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me levantaba, el guardapolvo estaba lavado, planchado y colgado en una silla, impecable. ¿De dónde sacaba tiempo? yo me acostaba cuando bajaba el sol y ella no había llegado del trabajo todavía…¡¿de dónde sacaba agua?! Vivíamos en un rancho, no había luz eléctrica, ni agua corriente, el agua la pusieron después, donde esta ahora la Carnicería Gustavito que fue la primera canilla e íbamos a buscar el agua en baldes (o si no al tanque de la Estación)”. Coca se acuerda también del sacrificio que tenían que hacer las familias, especialmente las más humildes para ir a los desfiles: “¿Cómo hacía mi mamá? Que sí o sí se hacía el desfile y el acto y que sí o sí tenían que ir los niños y las maestras, porque era un compromiso cívico. Y mamá, que me hacia el guardapolvo con una tela que decía que se llamaba ‘uso domestico’, blanca y gruesa, hasta le hacía unas tablas y todo. Cuando era 25 de mayo así cayeran cubos de hielo, tenías que ir con guardapolvo, sin saquito ni nada, ella dejaba todo impecable. Planchaba con plancha a carbón, hacía un fuego afuera, unas brasitas que aventaba un poco y con eso calentaba y planchaba la ropa. No sólo de la casa, sino también la ropa que planchaba para afuera ¡Los trajes de hombres!”. Para las tareas domésticas habían trucos y Coca se acuerda que su mamá: “limpiaba las manchas de grasa de los trajes con yuca, una planta que hoy usan como ornamental y que tiene una hoja larga con espinas en la punta. Ella sacaba la hoja, la machacaba bien y la ponía en un plato, arriba de la cocina a leña, salía como una espumita, como jabón y con eso sacaba las manchas, con un cepillo de cerda, y después planchaba”. “Mis hermanas se fueron a trabajar a casas de familia Buenos Aires”, cuenta, “Venían las señoras, veían a las chicas y les ofrecían ir para allá. Luego volvían para las fiestas. Mis hermanas se fueron y algunas hicieron su vida allá”. Terminar la escuela era un privilegio, pero Coca lo logró. Para su familia fue un orgullo y le abrió nuevas posibilidades. “Me tomó un Sr. que fue uno de los primeros que insertó la publicidad callejera. Cudemo era locutor y trabajaba en la publicidad parlante que tenía Allende, un estudio chiquitito que estaba en la calle Alem, enfrente del Hotel España. Como había pocas mujeres que hubieran terminado la escuela le dijo a mi papá si yo podía trabajar con ellos y aprender el oficio ¡Tenía 12 añitos!” dice, sorprendida hoy por su corta edad. “Empecé de locutora” sigue contando Coca, “me enseñó los tiempos en la publicidad, cómo separar las tandas, no mezclar los rubros, a pronunciar en inglés. Poníamos para abrir la marcha Capi-

barí ¡no me la olvido más! Trabajé unos 2 años y tenían un cochecito y hacíamos publicidad móvil. Publicitábamos a los negocios de Allen, ‘Casa Safi’, ‘Tienda Saul’, ‘Fefer’”. También recuerda que hacían la propaganda del histórico ‘Cine Lisboa’, “¡ahí se puso de novio medio Allen!”, dice entre risas. Mucho trabajo, pero ¿qué hacía Coca en su tiempo libre? Según ella, no había “muchos lugares para que la mujer se divierta. El Cine Lisboa, adonde ibas a la matinée o a la noche, la confitería de Merodio y los bailes populares en Alto Valle o Sociedad Italiana y los de gala, que se hacían por alguna fiesta o aniversario en el Club Social o el Salón Municipal”. Pero en el día a día también había lugares de reunión: “se iba también a la plaza y un punto social siempre fue la Estación, adonde íbamos las chicas y esperábamos con ansias todo el año, pues venían de otros lados, del norte, para la cosecha. El tren pasaba a las 8, me acuerdo de la locomotora a vapor, la esperábamos y cuando llegaba entraba tocando bocina, y lanzaba el vapor, ¡era re lindo!”, cuenta con cariño, “También recuerdo los avioncitos que pasaban cerca de la bodega de Biló, publicitaban una yerba llamada Sapag y escribían en el aire… todos corrían, grandes y chicos para verlos, era todo un salitral ahí. Podías subir y te llevaban a dar una vuelta”. El trabajo daba cierta independencia, pero para emanciparte había que casarse. “Yo me casé a los 15 y dejé de trabajar. Mientras trabajé en publicidad yo era una señorita del pueblo y tenía varios pretendientes”, recuerda orgullosa Coca. “Elegí uno, pobre, ¡como yo!”, dice riendo, “andábamos a escondidas, en Güemes, Quesnel, Libertad y San Martín había un aserradero y era villa cariño porque iban allí los novios para que no los vean. Porque si tenías novio te tenías que casar. Yo era medio inconciente, tenía 14 años, y pueblo chico, infierno grande, un día se enteró mi viejo”. “Yo le tenía respeto, no miedo”, explica, “éramos hasta medio adelantadas para la época, lo tratábamos che, che papá, che mamá. Éramos modernas, pero bueno, obviamente tuvo que ir a pedir la mano. Mi vieja, ¡pobre! Tremendo, tenía que suavizar a mi papá porque con 7 hijas mujeres, cada vez que una metía la pata era mi mamá la que ponía la cara. Yo era muy chica, una nena para el día de hoy, pero era madura para muchas cosas. Pero no sabía nada. Te casabas y te ibas, así era antes. La cosa es que Ernesto Martín, mi novio, con sus 19 añitos fue a casa a pedir la mano después de que mamá le hizo el entre a papá, que en la punta de la mesa, con su estructura inmensa, negro y grandote, lo miraba, mientras Martín

le decía que andaba de novio conmigo y que se quería casar”, cuenta divertida mirando la situación tantos años después, “dijo que podía mantenerme, que era albañil que trabajaba con fulano y qué se yo. ¡Después pasamos un hambre!” Y así era, te casabas y tenías que irte, entonces la pareja se fue a Cinco Saltos donde Martín consiguió un trabajo en un galpón, “y sobrevivimos ahí” dice Coca, pero volvieron a Allen a vivir con sus padres cuando quedó embarazada. “Mi hija nació también en el Hospital y ahí estaba, como partera, doña Dominga Resa y Rosa Corazza, una enfermera grandota, con su cofia y toda de blanco, impecable. ¡Medio que te daba miedo! Parecía de esas enfermeras alemanas de las películas” relata entre risas. Cuando mi hija tenía unos 2 años volví a trabajar, en galpones y no paré más. Estuve casada 10 años hasta que me separé, antes no te divorciabas te separabas y chau. Te separabas y quedabas marcadas por la sociedad para siempre porque enseguida la idea era alguna macana se mandó esta mujer, siempre la culpa era de la mujer. En realidad, nos separamos pues nos casamos muy jóvenes, no vivimos nada nuestra juventud”, explica Coca, “Yo era chica y criaba una hija con 15 años, mi marido comenzó a trabajar con los González, Antonio, Cholo, Filin, ‘los Gonzalitos’ y todos los amigos eran solteros, entonces, empezó a salir”. “Me acuerdo que comenzó a trabajar de fotógrafo con Tito Langa, que era un encanto, con un mechón blanco sobre la frente. Eran amigos y Martín sacaba fotos en otros lados y Tito le revelaba. Un día me pide que le busque unos rollos y no me voy a olvidar nunca la cara de Tito, porque no me las quería dar pero me las dio. Llego a casa, las miro y ahí estaba la prueba del delito, metió la pata haciendo sociales en Roca…”. En los tiempos de Coca la fruticultura era diferente, “no había frigoríficos, así que la fruta se mandaba en vagones sin refrigerar, se trabajaba, se cargaba en el día y se mandaba” explica. Dice que en su opinión los frigoríficos terminaron los buenos tiempos, que le jugó en contra de la economía porque los chacareros pudieron esperar. Se comenzó a trabajar sólo dos meses y después todo al frigorífico, donde “se trabaja la fruta del frío, ya sin apuro y no necesitan tanta gente y pagan por día”. “Yo trabajé bastante tiempo en galpones, desde los 19 años” dice y por eso habla desde su experiencia, “trabajé en el galpón de Tarántola, de Bizzotto, en realidad eran todos uno, después Polio y luego ya me fui a trabajar al Hospital”. Coca piensa que haber entrado al Hospital le dio esa estabilidad laboral que el galpón no le permitía pues “las


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