490 Expuesto Los sueños de Cirlot Un recorrido por los mitos recurrentes del poeta y crítico, sus preferencias estilísticas, sus entusiasmos no siempre correspondidos
Pantallas Agnès Varda en Girona Durante una semana la cineasta convivió con profesores y estudiantes, poniendo en cuestión los principios habituales del cine
Página 6
Página 18
Página 26
MIÉRCOLES 9 DE NOVIEMBRE DEL 2011
Escrituras Visita a Bergounioux Un encuentro con el autor francés, que vive silencioso en las afueras, y en cuyas novelas se habla de valores perdidos y de formas de heroísmo
La idea del hogar La casa nos define: la que ocupamos, la que deseamos, la que nos imaginamos, la que poseemos Páginas 2 a 5, 16 y 23
Bill Bryson En casa. Una breve historia de la vida privada / A casa. Una breu història de la vida privada Traducción de Isabel Murillo. Traducción al catalán de Joan Solé
RBA / LA MAGRANA 670 / 640 PÁGINAS 25 EUROS Anatxu Zabalbeascoa Todo sobre la casa GUSTAVO GILI 214 PÁGINAS 29,90 EUROS
En casa
Pocas cosas dicen tanto de nosotros como la casa en la que vivimos, lugar para la convivencia pero, sobre todo, para lo íntimo, para lo privado. Dos novedades editoriales indagan en las relaciones entre el espacio doméstico y sus habitantes
“Bienvenido a la república independiente de tu casa”, reza una cargante campaña de la omnipresente Ikea. Es cierto, sin embargo, que hemos hecho de nuestras casas el último refugio de nuestra libertad. Se trata de una idealización que arranca hace dos siglos y que, oponiendo el espacio doméstico al lugar de trabajo y a la dureza del medio urbano, nos hizo ver en casa un santuario de honestidad, amor y sinceridad, tal y como Richard Sennett recordaba en El declive del hombre público. Hemos convertido en un fin el estar en la intimidad, en una casa que hemos hecho reflejo de nuestras psiques y, por extensión, escaparate de nuestros gustos y necesidad de aparentar. En casa, nos hemos convencido, somos más nosotros. La verdad, pocos piensan como el malogrado Francisco Casavella, para quien, según decía, en ningún sitio se está como fuera de casa. La importancia simbólica que este espacio ha adquirido hace significativo cualquier aspecto de nuestra relación con ella: no tener una, vivir en la de tus padres, tenerla compartida, cambiarla o perderla son rasgos que definen de inmediato el perfil de cualquiera. Y más aún en tiempos como estos, enrocados como estamos en una suerte que claramente puede ir a peor. Esta parálisis, que nos hace apreciar más lo que tenemos, quizás explique el renovado interés que mostramos por los detalles del hogar, también del hogar ajeno, en multitud de programas televisivos, y del hogar del pasado, como atestiguan varias novedades editoriales. La historia del espacio doméstico supone una alternativa radical a la historia de los grandes eventos y la vida de unos pocos señalados por el destino. Es el extraordinario relato de lo ordinario, una crónica de los hábitos e invenciones que han gobernado el día a día de la inmensa mayoría, y una historia sobre la que siempre disponemos de un referente: nuestra propia casa. Dos libros aparecidos recientemente abordan la historia de la casa y lo hacen desde un esquema similar, estudiando la evolución de las diversas piezas que componen el hogar común: la cocina, el salón, el baño, el dormitorio... En lo esencial, ambos ofrecen un recorrido similar, si bien Bill
Bryson (En casa) se ciñe más al ámbito anglosajón (en paisajes y en la explicación etimológica de muchos términos), además de regalarse unas generosas seiscientas páginas en las que dar cabida a una cascada increíble de anécdotas y escenarios. No por nada, Bryson debe su popularidad a su Una breve historia de casi todo (2003), cuyo título ya da una idea de lo poco que le imponen las aventuras caleidoscópicas. Anatxu Zabalbeascoa, en Todo sobre la casa, resume esta historia en poco más de doscientas páginas, escritas en un tono menos colorido pero igualmente ameno. La edición, por cierto, viene ilustrada por Riki Blanco en un equilibrado
La historia de la casa también lo es de cómo empleamos el tiempo y cómo ordenamos los roles en la vida familiar ejercicio de estilo y de rigor documental. La historia de la casa, además de registrar la invención, sentido y evolución de la privacidad es, también, la historia de cómo empleamos el tiempo y cómo ordenamos los roles en la vida familiar. Y es atendiendo a esta evolución como nos hacemos una idea sobre cómo y cuándo algunas invenciones, descubrimientos o revoluciones llegaron realmente a cambiar nuestras vidas. Entre los temas transversales que más interesan está el de la higiene, morboso pero elocuente como pocos. Los hábitos del pasado no nos ahorran disgustos ni medias sonrisas: hogares compartidos con el ganado, baños romanos en los que defecar en grupo, recogida semanal de excrementos en los pasillos y escaleras de Versalles, un Siglo de Oro salpicado por el vaciado de orinales en la vía pública, etcétera. Recorriendo la historia desde distintas estancias, resulta más fácil prestar atención a estos aspectos: la tecnología en la cocina, la higiene en el baño o los hábitos familiares y sociales en comedor y dormitorio. Una serie británica producida por Channel 4 (The 1900 House, 1999) recreó hasta el más mínimo detalle una casa de época a la que se invitó a vivir a una familia durante un mes. Los descubrimientos >
TEMA
Fotografía de Martin Parr de la serie ‘Signs of the times. A portrait of the nation tastes’
Miércoles, 9 noviembre 2011
ANDRÉS HISPANO
‘Kaffeeklatsch’, Park Forest, Illinois (EE.UU.), fotografía de 1953 de Dan Weiner
Cultura|s La Vanguardia
Interior de una casa en Birmingham (Reino Unido) en 1939. Fotografía de Bill Brandt
3
‘Sin título’ (1988), una de las fotografías-pintura del artista holandés Teun Hocks
Fotografías (1978-79) de Laurie Simmons que recrean escenas domésticas
BIBLIOGRAFÍA VV.AA. Dirt. The filthy reality of everyday life PROFILE BOOKS, 2011
Monique Eleb y Anne Debarre L'invention de l'habitation moderne HAZAN, 1995
Adrian Forty Objects of desire THAMES AND HUDSON, 1986
> que habitantes y productores hacían nos daban una visión muy clara sobre la esclavitud del hogar: la pasta no hervía en la cocina de leña, la colada llevaba horas y la compra debía hacerse a diario ante las dificultades de conservación. El ejercicio se repitió recreando hogares de diferentes décadas, haciendo de un reality una lección de historia increíble. En Gran Bretaña, cabe recordar, los living museums son numerosos y populares, y lo mismo mantienen en uso una cocina victoriana que una colonia de trabajadores de la era industrial. El interés por esta mal llamada microhistoria no ha dejado de crecer desde hace unos años, ofreciendo una visión más compleja e integrada sobre la relación entre los bienes y los hábitos. No deberían celebrarse los hitos del urbanismo o el diseño sin exponer lo que de verdad implican en la vida cotidiana o lo que su mera existencia nos dice de sus responsables. En el V&A Museum of Childhood de Londres, por ejemplo, recuerdo haber visto expuestas las ropas de un bebé a lo largo del tiempo, desde un trapo hasta el pañal desechable, sin una sola mención a lo que esta evolución implicaba en términos de higiene, tiempo empleado en cuidados por la madre o coste medioambiental. Pa-
réntesis: todavía en 1870, Orson S. Fowler, promotor de la casa Octagon, recomendaba como científico que los bebés no se cambiaran de ropa interior más de dos veces por semana. Lo apasionante de este asunto, el espacio doméstico, es que su estudio requiere trenzar arquitectura con las ciencias sociales y las innovaciones técnicas y científicas. La política y el marketing, consecuentemente, cobran un creciente protagonismo desde el siglo
po y espacio para la lectura, el sexo recreativo, el coleccionismo, el ejercicio, la autocontemplación, el juego o la conversación. En definitiva, precisar e intensificar las ocasiones para lo íntimo y lo compartido. Bryson insiste en ejemplos excepcionales que retan la lógica y nos enfrentan a la disparidad de modelos que han existido y hasta conviven hoy. En 1958 se descubrió en Turquía la que podría haber sido la pri-
El espacio condiciona lo íntimo y lo compartido, del juego o la conversación a la lectura o el sexo
La cultura popular –los cuentos, el cine, la publicidad, la tele...– son determinantes en la idea de hogar
XIX. En Objects of desire (Adrian Forty, 1986), se dedica un extenso capítulo a la introducción de la máquina de coser en los hogares, a cómo los pioneros del marketing supieron vender algo que no hacía falta en las casas y que además, para colmo, era algo que remitía al penoso mundo del taller de trabajo. Lo hogareño, descubrieron, es algo que podía reinventarse. La historia de la casa es la de las oportunidades que ofrece este espacio una vez se divide, viste y llena de útiles, condicionando tiem-
mera ciudad de la historia, Çatal Höyük, de no ser porque mas allá de su tamaño, la población carecía de cualquier estructura administrativa apreciable. Çatal Höyük era un enorme pueblo sin calles, un conjunto monstruoso de cubículos de una planta pero distintas alturas, amontonados de tal manera que el único acceso a los hogares estaba en los tejados. Desde aquel amasijo al ideal de la casa adosada, o arquitectura de la tranquilidad (Mike Mills), hay un largo camino en cuyo último tra-
mo la cultura popular ha ejercido una gran influencia. Este es un aspecto que ninguno de los libros citados contempla, el efecto que los cuentos infantiles, Hollywood, las revistas gráficas, la publicidad o las sitcoms han ejercido en nuestra idea sobre lo que constituye un hogar. En su libro Believing is seeing (The Penguin Press, 2011), Errol Morris analiza hasta la extenuación algunas imágenes para educarnos en la fotografía como fabricación y su poder para transmitir ideas. Una famosa imagen de Walker Evans, que retrata la chimenea de un hogar pobre del medio oeste americano, llama su atención por el modo en que los objetos de la repisa definen la vida simple y honesta que ese tipo de vida representa. Entre estos objetos, Morris destaca la presencia de un reloj despertador que, sospecha, fue puesto ahí por Evans. Pura dirección artística. Algo parecido ocurre con las fotos de Bill Brandt sobre la vida hogareña británica de posguerra o las de Dan Weiner sobre la próspera América de los cincuenta. No puede decirse que mientan sobre la realidad, pero construyeron a partir de ella un ideal con el que moldear nuestra imaginación. ¿Qué arquitecto podría imponer con mayor efectividad su hogar ideal? |
Casas de televisión
Perforando la pared del vecino RAÚL MINCHINELA
La televisión es una ventana al mundo. La frase ya se usaba cuando reinaba la radio, con discursos que cruzaban el océano y noticias de rincones remotos, pero es más ventana aquella con la que se ve. Sin embargo, pese a su nombre, la televisión no es un aparato para mirar lejos. En su lugar, la función del televisor es observar a través de los objetos opacos. Las retransmisiones deportivas muestran lo que está al otro lado del muro del estadio o de la curvatura del planeta, y las crónicas muestran lo que ocurre dentro del Congreso de los Diputados. Gustavo Bueno en su libro Televisión, apariencia y verdad defiende que el televisor es la prótesis que permite la clarividencia, el mirar a través de los cuerpos. Lo crucial no es la distancia, sino la barrera franqueada. El televisor es un aparato para descubrir la intimidad. Con la carga histórica de la distancia, sorprende el reciente aluvión de programas de televisión centrados en las casas. Múltiples espacios retratan la vida a domicilio: perforan el muro más inmediato, léase, la pared del vecino. Las cámaras entran en las viviendas para retratar las costumbres, repasar la decoración y dar cuenta de las conductas. La tendencia contrasta con una frase que se ha conservado en el acervo para describir los cambios en la convivencia: “Antes, en el pueblo, todos teníamos la puerta de casa abierta”. El espacio del vecino era diáfano, pero ahora es territorio comanche, donde se guarda el secreto del otro. Igual que los reporteros de guerra, la televisión se convierte en una sonda exploratoria que revela quién reside tras esa puerta, cómo reparte las habitaciones, qué orden mantiene en la despensa. Convivencias y conflictos
¿Quién vive ahí? (La Sexta) entra en las casas vistosas, desde chalés con acantilado hasta construcciones de Gaudí, para identificar a los propietarios y acompañarlos en un recorrido donde lucen desde el baño a la terraza. Se suma una vuelta de tuerca en Mi casa es la mejor (Nova). Allí, cuatro domicilios compiten por ser el favorito, y los contrincantes recorren cada casa en una visita conjunta. Al voyeurismo se añaden las cualidades del anfitrión, que sirve un aperitivo a sus rivales mientras relata los motivos de la ornamentación de la salita o el retablo en homenaje a sus padres. El montaje puntúa el recorrido con las impresiones de los riva-
Fotogramas de algunos programas recientes de televisión en los que las casas o sus morado-
res son los protagonistas, de arriba abajo: ‘¿Quién vive ahí'’ (La Sexta), ‘Mi casa es la me-
jor’ (Nova), ‘Me cambio de familia’ (Cuatro), ‘La escalera’ (Cuatro), y ‘El convidat’ (TV3)
les, que hacen a la vez un juicio estético y un dictamen moral. Además de entrar en la casa ajena, se somete al vecino al juicio del vecindario. El qué hay tras la puerta es menos conflictivo que el qué sucede. Se trata en otros espacios, que han separado convenientemente los estratos. La convivencia entre los jóvenes se retrata en programas como Piso compartido (La Sexta2), donde los protagonistas relatan en primera persona los encontronazos con sus compañeros de residencia y los roles que se asumen en el día a día, que pueden extremarse hasta los límites que mostraba el largometraje Gente Pez. Los jóvenes en coexistencia se saben temporales y confiesan sin problemas las tensiones. En el núcleo familiar –mucho más sólido– no son tan visibles, así que para ilustrar la convivencia de los mayores fue necesario colocar dentro al otro. En Me cambio de familia (Cuatro) dos hogares intercambian las madres, que aterrizan en un espacio donde son distintas las formas de comportamiento, las costumbres en higiene o el reparto de tareas del hogar. El adulto que cambia de familia es testigo de los conflictos entre las distintas formas de normalidad. Cuando el espacio del vecino deja de ser diáfano, la normalidad se acota al propio domicilio; yo soy lo normal, y los otros son los raros. Con la puerta cerrada, la normalidad deja de ser un valor estadístico: se proyecta al exterior lo que cada uno asume como propio. El adulto colocado como extraño para revelar el contraste ha llegado hasta la profesionalización. En Adopta a un famoso (T5), una figura de la cadena pasa veinticuatro horas en hogar ajeno, que lo mismo es un piso de estudiantes cacereños que un matrimonio mayor de un pueblo de Toledo. Los protagonistas son concursantes de Gran Hermano o tronistas de Mujeres y Hombres y Viceversa: es decir, representantes de la telerealidad. La realidad televisada se debería confrontar así con la realidad de calle: un apartado obligado es ir a comprar al mercado, que se trufa con reacciones de los compradores. Sin embargo, el espacio abunda en bromas pactadas: comidas donde sólo lleva picante el plato del invitado, labores rurales tras invitar a lucir tacón, accidentes domésticos donde se fuerza al recién llegado a limpiar el desastre. La telerrealidad fuerza a la realidad, la siembra con pruebas. Otro profesional que se instala en la normalidad del otro
se muestra en El convidat (TV3), un adopta a un periodista donde el anfitrión es una personalidad de renombre. El reportero muestra la diferencia pero no el conflicto: de nuevo, ser visitante ocasional revierte en un turismo documental, cercano a los programas que filman los ornamentos. Testimonian lo excepcional soslayando lo habitual. El perfecto negativo de las esposas de Me cambio de familia, donde las protagonistas ven dinamitada su normalidad al estar sometidas a obligaciones. La escalera (Cuatro), además de perforar el muro de la casa, entra en el reducto de la comunidad de
Las cámaras entran en las casas para retratar costumbres, repasar la decoración y dar cuenta de conductas Cuando buscamos al vecino a través de la ventana, suele indicar que cada día abrimos menos la puerta vecinos. El espacio dibuja las normas mínimas de convivencia en el espacio colindante al domicilio, mientras la abogada Carmen Carcelén media en los conflictos entre inquilinos. La intimidad del descansillo es tan sugerente como la de la casa, con el añadido de que pueden presentarse posiciones no negociables. Normalidades cuyo estado de equilibrio se cimenta en el conflicto: lo insoportable en el hogar puede ser el pan de cada día en el rellano. El espectáculo del contraste en hogar ajeno se solía formular como lo hace Karakia (C33), mostrando a los extraños con su diferencia menos amenazadora: la gastronomía. Programas que entran en la casa del otro hasta la cocina. La nueva oleada requiere menos exotismo, lo que sugiere que el vecino se va tornando más desconocido. La televisión es la ventana al mundo porque permite mirar convenientemente protegido. En el diccionario, abrir la ventana significa oxigenar, mientras que abrir la puerta es ampliar el campo de las posibilidades, permitir que las cosas nos manchen. Cuando buscamos al vecino a través de la ventana, suele ser indicador de que progresivamente abrimos menos la puerta. |
Es un mueble básico. Relativamente fácil de construir si se compara con su complemento más cercano, la silla. En esencia es un sobre, sostenido por una o más patas, pero detrás de esta aparente llaneza de la mesa hay mucho más. La evolución de esta pieza es un reflejo de los cambios en los hábitos sociales del hombre y del refinamiento de su vida doméstica. Tanto a nivel público como privado, la mesa es y ha sido un mueble fundamental, hoy y hace dos mil años. Entre muchas otras cosas, alrededor de una se celebró la Última Cena, se forjaron leyendas como la del rey Arturo, se firmaron acuerdos de paz y se llevaron a cabo conferencias y cumbres políticas. Todavía hoy, en la era digital, soportan actos públicos de este tipo, además de un sinfín de ritos cotidianos, algunos tan clave como las comidas familiares o la firma de una hipoteca. Nacida en el 2004, con el propósito de acercar el mundo del mueble y de las artes decorativas al gran público, l'Associació per a l'estudi del Moble se ha centrado en la mesa en su última iniciativa: La taula és art, con la idea de reivindicar una pieza clave en un patrimonio, el mobiliario, que consideran muy cercano a todos pero, a la vez, muy desconocido. Porque la mesa lleva mucho tiempo con nosotros. Ya existía en el Antiguo Egipto (donde consistía en toscas plataformas de piedra para mantener los objetos fuera del suelo) y en China, que la utilizaba para la pintura y la escritura. Fueron los griegos y, especialmente, los romanos quienes extendieron el que hoy es quizás su uso más conocido: el comer. En la cultura helénica, sin embargo, eran meros soportes para los alimentos: planchas de madera que se ocultaban tras utilizarse. Fueron los romanos los que sofisticaron este mueble, que en esta civilización fue un símbolo de estatus. Séneca las coleccionaba mientras que en las villas romanas más pudientes se exhibían mesas con grandes sobres redondos de madera y un pedestal de marfil. Alcanzaban precios astronómicos y se trataban como objetos preciosos, que se pulían y cubrían con gruesas telas de lino, precursoras de los actuales manteles. Las comidas se celebra-
ban en mesas más sencillas y bajas, reclinados sobre divanes. Durante la Edad Media, las mesas empezaron a hacerse más altas, para acomodar tronos, sillas y bancos, y continuaron siendo un privilegio de los nobles. Solían ser modelos transportables, con caballetes. Las hoy clásicas mesas rectangulares, llamadas de refectorio, aparecieron en el siglo XVI, como una mejora de las de caballete. Fabricadas en maderas resistentes, como el roble, eran largas y enormes: pensadas para amueblar vas-
tas salas en castillos y monasterios. La evolución de la mesa también refleja los cambios del confort doméstico y las actividades de ocio. Así, en el siglo XVII los comedores dejaron de ser patrimonio de reyes y monjes y empezaron a aparecer en las casas. Para estas nuevas estancias se diseñaron nuevas mesas, en especial ovaladas. Años después, en el apogeo de la cultura de los salones aparecieron las mesitas bajas, las auxiliares, las de centro, las de juego, los veladores para servir el té o los postres…
Fueron los griegos y los romanos quienes extendieron el que hoy es quizás su uso más conocido: comer
01 01 Escaparate para ‘La taula és art’ en el Museu d’Idees i Invents 02 Escaparate de ‘La taula és art’ en Boulevard dels Antiquaris 03 Escaparate para ‘La taula és art’ en Minim FOTOGRAFÍAS DE JORDI ROVIRALTA
02
03
mos que el debate llegue a la calle y sea motivo de conversación entre aquellos que pasean frente a los escaparates de las tiendas que venden arte y que se concrete así la relación entre los muebles y esta disciplina”. El proyecto viene respaldado por el cocinero Ferran Adrià, quien también ha sabido elevar lo que se sirve en la mesa, la comida, a la categoría artística. En el mismo tomaron parte 34 comercios repartidos por distintas zonas de la ciudad, que han interpretado el carisma de este mueble de muy distintas formas. Desde el homenaje que un clásico como Vinçon rindió a la mesa de operaciones, a la desconstrucción virtual que el DHUB (Disseny Hub Barcelona) instaló en el Museu de les Arts Decoratives de la calle Montcada, punto de partida del recorrido. Participaron también reputados anticuarios y pequeñas tiendas de jóvenes talentos, quienes agudizaron el ingenio para atraer las miradas a sus locales sin necesidad de utilizar un estruendoso hilo musical. A través de visitas guiadas y una votación abierta al mejor escaparte a través de la web www.estudidelmoble.com se animó a los visitantes a participar en el proyecto. La ruta, que se pudo recorrerse hasta el 1 de diciembre, también dió respuesta a otra pregunta que se hacieron sus organizadores: si es posible amar a “unos pedazos de madera”. La respuesta es sí. |
ESPACIOS Miércoles, 9 noviembre 2011
EVA MILLET
Cultura|s La Vanguardia
El arte de la mesa... como mueble
En el siglo XIX, la burguesía occidental atiborró sus casas de mesas de todo tipo, algo que persiste en nuestros días. Siguen siendo omnipresente en los hogares modernos, prácticamente sólo han cambiado los materiales. ¿Puede considerarse una obra de arte un mueble tan cotidiano? Esta es la pregunta que se han planteado en la Associació per a l'Estudi del Moble y que, con un título que deja muy clara su postura, ha propulsado su última iniciativa. Así, este mueble es el protagonista de La taula és art, su segunda convocatoria de la ruta y concurso de escaparates en la que participan algunas de las más prestigiosas tiendas de Barcelona. Galerías, comercios de diseño y textil, anticuarios y talleres de restauración, entre otros, dedicaron sus escaparates a este mueble fundamental. “Hemos escogido la mesa porque en la cultura occidental tiene una presencia constante y un lugar destacado en las sociedades actuales”, explica la historiadora Mònica Piera, especialista en mobiliario y presidenta de la asociación. “Por eso quere-
23
Espacios
Tendencias La evolución de esta pieza es un reflejo de los cambios en los hábitos sociales del hombre y del refinamiento de su vida doméstica. Un itinerario por Barcelona demostró sus posibilidades