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El discurso político de la posmodernidad Algunas claves para comprender la subjetividad de las tribus urbanas
Rigoberto Lanz Breve estación epistemológica “Hoy nos sentimos incómodos con una politología que da muestras de intrascendencia, y a veces de esterilidad…” JAVIER ROIZ: La recuperación del buen juicio
Las ciencias políticas están afectadas por los mismos problemas que aquejan al conjunto de las ciencias sociales en todo el mundo. Los atascos epistemológicos provienen de las mismas vertientes y en alguna media muchos de esos problemas no tienen solución local. Ello indica que el trabajo de reflexión sobre los procesos políticos está en deuda permanente con desarrollos teóricos que se ubican en otro plano, de allí la dificultad creciente para articular apropiadamente los presupuestos que operan desde muy atrás como paradigmas (en la acepción de Edgar Morin) con las herramientas conceptuales y categoriales propias del campo de lo político. El desvanecimiento de toda una constelación de modelos, teorías y dictámenes metódicos desde el mundo académico ha posibilitado la irrupción de nuevas búsquedas que permiten rearticular la producción de un nuevo estatuto epistemológico del pensamiento político con la innovación conceptual que ha de esperarse del trabajo de investigación que se despliega en muchas partes. La experiencia social de construcción colectiva de las múltiples modalidades de convivencia ciudadana no es precisamente el coro triunfal de la Modernidad. Justo allí se instala desde hace mucho la quiebra en una esperanza más o menos consustancial al desarrollo histórico de la humanidad, es decir, la desilusión generalizada en las promesas del progreso, la libertad y el bienestar apalancadas en el ideario del Occidente ilustrado de estos últimos tres siglos.i Este vaciamiento cultural con el que se inicia la época posmoderna viene al encuentro del desvanecimiento teórico de los viejos paradigmas en todos los terrenos. La crisis del “experimento moderno” (Javier Roiz) en materia de construcción de socialidad1 democrática no puede ser escamoteada como si sólo se trata de una disputa de opinión entre posturas intelectuales divergentes. La crisis de la democracia es una condición de la coyuntura presente, ella toca raíces profundas del magma de la civilización Moderna. No se trata sólo de una accidental disfunción de los sistemas políticos (para la que estarían habilitadas las fórmulas de la “ingeniería política” de todos los matices). Se trata más bien del eclipse de una super-racionalidad que ha gobernado durante siglos las prácticas y discursos de las sociedades más dispares. Ese humus socio-cultural habita en los sistemas de representación con los que operan los grupos humanos en todos los rincones el Planeta. Infinitas redes semióticas tejen el lecho de sentido donde se asientan las prácticas sociales más diversas. Esa lógica de sentido es la que hoy se desvanece como centralidad de un modelo civilizacional.ii Ablandamiento de las viejas solideces, horizontalización de las jerarquías, “crepúsculo del deber” (a decir de G. Lipovetsky), deriva del Sujeto, “Fin de las certidumbres” (según el tono de I. Prigogine), “Fin de la Modernidad” (al estilo G. Vattimo), son sólo algunos de los derroteros que marcan el rumbo en el debate epistemológico actual. Ningún espacio intelectual puede sentirse protegido de los efectos de esta crisis. La politología que se cultiva en las academias es viva expresión del desconcierto, la decadencia y circularidad con las que se reproducen las inercias y los rituales.iii El mundo político, a su tiempo, es un visible mostrario de esta precariedad intelectual. El imperio del pragmatismo y los raseros triviales del discurso político que circula en el espacio público no pueden ser atribuidos únicamente a la mala formación de la “clase política” o al clima de desprestigio que rodea por todos lados la imagen misma de “la política”. Ello habla en el fondo del agotamiento de los modelos de participación, la quiebra de la representación política, el vaciamiento de la voluntad colectiva
1 “socialidad” es el concepto con el que Michel Maffesoli distingue la lógica de la sociedad posmoderna de la razón medio-fines típica del “contrato social” Moderno. “Socialidad empática”, “lógica tribal”, “sensibilidad proxémica”, “neobarroquización posmderna”, “tribus urbanas”, son algunas de las claves conceptuales con las que este autor caracteriza el mundo emergente. Toda esta armazón teórica se dirige a la visualización de una sensibilidad naciente que se instala en los nuevos comportamientos de la cultura urbana.
2 encarnada en proyectos de alguna naturaleza. La intermediación política se ha quebradoiv y la relación de los ciudadanos con el Estado, con la dinámica de los intereses y prácticas, es agenciada hoy a partir de otros dispositivos. La vieja figura del “partido” está en el suelo.v La lógica neocorporativa hace su entrada, desplazando los viejos mecanismos de negociación.vi Esta opacidad del juego político en las democracias occidentales va de la mano de una turbulencia teórica que sacude fuertemente las tradiciones intelectuales a partir de las cuales se pensó lo político en la Modernidad. Ambas dimensiones deben ser distinguidas para que el análisis pueda hacerse cargo de los procesos políticos y su fenomenología propia en un plano distinto de la “caja de herramientas” que sirve de soporte para la operación de pensar lo político. Pero el análisis debe ser capaz, al mismo tiempo, de hacer el viaje-- de ida y vuelta--en ambas direcciones. Esta articulación no “prueba” nada; sirve para ambientar las lecturas de lo real, para direccionar los conceptos y categorías, para dotar de una determinada consistencia los constructos teóricos que se proponen.vii El pensamiento político que es vehiculado bajo la modalidad de “ciencia política” está fuertemente sacudido por efectos entrópicos; instalado en matrices epistemológicas que no se sostienen (salvo por la poderosa inercia de aparatos institucionales que operan “como si”… la crisis fuera un asunto externo que sólo afecta los estilos intelectuales de personas y grupos). Con la cobertura de la condición “científica” de este pensamiento se ha podido transitar un largo período haciendo en buena medida el simulacro de formalizaciones y adaptaciones que luego terminan legitimando el status profesional de la politología.viii De ese modo se instituyen estilos de trabajo académico y prácticas profesionales que suministran la sensación de “normalidad” indispensable para la incesante reproducción de estos aparatos. La más profunda crisis epistemológica puede pasar desapercibida en estos cascarones institucionales. Las rutinas se replican imperturbablemente. De ese modo se consolida un blindaje muy férreo frente a los “agentes externos” que osaran perturbar estos apacibles recintos de la “ciencia política”. Por fortuna, allí también habita la crítica. El status quo es permanentemente contestado por el trabajo creador, por gente que desafía los límites, por una pulsión intelectual que asume nuevos retos. Ello varía de una región a otra y resultaría difícil establecer una equivalencia coordinada entre países e instituciones. Pero es evidente de todos modos que estos actores terminan reconociéndose y su trabajo hace sinergia para potenciar la investigación de los problemas fundamentales.ix En esa perspectiva, son muchos los aportes que se hacen visibles en el trabajo intelectual de mucha gente que está planteándose con toda seriedad, por ejemplo, la recuperación del pensamiento complejo y transdisciplinario como una impronta epistemológica que habrá de marcar una honda huella en las nuevasx miradas de lo político. Pero no habría que hacerse demasiadas ilusiones con la figura de una teoría sustituida por otra o de unas categorías desplazadas por el uso de unas nuevas o de un vacío rellenado por la emanación de una sustancia teórica salvadora que viene a ocupar el mismo viejo molde.xi La prioridad sigue siendo el esfuerzo de desfundamentaciónxii de las nociones, conceptos y categorías que operan como herramientas convencionales de las ciencias políticas. En esta dirección se impone una revisión de las bases “filosóficas” y “científicas” de un amplio parque de suposiciones “universales” que han funcionado por décadas como telón de fondo (como “agenda oculta”) de las interpretaciones más comunes sobre lo político. En la misma perspectiva, se impone una labor de deconstrucción de la batería de dispositivos intelectuales que operan automáticamente como mecanismos surtidores de sentidos, como magma de la significación, como “máquina” (Deleuze) de todas las prácticas de enunciación.xiii Una mirada desontologizadora2 de los conceptos políticos recolaca en otro espacio ideas tan trivializadas como “democracia”, “ciudadanía”, “participación”, “libertad”, “elección”, “partido”, “ideología”, etc. No hay ninguna “esencia” que pueda ser invocada para interpelar lo político: esa sola regla intelectual ya sería un enorme avance para generar verdaderos espacios de diálogo entre tendencias y sensibilidades heterogéneas. En el fondo lo que subyace es una advertencia que debería pasar sin traumas: el pensamiento Moderno se volvió incompetente para dar cuenta de lo posmoderno; la agenda política del viejo liberalismo (lo mismo que las pamplinadas de un neoliberalismo adosado a las fórmulas económicas más trilladas por la ideología globalizadora)xiv está desplazada por fuerza de su propio agotamiento; la lógica del modo Moderno de pensar es inviable para capturar la inteligibilidad de lo posmodernoxv. La investigación epistemológica no puede ser vista como el decorado del trabajo de campo. De esta simplificación se nutren frecuentes experiencias en las que la indagación sobre los procesos reales es incapaz de elevarse hasta una reflexión significativa sobre los propios fundamentos. La dejadez —cuando no la simple ignorancia— en torno al estatuto epistémico que gobierna todo trabajo reflexivo está en la base de muchos malentendidos y de no pocos entuertos en los debates sobre la democracia y tantos otros tópicos controversiales. No se trata de la majadería de solicitar alguna “identidad” paradigmática en los análisis coyunturales de cualquier género. Nadie está en condiciones de formular semejante petitorio con un mínimo de seriedad intelectual. No se trata pues de poner por delante una cómoda declaración de principios donde cada autor confiesa sus filiaciones y pertenencias. Tal declaración sería completamente inútil si de lo que se trata es de interpelar la consistencia teórica 2 En el sentido de una crítica a los fundamentalismos, a la vieja imagen de una “esencia” que estaría siempre oculta debajo de las “apariencias”. De ese modo, los conceptos son formulados más bien en su performatividad, en su capacidad de desempeño, en su fuerza para nombrar lo real, sin ninguna “sustancia” primera que pretenda fundarlos.
3 de análisis y propuestas. Pertenecer a esta o aquélla tribu intelectual agrega poco o nada al espesor de esa consistencia. Por ello conviene remitirse a esta regla de oro: las formulaciones teóricas deben ser examinas y criticadas en los linderos de su propia racionalidad, sin ningún pretexto de suposiciones y sobrentendidos que suelen funcionar más bien como escape o como coartada para no discutir lo que el texto está diciendo (la excusa de la interpretación abierta y las lecturas múltiples sirve muchas veces de simulacro para habilitar debates a la medida, muy pintorescos en su puesta en escena pero poco fecundos para hacer avanzar una problemática cualquiera) La reintroducción de nuevos conceptos, la re-elaboración de categorías que aún pueden aportar en el análisis, la puesta en perspectiva de interpretaciones provenientes de ciertos nichos del pensamiento crítico y la producción misma de una visión radicalmente diferente de lo político, no pueden provenir de un ejercicio heurístico que sólo pulsa la creación intelectual, sin referentes y sin ningún nexo con lo existente. Me parece más bien que las verdaderas opciones teóricas que hoy se perfilan con mayor vigor han estado por mucho tiempo topándose críticamente con las tradiciones, con los “grandes maestros”, con una herencia académica con la que es preciso lidiar. “Hacerse cargo” (Manuel Cruz) no es el gesto cortés de un pensamiento que a fuerza de erudición dialoga diplomáticamente con la bibliografía de actualidad. Es, al contrario, el compromiso ineludible de intentar dar cuenta de las condiciones de funcionamiento del status quo realmente existente, y con ello, establecer —aun cuando fuera aproximativamente— las vías de superación de la crisis.xvi Por ello la insistencia en una apropiada caracterización del estatuto epistemológico del discurso político oficial. De esa caracterización depende en buena medida el chance de repensar lo político, la oportunidad de revitalizar el aparato crítico de una politología desgajada de esta aura decimonónica que impide toda creatividad. La apuesta por un nuevo pensamiento político para América Latina es al mismo tiempo una voluntad de sacudimiento a la escolástica cientificista que congela de antemano las nuevas búsquedas teóricas. Esta mirada genealógicadeconstructiva no es una garantía automática para la creación de nuevos dispositivos epistemológicos. Es sólo el intersticio por donde puede entrar un poco de luz para la investigación que se toma en serio el reto de repensar la política. En especial por lo que corresponde a la impronta de la lógica disciplinaria que está en la base de este formato de “ciencia política”. No se trata sólo de contraponer una teoría política a otra teoría política. El asunto esencial es poder desplegar conceptos y categorías desde otro paradigma, enfoques que se atienen a otros criterios de consistencia, perspectivas que interpretan los procesos echando manos a otra “caja de herramientas”. Las implicaciones para el tratamiento de los temas políticos son enormes. Las consecuencias para la agenda de discusión sobre la democracia son decisivas. “No marco das grandes transformaçoes em curso nao esta mudando tambem o significado de democracia?”xvii
Reconstitución de lo político: la pregunta por la Comunidad “…a una moral impuesta desde arriba y abstracta, yo opongo una ética que mana de un grupo determinado y que es fundamentalmente empática”. MICHEL MAFFESOLI: El tiempo de las tribus
Si es posible superar la “borrachera democrática” (Alain Minc) desmontando su ideologización universalista (lo mismo con categorías tales como “economía de mercado” y “desarrollo tecnológico”) entonces se abre el camino para problematizar la relación entre modelos políticos y lógica societal, entre una cierta ingeniería política y el contenido de las prácticas sociales. En otras palabras: la complicada combinación entre democracia y justicia social. Para una cierta politología positiva esta relación resulta más que embarazosa pues la experiencia histórica nos muestra una y otra vez un divorcio entre estos dos polos. Asistimos a una situación paradojal en la que los cascarones institucionales de la democracia delegativa conviven funcionalmente con los más espeluznantes dramas de exclusión social. La violencia cultural, la explotación económica, la coerción política y variadas modalidades de hegemonía ideológica coexisten con aparente “normalidad”xviii al lado de esta inmensa maquinaria de exclusión y miseria que son nuestras caricaturas de países latinoamericanos.xix El desprestigio de la política y la poca credibilidad de los gobiernos democráticos de la región (no sólo por su proverbial propensión a la corrupción y su legendaria ineptitud para gestionar los asuntos públicos) están seguramente alimentadas por aquella asimetría estructural. La eficacia de los aparatos culturales para legitimar estos modelos democráticos tiene un límite. La experiencia más socorrida ha sido desde siempre el síndrome de las democracias autoritarias, es decir, regímenes formalmente eleccionarios con fachadas institucionales que hacen la cobertura de reglas democráticas, y al mismo tiempo, situaciones de terrorismo de Estado y violencia política generalizada. El expediente de dictaduras militares abiertas está reservado para situaciones límites en las que las tramas del poder no se sostienen ya con los simulacros delegativos de la “democracia representativa”. Así, a largos y trágicos períodos de represión y muerte, siguen otros penosos caminos de remonta por la democracia donde una política agonística va tejiendo lentamente los espacios de la vida ciudadana civilizada. En este
4 pendular llevamos ya siglos en la región y nada parece indicar que estemos al fin montados en el tren de la democracia universal. Pero no sólo en América Latina se vive hoy el intrigante fenómeno del vaciamiento de la política acompañado de su secuela de desencanto y abandono. Diríamos que buena parte de la reflexión actual de la politología europeaxx recae sobre esta desconcertante paradoja: a mayor espacio de libertad, menos interés de los ciudadanos por los asuntos públicosxxi. Hay la tentación de atribuir a la tecnopolítica (la video-democracia) el origen de estos males. Sin duda algo ha ocurrido en las últimas décadas en la propia naturaleza de los mercados electorales, en los circuitos de representación, en los modelos de gestión política, en fin, en la propia gramática de los discursos políticos. La triangulación entre los aparatos políticos tradicionales, las nuevas demandas políticas de actores emergentes y el discurso político predominante se ha vuelto más que problemática. Los esfuerzos de adaptación y funcionalización de estas articulaciones han dado como resultado una massmediatización creciente de la gestión política (no sólo su puesta en escena) a tal punto que en la actualidad ya no se distingue la competencia electoral de cualquier otra modalidad de marketing. La lógica del espacio mediático termina imponiendo su primacía y la política misma se torna un asunto de publicistas y manejadores de imagen. ¿Cómo repercute esta transfiguración profunda de lo político en la conducta de la gente? ¿Cómo se percibe la política después del triunfo massmediático sobre los viejos formatos de gestión de los asuntos colectivos? Tendríamos una primera línea de respuesta a estos inquietantes problemas que se ubica en las fronteras de un colapso civilizacional lo cual estaría llevando irremediablemente a una mutación cultural: Homo videns (Madrid, Edit. Taurus, 1998) La tesis de G.Sartori es sencillamente catastrófica, el mundo estaría en vías de inaugurar una nueva especie humana donde el pensamiento se habrá extinguido bajo el imperio de la imagen. Aquí la política de la imagen no es un recurso técnico que está afuera, sino una condición de la nueva naturaleza humana. ¿Qué es la política en una civilización sin pensamiento? Una segunda línea de respuesta la encontramos en textos como el de Alejandro Piscitelli (Ciberculturas, Buenos Aires, Edit. Paidós, 1995)xxii en los que se problematiza esta cuestión en el ámbito de la cultura, es decir, colocando en un contexto más inclusivo los avatares del discurso político. Con un claro reconocimiento de los cambios profundos que estos procesos están representando para la definición misma de lo político, y al mismo tiempo, haciendo explícita una crítica a las derivaciones apologéticas de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Tendríamos así mismo una tercera línea de respuesta que estaría representada por la investigación que propone Jesús Martín Barbero desde América Latina (De los medios a las mediaciones, Barcelona, Edit. Gustavo Gili, 1897) o Michel Maffesoli desde Europa (La transfiguration du politique, Paris, Edit. Grasset, 1992)xxiiien las que se recupera el fenómeno de la comunicación de masas (con sus específicos ingredientes latinoamericanos en el caso de J. Martín Barbero) en una suerte de nueva narrativa de la vida cotidiana que estaría refundando el espacio de la convivencia política.xxiv Interesa destacar que la cuestión de los medios y la política se convierte progresivamente en un eje de preocupaciones de primer orden.xxv Al comienzo con una clara tendencia a privilegiar una visión instrumental en la que prevalecen las consideraciones sobre la “influencia” de los medios masivos en el desempeño político. Más tarde aparecen las orientaciones teóricas que colocan el fenómeno de la comunicación como un componente sustantivo de una nueva socialidad que está en la base de las prácticas que anuncian una nueva época. Esta nueva perspectiva aún madura su arquitectura epistemológica y su articulación con las prácticas políticas emergentes. Una reflexión teórica que se haga cargo del nuevo contenido de lo comunicacional en la sociedad posmodernizada sería el punto de partida para sobrepasar el límite de una comunicología convencional que se encuentra con su homóloga –la politología—para sugerir interpretaciones interesantes sobre el “vaciamiento massmediático del discurso político”xxvi. Falta todavía el espesor analítico que permita una mayor visibilidad de este tipo de enfoques. En parte las tradiciones de la ciencia política siguen operando como efecto de opacidad para las nuevas ópticas. En parte también la precariedad de las experiencias alternativas siguen cabalgadas por los desbastadores efectos de la crisis del espacio público y la manera como son barridos los dispositivos Modernos del Estado, la institucionalidad política, los mecanismos de participación, los modelos de gestión de conflictos, los discursos constructores de imaginarios colectivos, en fin, el conjuntos de prácticas que se hacían voluntad a través de la organicidad de “Proyectos” e “Ideologías” hoy en plena decadencia. La metáfora del “vaciamiento” intenta nombrar justamente esta implosión que está en el fondo mismo de la idea de “fin de la Modernidad”. Sería muy difícil de entender la naturaleza y magnitud de la crisis del discurso político Moderno sin una apropiada articulación con el colapso de categorías fundadoras como Sujeto, Historia, Progreso, Proyecto, Revolución, Ideología (acompañadas, desde luego, del efondramiento de mega-categorías muy caras a lo político como “libertad”, “Igualdad”, “fraternidad”, “justicia social”, “participación”, etc.) De ese magma epistémico en disolución resuena con fuerza el estrépito de categorías arrogantes como “democracia” o “sistema político”. En el entendido de que no sólo se trata de una constatación en el terreno del pensamiento político, sino principalmente de una conmoción en el plano de la experiencia de la gente, en el corazón de los procesos vitales que hacen posible la difícil y nunca resuelta pregunta por la convivencia.xxvii (¿Podremos vivir juntos? se pregunta Alain Touraine con la misma angustiosa perplejidad con la que una víctima anónima del nazismo se pregunta, mientras avanza el tren que lo lleva al patíbulo y desde su mugrosa ventanilla divisa a unos granjeros en aquella pradera que
5 parece tan normal: “¿ellos y yo somos humanos, pertenecemos a la misma especie?”)xxviii El contrato social Moderno viabilizó por siglos un modo de convivencia fundado —una vez más— en la asimetría estructural: pobres/ricos, dominantes/dominados, incluidos/excluidos, propietarios/desposeídos.xxix Todas las modalidades de liberalismo conducen históricamente al mismo enigmático final: reproducción incesante de la explotación, la coerción y la hegemonía. La humanidad no conoce una sola experiencia en la que algún efecto misterioso de la cultura política haya disuelto este triedro infernal.xxx Más democracia, menos democracia, más distribución, menos distribución, más calidad de vida, menos calidad de vida: he allí la historia política de la Modernidad en Occidente en estos últimos tres siglos. La pregunta por la comunidad que somos no es pues un recurso majadero. Se juega allí –una y otra vez—el chance de constelaciones sociales que no pueden darse por adquiridas. La apuesta por la emancipación sigue siendo utópica, en el doble sentido de una demanda voluntarista por definición que a su vez carece de referente histórico para fundarse. Todas las fuerzas inerciales que provienen del desenvolvimiento espontáneo de la humanidad conducen a la ecodepredación, a tánatos.xxxi No hay mucho que esperar del dinamismo natural de los seres humanos que pueblan el globo terráqueo. Por ello el dramatismo de la pregunta formulada por Alain Touraine, no hay nada que evidencie que “podremos vivir juntos” por el mero de hecho de habitar el planeta. He allí entonces el verdadero asunto del que ha de hacerse cargo el pensamiento político que pugna por emerger. Cualquier chance de convivencia pasa por formular la pregunta originaria: ¿Cuál nosotros? ¿Cuál comunidad?xxxii La “Nación” y la “Patria” surtieron por siglos los insumos de sentido para una modalidad identitaria muy eficaz. Hoy (al lado de una larga cadena del circuito de pertenencia que funciona en toda sociedad: familia, grupo, etnia, región, partido, iglesia) esas categorías hacen agua.xxxiii Bajo la cobertura del “nacionalismo” habitaron diversas representaciones de la “identidad” que han servido de suelo a los sistemas políticos más dispares. Estos agenciamientos identitarios sufren hoy del mismo síndrome de las demás categorías Modernas que agonizan. Las posibilidades de fundar espacios comunitarios “patrióticos” es un anacronismo que sólo se sostiene en el límite de la guerra o en experimentos gregarios neofundamentalistas. Frente al globalismo apologético es probable que una reivindicación nacional surta algún efecto político transitorio. Pero no encuentro allí fuente alguna para alentar una visión de la convivencia que vaya al encuentro de procesos emancipatorios en todas las tramas de la sociedad. La “ciudadanía multicultural” ( Will Kymlicka) ha abierto un ancho espacio para repensar este problema en una visión contra-hegemónica de la mundialización.xxxiv Nosotros los pobres, nosotros los negros, nosotras las mujeres, nosotros los del Sur, nosotros los excluidos, nosotros los aimara, nosotros los patriotas, nosotros los católicos, nosotros los buenos, nosotros los trabajadores, nosotros los machos, nosotros los intelectuales: ¿Cómo redescubrir el arte de pertenencias legítimas? ¿Cómo hacer nuestra la diferencia y la otredad sin que se anule con ello la potencia individual que no es negociable? ¿Cuál ha de ser la socialidad que posibilita una nueva forma de convivencia? ¿Contra qué se enfrenta, hoy?
América Latina: la posmodernidad que somos “Hoy, una radical autorreflexibidad marca partes importantes del pensamiento cultural en el continente, lo que posibilita tematizar las tensiones entre deseo y constelación política y epistemológica con vista a una modernidad cuyas promesas parecen haberse disuelto en la avanzada globalidad”. HERMANN HERLINGHAUS: Modernidad heterogénea
El reconocimiento de la crisis epistemológica del las ciencias políticas y una cierta consciencia de la caducidad de los dispositivos Modernos del espacio público han propulsado una nueva reflexión que intenta hacerse cargo de esa doble dimensión: recuperando la experiencia de los actores emergentes de la “ciudad posmoderna” y reapropiándose las elaboraciones teóricas que fecundan por todos lados. Evitando de entrada un entrampamiento que suele paralizar la reflexión: el nominalismo y el afán de etiqueta. No hay un modo más eficaz de bloquear una discusión que anteponer una “etiqueta” al adversario o autoproclamarse como “vocero” de esta o aquella tendencia. “Posmoderno” funciona muchas veces como esa eficaz etiqueta que distrae la atención en lo superficial metiendo ruido a las condiciones de diálogo teórico. No digo con ello que los nombres con los que identificamos esta época histórica sean enteramente intercambiables y gratuitos (yo mismo he rebatido esta discrecionalidad del lenguaje en casos como el de Omar Calabrese, por ejemplo, que asume el término “neobarroco” como sinónimo de “posmodernidad”)xxxv Pero este saludable rigor terminológico no debe ser confundido con un estilo adjetivo que privilegia las denominaciones respecto a los asuntos sustantivos. En muchas ocasiones el resultado de esta operación es el escamoteo de los asuntos de fondo, la huída respecto a precisiones embarazosas, el recurso de una calificación para evadir la agenda que incomoda.
6 En el mundo de lo político estamos asistiendo a un interesante proceso de renovación teórica que pone en tensión todo el andamiaje del viejo pensamiento político, tanto la politología que se reproduce en los espacios académicos, como el discurso público que recubre la vida institucional en el seno del Estado y los espacios societales más caracterizados. En ninguno de los dos lados hay todavía una condensación suficiente como para hacer alardes de cosa hecha. Se trata en verdad de experiencias germinales que atraviesan el tejido social de manera sintomática, irrupciones fragmentarias que recorren los intersticios de la sociedad de modo rizomático, un “nomadismo fundador” (M. Maffesoli) que bulle por los poros de la vieja racionalidad Moderna. A su tiempo, los esfuerzos de investigación de umbrales sólo envían señales provisorias —aunque prometedoras— de nuevas visiones de lo social; el debate epistemológico provee pistas para orientar la reflexión de fondo. La innovación conceptual y el talento para interpretar los nuevos agenciamientos políticos son apenas promesas y buenas intenciones que están por probar su consistencia y profundidad. Por ello la cautela para acreditar muy rápidamente una experiencia singular o una reflexión teórica con apellidos pomposos como “posmodernas” sin más. Sería preferible dejar que el tiempo haga su trabajo de aquilatamiento y el propio proceso de debates y diálogos vaya decantando lo sustantivo de lo anecdótico, las intenciones de los logros tangibles, la afirmación tajante del gesto seductor. El nuevo pensamiento político que se insinúa en diversas ventanas del paisaje intelectual latinoamericano debe vinculársele con los “territorios posmodernos” (R. Follari) que van dibujándose lentamente en las “tribus urbanas” que dejan su huella y consolidan espacios de socialidad. Vivimos un mundo objetivamente posmodernizado que funciona permanentemente como caja de resonancia para interpretar cabalmente fenómenos como la repolitización del “nuevo espacio público” (como sugiere Dominique Wolton).xxxvi Una tensión ambivalente recorre transversalmente las prácticas y discursos: un vaciamiento brutal del discurso político Moderno, con su secuela de desencanto y desmovilización,xxxvii y simultáneamente, una curiosa revitalización de lo político que viene colándose por los intersticios de la experiencia fragmentaria y fugaz de nuevos agentes sociales que construyen instantáneamente modalidades inéditas de agenciamiento político, respuestas espontáneas y eficaces a los asuntos colectivos de diferente envergadura. Esta paradoja se ha vuelto consustancial a la política realmente existente. No es un “defecto” pasajero del que cabría librarse por efecto de una pretendida “vuelta del Sujeto”. La nostalgia por la política repleta de sentido, encarnada en la retórica de los grandes Proyectos e Ideologías robustas, propulsada por las “fuerzas motrices” del cambio y el Progreso, afincada en la “leyes históricas del desarrollo social”, en fin, esa política pensada desde la cúspide de la razón científica, es sólo eso: añoranza por los buenos tiempos de las certidumbres y las teleologías reconfortantes. La mala noticia para el espíritu Moderno es que esos tiempos se han esfumado. La buena noticia para los demás es que de eso se trata: hacerse cargo de las enormes posibilidades abiertas a partir del derrumbe de las promesas de la Modernidad. Para muchos intelectuales que trabajan el campo político con verdadera voluntad innovadora el impacto de la crisis ha dejado atrás su impronta paralizante. De “la perplejidad” (Javier Muguerza) hemos pasado lentamente a un tono menos plañidero. No diría que hayamos entrado a la algarabía de la gran fiesta posmoderna pero es notable la diferencia con los climas luctuosos de los años ochentas. Esta nueva atmósfera intelectual está facilitando la circulación de ideas, el debate de la producción teórica diferenciada, la recepción menos prejuiciada de los planteamientos que se promueven con la presunción de “enfoques posmodernos”. Los colegas que siguen de cerca la evolución de esta agenda en las últimas dos décadas notarán con mucha claridad la diferencia de tono de los alegatos del discurso académico que se reclama de la ciencia política. A este desbloqueo han contribuido la fuerza brutal de los hechos que se han encargado de minar los últimos refugios del academicismo más decimonónico y la maduración de enfoques y propuestas que han marcado muy fuertemente la agenda de debates en los últimos años. Gracias a estos nuevos aires que empiezan a refrescar los ambientes intelectuales en América Latina es posible hacer avanzar hoy un diálogo más fecundo sobre asuntos tan decisivos como el de la representación y los soportes discursivos donde está anclada esta categoría en el ideario Moderno de la política (de Hannah Arendt a Norberto Bobbio, para insinuar un itinerario que habla por sí solo del modo como una cierta cultura política y académica se ha esforzado por dar cuenta de la precariedad del suelo fundador de cualquier modelo e convivencia, incluida la “democracia” y sus variadísimas matizaciones históricas y teóricas) Lo que ha entrado definitivamente en crisis es el supuesto mayor de una articulación –legítima y funcional— entre unos individuos “ciudadanizados” y las reglas de gobierno construidas bajo el supuesto de su consentimiento. Allí reposa la clave de una idea de democracia que se ha instalado, ya no sólo como fórmula instrumental de una ingeniería política más o menos rupestre, sino como patrimonio universal de la humanidad, como una de las máximas conquistas exhibibles por la ideología globalizadora. La gran coartada de la representación política ha sido durante siglos la sustitución formal de asimetrías estructurales recubiertas sistemáticamente por la “libertad” abstracta, la “igualdad” abstracta y la no menos abstracta “fraternidad”. La reproducción del poder ha sido asegurada durante todo el trayecto de la Modernidad por una combinación de consensos negociados agonísticamente y un poder de coerción nada metafórico que ha resguardado —y sigue resguardando— la perpetuación de intereses en el seno de sociedades escindidas. La gracia del formato Moderno de la política a partir del siglo XVIII es haber logrado hacer viables ficciones de comunidades que en el fondo son insostenibles. La “naturalización” de las asimetrías que están en la base de estos modelos societales ha sido la tarea mayor de los discursos culturales de Occidente. El discurso político y sus diversas derivaciones en modelos de gobierno no han hecho otra cosa que asegurar la reproducción
7 incesante de esa lógica. El paradigma del “Estado democrático”xxxviii es la quintaesencia de este juego universalizado por la cultura occidental y relegitimado por el estruendoso fracaso de las alternativas “socialistas” que han copado el imaginario alternativo durante ese largo recorrido.xxxix La representación está en problemas, no sólo porque de suyo fue siempre una operación equívoca, sino porque se ha agotado la fuente de sentido mediante la cual fue posible el juego de un “Sujeto” cuya consciencia podía ser mediada y “representada” en el espacio público. La primera condición para asegurar este juego fundador de la democracia es que los individuos puedan transparentar sus intereses y aspiraciones en el espacio específico de lo político. ¿Cómo?xl El Estado ha sido históricamente la figura emblemática del espacio de “todos”. Pareciera obvio que esta imagen oculta un fondo en el que se revelaría la ficción de esta unicidad. Todo Estado es siempre un cuerpo de dispositivos orientados a la reproducción de un específico marco de poder. Sólo que esta función básica no sería posible sin una amplia zona de intermediación en la que los actores en pugna encuentran parcialmente áreas de intersección para negociar los conflictos. De ese modo, la figura del Estado se ha revelado en todo el trayecto de la Modernidad como el espacio de legitimación por excelencia. La democracia procedimental hace el resto. Esta arquitectura política variará en los contextos culturales diversos donde ha echado raíces pero siempre bajo el aura de una naturalización que sirvió de lecho a la gobernabilidad. En América Latina ha ido de la mano de las grandes gestas independentistas que coparon nuestra historia en el siglo XIX. De lo que se trató siempre fue de instaurar la república independiente. La impronta anticolonial fue suficientemente poderosa como para diferir el debate sobre los contenidos del Estado. Nuestros países se inauguraron como prototipos del carácter “universal” de la república Moderna. Sin agregar demasiadas originalidades al estado del arte que ya estaba inventariado en el ideario de la Ilustración. Estado y democracia tienen en el imaginario latinoamericano la huella de acta de nacimiento, independientemente de la experiencia real de una historia traumática en la que una cultura democrática verdadera nunca ha podido encarnarse como sentido común de la gente. Nuestro Siglo XX fue un gigantesco laboratorio donde se puso a prueba toda la carga de categorías universalizadas como “Estado” y “democracia”.xli Es probable que estos valores estén hoy más próximos al sentido común colectivo. Pero se arrastra de igual modo un enorme pasivo durante estos últimos dos siglos en los que la institucionalidad democrática corre pareja con el insoluble drama de la pobreza y la exclusión. A la crisis generalizada del discurso político de la Modernidad en el Norte se agrega en el Sur la incapacidad manifiesta de nuestros modelos políticos para hacerse cargo de “la cuestión social”. De ese modo, la crisis del formato Moderno de representación está agravada en América Latina por la proverbial incapacidad de los sistemas políticos para incluir a una gran porción de la sociedad que ha permanecido al margen durante siglos. No es extraño entonces que se viva como gran fraude la apelación a elecciones y simulacros de consulta que sólo sirven para legitimar modelos brutales de exclusión. Tampoco debe extrañar la escasísima credibilidad de instituciones políticas como el parlamento o los partidos que son percibidos por la gente como mascaradas para canalizar la corrupción o los intereses primarios de sectas y pandillas. La partidocracia es una derivación “natural” de la descomposición de la política. Ingenuo sería creer que el descrédito de la política es una cuestión de “imagen” que podría resolverse con campañas publicitarias o cosas parecidas. Asistimos al estado terminal de un proceso degenerativo que no puede recomponerse en el seno de la misma lógica. Todo el alegato cotidiano del funcionariado de la política por un “adecentamiento”, por una “modernización”, por “justicia social” y por “más democracia” resuena cacofónicamente como gesto pragmático de supervivencia. La gente ha sido estafada una y otra vez. Los rituales electorales están más que desgastados. Los aparatos políticos son cascarones vacíos. Los Estados nacionales son parafernalias cada vez más disminuidas en la mundialización. La ciudadanía es una figura del derecho con escasísima correlación con la calidad de la convivencia públicaxlii De allí una clara tenencia experimentada en los últimos años--la anti-política—que consiste en una simpática frivolización del espacio público copado por cantantes, animadores, reinas de belleza y atletas haciendo de líderes.xliii La pregunta por la comunidad en América Latina tiene que partir de una revisión crítica del itinerario del “EstadoNación” y una puesta al día de las nuevas condiciones socio-culturales de la política-mundo.xliv Hay caminos bloqueados que es inútil recorrer, como el de la restauración de los partidos políticos, por ejemplo. Los desafíos van por otro lado. Se trata más bien de una búsqueda que empieza por interpelar la constitución de nuevas subjetividades que pugnan por expresarse, que no encuentran todavía canales propios de representación, que no cuentan con la visibilidad de un “nosotros” para fundar lasos de la sociedad toda. Pero que son el embrión de la comunidad que viene, es decir, constituyen el punto germinal de una nueva socialidad a partir de la cual puede reintroducirse la pregunta por la pertenencia.xlv Un “nosotros” sin fundamentalismos y sin demasiadas aspiraciones prometéicas: fugaz, transitorio, nómada, fragmentario, instantáneo, débil, lúdico, conflictual.xlvi Sin ingenuidades respecto al poder y sus máscaras que encuentra los modos más inesperados para reproducirse incesantemente.xlvii Nuestras sociedades latinoamericanas tienen asignaturas pendientes que la Modernidad política resolvió hace
8 mucho en otras latitudes. De ese “déficit” no se sigue que debamos esperar etapistamente a cumplir la nunca resuelta conciliación entre modernización y Modernidad. Se hizo tarde para esta operación. Nos posmodernizamos cuando apenas estábamos descubriendo las bondades de una cultura democrática. Tal vez no sea ese un defecto sino la particularísima manera de ser “híbridos” (Néstor García Canclini) en tiempos acelerados, superpuestos, simultáneos. Se trata ahora de redescubrir las potencialidades de esta larga experiencia acumulada en el curso de los últimos dos siglos. Hay allí un suelo fecundo para la imaginación creadora, para la audacia política, para la asunción comprometida de estos nuevos retos. Nos toca trabajar simultáneamente con viejísimos problemas del capitalismo más feroz (explotación, coerción, hegemonía)xlviii y con la emergencia de toda una constelación de nuevas prácticas y discursividades que no caben en el formato del discurso político Moderno.xlix No podemos concentrar la mirada solamente en la “lógica tribal” que efervesce en la intersubjetividad de las nuevas generaciones. Estas “tribus urbanas” son el punto visible de una socialidad más profunda que está en curso.l Pero todo ello acontece simultáneamente con lógicas brutales de miseria, violencia y exclusión que no están “afuera”. Se trata de un complejo entramado de temporalidades, de antagonismos y de diversidad de prácticas y discursividades que en su conjunto dibujan el trazado de nuestra singular posmodernidad latinoamericana.li Una perspectiva crítica para hacerse cargo de estos procesos supone también un necesario “ajuste de cuentas” con aquellas tradiciones intelectuales que se posicionaron tempranamente de la vanguardia: tanto en la lucha teórica como en las confrontaciones políticas.lii Lo que decimos es que esa experiencia puede ser pensada desde otro lugar, que la vivencia de las nuevas intersubjetividades pueden ser recuperadas para intentar generalizar otros valores colectivos. Una nueva reflexividad puede entroncar con los brotes irrupcionales de la socialidad posmoderna. Desde allí pueden propulsarse otros agenciamientos políticos que apunten –sin pretensiones—a dibujar la silueta de una lógica comunitaria de nuevo tipo.liii No hablamos desde las alturas de un “proyecto político”. Apenas nos atreveríamos a insinuar la perspectiva de encuentros transversales tensados por la pulsión de “sentir juntos” (Michel Maffesoli) Desde de esos embriones proxémicos podría perfilarse un “nosotros” fundado en la diferencia y el conflicto, desde luego, pero capaz de asentar alguna base para una convivencia con sentido. ”Tal como ocurre con las formas efervescentes de las utopías con mayúscula, se trata de vivir, en minúscula, una multiplicidad de pequeñas utopías intersticiales”liv
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NOTAS i
“Una cierta idea del fin de la política se enuncia así: secularizar la política como se han secularizado otras actividades que tocan a la producción y reproducción de individups y grupos, abandonar las ilusiones atadas al poder, a la representación voluntarista del arte político como programa de liberación y de promesa de felicidad”. Jacques Ranciere: Aux bords du politique, Paris, Edit. La Fabrique, 1998, p.19
ii
“…si la modernidad se define como fe incondicional en el progreso, en la técnica, en la ciencia, en el desarrollo económico, entonces esa modernidad está muerta”. Edgar Morin, Los siete saberes necesarios de la educación del futuro, Caracas, Edit. CIPOST/UNESCO, 2000
iii “La política existe mientras haya formas de subjetivación singulares que renueven las formas de inscripción primera de la identidad entre el todo de la comunidad y la nada que la separa sí misma…” Jacques Ranciere: El desacuerdo, Buenos Aires, Edit. Nueva Visión, 1996, p.153 iv
La clásica figura del partido como dispositivo por excelencia para la gestión de demandas de los grupos sociales ha sido corroída en su base. En su lugar, el “mercado” político se procesa hoy a partir del establecimiento mass-mediático, con reglas y mecanismos completamente diferentes. Los cascarones partidarios siguen existiendo pero convertidos cada vez más en agencias de publicidad o en oficinas de empleo para militantes ávidos de recompensas “por los servicios prestados”
v
“… como lo repetimos desde hace años, la cuestión a la orden del día es la de una política sin partido”. Alain Badiou: Abrege de metapolitique, Paris, Edit. Seuil, 1998, p.138 vi “Esa ´política´ de empresas equivale al decreto de muerte de la política”. Milton Santos: Por uma outra globalizacao, Rio de Janeiro, Edit. Record, 2003, p.67 vii
“… uno no puede hacer análisis a partir de una clásica instrumentación teórica poniendo en acción la simple causalidad, la linealidad u otras formas de determinismo”. Michel Maffesoli: Au creux des apparences, Paris, Edit. Plon, 1990, p.154 viii
“La extensión de una concepción sólo formal, normativa y procedimental de la democracia, que se ha ido imponiendo tanto en los medios académicos como en los medios de comunicación en estas dos últimas décadas, se caracteriza por su debilidad empírica, por su falta de conciencia histórica, por su patente ausencia de talante crítico en relación a las ´democracias realmente existentes´”. Francisco Fernández Buey: Ética y filosofía política, Barcelona, Edit. Bellaterra, 2000, p. 231 ix
“Si hablamos de lenguaje en tiempos modernos, estamos hablando de modernidad y posmodernidad. Serían dos formas pensar, sentir, actuar, imaginar y narrar…”, Octavio Ianni: Enigmas da modernidade-mundo, Rio de Janeiro, Edit. Civilizacao Brasileira, 2000, p.235 x
Trabajos como los de Danilo Zolo (Democracia y complejidad, Buenos Aires, Edit. Nueva Visión, 1994) o los de Nicolas Tenzer (La sociedad despolitizada, Buenos Aires, Edit. Paidós, 1991) muestran las posibilidades que se abren a partir de reformulaciones que intentan hacerse cargo de los problemas verdaderos del pensamiento político contemporáneo. xi
“Los nuevos problemas no van a tener espontáneamente una evolución positiva”. Fernando Calderón: La reforma de la política, Caracas, Edit. Nueva Sociedad, 2002, p.92
xii
Roberto Follari ha insistido en sus trabajos en esta idea de “desfundamentación epistemológica” (R. Follari, La desfuntamentación epistemológica contemporánea, Caracas, Edit. CIPOST, 1998)
xiii
“…alentar un nuevo saber sobre lo político, por mucha pasión y razón que pongamos en ello, no puede hacernos olvidar que las diferentes disciplinas que se afanan en la renovación de un discurso del ´método´ político… no aspiran a verdades eternas, sino a disfrutar con postmoderna… de la contingencia de unas metafóricas reglas que nos ayudan a comprender lo político”. Agapito Maestre: La escritura de la política, México, Edit. CEPCOM, 2000. p.45
xiv
“…tendríamos que empezar a plantearnos un liberalismo postpolítico…”. Agapito Maestre: Política y ética, Madrid, Edit. Unión, 1997, p.57
xv Creo que el esfuerzo más notable de una mirada Moderna frente a la Modernidad lo tenemos en la obra de Alain Touraine, sobre manera, en textos tan notables como Crítica de la modernidad (Madrid, Edit. FCE, 1994) donde podemos encontrar una radiografía muy severa del colapso de la categoría de “Sujeto”, con todo lo que ello implica para el mundo de lo político xvi
“El grave problema que caracteriza a nuestra época es que mientras el neoliberalismo exhibe evidentes síntomas de agotamiento, el modelo de reemplazo todavía no aparece en el horizonte de las sociedades contemporáneas”. Atilio Borón: “Sobre mercados y utopías: la victoria ideológico-cultural del neoliberalismo”. Cadernos de estudos sociais, Vol. 17/N. 2. Recife, Julio/Diciembre 2001, p.185
xvii
Norbert Lechner, “Os novos perfis da politica. Un esboço”. En Marcello Baquero, Cultura política e democracia, Porto Alegre, Edit.
10
Universidade UFRGS, 1994, p. 24 xviii
“La normalidad es más potente y está más arraigada cuando pasa inadvertida…” Zygmunt Barman, En busca de la política, Buenos Aires, Edit. FCE. 2001, p.151
xix
“La dominación, brutal o sutil, tiene necesidad del saber, tanto para legitimarse, como para ganar en eficacia”. Michel Maffesoli: La transfiguration du politique, p.53
xx
“De un lado a otro de Europa occidental un solo grito parece unánime: líbérennos de la política”. Pascal Bruckner: La melancolie democratique, Paris, Edit. Seuil, 1990, p.68 xxi Hay una abundante producción intelectual sobre este fenómeno de la que sólo recordamos el emblemático ensayo de Victoria Camps, Paradojas del individualismo, Barcelona, Edit. Crítica 1993 xxii
Existe una amplia bibliografía sobre esta temática. Algunas referencias emblemáticas: Georges Balandier, Le pouvoir sur scenes, Paris, Edit. Ballard, 1992 / Javier Echeverría, Cosmopolitas domésticos, Barcelona, Edit. Anagrama, 1995 / Jean-Marie Guehenno, El fin de la democracia, Barcelona, Edit. Paidós, 1995/Victoria Camps, El malestar de la vida pública, Barcelona, Edit. Grijalbo, 1996 / Pierre Bourdieu, Sobre la televisión, Barcelona, Edit. Anagrama, 1997/Norbert Bilbeny, Política sin Estado, Barcelona, Edit, Ariel, 1998 / Ignacio Ramonet, La tiranía de la comunicación, Madrid, Edit. Debate, 1998 / Manuel Castells, La galaxia internet, Madrid, Edit. Paza & Janes, 2001 / Michel Cenecal, L’espece mediatique, Montreal, Edit. Liber, 1995 / Jesús González Requena, El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad, Madrid, Edit. Cátedra, 1992 / Cándido Monzón, Opinión pública, comunicación y política, Madrid, Edit. Tecnos, 1996 / Alejandro Piscitelli, La generación nasdaq, Buenos Aires, Edit. Granica, 2001 / Rossana Reguillo, Emergencia de culturas juveniles, Buenos Aires, Edit. Norma, 2000 / Eduardo Subirats, Culturas virtuales, Madrid, Edit. Biblioteca Nueva, 2001 / José Terceiro, Sociedad Digital, Madrid, Edit. Alianza, 1996.
xxiii “Asistimos a una menera de ser y de pensar atravesadas por la imagen, el imaginario, lo simbólico, lo inmaterial. La imagen como mesocosmo, es decir, como medio, como vector, como elemento primordial del lazo social” Michel Maffsoli: Notes sur la postmodernite, Paris, Edit. Le felin, 2003, p.40 xxiv
“La reformulación del diálogo de Europa con América Latina interpela a los enunciadores”. Jesús Martín-Barbero y Hermann Herlinghaus, Contemporaneidad latinoamericana y análisis cultural, Madrid, Edit, Iberoamericana, 2000, p. 130
xxv
“La virtualización de la política: esa es, ya no cabe duda, la más grande corrupción política de nuestro tiempo”. Fernando Mires: Teoría de la profesión política, Caracas, Edit, FACES, 2001, p.92
xxvi En su momento me he ocupado parcialmente de esta arista del problema. Remitiría a los siguientes textos: “El vaciamiento massmediático del discurso político”, Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados, (RELEA) N. 0. Caracas, Julio 1995. “Lo que el fin de la política quiere decir”, RELEA, Nº 1/Caracas, Agosto 1996. “Repensar la política en tiempo posmoderno”, RELEA Nº 3. Caracas, Septiembre-Diciembre, 1997. “Pensar la ciudadanía después de fin de la política”, RELEA Nº 11/Caracas, Mayo-Agosto, 2000. “Las condiciones posmodernas de la política”, en Xiomara Martínez (Comp.), Paradojas de la política en tiempos posmodernos, Caracas, Edit. CIPOST, 2000. “El debate democrático: precisiones”, en Rigoberto Lanz (Comp.), El malestar de la política, Mérida, Edit. ULA, 1994 xxvii
“Vivir juntos, si, pero qué es lo que eso quiere decir?...quién se dirige a quién para solicitar cómo vivir juntos?”. Jacques Derrida: “Lección”. En Jean Halperin (Comp.): Comment vivre ensemble? Paris, Edit. Albin Michel, 2001, p.183
xxviii
“… nosotros estimamos posible que nos interroguemos sobre los motivos de la capacidad humana de apocalipsis”. Peter Sloterdijk: La domestication de l´Etre, Paris, Edit. Mille et une nuit, 2000, p.34
xxix “…la mundialización salvaje constituye una forma agravada de desarrollo desigual, implica una aceleración del pillaje planetario y de la sobreexplotación de bienes comunes de la humanidad”. Pierre-Andre Taguieff: Resister au bougisme, Paris, Edit. Mille et une nuit, 2001, p.109 xxx “… al lado del progreso de la industria y de la ciencia se ha acumulado un formidable potencial de destrucción de eso que se creía la gran conquista de la civilización”. Claude Lefort: La complication, Paris, Edit. Fayard, 1999, p.252 xxxi
“El enemigo de la humanidad ya no es el vecino, son las fuerzas de muerte que han desencadenado el desarrollo incontrolado de la tecnociencia y del nacionalismo absoluto”. Edgar Morin: “Le monde comme notion sociologique”. En Daniel Mercure (Comp.): Une societe-Monde?, Laval, Edit DeBoeck Universite, 2001, p. 196 xxxii
“…allí se encuentra estallada la ontología del ser, el sustancialismo que permanece como la armadura esencial de la mayor parte de los análisis sociales contemporáneos”. Michel Maffesoli: La part du diable, Paris, Edit. Flammarion, 2002. p.218 xxxiii
« De una manera metafórica podríamos decir que el territorio no es posible sino en su negación”. Michel Maffesoli: Le voyaje ou la conquete des mundes, Paris, Edit. Dervy, 2003, p.72. “En vez del ´fin de la historia´, es al fin de la geografía a lo que asistimos”. Paul Virilio: La bombe informatique, Paris, Edit. Galilee, 1998, p.19 xxxiv
“… es a nivel del sistema político que pueden ser discutidas y tomadas en consideración las demandas más o menos conflictivas
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asociadas a la existencia de particularismos culturales”. Michel Wieviorka: Une societe fragmente? Paris, Edit. La Decouverte, 1996, p.54. « La pluralidad tiene doble cara. La inestabilidad de referentes no es garantía de un mayor pluralismo”. Martín Hopenhayn: “Esquirlas de utopía: voluntad de poder, vibración transcultural y eterno retorno”. En Varios:Habitantes de Babel, Barcelona, Edit. Alertes, 2001, p.385 xxxv
Roberto Follari y Rigoberto Lanz, Enfoques sobre posmodernidad en América Latina, Caracas, Edit. Sentido, 1998
xxxvi
“El desafío cultural es el horizonte de la mundialización…no hay comunicación intercultural sin proyecto político”. Dominique Wolton: L´autre mondialisation, Paris, Edit. Flammarion, 2003, p. 199
xxxvii
“Para muchos, el intenso descreimiento apoderado de la política convierte la ciudadanía en un lugar estéril”. Carlos Mario Perea Restrepo: “¿Qué nos une?”. Revista Palimpsesto, N.1, Bogotá, 2001, p.39 xxxviii « … las diversas particularidades regionales, las especificidades locales. Los diversos dialectos, los usos y costumbres, los modos de vida, incluso las instancias de gestión o de gobiernos provinciales, son poco a poco evacuados, suprimidos, en beneficio de los Estados nacionales…” Michel Maffesoli: Notes sur la postmodernite, Paris, Edit. Le Felin, 2003, p. 22 xxxix No hace falta recurrir a una versión apologética y superficial como la F. Fukuyama para reconocer la primacía de un modelo ideológico que tiene como virtud principalísima su encarnación en el sentido común dominante de buena parte de los habitantes del planeta. El “triunfo de Occidente” es en buena medida la objetiva universalización del mercado, la democracia y la tecnología como el triedro civilizatorio más potente que la humanidad haya conocido hasta hoy. xl
“La calidad de la democracia está relacionada con el fenómeno de expansión de la ciudadanía, es decir, con los problemas de participación, representación y satisfacción ciudadana en los procesos de toma de decisiones en los niveles locales, regionales y centralizados”. Manuel Antonio Garretón: “Reexaminando las transiciones democráticas en América Latina”. En Agustín Martínez (Comp.): Cultura política, partidos y transformaciones en América Latina, Caracas, Edit. CIPOST, 1997. p.70
xli
“En el caso de América Latina, la situación no podía ser más contradictoria. Conviven distintos tiempos históricos, desde la premodernizad hasta la posmodernidad”. Martín Hopenhayn: Repensar el trabajo, Buenos Aires, Edit. Norma, 2001, p.19
xlii
“…el malestar en la democracia es, en América Latina, un ejemplo extremo del malestar de los ciudadanos ante las limitaciones de los gobiernos para resolver los problemas sociales…” Ludolfo Paramio, “La globalización y el malestar de la democracia”. En Revista Internacional de Filosofía Política, Nº 20/Madrid, Diciembre 2002, p.20
xliii
“…se propone una solución a-política cuando no claramente impolítica. Con ello se abandona uno de los ejes cardinales de la política: quien no vive en la polis o es un idiota o es un dios”. Fernando Quesada: La filosofía política en perspectiva, Barcelona, Edit. Anthropos, 1998, p.13
xliv “…el multiculturalismo puede suponer un problema, tanto a la hora de diseñar una ciudadanía política, como a la de esbozar un ideal de ciudadanía cosmopolita”. Adela Cortina: Ciudadanos del mundo, Madrid, Edit. Alianza,1997, p.261 xlv « Los términos de tribu o de tribalismo me parecen los más adecuados para traducir las identificaciones sucesivas inducidas por esas matrices comunes que son las grandes metrópolis”. Michel Maffesoli: La transfiguration du politique, p.257 xlvi
“Tribus religiosas, sexuales, culturales, deportivas, musicales; su número es infinito, su estructura idéntica: relajadas, compartiendo sentimientos, ambiente afectivo” Michel Maffesoli: Notes sur la postmodernite, Paris, Edit. Le Felin, 2003. p.33
xlvii “Una política de la civilidad apela, a la vez, a un esfuerzo por transformar radicalmente las estructuras de la dominación, democratizar y civilizar al Estado, y a un esfuerzo por civilizar la revolución, la revuelta y la insurrección” Etienne Balibar: Nous, citoyens d´Europe?, Paris, Edit. La Decouverte, 2001, p.202 xlviii “Diferentes formas de opresión o de dominio generan formas de resistencia, de movilización, de subjetividades y de indentidades colectivas también distintas, que invocan nociones de justicia diferentes”. Boaventura De Sousa Santos: Reconhecer para libertar, Rio de Janeiro, Edit. Civilizacao Brasileira, 2003, p.61 xlix
“…asistimos a un deslizamiento de un ideal democrático, teórico, conceptual, lejano, hacia un ideal comunitario, de la imagen, del estilo, de un forma vivida en común en el cuadro de lo cotidiano”. Michel Maffesoli: La contemplation du monde, Paris, Edit. Grasset,1993, p.141
l « Nos hallamos lejos de la estructura lineal y continua que caracteriza a las instituciones racionales de la modernidad”. Michel Maffesoli: Elogio de la razón sensible, Barcelona, Edit. Paidós, 1997, p.49 li
“…no se cuenta ya más con discursos morales que puedan justificar para sí una legitimidad prediscuriva”. José Joaquín Brunner: Globalización cultural y posmodernidad, Santiago de Chile, Edit. FCE, 1999, p.245
lii “Mi tesis es que sí existe un paradigma de la Teoría Crítica”. Rafael Farfán: “Metacrítica de la Teoría Crítica”. Revista Política y Sociedad, N. 38/ Madrid, Septiembre-Diciembre, 2001, p.223
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liii
“… yo intento analizar la emergencia de una cultura del sentimiento donde predomina un clima, la vivacidad de las emociones comunes y la necesaria superfluidéz a partir de lo cual pareciera estructurarse la sociedad postmoderna” Michel Maffesoli: La transfiguration du politique, p.20
liv
Michel Maffesoli: La transfiguration du politique, p.102