El gatito con botas

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abía una vez un granjero que tenía dos hijos. A su muerte les dejó, por toda herencia, un molino, un gato. El reparto se hizo enseguida, sin llamar al notario ni al procurador, pues probablemente se hubieran llevado todo el pobre patrimonio. Al hijo mayor le tocó el molino y al más pequeño sólo le correspondió el gato. Este último no se podía consolar de haberle tocado tan poca cosa. El gato, que estaba oyendo estas palabras, haciéndose el distraído, le dijo con aire serio y sosegado: -No te aflijas en absoluto, mi amo, no tienes más que darme un saco y hacerme un par de botas para ir por los zarzales, y ya verás que tu herencia no es tan poca cosa como tú crees. El gato con su ingenio empezó a conseguir algunos objetos de plata y oro con los que se podría ganar la confianza del rey para en un futuro conseguir su ayuda y así su amo tendría una mejor vida. El gato llevo al palacio del rey un adorno hecho de oro sólido y solicito que le dejaran pasar y así poder entregarlo personalmente al rey hizo pasar a su amo como un Marques. -Dile a tu amo -contestó el Rey- que se lo agradezco, y que me halaga en gran medida. Otro día hizo una tiara hecha de plata para la hija del rey era una hermosa princesa esto hizo que el rey se sintiera muy alagado y le dio una propina para el gato.

Durante dos o tres meses el gato continuó llevando al Rey, de cuando en cuando, las piezas y le decía que lo enviaba su amo. Un día se enteró que el Rey iba a salir de paseo por la ribera del río con su hija y le dijo a su amo:


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