EL ROMANCE DE LA INFANTICIDA por Javier Berger
Personajes: Madre Niño Mercader Alférez
1ª jornada
(Una habitación humilde. Una bella mujer se acicala frente al espejo. Lápiz para los ojos, tinte de amapola para los labios y pellizcos en la cara para dar vida a los mofletes. Trucos de mujer para volver loco a su amante. )
MUJER.- Ya el día cae y la noche trae malas compañías para los dos, así que levanta el campo y hasta mañana.
(De la cama, entre las sábanas, se levanta un fornido y joven muchacho)
ALFÉREZ.- Bella, la más bella de la ciudad. MUJER.- Menudo hombretón. ALFEREZ.- Sigo tarumba por el encuentro de hoy. MUJER.- ¿Y los nervios? ALFEREZ.- Dejan de atenazarme cuando estoy contigo. Y se instalan en mi pecho al salir cada día por esa puerta. ¿Hasta cuándo? MUJER.- Sabes que no es posible. ALFEREZ.- No puedo esperar más. MUJER.- Lo harás, no es momento de discusiones. Sal. ALFÉREZ.- ¿Qué nos detiene? MUJER.- La justicia. ALFÉREZ.- Huyamos.
MUJER.- Mi marido. ALFÉREZ.- Olvídalo. MUJÉR.- Mi hijo. ALFÉREZ.- ¿Hasta cuándo? MUJER.- Si tu soldada apenas da para mantener tu uniforme limpio. ALFÉREZ.- Hasta que me asciendan. El día está cerca. MUJER.- De momento viste tus desnudeces que no quiero acercar ese día a este momento. ALFÉREZ.- Lo hago, lo hago. Tener que esperar un día entero... Sólo pensar que él es el que siempre disfruta de tus noches, que yo soy el que le roba unos minutos la belleza de una mujer que no comprende, ama y respeta. MUJER.- Sí lo hace, pero es un pusilánime aburrido y antiguo. ALFÉREZ.- ¿Misionero? MUJER.- Los días de fiesta, sólo. Normalmente llega tan cansado de patearse pueblos y tiendas, que sólo tiene fuerzas para rezar, darme un beso en la frente y dormir. ALFÉREZ.- Mejor así. MUJER.- Pero en el fondo es buen hombre, un idiota, pero buen hombre. ALFÉREZ.- Que no merece disfrutar de tus carnes prietas. MUJER.- Quita. ALFÉREZ.- De tus labios diabólicos. (La besa) MUJER.- Loco. ALFÉREZ.- De tu cuello satánico. MUJER.- Bruto. ALFÉREZ.- Del paraíso del pecado. MUJER.- Adulador. ALFÉREZ.- De las puertas del infierno. MUJER.- Atrás lancero, es hora de recoger las armas, no desvistas lo ya vestido. Deja las cosa correr y que el río ponga en su cauce las aguas. ALFÉREZ.- ¿Qué? MUJER.- Tiempo, varón mío, tiempo. ALFÉREZ.- Un último beso. Un solo ósculo para mi boca yerma de tu calor. MUJER.- Qué juglar, qué hombre, qué bribón... qué manos más largas. ALFÉREZ.- Para...
(Entra el niño, un mocosete de apenas cinco años, corriendo, sin llamar a la puerta y se planta junto a su madre que de un respingo se ha separado del alférez)
MUJER.- ¿Tienes algún problema en los nudillos? NIÑO.- No. MUJER.- Pues, la próxima vez cierra la manita en forma de puño y golpea la puerta. NIÑO.- Pero es que... MUJER.- Nada, la alcoba de una mujer no es lugar para niños. NIÑO.- Me dijiste que... MUJER.- ¡Calla! ALFÉREZ.- Déjalo hablar. MUJER.- ¿Ahora sale el gallo frente al vástago ajeno? ALFÉREZ.- Mujer, yo... MERCADER (dentro).- ¡Ya está aquí el hombre! NIÑO.- Papá ha llegado. MUJER.- ¡Te dije que me avisaras! ¡Imbécil! (Le da una colleja. El niño va a romper a llorar) ALFÉREZ.- ¡Mierda! (Le da un beso rápido a la mujer. Sale). MUJER.- ¡Vete! ALFÉREZ.- Hasta mañana a esta misma... NIÑO.- ¡Papá! (Llora) ALFÉREZ.- ¡Dios qué pulmones! (Sale) NIÑO.- ¡Papá! MUJER.- ¡Cierra el buzón! ¡Toma pescozón!
(Entra el padre con cara somnolienta; un mercader de telas, retales y cojines cargado de millas en sus pies)
MERCADER.- ¿Dónde está mi bella Penélope en espera de su Ulises? MUJER.- Aquí, el telar está vacío y la comida fría. (Le da un casto beso) MERCADER.- ¿Qué le pasa a mi dulce niño que tiene los ojitos de haber llorado? NIÑO.- Es que... MUJER.- No sabe estarse donde los niños han de estar. MERCADER.- ¿Has desobedecido a tu madre?
NIÑO.- No... MERCADER.- Recuerda, honrarás a tu padre y a tu madre. Pídele perdón por tus ofensas y deja a papá y a mamá solos que tienen que hablar. NIÑO.- Si ha sido ella la que... MERCADER.- Y al prójimo como a ti mismo. NIÑO.- Mamá, perdona por haberte ofendido y sorprendido sin llamar a la puerta. Te pido perdón y espero que me perdones con tu perdón, por pedirte perdón, en este perdón único y... MUJER.- Perdonado. NIÑO.- Gracias. MERCADER.- Ahora, déjanos y no acuses a los demás de tus faltas; pues es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. NIÑO.- Aunque la paja vista uniforme... MERCADER.- Sí. NIÑO.- Y goce el lecho de otro. MUJER.- ¡Qué tonterías son esas! ¿Quién te ha enseñado esas palabras? NIÑO.- Las escuché en tu... MUJER.- Anda, sal y no me vuelvas a enfadar. NIÑO.- Pero... MERCADER.- Haz, caso a tu madre. NIÑO.- Adiós. MERCADER.- Un beso, guapetón.
(El niño le da un beso a su padre y cuando su madre va a darle uno sale corriendo).
MUJER.- Pero se habrá visto semejante... MERCADER.- Déjalo, marchar, es un niño y anda celoso de padre. Paso tan poco tiempo en el hogar; siempre hay una feria, una nueva mercancía, un nuevo puesto, un nuevo mercado... Pero esta noche es tuya, mi dulce esposa, compañera de mis días y fiel espejo de mi espera. MUJER.- ¿A dónde vas poetilla? MERCADER.- Una coplilla que cantaba un juglarcillo se me ha colado en la cabeza y no me saco ni con aceite hirviendo.
MUJER.- ¿Y qué cantaba? MERCADER.- Relatos y malos presagios. MUJER.- Házmelos oír. MERCADER.- Ya habrá tiempo para cancioneros, vayamos a entender de anatomía de las féminas que eso requiere estudio. MUJER.- Deja, deja que me duele la cabeza. MERCADER (Para sí).- Que excusa más vieja. MUJER.- Estoy muy cansada... (Pausa) ¿Cómo te fue la venta? MERCADER.- Fatal, apenas unos metros. MUJER.- Dame más alegrías, mi hombre, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte nos separe... MERCADER.- Ya llegarán las maduras. MUJER.- No veo el momento. MERCADER.- Mañana salgo pronto. MUJER.- Es tu estilo, una noche y adiós. Como si fuera tu manceba. Soy tu mujer ¿recuerdas? MERCADER.- Cada día y en cada momento, no lo dudes. Se trata de una feria muy importante, a dos jornadas de viaje. Está lejos pero merece el esfuerzo. Se reúnen mercaderes de medio reino. Las lenguas auguran que la nobleza comprará sus telas para los trajes del próximo enlace real en esa feria. ¿Imaginas qué maravilla? Es una oportunidad única, allí se podrá hacer dinero. Dos días, la feria y de vuelta en una semana. Así que no me dejes a pan y agua, recarga mi alma con tu amor, mi hermosa. MUJER.- Descansa, será un viaje fatigoso y debes descansar. MERCADER.- Lo haré mañana. MUJER.- Mañana viajas y vuelves en una semana. Tienes algo de comer en el perol, quizá aún esté caliente. MERCADER.- ¿Quieres algo, mi amor, un arrechuchón, un beso, un revolcón? MUJER.- Dormir, adiós. MERCADER.- Hasta mañana. (Sale) MUJER.- Hasta dentro de una semana. Siete días sin ver tu cara de sapo, tu ombligo peludo y tu jodida beatitud.
(Llaman a la puerta)
MUJER.- No cariño, déjame descansar.
(Llaman de nuevo)
MUJER.- En la lumbre queda comida te he dicho.
(Llaman otra vez)
MUJER.- No me lo puedo creer; quieres entrar de una vez.
(Entra el niño, su hijo)
NIÑO.- ¡He llamado! ¡He llamado como me advertiste! ¡No te enfades! MUJER.- Hola enano. NIÑO.- Hola. MUJER.- Anda, pasa rapaz y dime qué quieres, pero pronto que tengo la cabeza con el batallón del ejército ensayando sus pasos militares aquí dentro. NIÑO.- Papá está raro. MUJER.- Cansado. NIÑO.- Trabaja mucho. MUJER.- Para ti y para mí. NIÑO.- Su familia. MUJER.- Sí.
(Silencio)
NIÑO.- ¿Mamá? MUJER.- ¿Qué? NIÑO.- ¿Tú me quieres? MUJER.- Qué cosas tienes, pues claro. NIÑO.- ¿Y a papá? MUJER.- Sí. NIÑO.- (Pausa)¿Y al alférez? MUJER.- ¿Qué giliflautada es esa?
NIÑO.- Estaba otra vez por casa. MUJER.- Es amigo de siempre de la familia NIÑO.- ¿Y por qué papá no lo conoce? MUJER.- Queremos darle una sorpresa. NIÑO.- ¿Cuándo va a ser? Pues lleva viniendo mucho tiempo el soldado. MUJER.- Para marzo hará un año. Gracias le doy a él por todo. NIÑO.- No lo entiendo. MUJER.- Ni tienes por qué, eres pequeño y esto son cosas de mayores. NIÑO.- Pero... ¿y papá? MUJER.- Gana buenos dineros para mantenernos a los dos y viaja demasiado. NIÑO.- Y es bueno, me trae dulces. MUJER.- No te entrometas. NIÑO.- Te vi besarle. MUJER.- ¿Qué dices? NIÑO.- Y os escucho gritar. MUJER.- ¿Cuándo? NIÑO.- Hoy, ayer, desde hace tiempo, te veo. ¿Es tu nuevo novio? MUJER.- Ven cariño, te lo voy a explicar. ( El niño se acerca. La madre le da una bofetada) Tú no has visto nada y si quieres seguir con el culo detrás de ti será mejor que cierres la boquita. Y ahora deja de llorar, sécate los mocos y vete a la cama.
(El niño inicia la salida y se topa con el padre que está entrando)
MERCADER.- Cariño, no encuentro la sal. Ey, ¿qué le pasa a este otra vez? MUJER.- No quería irse a la cama y llora, no le hagas caso. MERCADER.- ¿Quieres estar con tu padre que le ves tan poco el pelo? Ya verás como la semana pasa rápido. NIÑO.- No. MERCADER.- ¿Cómo? MUJER.- ¿Lo ves? Un caprichoso. NIÑO.- Que sí quiero estar contigo, pero no lloro por eso. MERCADER.- ¿Y qué le pasa entonces a mi primor? MUJER.- Que no atiende a razones. NIÑO.- Nada.
MERCADER.- ¿No me lo quieres contar? NIÑO.- Mamá, se va a enfadar. MUJER.- Porque sólo dices embustes. NIÑO.- Me pegó. MUJER.- Satán habla por su boca. MERCADER.- ¡Cállate mujer, deja hablar al niño! NIÑO.- Padre mío, aquí entra el alférez y se encierra en la habitación. MERCADER.- ¿Qué es esto que cuenta el niño? NIÑO.- Se hacen arrumacos y se dan besos. MERCADER.- ¿Qué es esto que el niño cuenta? NIÑO.- No te vayas una semana, padre, o la familia la pierdes. MUJER.- No le hagas caso, marido, es el diablo que le tienta. MERCADER.- Ya. Mañana será otro día. NIÑO.- Papá. MERCADER.- A la cama. MUJER.- Ya has oído.
(Sale el niño)
MUJER.- Qué ocurrencias tiene el niño. Su alma está corrompida por la falacia y la calumnia. Me preocupa. (Se acerca a su marido. Éste la rechaza) MERCADER.- Iré a dar un paseo, no me esperes. Dormiré en el comedor. Hasta mañana, esposa. (Sale)
2ª jornada
(La Mujer y el Niño despiden al Mercader en la puerta de la pieza principal de la casa, que es comedor, sala y gracias a la lumbre que la preside: cocina. Dos besos en silencio, una caricia al pequeño. Silencio tras la marcha)
NIÑO.- Ya se ve como una hormiguita. MUJER.- Se ha marchado. NIÑO.- Una semana. MUJER.- Siete días. NIÑO.- Una hormiguita sobre la mula que es un pulgón. MUJER.- Solos para poder hablar. NIÑO.- Desapareció. MUJER.- Solos para que repitas tu delación. NIÑO.- Ya lo hecho de menos. MUJER.- Y más que lo echarás, hijo de Satanás. NIÑO.- ¿Qué dices mamá? MUJER.- ¡Calla chivato, cabrón! (De una bofetada lo tumba) NIÑO.- ¡Papá, socorro, papá! MUJER.- Grita malsín hasta que revientes tu garganta. No te oirá. Deberías medir tus palabras renacuajo. (Le da una patada) NIÑO.- ¡Bruja, mala puta! MUJER.- Te arrancaré la lengua mequetrefe y se la daré a los cerdos. ¡Ven aquí! No te escondas tras esa mesa. (Se persiguen, la madre cada vez más fuera de sí, el niño más asustado, pero más ágil en sus fintas y quiebros logra esquivar la furia de la adúltera). Está bien, has vencido. No puedo con esas patitas cortas y hábiles. Te perdono. (Dulce) ven aquí, no te escondas tras esa mesa. Está olvidado. Soy tu madre, ¿qué daño te voy a hacer? (Se va acercando) Te he parido. Eres mi único hijo. Estuve dos días pariéndote. Con dolores horribles. Naciste de pie y yo no volví a ser fértil. Esas alegrías me has dado, hijo... (El niño está a punto de abrazarla, cuando un gesto, un brillo en los ojos lo asusta y se zafa de los brazos de su madre tras propinarle una dolorosa patada en la espinilla) . ¡Hijo de un cabrón! ¡Te mataré!
(Por una ventana entra el alférez)
ALFÉREZ.- ¿Qué es este alboroto? Se escuchan los gritos desde el camino. MUJER.- Atrápalo, atrápalo. ALFÉREZ.- ¿Ni un beso, mi amor? MUJER.- Agarra al niño. NIÑO.- No. ALFÉREZ.- ¿Jugamos al pillar? MUJER.- Eso.
(El Niño se tropieza con el Alférez, que es grande y hábil. Lo atrapa)
MUJER.- No lo sueltes. Hay que marcarlo. ALFÉREZ.- No te escapes, has perdido. NIÑO.- Suéltame, está loca. Me quiere...
(Coge un cuchillo que hay sobre la mesa y se lo hinca en la barriga al niño)
ALFÉREZ.- ¡Dios santo qué has hecho! MUJER.- Cerrar la boca de la infamia. ALFÉREZ.- No, no, no. Chaval, enano, mírame. NIÑO.- Abre las puertas. Las calderas están listas. MUJER.- Aparta. (Le abre la boca al niño moribundo y le arranca la lengua). Ya no lanzará dardos la sinhueso. Falso acusador, mal hijo. No te entrometas con los mayores. ¿Qué dices? No se te entiende, mueve bien la lengua, serpiente. Borbotones de sangre, tan sólo. No vuelvas a mirarme así. (Le saca los ojos) .Preciosos órganos del pecado. Ya no verás más besos robados. Tus ojos en tu mano. (Al Alférez) ¡Tú, ayúdame, no te quedes tieso como una estatua! ALFÉREZ.- No... MUJER.- Ayúdame a despiezarlo para los cerdos. ALFÉREZ.- ¿Y tu marido? MUJER.- Ya se me ocurrirá algo. Queda una semana. ALFÉREZ.- De adúltero a homicida. El castigo es el nuestro.
MUJER.- ¡Qué obtuso eres! Si lo encuentran perderemos los dos la vida. ¡Soldado, arrastra el niño o huye!
(El alférez se queda un momento pensativo, mira al niño que ya ha dejado de respirar y descansa sobre un charco de sangre. Se sienta y oculta su cabeza bajo sus manos entre sollozos)
MUJER.- Cobarde. (Arrastra a su hijo. Ve un hacha junto a la chimenea) Esto servirá. ALFÉREZ.- ¡Oh, Dios, Dios mío! MUJER.- Nenaza. (Sale) ALFÉREZ.- Yo no hice nada. VOZ .- Pensamiento, palabra, obra u omisión. Recuerda. ALFÉREZ.- ¿Quién? VOZ.- No evitaste el pecado, pecaste en consecuencia. ALFÉREZ.- Me quedé petrificado. Era su amante. VOZ.- Ahora su cómplice. ALFÉREZ.- No quería, no hice, no podía, no... ¡Dios, Dios, Dios! VOZ.- No abraces al Todopoderoso cuando andas perdido. Asume tu pecado, tu culpa y tu castigo. ALFÉREZ.- Sí, estoy arrepentido, soy culpable, quiero el perdón. VOZ.- Lo tendrás después de expiar tu culpa. ALFÉREZ.- Se acabaron los escarceos; volveré al frente; me recluiré en la montaña; consagraré mi vida al rezo. ¿Qué he de hacer? VOZ.- Quien a hierro mata a hierro muere. ALFÉREZ.- ¿Yo he de ser el verdugo? ¿O seré la víctima? Dime tú que estás en mi cabeza y en la conciencia habitas. Háblame, háblame, háblame.
(Entra la Mujer, empapada de sangre y con la cabeza del niño cortada bajo el brazo)
MUJER.- ¿Cómo cocinar una cabeza de cabrito? En una cacerola se pone aceite a calentar. Cuando esté caliente se echa la cebolla pelada y picada. Cuando esté transparente se le añade la cabeza de cabrito previamente despellejada – para ayudar a ello la hemos podido cocer aparte con sumo cuidado de no destrozar los ojos durante el
despelleje. Unas alcachofas cortadas en dos, junto unos guisantes son un estupendo acompañamiento. Sal, vino y cubrirlo todo con agua. A cocer hasta que los ojos estén blandos y la papada tierna. Se sirve en una fuente honda y con abundante pan. ALFÉREZ.- El ojo que todo lo ve espera nuestra mortificación. MUJER.- ¿De quién hablas mi dulce gallina? ALFÉREZ.- De Él. MUJER.- Está cuarteado junto a la leña. ALFÉREZ.- No, Él, el que todo lo ve. MUJER.- Pues que abra bien su ojo que el exceso de sangre ha encendido mi infierno. ALFÉREZ.- ¿Qué hablas? MUJER.- Ven corderito con piel de lobo. ALFÉREZ.- ¿Cómo puedes? MUJER.- Ardo. ALFÉREZ.- Aún el cadáver está... MUJER.- Caliente. Tócame. Acércate. ALFÉREZ.- Nos hemos equivocado. Deberíamos salir de aquí. Estamos marcados. El estigma está sobre mí. Sobre ti. El diablo nos guía, Satán nos quiere a su derecha, no le pongamos camino de oro. MUJER.- Cierra tu boca, entrelázame conmigo. Seamos sierpes de amor, de pasión , de lujuria. Ven, lechoncito mío. ALFÉREZ.- Cómo sabes lo que me gusta. MUJER.- Comes en mi mano, sapito. ALFÉREZ.- ¡Gata!
(Se besan apasionadamente. Retozan sobre la mesa, tras las sillas, por el suelo, entre los restos de sangre del niño muerto. Un sátiro con una diablesa enzarzados en una lucha sin reglas. . Salen al dormitorio, entre berridos, empellones y bramidos de ambos. Gritos. Tañen las campanas. La tarde cae. El viento aúlla entre los chopos. Silencio. Al poco entra el Mercader dándole una patada a la puerta de la casa)
MERCADER.- ¡Maldita sea mi sombra! ¡Qué desgracia! ¡Qué desgraciado soy!
(Sale la mujer al encuentro de su marido a medio vestir)
MUJER.- ¿Cómo tan pronto de vuelta? ¡Qué alegría! MERCADER.- Nada más lejos. Los malos presagios del juglar han caído sobre mí. Mi marido está viajando por los montes de León, para que no vuelva más le echaré una maldición: cuervos le saquen los ojos, águilas el corazón. MUJER.- ¿Un mal de ojo ha caído sobre ti? MERCADER.- Y sobre toda esta familia. No podía sacarme esa coplilla de la cabeza y no llevando ni media jornada de viaje la mula que cargaba todas las telas, retales y bordados se partió una pata por tres partes. Como un junco se quebró. Cayó de rodillas, relinchó y no se movió un metro más. Incapaz de salvarla de su mala fortuna tuve que darle muerte allí mismo con este cuchillo que no puedo dejar de mirarlo pues la mala fortuna me ha traído. Cargué la mercancía en el asnillo, no la podía abandonar en medio de los caminos. Entre los años del pobre burro y la doble carga que llevaba ahora parecía que iba a quebrarse. Así que bajando una ladera con una terrible pendiente, el animal resbaló y se despeñó dándome el tiempo justo a saltar para no acompañarlo a la muerte segura que abajo lo esperaba. Me quedé sin las bestias y el género, y he vuelto, con un cuchillo al cincho y la pena más grande sobre mis hombros. Dame algo de comer mujer, deja la bota sobre la mesa y así el día llegue a su fin. MUJER.- Hay una cabeza de cabrito en la olla. Ya debe estar jugosa. MERCADER.- Y aún pudo ser peor, me contaron de un arriero que perdió sus siete acémilas en una sola jornada. MUJER.- Dejaría de serlo. MERCADER.- Un oficio no se olvida. MUJER.- La hice con cebolla, guisantes y alcachofas. (Le sirve la cabeza con salsa) MERCADER.- Como a mí me gusta. Gracias mujer, eres buena conmigo y yo desconfío de ti. ¿Y mi pimpollo dónde está que no ha venido a abrazarme? MUJER.- Duerme. MERCADER.- Angelito, un beso de protección le voy a dar. MUJER.- Come primero, bebe y luego vas. ¿No querrás despertarlo? MERCADER.- No, que duerma mi querubín. MUJER.- Voy por más leña, la sala está helada. (Sale)
MERCADER.- Gracias, llenaré el estómago primero y que el vino relaje mi alma. (Corta un trozo de moflete de la cabeza). Es un cabrito raro. Un cráneo original. Veamos si su sabor también lo es. VOZ .- Deténgase padre mío. MERCADER.- ¿Hijo? VOZ.- Deténgase, no cometa tal ofensa. MERCADER.- ¿La carne? VOZ.- Que de mi cuerpo ha salido. MERCADER.- ¿Tuyo? VOZ.- No quiera Dios que a él vuelva. MERCADER.- Mi hijo, ¿quién te hizo esto, quién? VOZ.- La que contigo duerme y con el alférez yace.
(Entra la Mujer llevando unos haces de leña. Silbando despreocupada)
MERCADER.- ¡Mujer! ¿Dónde está nuestro hijo? MUJER.- Duerme. MERCADER.- El sueño de los justos. Muerto por tu mano y cocinado para hacérmelo tragar en trozos pequeños. MUJER.- ¿Qué dices? Estás loco. MERCADER.- Esta cabeza; la sesera de mi hijo. La madre que mata a su hijo no merece el aire que respira. MUJER.- Suelta ese cuchillo. MERCADER.- Dio muerte a una mula y ahora dará muerte a otra. MUJER.- ¡Alférez mío, soldado, sé hombre y enfréntate por tu hembra!
(El alférez sale al umbral de la puerta del dormitorio. La mujer corre hacia él, pero se encierra la habitación. Deja al alférez frente al mercader fuera de sí)
MERCADER.- Mi hijo no mentía. ALFÉREZ.- Es su mujer. MERCADER.- Para callar su lujuria lo mató. ALFÉREZ.- No tuve nada que ver. Tan sólo... MERCADER.- Fornicabas con mi mujer.
ALFÉREZ.- Pero no maté a nadie. MERCADER.- Quizás yo sí lo haga. ALFÉREZ.- Déjeme marchar. MERCADER.- Para siempre. (Hace el ademán de hincarle el cuchillo) ALFÉREZ.- Será como ella. MERCADER.- Ya nada importa. ALFÉREZ.- Estaba como loca. Le traía esta bolsa de monedas. Me han ascendido. Tome. Quédesela. En la alameda está mi caballo, es suyo... No me mate, por todos los santos no me mate. MUJER (dentro).- Cordero con piel de lobo. MERCADE.- Vete. ALFÉREZ.- ¿Señor? MERCADER.- Vete, antes de que la ira me ciegue. ALFÉREZ.- Gracias. (Sale corriendo) MERCADER.- Vete, vete, vete...
(El mercader queda en silencio. Mira a su alrededor. Tira el cuchillo. Recoge las monedas que dejó el soldado. Llora mientras va saliendo. Al momento entra la mujer). MUJER.- Mejor, los dos machos se esfumaron de mi vida y el pequeño la palmó. Ahora, sola, feliz y tranquila. NIÑO.- ¿Nada te atormenta madre?
(Por la chimenea entra el niño iluminado, sonriente y con una serenidad estremecedora. Tras él unas extrañas sombras ardientes se abren paso entre las cenizas.)
MUJER.- No puede ser, si yo misma... Y tu cabeza la puse en... NIÑO.- No pertenezco ya al mundo de los vivos, igual que tú pronto lo abandonarás. MUJER.- Nada puedes hacerme. NIÑO.- Yo no, sólo he venido a ver como las puertas del infierno se abren para reclamar su presa. MUJER.- ¿Quienes son esos que vienen contigo?
NIÑO.- Sombras del Averno, diablos y trasgos; enviados de Lucifer que han venido a por ti. Exigen su tajada. ¡Que los demonios marchen con ella! ¡Escúchalos! Unos dicen: vaya en cuartos; otros dicen: cuartos vengan; otros dicen que vaya en tajadas como hizo con el niño. MUJER.- ¿Qué me pasa? ¡No me puedo mover! ¡Las tripas me arden! La boca se me vuelve azufre! ¡Basta! ¡Los músculos se me desgajan! ¡Los sesos me hierven! ¡Mi corazón va a explo...
(Un chillido rompe la noche. Gárgolas, trasgos y diablos ríen. El fuego envuelve el cuerpo pecador de la mujer. Las sombras la arrastran entre convulsiones hasta las llamas recién avivadas de la lumbre. Allí desaparece entre gritos, llantos, látigos, calderas, llantos, carcajadas y muerte).
NIÑO.- Adiós madre que nunca debiste serlo, volverás al infierno donde te engendraron y donde el tormento será tu compañero por los siglos de los siglos. (Sale)