Louisa May Alcott
Mujercitas
porque le encantaba bailar, y lady de Jones, una dama inglesa, había llevado consigo a sus ocho hijos. Por supuesto, en la fiesta había jovencitas norteamericanas, ligeras de pies y de voz chillona, muchachas británicas, hermosas y lacias, y unas cuantas demoiselles francesas sencillas pero atractivas. No faltaba el habitual cortejo de jóvenes caballeros viajeros que se divertían a sus anchas mientras madres de todas las nacionalidades, alineadas contra la pared, sonreían complacidas al verles bailar con sus hijas. Cualquier jovencita podrá imaginar cómo se sentía Amy aquella noche al entrar en la sala de baile del brazo de Laurie. Sabía que estaba radiante y no solo le encantaba bailar, sino que se podría decir que las salas de baile eran el lugar natural para sus pies, así que disfrutaba de esa deliciosa sensación de poder que embarga a una joven cuando pisa por primera vez un reino nuevo y fascinante en el que será la protagonista absoluta por su belleza, su juventud y su condición de mujer. Sentía pena por las hermanas Davis, que eran poco elegantes, simples y tenían por pareja un adusto padre y tres tías solteronas aún más adustas. Cuando pasó ante ellas, las saludó e hizo una reverencia amable, con lo que las jóvenes pudieron admirar su vestido mientras se preguntaban quién sería su distinguido acompañante. Una vez que la banda empezó a tocar, a Amy se le encendió el rostro, se le iluminaron los ojos y empezó a mover, impaciente, los pies. Era consciente de lo bien que bailaba y ardía en deseos de mostrárselo a Laurie, Por ello, es más fácil comprender que describir la profunda decepción que se apoderó de ella cuando él dijo sin demasiado entusiasmo: —¿Quieres bailar? —¡Es lo que se suele hacer en un baile! La mirada de sorpresa de la joven y su rápida respuesta hicieron a Laurie comprender que había cometido un error, y corrió a enmendarlo. —Me refería a si me concedías el primer baile. ¿Me harás ese honor? —Para bailar contigo tendré que declinar la invitación del conde. Es un bailarín maravilloso, pero seguro que lo comprende porque sabe que somos viejos amigos — dijo Amy, segura de que mencionar al conde le serviría para que Laurie la tomara más en serio. Sin embargo, lo único que consiguió oír de boca de Laurie fue lo siguiente: —Es un buen muchacho, pero algo bajo para acompañar a «una hija de dioses, divinamente alta y más divinamente rubia». Como se encontraban en un ambiente inglés, a Amy no le quedó más remedio que guardar el decoro, aunque tenía ganas de bailar la tarantela con brío. Laurie la dejó en manos del «buen muchacho» y fue a saludar a Flo sin preocuparse de garantizar futuros bailes con Amy, y esta, en justo castigo a su reprochable falta de previsión, se comprometió hasta la hora de la cena, momento en que estaba dispuesta a
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