o una carrera hacia la demencia colectiva. Valerse de este empeño nos conduce a sabernos parte de la evasión global. Morimos solos, pero alguien que nos ve, sabe que también será parte de nuestra muerte. En este espacio se confunden las ideas: somos uno, pero también somos todos, a la hora del té, de asumir posiciones, cada quien es responsable de sus actos. En esta categoría no vale pujo ni lágrima. Estructura de sensaciones, nos paseamos por el cosmos. Somos hormigas, representaciones, simulacros, sentencias, oscuridad, cotidianos, naturales o imágenes de lo que proyectamos. Pero no estamos solos cuando decidimos no estarlo. Somos morfología, trasunto, detritus, nada, voces, silencios. La belleza se aísla, decanta la soledad. No hay belleza en lo colectivo, en todo caso, una argamasa de estéticas que promueven el ruido, la voluntad de representaciones huidizas. Entonces aparece el miedo, la única estética posible

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en una realidad de voces que inundan el espacio para desaparecer. El hombre absoluto —en medio de un colectivo de hombres absolutos— existe en la voz de quien programa el discurso único, absoluto. ** Esteta del repudio 1.Prosa vertical, así fue llamada la poesía que escribiera Thomas Bernhard, como si el significado del adjetivo tuviera que ver con el tránsito terreno de quien se dice legalmente y mantiene la muerte en un marcado exilio. Su tierra natal, Austria, no puede editar sus obras. Igualmente, sus piezas teatrales no pueden estrenarse en sala alguna de ese culto y exigente país. Mientras dure el quebranto de su heredad, la voz sepulcral de Bernhard dará las órdenes para que su poesía no pase por las imprentas de la tierra de la cual se extrañó cuando la mortaja lo esperaba en la sombra de su habitación. Un hecho verdaderamente original marca la historia de este intelectual y dramaturgo austríaco. Un poco antes de morir, registró en notaría que se declaraba en “emigración póstuma”, razón por la cual su obra tendría el mismo destino. 2.Calificado de “esteta del repudio”, “artista de la exageración”, Bernhard concibió la venganza contra su país por las tantas tropelías contra su pasado judío. Pero más allá de esa condición, los trabajos que tuvo que pasar en medio de la segunda guerra mundial, la pérdida de sus

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padres, el hambre y las humillaciones. Su “ejercicio del odio” parece eterno. Austria no será depositaria de la creación literaria de su hijo. Tampoco podrá disfrutar esa tierra de su teatro. “Soy brutalmente injusto con ellos”. Se refería a sus compatriotas, entre ellos los católicos y los nacionalsocialismos. “Los detesto sencillamente, cuando los observo me dan náuseas”. El novelista que fue dejó marcados sus sufrimientos respiratorios en obras como El aliento, El frío y El sobrino de Wittgenstein. En Tala, escribe: “Todos los que se fueron al extranjero han llegado a ser algo”. Pero él no se marchó. Autor contradictorio, se nos presenta como una buena opción para sabernos parte de esos resquebrajamientos espirituales. De una vigencia febril, deberíamos hincar los ojos en sus páginas. ** Tres bofetadas en un acto Escena Uno Una bofetada entra y anilla bajo la luz la mirada perversa de Lope de Vega, mientras La dama boba enrolla las cortinas y se oculta. Un mirón deshoja margaritas en la sala, guarda silencio. Un repentino frío pasa por el miedo del espectador. El monólogo se sitúa en los labios austeros de Liseo. Descienden caballos y bestias, desternillados funcionarios a saludar el hombro ameno de Aristófanes. Pero la marca de la bofetada sigue ardiendo. El espectador pestañea. Sílaba a sílaba construye un discurso muerto. Cierra la salida un fantasma aturdido. —De venir, entro. Nada puede detener la mano que habrá de romper las palabras atoradas en los labios. Alto entre los astros y sólo soy posible

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a la mirada de quienes entienden la sombra del telón de fondo, porque la existencia es un asomo a proscenio, donde está la bofetada. Escena Dos De nuevo, la bofetada, sin maquillaje. El decorado está intacto. El rostro golpeado asume la rigidez de un cadáver descubierto en un acto impúdico. El espectador inventa sus propias acotaciones. Desvive, desvirga, desova milagrosamente la respuesta. El salón comienza a atiborrarse de duendes. El murmullo lo hace voltear. No hay nadie. —El secreto está en saber mover los dedos. El secreto es tal porque quien recibe la bofetada es parte de él. Una bofetada se agradece, cuando no lleva la carga de la mala índole. Escena Tres Una patada en el trasero lo retorna a quien dejó de escribir el último párrafo. Liseo orina hacia proscenio. El espectador se anima y carraspea con la mano en la boca. Los ojos del actor frecuentan las reacciones del solitario público, porque pública es su soledad, el ensimismamiento. Liseo baja de la escena y abofetea al espectador. Este se cimbra en la butaca, saborea la sangre que mana de sus labios. Llora en griego. Escena Cuatro El hombre sale en silencio de la sala. Al voltear, se encuentra con los actores, quienes lo llevan a un bar cercano. Piden cervezas. Lope de Vega reparte las bebidas. Todos moquean. Lope toma el mantel y los cubre. Camina hacia la barra y ordena un martini para una mujer que entra al

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lugar con los senos descubiertos. La única fémina que debió salir a escena en el teatro y se tuvo que quedar dormida sobre su amante. Lope la abraza. Los actores, ebrios, cantan un danzón. Bailan un bolero. Lope los mira y ríe. Sabe que comienza otro momento del teatro. Que la ilusión nunca termina si alguien sabe que el telón está listo, que algún día llenará la sala. Bajo el mantel alguien intenta fabricar una bofetada. Escena Cinco De nuevo, la sala es un teatro. La ciudad, allá afuera donde la miseria también canta, es un tableteo de disparos. Aquí adentro, en este desvelo, todos se abofetean. Lope de Vega, desnudo de la cintura hacia arriba, intenta ordenar a los actores, pero nadie oye, nadie quiere volver a la ilusión. —Aquí terminamos la vida. Aquí dejamos el aliento. Quien nos siga tendrá que saberse muerto. Quien predestine la eternidad, será incapaz de saberse parte de esta escena. Sólo hay un instante, éste. El que intente cobrar vida en estas líneas, es nadie, sólo una bofetada, un salto mortal, una viga en un ojo, un crimen sin testigos.

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Paradojas ** Ojalá fueses como tu cuerpo, hermosa. ** Todo veneno tiene su lado bueno, sólo que quien lo prueba no puede contarlo. ** Rabiosamente arremetió contra el televisor. Del otro lado de lo que quedó de la pantalla, una trompetilla. Los aplausos sonaron un poco antes del incidente. ** La esperanza le palpitaba en el pecho. Dos infartos fueron suficientes para opinar que su corazón había pasado por control de calidad. ** Quien crea que Dios está a la vuelta de la esquina, se equivoca. Todos los almanaques forman parte de una sola ilusión. ** Dios es un razonamiento, tan preciso que no se cansa de pensarnos. ** Siempre desubicada, el alma recorre todos los rincones del miedo. Nadie es capaz de detenerla, y quien logre hacerlo, caerá fulminado. ** La ficción existe, pero cuánto duele. ** Ser eterno es esperar el cambio de luz, el cornetazo nos saca de la creencia de que podemos cruzar la calle impunemente. ** El yo es uno solo, definirlo es cosificarlo. ** A veces el yo se multiplica tanto que se usa para contar los dedos de las manos. Otras veces crece tanto que desdibuja a su dueño. -35-


** El yo: esa cosa amorfa que anda por allí; sí, pero hace mucho ruido. ** De puntillas se busca en el espejo. La mofa muchas veces es saludable. ** Nos miramos en el espejo para buscar alguna delación. En el poema, la palabra nos descubre. ** La mejor medicina para la vida es olvidarse de que se está vivo... y arrear. ** Para regresar de la locura, un poco de fe. ** Los amigos se regodean en la muerte de uno de sus más allegados. El rostro silencioso del cadáver semeja el futuro de los que toman café, cuentan chistes y viajan a la esquina a elevar el codo en nombre de la eternidad de los que aún viven. No se imaginan que la muerte es quien sirve los tragos. ** Si logras pisar tu sombra, magnífico; no la dejes huir, es tuya. ** El pillo le roba al transeúnte la última esperanza en la cartera. Total, es un zarpazo. ** Para morir basta estar vivo, reza la tradición. No; para morir hay que estar preparado, lo demás lo pone el cuerpo.

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Limitaciones ** Animal solitario escojo la alegría para reconciliarme con el misterio. Soy una figura que inventa las sombras, luego las piso con la seguridad de hacerme en otro. ** Nacer es cuestión de estadística. ** Morir es cuestión de estética. ** Recuerdo las profundidades de la tierra en las manos de un campesino demente que buscaba la eternidad. Creyó con firmeza que la vida y la muerte no eran otra cosa que un invento más de alguien que le hablaba al oído. ** La vida eterna huele a tierra húmeda, a oscuridad, a estiércol. ** Escribir es someterse a la muerte. El que muere a diario por vaciarse tiene como recompensa el silencio del mundo: un lector ciego frente a la agonía de las páginas. ** Las pasiones se aferran al futuro, por eso quien las practica sabe que morir es un oficio no tan difícil. ** La verdad suele ser abortiva... ** Tantos fueron los traidores como tantos han sido los ahorcados. La película promueve esta historia, esta aberración que nos rodea hoy. Todos los animales han retornado.

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** Un hombre, cuya demencia es advertida por quien gobierna con mano dura, levanta las sospechas de todos: conspira a diario contra el aliento del parlero. ** Con la última palabra el filósofo interpretó sombríamente que todo lo escrito era parte de la basura que no había podido desechar durante las mañanas cuando creyó ser feliz. Su mujer, arrugada por el tiempo y la mudez, lo esperaba a diario para echarlo al buzón del correo. “Absurda es la vida”, y murió sin lograr entender por qué su esposa lo obligaba a visitar países que no estaban en los libros de geografía. ** Los secretos no existen, nunca han existido. Quien sostenga que ha vivido con uno, miente, porque ningún secreto se soporta por mucho tiempo y mientras esto sucede éste allana su propio nombre: se convierte en una complicidad falsa, peligrosa. ** Guardar secretos es un acto de infidelidad. Adornarlos para hacerlos público podría ser considerado como un ataque de inteligencia, si no supiésemos que se trata de un secreto, que como todos forma parte de la idiotez. ** Decir la verdad es relativo, como la verdad. Lo único verdadero es la mentira. ** Los días que pasan no son suficientes. Faltan las noches, la hora del tiempo.

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Litigio del tiempo …yo ya no era más que mis miedos. Philip Roth

1.¿Qué hace en estos predios Vincenzo Capello? ¿Quién le dijo que trajera a Ticiano a este diccionario donde las máquinas del tiempo desfiguran mi rostro? Tanta impostura, tanta mirada de lado para tratar de saberse eterno. No es más que miedo. Barba de Pieve de Cadore, que no tiene parecido con la cara angelical de El hombre del guante, Doryan Gray del pasado en una irrespetuosa ojeada de papel en blanco. No me interesa Ticiano ni el tal Capello. Aislado en este mundo, en el Daphne, donde Roberto de la Grive encontró el tiempo en la epidemia de la soledad, de una fiebre heredada de los muertos de un barco a la deriva. Pestis, quae dicitur bubónica, la agonía, la lengua mordida, de corbata, de morado memento mori, como afirmó alguien detenido bajo un farol. Las piernas estiradas y la baba a punto de salir por el ojo de buey. Astrolabio, sextante, manos para seguir la ruta o perder el tiempo que en este solo instante repito con insistencia. 2.Mi ojo titánico cuelga oscilante y perdido sobre las palabras. Hace juego con los relojes que me muestra la Enciclopedia Británica: relojes de Gnomon, de arena, de sol, clepsidra, de péndulo, de respiración; engranajes de pesas por donde los siglos y las arrugas transitan hacia Cubagua. Enrique Bernardo Núñez y la extremaunción del volante de a puya y los conquistadores preñados de mariposas bajo un alero colonial. Me muevo -39-


entre la ecuación del tiempo y la frecuencia del sexo de cuarzo, el atomicrón de un viaje hacia el corazón de un astro ficticio. Recojo las mazorcas que la mujer dejó abandonadas en la canoa de madera. Bergson y los datos inmediatos de la conciencia, o el canto de la paraulata en el saco abolsillado de Whitman. Entonces desarrollo una videncia extraordinaria, el mar sigue cayendo por el abismo donde el Amarilis de La isla del día antes quedó pestilente y anclado entre la espuma que expulsan los cadáveres. El mar es un gran cementerio. Marino y descendiente, la salina limpia el crimen. Hiede a océano de octubre. Miro por lo bajo del maderamen las velas, el miedo flotante, la brújula y una falsa bitácora. No hay ruta ni caminos en el lomo de estas aguas. Sólo el tiempo y el miedo. Un gran silencio. 3.Me miro en la gráfica que lleva la cámara de cesio. Vislumbro con terrible ansiedad el paisaje desolado de un campo de batalla. Dalí y sus relojes derretidos por el calentamiento global. El alma de mi tiempo, el cable que une a Heidegger con la nave espacial cuya cápsula dejó el terror botado en un satélite. La pantalla del televisor me ciega y tomo mi jugo de naranja, el país se me revuelve en el estómago. Pierdo el reloj, es decir, la última hora. Vincenzo Capello, el de Ticiano, va a la ducha a despellejarse. Quitarse el corsé de caballero lo ocupa una eternidad. Las manecillas suizas son buenas para medir la muerte, la sequedad del maíz, de la tierra. Ticiano tardó poco en saberse cómplice de ese guante de reto. Pasajeros y fantasmas aligeraron el globo de Verne,

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salieron secundados por la vejez, una senilidad atómica que tiene en el cine, en el rostro cretino de Stallone, la mejor figura para este meta-relato de ciencia ficción. Finalmente, ¿dónde pongo la anécdota? Simple aforismo. ¿Contra quién lucharé cuando deje en Cubagua la clepsidra que mide los segundos de mi muerte? 4.Vuelvo a la ciudad. Roberto de la Grive, personaje muy nuevo en Umberto Eco, llega a esta página con un reloj japonés, adquirido en un mercado donde habita el tiempo más antiguo, el tiempo que no se siente y se registra. En una callecita de Port Bou lo advertí. El miedo aún es mediterráneo. Un cayado lleva el apóstol Pablo para sacarle los ojos a Lizarraga. La isleta de Cubagua, vacía de horas y riquezas, muerta de tiempo, de perlas existentes sólo en los sueños, en los pulmones reventados de los indios buceadores, amasa las perlas del sol y el viento. Los cascos de las bestias y conchas de mar me dicen que la muerte va en este ferry. Que para regresar al Daphne debo contagiarme con la peste bubónica, morir con la palabra misteriosa. Con el reloj de arena que alguien lanzó desde un barco fantasma.

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Promesas ** Todas las palabras del diccionario son suficientes para entender que leerlas no basta para ser sabio. Para llegar a ese lugar, al sitio de la sabiduría, es preciso no saber nada. Y eso ya lo dijo alguien por allí, mientras seguía felizmente la ruta de una tortuga. ** La resurrección de Lázaro sorprendió al propio Jesús. El sabía de su poder, sólo que el hombre del sepulcro dormía para olvidarse de las escaras provocadas por el calor del desierto. ** Si Lázaro fue revivido por Jesús, ¿dónde se quedó la sábana que lo protegía, la mortaja que cubría su rostro? Ha pasado tanto tiempo. De él no tenemos calco del dolor, imagen de la felicidad. ** Durante el día soy una bestia silenciosa. Escribo de noche para cambiar de piel, para alejar de mí la pelambre, el aullido bajo la luna, el cuchillo para mi propio cuello. ** Sólo una voz es válida frente a la página en blanco: el silencio. Para alejarlo de la imagen, el filo de un cuchillo y el poema. ** Bajo un árbol gordo de sombra. Bajo la sombra gorda de un árbol. Bajo la gorda perpetración del crimen de un árbol. Bajo el mismo crimen; allí, justamente, está quien no ha sabido interpretar que el poeta es un asesino. ** Por mucho que quiera el poeta eternizar la muerte, más rápida será la mofa de quien lo imita. -42-


** Minimalismo: un animal encogido. ** Un poeta cruza la calle y cae muerto sobre sus papeles. Un poeta cruza la calle y cae muerto. Un poeta cruza la calle. Un poeta cruza. Un poeta. Un. Mientras tanto, la calle. Mientras tanto, el muerto. Mientras tanto, los papeles. ¿Y el poeta? Nada, no logró cruzar. ** Poema y maldición son la misma cosa. La primera se cubre de máscaras; la segunda es una teoría estética. ** Entre un poema y una mujer desnuda, la segunda. De todas maneras, con la mujer desnuda puedo olvidar el poema, o re-crearlo. ** Poema promesa: Que nadie diga que la tierra es redonda. Suficientes cálculos hacemos para determinar sus ángulos.

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Estos días tan pesados Sólo han desaparecido, y antes o después surgirá alguien que abra casualmente la puerta del cuarto donde Alma las escondió, y la historia volverá a empezar desde el principio. Vivo con esa esperanza. Paul Auster

1.Días de abulia, días de carga sobre los hombros. El país se nos deshace en los espasmos del diarismo, en los pliegues de un mal verso. Días pesados, piedras atadas a los pies. El clima se niega y sus efectos conservan la desesperanza: las lluvias son sólo un anuncio de su poquedad. Las calles, sucias y abrumadas, nos encaran y gritan desde una esquina. Vuelta a empezar. Nadie ha salido ileso de estos largos días de ingrata realidad. Unos, agitados por la planificación ojerosa del olvido, se cimbran con una mochila que los apoca frente al mundo. Otros, desnudos por la necedad, fabrican el destino con cortos mensajes clandestinos. Los días naufragan frente a nuestros ojos. Entonces resuelvo encontrarme en un poema de Beverly Pérez Rego, para no olvidar la infancia que tantas veces fue una hoja de libro, o el polvo de una alacena oscura. “No intentes, niña, mirarte en la faz del fondo insondable. No busques el origen en esas tristes voces. No desnudes tanto. Eres atrevida, niña mía; sonríes a los espectros y esperas ser perdonada. Se hace tarde. Obedece. Devuelve tus muñecas al sepulcro…”. Amargo recuerdo, denso en los huesos.

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2.Los días siguen su curso entre la algarabía, las aves desplumadas de un país irredento. La ciudad —la que a diario nos tropieza— abre los ojos y nos emplaza con un texto de Leonardo Padrón: “Todas las tardes me dedico a deambular por esta bella ciudad de mierda/ sin mayor orden ni concierto que recoger tickets de lavandería del suelo,/ y contar toda la chatarra que consigo a mis pies/ desagües, ancianos, naranjas,/ adolescentes narcotizados,/ talleres mecánicos,/ ex boxeadores orinando la fachada de las iglesias/ vendedores de fritangas y fresas oscuras/ recitales de poesía en idiomas imprevistos/ niñas líquidas que exhiben su ombligo de cristal/ donde yo juego a encajar una esfera que no es el amor…”. Me evito renegar de cuanta especie bípeda me mire a los ojos. En todo caso, soy el que me mira, el que me irrita con la oscura levedad de los pasos. Soy un sujeto, sólo eso. Una parte de la oración que no ejerce acción alguna. Sólo camina y se revisa los dientes en el reflejo de una vidriera. La ciudad, los días, este volver a empezar con esperanza, la perversión del sol sobre nuestras infamias. De reconocernos, podríamos desatar arengas para que nadie nos oiga. Un cansancio invertebrado se pasea triunfante sobre el silencio de los que regresan a la casa luego de una larga jornada de trabajo. 3.Y en ese mismo ardor, la tristeza se arrastra sobre el pesimismo. Aturdidos divagamos con los ojos puestos en lo que nos hace trastabillar. “Por nada me dan ganas de llorar/ a veces/ Si al amanecer un pájaro pasa/ Y yo sentado en ese esca-

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lón escascarañado/ Recuerdo y fumo y olvido/ Si tu mirada de pronto en un espejismo/ Y está lo imposible de un beso/ Si en la neblina te prefiguro lejana/ En la madrugada cuando regreso/ Si después sobre la cama y en el espejo…”. Adolfo Segundo Medina regresa del resplandor rojo del aire para decirnos eso, esos versos, los que acabamos de dejar casi al lado de un rictus, reciente y tardío. A veces nos ponemos de acuerdo para amarnos. O para odiarnos. La ciudad nos arranca los ojos. Siempre comenzamos de nuevo, nos alzamos contra la misma esperanza que Auster nos deja en un trozo de novela. La ciudad nos hace perros, insectos en los bares, en los cafés donde el país nos hinca la piel. Dicen que retornamos y siempre llegamos. Que somos distintos. Que nos han escindido el alma. Que el día sigue siendo aciago, tortuoso, curvo. Son pesados estos días, amiga. Tanto, que te busco y sólo la sombra animal de un árbol atestigua la desazón, la muerte de puntillas. El peso sigue sobre los hombros. Un dolor agudo tiraniza los huesos planetarios. Fardo de las horas. Los poemas sólo son un instante, un regalo de algún dios aturdido bajo el calor de la ciudad. La noche se instala felizmente. Queda en nuestros oídos el sabor de los textos. Mientras la ciudad duerme, alguien levanta el codo y celebra, a sabiendas de que el día siguiente volverá a instalarse en la pesadumbre. Al cierre de las sombras, Gabriela Kizer se pronuncia: “No nos salva ni ofrece el infierno. / No deja escuchar coros angélicos,/ redentores o emisarios/ de algún mal destino/ que cumple en el orden celeste/ la tierra/ no prometida”. -46-


No hay tal paraíso, el Edén ha sido invadido, tomado por asalto, desligado de las utopías. Otro texto de Kizer muerde: “Venga, / ya es hora de rendirse/ y rendir cuentas/ sin que la fantasía del juicio final/ quiera llenarnos de trompetas los oídos. / Habrá quien haga, allá arriba, una enumeración de culpas. / Pero abajo, aquí, donde nos duele, / ¿puede algún golpe de pecho redimirlas?”. Silencio. La calle se hunde. Volvemos al comienzo. Una grieta inmensa agrupa los cuerpos. Los oculta del terror. Estos días tan pesados, tan reales, lejos de la ficción y la poesía.

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Iluminaciones ** La noche de Gerbasi, constancia en los tropiezos. Es que en verdad no hay noche más terrible que la luz que nos ciega en la salida. ** Y aunque hacia la noche vamos, ¿quién puede asegurar que la muerte es la única luz que le abre los ojos a los que se creen inmortales? ** Poema y noche van de la mano cuando la oscuridad los tropieza en la página. ** ¿Con quién vamos?, la respuesta se quedó en el silencio cuando el hombre volteó hacia el resto de los pasajeros en el bongo y entendió que estaba solo. La frágil embarcación, tomada en un improvisado muelle del río, siguió corriente abajo con el eco de quien jamás llegó a ninguna parte. ** Más allá de ninguna parte: Gallegos jamás pudo descifrar el misterio. El personaje se le hizo tan grande que tuvo que enterrarlo y colocarle una cruz en pleno llano apureño. Barbarita superó los deseos fabuladores del novelista y lo alucinó de tal manera que lo hizo fantasía desde la realidad. De todas maneras, el misterio sigue. Lástima que autor y personaje compartan el mismo silencio y el mismo local funerario. ** Fausto recorrió el llano en busca de Cantaclaro, pero Gallegos, empujado por el diablo, sólo atinó a revelarlo como Florentino Coronado, un vulgar becerrero que desafinaba y hasta le tenía miedo a los sonidos de la noche. ** Las paredes almacenan lo que muchos creen los secretos mejor guardados. La mano que Me-48-


neses acomodó junto al muro sirvió de termómetro para medir la corta felicidad de un personaje que luego caería asesinado de una puñalada por uno de los tantos que aseguraban autoría de los tales secretos. ** El silencio es verbal. ** Ninguna palabra tiene sentido si no obedece a su propio silencio. ** Se puede llegar a sentir asco por el arte, pero lo más terrible es cuando el arte nos vomita en la cara en reclamo de cualquier divagación, propia de quien en medio de la boñiga se deleita del poema que dice algún día escribirá. ** El cazador de argumentos, anécdotas e imágenes generalmente termina con un disparo en la imaginación. ** La literatura es un invento de quien descubrió que Dios también forma parte de la diversión. ** El demonio habita en la mirada inventiva del niño de Cassinelli, según escribió Franz Kafka en La Muralla China. Pero lo que no quiso decir el escritor-escarabajo es que cada vez que cierra los ojos, el niño se convierte en Satán, especie de desahogo que alivia el cansancio de quien tiene que caminar con muchas patas hasta la sala de baño. ** En el Diccionario del Diablo Ambrose Bierce encontró la agonía perdida. Alguien se la robó cuando llegó a la última página.

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** “Burla de la fantasía y ocio del alma”, dijo de los sueños don Francisco de Quevedo y Villegas, mientras el diablo le robaba las galletas a la vecina. Dejar los oficios del hogar para dormir de día suele acarrear malas consecuencias, y más si la tal mujer es proclive a hacerlo desnuda. ** Asaltado por un demonio, Jorge Luis Borges corrió interminablemente por una calle bonaerense que más bien parecía un laberinto. Feliz de perder a su perseguidor, el narrador se sentó a la vera de un camino y respiró tranquilo. Cuando abrió los ojos para cerciorarse de la plenitud del día, se percató de que había recuperado la vista. Entonces escribió Ficciones. ** Lo escribió Carlos Monsiváis: “Y luego había el niño de nueve años que mató a sus padres y le pidió al juez clemencia porque él era un huérfano”. La imaginación del joven homicida supera la realidad del escritor, quien atacado por una azarienta conspiración se encerró en la habitación y borró todo el disco duro. Huérfano de verdad, el fabulador divaga entre las diversas caras que le muestra la pantalla de su computador. Detrás de él, el niño le sonríe. ** El cinismo de Diógenes llegó a tanto que apagó la linterna a pleno sol para no promover la envidia de los ciegos. ** A sabiendas de que la muerte estaba allí, sentada con la mano en el mentón, Carlos Contramaestre escribió para fraguar la venganza: “La carne no tiene ruido/ apenas rastros de la me-

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moria/ Tanatorio ardiente dentro de mi cráneo/ pasado vivo en la ceniza de los cielos”. El poeta que celebró la putrefacción en aquella década de truenos y silbidos, miraba “el árbol de la muerte” para también saberse escogido por esa señora que suele hacerse invisible a los ojos de quienes morirán un poco más tarde. ** Si las piedras hablaran, suele decir el vulgo. Mas, en los versos de Contramaestre el silencio acredita que éstas conocen la eternidad: “En el espacio de la Muerte/ la piedra permanece”. ¿Cuántas de esas inanimadas presencias saben de agonías, gravedades y sepulcros? ** La porfía de Rafael Cadenas, esa de dejar en un petroglifo, sobre una nube, en la superficie del agua, en la lisa mirada de quien nos ignora, trazos y signos sin apegarse a modelos y remilgos: “Salirse de la obligación del poema, del género, de la clasificación, y escribir, sólo escribir, pues no se trata sino de eso, escribir”. En todo caso, si alguien nos escribe el epitafio, nos enteraremos luego. No hay prisa, la escritura nos vence. ** Para revelarnos: “Los libros se forman solos. Van haciéndose al hilo de los días como una historia. Nunca me he propuesto “escribir un libro”. Ellos nacen, como mis palabras, en el vivir cotidiano. Mi reflexión es fragmentaria. Los “poemas” son momentos. Anotaciones”. El autor de Derrota respira a trozos, certifica que cada poema es un sobresalto, un destello, simples revelaciones que, por simples, marcan para siempre. -51-


**Tiempo para ser lo que se ve sin mirar. Tiempo para mirar y separarse de lo mirado. ¡Cuánto cuesta escribir desde un limbo, entre el olvido y el recuerdo¡ Espacio para dejarse ir a todos los Domicilios donde nos atiende la vida o la muerte. El tiempo nos niega, pero también nos afirma con el desgaste, la desmemoria, la putrefacción, la ceguera, esa escritura para mirar la sombra. Juan Liscano lo advierte entre palabras, lo mirado en el limbo, como extraviado. ** “Vine a Comala porque me dijeron que aquí vive un tal Pedro Páramo, mi padre”, balbuceó Juan Rulfo cuando se dio cuenta de que había terminado la novela. Alguien lo interrumpió en sus pensamientos para decirle que el tal Pedro Páramo estaba muerto. Entonces cerró la primera página y respiró feliz para no acatar las otras voces que habitan en el libro. ** La imagen lo despertó: “Escribir poesía es como echar una lluvia de pétalos de rosa al Cañón del Colorado y esperar el eco”. Supo Ezra Pound que mientras los pétalos caían era posible oír todos los ruidos del mundo. El eco suena en el interior de quien se atreva a esperar la caída. ** “La poesía es un combate contra el lenguaje”, por eso el silencio generalmente se impone como el mejor de los lenguajes, y eso lo sabía Alfonso Reyes. ** ¿Cuántas muertes puede —o suele— contener el poeta en el poema? ¿Cuántos poemas mueren

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ante el silencio del poeta y siguen frecuentando la tumba de los lectores? ¿Cuántos poemas concluyen en la misma tentación de hacerse los muertos frente al tiempo? “El final y el comienzo/ son un intento de vacío”. Otra pregunta inútil: ¿cuántas han sido las veces del poeta frente al alfa y el omega de su destino, si es que éste existe y tiene cabida en dos versos? Pero Pepe Barroeta siempre ha jugado con los dados de esta duda: “Es posible que entre tú y yo/ el mundo haya pasado/ es posible que Dios exista”. Entonces el tipo existe, estira su inmenso cuerpo sobre la piel del poema, sus miedos, silencios, susurros, traiciones, vacíos espirituales, crímenes. “Tengo el pavor, la nostalgia de los/ primeros años/ pero quiero un sitio de nadie”. Las preguntas insisten: ¿cuántos años faltarán aún para entender que no existimos, que sólo somos la línea de un poema extraviado, el polvo de muchos fantasmas aterrorizados? Pero aparece en escena, en la que inventa este fallido aforista sin foro (¿significa no tenerlo?), el placer, la misma taberna de Villon: “Estoy solo en un bar de París/ bebiendo une coupe de Vin Blac Moussex”. Buen paladar para un poema donde la soledad es la que gobierna: “Estoy solo./ Quiero estar solo para que me vean/ con la muerte”. La no invitada, la siempre presente en la mirada trujillana de Pepe, el gran solitario. ** ¿En qué sepulcro descansa el primer poema? ** La mordedura de la serpiente dejó en Dulce María Loynaz, aquella niña fabuladora de animales, una marca insondable. Por las tardes, asomada a la orilla de su isla, decía adiós al pobre Adán, por eso “Algunas veces/ cuando es primavera y huelen los jazmines/ se acuerda vagamente de un jardín encantado”. -53-


** “Los intelectuales son rebeldes, pero no revolucionarios”, respiró César Vallejo en su Contra el secreto profesional, y no es nada exagerado. Habría que descubrir que la cotidianidad, la historia diaria de los poetas o de los artistas, gira alrededor del asombro, y eso es rebeldía frente a la frialdad de quienes han creído voltear la historia y convertirla en una tortilla con muchos condimentos. ** Más allá de mi muerte un día la tierra gira en el cielo estoy muerto y las tinieblas alternan sin fin con el día. Muerte y día, dos palabras que se tocan en la agonía de quien se somete a la idea de que si muere de noche la tierra se detendrá. ¿Quién no sospecha que la luna es una mentira pintada en el cielo? Si usted no lo cree, entonces cierre este libro. Así lo vivió Georges Bataille y hasta ahora nadie lo ha condenado. ** Mon triste coeur bave a la poupe Mon coeur est plein de caporal El pobre Rimbaud sólo atinó a destematizar sus miedos. ¡Cuán triste fue el corazón de quien se llenó el pecho de tabaco¡ ¿cuán poético es este texto? Más bien parece una receta para pedir ayuda al oncólogo. ** La carne del poeta es la frecuencia del final. Un potro recoge la carrera y bufa en el aliento del que duerme. Carlos Augusto León lo publicó pocos días antes de que la bestia acudiera a su

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lecho: “La muerte es un caballo que llega a nuestra puerta/ y comienza a golpear la tierra con sus cascos./ El hombre siente entonces brusco deseo de viaje/ al país de las frutas, del silencio, del agua”. De ese paraíso se sabe en la agonía. Del infierno en la piel macerada por el tiempo. El túmulo, el silencioso montón, queda para la mirada de quienes un día, tarde o temprano, serán parte de la envidia del Otro: “El pedazo de tierra que fue la carne nuestra/ vuelve a sentir el peso fecundo del arado/ nuestra piel se transforma en la yerba tranquila/ que levanta en el campo su cabeza delgada”. El animal sigue allí: pasta sobre nuestros huesos, sobre la historia reciente: “La muerte es un caballo, un alto potro negro/ cuyo trote escuchamos por una sola vez:/ se sueltan las cadenas que atan la mano del brazo,/ que atan el hombro y la rodilla al pie”. La descomposición, el estiércol infinito, todo el silencio. Y así hasta el final de un poema que nos cabe completo en la tumba, en los pasos de quien comparte las últimas noticias con el sepulturero de turno. Un caballo ligero, “un bello potro oscuro”, atraviesa el campo del poema. ** El poema mira el horizonte, lo borra y lo construye. Se aleja y se acerca: un caminante es la incorporación del mismo sendero a la sombra que lo marca en la tierra. Quien anda, retrocede, deja atrás aquel trozo que ahora memoriza a cada paso. Hay atajos que sólo existen en la mirada, en lo distante del olvido. “Asunto de distancia/ eso de andar pegado a los caminos/ Sin dejar de rastrear orillas del monte/ para escuchar junto a cada pisada/ rumores de una tierra baja,/ en cada vuelta terminas por quedarte muy lejos” (Efraín Hurtado). -55-


** En su Escritos para una poética, Pierre Reverdy afirma: “Un libro es a veces un espejo en donde uno se reencuentra desfigurado —el libro de otro”. Es como una piquiña porque si el libro es malo el reflejo es opaco, pero si éste va más allá de pasar las páginas o cerrarlo, entonces el espejo nos refleja completo, y hasta sentimos envidia. ** Por eso, por lo anterior, que es afirmar también por lo que viene, Lira Sosa escribió: “El ojo en el espejo/ interroga/ el reflejo del ojo”. Sólo que si se trata de un ciego, la respuesta se quedará en el mismo reflejo. ** Cada vez que una palabra le haga una mueca, échela a un lado. Entienda que éstas son las dueñas de su miseria. El poema es una acumulación de desgracias. ** “Te llamo de memoria// Sólo soy persona/ Cuando tu cuerpo es ese otro conmigo”. La imagen vertebra el mito del hombre caballo, el mito que los ojos toltecas prestigiaron con su imaginación. El poeta Luis Alberto Crespo vigila desde un atajo el brío del rucio que mira el precipicio, como aquella bestia decapitada para probar si era bípedo o animal de cuatro patas. Por eso la memoria siempre ha estado en los orbitales del caballo. ** La noche penetró el poema, lo hizo oscuro. ¿Quién quiere un poema luminoso bajo el sol? ** La misma crítica hinchada de imágenes. Juan Calzadilla irrumpe, repite insistentemente, co-

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loniza con un puñetazo: “En esta ciudad todos quieren/ la muerte del poeta./ En Palacio todos quieren/ la muerte del poeta./ En la Academia todos quieren/ la muerte del poeta./ Los poetas mismos apuestan a la muerte del poeta.// Y cuanto antes. Pues sólo así,/ una vez muerto,/ se podría comenzar a hablar de él./ Mal o bien”. Ciertamente, los poetas mueren en las salas de las instituciones, e inclusive, saltan obstáculos desde el poema del otro que lo lee, lo mastica y lo escupe. Todo poeta —hablamos de poetas— advierte el paredón, la inquina y hasta aprende a adivinar el veneno vertido por quien lleva un libro bajo el brazo. Probablemente tenga razón. El caso es que el poeta —nada inocente— sabe de provocaciones, pero la crítica en esto se equivoca. ** Una mujer húmeda en el pensamiento de Juan Sánchez Peláez. El tiempo lo usó para silenciar el deseo, para apartar los olores de un cuerpo desnudo. También de poemas se puede morir, nada difícil en quien gira alrededor de las palabras: “El mundo se hacía hostil. Mis sentidos querían vivir/ en una perenne fiesta. Al cabo de los años te hallé./ En duermevela te volvía a imaginar, con dos muslos firmes/ y una rosa de agua en la mitad del cuerpo”. Imaginación y realidad. La verdad incontrovertible: una mujer dormida, hecha de sexo y reposo, encontrada. ** “Las drogas que pasaron por otoño eran falsas/ De la casa sólo está un mango roto/ Anegado de hormigas/ Es mentira que tu ombligo fuera echado al mar”.

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¿Qué droga es esa que es falsa, pero que es capaz de navegar con una mentira que no niega la imagen? En verdad, Teófilo Tortolero la encontró, pero no dejó la clave, sólo la nombró en la existencia silvestre del poema. ** Oficio ese de indagar y saberse dueño de la pureza de quien nos pasa por un lado. Oficio tan puro que Víctor Valera Mora deshizo el uso de otras maneras de decir y mirar. ¿Quién que sea poeta, loco, trastornado por las ciudades y las caderas de una mujer, escribe un poema para dejar sentado que el solo andar de ella posibilita el universo de todas las imágenes, de todas las aventuras y negar la maldad, ese mordisco invisible que persigue y acosa? “Cómo camina una mujer que recién ha hecho el amor/ En qué piensa una mujer que recién ha hecho el amor/ Cómo ve el rostro de los demás y los demás cómo ven el rostro de ella/ De qué color es la piel de una mujer que recién ha hecho el amor”. Tantas preguntas debieron haber perturbado a quien tuvo la suerte de hacer el amor con esa mujer. El poeta es el encargado de celebrarlo o de envidiarlo, según sea el caso y los deseos. ** Protagonista del poema, Dios abarca la totalidad, una exclamación decorosa que festeja la inocencia. Circular, orbe de la eternidad, ese desconocido que nos mira o nos ciega posibilita el rocío y los terremotos, con todas las ventajas. Eugenio Montejo lo inventa desde su ojo verbal: “Dios me movió los días uno tras otro,/ dio vueltas con sus soles hasta paralizarme/ como un gallo ante un círculo de tiza (...) Fue Dios el que movió

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todos mis días/ la redondez de Dios que no da tregua”. ** En medio de la noche las palabras adquieren mayor notoriedad. El silencio es de una gran ayuda. ** Un poema chilla mientras el lector lo sacude a gritos. ** Exorcizar desde la página: “Ponme la piel al revés// Camina sobre mi cuerpo// Hierve todas mis tumbas// Tírame unos labios// Sal de mis palabras”. Se puede combinar para que el ritual certifique que la poesía también forma parte del juego: “Sal de mi cuerpo// Ponme los labios al revés// Camina sobre mi tumba// Tírame una piedra en la boca// Hierve todas mis palabras”. El peligro del juego de Octavio Armand está en dejar de creer que todo es posible. ** Alevoso el texto que deja perplejo a un lector desprevenido. ** “Cómo puede ser mío el poema no escrito aún”. Si lo pensó, poeta, déjelo ahí, en lo oscuro. Luis Barrios Cruz suscita esa pregunta, la amasa y da gracias al mismo poema no escrito, como un dios que aún no ha hecho al poeta e intenta encender la luz. ** Una herejía, creer que el silencio no está hecho de palabras. ** Después de creerse miembro del club de los personajes de novela, Alejo Carpentier trató de desenredar sus descripciones barrocas. Salir del -59-


bosque verbal fue una aventura. Sólo la muerte fue capaz de llegar a la última página y salir airosa. ** Lo veo con la mano en la frente. Una sombra cubre el ojo izquierdo. El color de su mirada atenúa la muerte que acaba de morderlo. Los labios sellados de Arnaldo Acosta Bello suscitan el peligro del hipnotismo, pero la gravedad de su silencio lo acerca más al poema que dejó pendiente: “Una sola palabra deseo encontrar/ pero se han ido. En la oscuridad/ no puedo seguir sus pisadas,/ tocar sus manos suaves sobre mi boca”. A hurtadillas atrapa lo que queda de su voz, pero la página 14, donde reposa el poema, es suficiente. ** ¿Cómo suena el poema de quien acaba de morir? ¿Cómo hacer que el poema sea la muerte o la muerte el poema? Las cosas que quedaron son imposibles. Escribir un recado donde hable Eliseo Diego nos empuja hasta el rostro de quien perdió el aliento en medio del bosque: “La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a/ mano, que hay en todas las casas y que uno jamás/ se detiene a ver”. Lento, seguro, el poeta llega a su destino, mientras los objetos cobran la vida del que dejó la casa. ** Las personalidades de Fernando Pessoa obedecían a la frecuencia de las mareas. Heterónimos, yos múltiples, voces interiores que le cambiaban el rostro, una locura persistente que lo impulsaba a cambiarse de poema en plena calle. “Dios no tiene unidad,/ ¿Cómo la tendré yo?”. Las diversas caras del Invisible tienen imagen en la poesía, el único lugar donde es posible que Pessoa diga: “Los dioses, no los reyes, son los -60-


tiranos”, ¿qué dirán los republicanos o los panaderos? ** Un ídolo, acosado por la mirada de un poeta, milita en la sombra. Es que el poeta se tapa del sol para evitarse un deslumbramiento indebido. El poema, limitado por la fuerza que le imprime un eco desconocido, rodea a Alejandro Oliveros, lo sacude: “La veo allí, golpeando sus alas en mitad de la noche. Trepada/ al tamarindo de quebradizas ramas. En la vega más profunda,/ al pie de las montañas calcinadas. Horrible su cuerpo de viscoso/ plumaje. La negra cabellera que cubre sus pezuñas. El blancor/ del rostro que desmiente la oscuridad de los montes. El rojo/ en los labios implacables”. Constante, lo oscuro desmentido por la luz de los ojos de quien no se mueve bajo la cúpula de cielo. ** La muerte no existe, es un tema poético. ** Un rasgo peculiar define a quien escribe desde la contemplación del tiempo, desde sus humedades. Ramón Palomares dice que la muerte es campesina, una pequeña iglesia sin campana, una bebida andina que adormece. Miche es la muerte, y vida la embriaguez que procura, pero... “Te estás durmiendo/ te estás durmiendo/ echá la última rosa por la boca,/ que viene tu cabeza por entre el agua,/ que viene como entre espumas”. La muerte parece una rana, fría, ojona. Sólo este poema la encuentra sin delación. ** Las palabras habitan todos los aposentos. La soledad y el silencio se vuelcan sobre ellas y la hacen visible. Pero no se escribe impunemente, la inocencia no tiene tiempo en el vientre de la -61-


imagen. “La literatura —recordemos a Mallarmé — no se hace con buenas intenciones sino con la textura y la ensoñación de las palabras”, cita Víctor Bravo. El territorio de la imaginación invade los sueños y las palabras son las herramientas para que éstos no se escapen. Claro, “la buena intención” no salva a nadie, y mucho menos la literatura. ** El vértigo que produce la ficción sólo se puede comparar con la ceguera. ** El alma del diablo se hace visible en un diálogo de mercaderes. Quien le venda el espíritu a Satán podrá disfrutar de las mieles de la ficción ¿Qué destino encontró el personaje de Julio Garmendia en esa conversación amistosa con el maligno si a fin de cuentas la muerte jamás levantó una mano para detenerlos? “Así que no tuvimos nada más que tratar y continuamos nuestro paseo de aquella noche bajo la luna que iluminaba como una gran lámpara el jardín”. Dones exigidos, el alma del vendido se regocija en una eternidad donde el oro es parte de la imaginación. ** Se dice y hasta se jura que Alonso Andrea de Ledesma llevaba en su peto hermandad con Alonso Quijano. Y si lo dice, en descargo de la adjetivación, Mario Briceño Iragorry, es de reconocer que el país vive aún inundado de metáforas, que aún persisten los caballos y los Rocinantes en correr para salvar lo insalvable, lo inimaginable. Se afirma que el héroe cayó muerto en defensa de una patria recién adquirida, recién inventada y a merced de piratas de todas las nacionalida-

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des. Pero más allá del derribado, la bestia que lo sostenía: “Y el viejo corcel de Ledesma reaparece hoy sobre la faz de nuestra historia con su ímpetu de mantenido frescor”. El caballo, domado por la memoria infantil, se ha convertido en el verdadero héroe de un país donde cada quien alababa la montura que abría nuevos atajos para llegar vivo a un destino incierto. ** La paciencia de la muerte, de estar muerto y describirse sin armar escándalo. Quien habla desde el féretro sabe que nunca más podrá bailar, o mofarse del otro que desde la caja lo mira a través de los párpados fríos. Rígido, pero consciente de su condición de difunto, Mateo se concentra en la molestia del insecto inoportuno. Abreviado en la distancia que existe entre la muerte y la pesada atmósfera de la funeraria, el personaje de Los pequeños seres revisa su propia observación. El cadáver de Mateo pesa aún en la concentración de Salvador Garmendia, en el trabajo nocturno de sacar de algún lugar el cadáver de un burócrata, adocenado por la próxima putrefacción: “—Estoy tendido en medio del salón, sobre un lecho de flores y molduras de felpa. Mi cabeza reposa en la almohadilla y me han vestido de pies a cabeza —impecablemente— con mi mejor traje azul. Alguien ha enlazado mis manos a la altura del pecho, antes de que los dedos adquirieran una solidez de corteza y debe notarse claramente la señal blanca del anillo de bodas rodeando el anular”. El narrador —ese impertinente profanador de la paz de los muertos— ha tenido la osadía de esculcar hasta en los sentimientos de quien le espera un largo viaje. Imagina el matrimonio, la -63-


primera noche, los gemidos en la cama, los secretos del cuerpo agitado...todo para llegar a este sitio donde mañana se repetirá la historia de unos seres tan pequeños que desaparecen con un leve empujón. ** Para evadir el fastidio de los días de aquella Caracas provinciana, Teresa de la Parra hizo a un lado los remilgos victorianos y escribió su diario vertido en novela. Ifigenia, entonces, inculcó en las lectoras los deseos de bajarse el escote y guiñarle, con timidez disimulada, los ojos a quienes fueron tomados de sorpresa. El fastidio de la señorita se convirtió en una revolución que aún hoy promete manuales aburridos que la misma Teresa, como la María Eugenia de sus páginas, rompería con gusto. Y es que “esta casa de Abuelita me parece más grande, más silenciosa y más aburrida que nunca...”. ** Dentro de su cuerpo, Leiziaga contiene otro cuerpo. Una teoría del tiempo lo repite insistentemente: Cubagua es una isla donde nadie sabe nada, sólo el rumor de que cerca de la orilla aún persiste la sangre de los pulmones de aquellos que se reventaban a gran profundidad mientras buscaban las perlas para la Corona. Fantasmas, el ulular del viento y la aparición de fray Dionisio, Camilo Zaldarriaga, Almozas, todos suspendidos en una narración que contiene la fiebre de Enrique Bernardo Núñez. Personajes distanciados por quinientos años de revuelos, de secretos compartidos: Nila Cálice y fray Dionisio, amparados en el silencio de un lejano Lampugnano y de un muy cercano Leiziaga.

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“En aquel momento Leiziaga vio cerca de él a Nila en traje de baño rojo y blanco. Tomaba las conchas más hermosas para lanzarlas en el azul infinito. El disco de nácar brillaba en el torrente de luz como la luna en el día. Leiziaga creyó haberla visto toda la vida o al menos hallar una imagen que vivía confusamente dentro de él. Barro maravilloso en el cual se funden y plasman los deseos. Las olas llegaban en tumulto, lentas grabadoras de rocas, imprimiéndose en las costas”. De noche, mientras el mar sigue su eternidad, los personajes atrapados por Núñez hilan una conversación interminable. El pasado y el presente copulan en la memoria de unos fantasmas bajo el pesado techo de las noches del Caribe. ** Tejer el tiempo en una novela es desatar los demonios: el pasado penetra la desmemoria del lector y aguza la mirada de los personajes. Una autonomía imprecisa doblega a quien se deja narrar, porque en definitiva el lector es narrado mientras lee. ** Mucha ha sido la muerte contada por el mismo país. Mucha ha sido la ira alquilada. Es que la muerte sigue siendo el tema para aniquilar a quienes la propician sin entenderla. Muchas páginas han corrido por la muerte de personajes reales, intangibles otros que tienen imagen en una realidad que se cree ficción. No es conveniente dar ejemplos de cadáveres. **”Le amarraron las manos a la espalda con un pedazo de pita que sacaron de un rincón, y lo echaron por delante, hacia la jefatura, don-65-


de ondeaba desde el amanecer la bandera del gobierno”. Historia de golpes de estado, historia de la literatura: ficción y realidad en una competencia de heridas y gritos. La constante la maneja Alfredo Armas Alfonzo sin agotar el tema, porque la muerte nunca se cansa, siempre está muy fresca, la señora. ** Intercambio: el lector entra en la historia, se incorpora al tiempo y al espacio de unas doscientas páginas. El personaje, mientras tanto, emerge del volumen y se adueña de la vida de quien lo nombraba con la boca entreabierta, cómodamente instalado en un sofá y a media luz. No hay sorpresas, ambos quieren retornar a sus lugares de origen. ** Asfixiado por la pésima trama, el lector echó el libro en un rincón. Los personajes se vieron liberados y durmieron la paz de los difuntos. Nadie preguntó por el título, y que no lo haga. ** El actor encaró la tragedia en el disparo que recibió del personaje. ** Sin el decorado y algunos espasmos de los personajes, Shakespeare sería un dramaturgo de segunda. ** Muchos usos tiene la lengua, ese músculo escondido tan peligroso como delicado. Si hacemos uso de ella en una situación de intimidad compartida, ésta actúa por sí sola, busca significados en la superficie de la otra. Lee con soltura la reciprocidad del deseo.

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** Hay otra lengua, la que nace de esa contráctil revelación cárnica. La lengua que nos habla, la que, como dice María Fernanda Palacios reconoce los sabores de las palabras y enarbola su poder cuando también reconoce los escondrijos de la pasión que la contiene. “Cuando me refiero al sabor y al saber de las palabras, prefiero decir “lengua” y no “lenguaje”. La lengua, para mí, es una palabra que tiene gusto, sabe a cuerpo, mientras que “lenguaje” no”. Bien dicho, y más aún si sabemos que la lengua entra y sale con las palabras, y con el placer. ** Una píldora para calmar los nervios y ocultar los rasgos de la locura, precipitó el cambio de título de una novela. Este desatino catapultó la obra a muchos ojos lectores. De esta manera Renato Rodríguez se olvidó del título original y destacó con franqueza que por Al sur del Ecuanil bien valió borrar el Ecuador del mapamundi para desatar los demonios de una historia que sigue narrándose en la medida que la terminamos. “Un día, harto de que sobre mi cabeza estuviera colgando siempre un violín, una guitarra o un piano o de estar expuesto a ser aplastado por el enorme zapato de algún furibundo profesor, por mi poco amor a las cloacas y a los tanques Imhoff, decidí irme de esa loca ciudad de Caracas, pensando que lejos, en Bogotá, estaría bien, donde no oyera el agudo chillido del violín Des Kafkas Vater o donde no pudieran caerme sobre la cabeza, ni el piano, ni la guitarra si se reventaba la cuerda de la cual pendían”. Una dosis de Ecuanil para disipar tanta pesadilla, y allí quedó el título, bien puesto.

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** “Escribiste en la tabla de mi corazón:/ desea./ Y yo anduve días y días/ loco y aromado y triste”, Jaime Sabines. Los comentarios huelgan. ** Un viaje en avión al paraíso nos enseña los sitios donde Eva y Adán inventaron el pecado. Sin embargo, lo más visible de ese lugar son los árboles, los ríos y tres o cuatro animales pastando. Los humanos están escondidos. Con razón, Sabines imaginó —con turística devoción— la intimidad de aquellos que, habiendo oído la voz de Dios, se olvidaron de promesas y practicaron el desvarío. “—Estábamos en el paraíso. En el paraíso no ocurre nunca nada. No nos conocíamos. Eva, levántate. —Tengo amor, sueño, hambre. ¿Amaneció? —Es de día, pero aún hay estrellas. El sol viene de lejos hacia nosotros y empiezan a galopar los árboles. Escucha.—Yo quiero morder tu quijada. Ven. Estoy desnuda, macerada, y huelo a ti.” Adán fue hacia ella y la tomó. Y parecía que los dos se habían metido en un río muy ancho, y que jugaban con el agua hasta el cuello, y reían, mientras pequeños peces equivocados les mordían las piernas. Insensatos, perder la oportunidad de fundar un parque y cobrar las entradas. Después nació Disneyworld.

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De la horca a la taberna 1.¿Cómo no entrar en la prisión de Chatelet donde François Villon enhebra la muerte en una pesadilla, mientras en el afuera de sus gritos un cadáver cuelga de una soga? ¿Cómo no sentir que Elisio Jiménez Sierra, cuya cultura nos afana, lleva en los ojos esta imagen encarnada en el poeta que se agita en el camastro de la cárcel parisina? Colin de Cayeux se balancea en el cadalso. El horror protagoniza el sueño donde un cuerpo picado y mordido de animales es el último respiro de quien fuera compañero de delitos de Villon, develado por Jiménez Sierra en De la horca a la taberna. La voz melindrosa de Catalina de Vaucelles, la única mujer que le infartó el corazón se resume en el rencor, en la ingratitud. Regresa a la niñez –llevado de la prosa de Elisio Jiménez Sierra— y lo leemos en el primer delito: “Un día en el Petit Pont, al regresar de las barracas marginales del Sena, por divertirse y poner en práctica la lección que le había dado ese mismo día un camarada, Villon utilizó el concurso del mismo golfete, simulando con él una riña, para robar tripas, hígado y carne de vaca, para apoderarse ‘de un percance’, como dicen los larenses”. 2.Su tío, el canónigo Guillaume de Villon, sabía que el niño tenía un talento pervertido, desviado del camino de Dios. “De esos maestrillos del vagabundeo y del engaño, aprendió Villon el timo, el fraude, el petardismo, el cambiazo…”, el honor defendido con espada le hace dar muerte al cléri-

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go Felipe Sermoise. De allí en adelante se hunde en el barro: con Colin de Cayeux, el ahorcado podrido de sus pesadillas, “cerrajero de profesión, zurcidor y doblegador de voluntades policíacas; Guy de Tabaire, caso fichado. Los dos pillos hablan a Villon de los esbozos de un plan que desde hace días vienen madurando”. Y de tanto madurar planes el mundo del peligro se enseñorea en el poeta. Con esta atmósfera nuestro ensayista Jiménez Sierra le da vida y muerte a este romántico francés, quien con Jorge Manrique fue el iniciador de esta corriente: el primero con las baladas y el segundo con las coplas. El libro sigue como un río interior. El texto del autor de Psicografía del padre Borges (1965) es una biografía donde lo terrible nos hace respirar sobresaltados: “un estudio sobre la vida y obra de Villon…único en la literatura del país”.

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Necedades ** El sombrero Al quitárselo, todos los conejos invadieron el mundo ** Conejo Hizo de todo para llegar el primero a la meta. El jurado se había marchado, lo que evidenció que la trampa también formaba parte de la ética de quienes aún creen en los cuentos de caminos. ** Cuento chino Por esa vereda se llega a Roma: la visa es sólo cuestión de trámite. ** Amante ¡Cuántas veces el orgasmo llega primero que el deseo¡ ** Justicia La vaca entró a la carnicería y rumió su dolor al ver en la nevera uno de sus solomos. ** Envidia Deseo todo lo que tienes, pero no adviertas del seguro funerario. ** Lujuria La rápida erección perturbó el descubrimiento de un nuevo planeta. ** Cósmico El cometa dejó la cola en manos del jinete. ** Aburrimiento Cada vez que la muerte canta, la orquesta amanece de fiesta. -71-


** Breve Tan corto que la molécula no siente placer alguno. ** Voz Letra y música del silencio. ** Dialéctica La camisa de fuerza no lo dejaba sudar, mucho menos pensar. ** Poema romántico Una puñalada en el corazón es una herida en el único músculo que ejercita la moral. ** Cirugía Tanto dio el médico que extirpó el hígado de un magnífico bebedor. ** Miedo El temblor es una herencia esquimal. ** Labios Se besaron y pensaron que era para siempre. Murieron asfixiados. ** Lengua Órgano estratégico del partido de gobierno. Los mudos las prefieren sordas. **Poder Larga sucesión de venganzas.

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La teoría de la clase ociosa 1.Soñar para que la ficción deje de ser una impostura. El siempre imprescindible Borges, el ciego luminoso de Buenos Aires, nos ayuda a entrar en el peligro. Nos sacude de la desnudez. Su afirmación, recogida de su Biblioteca personal, de los tantos prólogos que dejó sembrados, el dedicado a Los tres impostores de Arthur Machen configura el lugar de esta escritura de hoy. Todo lo que Machen escribió fue invento, un sueño dentro de otro, un juego de reflejos. De nada nos vale creer que la realidad es la soñada. La realidad es el sueño, he allí la creencia de Machen, secundada por Borges. Soñar significa creer lo que se sueña, abastecer el sueño de una fuerza creíble, hacerlo posible, es decir. Ficción. Que no es otra cosa que la realidad sacudida, burlada. No hay situación más estúpida que la realidad. La ficción la salva de tanta cosa ociosa, inútil, en el mal sentido del término. De allí que vivamos esta ficción, este juego de espejos donde todos tienen el mismo discurso, el mismo color, la misma mirada, la misma decadencia. El país, forjado a maravilla por la ficción, es una novela por entregas. Nadie se salva de la realidad. Se impone soñar para derrotarla. Pero soñar sinceramente. 2.Un poco más adelante, el autor de Ficciones, en su misma caja de resonancia verbal, nos entrega La teoría de la clase ociosa, de Thornstein Bunde Veblen. Borges se pasea por el Veblen de 1899, el autor de la negación de la Utopía: revelación de la sá-73-


tira, del descueramiento de un mal sueño, ese que alguien inventa para imponérselo a la falsa ficción, a la realidad. Una sociedad utópica, alfabéticamente ideológica, se somete a la incultura, a la obediencia casi ciega. Borges hace de Argentina el mejor de los ejemplos: “Entre nosotros, el fenómeno de la clase ociosa es más grave. Salvo los pobres de solemnidad, todo argentino finge pertenecer a esa clase. De chico, he conocido familias que durante meses calurosos vivían escondidas en su casa, para que la gente creyera que veraneaban en una hipotética estancia o en la ciudad de Montevideo. Una señora me confió su intención de adornar el hall con un cuadro firmado, ciertamente no por virtud de la caligrafía”. Incorregibles, los argentinos se pasean por una tragedia que han sabido sortear gracias a los cambios climáticos de una utopía psicológica: se creen el ombligo del mundo, de allí que en medio de los piqueteros se paseen por la Plaza de Mayo como si el resto del universo fuese parte de la pampa. 3.No deja de tener razón el viejo Borges. La guerra de Las Malvinas, por ejemplo, sirvió de telón de fondo para ocultar una derrota que se convirtió en triunfo con la renuncia de los militares. Los vicios terrenales de Maradona forman parte de una reliquia: agoniza con la franca ilusión de que podrá crear el hombre nuevo con su nostalgia futbolística, cuando le decían el “Pelusa”, sólo que la hepatitis, la cirrosis y la antipatía que lo adornan no son producto de algún designio celestial: la cocaína, el exceso de licor, la arrogancia y toda la comida del mundo se le han acumulado

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en el alma. Pero para los argentinos se trata de un ejercicio de divinidad. Hasta una iglesia tiene el ex futbolista. Y sus seguidores, que según dicen pasan de cien mil, los que cotizan lágrimas y sacramentos, más allá de la limosna y las consignas pegadas en las paredes de una clínica. En teoría, pero más en la práctica, se trata del ejercicio de la clase ociosa argentina. Desde décadas se creía que los argentinos eran italianos. Después de Las Malvinas, de una democracia gelatinosa, y ahora la ayuda extranjera, ese país se desvela por una patria menesterosa. Lo que antes era para ellos mirada por encima del hombro, es hoy parte de su tragedia. Menem y Kirshner —incluyendo el maniquí de botox, su mujer— ambos peronistas, representan lo mismo. Sólo que el primero es libidinosamente ocioso, mientras que el segundo es un ocioso oportunista. Sabe ocultar la miseria. La receta: Perón, Evita e Isabelita, los tres de la tragedia iniciática. Borges no lo perdió de vista, a pesar de su ceguera. Advirtió que en las vísceras de Juan Domingo Perón navega la idea de esto que hoy está ocurriendo. También leyó a Moro. Y mire como soñó sinceramente. Todo paraíso peronista merece un mordisco de manzana, pero podrida.

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Demiúrgicas Dios es esta lengua que no hablo. ** Cuando hago silencio, la muerte llega tibia, cansada, ciega de tanto mirarme. ** Esta palabra es la única que tengo. Vivo para que nadie sea mi asesino: Los pasos que me siguen son los míos. Esta sombra me es ajena. ** La eternidad es un rasguño de leopardo. No soy, quedo para ser. ** Eres la noche que me falta. El dolor al que jamás acudiré. ** Polvo soy. Sí, pero hasta cuándo. ** Polvo soy: el tiempo es la medida. ** He sido una sola vez, La que soy. ** ¿Cuántas veces soy el cadáver del otro? -76-


** Patria: nombrarte es una culpa. Tan grande es la muerte que te invoca. ** Tanto polvo para tan pobres palabras. Tanta soledad para un solo aliento.

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Cartulina doble faz 1.Uno cree que el cigarrillo ha comenzado a crecer en la medida en que el espejo se desdobla. La imagen es una calumnia que invade lentamente las paredes de la biblioteca. Algunos autores, asombrados por el acontecimiento, comentan entre ellos con tanta antipatía creciente de las páginas. En el anaquel de poesía, Silvia Plath se reduce a una declaración que confunde: “Axes/ after whose stroke the wood rings”, cuando se refiere al marco del vidrio roto por los últimos temblores de tierra, esos hachazos del edificio donde viven unos seres humanos extraños, acompañados de animales y enfermedades contagiosas. O Robert Frost, de los bosques y chimeneas alzado, con la eterna sombra en las ojeras: “But I have promises to keep”, como si el espejo guardara las promesas de siempre, las más provistas de cumplimiento. O imaginar peces que nadan en sus libros inconversos, retraídos por el humo que asciende de los árboles campesinos. 2.Pero la imagen continúa haciéndose en los ojos: el espejo sonríe conmigo. Borges, el otro ciego, se limita a hacer una mueca con el hermoso cinismo en los labios febriles: “Me crucifican y yo debo ser la cruz y los clavos”, y se deshace de la luz de sus amarillos inencontrados, fabulados a fuerza de incendios interiores. El mismo humo que sale del espejo dobla su presencia sobre el retrato de la niña en la exposición de Pedro León Zapata en Valencia, entre vehículos atornasolados y carajitas con piernas de tenistas.

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3.Por la ventana entra el muerto, el viejo espíritu de las casa abandonadas, la declaración de Sánchez Peláez desde el mismo anaquel: “Con/ el ojo/ de la almendra/ que sueña”, y entra en la niebla del azogue, se confunde con las palabras de ese libro ajeno, magnífico y de almas que Nebseni guarda detrás de la puerta de la pirámide alada. Un sol de julio toma la pared por pantalla. Allí está la sombra del convidado, tenue, ligera de palabras, muda. Si alguna gracia tiene el recién llegado es la manera de cómo mira desde su ausencia. Toma el cartón para mis dibujos pornográficos y mira con pasmosa alegría la gráfica en movimiento. La noche anterior imaginé ese cuerpo recostado de la pared, cerca del espejo. Lo miré dentro de mí, en ese paisaje húmedo que uno lleva desde las cavernas interiores. En el mundo ajeno que nos aprisiona, pero que somos nosotros mismos circulando en una teoría de arterias y venas. Y entonces salió el cuerpo de la mujer en la cartulina que ahora sostiene el recién llegado. Nadie lo invitó, sin embargo se instaló en mi cama y allí comenzó a mover los labios. Yo no oía nada, pero entendía que la voz estaba dentro de mí, y desde ella el espejo inició una serie de cambios, hasta que se estiró violentamente en pedazos que repetían la habitación totalmente desvirtuada. El intento —la luz del espejo— volvió a borrarse y sólo quedó sobre el lecho el rostro dibujado del hombre desconocido, acostado sobre el vientre de la mujer de papel, para que finalmente Ann Sexton dijera: “De qué sirven mis preguntas/ en esta jerarquía de la muerte…”

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El cansancio 1.La mirada del hombre se consume sobre la quietud del agua. El destino de la imagen descubre las huellas de un espejo roto, el que Borges alguna vez inventó en sus sombras: las del tigre, las que convirtió en catástrofe antes de soñar las ruinas circulares. Un ámbito disperso anima el signo de una hoja en la orilla de la acequia, como si el mismo ojo cayera en la superficie inmóvil. El agua es lugar de condena. Los viejos dioses marinos circulaban en islas interiores, provocando el vértigo de quienes solían trasponer el vientre gelatinoso del misterio. Un imaginario recurrente rompe en la costa: despojos, trozos de olvido, putrefacciones de lugares desconocidos y lejanos. Se dice de la eternidad, de aros que giran para que la arena pueda arrastrar la muerte y el miedo. Esas idas y venidas, reveladas por las influencias de la luna, vierten su poder en el agotamiento. El agua identifica la huella que deja. Sólo la mirada es capaz de advertirlo. 2.El cansancio es una revisión del espíritu, un desagüe. Hay un cansancio del adentro y uno que toca la carne y los huesos. El cansancio del cuerpo vive de la necedad del trabajo. O de la quietud constante del agua en la mirada: “trabajar cansa”, dijo Pavese. Mirar borra, por tanto agota lo mirado: mirar mata porque borra lo que no habíamos advertido. Al mirar tachamos, saltamos el abismo, nos apropiamos de lo que no nos pertenece. El cansancio de adentro es visible al ojo

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de un lenguaje perverso, el que husmea más allá de los rostros ajados. Mira en la comisura de los párpados, persigue la muerte detrás de lo que no se deja mirar, agujera el cristalino, derrota el ocultamiento. El agua proporciona un rostro en la mirada, limpio: lloramos para ocultar, para sobrevivir al cansancio, o para definir lo que no sabemos sentir. Por eso la muerte viaja constantemente en el vértigo, en el paisaje que dejamos atrás, en el trago que consumimos a medias, en la mujer que no besamos, en la mano que no tocamos, en el grito que no atendemos. La muerte cansa la eternidad, la agobia. Episteme, lenguaje, superstición: la filosofía es un deporte, unos deseos inmensos de construir la Torre de Babel y regresar al huevo ontológico. 3.Un diccionario deja de decirnos los significados. El cansancio invade la sombra del sueño: la paradoja podría regresar el entusiasmo. No obstante, el tiempo, esa naturaleza del incordio, frecuenta el diálogo en una pesadilla. El cansancio se adentra aún más, habita cada gesto, cada recuerdo, todos los pasos que el hombre frente al agua intenta ejecutar. Medusa, pulpo abrazado a un barco a la deriva. Un alfabeto de aves desatiende el llamado. ¿Quién sabe con exactitud dónde se oculta la pregunta? Sin ella es imposible construir la respuesta. Nemrod hirió el cielo desde su pecho. La flecha que hincó la primera nube en su agresión fue sólo el anuncio de la caída de la torre. El músculo estirado, el ojo derecho cubierto por la miserable tela del párpado, el falso tino. Los cadáveres de

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la destrucción agotaron los intentos del rey enfermo de gloria. Las lenguas fueron cambiadas. La confusión: el cansancio lo llevó a convertirse en paria. Y fueron muchos pueblos los fundados desde la derrota. Por el lado de Darwin: el chimpancé cambió el plátano por un hot dog y llegó a la luna. Convertido en lenguaje, el “mono gramático” desestimó la aventura de Nemrod. La quietud del agua se consume en la mirada del hombre. El cansancio lo explica, lo reconstruye.

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Bajo el viejo sombrero 1.La ciudad lo encontró con el sombrero puesto. Durante todos estos años su cabeza estuvo a la sombra de un borsalino gris que lo destacaba fuera de época. Pero su dignidad, su figura apuesta y la forma de mirar lo unían a un cierto misterio de respetabilidad. No suele hablar de él a menos de que la ebriedad lo convierta en una especie de locutor cuya estridencia es propia de estos tiempos alocados. Habla por todos lados y se ríe de lo que dice, pero cuando le preguntan o le piden que aclare lo que dijo, no entiende y entra en gran tristeza. “Él es así y nadie puede entenderlo, sacarlo de ese abismo”. 2.Hace treinta años que no se mueve de la esquina de El Pingüino. Las décadas lo han visto detenerse en el mismo lugar. Las modas han cambiado, han surgido de la tierra nuevos edificios, el clima ha variado, las mujeres llevan el pelo corto o al rape y los hombres zarcillos, aretes y demás adornos, pero él continúa con la mirada puesta en una pared que han derrumbado ocho veces, pero para Braulio Caminos sigue siendo la misma. El pantalón campana de los años sesenta está en el escaparate, presto para la primera ocasión. La camisa de bacterias y aquella chaquetica corta que logró comprar en un relámpago viaje a Bogotá no se han movido del viejo estante del cuarto. Y el sombrero, el mismo que dejó su padre en la mesa el día que decidió pegarse un tiro al descubrir que lo había arruinado mediante un

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negocio fraudulento. El mismo sombrero de estos treinta años llevados con paciencia y silencio, con mirada ausente y feliz, y —sobre todo— con el borsalino con el ala volteada sobre la frente. 3.Galina creció y la gente cambió de rostro, de color de pelo, de peso y de vida. Y él allí, viendo pasar la historia, los años en los modelos de los automóviles, en las faldas de las mujeres, en los ademanes de ciertos muchachos maquillados por la fuerza de la moda. Galina se hizo desconocida, pero Braulio Caminos siguió siendo el saludo con la mano cerca del borde del sombrero, porque ni siquiera lo tocaba para devolver el gesto de quien pasa (o pasaba) y se queda con la imagen congelada del mismo hombre con el mismo sombrero, con la misma mirada. Eterno, allí mismo, en su sitio. 4.Hace unas horas murió Braulio Caminos. Me avisaron desde Galina y me tocó realizar un viaje de sobresaltos, sueños cortos y lluvias intermitentes, hasta llegar a la ciudad que es hoy el barrio que dejé hace más de cuarenta años. La casa que conocí hace tantas décadas comienza a ser un recuerdo frente a mí. Personajes borrosos pasan frente a mis ojos y se desvanecen. Miro las ventanas con las sombras que mis ojos llevan tras los cristales. Porque mi ceguera es un adelanto a la oscuridad que me espera, pero mi memoria es clara y continua. Su cuerpo está en el corredor. Donde antes quedaba el patio hay un edificio amarillo. De modo que la vieja estancia forma parte del estaciona-

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miento de mi vieja casa de familia. Braulio est谩 acostado con los ojos muy apretados, como con miedo, y la boca semi abierta. Con la misma dignidad de siempre lleva el sombrero. Ahora que recuerdo, creo que mi primo naci贸 calvo, pero 茅l nunca se enter贸.

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Coda Terminar este libro significa comenzar desde la primera página lo que la última no revela. Así, sin aspavientos, un aforismo es una muestra de timidez extrema, por eso el desatino frecuenta con regularidad los actos de quien escribe y se hace el idiota. Sabe el lector que le han tendido una trampa, pero aún así cae en ella.

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Índice Vértigos, 7 Revisión de fábulas, 10 Ajuste de cuentas, 14 El sol que nos mitiga, 17 Sueños, 20 Sospechas: **Un poema... 23/**Sin adjetivos... 24/ **Quevedo entre nosotros... 26/** Sobre la estética de la soledad...29/ ** Esteta del repudio... 31/ ** Tres bofetadas en un acto: Escena Uno...32/ Escena Dos...33/Escena tres...33/Escena cuatro...33/Escena Cinco...34 Paradojas, 35 Limitaciones, 37 Litigio del tiempo, 39 Promesas, 42 Estos días tan pesados, 44 Iluminaciones, 48 De la horca a la taberna, 69 Necedades: ** El sombrero..71/** Conejo... 71/ ** Cuento chino.. 71/** Amante..71/** Justicia... 71/** Envidia... 71/** Lujuria... 71/** Cósmico... 71/**Aburrimiento... 71/** Breve...72/** Voz...72/** Dialéctica.. 72/** Poema romántico... 72/** Cirugía...72/** Miedo... 72/** Labios... 72/** Lengua..72/**Poder.. 72 La teoría de la clase ociosa, 73 Demiúrgicas, 76 Cartulina doble faz, 78 El cansancio, 80 Bajo el viejo sombrero, 83 Coda, 86



Imprimátur Poética del desatino, Aforismos cuyo autor es Alberto Hernández, se terminó de imprimir durante el mes de octubre de 2010. Labrado con la ayuda de Dios para el cual se usó papel mandocreamy de 60 gramos y, sobre él, letras Century Schoolbook de 9,10, 12 y 14 puntos. Edición de 500 ejemplares




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