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Mi Belén en la Sierra Tarahumara

Uno de los tantos regalos que he recibido en este tiempo de Filosofía en México, por parte de Dios y la Compañía, ha sido el poder tener un apostolado con el mundo indígena. Trabajar en el Equipo de Apoyo a Migrantes Indígenas y poder tejer una relación con diferentes pueblos originarios me ha dado una sensibilidad distinta para concebir la vida pastoral, mi vocación, y mi principio y fundamento. Quiero compartirles mi experiencia de Navidad con el pueblo rarámuri, ubicado en la Sierra Tarahumara en el estado de Chihuahua, donde he vivido mis experiencias de misión en los meses de diciembre del 2019 y 2020. Este compartir tiene sus limitaciones, ya que la cosmovisión de esta comunidad es muy amplia y compleja de entender y haría falta estar de lleno para poder comprenderla; sin embargo, es vivo y profundo.

[...] y así comienza mi viaje, [...] imaginando a la Virgen casi de nueve meses en medio de la Sierra [...]

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Para la gran mayoría de las personas que vivimos los Ejercicios espirituales de San Ignacio, uno de los momentos más significativos es la contemplación del nacimiento [110]. Ignacio apela a todos nuestros sentidos para ejercitarnos en el sentir y gustar y así conocer y amar a este Jesús apasionante. Los primeros puntos nos plantean ver con la vista imaginativa el camino de Nazaret a Belén y así comienza mi viaje, sobre el camino que recorría de Samachiki a La Gavilana (mi lugar de misión), imaginando a la Virgen casi de nueve meses en medio de la Sierra, una caminata de más de cinco horas por un bosque espeso de pinos y encinos, unos aguajes de color azul cristalino y una tierra árida, rocosa, y llena de barrancos imponentes y extenuantes.

Llegué a la Gavilana al atardecer, ya todos estaban en sus casas, y conocí a Goyo Kímari, uno de los fiesteros encargados de la celebración de Navidad.

Goyo me dio la bienvenida, a mi y a mis compañeros misioneros, y nos invitó a la fiesta. Esa primera noche descansamos y al día siguiente salimos a visitar algunas casas. Es poco lo que se puede visitar, puesto que el pueblo rarámuri vive disperso y no hay una concepción de aldea o pueblo tradicional como se concibió en las reducciones del Paraguay. Los rarámuris siempre se resistieron a juntarse, y, por tanto, el reunirse en el templo los domingos para el rezo o para las fiestas, se vuelve un acontecimiento central. Durante la primera mañana visitamos a Chinto y su esposa, ellos nos brindaron un desayuno con tortillas recién hechas y café caliente que acompañamos con el paisaje alucinante de las barrancas de la Sierra que se veían desde su casa, ubicada en la cima de un cerro. El rarámuri es de pocas palabras, así que la visita se trata simplemente de estar y de compartir lo que se tiene; teniendo poco te ofrecen todo. Luego pasamos a la casa de Belacio, otro fiestero, que además es chapeioco (1). Este rarámuri es bastante especial, es muy conversador y bromista, tiene una voz aguda y siempre se le ve muy feliz, sería él el anfitrión de la celebración. Cuando llegamos a su casa había gran revuelo: Refugia, su esposa, estaba muy atareada con los preparativos de la fiesta, ella, junto a las otras mujeres se estaban encargando de preparar el tesgüino (2). Mientras conversábamos fui observando como preparaban todo el espacio para celebrar el Yúmari, así llaman al ritual: se ubican tres cruces frente a una mesa y otra, que representa al de abajo, es decir, al malo, se ubica detrás para que este no cause estragos. Resulta curioso que se le haga partícipe de la comunidad y de la fiesta.

[...] el reunirse en el templo los domingos para el rezo o para las fiestas, se vuelve un acontecimiento central.

La velada comenzó y uno de los momentos más especiales fue el ofrecimiento de una chiva a Onoruáme, el que es Padre y Madre, “Él nos la

ha dado y a Él se la devolvemos en agradecimiento por todo” me dijeron. Valencio, un hombre muy trabajador, humilde y desde su sencillez fue el encargado de desangrar la chiva, yo le ayudaba a sostener las patas de la chiva mientras observaba su cara de reverencia y respeto por aquel momento tan ritual y significativo. Mientras tanto, Julio, otro chapeioco, iba purificando el espacio con un copal de un olor que jamás olvidará mi cuerpo: pasó rodeándonos a cada uno, posteriormente ofreció a los cuatro puntos cardinales un poco del tesgüino que se iba cociendo y luego lo repartió entre los que estábamos allí. Seguido de esto, se ofreció la sangre de la chiva y se inició la preparación del tónari (3). Como todas las fiestas rarámuris, esta continuó en la noche, a la par con mi contemplación del nacimiento. Cargado de imágenes, sabores y olores veía a María y a José en cada mujer y hombre rarámuri, observaba lo que hablaban, lo que hacían y, disponiéndome para dejarme llevar, me vestí de matachín (4) para la danza, que es el rito central en la liturgia de los rarámuris. El traje litúrgico de los danzantes, la música, las evoluciones del baile y, en general, todos los elementos de esta fiesta, reflejan la síntesis cultural entre el mundo americano y el europeo.

[...] observaba lo que hablaban, lo que hacían y, disponiéndome para dejarme llevar, me vestí de matachín para la danza [...]

La noche estaba vestida de colores, la alegría inundaba el corazón, después de doce piezas de un solitario, pero alegre violín se elevaba un rezo y se compartía el nawésare (5). Así fui pasando mi noche de Navidad, bailando y agradeciendo junto a los rarámuris que onorúame se hacía un rarámuri más, que quería vivir entre nosotros. La consolación que trae este Jesús con su venida la podía sentir al contemplar e imaginar su nacimiento en una de estas sencillas casas de barro, a la luz de la leña, visitado y acompañado por estos pastores vestidos de matachín que querían ofrendarle su danza.

En medio de la incertidumbre, de un año tan complejo para tantas personas, podía sentir como en la madrugada, la luz no se apagaba, pues en este rincón del mundo había hombres y mujeres llamados a adorar al niño. Eran los últimos de nuestra sociedad los que tuvieron la dicha de verlo primero, de acogerlo y vivirlo. Al final de la noche, ya a la espera del amanecer, la generosidad y todo lo que la palabra comunidad puede significar la puedo resumir en el momento de la repartición del tónari: es el momento más eucarístico. El caldo junto a las tortillas es la acción de gracias que te dan por asistir a la fiesta, por acompañarlos, por venir desde lejos y danzar. Allí, en medio de los rostros iluminados por la luz de la fogata, el niñito de María y José nacía en este sencillo, pero sentido compartir.

(1) Cargo comunitario que tiene la función de preparar y animar la fiesta, es quien hace la invitación para danzar. (2) Bebida fermentada tradicional de maíz para la fiesta. (3) Caldo de chiva o res que se ofrece en la fiesta a toda la comunidad. (4) Persona que baila con capas de tela vistosa, coronas de espejos y listones con música de violín y guitarra, con ritmos alegres. (5) Consejo que da el gobernador a toda la comunidad.

Campamento misión Chachagüí

Rafael Hernández, S.J., Juan Nicolás Murcia, S.J. y Andrés Nicolás Díaz Sierra, S.J. Colegio San francisco Javier Pasto (diciembre 2020)

Antes que nada, me gustaría agradecerle al padre rector del colegio San Francisco Javier de Pasto, Diego Giraldo, S.J., por la invitación que nos hizo a algunos jesuitas para ir a apoyar el campamento misión de dicha obra de la Compañía de Jesús. Así pues, me gustaría empezar por resaltar la valentía y responsabilidad con la que el colegio San Francisco Javier asumió la tarea de llevar a cabo el campamento misión, en medio de las circunstancias de pandemia que nos envuelven. Esta labor incluyó varios meses de planeación tanto del campamento encabezado por el Hermano Rafael Hernández, S.J., como de las medidas de bioseguridad con miras a evitar que el virus afectara a los participantes. En este sentido, el colegio dispuso de insumos médicos para proteger a los misioneros tales como tapabocas, termómetros, pulso-oxímetros etc. Igualmente permitió la asistencia de una enfermera, para que estuviera monitoreando los signos vitales y el estado de salud de los mismos. También se limitó el radio de acción de la misión puesto que en anteriores años se visitaban diversas veredas, pero en este caso se limitó a una sola vereda (Mata Redonda), lo que significó que el cúmulo de actividades se desarrollasen en la misma finca Villa Loyola. Contar con este enorme espacio fue un privilegio porque permitió disponer de diversos lugares para desempeñar los eventos propuestos en la malla curricular, supliendo de cierta forma la actividad de itinerancia y movilidad que atañe a cualquier misión vivida con anterioridad. El campamento propuso espacios muy puntuales para fomentar la vida espiritual en los jóvenes. Iniciando el día se llevaba a cabo el Diario Espiritual, momento para encomendar la jornada a Dios, orar y recordar aquello que más había quedado resonando del día anterior. Asimismo, en la noche se realizaba la Pausa Ignaciana, que servía para ver el paso concreto de Dios por la vida de cada participante. Otros momentos de recogimiento fueron las Eucaristías, liturgias de la palabra, noche Taizé, entre otros. Todo lo anterior recordó a los misioneros la importancia en la misión y la vida misma, de un encuentro intimo con Jesús, quien, en últimas, fue el que impulsó al patrono del Colegio, San Francisco Javier, a recorrer varias partes del mundo anunciando la buena nueva del Reino de Dios.

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