En Resumidas Cuentas
Pedro E. Colomer Albino
“En Resumidas Cuentas” es una colección de poemas y cuentos escritos por Pedro E. Colomer Albino. Todos los derechos son reservados por el autor. Se prohíbe la reproducción, total o parcial, en cualquier forma y por cualquier medio, de esta obra sin el consentimiento previo del autor de este libro. Edición y portada por Jesús J. Alfonso Pagán. Ilustraciones por Pedro E. Colomer Albino. ISBN 978-1-64131-526-5 Publicado en Abril 2021 Impreso en Puerto Rico
Antología Poética
Pedro Enrique Colomer Albino, nacido en San Juan, Puerto Rico, el 6 de diciembre de 1993. Estudió Artes y Humanidades con concentración en Música, en la Pontificia Universidad Católica, recinto de Ponce, donde actualmente reside. Fue miembro de una banda de rock alternativo llamada Escéptica durante 4 años. También ha escrito y publicado poemarios a nivel local, tales como Efímero y Transformaciones (este último junto a dos de su mejores amigos: Jesús Alfonso Pagan y Manuel Lozano Arroyo). Amigo de la escritura, de la filosofía y de la música, Pedro, en este volumen, recolecta varios poemas sacados de su repertorio en un intento de rendirle homenaje a esas fuerzas humanas y misteriosas que nos han movido desde siempre: el amor, la lucha (interna) entre la vida y la muerte, la búsqueda de un propósito.
1
Falta de Práctica
(En el amor)
“Love is the one thing that we’re capable of perceiving that transcends dimensions of time and space. Maybe we should trust that, even if we can’t yet understand it.” - Jonathan and Christopher Nolan, Interstellar
3
Falta de práctica Describirte es un atento casi imposible de lograr. Un espejismo de misterio peculiar. Sin embargo, es urgente y debo hacerlo. Mantener la práctica es imperativo, para no olvidar tus cabellos color sol, tu sonrisa de luna creciente, tu mirada repleta de astros, tus manos completas de magia, tu corazón empapado y enlazado de una tristeza intacta, de una alegría gratuita (y por ello contagiosa). Estoy falta de práctica, lo sé. Pero lo intento. Porque no eres mía. Porque eres de nadie. Y porque al mundo le hacen falta tus colores.
5
Toda una vida Tus detalles esparcidos por el aire que respiro y que respiras. Tus destellos luminosos que opacan toda estrella. Tu cuerpo junto al mío, nuestras almas enlazadas. Una brisa fresca de la noche que presagia mil historias. Toda la magia que proyectas y que estremece al corazón. Besos, risas, azares y milagros. Todo va pasando en este momento en el que estás aquí a mi lado. Es fugaz, no se niega, pero sólo este instante, lo presiento, perdurará toda una vida.
6
Miedo Qué miedo el mío a no poder vivir a las alturas que tu amor sin pedírmelo demanda. No sé si tiene que ver conmigo, con la estructura de mi condición o cualquier otra cosa de ésas que no hacen mucho sentido. La verdad es que me alcanza un silencio tuyo que me nubla la claridad de juzgarlo todo objetivamente. La verdad es que no quieres nada y me urge darlo todo. Aunque esa nada que exiges, es precisamente, lo único que ofrece la condición limitada que existe en mi arsenal.
7
Tu piel En tu piel descansa el fuego que hace cenizas todo lo entendible por las amargadas matemáticas y su empeño irracional de comprender este universo. Bueno, quizás no lo logra tu piel únicamente. Quizás lo que destroza los siglos frustrados del pensamiento humano es lo que viene luego; luego de la llama, luego de tu piel.
8
Saborear el infinito Acercarme a ti es como una droga que acentúa la palabra euforia y le devuelve su sentido. Besarte es como olvidar. Es como estar en un océano de estrellas que nos dan su bendición. Tocarte es saborear el infinito. Un choque eléctrico de amnesia para olvidar que el tiempo es nuestro amo y jamás detiene el paso. Penetrar las puertas de tu gloria es ya no ser parte de este mundo. Es evocarle envidia al universo, o a quien sea culpable de este encuentro. Hasta culminar y descender, lentamente, como Sísifo a su Roca (diría Albert Camus) a la realidad.
9
Distante Te miro congelada con la mirada perdida en el aire, buscando quién sabe qué alivios en la nada. Tan distante estás que casi mi suerte no te alcanza y, sin embargo, a mi lado permaneces. Concédeme la tristeza que te abruma y deja que la cure con un consejo, una caricia, un silencio. Permíteme acercarme un poco a tu realidad desnuda, para que no haya entre nosotros un telón. Quiero escuchar tu llanto para rescatarte de las aguas agitadas de la nostalgia. Permíteme hacer el intento. Y si fallo, permíteme, entonces, extraviarme junto a ti en los alivios silenciosos de la nada.
10
Desprenderme Desligarme de ti, es aprender a quererte. Tomar distancia, es la mejor forma de apego. La calidad del beso mejora, irónicamente, cuando no busco tus labios. Desprenderme de tu amor, es la manera más amable de entregarte el mío. Es hacerte saber que eres libre para quererme o para odiarme, mientras me limito, a dar ejemplo de la primera opción. Descartar tu amor de mis deseos no equivale a dejar de amarte, sino más bien a mejorar la táctica. No se trata de un acto egoísta, el desapego es altruismo en plenitud, cuando el objetivo se convierte en cultivar amor para dejar, finalmente, de quitarlo.
11
Paradojas No me esperes allá, en el mismo sitio en el cual nos despedimos, incluso si me encuentras. Pues no será el mismo hombre al que vean tus ojos, sino otro. No somos sino paradojas griegas. Como aquel barco de Teseo. Como los ríos de un Heráclito. Busca mi nombre cuando la nostalgia se confunda con amor, aunque sólo sea la necesidad de confirmar para ti misma lo que sabrás para ese entonces: que ya no serás tú la que me amó y que ya no seré aquel a quien amaste.
12
Humano Nunca entendí el apego de las personas a ciertas convicciones, a sus costumbres, a Todo. Nunca entendí la enredadera que tienen los demás con sus aferramientos. Esas telarañas en las que se meten voluntariamente. Nunca entendí ese furioso lazo, invisible, que amarra a todos a algún destino, a algún lugar, a alguna utopía, a algún amor. Nunca entendí. Para mí todo era absurdo, sin sentido, irrisorio, patético, trivial. Pero llegaste tú, y ahora, me conozco humano.
13
Muerte más sutil Besarte es la muerte más sutil, cuando sé qué perecedero es el amor sin fin.
15
Otro lado del teléfono Acá, al otro lado del teléfono escucho la sutileza de tu voz que me sana y purifica la conciencia más que cualquier pastilla azul, dorada o verde menta. Que cualquier máxima de cualquier libro. Que cualquier poema que me regale un acrecentamiento tuyo en mis pensares. Que cualquier distancia o evasión a los problemas que provoca este encierro en mi propia burbuja personal. Escuchar la sutileza de tu voz al otro lado del teléfono es lo que me sana y al mismo tiempo mantiene intacta mi locura.
16
Adicto en rehabilitación La vista preciosa, ofrece eternidad. La inalcanzable vastedad de este paisaje me libera y me encadena, al mismo tiempo, a una euforia tranquilizante. Alimento para mi espíritu, es todo lo que me rodea. No puedo negar que la esfera se siente completa, mientras esta silla, este amanecer, y toda esta vida indescifrable se cuelan a mis pulmones que exhalan todo lo que antaño me encadenaba. Me siento sobrio, por primera vez en mi vida entera. Sin embargo, de repente, me faltas tú, y la ilusión vuelve a destruirse.
17
Un abrazo Perla del verano. Descansa tus ojos en mis manos. Abraza mi cuerpo dañado, soltando en el acto los años vividos. Que sea largo el suspiro que suelte tu alma acogida. Refresca tu frente en mi casa y que tu existencia quede limpia. Aunque sea por 10 segundos que aprieten tus penas, la vida tuya y mía volverán, una vez más, a ser bonitas y nuevas.
18
En el caos disonante Entre las ondas de sonido que destruyen la armonía del ambiente, me calma una melodía peculiar. Notas que me mantienen a flote en un océano donde mis pies, atados a ladrillos, amenazan con hundirme a lo más profundo del olvido y de la perdición. Ruidos en formas de olas cuya esencia es el azar y la locura. Tu prosa, tu sintaxis, y tus risas, me dieron refugio en el caos disonante de este mar, donde ya me desaté los pies, pero ahora, sin embargo, toca elevar anclas.
19
Entre idiomas
(Junto a Yareliz Molina Pérez)
Risas que florecen en la nada: it’s where I’m most content. Escuchando historias de la abuela, en el balcón, después del temporal. Four months, who would have known? Que un instante perduraría tanto. But I found it all entre líneas, sin buscarlo. Encontré sus manos. “I love you.” Dice sutilmente una voz que no reconozco, pero que es la mía.
20
Campo de Batalla (Entre la muerte y la vida)
“Yo no soy un hombre, soy un campo de batalla.” - Friedrich Nietzche
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La caída ¿En dónde encajo estas piezas rotas? Ya el rompecabezas no es el mismo, sin embargo, si las descarto quedarán espacios vacíos en la imagen. Me inunda el miedo, pues al antídoto que sanó mis golpes, se acostumbró el sistema y ya pierde su encanto. Tal vez estoy destinado a recaer, como Sísifo está sujeto a su condena. O, tal vez, me convencí a mí mismo que el valor humano yace en levantarse... y por ello siempre busco la caída.
25
Metáfora Deslizo mi tinta buscando perseguir un hilo todavía oculto para mí, y mi imaginación. Me detengo en una cruzada adentrada en pleno laberinto, y me paraliza la incertidumbre a tal punto que mi bolígrafo, en su quietud, parece reconocer mi miedo ante una infinitud de desenlaces… Continúo como todo el que pretende conocer la vida: sin saber cuándo, ni dónde, colocar punto final
26
A un suicida Sube por la cuerda de los simulacros imaginarios. Luego átala de la rama donde un sueño equivocado nunca dio sus frutos. Baja nuevamente por la cuerda. Del nudo que hay en tu garganta imita uno similar, donde se reconcilien ambos en el último de los intentos por reclamar tu libertad. Luego, finalmente, descansa de ti mismo.
27
La orilla Sentado en la raíz de una arboleda que me sirve de sombrilla. Me inunda el pensamiento y las preguntas de respuestas, quizás, tan simples y sencillas. Pues algo me dice que cuando al horizonte llegue, de seguro extrañaré mi lugar aquí en la orilla.
28
Pieza forzada Me sabe extraño este aire, esta tierra, esta luz. Me siento ajeno a este tiempo, como pieza forzada, dañada y obligada por siempre a nunca encajar. No hace sentido. Nada es cumplido jamás...
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Ojos tristes ¿Quién es el impostor que lleva mi rostro? ¿A qué hora de la madrugada se robó mi vida? Ahora la vive, mientras yo observo el desenlace. Pintando en mi muñeca. Apretando mi voz con una sábana. Ahogándome en un frasco farmacéutico. Desgastando mi vida, mientras yo sigo observando a través de mi parálisis de sueño, sin poder mover un dedo y con el grito mudo. Ladrón, ¿porqué, de pronto, me miras con los ojos tristes? ¡Disfruta del tesoro que me arrebataste y vuélvete digno de tan valioso premio! Ahora despierto de mi sueño y sólo veo luces, tubos, y la mano de un amigo. Ya no me siento mudo ni paralítico. Sin embargo, tengo los ojos tristes. 30
Detrás del espejo Detrás del espejo hay algo… o, ¿habrá nada? La pregunta, tan sencilla, tiene dos contestaciones que nivelan la balanza. Si crees que sí, aunque haya nada, lo verás (aunque siga habiendo nada). Si crees que no, pero vas más allá del desespero y la embriaguez de sentir su inutilidad, podrás ver el reflejo que está a tu frente y encontrarás la respuesta que tantas andas buscando.
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¿Qué ves cuando me miras? ¿Qué máscara tienes para venderme? ¿Qué etiqueta me vas a poner hoy de acuerdo con cómo te miré? ¿Qué marca me pondrás ante los demás? ¿Soy tímido? O, ¿soy extrovertido? ¿Soy bueno? O, ¿puedes ver la maldad detrás de mi sonrisa? ¿Quién quieres que sea en este día de vida menos para decir que me conoces? ¿Cuál es tu hipótesis de lo que ves en mis acciones? Dime lo que ves cuando me miras y puede ser que, por un momento, un instante, encuentres tu reflejo.
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El reloj Con sus manecillas te señala, señalándote todos tus errores. Para que así, quizás, te des cuenta de las bellezas que se ocultan dentro de tus horrores. Sin embargo, desvías la mirada, pues te abruma la vergüenza, la culpa y otras emociones. La sensación que brinda es de libertad, pero tú la confundes con el miedo. Se sonríe, sutilmente, antes de volver a ser reloj y tú vuelvas a mutilarte, voluntariamente, creyéndote demasiado humano.
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Cansancio
(Junto a Jesús Alfonso)
Cada segundo les suma peso a mis párpados. Se me escurre por las venas y el corazón pompea algo extenuado. Me detengo en el vacío, desenfocado y sin color. Ignoro la conciencia de reaccionar ante el mundo y su tiempo limitado. Ruidos ambientales se vuelven evidentes, mientras otros sentidos parecen, lentamente, desaparecer. Caigo rendido ante los brazos de la dulce indiferencia y mientras mi cuerpo parece aliviarse, el peso entero de mi vida se concentra en mis ojos. Atrapado en un ensueño sin memoria. Poco a poco mi ritmo se acerca, pero nunca llega, al silencio permanente.
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Desterrado Desterrado de la espera. Exiliado para siempre de mi propio porvenir. Indiferente a expectativas. Despegado a consecuencias. Desaferrado. Desligado. Así me dejó el amor. Así me dejó la vida. O, quizás, es la irónica esperanza a la que se supone que me aferre tragándome pastillas y mentiras recetadas hasta más no poder.
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Caigo Caigo rendido ante el agotamiento de hacer unas cuantas cosas bobas en el día. Caigo con mi culpa, mis rencores (los que quedan), mis miedos y mis consecuencias, que suman lo que soy. Caigo por costumbre más que nada y porque nada tengo a qué aferrarme lo suficientemente fuerte para no caer.
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Para el que se fue No me diste una razón para tu desvanecer urgente. No me diste explicación para ese adiós tan repentino. Asesino de emociones me volví. Despiadado e indiferente al porvenir. No me diste explicación cuando marchaste mudo, sin palabras, escondido detrás del silencio. No me diste una razón para destruirme y hundirme en un abismo del cual emergí con dolores, cicatrices, cantazos y más cerca que nunca de volver a conocerme.
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El rescate Entre escombros de una vida que no es mía, pero que antaño la viví, mi alma se estremece. ¡Cuánto daño se hace un niño por no ser consciente de la ignorancia que lo mueve! Miro ahora y no lo reconozco, pero estoy casi seguro de que estuve en su calzado. Simpatizar es peligroso porque la seducción se transforma en posibilidad. Es curioso, ahora que estoy cerca de alcanzar la superficie y de finalmente respirar, me conmueve una pregunta peculiar: ¿qué epifanía habrá impulsado a aquel niño del abismo a morir voluntariamente por la, casi extinguida, probabilidad de rescatarme en el intento?
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Sabiendo lo Peor (El Único Propósito)
“¿He hecho algo por el bien común? Por lo tanto, me he beneficiado.” - Marco Aurelio
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Sabiendo lo peor Si nada tuviera importancia, si nada tuviera sentido, ¿cuál sería tu motor de vida? ¿Qué te detendría? ¿Qué excusa serviría? Si el final es el final. Si tus cuentos se terminan y sin ti no continúan, ¿cómo vivirías? ¿Para qué te serviría despertarte en la mañana? Me pregunto todo esto y la respuesta es tan sencilla. Porque sí. Porque no soy el único hijo en el vacío. Porque existen mil razones, mil mentiras para enfocar la vista en su hermosa sencillez. Porque encadenados a un mismo destino, mirando a nuestro lado encontramos la respuesta.
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Aida Albino
(Para mi madre)
Ella es la persona, señores. La persona ejemplar. Vino de los mismos cielos para repartir amor y alegría (y algún que otro carajo). Me implantó su disciplina. Me enseñó más que los libros. Una madre antes de mujer, mujer antes de ser niña, pero niña antes de ser cualquier otra cosa. Se divierte con el mundo como si éste fuera para ella. Confianza y respeto, señores, inspira más que eso. Se le dilata el alma cuando tiene cerca a los suyos, aunque los suyos se alejen con la vida. Ella siempre tiene lugar en su bote para que nadie quede atrás. Simplemente hablando, señores, ella es la persona, la persona ejemplar. La madre mía y de todos. Pero yo no la comparto, así que nadie se equivoque.
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Ojos abiertos En la cima del centro de una isla infinita, gallos cantan, mientras el sol viste de anaranjado y el verde no alcanza su fin. Se respira azul claro, y el negro de la noche se destinta con el olor del café. Me siento parte del paisaje. En verdad, lo creo. Otro amanecer pintado perfectamente, y sólo unos pocos ojos que lo pueden ver; mientras la gran mayoría, duerme.
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Ensayo de Música Entre el sonido de una guitarra con efecto de delay y una acústica marcando el ritmo de fondo, me pierdo. Me pierdo en ese instante en el cual sale la poesía deslizándose entre arpegios, tan sencillos, que un niño y su pasión podrían tocarlos. De ahí me salgo. Me quito de mi propio porvenir y me siento en la silla del presente sin saberlo. Las estrellas son mi público y, con un amigo, haciendo música, las entretenemos por un rato y así se esquivan de sus propias soledades, como nosotros de las nuestras. Algo nos sonríe. No estoy seguro qué y, honestamente, no me interesaría saberlo. Sólo sé que yo también, por un segundo, le devuelvo la sonrisa. 47
Marta
(De Ramón Nieves para su esposa Marta)
Tu nombre suena y mi corazón ansioso busca tu presencia. Porque no existe mejor medicamento, mejor droga para reconciliarme con la calma. Tu nombre es dulce, pero algo oculta y enseña, al mismo tiempo, mucho más. Eres motivo, eres pasión, eres blanco o eres negro, el gris te sabe extraño. Eres familia, liderazgo, el soporte necesario. Marta, amor mío, en medio de la muerte, tu nombre sabe a vida.
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Myrta Perez Su nobleza es gratuita. ¿Su energía? Inagotable. Protectora de su reino y sus retoños. Tiene la coraza hecha cantos, pero sigue aguantando cantazo cualquiera que venga. Conoce la vida como un libro releído una y otra vez. Dichosas son las almas que la alcanzan. Es la más humilde reina que he tenido el placer de conocer. Su sentido del humor endulza la existencia. El mismo Dios sigue su ejemplo para cumplir mejor con Su trabajo. Es el soporte necesario para que no se caiga el nido. En su corazón cabe completo el mundo. Y el mundo cambia de indiferencia a la dicha cada vez que ella sonríe.
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Despedida
(A mis compañeros del Panamericano)
Nunca habrá otro rostro similar. Nunca otras risas. Nunca tanta vida por nacer en un mismo lugar. Viajaré por los caminos, buscando un norte propio, pero en mente siempre llevaré la belleza que me regaló un tal loco. Buscaré debajo de las piedras una canción que mantenga limpios los recuerdos y la cantaré con dolores y alegría, en las nimiedades de todos los días. Y recordaré esa risa intacta que estalló en los pasillos del olvido de la cual un brillo, antaño me guió.
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Metamorfosis (Junto a Manuel Lozano Arroyo y Jesús Alfonso Pagán) Entramos sin saber, buscando lo que ya sabíamos. Arrastra el río nuestras huellas y las deposita en el mar. Decisiones que ya andan escritas en los cosmos. Los hilos que nos hacen marionetas se van volviendo más visibles. Las trampas fabricadas van atadas a los pies. Las estrellas comienzan a deslumbrar los espíritus que nos rodean. Ella, desnuda en una gota, esperaba la señal. Un disparo de luces que rompe las nubes. Conversaciones bajo constelaciones que no dejan rastros de sombras. Disfrutemos el sueño antes de que el alba llegue inevitable. Enfrentando todo acto que nos ata a la amargura. Y si ateo fui, el fulgor de sus palabras en el crepúsculo me hicieron creer de nuevo.
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Verano del ‘19 Bonita la vista desde tu balcón blindado, apuesto, debe ser. Bonito el grito ronco de indignación que escuchas allá, en tu cima imaginaria. Bonita la sangre. Bonito el cielo. Bonita la estrella. Disfruta, mi hermano, mientras puedas, ese puesto de ignorante. Se acerca la Razón, a ponerte en sintonía. Ya toca tu puerta la Justicia, y viene con cuatro mil seiscientas cuarenta y cinco antorchas. Para recordarle, a quien sea que venga (aprovechando que te vas), que nosotros somos el empleador y usted, el empleado. El requisito es simple: sirve al Pueblo con Justicia, o te sacamos.
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Protagonismo exagerado En el receso de la acción, la contemplación rellena los silencios. Hacemos una retirada rápida al tocar tan sólo las superficies de los océanos inexplorados de nuestra condición. En vez de profundizar, de atacar el asunto y aprender a no ahogarnos, corremos de vuelta al refugio de la ignorancia voluntaria. La conformidad es preferible a la confrontación. O, al menos, esa es la mierda que nos vendemos. Más allá de la acentuación de nuestro miedo, yace la exageración del ilusorio protagonismo que tenemos en la obra, individualmente. Si miramos más allá de la subjetividad autografiada que le añadimos a los eventos objetivos del azar, si logramos ver más allá de nuestras propias narices, quizás, veamos ese vínculo,
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esa conexión que disminuye nuestra importancia y la aumenta al mismo tiempo. No estamos solos en éste universo. Mientras menos elevados y alejados estemos de la tierra, mejor lo empezaremos a entender.
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Cuentos Nota del autor: Esta corta compilación de cuentos nació sin querer, y de corrido. Yo pasaba por un momento difícil, y estas historias me ayudaron. Pueden reflejar un lado existencial, por el cual yo en esos momentos me encontraba, sin embargo, pueden ser interpretadas de cualquier manera, no fueron escritas con la intención de limitarse, al contrario, si hay algo en estos escritos que me ayudó a sobrepasar mi propia experiencia, era la imaginación y las diferentes puertas que me abrían las palabras y las ideas que pasaban de mi mente al papel. Por eso, he decidido, a última instancia, hacerlas parte de este libro, ya que se podría encontrar esas tres etapas de la anterior antología en estas 4 historias. Quizás no todas completas en un solo cuento, pero sí en todos juntos.
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Cadentia La sutileza de una conocida voz emerge de las estrellas titilantes esta noche, parecida a tantas otras noches en las que escuché la misma voz. Me abruma una tristeza repentina, en su intento sorpresa fallido, pues hace mucho que llevo montando el carrusel emocional propio de un miserable fracasado en los asuntos del amor. Su nombre era Sofía; y creo que el mío era, si aún no lo he perdido, Alejandro. A ti que me lees, debatiblemente, en mi peor momento, quien quiera que seas, te dedico estas palabras de precaución antes de morir. Así, tal vez, en esta transición inevitable e irreversible en la que me adentro, mi sufrimiento, además de morir conmigo, pueda cobrar vida. Los eventos florecieron de una semilla sembrada una mañana de noviembre (aunque no recuerdo el día preciso); una semilla en forma de sonrisa. Esta sonrisa era un caso de esos, extraños, que logran cumplir con los requisitos, casi imposibles, de aquel viejo desafío virtuoso aristotélico: fue ejecutada en el momento exacto, de la manera exacta, por la persona exacta, hacia el individuo exacto. Yo andaba sumergido en las teclas de mi piano, jugando a detener el tiempo. Me pensaba solo en aquel salón de música, ya que era una hora solitaria para el campus en general. Luego de culminar mi pieza, al levantar mirada, la veo a ella a través de la ventana, sentada en la escalera externa del edificio Bellas Artes. La tensión inmediata de las miradas cruzadas fue cortada por la famosa sonrisa de su parte de la que ya he hecho mención, seguida casi inmediatamente por la mía (sin permisos racionales otorgados de antemano). 59
El momento fue interrumpido por un hombre favorecido por la diosa Fortuna en aquellos tiempos: Jorge Navarro. Claro que para aquel entonces yo no sabía su nombre y mucho menos el papel que jugaría en mi existencia. Sin embargo, se llevó de aquella escena, agarrada de la mano, a la causante de mi sonrisa. El tiempo, que parecía haberse detenido, regresó a la normalidad tan rápidamente que apenas tuve una oportunidad de digerir lo que había sucedido. Miré las teclas del piano con los ojos llenos de indiferencia, luego, como quien guarda un momento especial en la gaveta de mil momentos parecidos que no lograron ser nada, traté de ignorar a aquella mujer y su sonrisa, volviendo a comenzar la pieza musical que anteriormente me inducía en otra realidad. Mi vida había cambiado para siempre. Sin embargo, yo aún no era consciente de aquella transformación. La conciencia fue naciendo, poco a poco, días más tarde, cuando volví a coincidir con ella en la cafetería de la universidad. Yo hacía la fila para ordenar mi café diario de las tres de la tarde, cuando una voz me interrumpió del despiste con el cual me conducía. Era su voz. Parafraseando ahora, ya que no recuerdo las palabras precisas que rompieron el hielo entre Sofía y yo, fueron algo entre las líneas de que la pieza musical que estaba tocando la otra tarde le pareció muy agradable, y que nunca había escuchado a alguien invocar de tal manera el sentimiento que puede llegar a suscitar la música de Wagner. Debo admitir, que el hecho de que alguien más reconociera la belleza en la música de Richard Wagner, además de reconocerlo a él, me tomó, completamente, por sorpresa. Así que opté por responder con ese argumento. Nunca se me ha dado lo de ser un Don Juan, ni siquiera soy socialmente agradable, en mi pensar; sin embargo, esto no la detuvo para acompañarme aquella tarde a compartir cafés y una que otra palabra. 60
Entonces aquella tarde - mejor dicho, aquel rato - se transformó en un deleite colado en una vida absurdamente monótona. Hablar con ella me hizo sentir lo que algunas piezas musicales me hacen sentir en ocasiones: me inducen en otro tiempo y otra realidad. La interrupción de aquel deleite, nuevamente, fue el personaje Jorge Navarro. Él y Sofía parecían compartir una relación ajena a mi conocimiento, así que traté de fluir con la interrupción. A pesar de que Jorge fue cordial al presentarse, algo dentro de mí lo resentía por sacarme de esa otra realidad y ese otro tiempo en el cual me encontraba sumergido junto a Sofía. Cuando terminó todo me quedé indiferente, confrontado con ese amargo sabor que le da a uno cada vez que la fantasía colisiona con la realidad. Sin embargo, una sonrisa quería asomarse a mi rostro cada vez que pensaba en aquel rato que compartí a solas con ella. El deseo de profundizar más, de conectar más con aquella mujer se volvía más intenso. Era algo irracional, algo que no puedo explicar con esos métodos de Lógica que tantos pensadores usan para llegar a una conclusión certera. Sin embargo, allí estaba, creciendo en mi interior, la diminuta llama que se convertiría en el incendio catastrófico del cual hoy, solamente, permanecen remanentes en la forma de cenizas. Quiero aclarar, antes de entrar en los detalles del desenlace de esta historia, que anteriormente, en mi vida, nunca había tenido ideas como aquella que me llevó a este punto en el cual me encuentro y en el cual, después de hoy, dejaré de estar. Como ya he dicho, la idea de Sofía se sembró en mi mente y crecía con rapidez. La comencé a ver más seguido, casi siempre en los alrededores del edificio Bellas Artes; pero Jorge Navarro nunca faltaba. 61
Entonces sucedió que algo dentro de mí, además del afecto creciente que tenía por Sofía, crecía también por aquel personaje intruso. Sin embargo, este era otro sentir, de una naturaleza opuesta, oscura. Jorge Navarro, en su universo, nos pensaba como amigos; pero en mi universo era un intruso, una piedra en mi zapato que necesitaba ser removida porque me fastidiaba la existencia. Sin embargo, su lazo con Sofía era el problema, y era eso lo que necesitaba ser cortado. Pienso que en otras circunstancias pudimos llegar a ser amigos como él nos pensaba en su realidad. Claro que ese pensamiento, ahora, carece de toda importancia. Yo les seguía el juego a las interacciones que ahora se componían de tres. En mi interior, sin embargo, inventaba algún plan para deshacerme de aquel hombre que saciaba su ser con besos arrancados de la protagonista de mis fantasías. Mi plan sugería detalles de separarlos creando algún problema irreparable en su relación. Eso era todo, al menos, esa era la intención. Cierta tarde que cenábamos los tres en la cafetería, Sofía se excusó para usar el baño, y Jorge y yo nos quedamos solos. Entonces, surgió un compartir de palabras inesperado. Jorge Navarro me aclaró que conocía mis intenciones y sentimientos hacia Sofía y que no le molestaba que yo pasara tanto tiempo junto a ella. Sin embargo, concluyó expresando que no se haría responsable de sus acciones si alguna vez yo osara cruzar la línea que me separaba de una simple amistad a algo más. Debo admitir que tomé aquella amenaza como un reto y no como lo que pretendía Navarro, sin embargo, opté por el silencio. Una noche andaba saliendo del campus y me crucé con Navarro, quien esta vez andaba solo. Me pidió disculpas por las expresiones tan directas de la otra tarde. A lo cual yo respondí que no había ningún problema. Me acompañó hasta mi auto ya que el suyo quedaba unos metros más adelante. 62
Sé que suena absurdo, y a mi favor, pero lo último que recuerdo de aquella noche fue la sensación de algo terrible mientras iba de camino a mi hogar, sin embargo, descarté rápidamente el pensamiento. Luego practiqué en mi habitación, por unas horas, mis escalas y toqué una pieza de Richard Wagner (la misma que tocaba cuando vi a Sofía por primera vez), sumergido en otra realidad y en otro tiempo, como sucedía casi siempre, hasta que decidí irme a la cama, porque me sentía muy agotado. Al día siguiente me levanté con una llamada histérica de Sofía: ¡Jorge Navarro había sido asesinado en el estacionamiento de la universidad! Mi reacción fue muda, inmóvil. No encontraba forma de responder o consolar a aquella mujer que lloraba al otro lado del teléfono. El sentimiento de impotencia estremecía, completamente, mi ser. Salí de inmediato hacia su casa. Y en el trayecto me revolqué en cientos de preguntas sobre aquel asesinato; y sobre mí mismo. ¿Habría sido yo el verdugo de Jorge Navarro? Después de todo fui yo la última persona que lo observó subiéndose a su auto. ¿Habré actuado bajo la influencia de esas transiciones en las que me sumerjo al tocar ciertas piezas musicales? La culpa, esa sanguijuela, se incrustaba en mi cerebro. Lo próximo que recuerdo son las esposas ahorcando mis muñecas y la mirada ahogada de lágrimas de Sofía. La policía me había vencido en la carrera hacia su casa y ya la habían interrogado. Al parecer Jorge Navarro había enviado un mensaje a Sofía la noche anterior cuando nos encaminábamos a el estacionamiento. Al parecer en su historial de mensajes, también, la víctima juntaba mi nombre con adjetivos de “un poco extraño”, “medio loco”, o “psicótico”. Muchos años han pasado desde que esta celda y su rutina se transformaron en mi nueva realidad. Sofía visitó una sola vez, pero nunca respondió a los miles de cartas que le escribí. 63
Las noticias y todos los medios me pintaron como el asesino de Navarro. Muchos optaron por creer que sufría de problemas mentales (dado a mis “múltiples episodios de psicosis y pérdidas de contacto con la realidad”), otros que “nunca lo vieron venir”. Sin embargo, este tiempo me ha dado la oportunidad de reflexionar: tal vez sí lo hice, tal vez no. La verdad es que nadie podría afirmarlo con total certeza; y creo que realmente nunca llegará a importar. Tanto pude hacerlo como no, y mi destino igual hubiera sido el mismo. Nadie está exento de culpa en el momento en que se comete un error de juicio y la vida, por ello, gira 180 grados al abismo, y, ¿qué es la vida si no un sin fin de juicios incorrectos? Mañana temprano me inyectarán involuntariamente hacia ese sueño eterno, por una creencia errónea; en esta noche repleta de estrellas mi tristeza permanece intacta, y aunque una voz me consuela, ya no estoy seguro - lo mismo diría de muchas otras cosas - de que sea la voz de ella. Claro que nunca muere la esperanza de despertarme tocando en el piano a Richard Wagner, y que al levantar mirada no exista una sonrisa virtuosa esperando a sentenciarme en las escaleras externas del edificio Bellas Artes.
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Tony La antigüedad de esta plaza con sus personas modernas aún guarda sus encantos. Por ejemplo: los señores hablando sobre sus tiempos, sobre política y sobre los jóvenes; las muchachas en sus trajes de verano, o blusas y pantalones cortos, que despistan a cualquier muchacho, con todo y sus complejos; los mendigos que forman parte del paisaje y que siguen siendo el desprecio de los turistas, con sus gafas y gorras del país que andan visitando; los niños agarrados de las manos de sus padres lamiendo sus helados casi derretidos; los carritos de piragua y los de hot dogs; y claro los edificios y los callejones agrietados con sus secretos e historias del pasado, y del presente. Existe, sin embargo, una historia peculiar, entre tantas otras: la de Tony. Tony es un deambulante bastante conocido en la ciudad. Su fama proviene de la trágica historia que arrastra consigo. Cuando aún era muchacho, Tony sufría de depresión mayor severa con psicosis; y sentía que nadie comprendía su carga existencial. Una tarde, con el dinero que le daban sus padres para la semana universitaria, Tony optó por probar narcóticos con uno de sus amigos. Por unos momentos se sintió libre y querido, sintió que finalmente encajaba con todo y con todos. Lo que resultó, como era de esperarse, en un vicio desenfrenado. En el agujero de Alicia En El País De Las Maravillas en el que se había adentrado, las drogas, a largo plazo, tuvieron el efecto opuesto que Tony sentía al consumirlas. Su felicidad era un simple espejismo, una falacia que escondía detrás la perdición. Su primer intento suicida ocurrió un Año Nuevo, luego de una noche de fiesta, drogas y de alcohol. Fue encontrado, por su madre, histérica, en su habitación casi muerto por una 65
sobredosis. Se lo llevaron en ambulancia y obtuvo su primera hospitalización. Después de un tiempo, su salud mental mejoró, pero semanas más tarde regresó al mismo camino. Las recaídas, los intentos suicidas, y las hospitalizaciones, se repitieron, probablemente, unas 8, o 9, veces. Hasta que un buen día, Tony conoció a Amelia. Amelia portaba un carácter extrovertido y alegre, sin embargo, al igual que Tony, tenía sus lados oscuros. Su relación floreció como rosas en medio del invierno; algo mágico. La recuperación de Tony parecía más sólida que nunca, todos lo podían percibir. Todo iba cuesta arriba. Volvió a la universidad y terminó su maestría en Historia. Amelia también terminó sus estudios en Música. Al paso de unos años de esas altas y esas bajas que forman parte de la vida, y de las que ningún mortal está exento, decidieron casarse. La madre de Tony no podría sentirse más orgullosa, y feliz. Esa etapa de luna de miel que cada matrimonio experimenta, para ellos duró tanto que ambos creyeron, inocentemente, que esa ilusoria fantasía permanecería la vida entera. Tuvieron dos bebés, ambos varones. Los problemas viciosos de Tony nunca volvieron a surgir. Sin embargo, luego de unos cuantos años, Amelia comenzaba a decaer mental y existencialmente. Su lado oscuro retomaba casi todos los ámbitos de su vida y de su personalidad. En el barrio, la mayoría le aconsejaba a Tony cosas como: “deberías llevarla a un profesional”, o, “¿has considerado terapia matrimonial?”. A lo que Tony hizo caso y buscó ayuda, después de todo, ¿quién mejor que él podría entender el peligro que cargaban las consecuencias de no hacerlo? 66
Las ayudas funcionaban a corto plazo. Amelia se sentía mejor luego de cada visita a su psicóloga, sin embargo, luego de unas horas, o cuando se tenía suerte, luego de un día, volvía a experimentar una tristeza profunda. Tony en su desesperación no encontraba como consolar a el amor de su vida, sin embargo, nunca dejó de tratar. Nadie podría prevenir los eventos trágicos y estremecedores que resultarían a largo plazo. El pobre de Tony aún guardaba sus esperanzas, aunque, también a él se le notaba el peso de la carga, y el principio de su propia decadencia emocional. Una tarde hospitalizaron a Amelia por intento suicida, el testigo fue su hijo mayor, de 8 años, Andrés. Tony se sentía destrozado, no hallaba la forma de recomponer el daño emocional de su hijo y de devolverle la alegría a su esposa. En su ignorancia e incapacidad emocional, comenzó a usar narcóticos para ayudarse a sí mismo. Nadie sabía de su vicio, pero todos lo podían notar. Cuando Amelia regresó del hospital, recompuesta y más estable, descubrió, al plazo de unos días, el secreto de su marido. Angustiada, intentó buscar programas de ayuda para su marido, pero éste se negaba a aceptar la gravedad de su problema: “Lo tengo todo bajo control”, era su argumento más repetido. Luego de varios intentos fútiles, Amelia amenazó con el divorcio, y con llevarse a sus dos hijos. A lo que Tony, bajo la influencia de las drogas, contra amenazó con matarla si llegaba a hacer lo que decía. La discusión fue escalando más y más… hasta que no hubo vuelta atrás. 67
Tony agarró por los brazos a Amelia y le dio una sacudida fuerte, mientras ambos seguían disparándose palabras despectivas e hirientes. Amelia, llorando y alterada, recogió un cuchillo de una de las gavetas de la cocina, y lo levantó en la dirección de Tony. Los niños que habían estado escuchando la discusión desde el segundo piso de la casa, ya habían bajado las escaleras y desde entonces habían sido testigos de todo lo que ocurría. En sus inocentes frustraciones, Andrés y Alex, fueron a abrazar a su madre y ésta los protegía sacudiendo el cuchillo en el aire apuntándolo hacia su marido. Tony trató de calmar la situación, pero el miedo y la desesperación ya habían tomado el mando en la mente de Amelia. En un intento rápido, y torpe, de Tony por agarrar el cuchillo, Amelia lo soltó y con sus dos pequeños agarrados de las manos, salió corriendo y gritando a la calle. Tony los persiguió con la intención de arreglar la cosa. Cuando fueron a cruzar la calle para montarse en el auto, una camioneta, interrumpió sus caminos, y colisionó con los cuerpos de Amelia, Andrés y Alex, arrastrándolos a los tres por la calle, mientras los frenos, en su intento tardío, chillaban y las gomas botaban humo. Todo ocurrió tan rápido que Tony permaneció, por un segundo, paralizado, antes de gritar con toda su alma y con todo su corazón. Corrió hacia sus cuerpos y los abrazó a los tres mientras lloraba a gritos raspados... y sus vidas abandonaban sus miradas dirigidas a la nada. Los vecinos sirvieron de testigos de aquel catastrófico evento. Luego de esto, Tony no tuvo reparación. Por más intentos de su madre, de sus amistades y de sus vecinos, por ayudarlo, siempre se negó. Su vida había sido transformada para siempre. Abandonó su hogar y se instaló en las calles de esta plaza antigua - y moderna - donde la mayoría de los habitantes le dan monedas para comida, mientras otros (especialmente los turistas), simplemente desprecian el toque “sucio” que le da a el paisaje.
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Algunos lo escuchan repitiendo, sutilmente, la pelea de aquella noche, o pidiéndole disculpas a su familia difunta. A simple vista de ignorante, sin embargo, Tony camina toda la ciudad, algunas veces, cubriendo sus oídos, otras veces, cubriendo su mirada: como quien no quiere escuchar o ver el virus de la modernidad; como quien no quiere escuchar o ver la tragedia del cambio.
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El Lector Elías era mi nombre, aunque tal vez pudo ser Borges, Homero, Dante, o Descartes; nadie podría, con un argumento sostenible, convencerme de lo opuesto. Dado que mi nombre permanece incierto, optaré por llamarme Elías, para que no exista entre nosotros confusión alguna. El primer libro que leí - hace ya tantos años que no recuerdo la edad precisa - fue la colección de poesías del gran maestro: Walt Whitman, Hojas de Hierba. Ésa fue la puerta - y ése, el portero - para el comienzo de mi trayectoria en el mundo infinito y lúcido de la literatura. Hasta el día de hoy, no he podido recorrer esa fantástica, aunque realista, Biblioteca De Babel que nos regaló Jorge Luis Borges. Mis torpes intentos por aportar mi huella a un universo de palabras e historias, siempre fue inadecuado e indefinido. Mis historias nunca han visto sus finales, y, por lo tanto, tampoco una publicación o algún pobre lector; sin embargo, me disculpo por decir tan grave mentira. Yo soy el escritor de todas las obras que han visto los ojos y las mentes de nuestra historia; y soy todas aquellas que aún no han sido escritas o leídas. ¿Quién se podría negar autor de Los Diálogos de Platón, o decir que su nombre no es Fyodor Dostoievsky? Las metafísicas han sido juzgadas desde el comienzo del tiempo con nombres degradantes como “absurdas”, y nuestra mente siempre se ha negado a la aceptación de una sola creencia del universo; sin embargo, nunca hemos sido otro número que uno. Dirían que estoy loco y/o que no tengo bases ni fundamentos para fortalecer una idea tan simplista, y tan inmensa, pero estoy convencido firmemente de que no necesitaría ninguna. Volviendo al tema de las letras, hay quienes se limitan al sello de lector, otros al sello de escritor. Esa Falacia de Dicotomía Falsa, siempre ha intentado separarnos como un virus subconsciente que autorizó y ejecutó tantas guerras, tantos genocidios y tanta diversidad errónea; que temo sería un poco tarde para reemplazarla y borrarla de nuestra memoria. Sin embargo, las historias 70
que aún no han visto la luz son el antídoto para este virus. Los nombres que aún no soy y las letras que aún no escribo, destruirán esta división ilusoria que nos limita. Sin embargo, me temo que incluso yo, muchas veces, sufro de los mismos síntomas, y me autodescribo como lector, o como escritor; por tal razón, los escritos de Elías nunca han visto sus finales. Aunque los nombres de Mario Vargas Llosa, o Mario Benedetti, o Eugenio Casares, o Luis, o Camila, o Alejandro, o el tuyo, quizás, que juegas al papel de lector en estos momentos, sigan jugando a, o autodescribiéndose como escritores, y den luz a esas obras que acabarán con la ignorante desunión que nos multiplica entre millones de nombres individuales, y recuperen esa idea lúcida de que tú, o yo, fuimos, somos y siempre seremos los escritores de La Biblia, del Quijote, de La Divina Comedia y de todas las demás palabras pensadas, escritas y leídas a través de todos los siglos de la historia del universo; y sea así, como abogó Sócrates antes de morir, voluntariamente, o tal vez Platón (los dos fueron el mismo), recuperemos la memoria que nos fue borrada al momento de “nacer”. Sólo las palabras nos salvarán, como en tantos intentos, pasados, han logrado alcanzar una versión minúscula de esa redención. Querido Elías, que me lees, no cedas a la falacia de creerte solitario e incapaz: termina tus obras. Tampoco es utopía ni delirio: en tus manos yace la Verdad.
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Obertura Esta barra se ha convertido en algo como una celda: como una caverna donde sólo se ven sombras. Encadenado a mis compañeros de trabajo suelo entretener un pensamiento muy concurrente: el de ser compositor. Al menos ése solía ser el norte hacia donde mi alma deseaba dirigirse, y este trabajo solamente suponía una estadía temporera. Sin embargo, años han pasado y no he compuesto nada interesante, ninguna obra que rompa las cadenas que me atan a este ponchador, que me roba las horas y me paga con migajas. “No es tan terrible como parece”, suelo decirme mil veces al día para consolar mi desespero, pero la verdad es que sí... sí lo es. No recuerdo el día preciso, si alguna vez hubo uno solo, en el cual abandoné mis metas por unos billetes a la bisemana. Tal vez, la razón sea un poco inentendible para algunos, pero aquí me quedé porque me repetían que era un “buen empleado”, y esto lo asociaban con ser una “buena persona”; sin embargo, ambas cosas no necesariamente van agarradas de la mano. Pero me sentía bien, me sentía tranquilo y me creía, realmente, un “buen tipo”. La doble navaja de esta falacia es que llega un momento en la vida, monótonamente absurda, que uno lleva, en el cual la conciencia explota sin previo aviso, y todo pierde el sentido que parecía tener. De vez en cuando, repito melodías en mi cabeza, y me invento compases para, al menos, una sonata; y por ese breve instante: me pienso feliz. Sin embargo, cuando regreso del trabajo, llego tan agotado, que el tiempo me da para una ducha y el final de cualquier película que estén pasando esa noche en específico. Mi piano me ha esperado, cada día, decepcionado y con una voz muerta que, al igual que Lázaro, espera las manos que lo revivan.
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Mi libreta de música permanece engavetada y mis uniformes laborales robaron su lugar. Sin embargo, mi mente no los olvida, mi corazón los añora; y una intuición me dice que algo anda mal en mi existencia. En la telaraña que es esta barra, a veces, llegan moscas que, a pesar de todo, insinúan ser bastante interesantes. Moscas con trajes ejecutivos y moscas con vidas trágicas; la telaraña no discrimina. Yo me limito a observar cómo todos ahogan sus penas y celebran sus alegrías. No puedo mentir que algunas noches se pasa bien, tampoco puedo negar que otras noches se asimilan al octavo círculo del infierno de Dante. Todo me parece extraño, todo se asemeja a una desarmonía, y lo peor de todo es que: yo soy parte de ella. Una cierta noche, se sentó al otro extremo de mi barra, un profesor de música, y pidió su trago como si fuera otra mosca típica; sin embargo, pude escuchar su conversación con su colega, y lo oí hablar de su profesión. Como estoy acostumbrado a iniciar charlas con mis clientes, intenté, en un esfuerzo vano, hablarle de mi fantasía de componer una pieza musical. Éste se mostró cordialmente intrigado, pero la conversación concluyó en nada. Tampoco quise aparentar tanto entusiasmo para no espantarlo del negocio. Así que, decepcionado, regresé a mi rutina. Sin embargo, aquel profesor - cuyo nombre me gustaría mantener anónimo - se instaló en mi curiosidad. Cuando llegué a casa, hice a un lado los uniformes del trabajo y saqué del gavetero mi libreta musical. Practiqué un momento mis escalas y una pieza clásica de Bach, para desempolvar los dedos. Luego, ¡comencé a crear! Esa noche no me alcanzó el sueño. Mi mente corría y compensaba por el cansancio de mi cuerpo. Al amanecer ya tenía claro el comienzo para una sonata. Luego de terminar, me sentía tan 73
agotado que me eché a dormir unas horas de lo que me quedaba para regresar al trabajo. Al llegar me sentía energizado, sentía que las cadenas de mi cueva aflojaban lo suficiente para dar paso a un movimiento menos ajustado, menos atenazado. Aquella noche, a pesar de mis esperanzas, no vi al profesor. Me sentía un poco desilusionado. Sin embargo, mi motivación no bajó su guardia, y al llegar a casa continué con mi pieza musical. Escribía y tachaba en la libreta notas musicales a todo tren y, poco a poco, iba llenando los compases. La obra comenzaba a tomar forma. En una semana culminé mi obra: una Sonata en La Mayor. La vida se sintió excitante, sólo faltaban los oídos de aquel profesor de música y ya tendría mi entrada, y mi comienzo a un mundo al que realmente pertenecía. Al paso de dos o tres noches, el profesor volvió a la telaraña, acompañado de su colega. Admito que no pude contenerme la sonrisa. Una vez más, inicié una conversación. Sin embargo, no podía retener la fuerza de mi entusiasmo y sentía que el profesor se incomodaba. La noche culminó en una decepcionante despedida fría de aquel hombre hacia mi parte, dejándome propina para pretender cordialidad. Sentí coraje y frustración conmigo mismo por arruinar una buena oportunidad, hasta el punto de que olvidaba mis tareas laborales y no podía concentrarme en lo que hacía. Entonces, aquella noche, sucedió lo que nunca me había pasado: mi jefe me llamó la atención con un regaño al frente de mis compañeros. No pude aguantar la decepción y el coraje intenso que llevaba por dentro hacia mí mismo. Cuando ponché, y me subí a mi auto, mis ojos se inundaban de lágrimas incontrolables. Al día siguiente, le brindé una visita a mi padre, y pasé unas 74
horas junto a él. Llegó un momento en el cual se levantó de su sofá para ir al baño, y yo aproveché la situación para escabullirme a su habitación y buscar en la gaveta inferior de su mesita de noche su Magnum .44, me la guindé de la cintura y salí de la habitación. Cuando mi viejo salió del baño, yo estaba esperándolo en el balcón para despedirme. “Gracias por todo, papi...”, le dije, “... bendición.” Con esa simple despedida, me marché. Algo había cambiado en mi interior, no sé cómo explicarlo ni cómo hacer sentido de ello, pero definitivamente, e irreversiblemente, quizás, ya no era el mismo. Sin embargo, continuaba con mi rutina laboral y cuando regresaba a mi hogar practicaba mi pieza. La repetía, y la repetía, sin tocar algo más que no fuera mi propia composición. Una cierta noche de trabajo, regresó el profesor a la telaraña, pero esta vez no entablé conversación alguna. Permanecimos indiferentes el uno al otro. Cuando culminó su noche, me excusé con mi jefe para ir al baño, y seguí a aquel individuo hasta su auto. Le di tal golpe en la cabeza, con el cabo de la Magnum, que el pobre se derrumbó al suelo perdiendo la conciencia. Lo arrastré hasta el baúl de mi auto y me abrí camino, sin detenerme, hasta mi casa. Cuando éste despertó, se encontraba atado a una silla y con la boca tapada. Le expliqué la situación, pero se negaba a prestarme atención: temblaba e intentaba, inútilmente, desatarse. Luego de varios intentos vanos por calmarlo, coloqué la Magnum encima del piano: eso hizo el trabajo. “Tocaré mi pieza para ti esta noche.” le dije, “Luego reunirás a todos tus colegas de Música, para que éstos también sean testigos de mi composición. Tocaré para ellos y para 75
tus estudiantes, y para toda la universidad. Si no se cumplen dichos deseos, te dispararé entre medio de los ojos, ¿comprendes la situación?” El profesor, aunque con la mirada empapada de miedo, asintió con la cabeza. En el plazo de unos días, el profesor permaneció en su propia caverna, secuestrado y bajo la vigilancia de lo que, alguna vez, fue un “buen tipo”. Conseguimos lograr los arreglos para una actividad musical en el auditórium de la universidad. Cada día, yo continuaba practicando y perfeccionando la ejecución de mi composición. Cuando llegó el día de mi tan anhelada oportunidad, desempolvé mi único traje y mi única corbata, para hacer mi gran entrada al mundo de la música, el mundo de las luces; y lograr mi salida, de una vez por todas, de aquel mundo lleno de sombras. Para mi asombro, aquel auditorio estaba repleto de personas. No cabía otra alma en aquel lugar. Las primeras filas de asientos las ocupaban los músicos virtuosos del país, le seguían los miembros de la facultad, y luego los estudiantes junto a sus familiares. Cuando llegó mi acto, pude sentir cómo iban zafándose mis cadenas, mientras el profesor (tratando de disimular su trauma), me introducía ante aquella multitud. Al comenzar mi pieza, me sentía, al fin, enteramente libre de toda atadura. El público guardaba tanto silencio, que me pensé solo por unos segundos. Aquella Sonata en La Mayor, me guiaba hacia la salida de mi cueva y por primera vez, en mi vida entera, comenzaba a percibir la luz. Cerré mis ojos por unos instantes y me dejé llevar por el éxtasis de aquella transición. Me sentía vivo, libre, elevado. Llegando al final del último compás, veía todo con una claridad cegante. Me ardía el corazón de tanta vida.
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Al culminar mi pieza, permanecí con los ojos cerrados, escuchando los gritos y aplausos del auditorio entero. Suspiré profundamente con mi sonrisa en crescendo; al abrir mis ojos noté que todos estaban de pie, mientras aplaudían, y la policía se hacía paso por el pasillo central, y lateral; decididos a encadenarme, nuevamente, a vivir mirando sombras en alguna caverna del mundo; sin embargo, llegaban tarde: mi sonrisa nunca volvería a debilitarse. Había logrado la salida, y a mis ojos los alcanzó la luz.
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Contenido Antología Poética ���������������������������������������������������������������� 1 Falta de Práctica (En el amor) �������������������������������������� 3 Falta de práctica ���������������������������������������������������������5 Toda una vida ������������������������������������������������������������6 Miedo ������������������������������������������������������������������������7 Tu piel ������������������������������������������������������������������������8 Saborear el infinito �����������������������������������������������������9 Distante �������������������������������������������������������������������10 Desprenderme ����������������������������������������������������������11 Paradojas ������������������������������������������������������������������12 Humano ������������������������������������������������������������������13 Muerte más sutil ������������������������������������������������������15 Otro lado del teléfono ����������������������������������������������16 Adicto en rehabilitación �������������������������������������������17 Un abrazo ����������������������������������������������������������������18 En el caos disonante �������������������������������������������������19 Entre idiomas �����������������������������������������������������������20 Campo de Batalla (Entre la muerte y la vida) ������������� 23 La caída ��������������������������������������������������������������������25 Metáfora ������������������������������������������������������������������26 A un suicida �������������������������������������������������������������27 La orilla ��������������������������������������������������������������������28 Pieza forzada ������������������������������������������������������������29 Ojos tristes ���������������������������������������������������������������30 Detrás del espejo ������������������������������������������������������31 ¿Qué ves cuando me miras? ��������������������������������������32 El reloj ���������������������������������������������������������������������33 Cansancio ����������������������������������������������������������������34 Desterrado ���������������������������������������������������������������35 Caigo �����������������������������������������������������������������������36 Para el que se fue ������������������������������������������������������37 El rescate ������������������������������������������������������������������38
Sabiendo lo Peor (El Único Propósito) ������������������������ 41 Sabiendo lo peor ������������������������������������������������������43 Aida Albino ��������������������������������������������������������������44 Ojos abiertos ������������������������������������������������������������45 Ensayo de Música �����������������������������������������������������47 Marta �����������������������������������������������������������������������48 Myrta Perez ��������������������������������������������������������������49 Despedida ����������������������������������������������������������������50 Metamorfosis �����������������������������������������������������������51 Verano del ‘19 ����������������������������������������������������������53 Protagonismo exagerado �������������������������������������������54 Cuentos ���������������������������������������������������������������������������� 57 Cadentia ������������������������������������������������������������������59 Tony ������������������������������������������������������������������������65 El Lector ������������������������������������������������������������������70 Obertura ������������������������������������������������������������������72