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TODA LA TIE R R A E S UNA S O LA ALM A Toda la tierra es una sola alma yo somos parte de ella no podrán morir nuestras almas, cambiar sí que pueden pero no apagarse. Una sola alma somos como hay un solo mundo. Abel Kurrüuinca. La llamada “Campaña del Desierto”, encabezada por Julio Argentino Roca, avanzó sobre las márgenes del Río Negro y Neuquén enfrentándose a los pueblos originarios y quitándoles sus tierras paso a paso. Se terminó así definitivamente con la integración previa, con aquellas relaciones fronterizas que permeabilizaban la frontera. Como indica Osvaldo Bayer, no se debería dudar de que fue un genocidio porque el mismo General Roca decía que había “exterminado” al indio. El racismo que transpiró esta campaña militar por todos los poros es fácilmente evidenciable. Bayer señala que mientras San Martín hablaba de “nuestros paisanos los indios”, Roca se expresó con total desprecio tildándolos de “salvajes” y “bárbaros”, incluso en sus discursos en el Congreso de la Nación. Para dejarlo claro, cita un artículo de La Prensa del 16 de octubre de 1878 que representa la forma de pensar de la elite de la época: “La conquista es Santa porque el conquistador es el Bien y el conquistado el Mal, siendo Santa la conquista de la pampa, carguémosle a ella los gastos que demanda, ejercitando el derecho legítimo del conquistador”. Grandes diarios e intelectuales como Estanislao Zevallos, Juan Bautista Alberdi y Sarmiento hicieron una verdadera campaña contra “el bárbaro, el salvaje”. Una vez que el panorama ya estaba allanado desde el discurso, se sancionó la ley 947 el 5 de octubre de 1878. A través de ella se autorizó al Poder Ejecutivo Nacional a utilizar hasta 1.600 millones de pesos fuertes para correr la frontera sur a los márgenes del río Neuquén y el Negro: “previo sometimiento o desalojo de los indios bárbaros de la Pampa desde los ríos Quinto y Diamante, hasta los ríos mencionados; esto se pagará a través del producido de la tierras públicas nacionales que se conquisten”.

La conquista de estas tierras pobladas por los pueblos originarios fue financiada por los estancieros del norte de la provincia de Buenos Aires. A la cabeza de este grupo de financieros estaba el titular de la Sociedad Rural, Martínez de Hoz. Pero evidentemente, además de la justificación ideológica de imponer la soberanía nacional, se sabía el valor de lo conquistado. Por ello se emitieron cuatro mil títulos públicos de propiedad que daban derecho cada uno a una legua de tierra de dos mil quinientas hectáreas. Además, se entregaba una renta en efectivo del 6% anual hasta que se hiciera efectiva la propiedad. Haciendo números, esta transacción (que corresponde a un préstamo a cambio de las tierras conquistadas) implicaba la venta de diez millones de hectáreas entre las fronteras de los ríos Negro y Neuquén. En esta entrega algunos tuvieron privilegios y así el titular de la Sociedad Rural, Martínez de Hoz, recibió dos millones de hectáreas en el sur argentino, según indica Bayer basándose en los datos que figuran en la Bolsa de Comercio de 1879. Hubo voces disidentes que se levantaron para oponerse y proponer alternativas, pero fue más fuerte el discurso civilizador de la elite que ostentaba el poder en la Argentina en el siglo XIX, impulsado por ideas evolucionistas y del darwinismo social imperantes en la época. Como indica Bayer, hubo gente en la época que decía que existiendo tanta tierra se podía entregar y formar cooperativas o directamente darla a los pueblos originarios para que vivieran allí, como lo habían hecho durante siglos. José Hernández, el autor del “Martín Fierro” fue muy duro contra la “Campaña del Desierto”. Otros dos puntos importantes de esta campaña, que explica Bayer, son la eficiencia con la que se repartió la tierra conquistada y el abuso que sufrieron los soldados que participaron. Estos sufrieron hambre, desinterés e innumerables abusos y sólo se les entregó dos hectáreas a cada uno de las peores tierras que debieron vender por monedas a grandes terratenientes. La entrega de las tierras se realizó de manera diligente y con un gran conocimiento se realizaron las divisiones para la “gran repartija”, gracias a las expediciones científicas que se realizaron, como la del Perito Moreno. Bayer señala el fuerte carácter racista de los textos de este renombrado autor, quien decía que los mapuches “tenían cara de sapo”. Como indica Mariano Nagy (profesor en historia de la UBA), es evidente que en la memoria de los argentinos ha quedado la idea de que en la “campaña del desierto” se “exterminó”, para usar el término del propio Roca, a los pueblos originarios y que por lo tanto en la Argentina “no hay indios”. La mirada fija en Europa que tenía la generación que consolidó el Estado Nación parece haberse extendido y atravesado las fronteras del tiempo, generando la idea de que “venimos de los bar-

cos”. Pero, los argentinos ¿venimos de los barcos? Según un estudio dado a conocer en 2005, realizado por el Servicio de Huellas Digitales Genéticas de la Universidad de Buenos Aires, dirigido por Daniel Corach, profesor en la cátedra de Genética y Biología Molecular de la Facultad de Farmacia y Bioquímica de la UBA e investigador del Conicet, se comprobó que el 56% de los argentinos posee un linaje total o parcialmente indígena, mientras que el otro 44 por ciento tiene antepasados europeos. Además, estudios realizados en los últimos 20 años muestran, según Nagy, que la “Campaña del Desierto” no sólo arrojó numerosos muertos en el campo de batalla sino también miles de nativos prisioneros en poder del Estado Nacional para ser “civilizados”: “En su estudio, ‘Estado y cuestión indígena’, Enrique Mases afirma que tras la primera etapa comandada por Roca (agosto 1878/mayo 1879), los muertos en combate fueron poco más de 1300 nativos, pero entre los 2500 indios de lanza prisioneros y reducidos voluntariamente y los 10500 no combatientes presos, eran 13000 los nativos en poder del gobierno nacional de un total de entre 20000 y 25000 sin contar a Tierra del Fuego. En cambio, para Martínez Sarasola, las bajas aborígenes entre 1878 y 1884 no superaron las 2500, y para el período 1821-1899, alcanzaron casi las 12. 500, pero de una población total estimada de 200. 000. No se puede hablar, entonces, de exterminio o desaparición física debido a los combates, más allá de las diferencias en los cálculos totales de la población”.

No se trata, como aclara inmediatamente Nagy, de minimizar los terribles efectos de la campaña militar al “desierto”, por el contrario, lo que intenta hacer el autor es dimensionarlos realmente. Con el fin de la “conquista del desierto” en 1885 miles de nativos quedaron bajo el poder del gobierno nacional. Como explica Nagy, existió una fuerte concepción unificadora y negadora de las diversidades socioculturales, que no cuadraban con la idea del Estado Nación homogéneo territorial y culturalmente: “En ese marco de construcción de una nación soberana es imposible avalar la existencia de otras soberanías. Por ello, la cuestión indígena debe insertarse en ese marco de organización nacional y consolidación de relaciones capitalistas. Además, de esto se desprende que no estaba en discusión el sometimiento o no de los aborígenes (en ello había un acuerdo total), sino de las condiciones en las que debían ser integrados a la sociedad y en quiénes debían llevar adelante esa tarea, es decir en el método y en los responsables de la civilización”.

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Lo cierto es que las políticas que se aplicaron para con las comunidades nativas no fueron sistemáticas ni homogéneas, sino el resultado de estrategias vinculadas con la improvisación y la coyuntura que se vivía en el momento. Como indica Nagy, el discurso sobre el “salvaje”, el evolucionismo y la idea homogeneizadora trataban de ocultar lo que realmente se estaba dando en el país con las campañas militares: una lucha entre dos modelos contradictorios (el del estado nacional y el de los indígenas). La implementación de estas estrategias traslucen el más trágico de los efectos de la “conquista del desierto”. Se optó en un principio por el sistema de distribución, que consistió básicamente en separar brutalmente a los pueblos originarios de sus tierras y sus formas de vida. Como señala Nagy, se los enviaba en contingentes a través de tierra (en el ferrocarril) o por mar a Buenos Aires u otras capitales del país. Para llevarlos en barco se los conducía hasta los puertos de Bahía Blanca, Carmen de Patagones y, ocasionalmente, Puerto Deseado. Ahí eran reembarcados hacia la isla Martín García para esperar su posterior distribución. Pero luego de un año, debido a la cantidad de contingentes recibidos, debieron concentrarlos también en Retiro, Palermo y un corralón municipal de Once. Ese traslado forzoso y las pésimas condiciones del viaje tuvieron resultados funestos: “El estado en que arribaban era calamitoso, ‘muertos’ de hambre, en harapos y enfermos, tal cual lo manifiestan los diarios de la época, además eran utilizados como mano de obra en la misma isla, estaban hacinados y no estaban dadas las condiciones mínimas de higiene. Así se desató una epidemia de viruela y muchos de ellos murieron”.

Nagy explica este terrible proceso diciendo que si lograban superar esta situación eran incorporados como servicio doméstico, en el caso de mujeres y niños, o como mano de obra en actividades productivas, en el caso de los hombres. Los guerreros indios también sufrieron un destino paradójico: el ejército. La llegada de los contingentes se publicitaba en los diarios de la época para que las familias fueran a elegir nativos para llevar a su servicio. Bayer cita al diario El Nacional en el que las Damas de Beneficencia informaban que “hoy se repartirán indios”. Para esta distribución no se respetaron los núcleos familiares. Los niños eran arrancados de los brazos de sus madres mientras los hombres intentaban defenderlos en vano. Osvaldo Bayer hace referencia a una crónica de que deja clara la brutalidad del proceso al que fueron sometidos los pueblos originarios: 11

“Llegan los indios prisioneros con sus familias. La desesperación y el llanto no cesa, se les quita a las madres indias sus hijos y en su presencia se los regala, a pesar de los gritos, los alaridos y las súplicas, que hincadas y con los brazos al cielo dirigen las mujeres indias. En aquel marco humano, unos se tapan las caras, otros miran resignadamente al suelo, la madre india aprieta contra el seno al hijo de sus entrañas, el padre indio se cruza por delante para defender a su familia de los avances de la civilización” (Diario El Nacional, 1878).

Este sistema tuvo el efecto que el gobierno nacional buscaba: se fragmentó y golpeó la cultura tradicional de los pueblos originarios. Como indica Nagy, a través de otro autor: “Por su parte, Martínez Sarasola, enumera ocho factores como consecuencias de la “conquista del desierto”: 1) El exterminio sistemático (comenzado con la llegada de los españoles), 2) La prisión (como la de Martín García), 3) El confinamiento en colonias (se abordará más adelante), 4) Los traslados a lugares extraños y distantes de su tierra natal (distribución para actividades agrícolas-ganaderas) 5) La incorporación forzada de nuevos hábitos y/o formas de vida (distribución para la marina y el ejército o las zafras), 6) La supresión compulsiva de las costumbres tradicionales (prohibición de ritos, ceremonias o prácticas culturales), 7) El desmembramiento de las familias (distribución en forma individual para el servicio doméstico) y 8) Las epidemias”.

Hacia 1885 los abusos e irregularidades en el sistema de distribución y un contexto nacional diferente dieron lugar a nuevas estrategias para la “cuestión indígena”. Se había modificado la percepción del nativo, ya no se trataba del “salvaje peligroso”, sino un simple individuo trabajador. Sin embargo se prestaba más atención a la inmigración. En ese año se presentó un proyecto de ley desde el Ejecutivo para la colonización de los pueblos originarios. Esto generó debates en cuyo centro se encontraba su concepción jurídica: si eran ciudadanos y/o argentinos. El Poder Ejecutivo Nacional consideraba que eran argentinos, pero no ciudadanos plenos, por eso proponían una integración gradual, con colonias netamente indígenas, separadas de los criollos y con una autoridad especial. Otros preferían una integración rápida porque creían que eran ciudadanos argentinos y abogaban por colonias mixtas. También estaban aquellos que seguían creyendo que eran refractarios a la civilización y pedían seguir con la distribución. La incorporación a la nacionalidad de los pueblos originarios en la Argentina fue, según Nagy (siguiendo a Quijada), una integración jerarquizada. Sin embargo no se trató de un modelo de diferenciación, en el que se excluye al otro, sino a través de un principio de interiorización porque se incluye al otro pero en los estratos más bajos de la estructura social.

En la Patagonia se identifican dos estrategias. Por un lado, el aglutinamiento en torno a grandes caciques como Sayhueque y Namuncurá en tiempos de guerra y luego para peticionar ante el Estado. Esto último era usado como propaganda del éxito de la guerra por la soberanía nacional. Por otro, el asentamiento junto a líderes de menor rango en reservas de tierras fiscales, pero con tenencia precaria.

“Félix Luna, en varias ocasiones priorizó el legado de modernización y progreso de Roca por sobre la vida de unos cuantos indígenas. Así lo tomó Osvaldo Bayer del diario ‘Debates’ de Morón donde Luna escribió: ‘Roca encarnó el progreso, insertó Argentina en el mundo: me puse en su piel para entender lo que implicaba exterminar unos pocos cientos de indios para poder gobernar. Hay que considerar el contexto de aquella época en que se vivía una atmósfera darwinista que marcaba la supervivencia del más fuerte y la superioridad de la raza blanca (…) Con errores, con abusos, con costos hizo la Argentina que hoy disfrutamos: los parques, los edificios, el palacio de Obras Sanitarias, el de Tribunales, la Casa de Gobierno’.. Como cierre de su nota, Bayer responde ‘Con el argumento de Luna podríamos justificar hasta Hitler porque, si bien exterminó unos pocos millones de judíos, predicó la supervivencia del más fuerte y la superioridad de la raza aria; con errores, con abusos…hizo la Alemania del auto popular y de las primeras autopistas’”. Mariano Nagy, 2005 La inclusión para lograr el objetivo homogeneizante de la nación implicó también una “destribalización” (la eliminación de la autoorganización indígena) y un proceso de aculturación, de “conversión”: un punto medio entre “civilización” y “barbarie”. Se articularon estrategias de invisibilización y de visibilización de los pueblos originarios (transformándolos en ciudadanos argentinos o agrupándolos en colonias) que construyeron a través de los años, según Nagy, un imaginario colectivo. La evangelización no tuvo un papel demasiado relevante en este proceso. En un período de laicización del Estado (se le había quitado a la Iglesia el control de la educación y del registro de los nacimientos y defunciones), esto era natural, porque


las autoridades eclesiásticas recurrían al Estado para obtener financiación, pero este no quería compartir su autoridad con ningún otro sector. Pero sumada a esta razón económica, la “conquista del desierto” desarticuló las políticas de integración que se llevaban a cabo desde 1873. La militarización, según Nagy, transformó a los misioneros en sanadores de situaciones de emergencia y “bautizadores de moribundos”. En la costa del Río Negro tuvieron importancia las misiones, especialmente las salesianas, porque aquí existían contingentes de indígenas en asentamientos temporarios como los fortines. Allí se los bautizaba como una forma de integración y se transformaban en “indios cristianos”. Pero la evangelización requería más tiempo y los contingentes eran frecuentemente trasladados. El sistema de distribución atentó contra este proceso de la Iglesia. En conclusión, el imaginario de que los pueblos originarios fueron exterminados con la “campaña del desierto” tiene su raíz en la brutalidad del enfrentamiento y desalojo de las tierras, y principalmente, del proceso de distribución siguiente. Además, la destribalización y aculturación de la que fueron víctimas contribuyó a invisibilizarlos o visibilizarlos como comunidades aisladas. Bibliografía: Bayer, Osvaldo: “De estatuas y genocidas”. En poderautonomo.com.ar Nagy, Mariano: “Conquista del desierto: Exterminio, incorporación o disolución tribal. Aproximación desde un estado de la cuestión”. V Jornadas de Investigación Histórico-Social en la Facultad de Ciencias Sociales de la (UBA). 16 a 18/12/05. En filo.uba.ar/contenidos/secretarias/seube/catedras/ddhh/ index.html Navarro Floria, Pedro: “Políticas de frontera y políticas de la memoria”. poderautonomo.com.ar o en Educación/Investigación Sección “Lo que duele” de proyectoallen.com.ar - Dibujo Mauro Tapia.

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“no sólo los inmigrantes agricultores se subordinaban a los requerimientos de la expansión latifundista orientada a la producción ganadera sino que todos los sectores económicos y sociales debieron supeditarse a las demandas del nuevo modelo económico. Este modelo planteaba una reorientación en la comercialización: de lo regional a lo internacional, de una salida al Pacífico, al Atlántico, del transporte en arreos a través de los pasos transandinos a la rápida salida por el ferrocarril hacia Buenos Aires donde la hacienda era embarcada rumbo a Europa. Con respecto a la producción la consolidación del latifundio trae aparejado el alambrado de las propiedades. Esto no sólo es la delimitación de la propiedad privada de determinada parcela de tierra. El alambrado de los campos también ocasiona profundas modificaciones en el proceso de trabajo dado que por un lado limita el desplazamiento de los animales, lo que minimiza las pérdidas de cabezas y al mismo tiempo facilita el seguimiento de la hacienda. También permite la separación de la unidad de explotación en cuadros, lo que implica una racionalidad específica en el manejo del ganado. Hasta tal punto resulta identificable este tipo de cambio, en principio tecnológico, con un determinado modelo socioeconómico, que un informante mapuche (quien había trabajado un tiempo en estancias de Santa Cruz para luego regresar a la provincia de Río Negro), durante una entrevista nos respondía lo siguiente: P: - Allá en donde usted trabajó, ¿había mapuches? R: - No allá no hay mapuches, allá es puro alambrado. La asociación de ciertas modalidades productivas con determinada identificación étnica resulta muy sugerente y evidencia el claro contraste entre un modelo económico y otro”. (De: Radovich, J. y Balazote, A.: “Transiciones y Fronteras Agropecuarias en Norpatagónia”. Boletín Unid@s, Publicación de Fundación UNIDA. Año 2 Número 17; Julio 2005- www. unida.org.ar

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