TEHUANA. Mujer de encaje, de seda y sol

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Alberto Angel, LaVoz del Norte

os martes de carnaval, tenían un en­ canto sumamente especial… Comen­ zaba todo por el desfile de los carros alegóricos y las llamadas comparsas que remataban con la presencia del rey feo (rey del carnaval) y la reyna y sus princesas que cerraban el desfile, preámbulo de la fiesta y baile que se realizarían por la noche en el ADM (Asociación Deportiva Minatitlán), que ni era asociación, ni era deportiva pero era el punto de reunión y festejo de las fechas altamen­te signifi­ cativas de Minatitlán de mi infancia y mi Veracruz. Mucha gente se disfrazaba, claro… Y ante ello, recuerdo que se me ocurrió decirle a mi mamá un día al ver pasar el desfile: “Mira mami, unas niñas disfrazadas de tecas…” Habría que comenzar por decir que llamarle “teca” a una mujer istmeña, sonaba un tanto ofensivo para algunas personas en aquel en­tonces… Recuerdo perfectamente la mirada de la seño­ra

que iba al cui­dado de esas niñas cuando me dijo: “Niña no disfraza… Tehuana viste su traje de fiesta, no disfraza…” pri­ mero me sentí asustado, pero poco a poco fui entendiendo las palabras de aquella mujer que con gran orgullo portaba el atuendo regio­nal femenino… Un atuendo que ha tenido tanta tras­cendencia, que ha sido considerado a la par del atuendo de china poblana, como atuendo na­cional femenino a raíz de que Fri­da Kahlo lo internacionalizara… Los bailes, incluidos el del martes de carnaval, eran un verdadero arco iris de flores de seda… Las tehuanas en su danza cadenciosa constituían un verdadero mar donde era mágico sumergirse… Con los ojos cerrados y los brazos abiertos, corría por entre esas mujeres perci­ biéndolas a plenitud con el tacto… Los dedos infantiles se llenaban de la suavidad de sus atuendos en un frenesí ver­daderamente erotizante, refiriéndonos a la acepción de ero­tismo como pulsión de vida… Al ritmo cadencioso de los so­nes sureños interpretados por la infaltable marimba orquesta, me perdía en ese laberinto de flores bordadas en los trajes bellísimos de las istmeñas altivas y orgullosas de su tradición y de su origen… Ya para entonces, se habían cambiado de po­sición el tocado algunas, otras lo habían guardado exhibiendo sus trenzas alrededor de la cabeza y las menos, conservaban el tocado con el resplandor grande… El tocado, o resplandor, es parte imprescindible del traje de la tehuana… Si comenza­mos la descripción de arriba abajo, comienza precisamente por ese tocado que remata en realidad el bellísimo traje que principia (o termina depen­ diendo del lugar donde se comien­ce) en otro encaje que llega prácticamente al piso y que deja apenas asomar el pie descalzo de la tehuana o con alguna sandalia ligerísima… sigue hacia arriba, el traje de tehuana, con la falda que es de algodón o de terciopelo si es de gala, pero en ambos casos, bordadas con flores de seda y ajustadas a la cintura con un cordón que corre por dentro del remate. La blusa, es relativamente nueva… Antaño, la mujer istmeña, iba con el torso desnudo y en los días de fiesta se pintaban sobre el cuerpo flores de colores que se conjugaban con el paisa­je… Todavía recuerdo de niño, algunas comunidades a las que asistíamos para ver a la mujer istmeña pintadas de colores en el torso en sus días de fiesta… Cuando llegan al istmo de Te­ huantepec las mujeres europeas, se ofenden ante “tal espectáculo lujurioso” y mandan traer de Eu­ropa, blusas bordadas y con finísi­mos encajes… La mujer istmeña, en su inocente naturalidad, al ver aquellas prendas tan elaboradas, pensaron que eran para cubrirse del sol ardiente del sureste y ni tar­das ni perezosas, las pusieron en las cabe­ zas a manera de tocados… Por esta razón, hasta la actualidad, si revisamos los famosos tocados de las tehuanas, nos daremos cuen­ta que tienen la



forma absoluta de una blusa incluyendo las mangas. Estas “blusas”, tienen encajes en lo que sería la parte del cuello, encaje en lo que equivaldría a la cintura y llevan encaje también en el remate de las famosas “manguitas”. Tanto los encajes del tocado como el de la falda de la tehuana, van almido­nados al máximo, quedando con una dureza y blancura extremas… Hay dos formas de lucir el tocado… Tiene el mismo, dos aberturas, una más pequeña que correspondería a la cabeza y otra más amplia que correspondería a la cintura. En la primera forma, la abertura más amplia, donde se tiene el resplan­dor almidonado más grande tam­bién, va sobre el peinado de trenza alrededor de la cabeza, el

Antaño, la mujer istmeña, iba con el torso desnudo y en los días de fiesta se pintaban sobre el cuerpo flores de colores que se conjugaban con el paisa­je… tocado no lleva pasador ni seguro alguno, solamente se detiene por la forma del peinado. Generalmente esta es la manera en que se porta en una fiesta o un desfile y poniendo la parte pequeña alrededor del ros­tro, para una ceremonia religiosa. El traje de tehuana, se comple­menta con aretes grandes de finí­sima filigrana de oro y un collar de filigrana de oro que general­ mente termina en un crucifijo hecho de la misma filigrana. Las joyas de filigrana de oro, son indispensa­bles en el atuendo de la tehuana, es una manera de demos­ trar que su pareja, tiene la capacidad de proporcionar­ le el bienestar necesario. Y desde luego, la música de la marimba, es absoluta­mente acorde con el atuendo de la tehuana, la mujer istmeña y su sensualidad suave, armoniosa, de alguna manera producto del entorno de su región… Cabe señalar aquí, que el istmo de Tehuan­ tepec, constituyó un territorio político de nuestro país, hasta el año 1853 que fue dividido para formar parte hasta la actualidad, de los estados de Veracruz y Oaxa­ ca. Pero en aquel entonces, desde Coatzacoalcos hasta Tehuantepec, eran las mismas costumbres, las mismas tradiciones, la misma música, el mismo atuendo… Minatitlán, hoy perteneciente a Veracruz, fue durante mucho tiempo, la capital del istmo, así que en to­das las fiestas que recuerdo en aquel Minatitlán de mis amores y mi infancia, no podía faltar la mágica presencia de la tehua­na… Mujer de encaje, de seda y sol.

Joya tradicional tehuana


Gilda Becerra de la Cruz

l traje que continuan portando las mujeres zapotecas con orgullo, ha sido producto de transformaciones a lo largo de la historia, las cuales pueden apreciarse en diversas manifestaciones artísticas, desde la época prehispánica hasta la actualidad. En este breve artículo, pretendo hacer un recorrido por dichas transformaciones, centrándome en las representaciones del traje de tehuana y en la imagen que se ha dado de la mujer zapoteca a través de la pintura, la fotografía y el cine de los Siglos XIX, XX e inicios del XXI, sosteniendo que el arte ha contribuido a la conformación de una imagen social de la tehuana o, mejor dicho, de la mujer zapoteca del Istmo, la cual oscila entre el mito y la realidad. Las primeras representaciones de la indumentaria de las zapotecas durante la época prehispánica, las podemos encontrar en figuras de cerámica y en algunos códices, en los que observamos como elementos constitutivos de ésta: el enredo, el quechquémitl o bien, el huipil y algunos adornos como orejeras y collares. De esta manera, la vestimenta de este grupo indígena en la época prehispánica era más sencilla que en la actualidad (aunque las mujeres nobles debieron llevar vestimenta más elaborada). Andrés Henestrosa menciona que las esculturas más viejas presentan a la figura humana cubierta sólo en la región pudenda con el maxtatl (mastate) en el hombre y la faldilla en la mujer; y que al principio, las istmeñas llevaban el torso desnudo, siendo hasta tiempo después que se utilizó el huipil (bidaani’) y la enagua (bizuudi’). Con la conquista española se generaron muchos cambios en la sociedad, la organización política, la economía y en general, en la vida cotidiana de los pueblos indígenas. Uno de los aspectos que también se transformaron fue la forma de vestir. En el Istmo de Tehuantepec, este cambio fue dándose paulatinamente, adquiriendo elementos de culturas extranjeras y fusionándolas con los de origen mesoamericano.


Influencia de cultura Sin embargo, el cambio en la vestimenta, se acentuó cuando se crearon las vías del ferrocarril y hubo más afluencia de mercancía extranjera e intercambios comerciales. Así, la indumentaria se transformó hasta llegar al estado actual, conformando el traje de tehuana tal como lo conocemos ahora, con la introducción de elementos europeos y orientales esencialmente. De esta forma, encontramos que el origen del bordado en el traje de tehuana proviene del mantón de Manila (capital de la antigua colonia española de Filipinas), el cual a su vez, tiene su antecedente en China. La técnica de los bordados en seda fue retomada en Andalucía, donde estas alegorías se cambiaron por motivos florales, que son los que influyeron directamente la elaboración del traje de tehuana. Además de ello, se introdujeron los holanes provenientes de Holanda (de ahí el nombre), para darle elegancia al traje.


En este sentido, se dio un fenómeno de transculturación, el cual consiste en el intercambio entre culturas, que conlleva a la creación de nuevos hechos simbólicos. Por lo tanto, se puede decir que la presencia extranjera enriqueció la cultura zapoteca del istmo y reafirmó el orgullo de sus habitantes por pertenecer a ella. Cabe destacar que los zapotecas no adquirieron por imposición esos elementos, sino que los relaboraron para integrarlos a su propia cultura. Esto no sólo sucedió en el caso de la indumentaria, pero con respecto a ésta se puede decir que aquellos elementos que se han adoptado, han contribuido al enriquecimiento del traje típico, el cual se convirtió en la segunda década del Siglo XX, en un ícono nacional. De hecho, la mayoría de los artistas plásticos de la primera mitad del S. XX, interpretaron en al menos una ocasión a la mujer istmeña.

Paraiso exuberante La imagen de exotismo que despertaba la región en extranjeros y nacionales comenzó a crear y difundir la idea de una cultura que existía en un espacio parecido al paraíso por su exuberante vegetación y sus hermosas mujeres; las cuales, además, eran las líderes y protagonistas de su sociedad, en la que se apreciaba la continuidad de los valores y las raíces indígenas; cuestión que fue de sumo interés para aquellos que perseguían el afán nacionalista de la época, consistente en dignificar a los pueblos autóctonos. La representación de la tehuana respondió a las siguientes razones: la construcción imagen nacional, en la cual se exaltó la de ella; la admiración por la cultura zapoteca como exótica y el registro etnográfico e interés por conocer a la sociedad istmeña más allá de los exotismos.


Tehuana, Mujer del Sur Carlos Orduna Barrera


El arte en las artes

Tehuanas, 1939

El primero en hacer una representación de la tehuana en el campo del arte fue el italiano Claudio Linatti, en 1828 con una litografía que presenta a la tehuana con el traje que usaba antiguamente, el cual constaba de un enredo y un huipil grande o de cabeza hecho de gasa. En 1859, Charles Brasseur de Bourbourg en el campo de la literatura, la describe vestida fastuosamente: “un huipil verde, falda de colores y resonante holán, collar y aretes de oro y perlas.” Posteriormente, Antonio García Cubas (1832-1912), publicó su atlas La República Mexicana en 1878, ilustrado con litografías de tipos populares en el que presenta al vestido tehuano de forma muy similar al plasmado por Linatti. En el campo de la fotografía, abundan las imágenes de istmeñas que fueron tomadas con diferentes propósitos (etnológicos, artísticos y de estudio fotográfico), en las que pueden observarse las distintas ópticas de los fotógrafos

Rufino Tamayo

“Un huipil verde agua, falda de colores y resonante holán, collar y aretes de oro y perlas”.

Tehuana

Esau Andrade

así como las transformaciones del traje en el tiempo. En este ámbito, encontramos el trabajo de Frederik Starr (1858-1933), director del Departamento de Etnología de Chicago, quien reunió imágenes de individuos y grupos de las diferentes etnias del sur de México; entre ellas, la zapoteca, con la pose fría y supuestamente objetiva que caracterizó a la fotografía etnológica del siglo XIX. Starr publicó en 1899 su obra: Indians of Southern Mexico: an Ethnographic Album. El etnólogo Walter Scott, activo en México de 1904 a 1920, igualmente registró a las tehuanas pero de una forma más cálida y expresiva. Y por su parte, ‘Foto Estudio Jiménez’, de Juchitán, ha dejado uno de los mejores registros de la indumentaria local. Sus trabajos comprenden desde los primeros años de la década de los treinta hasta los últimos de los cuarenta. Estos trabajos dan cuenta de las transformaciones de la indumentaria istmeña.


Retrato de una costumbre Ya en el siglo XX, principalmente desde 1920, la tehuana se convirtió en uno de los temas predilectos de pintores y escultores de México y el mundo. En la segunda década de dicho siglo, Saturnino Herrán pintó su cuadro ‘La Tehuana’, en el que aparece vestida de fiesta. También en los años 20, fue Diego Rivera quien la llevó al lienzo y a los muros, tras una visita a Tehuantepec. Rivera utilizó la imagen de la tehuana como un símbolo de lo mexicano. Él viajó al istmo en 1922, por orden de Vasconcelos después de su regreso de Europa y empezó a representarlas. A partir de ahí, más artistas también lo hicieron. Entre ellos, la fotógrafa italiana Tina Modotti, quien trabajó muy de cerca con los muralistas, en especial con Rivera.

En el siglo XX, la tehuana se convirtió en uno de los temas predilectos de pintores y escultores de México y el mundo.

Fotografía de la belleza En la serie de fotografías que realizó Tina Modotti en 1929, al viajar al Istmo, nos presenta escenas cotidianas, en las que muestra a mujeres que se ganan la vida trabajando. En ellas vemos el ambiente pobre que de alguna manera desmiente la exuberancia de la vida en el Istmo representada por la mayoría de los artistas de ese momento. En este sentido, su serie de Tehuanas la ubicamos en el marco de la cotidianidad más allá del interés por su belleza o sensualidad como se hizo en general


en las representaciones de la época en otros campos del arte como la pintura, enfatizando así el papel de la mujer tehuana como trabajadora y líder de la sociedad. En el campo de la fotografía, no podemos dejar de mencionar a la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, quien estuvo durante los años 1979-1989 trabajando en un proyecto que refleja su visión de la cultura zapoteca, específicamente, de sus mujeres. El fruto de dicho trabajo se publicó en el libro titulado: Juchitán de las mujeres. En sus fotografías, Iturbide nos presenta a zapotecas fuertes, líderes, independientes, participando de sus fiestas, sus ritos, sus actividades cotidianas, ya sea en su traje de gala, en su enagua y huipil de uso diario o incluso desnudas; imágenes de cuerpo completo o fragmentos de ella que denotan rasgos, voces, ideas, sentires. No obstante, más allá de proponer una imagen idealizada de ellas, Iturbide nos revela un mundo complejo y de gran riqueza, al que añade un aire de poesía, lo cual sólo puede provenir de una comprensión y complicidad con la cultura de la cual ha sido partícipe. En el ámbito cinematográfico, la tehuana ha sido protagonista de películas como: ¡Que viva México! (Dir. Sergei Eisenstein, 1932); La zandunga (Dir. Fernando de Fuentes, 1937); Águila o sol (Dir. Arcady Boytler, 1937); Tizoc, Amor indio (Dir. Ismael Rodríguez, 1957) y el documental Ramo de fuego / Blossom of fire (Dir. Maureen Gosling, 2000).


En ¡Que viva México!, en el episodio titulado ‘Sandunga’, se recrean los preparativos de una boda en el Istmo de Tehuantepec, proporcionando una imagen de la sociedad zapoteca que tiende a la fantasía, en la que el hombre es un ser totalmente pasivo, viviendo en una especie de paraíso terrenal; mientras que todo lo contrario sucede en el documental Ramo de Fuego, en el que es cuestionada la idea de una sociedad matriarcal; las cosas no se dan por hecho, se entrevista a la gente de la comunidad, se asiste al mercado, a las fiestas, se recurre a mujeres y hombres que de viva voz comparten su forma de vivir en el Istmo de Tehuantepec. Por otra parte, en películas como La zandunga o Tizoc, la intención es distinta, pues no se intenta retratar la vida de los zapotecas del istmo, sino mostrar la belleza del traje de tehuana.


Sandunga Podemos concluir, entonces, que la imagen de la tehuana en el arte oscila entre las que exaltan su figura, mostrándola en todo su esplendor, su exotismo y la riqueza de su traje y su cultura, y aquellas en las que se manifiesta un interés por reflejar otros aspectos de la vida social de la mujer istmeña, como son el trabajo, las actividades cotidianas, pero también su forma de ser y su actitud ante la vida. Por lo tanto, si bien la representación de la tehuana corresponde en general, a la de una mujer valerosa, participativa y líder de su comunidad, ya que desde tiempos remotos hasta la actualidad, la mujer istmeña se ha distinguido por tener una participación fundamental en la vida social y política de su pueblo, también es verdad que esto ha impedido ver otros rasgos importantes de la realidad, como las dificultades que se viven día a día, los conflictos sociales y el rol de los hombres en la sociedad zapoteca del istmo. De esta manera, el arte es una ventana más para ver y admirar a la mujer zapoteca, pero recordemos que para conocerla, hay que mirarla de cerca, participar de su cultura, impregnarse de ella, reconociendo el complejo entramado social en el que vive. Por último, es preciso decir que en la cultura zapoteca del Istmo, el atuendo de la mujer es un elemento fundamental de su identidad, que refleja su poder y estatus social, en la manera en que ella misma lo porta con alegría y dignidad; cuya importancia radica en que ha sobrevivido a pesar de los embates de la globalización, y con él, las tradiciones, el canto de la lengua indígena y la calidez de su memoria.•


el matriarcado en las sociedades zapotecas se ha dicho casi todo. Desde apreciaciones erróneas, donde la mujer trabaja más que el hombre, hasta el decir que no necesitan del “macho” ni para bailar en las fiestas. Seductora, interesante y hasta extraña es la idea del matriarcado en el Istmo de Tehuantepec, que muchos estudiosos y artis­ tas han querido comprobar sin resultados positivos. Sobre sus mujeres robustas y extrovertidas, el Istmo y su matriarcado se ha tornado en un mito que hoy pare­ ce formar la identidad de varios pueblos istmeños. La invención de las mujeres matriarcas en las pobla­ ciones zapotecas del Istmo tiene su fundamento en la relación que las madres ejercen con sus familias, con la sociedad y en el poderío económico de cada pueblo. Entre 1930 y 1932, un extravagante y visionario cineasta soviético, Sergei Einsenstein, recorrió parte de todo el país azteca recopilando información y filmando una película documental que nunca concluiría. Los fragmentos del documental ¡Que viva México! fueron tremendamente influyentes entre intelectuales de todo el mundo. Tehuantepec fue uno de los hallazgos de Einsenstein, un lugar paradisiaco donde “mandan las madres”, en el que los hombres esperan recostados en las hamacas, mientras ellas acumulan monedas de oro gracias a sus habilidades comerciales en las plazas y los mercados. “La mujer trabaja y se busca un marido”, se explica en la película, en un delirante vuelco a los estereotipos del género. La exuberancia de todo el Istmo de Tehuantepec -“tró­ picos, húmedos, cenagosos, somnolientos”- según lo definió Einsenstein- se refleja en el desparpajo de sus mujeres, grandotas y pantorrilludas –como las describiría Elena Poniatowska muchos años después-, coquetas, politizadas y sensuales, con sus trajes almidonados de flores bordadas y coloridas. Bajo el estigma del matriarcado, las mujeres tehuanas,

tecas, jeromeñas y blaseñas se imponen al ideal machista y sobresalen sus decisiones sobre quienes les rodean. Para Jorge Rodríguez, cronista de la ciudad, la mujer tehuana es emprendedora, astuta y trabajadora, que le ha ge­ nerado, incluso sobre otras mujeres de Oaxaca, una imagen de altiva y demandante sobre los hombres, incluso. “En muchos aspectos de nuestra vida se nota eso que se llama matriarcado pero hay un equilibrio porque cada quien demuestra su papel preponderante en la familia. Ni la madre ni el padre mandan por sí mismo en todo”, señaló. Margarita Dalton, investigadora del Centro de Inves­ tigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) unidad Pacífico Sur y una de las pioneras de los estudios de género en México, ha dedicado varios años a estudiar las revelaciones de género y la identidad en la región de Tehuantepec.



En su libro Mujeres: género e identidad en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, Dalton niega la existencia de un matriar­ cado zapoteca. “Yo creo que las relaciones dadas entre hombres y mujeres en el Istmo, no son muy diferentes a las que se dan en otras partes, lo que sucede es que ellas han tomado un papel más protagóni­ co”, dijo en una entrevista a un blog digital la escritora social. Y en efecto, a diferencia de otras zonas del mismo estado de Oaxaca, las mujeres zapotecas del Istmo tienen mayor presencia desde su vestimenta típica que portan hasta en las decisiones relacionadas con la familia o la misma vida social de los pueblos. Para Margarita Dalton, las zapotecas del Istmo son mujeres que tienen un papel protagónico, son mujeres inteligentes, que dominan el mercado por cuestiones específicas como el hecho de que en algún tiempo sus maridos se dedicaron al pesca o a la siembra y debido al clima caluroso, solían trabajar de las tres o cuatro de la mañana a las siete u ocho, hora en la que se iban a dormir mientras el producto de su trabajo era comercializado por las mujeres. El mito de que existe un lugar donde las mujeres mandan, no parece ser aceptado por los actuales historiadores que analizan a las sociedades zapotecas del Istmo. Las mujeres zapotecas tienen un poder influyente en la vida social de sus pueblos, pero desde luego, son el eje rector de sus familias y de las decisiones internas en el hogar.•


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