El descensor - A02N02 - Lluvia de verano

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Colaboran: Carlos Alberto Olague Alcalá Alex Plomp Mayde Molina Teresa “Fábulas” Sergio Manganelli Kym McLeod Jesús H. Olague Alcalá S Braswell Gabriel Bevilaqua Mathew Brady Martha Silva Gary Romin Ulises Varsovia Roger Kidd Ana M. Gutiérrez Daniel “Crónicas Urbanas” Lino Carmenate Milián Mila Zinkova José Luis de la Fuente Jonathon Monk Carolina Fernández Gaitán Louis Joseph Raphaël Collin Francisco Arriaga Juan Manuel Gallardo Rubén Vázquez Alberto Patiño Ramírez Buble Josefina Camacho Frisia Orientalis Sender Eleven Ivan Stepanovich Ksenofontov Lázaro David Najarro Pujol Sara Royo Ferraz Heather Sorenson Alphonse Daudet Timo Balk


El descensor Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba abajo El tema para el próximo número es:

Fantasmas Se recibirán colaboraciones hasta el día 31 de agosto de 2011.

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Año 2

LLUVIA DE VERANO

Contenido Portada (Carlos Alberto Olague Alcalá) ___________________ 3 Como el agua clara (La redacción) _______________________ 4 La lluvia milagro (Mayde Molina) ________________________ 5 Poema 4 (Sergio Manganelli ) __________________________ 11 Cuando dejamos de ser niños (Jesús H. Olague Alcalá) ______ 12 En una maldita trinchera (Gabriel Bevilaqua) _____________ 15 Sirena (Martha Silva) _________________________________ 16 Vendrán las lluvias (Ulises Varsovia) _____________________ 18 En su belleza confía (Ana M. Gutiérrez) __________________ 19 Como (Lino Carmenate Milián) _________________________ 22 El muro (José Luis de la Fuente) _________________________ 23 Convicción (Carolina Fernández Gaitán) _________________ 29 La inocencia (Francisco Arriaga) ________________________ 30 Ahora (Alberto Patiño Ramírez) ________________________ 36 Lluvia de verano (Josefina Camacho) ____________________ 38 Al quinto día (Sender Eleven) ___________________________ 40 Temporal en alta mar (Lázaro David Najarro Pujol) _________ 41 Como lluvia de verano (Sara Royo Ferraz) ________________ 45 Woodstown, un cuento fantástico (Alphonse Daudet)_______ 46

Número 2

Portada (Carlos Alberto Olague Alcalá) Imagen: The water de Alex Plomp (http://www.sxc.hu/profile/alexplomp). * México. Soy publicista, director general de una agencia BTL. Nacido en la ciudad de México, pero radico en Zacatecas. Soy candidato a portador de la vela perpetua, aunque la vela perpetua no está muy de acuerdo. También soy monero, y la mayor parte del tiempo no sé qué hago aquí además de ser el responsable del diseño de portada. Se le puede encontrar en En mi opinión (http://carlosolague.blogspot.com).

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Derechos de uso _____________________________________ 51

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Como el agua clara (La redacción) Editorial Son la lluvia y el verano pretextos perfectos para la diversión infantil, y de los no tan niños ¿por qué no?, para dejar a un lado los libros, el trabajo y los afanes del día a día y concentrar los esfuerzos en las risas y los juegos en familia o entre amigos, para salir a las calles y las plazas, a los campos y las playas, a mojarse los pies y chapotear en los charcos y las norias, en el mar; tiempo de abrir la boca y dejar a las gotas de lluvia escurrir por la cara, los labios, la lengua, y llevarse con ella toda preocupación, todo problema por difícil que éste sea. De igual forma suelen ser, verano y lluvia, catalizadores perfectos para la melancolía por los tiempos, la gente y los amores pasados, por los que se han ido quedando atrás, que se han dormido en la memoria gracias al paso de los años y un día regresan intempestivamente, como un aguacero, para inundarnos de emociones nuevas que brotan a flor de piel, como el agua que emana de la piedra bíblica. Es, en este tenor, la lluvia de verano ese milagro que da vida, que hace florecer los campos como a las pasiones y los sentimientos; que limpia, que purifica el espíritu; que brinda sosiego hasta a los corazones más atormentados, porque indudablemente, después de la tempestad ha de venir la calma. Así, llenas de una calidez característica, como las tardes de verano, son las palabras de este nuestro grupo de colaboradores, que ahora nos comparten como el agua de lluvia, fresca y clara. EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo Como el agua clara (La redacción)

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La lluvia milagro (Mayde Molina) Mujer de aire Recuerdo todavía aquel verano en Andalucía. Era el mes de agosto y estábamos pasando nuestras vacaciones en un pequeño pueblo de Córdoba donde vivía casi toda mi familia. * España. Nace en Barcelona el 7 de junio de 1968. Estudia radiología y más tarde medicina tradicional china. En octubre del 2003, empieza a asistir a los talleres literarios de “Aula de Escritores” en el barrio de Gracia de Barcelona, bello y multicultural donde los haya, donde todos los viernes tertuliando entre cafés y amigos se empiezan a hilvanar sueños, prosa y poesía. Desde entonces no sale de casa sin papel y pluma, porque sabe que en el lugar más inesperado se puede encontrar con una nueva historia. La escritura es su forma predilecta de comunicar, dar la cara a la vida y a las nostalgias de la infancia y recoger el mundo de los sueños poniéndole alas de aire a su fantasía. Se le puede encontrar en Mujer de aire (http://www.mujerdeaire.com/).

Mi abuela tenía una higuera enorme y vieja en el patio de su casa y un sinfín de macetas con flores inundando las paredes y los rincones de color. Siempre pensé que ella tenía la fuerza de adivinar cada uno de mis pensamientos si se lo proponía y en sus ojos claros, aun cuando ya se hizo muy mayor, Siempre seguía chispeando el fuego y la brisa de una mirada limpia y sin trampas. pensé que ella Aquel verano descubrí, que le habían salido un montón de arrugas en torno a los labios y más tarde comprendí que no habían sido repentinas, como a mí me pareció en aquel momento, sino que cada una de ellas había crecido con el tiempo, surcando un camino tenue en torno a su boca. Dejando la huella de los silencios y del dolor que había contenido en el transcurso de aquellos difíciles años apretando bien fuerte los labios. Las tardes más calurosas, yo solía dormir una pequeña siesta bajo la higuera. Un día me despertó su voz canturreando feliz, sólo

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tenía la fuerza de adivinar cada uno de mis pensamientos si se lo proponía 5


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porque estaba empezando a llover. La miré sorprendida ante aquella repentina dicha y entonces ella me explicó, que aquello sí que era un verdadero milagro en Andalucía. Y sacó rápidamente los cubos de metal al patio y al poco rato, un sonido tintineante empezó a repicar en su interior mientras las gotas caían y los llenaban haciendo música con el agua. A lo largo de aquel verano, hubo alguna tarde más de lluvia; a veces era una lluvia rocío muy finita, que llenaba las hojas y las flores de gotitas brillantes y minúsculas y otras era un lluvia brava y torrencial, que encharcaba completamente el patio y chorreaba surcando como pequeños ríos por el viejo tronco de la higuera.

mientras mi incansable curiosidad le volvía a preguntar a ella por qué se había puesto de repente el cielo de aquella manera

Pero siempre, después de la lluvia, el cielo se despejaba y la tarde se teñía de colores, mientras mi incansable curiosidad le volvía a preguntar a ella por qué se había puesto de repente el cielo de aquella manera y las nubes en torno al sol lucían tan anaranjadas… Y mi abuela me contaba guiñándome un ojo, que aquello simple y sencillamente era magia. Que había alguien allí arriba pintando con su paleta el cielo, sólo por el placer de que los humanos pudiésemos ver con nuestros ojos aquella hermosura desde la tierra. Y yo, por aquel entonces, bastante conforme con la explicación, sonreía también y me imaginaba aquel Dios pintor que con la bata y las manos llenas de manchas coloreaba la tarde a su antojo. A veces, mi fantasía me llevaba a imaginarme hasta a su madre… Que tal vez lo regañaría, como hacía conmigo la mía cuando me ensuciaba las manos y la bata con las témperas, tratando de dar color mis pequeños mundos de garabatos, sobre el papel que más tarde mi

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abuela colgaría orgullosa en las paredes de su casa. Una de aquellas tardes intensamente rojas, nos tumbamos las dos bajo la higuera, mirando solamente las nubes, hasta que vimos aparecer en el cielo la primera estrella despuntando. Entonces ella me contó que aquella estrella era “el Lucero del alba”, porque era el astro que más brillaba cuando empezaba a caer el sol y ya no desaparecía hasta bien entrada la luz de la mañana. Hoy, que sé que no era una simple estrella sino que se trataba del planeta Venus, recuerdo que le pregunté a ella aquella tarde, quien había decidido que fuese justo “el Lucero” la primera y la última estrella que debía brillar en el cielo. Ella contestó muy seria, que por supuesto también era Dios. Yo sonreí de nuevo sorprendida y ella entonces me dijo, que tenía los hoyuelos de Venus en las mejillas cuando me reía y que eso iba a regalarme sin duda una vida afortunada. .......... Ahora estoy contemplando de nuevo Venus; sus destellos por momentos se están tornando anaranjados, veo a través de la ventana los matices de su color y pienso que eso sucede porque está tan cerca del sol que es capaz de reflejar los tonos de éste en el ocaso. Hace una hora que quedó atrás tu Nueva York y estamos volando ya a más de 5000 pies de altura. He visto los rascacielos de la gran manzana, transformarse en pequeños rectángulos grisáceos, destacando tímidamente entre las últimas luces de la tarde… Y aunque resulte gracioso pensarlo, ese monstruo de ciudad que a la altura de nuestros ojos EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo La lluvia milagro (Mayde Molina)

Ahora estoy contemplando de nuevo Venus; sus destellos por momentos se están tornando anaranjados 7


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parecía tan grande y poderosa apenas se asemeja a un montón de juegos Lego para niños desde aquí arriba. Una ciudad de juguete, hecha de plástico duro, que se ha ido perdiendo sin más bajo mi vista. Y tú, que me decías el otro día cuando paseábamos juntos por las grandes avenidas, sintiéndonos bien pequeños a su lado: “Fíjate… esos rascacielos… hieren el cielo como flechas...” Invocación a la lluvia de Teresa “Fábulas” (http://www.flickr.com/people/teresafabulas/)

Hoy apenas he visto sus flechas tres segundos antes de que se perdieran en la distancia, conforme nos alzábamos entre las nubes. Ahora volamos sobre el océano; ese inmenso océano que me está separando nuevamente de ti y que me vuelve a dejar en el patio de la casa de mi abuela llorando. Como aquella mañana en que al despertarme salí corriendo a buscarla, con la cara empapada en llanto, porque se habían marchitado durante la noche todos los jazmines que ella había colocado la tarde anterior en mi cabello. Ella me llenaba la cabeza de tirabuzones; liándome los mechones

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de cabello entre los dedos, sin ayuda de peines ni de nada más que sus propias manos. Luego, antes de que oscureciera, yo la ayudaba a recoger las flores aún cerradas del patio y me enseñaba a ensartarlas, una a una en un hilo blanco. Hacíamos adornos para el pelo que ella disponía entre mis rizos y que justo al anochecer empezaban a abrir sus flores desprendiendo un intenso aroma. Recuerdo la primera vez, que al instante de sentir su olor, pensé que aquello era una forma más de magia…Y respiré muy hondo, sintiendo la fragancia de los jazmines flotando alrededor de mi cabeza. Por eso aquella noche quise dormir con ellos. ¡Cuántos recuerdos, viven aún en mí memoria de aquellos días…! Por eso será, que aún me gusta tanto el olor de los jazmines y que añoro inmensamente las noches de Andalucía a las que quiero volver contigo… Para que veas como lucen las estrellas y brilla el Lucero del alba y te inundes con los aromas de las flores mezclándose en el aire de la noche y respires también el olor intenso del aceite flotando sobre los campos y puedas ver las casitas desde el cerro del pueblo, que se ven blancas y brillantes como pequeñas lunas llenas de vida… Y así, aprendas a reconocer aquella tierra por sus olores cómo yo aprendí a hacerlo cuando era niña. Y volveré a ponerme flores en el pelo… como aquel verano, cuando cumplí los 9 años. Ayer por la noche, eran tus manos las que estaban enredadas entre mi pelo, deshaciéndome los rizos que con tanto empeño hiciese mi abuela hace ya tanto tiempo.

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Y respiré muy hondo, sintiendo la fragancia de los jazmines flotando alrededor de mi cabeza 9


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Y ahora, ya no quiero sostenerme más en la nostalgia, ni vaciarme frente a estas hojas de mi pensar, sólo me evadiré del mundo, de su realidad… Para ver cómo nace la noche empezando a salpicar el cielo de múltiples luces pequeñas y brillantes. No quisiera dormirme en el transcurso del vuelo, no quisiera que me venciera el sueño y cerrar los ojos y perderme todo cuanto se puede ver desde aquí arriba, ni esta, la noche más corta, porque apenas en dos horas estaremos en otro continente y allí serán ya las primeras horas del alba. ..........

ya no quiero sostenerme más en la nostalgia, ni vaciarme frente a estas hojas de mi pensar, sólo me evadiré del mundo, de su realidad…

Acaba de amanecer en Europa y el mapa que tengo frente a mis ojos me indica que ya volamos sobre Francia. Miro por la ventana y a pesar de mi tristeza, allí está Venus de nuevo cambiando de continente. Creo que falta apenas una hora y media para aterrizar en Barcelona, la ciudad donde nací y crecí la mayor parte del tiempo, lejos de mi abuela María. Y me detengo a pensar si acaso… Pudiese tener tanta magia como aquel Dios pintor que dibujó con colores las tardes de mi infancia y poner el día boca abajo… Para atrapar el giro del tiempo y así caerme de nuevo en tu noche, tibia y limpia… Y ser como la lluvia-milagro que cayó aquel verano en Andalucía.

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La casa en el ciruelo Las gotas van y vienen, se mecen, se descuelgan, transfiguran la tarde en claridad y verde, cincelan en lo árido un mundo cristalino, un brotar de matices y duendes incorpóreos.

Y luego, a la perfecta hora en que los pájaros diseminan al aire la fragancia, descubro en la húmeda tersura del follaje, un verso candoroso, o una mueca anhelada, que desbarata el intento, la malsana tendencia, de sentarme a morir bajo los álamos.

* Argentina. Nació en Haedo, Provincia de Buenos Aires, Argentina, el 28 de febrero de 1967. Reside actualmente en San Antonio de Padua, al oeste del conurbano bonaerense. Sus poemas y artículos han sido publicados en una importante cantidad de diarios argentinos, de México, Colombia y España. Asimismo en revistas culturales y literarias de Argentina, Brasil, España, México, Estados Unidos, Puerto Rico, Francia, Colombia, Venezuela, Chile, Italia, Cuba, Nicaragua, etc. Obtuvo entre 1991 y 1999 una treintena de premios y menciones en su país. Se encuentra trabajando en la edición de “Sangre de Toro” poemas y banderillas-, que se editará inicialmente en Buenos Aires y posteriormente en España. Para ponerse en contacto con él, deje un mensaje en la sección Contacto de nuestro sitio web.

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Imagen de fondo: Grazing Land de Kym McLeod (http://www.sxc.hu/profile/Egilshay)

Poema 4 (Sergio Manganelli )

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Cuando dejamos de ser niños (Jesús H. Olague Alcalá) Diario de un estafador Es verano y llueve, y tardes como esta traen consigo otras lluvias, de tristezas y alegrías, de recuerdos y deseos, de presencias y de ausencias, de gente que pasó por aquí, dejando una huella... .......... A veces venía a la casa algún jueves por la tarde acompañando a su madre para visitar a la mía. No recuerdo su nombre, pero sí sus ojos grandes y su cara redonda que enmarcaba con amplitud una boca pequeña que sonreía poco, sus siempre perfectas trenzas apretadas, las pecas que salpicaban su pequeña nariz y sus mejillas breves, su piel clara y su espalda angulosa, sus manos pequeñas y su caminar rápido sobre unas piernas flacas y largas que le incrementaban al tronco diminuto no sé cuantos centímetros de estatura, con los que me superaba notablemente aunque teníamos la misma edad. Una tarde de verano, hace unos treinta o treintaiún años, no más pero tampoco menos, mientras su madre y la mía, que habían dejado a un lado los tejidos y comían galletas y bebían té, platicaban de mudanzas, cambios de vida, obligaciones de mujeres cristianas y otras cosas que parecían importantes, porque callaban de inmediato al adivinar nuestra presencia en las cercanías de la sala, nos fuimos al puesto de periódicos a comprar los cuentos de costumbre, yo pediría Kalimán, La familia Burrón o Memín Pinguín, mientras ella buscaría Archie, La Pequeña Lulú y Periquita. Comenzaba a caer una ligera lluvia y

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No recuerdo su nombre, pero sí sus ojos grandes y su cara redonda que enmarcaba con amplitud una boca pequeña que sonreía poco

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seguramente por eso el puesto estaba cerrado. Regresamos a casa sin hablar, rodeados de un silencio de esos largos que son comunes entre niño y niña que tienen que pasar la tarde juntos sin quererlo y las historietas son lo único con lo que se hacen soportables la obligada visita y la ineludible cortesía. Entramos a la sala sin dirigirnos la palabra, donde un silencio sepulcral y la mirada baja de su madre y la expresión adusta de la mía nos decían que ese no era el lugar ni el momento para estar, así que salimos apuradamente de ahí, sin hacer ruido, sin imaginar siquiera por qué, aunque lo poco que habíamos escuchado nos daba una idea más o menos precisa de lo que estaba sucediendo. En silencio nos fuimos a sentar frente a la ventana del estudio, a ver caer la lluvia en el naranjo que aún ahora reina en la huerta familiar. Hacía calor y la lluvia arreciaba, truenos y relámpagos caían cada vez con más furia; teníamos miedo, de manera que el espacio que nos separaba abrevió un poco en cada golpe de fuego que anunciaba una nueva muestra de la ira de un dios que no era el nuestro, y otro poco en cada retumbar de las ventanas. Window de S Braswell (http://www.sxc.hu/profile/LilGoldWmn)

Nerviosos, sin mirarnos, nos dimos cuenta casualmente de que el roce de nuestras manos nos brindaba un poco de sosiego, cosa

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difícil de encontrar a tan temprana edad cuando uno no piensa en la lluvia de posibilidades que brindan el contacto de un poco de piel y unos labios y prefiere los juegos o las lecturas infantiles. No recuerdo su nombre, pero sí mis manos tímidas, temblorosas, y mis ojos, recorriéndola toda, centímetro a centímetro, como a la lectura obligada de las tardes de jueves; manos y ojos guiados por un instinto animal que suplía con creces toda falta de conocimiento y experiencia. Ni una sola palabra, sólo miradas, sonrisas, caricias, labios, manos, vientres, seguidos de ese extraño “dolor” abdominal con olor a ansiedad y desconcierto que al paso de los años y las experiencias desaparecería, dejando paso a otras sensaciones, pero no a otros sentimientos. No recuerdo su nombre, pero sí sus, siempre perfectas, trenzas apretadas, aún después de todo, perfectas y apretadas; sus piernas largas y delgadas, como los sueños en que se quedaron grabadas; sus pecas en la nariz y las mejillas, y los brazos, y el pecho, llenándolo todo como gotas de lluvia, como las gotas de lluvia que escurrían por el ventanal para impedir al naranjo ser testigo involuntario de lo que en el estudio sucedía; sus labios pequeños que se apretaban con timidez, y su sonrisa, la única sonrisa de veras que le vi jamás, nerviosa primero y pícara después, cuando había parado de llover y su madre le llamaba porque “ya era hora”.

No recuerdo su nombre, pero sí mis manos tímidas, temblorosas, y mis ojos, recorriéndola toda, centímetro a centímetro, como a la lectura obligada de las tardes de jueves

.......... Es verano y llueve, y han pasado muchas tardes de lluvia desde entonces, desde que no volvimos a vernos, pero estoy seguro de que ella igual que yo, nunca olvidará esa tarde de lluvia cuando dejamos de ser niños. EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo Cuando dejamos de ser niños (Jesús H. Olague Alcalá)

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En una maldita trinchera (Gabriel Bevilaqua) El elefante funambulista Hacía días que diluviaba. Ariel me dijo que hubiera preferido que parara el cielo antes que los obuses. Enseguida, el sargento nos ordenó alistarnos: se aproximaba otra carga. Cuando dio la voz de ¡Fuego! el lodo se vistió de cuerpos. Nunca fui un buen tirador pero esa vez le di a uno. Por un instante, me quedé sin disparar; furioso, el sargento me increpó como un látigo. Volví a abrir fuego y le acerté a otro. Inexplicablemente, a escasos metros de llegar a nuestra línea, el enemigo tocó retirada. Al verlos huir como perros, me cebé en el gatillo y logré derribar a un tercer hombre. Era mi día. De repente, lo tuve al clarín, en la mira de mi máuser y me propuse acallarlo. Tras el certero disparo sentí que todo se silenciaba en el campo de batalla, excepto el sonido atronador de la bala que se incrustó en mi cabeza. No sé cuánto tiempo después, tendido boca arriba, abrí los ojos a un cielo terso y azul. Pensé en Ariel. De inmediato, me busqué sin éxito la herida. Luego descubrí que no había nadie más que yo en la trinchera. Todo esto que escribo sucedió hace un par de semanas; desde entonces, más allá de la línea de fuego a la que aún no he vuelto a asomarme, el toque de retirada no cesa. Imagen de fondo: Dead soldier in trench, Petersburg, ca. 1860 - ca. 1865 de Mathew Brady (http://arcweb.archives.gov/arc/action/ExternalIdSearch?id=524484)

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* Argentina. Onironauta al que se le ha metido en la cabeza la vana pretensión de escribir historias breves -y no tan breves- que lleguen a embelesar a sus ocasionales lectores. Como tal, la indisciplina es una de sus mayores “virtudes”; para redimirse ha prometido leer de la A a la Z a las grandes plumas que los entendidos recomiendan… Eso sí, sólo cuando termine de hacerlo con aquéllos que cuentan con su fervor aunque sean impronunciables en los círculos literarios (es que nunca le gustó la geometría). Para compensar sus deficiencias “técnicas” -notorias y archiconocidas- se ha hecho fan del animé, donde jura y perjura, habitan buenas historias. Confiesa sin pudor que cuando garabatea sus escritos coloca una aguja junto al teclado “para ayudarse a hilvanar las palabras”. Por lo demás, aloja sus seudo-ficciones en El elefante funambulista (http://elefantefunambulista.blogspot .com) y le han dado -insensatamentepermiso para extender sus letras hasta este Descensor. Si se obvia todo lo anterior y no se comete el pecado de leerlo, se concluirá que es un buen tipo.

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Sirena (Martha Silva) En nombre de todas las letras Esta tarde el cielo estaba teñido de un azul intenso y unas cuantas gordas nubes paseaban perezosas. Luego, en un par de horas, esas cuantas se hicieron una sola: monstruo gris que tronante, se dejó caer sobre este suelo seco y ansioso de humedad, tomándome en medio como rehén camino a casa. Aunque la tormenta apenas se acercaba podía sentir su fuerza: las gotas, duras, rebotaban contra mi cuerpo que las recibió emocionado. Lo confieso: resurgí como renacuajo. Mientras la lluvia caía y yo no me apresuraba por llegar a casa, me hice otra confesión: hubiera deseado que caminaras junto a mí. * México. Irónica, introspectiva y (pseudo) intelectual trata de reinventarse bajo el amparo de la sonrisa chueca señalando con dos líneas cruzadas el lugar donde habrá de encontrarse. También escribe desde la apariencia de una persona normal en el blog lafamosax (http://lafamosax.blogspot.com) .

Disfruto de esas caminatas a solas, pero preferiría que caminaras conmigo bajo esa lluvia que me gusta tanto. Conociendo tu naturaleza traviesa hubieras brincado sobre los charcos que sobreviven de la tormenta anterior y al salpicarme, yo habría reído como una niña. Porque fuimos niños, jugando a reírnos, a amarnos. Las palabras ni los besos fueron forzados, mucho menos la risa. No puedo olvidar esos párpados alzados, ese rictus en tu boca. Un trueno me sacó de mi ensoñación: si bien las gotas no me abruman, él me

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Disfruto de esas caminatas a solas, pero preferiría que caminaras conmigo bajo esa lluvia que me gusta tanto

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hace apretar el paso. La belleza de esta tarde-noche y de la lluvia serían acaso mayores si estuvieras hombro con hombro, a mi lado. A veces, como hoy, canto. Canto esas canciones con las que invoco tu presencia. Cual sirena, intento atraerte hacia mí… Como te decía, hoy el sol dominaba al medio día y comenzó a hacer calor. Yo debía llegar a cierto sitio, pero sólo deseaba poder desnudarme y correr sobre el barro embarrado en el cemento, sobre la arena que se amontona en las banquetas, sintiéndolas convertirse en brasas ardientes. Correría hacia ti y no me harían daño: sería un acto de fe. Me tomarías en brazos y me tirarías en el pasto y ahí, después del amor, veríamos el paso de las nubes rebosantes de lluvia… Sé que a mí me daría frío, pero me haría ovillo en tus brazos y cerraría los ojos de placer. Y dormitaríamos así, abrazados, sobre el pasto y bajo el cielo azul. Quizá llovería. Me gustó haberte abrazado bajo la lluvia. Ver como resbalaban las gotas de tus pestañas. Ver cómo, al cosquillearte la nariz, te tallabas la cara entera. Y luego… a correr. Es muy divertido correr bajo la lluvia.

A veces como hoy, canto. Canto esas canciones con las que invoco tu presencia

Pues ya estoy cansada de caminar cantando, llamándote a la perdición (a perderte en mí). Ojalá estas palabras lograran lo que mi canto no consigue. Pero aún no logro entonar el conjuro de tu aparición gloriosa. ¿Hasta cuándo? Otro rayo, otra lágrima reprimida, llego a un lugar que llamo casa pero no es mi hogar. He dejado de cantar, quiero oír esta lluvia de verano pensando, como siempre, en ti.

Imagen de fondo: Tahti Mermaids de Gary Romin (http://www.sxc.hu/profile/garyr)

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Vendrán las lluvias (Ulises Varsovia) Ulises y sus sirenas

Vendrán las gigantescas lluvias a descontrolar los arroyos, a sacar de madre a los ríos, a caer durante semanas amamantando los verdes bosques, las verdes praderas, los prados, la flora lánguida del estío. Volarán nuevamente, graznando, las obscuras cornejas pluviales, y en los sótanos las arañas tejerán, hábiles, sus redes en la ruta de los insectos.

Nosotros ya habremos escrito las cartas ultramarinas, y detrás de los ventanales contemplaremos el panorama rodeados de pena infinita. Nosotros nos acercaremos, y estrechados en un abrazo de lazos indestructibles, dejaremos continuar la lluvia, dejaremos crecer los arroyos, dejaremos los ríos desbocarse.

Imagen de fondo: DIrish Bridge crossing the Afon Irfon, Powys de Roger Kidd (http://www.geograph.org.uk/photo/1071905)

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* Chile. Nace el año de 1949 en Valparaíso, lugar cuyo mar y tempestades marcaron definitivamente su personalidad y su poesía. Estudió varias asignaturas humanísticas y trabajó en tres universidades al mismo tiempo que escribía poesía en su país natal, de donde salió a Alemania a estudiar un doctorado. Radica en San Gall, Suiza, en cuya universidad imparte un par de lecciones. Ha publicado 28 títulos de poesía entre los que destacan Jinetes nocturnos (1974), Tus náufragos, Chile (1993), Capitanía del Viento (1994), El Transeúnte de Barcelona (1997), Madre Oceánica, Valparaíso (1999), Megalítica (2000), Ebriedad (2003), el más reciente, Anunciación, ángeles y espadas (2008), y las antologías Antología esencial y otros poemas 1974-2005 (2006) y Vientos de letras (2007), en colaboración con el poeta Alexis R. Ha sido publicado por más de 70 revistas literarias, en diferentes idiomas. Puede ser encontrado en su blog personal (http://ulisesvarsovia.tripod.com).

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En su belleza confía (Ana M. Gutiérrez) El séptimo duende Me apresuro entre el viento, la gente y la lluvia como si al hacerlo pudiera evitar mojarme y al contrario, sólo voy más rápido al encuentro de las siguientes gotas que El olor a tierra copiosamente me dan en la cara. El olor a tierra mojada que desprende el suelo justo a mojada que las primeras gotas me impregna la nariz y aspiro profundamente trayendo a mi mente desprende el suelo los recuerdos. El tan familiar aroma a tierra y a musgo de mi infancia, cuando la lluvia me agarraba a la tarde andando en bicicleta a casa de mi abuela y la gente corría, las justo a las primeras ventanas se cerraban y se recogían sábanas de los tendederos a las prisas, me toca los gotas me impregna sentidos. En esos recuerdos estoy cuando me doy cuenta de que sigo en la calle y la lluvia arrecia sin miramientos y sin permitirme la nariz * México. Contadora cuentacuentos bajacaliforniana que reside en Tecate. Se inició siquiera alcanzar a cubrirme con el periódico temprano en la lectura y tarde -porque se le da que segundos antes estaba bajo mi brazo, corro bien eso del destiempo, en la escritura de prosa a guarecerme en el primer sitio que encuentro, el pequeño zaguán de aquella poética principalmente. Aprecia humor negro y opina que es una cualidad especial en las vieja casa que ahora hace las veces de papelería y escritorio público. personas. Le encantan los cuentos de finales infelices. Sus favoritos son los escritores latinoamericanos, aunque ha husmeado en uno que otro europeo principalmente en narrativa y novela. Adicta a la luna y a todo lo que tenga que ver con el desierto. Publicó alguna vez y aunque se acuerda donde apenas la conocen en su casa. Escribe desde marzo del 2004 en 7DuendeS (http://www.7duendes.com ) y esta es la primera vez en un proyecto colectivo.

Voy viendo donde piso y alcanzo a ver que en el lugar en el que pretendo guarecerme ya hay cuatro tristes pares de zapatos más que se apilan para darme paso. Doy un paso más. Uno de esos pares de zapatos es color amarillo. Zapatos de mujer. Lindos zapatos amarillos de mujer. Levanto un poco la vista, torneadas pantorrillas enmarcadas por la tela amarilla de una falda que hace juego con el amarillo de los zapatos. Al ponerme a su lado sigo bajo mi periódico

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y no levanto la vista. El contraste de esos lindos zapatos con el gris de la banqueta y el riachuelo mugriento que empieza a correr en la cuneta me hace imaginarme todas las posibles razones por las que una mujer estaría a esa hora entre cuatro tristes transeúntes, incluyéndome a mí, en el zaguán de una vieja casa del centro que ahora hace de local comercial. Guareciéndose de la lluvia ¿qué mas? -me contesto-. La lluvia y el tedio me hacen hacerme preguntas absurdas, preguntas aburridas. Sin voltear observo el golpeteo de la lluvia en el suelo salpicando mis zapatos y los de ella. Levanto la vista para ver la lluvia sin voltear -deliberadamente- a mi derecha, no quiero verle, prefiero imaginar qué hace ese vestido tan vistoso en un día tan gris. “En su belleza confía” digo recordando el dicho de mi abuela cuando la tía Lula se ponía aquel vestido tan amarillo los domingos. Los domingos son días luminosos y felices, para vestirse de amarillo y confiar en la belleza contestaba mi tía Lula. Pobre la tía Lula murió sola en lunes, y por cierto ese día estaba lloviendo, no le valió confiar en su belleza, se la han de comer los gusanos. Regreso a la mujer portadora del vestido y los zapatos que están a mi lado, a la probable confianza en su propia belleza, a su gusto por ese color, y recuerdo sonriendo que hoy es martes y no domingo.

Graffiti de Daniel “Crónicas Urbanas” (http://homourbano.blogspot.com)

En el tedio de los minutos que no deja de llover respiro profundo. Me abandona el aroma a tierra mojada para dar paso a un fresco aroma a cítrico muy dulce como de naranja. Con ánimo tropical doy rienda suelta a mi imaginación: ¿Será joven? ¿Cómo serán sus

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facciones?, sigo preguntándome bajo el periódico que he tenido que dejarme puesto porque no he alcanzado a entrar del todo en el zaguán. Con la vista al frente juego a contar los minutos imaginando el color de su cabello. Volteo mi muñeca para ver la hora en mi reloj, todo sin voltear a mi derecha. Detrás de mí alguien carraspea, dice con permiso y se abre paso para introducirse de nuevo a la lluvia, lo veo cruzar la calle casi corriendo y sortear charcos, se pierde al doblar la esquina. Ha de haber tenido prisa por irse -me digo mientras sigo imaginando como será el rostro de la chica de amarillo-, doy un paso corto hacia atrás y bajo mi brazo cansado de detener el periódico que ya no necesito que me proteja de la lluvia, pero por un asunto de distancia y cálculo quedo apenas un poco detrás de ella y sin querer le veo un poco el hombro y parte de la espalda, pero no de su cabello, pues un sombrero a juego con el vestido me saca de la jugada. La posición de su espalda me hace pensar en la confianza y la rectitud aunque el ritmo de su respiración, su aroma y el color del atuendo inviten al desparpajo. La luminosidad que contrasta con el gris de la lluvia me sorprende, me encandila. Detrás de nosotros se rompe el silencio, se charla aludiendo al clima y su pronóstico para los siguientes días, de política, la crisis y lo caro que está todo. En su belleza confía y yo ni siquiera sé si lo es, ¿cómo decirlo si no puedo verle?, aspiro otra vez respirando naranja y jazmín. Veo el reloj y recuerdo la cita con ese cliente que tengo concertada desde hace quince días. Llegaré tarde pero en línea, al menos no me he ensuciado los pantalones con esta lluvia. De un momento a otro la lluvia se detiene y los demás inquilinos del zaguán se abren paso para seguir sus caminos, ¡piensa rápido! -me digo- y doy el paso para hablarle pero no atino a pronunciar palabra, pierdo un poco el equilibrio, todo es tan rápido y breve. Ella da un gracioso paso y otro con sus zapatos amarillos, cruza etérea y veloz la calle, se va, da la vuelta a la esquina, debe ser bella me digo, para atravesar la calle sorteando charcos con tanta confianza. ¡Se va, se va! Se pierde la imagen de aroma a naranja y con ella mis esperanzas de saberle la forma de la boca y la mirada. ¡Carajo, que ligera de pies!, lindos pies en zapatos amarillos, ¡qué segura ella, Con la vista al frente juego a cuanta confianza! ¿Y yo? Bueno, yo sólo soy un par de piernas y zapatos contar los minutos imaginando grises que después de esperar tanto rato, se encharcan hasta el calcetín el color de su cabello tan solo por vacilar un poco al dar el primer paso. EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo En su belleza confía (Ana M. Gutiérrez)

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Como (Lino Carmenate Milián)

Eres casi siempre, como la lluvia de verano cálida y feliz, como el sol que no deja sentir la frialdad que me acompaña, como la luna, alegre y atrevida. Eres la hipnótica locura que me inspira...

* Honduras. Hondureño nacido en Cuba. Doctor en medicina. Escritor, más que bueno, comprometido, más que de ocasión, de corazón. Para ponerse en contacto con él, deje un mensaje en la sección Contacto de nuestro sitio web.

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Sun in the rain drops de Mila Zinkova (http://en.wikipedia.org/wiki/File:Sun_in_the_rain_drops.jpg)

Palabras son palabras

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El muro (José Luis de la Fuente) Desde el otero El calor en la taberna es sofocante y los ventiladores coloniales, lentos y mugrientos, intentan refrescar sin éxito el caluroso y cargado ambiente. Sentado en una mesa, cansado y absorto, observo a través del ventanal huérfano de cortinaje, como un reparador y suave chaparrón de verano empapa las casas y calles del pequeño pueblo. Me relaja observar como la lluvia, en su fluir vertical por el vidrio, forma pequeñas venas de agua que contemplo ausente...

observo a través del ventanal huérfano de conrtinaje, cómo un reparador y suave chaparrón de verano empapa las casas y calles

-Santi, la carta que remití a Orientes era indispensable. Cuando se deja abandonada a la verdad, alguien tiene que ocuparse de ella... Me habla Varano. Sentado en frente mío, Varano da buena cuenta de otra cerveza fría. Me está hablando sobre algo que ocurrió hacía ya muchos años pero que todavía le continúa rondando por la cabeza. Por la gratuidad con que se produjo, por la reiteración y continuidad en el tiempo, por la indignación e indefensión que le causaron. Aunque compañero de hechos y de efectos, la distancia en el tiempo no me permite recordar ni valorar con claridad la gravedad del asunto que él, por el contrario y sin duda, todavía siente.

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* España. Informático de profesión y cuentero de afición. Los cuentos son su salvavidas ante la tormenta diaria de máquinas, cables y bits. Le gusta escribir cuentos directos, breves, de fácil lectura, de literatura llana y sin preciosismos. Y lo confiesa totalmente arrepentido. No sabe hacerlo de otra forma pero promete mejorar con el tiempo de mayor quiere ser cuentero-. Un antiguo profesor una vez le dijo: “cuando alguien pierde toda capacidad de sorpresa, de asombro, de fascinación... está muerto y no se ha dado ni cuenta”, así que le gusta pensar que con sus cuentos, es capaz de sorprender al menos durante un segundo al lector ocasional y contribuir con su granito de arena a que continúe vivo. Tiene cuentos publicados en www.loscuentos.net y se le puede encontrar en Desde el otero (http://www.desdeelotero.com)

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Recién comidos, la modorra, el cansancio y el dolor en las manos y brazos hace que no le pueda prestar la atención adecuada. Todavía no sé cómo me dejé convencer, en pleno mes de agosto, para ayudar a derribar un muro que separaba dos estancias de la casa de Varano en El Pantanal. Pero una semana en El Pantanal, con los gastos pagados, y con los cuatro o cinco amigos de toda la vida a los que hacía tiempo que no veía, era un acontecimiento difícilmente declinable. Lo que en principio iba a ser una tarea fácil y unos días de asueto en un lugar ideal, pasados los días se había convertido en una obsesión por derribar el maldito muro que se resistía a ser arrancado de las entrañas del antiguo caserón. -Un día le pedí explicaciones, pero pretendió hacer conmigo lo que toda la vida hizo con los que estaban en su órbita continuó Varano. Asentí somnoliento. Por el ventanal observo como se acerca presuroso e incómodo por la lluvia Faurel el bodeguero. La cortina de chapines ensartados que tapan la entrada abierta de la cantina tintinea y de forma inmediata suena el golpe seco de una copa de aguardiente sobre la antigua barra de madera oscura. Al camarero y dueño del bar, de nombre Quirós, le llaman El Rápido. Es un hombre de mediana edad, con palillo eterno en la boca y mirada viva. El apodo le viene, obviamente, por la rapidez en poner la consumición a sus parroquianos. Y doy fe de que es así. Varano conoce a todos y cada uno de los vecinos de la escueta villa y nos cuenta brevemente la historia de cada uno de ellos cuando nos cruzamos con alguno o se acerca cualquiera a ver como derribamos el muro. Y digo bien lo de ver, porque ninguno se dignó a coger un mazo y echarnos una mano. La cortina de La mujer y la cantina eran todo en la vida de El Rápido. Solo cerró la tasca el día en que su mujer escapó con un marchante de textiles itinerante, hacía ya algunos años. Fue una sorpresa para él, pero no para los demás. Desde entonces jamás se le ha vuelto a ver con otra mujer. “Si estás mirando continuamente por el retrovisor, no llegas a ningún sitio”, nos dijo Varano, “tener a alguien en perpetuo estado de ausencia EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo El muro (José Luis de la Fuente)

chapines ensartados que tapan la entrada abierta de la cantina tintinea 24


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presente no es bueno”, concluyó. Varano, como diría Alberti, siempre dice lo que no dice. -Si me hubiera pedido explicaciones a mí, yo se las hubiera dado sin dudar. Que no me las da porque no le da la gana, le digo que le aproveche, y se termina el tema. Faurel el bodeguero, amigo de Varano como todos los vecinos del lugar, nos enseñó su bodega unos días atrás, en un descanso entre golpe y golpe de mazo. Faurel nos confesó que no tenía tradición familiar bodeguera, ni tenía al principio maldita idea de cómo hacer vino, pero nos reveló su secreto: “no permitas que lo que no puedes hacer te impida alcanzar lo que puedes hacer”. Era un tipo grandón y grueso, entrado en años, afable y chungón. En mitad de sus explicaciones, observé que sobre el entramado de madera del techado de la bodega, deambulaba tranquilamente una rata. Me atreví a hacérselo notar. El bodeguero, mirando hacia la zona que le señalaba nos comentó que en ocasiones y mareadas por los efluvios que emanan del proceso de maceración de la uva en las tinajas, alguna rata tenía la mala suerte de caer dentro de las vasijas que contienen los caldos y que el proceso de fermentación daba buena cuenta de tan desagradable aditivo, y continuó con sus explicaciones sin inmutarse. A la salida de la bodega, un viejo perro mastín de nombre Buqué dormía el calor a la sombra. Se me antojó premonitorio. La vida de Faurel era tan complicada que Varano prefirió no contarnos nada sobre él. “Si os la contara y lo entendierais, es que os lo habría explicado mal”, nos dijo.

“no permitas que lo que no puedes hacer te impida alcanzar lo que puedes hacer”

-Puesto que no me quería escuchar, una vez le entregué en mano un escrito con todo lo que tenía que decir. Como no me pareció nunca ni medio valiente ni medio decente, me rehusó la carta. -Añadí un “claro” que intentó parecer interesado. Luchando por cerrar torpemente un roto paraguas negro, veo por el ventanal que se acerca Alberto Dyc. Dyc no es su apellido real, es el sobrenombre por el que se le conoce en honor al famoso whisky español, huelga explicar el por qué. Su cojera nata y sus piernas zambas no ayudan mucho a distinguir si Dyc está empezando o continuando

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su jornada. Siempre que fui a la taberna en días anteriores -y fueron muchas- para intentar calmar la sed y reponer las fuerzas que el condenado muro nos quitaba, le encontré allí. No había empezado apenas a sonar el tintineo de la cortina de chapas cuando se escuchó el golpe seco de un vaso de whisky en la barra. Dyc confesó a Varano en una ocasión, que comprendió que tenía un problema con la bebida el día que se acercó al bar, lo encontró cerrado y tuvo entonces la sensación de que se había quedado encerrado fuera del bar. -Pero me terminó leyendo, Santi. Orientes me leyó. Le envié el escrito dentro de un sobre de la Agencia Tributaria que tanto queremos. Y allí, en su casa, lo recogió de su buzoncito, lo abrió y en la soledad humana que todos tenemos de vez en cuando, leyó la carta, sin testigos, él solito. “A ver qué coño dice este cabrón”, (macho cabrío conforme San Lucas), debió de pensar. La ocurrencia de Varano me saca del sopor. Aparto la vista del ventanal y le observo con atención mientras me paso un dedo por la frente para quitarme unas molestas gotas de sudor que resbalan. Orientes fue, hacía muchos años, un guía religioso, orientador, director y casi patriarca de una comunidad religiosa católica cristiana con la cual, para bien o para mal, todos los amigos que nos reencontramos en El Pantanal aderezamos nuestra infancia y adolescencia. Bebo un sorbo de mi cerveza mientras pienso que sin duda La ocurrencia de alguna a todos, de una forma u otra, nos había dejado huella el paso por aquella, Varano me saca del cuanto menos, extraña agrupación religiosa que estoy seguro coincidiría en más de un punto y de dos con los principios que definen e identifican a una comunidad sectaria. sopor. Aparto la vista En mi caso, por ejemplo, no puedo estar más de cinco minutos en una iglesia oyendo del ventanal y le al cura oficiar sin que irremediablemente tenga que salir de allí a los pocos minutos para respirar aire fresco. En los eventos familiares donde es ineludible asistir a un observo con atención acto religioso, al poco tiempo no puedo evitar empezar a revolverme intranquilo en el mientras me paso un asiento. Mi mujer siempre me pregunta si estoy bien e invariablemente contesto que no, que otra vez la maldita indisposición de espíritu me vuelve a castigar... dedo por la frente

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-Y la carta es completa, -prosigue Varano- fechas, hechos, situaciones, sensaciones y después valoración de todo ello. Y cumplía la premonición; “sé que no olvidarás nada cuando te vayas de nosotros”, me dijo Orientes un día. Y era cierto. Me faltaba decirle todo lo que pensaba... Ahí quedó. A la taberna entra una pareja joven. Visten informal y ella lleva una falda de tubo corta que ciñe y marca sus caderas y que deja ver unas largas y torneadas piernas rematadas por zapato de tacón. La algarabía de bar típica y eterna ha cesado por completo y todos observamos a la pareja con curiosidad. El golpe en la barra no ha sonado por lo que no me es difícil deducir que no son de El Pantanal. La joven pide cambio para llamar por teléfono que El Rápido da con su rapidez y eficacia habitual. Una de las monedas cae al suelo desde la mano de la chica. La expectación del personal es inusitada. El joven se agacha a recogerla. La decepción se palpa en el ambiente. Varano y yo reímos por la situación. El bar recupera poco a poco su rutinario murmullo. Varano se levanta de la silla y me hace un gesto cómplice para marcharnos. Estiro los dedos de las doloridas manos, me desperezo y levanto con dificultad. Salimos en dirección a la casa de Varano. O a la casa del muro, tal vez debiera de decir. A unos metros, aún escucho claramente los golpes en la barra de la taberna de El Rápido. Por el camino, la lluvia nos cala y nos refresca. Varano, pensativo, todavía sigue a vueltas con el tema. Nos cruzamos con Sandalio que saludamos levemente al paso. Sandalio es un hombre de edad ambigua, de aspecto descuidado, con la cara picada por la viruela, huraño y esquivo. A los primeros golpes contra el muro, se acercó por la casa de Varano a husmear lo que ocurría sin pronunciar palabra alguna. Varano nos explicó que Sandalio tenía muchos motes, pero que como la gente se dio cuenta de que le gustaba que le llamaran por los apelativos, nada cariñosos por cierto, decidieron llamarle por su nombre de pila, Sandalio, que parecía que Varano se levanta de la era el que menos gracia le hacia. “La belleza de los desiertos está en sus oasis ocultos”, nos explicó Varano refiriéndose a Sandalio, “aunque tengo dudas de silla y me hace un gesto que en este desierto exista alguno”, -matiza.

cómplice para marcharnos

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-Santi, ¿tu perdonas pero no olvidas u olvidas pero no perdonas? -me espeta Varano. -Dispara, -le contesto. -Yo perdono pero no olvido. El perdonar es una condición humana pero el olvido es una condición divina de la cual y por desgracia carezco -espera unos segundos y concluye-: Y me gustaría tanto olvidar a veces... Su gesto pensativo se mantiene durante unos segundos. De pronto sonríe y expone la cara al aguacero. Me señala al cielo con el dedo índice. -Purifica esta lluvia, ¿eh? -me dice. -Sí. Sin duda. Lo estaba pensando -contesto. -Oye, ¿sabes que alguno confunde tus silencios con timidez y banalidad? Pero yo sé que realmente lo que eres es un tío profundo y observador -continúa. Le miro sorprendido. Las cervezas, estaba claro, le habían achispado. Sonrío. Le doy un par de palmadas en el hombro. -Anda, vamos a ver si terminamos con el muro o el muro termina con nosotros -le digo. Empiezo a escuchar, en la distancia, los golpes contra el muro. Ya habían empezado. Por el camino, me dio por pensar que, de una forma u otra, todos tenemos nuestros pequeños o grandes muros que derribar.

Su gesto pensativo se mantiene durante unos segundos. De pronto sonríe y expone la cara al aguacero

Imagen de fondo: Pub life de Jonathon Monk (http://jon3782001.deviantart.com/)

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Convicción (Carolina Fernández Gaitán) En breves

Lo que me hizo dudar fue el gris espeso del cielo, pero la lluvia no es salada, ni duele. Tus lágrimas se clavaron tortuosas, abriéndose paso por mi piel mientras confundías los motivos. Tal vez el seco golpe del martillo fuese el último beso de ayer y yo merezca el dolor de las espinas que jamás logré quitar y hoy se entrelazan con firmeza en mi cabeza, coronándome de errores. Es pleno verano pero siento mucho frío. Te vas, y yo aquí clavada en esta cruz, con la absoluta certeza de seguir amándote. * Argentina. Mendoza (1973). Docente, escritora y amante del microrrelato, microcuento, minificción, microficción, cuento brevísimo, minicuento. Punto, el resto sobra. Puede ser encontrada en Todo es como tiene que ser (http://todoescomotienequeser.blogspot.com).

Ilustración: Detalle de Femme crucifiée de Louis Joseph Raphaël Collin (http://en.wikipedia.org/wiki/File:Louis_Joseph_Raphaël_Collin_-_Femme_crucifiée.jpg)

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La inocencia (Francisco Arriaga) A tiro de piedra El viaje de ocho horas no hizo mayores estragos en nosotros. Un transborde previo en Aguascalientes, el tirón final que duró poco más de cinco horas. Al descender del autobús, el calor húmedo de la ciudad nos dio en la cara, presagio de la lluvia a punto de caer. Era domingo. Más exactamente, domingo 28 de junio de 1992. Tuvimos la suerte de subir en un carro de sitio cuyo conductor había comenzado a trabajar como taxista un día antes. Involuntariamente nos dio un paseo por los lugares más vistosos de la ciudad, y por algún callejón tenebroso que en la penumbra del atardecer feneciente nos inquietaba por su acentuadísimo parecido con algunos callejones Al descender de Zacatecas.

del autobús, el calor húmedo de la ciudad nos dio en la cara, presagio de la lluvia a punto de caer.

* México. Escritor zacatecano que nació en Aguascalientes y vive en Tamaulipas. Coleccionista de libros, impresos o electrónicos, que también le hace a la música, la patrología, la historiografía, y en sus ratos libres escribe para algún periódico zacatecano, pero ya el lector verá qué va descubriendo en sus propias palabras. Se le puede encontrar en Qvod ago (http://www.qvodago.info).

Cuarenta y cinco minutos después, llegamos a nuestro destino. Una dirección a la que regresaríamos los días siguientes incontables ocasiones, y sólo quedaba a una veintena de cuadras de la central camionera. Los cuarenta pesos divididos entre los tres no dieron mayor problema. Alguien pagó sólo diez pesos, cada uno de los otros dos, quince. El recibimiento fue cálido, sentimental. A pesar de ser nosotros los visitantes, el anfitrión adivinábase más incómodo en su propia casa que nosotros los recién llegados a la ciudad. Un par de horas más tarde salimos de excursión. Muy breve, según recuerdo: una cenaduría cercana, escondida en el recoveco de algún callejón, donde el menú constaba de tacos dorados, pozole con carne de cerdo, y buñuelos bañados en caramelo. Es la costumbre,

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después del pozole, pedir un par de buñuelos con un jarro de atole blanco, y p’adentro. Comimos platicando de lo que se quedó atrás, y a lo que habríamos de regresar un par de meses después: el Seminario Conciliar de la Inmaculada Concepción, en el municipio de Guadalupe, en Zacatecas. Nosotros estaríamos en Morelia sólo el tiempo justo que abarcase el curso intensivo de música en el Conservatorio de Las Rosas. Aquella ciudad, maquillada de cantera parda y terrosa, tenía mucho en común con aquella otra donde paseábamos los fines de semana. Pero acá, la presencia ominosa de una urbe inimaginable nublaba la capacidad de asombro ante las detalladísimas figuras esculpidas en piedra que encontramos en las fachadas de casas, templos y negocios. Hacia allá, a sólo tres horas, queda el D. F. En una de esas, nos ponemos de acuerdo y nos damos una A pesar de ser escapada el fin de semana, para que conozcan. Pero no llegamos a ir hasta allá. Preferimos quedarnos, primeramente obligados por el recortadísimo presupuesto que teníamos, y nosotros los después porque nada nos hacía desear irnos de allí. Por fuera, la catedral de Morelia nos pareció pequeña, sin chiste. Bastó cruzar el umbral de la puerta principal para quedar anonadados ante la magnificencia de los acabados, y voltear involuntariamente hacia lo alto, buscando el mítico órgano tubular que sólo se echaba a andar en contadas ocasiones. Una de ellas, la semana cultural, que por desgracia no coincidió con nuestra estancia en la ciudad. Hace un par de años, tocó un organista europeo, holandés o belga, y con la Fanfarria de Widor casi nos desmadra los vitrales. Pero bien hubiera valido la pena, un órgano tubular como ese está hecho para hacer ruido, y no para las mariconerías de los coros juveniles que nomás graznan en las misas dominicales. Sabíamos muy bien a lo que se refería el compañero, quien a su vez recién dejaba el seminario de Zacatecas pidiendo su traslado al seminario de Chihuahua. Esos coros, con voces destempladas y gritonas, que confundían la fuerza y carácter con el grito y la EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo La inocencia (Francisco Arriaga)

visitantes, el anfitrión adivinábase más incómodo en su propia casa que nosotros los recién llegados a la ciudad.

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teatricidad, eran la peste. Los días siguientes fueron de clase, práctica, estudio, y mucho paseo. También por indicaciones de nuestro huésped, comenzamos por excluir los sitios más frecuentados por los turistas. Sólo gastarás dinero, y comerás peor de lo que puedes comer en cualquier fonda. Aquí abundan los estudiantes, sólo encuentren una que les haga descuento sobre el consumo, y la pasarán muy bien.

Zacatecas - Fuente nocturna de Juan Manuel Gallardo (http://www.flickr.com/photos/88041187@N00/4222526909/)

Recorrimos los mercados, las tiendas de artesanías, visitamos los templos y también diferentes librerías donde entremezclada con alguna misa compuesta un par de años antes por un autor local, podía encontrarse un manual de masonería, o de ocultismo con ensalmos y encantamientos. Los establecimientos mencionados de librería tenían sólo el nombre, un centenar de libros dispersos en dos o tres anaqueles daban la certeza de que se trataba sólo de fachadas, escondiendo algo. No nos preocupábamos y continuábamos nuestras excursiones, advirtiendo la cantidad fantástica de edificios antaño pertenecientes a la iglesia, ahora convertidos en lugares vacíos y comunes, o exclusivos y reservados. Conventos, templos, hospicios, edificios levantados por una tradición cuya organización y funcionamiento los gobiernos seculares jamás podrían igualar, y en su tiempo menos aún sustentar, eran convertidos en lugares para exponer y

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demostrar la supremacía de la democracia sobre la teología. Mas los puntos álgidos, silenciosos vórtices de una vida apenas sospechada por nosotros, eran las conocidísimas -y temidas al par- casas populares de estudiantes. Algunas tenían ventanales y puertas abiertas de par en par, en cuyos fondos se insinuaban patios y comedores comunales, y que no ocultaban los camastros cercanísimos unos a otros. Muchachas de ojos que retaban, y se medían al tú por tú contra quien tuviera la temeraria intención de hablar de otra cosa que no fuera política de izquierda, marxismo Enormes murales y comunismo. Los muros de aquellas habitaciones no dejaban resquicio alguno inmaculado. Enormes murales cargados de colores ocres, violentos contrastes y desproporcionadas figuras, era la señal más viva de una postura compartida por todos los moradores de cada recinto, quienes se identificaban por alguna mescolanza de signos y señales que no pudimos traducir, y mucho menos entender. Lo más notable era la casi nula presencia de pintas vandálicas. Quizá un par de oficinas gubernamentales, garabateadas con aerosol negro, pero nada más. Se respiraba el orgullo de una ciudad fresca, hirviente de juventud, ideales y movimientos. Casi tangible, el respeto heredado a nivel celular por los mayores a los jóvenes funcionaba como limitante, estaba permitido -si bien tácitamente- lanzar consignas contra un gobierno que ni siquiera tomaba en cuenta a los indígenas y campesinos que llegaban de los pueblos vecinos y los alrededores más cercanos, por más que cocinaran platillos de olores fulminantes a las puertas de la presidencia, y en los callejones aledaños, pero jamás nadie osaría manchar de aerosol las fachadas de porosa cantera tallada. Omnipresente, la lluvia. EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo La inocencia (Francisco Arriaga)

cargados de colores ocres, violentos contrastes y desproporcionadas figuras, era la señal más viva de una postura compartida por todos los moradores de cada recinto

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Atreverse a vagar un par de horas fuera de casa sin cargar una sombrilla era exponerse a un resfriado seguro, o estropearse irremediablemente el planchado de la ropa. El agua de aquellas lluvias mantenía limpias las losas de plazas y calles, corriendo pura, cristalina, por los arroyuelos artificiales que desembocaban en algún registro del alcantarillado, y era capaz de empapar las mangas de los pantalones de aquellos peatones desprevenidos, voluntariamente ignorantes de las nubes agrupándose en las alturas. El descontento social y la política semejaban un surrealista juego de ajedrez, entre un orden establecido por un gobierno preocupado sólo por su propia subsistencia, y una sociedad que esperaba encontrar la rendija a través de la cual se filtraría en aquel orden bien establecido, para hacer oír su voz y reclamos. Aquella esperanza era líquida.

A las cinco de la mañana toqué la puerta de mi casa, donde encontré a la abuela, quien me abrazó y besó efusivamente.

Cuando llegó el momento de regresar, el autobús fue puntual. Partió a las cinco de la tarde. Llegamos a Zacatecas poco después de la medianoche, cada quien tomó el transporte que le llevaría a casa, a mí me tocó aguardar un par de horas, hasta que fueron las dos de la mañana. Un autobús sin asientos libres, donde pude acomodarme en un escalón, sintiendo cómo las tres horas de camino desde Zacatecas hasta mi pueblo pasaban rápido. A las cinco de la mañana toqué la puerta de mi casa, donde encontré a la abuela, quien me abrazó y besó efusivamente, y ya no regresó a dormir. Me preparó el almuerzo. Con el sol, el cerro lució más verde, las lluvias hacían brotar pequeños retoños, y el olor de la tierra y los adobes mojados se complementaban con los empedrados recién lavados, familiares y peligrosos al mismo tiempo. Sólo entonces comprendí por qué la lluvia de Morelia me resultó conocida, un elemento más

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para sentirse a gusto en la ciudad sin echar de menos lo que habíamos dejado de lado en aquellas semanas. Fue necesario regresar a Zacatecas para poder apreciar desde la distancia lo que habíamos vivido en esas cuatro semanas. Atrás se quedaban los paseos, el acueducto, la catedral, el pozole y los chilaquiles, la chica que nos atendía en la fonda donde almorzábamos y nos trató de ‘señores’ cuando supo que estudiábamos en el conservatorio. Y quién sabe qué otras cosas se habrán quedado allá. La memoria también traiciona, y desde entonces no he podido regresar a Morelia. A veces aún la sueño, nubes cerrándose sobre nuestros rostros, la lluvia que todo lo cristalizaba como si la ciudad y sus habitantes se hubiesen recubierto de azúcar caramelizada-, la cantera y el sonido de los pianos, las voces y la algarabía de estudiantes que todo lo sabían y lo discutían todo. Pero ahora, de vez en cuando, alguien me dice que Morelia ha cambiado muchísimo. Que Zacatecas no es lo que era. Que mis recuerdos son anacrónicos, pertenecen a una década, a un siglo y a un milenio distinto. Que es mejor no regresar, si lo que se quiere es quedarse con el lado hermoso y la visión incólume que siempre depura la memoria. Aunque diré que de alguna manera, regreso cada año. Con las lluvias, con las nubes, con esa sensación de que al volver la mirada, dando vuelta en algún callejón, saltará al presente aquel caudal de días, y podré retomar -siquiera un poco- la vida de aquellos tiempos. A pesar de todo, la lluvia no ha perdido su inocencia.

Imagen de Fondo: Morelia de Rubén Vázquez (http://www.sxc.hu/profile/rubenv)

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Atrás se quedaban los paseos, el acueducto, la catedral, el pozole y los chilaquiles, la chica que nos atendía en la fonda

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Ahora (Alberto Patiño Ramírez) La almadraba De Cartas desde los sitios de la lluvia. Me llevo esta lluvia desplomada sobre mi paraguas, esta lluvia que ya no me permite mirarte. En el recuento de mis ventanas rotas y mis ropas viejas está incluido el sucio cabello de la tristeza que enredaste torpemente, imprudente, en el cuello de mi saco. No pienses que es una simple cola de cometa o que tan sólo es el avión plateado que los niños señalan al pasar. No vayas a decir que no es nada. Tengo tanto miedo de que mis cosas se vuelvan nostalgias. No entiendo las razones por las que un hombre debe quedarse parado en una esquina sin atravesar la calle y desde ahí fingir que ha perdido cosas insignificantes.

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* México. Soy Psicólogo por accidente, músico frustrado y poeta por vocación. Vivo de la actividad docente y la psicoterapia. Escribo poesía para convencerme que hay en este mundo algo que vale la pena. Me encantan las mujeres que han olvidado el resentimiento como estilo de vida. Sólo me interesa conversar con aquellos que tienen algo interesante que decir acerca de lo que sea. Hace 10 años que las enfermedades me amenazan con cierta frecuencia pero la muerte me tiene sin el mínimo cuidado y persisto en seguir en este mundo solo por contradecir a los médicos. Me gusta escuchar música y leer por encima de cualquier cosa.

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Año 2

LLUVIA DE VERANO

Número 2

Afuera los periódicos gritan esas noticias de hombres paseando con zapatos inundados. Las penas están adheridas a los muros como una pintura sediciosa. Hay pañuelos sucios que agitan sus adioses, y las promesas son suicidas asomándose por los balcones Ojalá fuera posible que esta ciudad miserable estuviera tan lejos de mí como una postal escrita por compromiso, me parece que no sería necesario visitarte en mi memoria. Quisiera que tus palabras corrieran el riesgo de desvanecerse en la transparencia del mundo.

Y no poder recordar si al sonreír tus labios se parten o si tienes un lunar en la barbilla. Condeno tus cabellos a desteñirse en la fotografía oculta en el libro más ignorado, me propongo borrar de mi tacto la textura de tu piel.

Rain de Buble (ilustración en portada del libro Cartas desde los sitios de la lluvia)

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Año 2

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Número 2

Lluvia de verano (Josefina Camacho) Desde Uruguay, Josymar Un nuevo amanecer viene apuntando, al aclarar el horizonte se divisa el perfil de los pinares que entre sus frondas acoge las aves del entorno. El canto del hornero y el lamento de la paloma, anuncian otro agobiante día de calor en este ardiente enero veraniego. Cuando salgo al jardín un aire vaporoso y tibio acaricia mi rostro dejando una sensación de placer.

Cuando salgo al jardín un aire vaporoso y tibio acaricia mi rostro

Allá lejano, el astro rey asoma radiante sus primeros rayos, saludando con su brillo la mañana que nace. Todo anuncia otra jornada de verano de playa de disfrute en el mar. Veo que las plantas ya están sufriendo el calor, que les hace marchitar sin compasión sus verdes y brillantes hojas. Pienso ¡oh! sabia naturaleza que regalas tus temporadas espléndidas dando a tus hijos el derecho de vivir en este mundo, rodeados de la hermosura y el color; dadnos un respiro llévate algo de este fuego que abraza desde el amanecer. * Uruguay. Nació en la ciudad de Mercedes, Uruguay, es casada y tiene dos hijos. Reside en el departamento de Canelones desde hace cuatro años. Escribe desde pequeña, es autodidacta y le encanta todo lo que encierre el arte. Es ceramista y comunicadora en radio comunitaria de Salinas-Canelones-Uruguay; conduce un programa en el que recorre todo tipo de temas en lo cultural donde se intercalan temas de canciones de Latino América. Colabora en revista virtual argentina "NOMEN MUNAY" desde hace tres años. En estos momentos está trabajando en el que será su primer libro que contendrá reflexiones, poemas y relatos de la vida.

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Año 2

LLUVIA DE VERANO Como por arte de magia, siento una ráfaga fresca, que comienza a transformarse con rapidez en viento fuerte, arremolinando al levantar las hojas que a su paso encuentra. Miro hacia el cielo con sorpresa casi y contemplo con gran placer, negros nubarrones que en loca carrera vienen directamente hacia este lugar, cubriendo totalmente el sol. Acompaña un estruendo parece rasgar el firmamento.

Cuando salgo al jardín un aire vaporoso y tibio acaricia mi rostro

que

Wolken Bremen Rohdatei de Frisia Orientalis (http://de.wikipedia.org/wiki/Datei:WolkenBremenRohdatei.jpg)

Número 2

Las aves corren despavoridas hacia sus nidos, cuando de pronto, se descarga un chaparrón de gotas gordas que refrescan mi cuerpo. El aroma a tierra mojada impregna el lugar y la alegría envuelve mi alma agradeciendo a la madre naturaleza esta imprevista lluvia de verano... Sabemos que durará poco, sólo un instante pero esto aplacará el fuego que abrasa desde temprano.

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Año 2 Número 2

Al quinto día (Sender Eleven) Absolut azul - ¿Sigue lloviendo hijo? - Sigue lloviendo padre. - Los animales están muy inquietos ¿No tendrán hambre? - Yo creo que si padre, pero más inquietos están mis hermanos y mi madre, sobre todo, están muy cansados. Es mucho trabajo alimentar a todos, tomando en cuenta que cuando terminamos hay que empezar de nuevo, esto es como una oración que no tiene final. - ¡Y pensar que esta lluvia seguirá treinta y cinco días más! * México. Nació hace 43 años en el lugar donde la serpiente devoro al águila, trabaja de anónimo en el gobierno. Es admirador de la vida y la obra J. L. Borges, escribe para divertirse, todo lo que lee le parece imperfecto, incluyendo lo suyo. No sabe usar los acentos y abusa de las comas. Sueña con ganarse el Melate e irse a vivir a Manhattan, para seguir sin hacer nada ya sin prisas. Mantiene el blog Absolut Azul (http://absolut-azul.blogspot.com/).

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Noah damning Ham de Ivan Stepanovich Ksenofontov (http://en.wikipedia.org/wiki/File:Ksenophontov_noah.jpg)

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Año 2

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Número 2

Temporal en alta mar (Lázaro David Najarro Pujol) Camagüebax * Imágenes proporcionadas por el autor Estamos en pleno verano y la lluvia aparece todas las tardes. Estamos en medio del mar en un alargado cayo de los Canarreos. El sitio está rodeado por vegetación tupida, inmensos pinares y extensas áreas de humedales. Se destaca la playa Sirena, considerada como la más hermosa y de aguas tranquilas y transparentes de color turquesa de este paraíso, con una ubicación que la protege de vientos y oleajes. Siempre agradecemos la lluvia para espantar el salitre que cubre nuestro cuerpo. Bajo el agua pura que viene del cielo, nos mantenemos en la más espantosa de las calmas, a tal magnitud que nos invade el aburrimiento. A Onelio y a mí siempre nos tienen ocupados. O mejor dicho castigados al violentar la disciplina. Pero las lluvias nos tienen retenidos en las cabañas. Pero la tranquilidad dura poco tiempo. Porque lamentablemente el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra es el hombre.

A Onelio y a mí siempre nos tienen ocupados. O mejor dicho castigados al violentar la disciplina

* Cuba. Santa Cruz del Sur, 1954. Licenciado en periodismo es autor de los libros de testimonios Emboscada (Editorial Ácana, 2000), Tiro de gracia (Editorial Ácana, 2000), Sueños y turbonadas, (Editorial Alaleph.com, 2007) y Nuevo periodismo radiofónico (Editorial Pablo de la Torriente Brau, 2007). Ha obtenido más de 30 premios y menciones en concursos periodísticos, literarios y festivales nacionales de la radio, entre ellos se incluyen el primer premio en Documental en el Festival Nacional de la Radio (1991), premio Sol de Cuba (1986), premio Primero de Mayo (1988), mención especial en el concurso literario 26 de Julio de las FAR (1999), el Gran Premio Nacional de la Radio (2000), premio Extraordinario 25 Aniversario de la ANIR (2002) y Premio Internacional de periodismo de la Revista Mira (2004). Labora en la emisora Radio Cadena Agramonte, de Camagüey, Cuba. Se le puede encontrar en su página personal (http://camaguebax.awardspace.com/).

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Número 2

- Te tengo una propuesta que te va a gustar -me dice Onelio. - ¿Una propuesta? Debe ser alguna jugarreta de tú parte. - Pues mira que no. Te invito a una excursión alrededor de Cayo Largo. Vamos a explorar sus 25 kilómetros de playas. - ¿Sin autorización? - ¡Claro que sin autorización! Nadie nos va a autorizar a salir con este mal tiempo. En cuanto cese la lluvia vamos ha zarpar. El fanatismo de navegante de Onelio y mi vocación de investigador nos conducirán a una nueva travesía. - El que no se arriesga no cruza el mar evoco una vez más al viejo Vicente. Improvisamos un bote de vela. Nos pertrechamos de un poco de galleta, agua potable, refresco de mantecado y pellejo frito de pollo. EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo Temporal en alta mar (Lázaro David Najarro Pujol)

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- Bueno, pues parece que ya está todo listo -me dice Onelio Nos alejamos de tierra firme tanto que perdimos de vista la pequeña y alargada ínsula. - Onelio, mira hacia el norte. Ahí viene una ventolera. Nos va a azotar - Oye, cuando tú ves que el sol se oscurece de nubes, es `porque viene grande. - Ahora viene lo “bueno”, ¿verdad? ¿El barco crujirá con las grandes olas? - A lo mejor. No mires hacia abajo. Si miras para abajo te mareas con mayor facilidad. Mira hacia el horizonte. - Es que nada más de `pensarlo, me siento mareado. - ¿Ya éstas mareado? La lluvia te quitara el mareo… Ya tu veras. - ¡Ya está encima de nosotros! ¡Baja la vela, Onelio! ¡Baja la veda que nos va a virar el bote! Miro al horizonte y veo el aguacero EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo Temporal en alta mar (Lázaro David Najarro Pujol)

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LLUVIA DE VERANO Onelio, mira al Este, luego al oeste y finalmente al sur que es nuestro destino

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derramarse. Las aguas enfurecidas nos vienen encima. Siento mucho miedo, pero Onelio no se inmuta. Se muestra tranquilo. Al verlo así acudo una vez más a los refranes: Al miedo NO ha habido sastre que le haga calzones. En definitiva vamos navegando a deriva. - Onelio, es mejor echar ancla para no ser arrastrado por las corrientes marinas -propongo. - Ya para qué. Tú veras que el temporal dura poco y dejará de llover. Onelio, mira al Este, luego al oeste y finalmente al sur que es nuestro destino. - NO diviso nada, Onelio. No se ve ni una gaviota.

En definitiva viento y ventura, poco dura. Pienso para si apelando nuevamente al refrán. La lluvia vuelve, pero ahora no tan intensa. Sentimos frío y preocupación. - Ya estamos orientados -dice Onelio con toda la calma del universo. - Coño, por primera vez estás en lo cierto. Allá se ve el extremo noroeste de Cayo Largo del Sur. El aire bate del Este a Oeste, lo que favorece la navegación. Arriba se observa un cielo apenas marcado de nubes blancas. Divisamos el infinito juntándose con el cielo y el sol en su caída en el mar y desapareciendo con la oscuridad de la noche, que nos sorprende próxima al poblado. Las luces de las cabañas comienzan a encenderse.

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Como lluvia de verano (Sara Royo Ferraz) Como lluvia de verano que refrescara mis pasos necesitaba tu aliento, tu mirada, tu ternura, y mi piel se resecaba y ardía de tanta fiebre, pisaba el suelo caliente y me quemaba yo sola. No llovieron tus caricias sobre mi pena de agosto. Aprendí a buscar el agua aprendí a beber yo sola, aprendí que nunca llueve cuando la piel se adormece; sembré mi nube y ya crece. Ya me lluevo yo, sin ti.

Me: Looking de Heather Sorenson (http://www.sxc.hu/profile/plethr)

Letras al viento

* España. Soy poeta, irremediablemente. Soy mujer y madre. Soy alguien que está de vuelta de muchas cosas, pero que desconoce todavía la mayoría de ellas. Soy muchas cosas. Administro el blog Elíxir para olvidar (http://elixirparaolvidar.blogspot.com).

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Woodstown, un cuento fantástico (Alphonse Daudet) El sillón de orejas Presentación por Jesús H. Olague Alcalá Alphonse Daudet (mayo de 1840 - diciembre de 1897), novelista y cuentista francés, considerado uno de los exponentes más populares del género de cuento fantástico francés, fue un apasionado de los temas militares y, a pesar de su posición social, producto de su desempeño como secretario del Duque de Morny, fue un crítico de punzante de la burguesía, clase social a la que perteneció. Entre sus obras más reconocida se pueden encontrar las series de relatos fantásticos de corte naturalista Cartas de mi molino, y Cuentos del lunes de corte militar; sus novelas Poquita cosa, Fromont hijo y Risler padre, Sapho, Jack y la trilogía sobre Tartarín (Tartarín de Tarascón, Tartarín en los Alpes y Port-Tarascón), su obra de teatro Los ausentes y sus libros autobiográficos Recuerdos de una hombre de letras y Treinta años en París. Parte de su obra ha sido llevada en innumerables ocasiones al cine y a la televisión a lo largo de los años, tanto en Francia como en Argentina, Italia, España, México y Estados Unidos de América, entre otros, destacando sus obras Cartas desde mi molino, Jack, Sapho y Tartarín de Tarascón. ----Para este número de El Descensor el texto elegido es Woodstown, un cuento fantástico, un extraordinario cuento fantástico de corte naturalista.

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Woodstown, un cuento fantástico Alphonse Daudet El emplazamiento era soberbio para construir una ciudad. Bastaba nivelar la ribera del río, cortando una parte del bosque, del inmenso bosque virgen enraizado allí desde el nacimiento del mundo. Entonces, rodeada por colinas, la ciudad descendería hasta los muelles de un puerto magnífico, establecido en la desembocadura del Río Rojo, sólo a cuatro millas del mar. En cuanto el gobierno de Washington acordó la concesión, carpinteros y leñadores se pusieron a la obra; pero nunca habían visto un bosque parecido. Metido en el centro de todas las lianas, de todas las raíces, cuando talaban por un lado renacía por el otro rejuveneciendo de sus heridas, en las que cada golpe de hacha hacía brotar botones verdes. Las calles, las plazas de la ciudad, apenas trazadas, comenzaron a ser invadidas por la vegetación. Las murallas crecían con menos rapidez que los árboles, que en cuanto se erguían, se desmoronaban bajo el esfuerzo de raíces siempre vivas. Para terminar con esas resistencias donde se enmohecía el hierro de las sierras y de las hachas, se vieron obligados a recurrir al fuego. Día y noche una humareda sofocante llenaba el espesor de los matorrales, en tanto que los grandes árboles de arriba ardían como cirios. El bosque intentaba luchar aún demorando el incendio con oleadas de savia y con la frescura sin aire de su follaje apretado. Finalmente llegó el invierno. La nieve se abatió Cuando talaban como una segunda muerte sobre los inmensos terrenos cubiertos de troncos ennegrecidos, de raíces consumidas. Ya se podía construir. por un lado Muy pronto una ciudad inmensa, toda de madera como Chicago, se extendió en las riberas del Río Rojo, con sus largas calles alineadas, numeradas, abriéndose alrededor de las plazas, la Bolsa, los mercados, las iglesias, las escuelas y todo un despliegue marítimo de galpones de aduanas, de muelles, de entrepuertos, de astilleros para la construcción de los barcos. La EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo Woodstown, un cuento fantástico (Alphonse Daudet)

renacía por otro rejuveneciendo de sus heridas 47


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ciudad de madera, Woodstown -como se la llamó- fue rápidamente poblada por los secadores de yeso de las ciudades nuevas. Una actividad febril circulaba en todos los barrios; pero sobre las colinas de los alrededores, que dominaban las calles repletas de gente y el puerto lleno de barcos, una masa sombría y amenazadora se instaló en semicírculo. Era el bosque que miraba. Miraba aquella ciudad insolente que había ocupado su lugar en las riberas del río, y de tres mil árboles gigantescos. Toda Woodstown estaba hecha con su vida misma. Los altos mástiles que se balanceaban en el puerto, aquellos innumerables desniveles uno tras otro, hasta la última cabaña del barrio más alejado, todo se lo debían, tanto los instrumentos de trabajo como los muebles, tomando sólo en cuenta el largo de sus ramas. Por esto, ¡qué rencor terrible guardaba contra esta ciudad de ladrones! Mientras duró el invierno, no se notó nada. Los habitantes de Woodstown oían a veces un crujido sordo en sus techumbres y en sus muebles. De vez en cuando una muralla se rajaba, un mostrador de tienda estallaba en dos estruendos. Pero la madera nueva padece estos accidentes y nadie les daba importancia. Sin embargo, al acercarse la primavera -una primavera súbita, violenta, tan rica de savia que se sentía bajo la tierra como el rumor de las fuentes- el suelo comenzó a agitarse, levantado por fuerzas invisibles y activas. En cada casa, los muebles, las paredes de los muros se hinchaban y se veía en los tablones del piso largas elevaciones, como ante el paso de un topo. Ni puertas, ni ventanas, ni nada funcionaba. "Es la humedad -decían los habitantes- con el calor pasará".

oían a veces un crujido sordo en sus techumbres y en sus muebles

De pronto, al día siguiente de una gran tempestad que provenía del mar, y que trajo el verano con sus claridades ardientes y su lluvia tibia, la ciudad, al despertar, lanzó un grito de estupor. Los techos rojos de los monumentos públicos, las campanas de las iglesias, los tablones de las casas y hasta la madera de las camas, todo estaba empapado en una tinta verde, delgada como una capa de moho, leve como un encaje. De cerca parecía una cantidad de brotes microscópicos, donde ya se veía el enroscamiento de las hojas. Esta nueva rareza divirtió sin inquietar más; pero, antes de la noche, ramitas verdes se abrieron

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en todas partes sobre los muebles, sobre las murallas. Las ramas crecían a ojos vistas; si uno las sostenía un momento en la mano, se las sentía crecer y agitarse como alas. Al día siguiente todas las viviendas parecían invernaderos. Las lianas invadían las rampas de las escaleras. En las calles estrechas, las ramas se enlazaban de un techo al otro, poniendo por encima de la ruidosa ciudad la sombra de avenidas arboladas. Esto se volvió inquietante. Mientras los sabios reunidos discutían sobre este caso de vegetación extraordinaria, la muchedumbre salía fuera para ver los diferentes aspectos del milagro. Los gritos de sorpresa, el rumor sorprendido de todo aquel pueblo inactivo daba solemnidad al extraño acontecimiento. De pronto alguien gritó: "¡Miren el bosque!", y percibieron, con terror, que desde hacía dos días el semicírculo verde se había acercado mucho. El bosque parecía descender hacia la ciudad. Toda una vanguardia de espinos y de lianas se extendían hasta las primeras casas de los suburbios. Entonces Woodstown empezó a comprender y a sentir miedo. Evidentemente el bosque venía a reconquistar su lugar junto al río; sus árboles, abatidos, dispersos, transformados, se liberaban para adelantárselo. ¿Cómo resistir la invasión? Con el fuego se corría el riesgo de incendiar la ciudad entera. ¿Y qué podían las hachas contra esta savia sin cesar renaciente, esas raíces monstruosas que atacaban por debajo del suelo, esos millares de semillas volantes que germinaban al quebrarse y hacían brotar un árbol donde quiera que cayeran? Sin embargo todos se pusieron bravamente a luchar con las hoces, las sierras, los rastrillos: se hizo una inmensa matanza de hojas. Pero fue en vano. De hora en hora la confusión de los bosques vírgenes, donde el entrelazamiento de las lianas creaban formas gigantescas, invadía las calles de el bosque venía Woodstown. Ya irrumpían los insectos y los reptiles. Había nidos en todos los rincones, a reconquistar golpes de alas y masas de pequeños picos agresivos. En una noche los graneros de la ciudad fueron totalmente vaciados por las nidadas nuevas. Después, como una ironía en medio del su lugar junto al desastre, mariposas de todos los tamaños y colores volaron sobre las viñas florecidas, y las río abejas previsoras, buscando abrigo seguro en los huecos de los árboles tan rápidamente EL DESCENSOR | Textos para leerse de izquierda a derecha y de arriba a abajo Woodstown, un cuento fantástico (Alphonse Daudet)

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crecidos, instalaron sus colmenas como una demostración de permanencia y conquista. Vagamente, en el gemido rumoroso del follaje se oían golpes sordos de sierras y de hachas; pero el cuarto día se reconoció que todo trabajo era imposible. La hierba crecía demasiado alta, demasiado espesa. Lianas trepadoras se enroscaban en los brazos de los leñadores y agarrotaban sus movimientos. Por otra parte, las casas se volvieron inhabitables; los muebles, cargados de hojas, habían perdido la forma. Los techos se hundieron perforados por las lanzas de las yucas, los largos espinos de la caoba; y en lugar de techumbres se instaló la cúpula inmensa de las catalpas. Era el fin. Había que huir. A través del apretujamiento de plantas y de ramas que avanzaba cada vez más, los habitantes de Woodstown, espantados, se precipitaron hacia el río, arrastrando en su huida lo que podían de sus riquezas y objetos preciosos. ¡Pero cuántas dificultades para llegar al borde del agua! Ya no quedaban muelles. Nada más que musgos gigantescos. Los astilleros marítimos, donde se guardaban las maderas para la construcción, habían dejado lugar a bosques de pinos; y en el puerto, lleno de flores, los barcos nuevos parecían islas de verdor. Por suerte se encontraban allí algunas fragatas blindadas en las que se refugió la muchedumbre desde donde pudieron ver al viejo bosque unirse victorioso con el bosque joven. Poco a poco los árboles confundieron sus copas y bajo el cielo azul resplandeciente de sol, la enorme masa del follaje se extendió desde el borde del río hasta el lejano horizonte. Ni rastro quedó de la ciudad, ni de techos, ni de muros. A veces un ruido sordo de algo que se desmoronaba, último eco de las ruinas, donde se oía el el cuarto día se golpe de hacha de un leñador enfurecido, retumbaba en las profundidades del follaje. Solamente el silencio vibrante, rumoroso, zumbante de nubes de mariposas blancas giraban reconoció que sobre la ribera desierta, y lejos, hacia alta mar, un barco que huía, con tres grandes árboles todo trabajo era verdes erguidos en medio de sus velas, llevaba los últimos emigrantes de lo que fue Woodstown.

imposible

Imagen de Fondo: Treetops de Timo Balk (http://www.redbubble.com/people/timobalk)

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