Esposo temporal Susan Alexander
Esposo temporal (1988) Título Original: Temporary husband (1985) Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección: Julia 302 Género: Contemporánea Protagonistas: Blake Templeton y Kate
Argumento: Kate estaba prácticamente comprometida con un encantador joven francés cuando se enteró que otro hombre tenía temporalmente su futuro en las manos. Aparentemente, el poderoso director de cine Blake Templeton había estado financiando las colosales deudas de su familia por años. Y antes de morir, su padre había llegado a un acuerdo con Blake para que Kate se convirtiera en su esposa sólo de nombre, hasta que Kate tuviera edad suficiente para tomar sus propias decisiones. Kate no veía que era lo que Blake ganaba con tal insatisfactorio arreglo, ya que siempre había podido elegir a las mujeres más encantadoras, y en sus propios términos… sin matrimonio.
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Capítulo 1 El enorme Rolls-Royce negro se deslizó silenciosamente entre los pilares de piedra gris del cementerio y aumentó poco a poco la velocidad al salir a la carretera principal. Kate Howard iba sentada en un rincón del asiento trasero, resaltando la blancura de su rostro tras un velo negro. Llevaba fija la mirada en la espalda del chofer uniformado de gris, sin percatarse de nada de lo que sucedía a su alrededor, ya que su mente no podía apartarse de la desoladora escena que acababa de presenciar. Una y otra vez volvía a ver caer la tierra fresca en la tumba abierta, ocultando poco a poco el ataúd y cubriéndolo por fin, enterrándolo para siempre. Había terminado. Esa escena le martilleaba el cerebro. El hombre alto que iba sentado a su lado también estaba inmóvil, con los ojos fijos en la lluvia que caía en silencio. A medida que el Rolls recorría los kilómetros para llegar a Londres, Kate comenzó a sobreponerse y a mantener el control de sí misma. Las últimas veinticuatro horas habían sido una pesadilla de frenética actividad, que no le habían dejado exteriorizar sus emociones y la habían hecho reprimir con firmeza su dolor. El telegrama le llegó estando en una de sus clases de arte, habían tratado de comunicarle la noticia con suavidad. Pero ella lo adivinó casi enseguida y se puso histérica, antes de que le dijeran que su padre había muerto. A la mañana siguiente organizó su viaje de regreso a casa para llegar a tiempo al funeral. Era consciente de que su despedida de sus amigos y profesores de la escuela de perfeccionamiento de París era tristemente definitiva, ya que le parecía muy difícil la posibilidad de volver a verles de nuevo. Sólo Henri se negó a creer en su frialdad exterior. Una hora después de que le llamara por teléfono, apareció en la escuela y dijo que la acompañaría a Londres. Mientras la llevaba al aeropuerto había tratado de convencerla, pero ella se había mantenido firme. Era mejor que fuera sola. Y en esos momentos se preguntaba si su partida cambiaría los planes que habían hecho. Durante meses habían esperado que Kate recibiera una invitación de la anciana que le había educado y que todavía llevaba las riendas de la fortuna de los viñedos de los du Bois, que serían un día de Henri, como único heredero varón. Kate había conocido a la hermana y al cuñado de Henri una noche en su casa de París, y la obvia riqueza y orgullo de la aristócrata familia du Bois la habían obligado a permanecer en silencio durante la larga cena. No se sentía identificada con ninguno de los temas que ellos trataban: carreras de caballos, viajes en yate, política francesa y brillantes programas de diversiones y deportes con los que parecían llenar sus días. Pero Henri opinó de forma diferente y pensó que la velada había sido un éxito. —Les has caído bien, chérie —dijo feliz, mientras la llevaba a su casa.
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—No sé cómo, si no he pronunciado una palabra —se rió nerviosa. —A ellos sólo les interesaba una sola cosa esta noche. —¿Y qué era? —Si eras virgen —contestó él sin rodeos. Ella se ruborizó en la oscuridad del coche. —Eso es lo más importante —insistió él—. Todo lo demás es secundario. —¿Y la familia, la riqueza? Yo no pertenezco a tu mundo y deben haberse percatado de eso. —Cuando nos casemos —dijo dándose importancia—, yo te llevaré a mi mundo y te aceptarán. De todas maneras, la única que importa es la abuela. —¿Ya has hablado con ella? —le preguntó ansiosa. —Bueno… no, todavía no. Tiene que ser en el momento adecuado. Ahora que Gabrielle y Pierre te conocen, será más fácil acercarse a ella. La semana que viene iré al castillo. Podrá hablarme de vinos y se sentirá contenta de que haya ido a verla. Ese será el momento adecuado. Ya verás, todo saldrá bien. Henri le sonrió para darle confianza. Se despidieron con un beso, y como siempre, ella se emocionó en sus brazos. Henri la besaba con firmeza y le había enseñado a devolverle sus besos. Pero jamás perdía el control. Otros muchachos con los que había salido en Londres la habían tratado con torpeza y pronto perdían el control, exigiéndole respuestas que ella no deseaba darles. Henri era mucho mayor que todos los que había conocido hasta entonces. Tenía veinticuatro años, pero como le decía su amiga Mary, los muchachos franceses crecían más rápidamente y sabían bastante más que los muchachos ingleses de la misma edad. Después de esa noche, Henri había estado ausente un mes, mientras ella se debatía entre el enfado porque no escribía y la desesperación porque tal vez no volvería a verle. Por fin, una mañana, le llegó una nota en la que le pedía que se encontrara con él. Había estado nevando y todo París estaba completamente blanco y helado. Kate se puso sus botas de ante y salió a la calle, avanzando por las aceras heladas en dirección a Notre Dame. Él la estrechó entre sus brazos y la besó. En la iglesia se sentaron en una capilla lateral y hablaron en voz baja. —¿Dónde has estado? —comenzó ella—. ¿Por qué no me has escrito? —No me ha sido posible, chérie. Por favor, no desperdicies el tiempo hablando de cosas sin importancia. Kate le miró. Era el mismo de siempre, con sus facciones regulares, sus ojos azules, sus cejas rectas rubias, con su boca sensual y la tez bronceada como siempre. Resaltaba su esbelta y atractiva figura con un abrigo forrado de piel y los inmaculados pantalones de lana que llevaba.
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—Tuve que quedarme, ángel mío, para ganármela. Le cogió la mano y se la llevó a los labios. —¿Me has echado de menos? Kate se derritió con el contacto. Tal vez era despreocupado algunas veces, pero ella le quería. —Grandmére ha aceptado que vayas a visitarla en el verano. Lo único que pide es que lleves a una amiga, para que todo sea más respetable —se rió—. ¿No te parece bien? ¿No te gusta? ¿Por qué esa cara tan solemne, como de… lechuza? Ella soltó una carcajada. —Ay, Henri, esto es lo más gracioso que te he oído decir. Le pediré a Mary que vaya, le apetecerá mucho seguramente. —Siempre que esté dispuesta a pasar mucho tiempo sola para que nosotros podamos estar juntos, no me importa quién sea. —Bueno, como sabes, no está en muy buena posición económica y eso será un regalo para ella. Así que tendremos que mostrarnos amables y enseñarle todos los alrededores. —Oui, bien, por supuesto —dijo chasqueando los dedos—. Y ahora, mon ange, salgamos de aquí. Todavía no te he besado. ir.
Y la invitación llegó para un mes más tarde. Entonces sería cuando tendría que —Ya hemos llegado.
Aquella voz interrumpió las meditaciones de Kate y ella se volvió a su compañero, todavía afectada por sus recuerdos, insegura del sitio en que se encontraba. Pero no fue la voz de Henri la que oyó, ni era su rostro el que tenía a su lado. Era Blake. Estaba al lado del coche, con la mano extendida para ayudarla. Ella aceptó su ayuda y después se adelantó a él en dirección a la casa. En el vestíbulo se quedó un momento como si esperara… para que la puerta del estudio se abriera y su padre apareciese. Pero luego tuvo que asumir la dureza de la realidad. Jamás volvería a estar allí para darle la bienvenida… Blake le rozó el brazo y en ese momento ella oyó voces detrás de las puertas dobles cerradas del salón. Con torpeza, se alejó de Blake. —Voy a subir a asearme un poco —murmuró. Ya en su habitación, se quitó el velo y se preguntó de pronto si Blake lo había organizado todo… el funeral, las habitaciones, el jerez y pastas que, sin lugar a dudas, la señora Buss estaría sirviendo en la planta baja. Trató de recordar si había sido Blake quien había enviado el telegrama. Al bajar, Blake la estaba esperando en el vestíbulo. Su rostro se suavizó. Probablemente él era la única persona que entendía lo que sentía. Desde que ella tenía uso de razón, él había sido el mejor amigo de su padre y, con el paso de los
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años, había habido incontables ocasiones en que ella se había emocionado cuando la había llevado al estreno de una película, a una nueva exposición de arte o a dar un paseo a caballo de madrugada a lo largo de Rotten Row, en Hyde Park. Él la estaba mirando y ella se dio cuenta de que no se habían visto desde hacía casi dos años. Durante ese tiempo ella había aprendido a vestirse con una elegancia parisina, a alisarse el cabello, a maquillarse. Debía parecer una verdadera extraña. —Blake. Se acercó a besarle, como siempre lo había hecho, pero él se limitó a estrecharle las manos con los brazos estirados. Ella levantó la mirada con ansiedad y le preguntó con los ojos el porqué de su rechazo. —El día todavía no ha terminado —le dijo él con frialdad—. Vamos. Él tenía razón, ese no era el momento para nostalgias. Se apartó de él y se fue al salón. En cuanto entró, la conversación cesó bruscamente y todos los ojos se volvieron a ella; había más personas de las que esperaba. Por primera vez, recurrió a las enseñanzas recibidas en París referentes a la educación en sociedad y reprimió sus sentimientos para no mostrarlos en público; así que esbozó una sonrisa amable y se adelantó a saludar a sus invitados. Una hora más tarde se quedó por fin sola, sintiéndose agotada. Además, empezaba a dolerle el estómago debido al jerez que había tomado sin comer nada. Buscaría a la señora Buss y le pediría algo de comer. Cuando cruzaba el vestíbulo, sonó el timbre de la puerta, Charles pasó a su lado para ir a abrir y ella se apresuró a ir a la parte trasera de la casa, sin deseos de tener que atender a más visitas. —Kath. Kate se detuvo. Sólo una persona la llamaba así. Sintió una repentina urgencia de huir y ocultarse de esa voz que no había oído en cuatro largos años. Pero, en vez de eso, se volvió y se enfrentó a su madre. La puerta estaba abierta y la silueta de su madre se dibujaba con claridad contra la luz que entraba en el vestíbulo. Con lentitud se acercaron la una a la otra. —Has llegado demasiado tarde —le dijo Kate—. Charles cerró la puerta y pasó a su lado. —Traeré un poco de café —les ofreció. —Voy a necesitar algo más fuerte que café —le dijo su madre—. Espero que todavía guardes las bebidas donde solías tenerlas. Las dos entraron en el salón. Como siempre, la presencia de su madre era avasalladora. Kate volvió a recordar los desesperados años de su niñez, con sus constantes temores de ser rechazada, porque jamás era la hija que su madre deseaba… bonita, limpia y femenina, para poder presumir de ella ante los vecinos y amistades. Siempre escogía el peor momento para entrar corriendo, ruidosa, desaseada y sin importarle los olores a establo que traía con ella.
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Sin embargo, con qué fervor había tratado de ser lo que quería su madre, vistiéndose con vestidos que odiaba, dispuesta y ansiosa de agradar. Pero, por alguna razón, a los pocos minutos, siempre había algo en el exterior que reclamaba su atención. Todavía en ese momento a Kate se le secaba la garganta y sentía un gran malestar en la boca del estómago. Todo volvía con la misma fuerza de la niñez al ver a su madre, mirándola de arriba abajo. Bella Howard contempló a su hija con los ojos entrecerrados. —¿Ropa de viuda? —le preguntó con dulzura—. En vez de su hija pareces su viuda. Kate no dijo nada. Su madre aún era increíblemente bella: cabello rubio, ojos azules, el óvalo de la cara todavía perfecto. Iba vestida con elegancia y su fuerte perfume de siempre comenzaba ya a saturar la habitación. Kate se volvió con brusquedad y fue hacia las puertas acristaladas, rechazando con la mente la presencia de su madre al recordar con dolor la última vez que había visto a su padre. Había sido durante la Pascua cuando él había ido a visitarla a París. Había reído y bromeado como siempre y él parecía menos desdichado. Sólo al final del tiempo que pasaron juntos, había tocado el tema que siempre estaba en su mente. —Supongo —le había comentado con cierta indiferencia —, que no habrás sabido nada de tu madre. Ella había movido negativamente la cabeza. —Sólo me preguntaba; no tiene importancia. Le había besado y se había vuelto a Londres, a morir… sólo, todavía tan desesperadamente enamorado de su madre como el día en que ella le había abandonado, hacía cuatro años. Y él, había esperado con sus recuerdos, con la esperanza de que regresara algún día… a su lado. En los primeros meses después de que su madre se fuera, Kate se había sentido muy unida a su padre. Él la había mantenido a su lado, mientras una serie de amas de llaves iban y venían, incapaces de salir adelante y manejar a la medio niña, medio ama de la casa, en que se había convertido a los trece años. Pero al final, cuando cumplió catorce, él la mandó a una escuela y comenzó las separaciones. Ella trató de impedirlo, llorando, amenazándole, halagándole, pero él se mantuvo firme. Y ella odió estar interna. Sus compañeros de clase no querían perder el tiempo con una nueva alumna que había ido a importunar la cerrada comunidad que habían formado cuando eran mucho más pequeñas. Y no hizo amigas; vivió sólo para el final de cada curso, y para el momento en que se veía libre y bajaba corriendo la escalera, donde Charles la esperaba en su coche para llevarla a casa. Pero también su hogar había cambiado. La granja y los caballos fueron los primeros en desaparecer. En ese tiempo la molestó, pero no hizo preguntas,
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temiendo inmiscuirse en las más profundas emociones de su padre. Luego notó que los cuadros cambiaban de lugar, para cubrir espacios donde algunos faltaban. Por fin, durante una Navidad, se escandalizó al ver el armario donde estaba la valiosa colección de porcelana Ming de su padre medio vacío. Y en esa ocasión encontró valor para hablarle. —Papá —comenzó con torpeza en un momento en el que estaba él leyendo. —Mmm… —No quiero este año nada para Navidad —le explicó. —Cielos, ¿y por qué no?—le preguntó él sorprendido. —Y voy a aceptar un trabajo durante las vacaciones en una de las tiendas grandes. —¿De qué se trata todo esto? Vamos, cuéntame —se rió él—. ¿Quieres algo tan tremendamente caro que me estás tratando de convencer antes de darme el golpe? —Por supuesto que no —contestó consternada. Al ver su expresión, su padre dejó de sonreír. —Será mejor que me lo cuentes todo —le sugirió. —¿Estamos… en mala situación económica?—le preguntó. Observó cómo el rostro de su padre enrojecía de vergüenza. Entonces, Kate corrió a sus brazos y ocultó la cara entre su pecho. —Lo siento. Sé que no es asunto mío, pero podría dejar de ir al colegio y cuidarte. Entonces, ahorraríamos lo que te gastas en mi educación y podríamos despedir a la señora Buss. A mí no me importa ser pobre —terminó diciendo, estallando en lágrimas. Él se quedó rígido durante un momento. Luego la alejó de su lado, calmada y deliberadamente, dándole un pañuelo. —Señorita, creo que es hora de que hablemos —le dijo con firmeza—. Tú estás creciendo y a mí se me olvida. Ven y siéntate a mi lado. Se acomodaron en el sofá, junto a la chimenea y él comenzó a hablar, con lentitud, titubeante. —Tengo que remontarme a mucho tiempo atrás… para explicártelo todo, antes de que tú nacieras. Cuando conocía a tu madre, yo tenía treinta y ocho años y tu madre dieciséis. Yo tenía experiencia, era relativamente rico y tal vez le parecía fascinante. Yo era el único hombre que conocía. Sus otros amigos eran todos chiquillos de su misma edad. Calló un instante, se aclaró la garganta y prosiguió: —Nos enamoramos y nos casamos al cumplir ella los diecisiete. Al mirar retrospectivamente he pensado que hice una injusticia cuando me casé con ella. Era demasiado joven para elegir su futuro. Pero lo único que me importaba era que nos amábamos, y tenía la seguridad de que continuaríamos siendo felices juntos.
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El hombre hizo una pausa y continuó explicándole: —Cuando cumplió treinta años, comenzó a inquietarse. Empezó a pensar en todas las cosas que nunca había tenido, que jamás había probado. Yo la dejé hacer lo que quería, confiado en que necesitaba saciar su curiosidad y que después regresaría a mí. Volvió a hacer una dolorosa pausa antes de proseguir: —Pero me equivoqué, y al final, se quiso marchar. Yo creí entenderla y se fue con mi bendición. Me había dado años de felicidad, tal vez más de los que yo merecía por haberla atado a mí cuando era tan joven. Kate seguía quieta, escuchando su voz emocionada esperando que continuara. —Cuando se fue, era natural que necesitara dinero, y yo procuré proporcionárselo. Desgraciadamente se está terminando, pero he invertido bien y ahora puedo echar mano de mis posesiones. Me importa un comino mi colección de arte y el dinero de tu educación está asegurado por un fideicomiso para ti. Pero las antigüedades no duran para siempre, y me preocupa lo que será de ella cuando yo me haya muerto. Se la quedó mirando, con los ojos repentinamente iluminados de esperanza. —Pero para entonces, quién sabe, tal vez se haya cansado de su vagabundeo y regrese a casa. Kate le rodeó el cuello con los brazos. —Gracias por decírmelo —murmuró. —Por supuesto, yo soy el de mayor suerte —le dijo muy serio—. Te tengo a ti. La primera señal de problemas llegó sólo meses después. Kate recordó que estaban desayunando. Nevaba y los suaves copos de nieve se acumulaban sobre el alféizar de las ventanas, a través de las cuales se veían los árboles desnudos del jardín. Su padre revisaba la correspondencia, cuando, de pronto, gritó y ella alzó la mirada, para ver su rostro desencajado por el dolor. —¿Qué ha sucedido?—le preguntó agitada. Él no le habló, buscó en el bolsillo de su chaleco sus pastillas. Ella corrió por agua y vio cómo se le amorataban las comisuras de los labios antes de hacerle efecto las pastillas. Le explicó que su madre quería el divorcio. Deseaba volver a casarse. Desde ese día, Kate odió a su madre ferozmente; mientras iba viendo a su padre perder toda esperanza, todo deseo de vivir. Bruscamente, volvió a la realidad: su padre estaba muerto, le había matado su madre. Charles apareció con café y pastelillos. —Gracias —le sonrió su madre. El criado asintió y las dejó solas. Bella Howard se echó soda al whisky y se dirigió a su hija:
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—Y bien, gatita no has cambiado. Sigues con esa expresión puritana y de desaprobación con la que naciste. —¿Por qué no has venido al entierro?—le preguntó Kate sin hacer caso de su sarcasmo. —Querida mía, no he podido. Habría llorado y avergonzado a todos. Estoy segura de que tú no has llorado. —Entonces, ¿por qué estás aquí? —Bueno —comenzó su madre y se interrumpió—. Por favor, ven y siéntate, Kath. Esto no va a ser fácil. Reacia, Kate se alejó de la ventana y se sentó en una silla. Su madre se sentó cerca de ella con el vaso en la mano. —¿Sabías que tu padre y yo nos habíamos reconciliado… al final? —No lo creo. —Mira —dijo Bella Howard con firmeza—. A mí no me gusta esto más que a ti, pero hay que aclararlo. Así que tratemos de ser civilizadas al respecto. Sé que crees que te odio, pero no es así. Jamás te he odiado. Sólo que… nunca quise tener hijos. Se lo advertí a tu padre, pero él no lo tomó en serio. Las dos mujeres estaban tensas, sin apartar los ojos una de la otra, pero había cierto desafío en los de la madre y un frío vacío en los de la hija. Kate estaba decidida a no dejarse intimidar por la madre. final.
—Vine a casa —comenzó otra vez su madre—, para estar con tu padre… al
—¿Y qué sucedió con tu nuevo marido?—la interrumpió Kate con sequedad—. ¿Él también vino? —¡Basta! Su madre estaba enojada. Se puso de pie y se sirvió otro whisky, luego fue hacia la ventana. —Mi matrimonio… no funcionó del todo bien —dijo lentamente—. Tu padre lo sabía y se sintió feliz de… verme al final. Kate se mordió los labios con firmeza. ¿Había sido por eso por lo que la habían mantenido alejada? A Kate empezó a latirle el corazón con fuerza y esperaba que su madre terminara pronto lo que había ido a decirle. Bella Howard volvió a sentarse. —¿Sabías que tu padre tenía problemas financieros en los últimos años?—le preguntó. —Si te refieres a que si yo sabía que tuvo que vender su colección de arte para financiar tu estilo de vida, sí, lo sabía. —¿No se acabarán nunca tus impertinencias?—exclamó Bella mirando furiosa a su hija—. ¿Quieres controlar tu lengua y escucharme? —Tú eres quien hace las preguntas —le indicó Kate con frialdad.
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—Muy bien; he tratado de encontrarte a la mitad del camino, pero parece que eres aún demasiado niña para darte cuenta. Siempre has sido muy inmadura, para tu edad. Así que, ahora, te lo diré directamente. Tu padre y yo discutimos sus problemas y tu futuro para encontrar una solución. —Mi futuro está arreglado —la interrumpió Kate otra vez—. Voy a ir a una escuela de arte cuando termine en París. —No, no irás. Eso ya no es posible. —¿Por qué no? —Porque no hay dinero —respondió Bella con brusquedad. —¡El dinero está invertido para mí… en un fideicomiso!—objetó Kate. —Desde hace tres años tu padre ha vivido con deudas, y ahora ya no queda nada. El resto de la colección de arte está hipotecada, igual que esta casa. Nos ha dejado muchas deudas y nada con que vivir —terminó. La estancia quedó en silencio, un silencio preñado de presentimientos; Kate permaneció sentada, aturdida, incapaz de entender bien lo que su madre le había revelado. Inquieta, se puso de pie y se acercó de nuevo a la ventana. En ese momento estaba lloviendo y el agua salpicaba las ventanas, bañando los cristales como si fueran lágrimas. De pronto, pensó que la tumba de su padre estaría empapada y las flores marchitándose. El dolor se apoderó de ella, pero cerró los ojos con fuerza. Ya tendría bastante tiempo para lamentarse. Detrás de ella, Bella siguió diciendo: —Tu padre y yo hablamos de todo, y al final, sólo pareció haber una solución. Kate se volvió hacia ella. —Decidimos…—Bella titubeó, evitando los ojos de su hija—. Estuvimos de acuerdo en que sería mejor arreglar un matrimonio con alguien que se hiciera cargo de las dos y pudiera hacerle frente a las deudas. —¿Un matrimonio arreglado?—le preguntó Kate—. ¿Para ti? —No, por supuesto que no. Para ti. —Qué fascinante —dijo con sarcasmo—. Dime, madre, ¿y a quién has decidido venderme? Se hizo un largo silencio que rompió al fin Bella. —Blake Templeton. Kate estalló en una risa histérica. —Basta, Kate. —Ah, pero es chistoso. ¿No ves, madre, lo risible que es? Durante un momento he creído que todo esto iba en serio. Debías haberme dicho que era una broma. —La histeria no te ayudará —le dijo su madre con frialdad—. Y no es una broma. Ojalá lo fuera —agregó con voz baja—. Blake ha estado financiando a tu
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padre desde hace varios años. La casa es suya, así como el resto de la colección de arte. Últimamente ha estado pagando tus estudios, el sueldo de los criados, los coches, lo que yo gastaba, todo. Kate abrió los ojos desorbitadamente y se dejó caer pesadamente. —Blake y tu padre se veían constantemente —continuó Bella con tono monótono—. Al final, hicieron ese extraño acuerdo. Lo discutieron conmigo sólo como una formalidad. Cuando yo llegué aquí, tu padre ya lo había decidido. Kate hizo un esfuerzo para tranquilizarse. —¿Y cuál, exactamente, es el acuerdo? —Blake va a financiar tus estudios y mis…, siempre y cuando os caséis. Si te niegas, no habrá dinero, estaremos arruinadas y endeudadas con Blake. El testamento le da a Blake el consentimiento de tu padre para el matrimonio, porque eres menor de edad. Ya lo he consultado y Sherwood me ha asegurado que es válido. —¿Sherwood? —El abogado de tu padre. —Pero esto no tiene sentido. Sabemos que Blake tiene tanto dinero que no notaría lo que le costamos. Así que, si va a olvidarse de las deudas y a financiarnos, ¿para qué la boda? Su madre se quedó mirando la copa y no contestó. —Mamá, sabes que esto es una tontería —dijo Kate tratando de acallar su pánico—. Blake no quiere casarse conmigo. No quiere casarse con nadie. Incluso antes de que yo pudiera entenderlas, las bromas que se hacían respecto a los líos amorosos de Blake eran frecuentes en la familia. ¿No lo recuerdas?—insistió—. No hay ninguna razón para que Blake tenga que casarse, porque puede elegir en cualquier momento a las mujeres más hermosas del mundo… sin necesidad de matrimonio. —Lo sé —asintió Bella con voz baja—. Pero tú no pareces darte cuenta de lo afortunada que eres. Cualquier otra mujer daría lo que fuera con tal de casarse con Blake. —Pues cualquier otra mujer puede tenerle —replicó enojada Kate, olvidando momentáneamente el temor—. Tiene suficiente edad para ser mi padre. Durante años ha sido para mí una especie de tío. Y ahora te sorprendes de que no caiga en sus brazos. Es algo obsceno y no lo haré. —No seas ridícula, sólo tiene treinta y seis años, eso es ser bastante joven; además, no tienes elección —dijo la madre con frialdad. —Sí, la tengo —le gritó Kate—, lo que no sabes es que no puedo casarme con Blake. No puedo casarme con nadie, porque estoy comprometida para casarme con otra persona. El ruido de unos pasos la interrumpió. Cuando su madre alzó la mirada nerviosa, Kate se volvió.
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De pie, en el umbral, estaba Blake Templeton.
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Capítulo 2 —Blake, gracias a Dios… —Kate se dirigió hacia él impetuosamente, tendiéndole las manos, porque sabía que disiparía la pesadilla que su madre le había proporcionado. Pero al acercarse a él, notó que sus ojos eran fríos y su sonrisa impersonal, por lo que se detuvo. Blake pasó a su lado, entró en el salón y se inclinó amablemente ante su madre. —Bella. ¿Algo de beber? Cogió una botella y volvió a llenar la copa de la mujer, antes de servirse. Luego se encaminó hacia la chimenea y se dio la vuelta, mirando hacia las dos mujeres. —¿Decías Kate?—le preguntó con suavidad. —Yo… no, no tiene importancia. En otra ocasión. Subiré a mi habitación. Os veré a los dos mañana. —Me verás esta noche —le dijo él con frialdad—. Vamos a ir a cenar. Te recogeré a las ocho. —Oh, no… no quiero ver a nadie esta noche, gracias. —Tú y yo tenemos que hablar esta noche. No puedo esperar hasta mañana. —Deja a la niña —le pidió Bella con voz aguda—, si es que ella no quiere salir. Las explicaciones pueden esperar hasta mañana. Blake no se movió ni miró a la madre. —Mañana se leerá el testamento —dijo él —tendrá que ser esta noche. Se sentó de cara al fuego y estiró las piernas, Kate sintió alivió de escapar de su escrutinio. —Kate, por favor, antes de que te vayas, termina lo que le decías a tu madre. —No, Blake, ahora no. —Ahora, Kate —repitió con voz baja—. ¿Te ha contado algo tu madre acerca de los problemas de tu padre y de su acuerdo conmigo? Se sentó lejos de él, y vio a su madre mirar a Blake de forma extraña. —Sí, le… le estaba diciendo a mamá, que no soy libre para casarme. Estoy comprometida y voy a casarme en cuanto sea mayor de edad. —¿Con du Bois?—le preguntó Blake con voz fría. —¿Cómo lo sabes?—le preguntó Kate asombrada. —No te casarás con él —dijo Blake sin más. —No tienes derecho ni poder para impedirlo —replicó Kate resuelta. —Estás equivocada. Tengo tanto el poder como el derecho. Y ahora, sube a descansar un poco. Le he pedido a la señora Buss que te llevara algo de comer. Te veré más tarde.
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—No sé de qué se trata todo esto o a qué juego estás jugando, pero no arruinaré mi vida por nadie… ni por nada. Y nadie me hará hacer nada que no quiero — terminó Kate acaloradamente. —Nadie te pide que arruines tu vida —repuso él—. Y ahora sube, antes de que te caigas extenuada. Ruborizada, se volvió y escapó con los ojos llenos de lágrimas. Kate se miró al espejo. Se había maquillado demasiado, esperando ocultar la palidez de su rostro. Se quitó la mayor parte del maquillaje y empezó de nuevo. Se puso brillo en los labios y una base más clara en la cara; arrojó la bata sobre la cama y se puso una falda larga de terciopelo negro y una blusa de seda clara. El único adorno que se puso eran unos bonitos pendientes negros. Su espesa mata de cabello castaño le caía como siempre, en una cascada sobre los hombros; dos peinetas de carey le mantenían el pelo alejado de la cara. Sus enormes ojos azules tenían una mirada ligeramente triste y la boca sin color parecía más vulnerable que de costumbre. Pero la recta nariz y la barbilla le eran tan familiares como siempre. El timbre sonó en la puerta principal. Se aplicó un poco de su nuevo perfume francés, se echó sobre el brazo su chaqueta corta de terciopelo, cogió el bolso y salió. Blake la esperaba en el vestíbulo y ella le miró a la cara para adivinar su estado de ánimo, inconsciente de lo hermosa que estaba en lo alto de la escalera: una figura alta y delgada, con el cabello brillante bajo la luz del candelabro. Notó una ligera tensión en el rostro de él al encontrarse con los duros ojos grises que la miraban. —Hola, gatita —la saludó. Ella sonrió al oír ese cariñoso término familiar y bajó la escalera, feliz al sentir que la tensión desminuía entre ellos. —Vámonos —le dijo él, tendiéndole la mano para que le diera la chaqueta. Salieron a la humedad de la noche, los árboles del jardín todavía goteaban por la lluvia y las farolas antiguas de la calle hacían brillar el suelo mojado. Blake abrió la puerta de un Bentley Continental de color marrón metalizado que Kate no reconoció y unos minutos más tarde iban camino de West End. El restaurante estaba lleno. Después de seguir al camarero a una mesa de uno de los rincones, Kate miró a su alrededor y vio rostros de famosos y mujeres elegantemente vestidas, pero se le llenaron los ojos de lágrimas cuando recordó que todavía era el día del entierro de su padre y ella estaba allí, cenando fuera, como si nada hubiera sucedido. Se apoderó de ella una extraña sensación de irrealidad. Incluso Blake parecía irreal mientras pedía los platos al camarero. —¡Blake… querido! ¿Eres tú, realmente?
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Una mujer se acercó a Blake y lo besó apasionadamente en la boca. Durante un momento se quedaron atentos uno en el otro, y Kate observó que él respondía al beso de la mujer. Por fin se separaron y Blake se puso de pie para hacer las presentaciones. A Kate se la presentó como Blanche Dumont, cosa que nada significó para ella. La mujer era bellísima. Tenía el pelo de color negro azabache, ojos azules y una maravillosa piel blanca; vestía con mucha elegancia, lo cual realzaba su hermoso cuerpo. Mientras hablaban, Kate miró a Blake. Hacía casi dos años desde la última vez que le había visto, no había cambiado mucho en ese tiempo. Era ella la que había cambiado. Como le había dicho a su madre, para ella Blake siempre había sido una especie de tío, cuyo afecto daba por sentado y cuyas burlas la hacían reír. Siempre había pensado y sentido que podía acudir a él, si alguna vez tenía problemas. Pero esa noche le veía por primera vez como una persona… como un hombre. No era tan bien parecido como Henri. Blake era alto, de anchos y musculosos hombros y piernas largas. Tenía un rostro cuadrado, ojos grises profundos, era moreno y tenía el pelo negro, rizado y con algunas canas en las sienes. Al mirar a la mujer que le había saludado, frunció el ceño, divertido y curvó los labios en una sonrisa burlona. Kate se dijo que no era muy guapo, pero sí vigoroso y seguro de sí mismo; emanaba de él cierto carisma y un magnetismo sexual muy viril, convirtiéndole en un reto para cualquier mujer. ¿Sería también frío? Por primera vez se preguntó por qué no se habría casado nunca. Se oían rumores de que había tenido relaciones con las estrellas de las películas que dirigía. Como el trabajo de las películas no le duraba más de un año, la mayoría de las mujeres no le duraban más tiempo. También se decía que se quedaban con él sólo si aceptaban sus condiciones, que no compartían nada más que su cama, y que no les permitía tener ninguna influencia en su estilo de vida. En el pasado no le había dado importancia, pero en ese momento se estremeció. ¿Qué sucedía con las mujeres que descartaba? ¿Se entregaban a él sólo hasta que se aburría y rechazaba su amor? Era cruel, sólo que ella no lo había notado. Se dijo que tenía que persuadirlo de que la dejara casarse con Henri. Y ella temía lo que él podría hacerle. —¿Kate, me oyes?—le preguntó Blake. Ella alzó la mirada para encontrarle mirándola fijamente. —No me siento muy bien, Blake —le dijo poniéndose de pie—. Voy a marcharme a casa. Él alargó una mano para sujetarla y luego se volvió hacia la otra mujer. —Por favor, perdónanos, Blanche, pero Kate no se siente muy bien. Tal vez otra noche. —Querido, qué pena —murmuró Blanche, estirándose para rozarle la mejilla con los labios—. ¿Sólo es joven o está celosa? Kate apretó furiosa los labios cuando la otra mujer les dejó.
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—Siéntate, Kate —le dijo Blake—, estás poniéndote en ridículo. —¡Cómo te atreves, Blake Templeton!. Sabes muy bien que todas las mujeres de este restaurante han estado bebiendo a tu salud. —Así está mejor —asintió calmado—, parece que nos empezamos a entender. ¿En qué estabas pensando? Parecías sumida en un trance. En ese momento llegó la cena y Kate se dio cuenta de que tenía hambre. Blake había pedido todas las cosas que a ella le gustaban; comenzó a relajarse mientras comía su escalope de ternera a la crema, y ya no hubo más conversación. Cuando terminaron de cenar y llegó el café, él también estaba más relajado. —No voy a pedir ningún licor —dijo tranquilo—. Tenemos mucho de qué hablar y tú estás bastante cansada. Kate sintió un nudo en la garganta y los ojos se le llenaron de lágrimas. Blake pidió la cuenta y un momento después se puso de pie. —Deja el café, podemos tomar más un poco más tarde. En el coche, ninguno de los dos habló hasta que Blake lo paró. —¿Dónde estamos?—le preguntó ella. —Iremos a mi apartamento. No quiero hablar contigo en público. No se resistió cuando la cogió del brazo y la guió al edificio. Entraron en el ascensor y Blake le hizo una inclinación de cabeza al portero uniformado. Después, Blake abrió con una llave una segunda puerta y Kate se encontró en el amplio pasillo de su apartamento. En la oscuridad la llevó hasta el salón y Kate se quedó sorprendida. La estancia estaba dominada por enormes ventanas que cubrían prácticamente dos de las paredes. A través de ellas, vio abajo, en Regents Park, unos frondosos castaños y hayas de troncos blancos, iluminados por la luz de la luna, que también inundaba el salón, con una luz fantasmal. —Blake, es fabuloso. No enciendas la luz, por favor. —Sólo una lamparita, para no tropezamos —concluyó riendo. Al encenderla, una luz suave y difusa se extendió sobre una mesa de madera en la que había varias botellas de licores y una cafetera. —¿Café? —No, gracias, no quiero nada. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, Kate miró a su alrededor. Había contra la pared un enorme escritorio con cubierta de cuero, lleno de papeles y libros abiertos. En el muro del lado opuesto, colgaba una colección de viejos carteles de películas con un delgado marco dorado brillando ligeramente en la penumbra. Por debajo de los ventanales de las otras dos paredes, el muro estaba recorrido por estanterías bajas llenas de libros, y una gruesa alfombra china de brillantes tonos
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azules y beige, casi cubría el pulido suelo de madera. Alrededor de dos mesitas redondas de café, había varias sillas modernas de cromo y cuero negro. Kate se sentó con precaución pero encontró que la silla era muy cómoda; la elegante calidez del cuarto la envolvió. —Blake, ¿estuviste con papá… al final? —Sí. —¿Te dijo algo en especial? —Esa es una de las cosas de las que tenemos que hablar —le comentó tras sentarse junto a ella con un vaso en la mano—. Tu padre estaba muy preocupado últimamente. Estaba preocupado por ti, por supuesto, pero su preocupación más importante era tu madre, y eso debes comprenderlo. Tú eres joven y fuerte, pero tu madre no, y jamás ha trabajado. Durante las últimas semanas, eso se convirtió en una obsesión para él. —¿Por qué no me avisaste?—le gritó confundida—. ¿Por qué no mandó a alguien a buscarme? No entiendo cómo has podido ser tan cruel. Debías saber que yo quería estar con él, ¡ojalá me hubiera muerto también! —Basta, Kate. Esas son niñerías y tendrás que olvidarlas. Yo, quise enviar a alguien a buscarte, pero tu padre no quiso. Se había obstinado en que no se te dijera nada, no porque no te amara sino porque no podía enfrentarse a tener que decirte los arreglos que había hecho para tu futuro. Sabía muy bien lo que sentirías al respecto. Ella se tapó la cara con las manos, tratando de no dejarse llevar por la desesperación que la recorría. —Tómate tu tiempo. Contestaré cualquier pregunta que hagas. —Gracias. Estoy tratando de mantener la calma. —Lo sé. —¿Lo sabes? ¿Puedes entender lo que esto significa para mí? —Creo que sí, Kate. Hace mucho tiempo que te conozco. —¿Me dirás ahora qué es lo que él quería que hiciera yo? Él se puso de pie, se acercó a los ventanales, pero no contestó inmediatamente. El silencio se prolongó tanto que Kate alzó la cabeza y le miró. Le vio perdido en sus pensamientos con los labios apretados. —Acordamos al final, que la única solución era que nos casáramos. Así puedo hacerme cargo de tu madre y tú estarás protegida. Kate sintió que se ponía histérica cuando le confirmó lo que su madre le había dicho. —P… pero… pero…—logró decir por fin—, por qué… —Basta, Kate —volvió a decir de nuevo—. No tienes nada que temer, ni del arreglo con tu padre ni del matrimonio conmigo.
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—Pero, Blake, todo me parece una tontería. Tú sabes que no quieres casarte conmigo. Soy joven, no soy sofisticada, ni hermosa, ni famosa, como siempre lo son tus amigas. Y tú siempre has dicho que jamás te casarías, porque no podrías serle fiel a ninguna mujer durante más de un año. Él no replicó, pero frunció el ceño y fijó la mirada en los árboles. —Dejemos mi punto de vista durante un momento, ¿quieres? Piensa en las razones de tu padre para ese arreglo. Tú tienes diecisiete años y necesitas protección. Por varias razones, tu madre no puede dártela y yo sí. En realidad, de eso se trata todo. —¿Todo? Si eso es todo, ¿por qué tenemos que casarnos? ¿Por qué no puedes ser mi tutor hasta que cumpla yo dieciocho años? —Tranquilízate, Kate, caerás enferma si sigues actuando así. Claro que dentro de tres meses cumplirás los dieciocho, pero la situación no cambiaría. Seguirá sin haber dinero para tus estudios de arte o para que tú o tu madre podáis vivir. —Pero si tú vas a pagar para que yo estudie, ¿por qué no lo podemos dejar así? Yo tendré alojamiento en la universidad, como cualquier otro estudiante. Viviré en un albergue para estudiantes, si eso es lo que quieres. Respetaré tus deseos. —¿Y las vacaciones qué? —Puedo vivir aquí… o en la casa, si es que vas a conservarla. —No, Kate, no podrías vivir conmigo. Sin duda me crees tan viejo como Matusalén, pero soy demasiado joven para que vivamos juntos. —Está bien —le dijo ella—; entonces acepta la alternativa. Estoy comprometida para casarme… sin que sea oficial. En cuanto tengamos la aprobación de la abuela de Henri, nos podremos casar. Henri es muy rico y no tendrás que preocuparte más de mí. —No, Kate, no puede ser —le dijo, volviéndose para mirarla—. Ha sido un día largo y no deseo prolongar esto, así que por favor escúchame. Cuando termine, podrás decir lo que quieras. Se metió las manos en los bolsillos de los pantalones y adelantó la cabeza pensativo. Era una postura tan familiar que Kate la recordó con claridad; trató de relajarse en la silla, dispuesta a escuchar. —Tu padre y yo acordamos que un matrimonio temporal entre nosotros, te daría la oportunidad de cruzar la brecha entre la adolescencia y la madurez. Esperábamos que eso evitara que te metieras en algo… que pudiera hacerte desgraciada, como vivir con tu madre, vivir sola o… o lanzarte a un matrimonio prematuro. Los dos éramos conscientes de tu interés por du Bois —agregó con frialdad. Se volvió a mirarla y continuó: —Nuestro matrimonio se llevará a cabo dentro de una semana. Sólo será una formalidad y será temporal. Nuestras relaciones permanecerán como siempre han sido, y espero que sigamos siendo amigos. Estoy rodando una película. Dentro de
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tres semanas comenzaré a filmar varias escenas en Francia y tú irás conmigo. Pasaremos los próximos seis meses juntos, hasta que llegue el momento de que comiences tus estudios de arte. Si para entonces todavía deseas casarte con du Bois y él siente lo mismo, tramitaremos la anulación de nuestro matrimonio. Si ya no deseas casarte con él, seguiremos casados hasta que yo crea que puedes cuidarte sola o que estás lista para casarte con otra persona. Ninguno de los dos se movió, en el silencio que siguió. Kate estaba paralizada por el temor y la impotencia. No parecía haber palabras que le conmovieran, y ella ansiaba gritar y pelear para mostrarle lo mucho que le desagradaba lo que trataba de hacerle. Por fin, alzó la cabeza. El rostro de él permanecía impasible y ella encontró valor. —Me parece difícil creer que quieres casarte conmigo… sean cuales sean los términos. ¿No crees que mi padre fue muy egoísta al pedírtelo? Y tal vez ambos me juzgasteis mal. Tú no me habías visto desde que cumplí dieciséis años. Las cosas han cambiado y yo también. Se mordió los labios, temerosa de ser demasiado impulsiva, decidida a mostrarse razonable. —Entiendo lo que sientes por Henri, pero tal vez podrías mostrar cierta confianza en mí. Dejarme en la casa de la señora Buss, cuando vayas a Francia. Si deseas, le pediré a alguna amiga que vaya a vivir conmigo y acataré cualquier condición que quieras imponer. Pero no puedo casarme contigo, Blake. Lo siento. No es posible. Él, sin hacer caso de sus palabras, comenzó a hablar con firmeza: —Esta película es diferente a las que he realizado anteriormente. Es una historia de amor. La heroína es una escultora, y durante la historia hace el busto del hombre que ama. Al principio, se le escapa el rostro y destruye varios intentos. Luego, se enamora tan locamente de él, que se olvida de trabajar. Al final, él la abandona, dejándola por otra mujer. Y entonces esculpe su rostro de memoria, de forma bella, amorosa y resulta ser lo mejor de todo lo que hasta entonces había hecho. Pero el parecido es tan grande, tan verdadero, que no puede soportar vivir con el busto, porque ansia el original y comienza a odiar su obra. Se volvió a mirarla agudamente. —Me gustaría que tú hicieras la escultura. Se necesita a alguien que esté con nosotros mientras filmamos, para enseñarle a la actriz cómo usar las manos, las herramientas, los materiales. ¿Crees que podrías hacerlo, Kate? —Oh, Blake, ¿cómo podría negarme? Es el tipo de reto con el que sueñan todas las artistas. Había hablado impulsivamente y, en cuanto terminó, supo que había cometido un error. Un destelló de triunfo brilló en los ojos de él y esbozó una sonrisa burlona. —Bien —dijo con suavidad. —Y entonces puedo formar parte del grupo —le sugirió ella con indiferencia—, porque; con un trabajo en la película, podré vivir con ellos.
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—No, Kate, el trabajo es tuyo, pero con mis condiciones. —¿Chantaje? —Nada de eso —replicó despreocupado—. De todas maneras, te casarás conmigo e irás a Francia. Pero lo que hagas allí, depende de ti. Si aceptas el trabajo, muy bien; si no buscaré a otra persona. Se mordió los labios tratando de encontrar una salida. Por el momento, tendría que estar de acuerdo. Luego, antes de terminar esa semana, desaparecería, cambiaría de nombre y buscaría un trabajo. No podría haber boda sin su presencia. —Si estás pensando en huir, olvídalo. Desde que te fuiste a París, siempre ha habido alguien vigilándote, informándome a mí. —No lo creo. ¿Cómo te atreves a destruir mi intimidad y permitir que alguien se meta en mi vida privada?—le preguntó furiosa—. ¿Sabes que me repugnas? No me casaría contigo aunque fueras el último hombre en la tierra. No entiendes a la gente corriente, ¿verdad? Tus estrellas se doblegan ante ti y no les importa cómo las trates, siempre y cuando se puedan fotografiar contigo… La última conquista de Blake Templeton. Con los ojos desorbitados y la respiración agitada, le acusó: —Hay gente que se enamora, se casa y sigue amándose para siempre. Si tú no eres uno de esos, lo siento, pero yo sí soy así. No me importa el dinero, la fama… el éxito. Sólo quiero estar con el hombre que quiero y que él se preocupe por mí. No quiero estar con alguien con quien sólo voy a compartir un contrato temporal. Voy a casarme por amor, igual que mi padre. Por fin perdió el control y se llevó las manos a la cara para secarse las lágrimas que le corrían por las mejillas; lo único que se oía en la quietud del salón, eran sus sollozos. Alzó la vista por fin, y vio a Blake rígido, extrañamente pálido en la penumbra, con los ojos casi cerrados y la boca apretada. Se arrepintió, compungida. —Blake, lo siento… no he querido…—se disculpó. Él levantó la cabeza y su boca se curvó en una sonrisa de burla. Ella contuvo el aliento al ver el profundo vacío de sus ojos. ¿Qué había dicho? Se puso de pie y le tendió las manos. —Perdóname, Blake por favor… La sujetó cuando ella se le acercó a él y le apretó los hombros con fuerza, manteniéndola apartada. Kate se sintió desdichada, con las lágrimas todavía corriéndole por el rostro. De pronto, le oyó exclamar impaciente y seguidamente se encontró sollozando entre sus brazos. Él no habló, pero la abrazó y la dejó llorar, quitándole con una mano el cabello del rostro. Después de un rato, sus sollozos disminuyeron y se dio cuenta de que había tensión en el cuerpo de él, que apretaba los músculos como para poder controlarse.
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Un curioso letargo pareció recorrerla. Deseaba acercarse más a él, derretirse en sus brazos y sentir cómo su calor la envolvía. Los dos se quedaron sin moverse, tocándose apenas. Luego, él se movió de forma brusca y ella se sonrojó, tímida y avergonzada, sin poder hablar. Para ocultar su confusión, trató de sacar un pañuelo del bolso, incapaz de comprender los extraños sentimientos que se habían apoderado de ella durante el abrazo de Blake. —Recoge tus cosas, Kate. Voy a llevarte a casa —le dijo con frialdad.
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Capítulo 3 Kate se alejó del busto y estudió con mirada crítica el rostro de barro que se encontraba sobre el pedestal. Le pareció que estaba bastante bien. Suspiró satisfecha, estiró los doloridos brazos, flexionando los dedos para relajar los músculos. Se lavó las manos y mientras se las secaba, fue observando el estudio, que se había convertido casi en su hogar desde su llegada a Francia, tres semanas antes. Blake se había tomado muy en serio ese trabajo y se inclinó ante ella, muy ceremonioso, al entregarle la llave, con los ojos risueños y la boca curvada en su familiar sonrisa burlona. —La llave de tu retiro privado —le había anunciado. Era un pabellón parecido a una vieja casa de verano, construido con la piedra de la localidad; los muros se elevaban hacia el techo que tenía paneles de cristal. Cada ventana podía cubrirse con cortinas, para regular la luz que se necesitara a diferentes horas del día. El interior era blanco, desde los muros hasta las cortinas; tenía cómodos sofás de cuero y un cuartito de baño. Adosados a las paredes había anaqueles con herramientas y debajo, varios caballetes y mesas de trabajo; y, en un rincón, una enorme pila de porcelana blanca para amasar la arcilla. —Es fabuloso, Blake —exclamó entusiasmada—. No sé qué decir. Gracias. —Encantado de que te guste. Avísame si falta algo. —Jamás me había imaginado que te tomarías tantas molestias. —No tiene importancia, es lo que se le ha ocurrido al director de arte de la película. Aquí filmaremos las escenas interiores y su diseño trata de que haya aquí la mejor luz natural. —¡Ah!—exclamó desilusionada—. Por supuesto. Entonces, él se volvió y le rozó la mejilla con un dedo. —Yo he vigilado que todo estuviera bien, gatita. Sabía que te gustaría. Y ella le devolvió la sonrisa, compartiendo la broma, con una repentina sensación del viejo afecto que había entre ellos. Los últimos días en Londres, habían estado cargados de actividad. Mirando retrospectivamente, reconoció que Blake había logrado deliberadamente que todo resultara bien. Habían ido de compras para adquirir la ropa que iban a necesitar durante el verano, y él había solucionado todo con tanta indiferencia como si hubieran llevado muchos años juntos. De la misma manera llevaron el asunto del matrimonio. Ella no se compró ningún traje especial, sino que usó el sencillo traje claro de lino con el que iba a viajar. La ceremonia en el registro civil, con una ausencia total de emoción, tuvo el aspecto de ser uno más de los muchos detalles de algún negocio. Después de la boda, fueron a recoger sus pasaportes y comieron en uno de los restaurantes favoritos de Blake, en el Soho, antes de ir por su equipaje y salir de Londres.
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Al llegar al pequeño aeropuerto, donde jet Cessna de Blake les esperaba, fue cuando se apoderó de ella el único momento de pánico. Mientras miraba sus maletas de pie, al lado de las de él con etiquetas flamantes, «Sra. K. Templeton», se sintió abrumada por una repentina sensación de desastre. Aquello no se trataba de unas vacaciones de las que regresaría a su vida normal; era un matrimonio, aunque fuera extraño. Estaba atada a Blake; por muy corto que resultara el matrimonio, él tenía unos derechos sobre ella que no eran de su elección, mientras que el hombre a quien quería, ni siquiera sabía que le había abandonado. Rígida por ese pensamiento, se quedó inmóvil con los ojos desorbitados de temor, mientras almacenaban el equipaje. —Kate. La voz de Blake se oyó en la distancia, pero ella no hizo caso. Él bajó la escalerilla y la cogió del brazo, guiándola hacia el avión privado. Le quitó los zapatos y la cubrió con una ligera manta; ella se recostó, sin resistirse, mirándole a la cara. No pudo encontrar en su expresión ningún afecto, ninguna bondad, y se volvió, enterrando el rostro en el cojín en el que apoyaba la cabeza. Él la despertó, para ofrecerle un café, al acercarse al Mediterráneo. —Vamos, dormilona, no querrás perderte esto —le dijo con ligereza. La acomodó en el asiento del copiloto y se hizo cargo de los controles. —A ver si te gusta esto —le dijo, sonriéndole. Al cabo de unos minutos, la excitación se apoderó de ella. Era emocionante, estar en la cabina del piloto, con cristales en todos los lados, que permitían una vista fantástica, en vez de la diminuta ventanilla de los vuelos normales. Observó embelesada cómo el ligero avión cedía a una maniobra de Blake, saliendo de las nubes la brillante luz del sol, con la cinta azul del río Ródano allá abajo. —Oh, Blake, esto es magia. —Veo que voy a tener que enseñarte a volar —bromeó. —¿De verás lo harías? Me encantaría. Sus blancos dientes brillaron cuando sonrió al compartir su excitación. —Mm… tal vez. Cuando se termine la película. Reconoció inmediatamente su error y un ligero rubor se apoderó de sus mejillas. La mención de la película la había vuelto a la realidad, recordándole a Kate la vida que dejaba atrás, el futuro planeado para ella con tanta crueldad por el hombre que tenía a su lado. Él se volvió, porque entre ellos surgió cierta tensión que no les iba a abandonar durante el resto del viaje. Después de cerrar el estudio, Kate avanzó sobre la hierba por el alto pasto hacia la orilla de un risco. El estudio estaba en la parte alta de un promontorio rocoso que protegía la intimidad de Blake. Los jardines iban en profundo declive en un desorden de orquídeas silvestres, hibiscos, tamarindos rosados y pequeñas palmeras enanas que se encontraban a los
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lados del sendero arenoso que bajaba hasta la playa. Había dos casitas para huéspedes en el borde del risco, desde donde se disfrutaban magníficas vistas al mar, mientras que la casa principal, en la parte baja, se ocultaba de la vista por el cinturón de árboles que la rodeaba. Allí, las paredes blancas deslumbrantes y las altas ventanas enrejadas del primer piso, daban a una terraza que recorría toda la casa. En la planta baja, las puertas del patio, del piso al techo, estaban sombreadas por persianas de seda que protegían del calor el interior. La terraza blanca de piedra estaba cubierta por enredaderas que trepaban por enrejados de madera y bajaban por los pilares hasta la orilla de la piscina. La frescura del interior la alivió como un bálsamo. Altos techos, muros blancos y baldosas de piedra en el suelo mantenían muy baja la temperatura del interior. Una enorme chimenea de piedra evocaba la imaginación de troncos encendidos y el olor de la madera en las largas noches de invierno. Entre la decoración destacaban los candelabros de hierro forjado, las sillas de terciopelo rojo y los sofás llenos de cojines. El comedor contrastaba con sus paredes de color verde pálido y sus sillas antiguas de respaldo alto colocadas alrededor de la exquisita mesa ovalada de estilo Sheraton. En la parte de arriba, todo era moderno, con baños lujosamente equipados, camas con doseles cubiertos de velos y alfombras tejidas a mano que cubrían los suelos barnizados. Mientras Kate se duchaba en su propio baño, el silencio de la casa la hizo pensar en la velada que la esperaba. Louis y su esposa Annabelle se ocupaban de la casa con gran eficiencia, según las exigencias de Blake, servían unos alimentos extraordinarios en el momento en que ella aparecía, y se encargaban de que tuviera todas las comodidades. A Blake le veía raras veces. En ocasiones, oía voces y entonces se daba cuenta de que estaba allí. Los miembros de su equipo estaban con él y se los presentaba. Ya conocía a Archie, el cámara, a Tony, el primer ayudante de Blake, afectuoso con ella; pero Kate se retiraba pronto, sintiendo que su presencia era una intrusión en su cerrado mundo de la filmación. Ellos se metían en el estudio de Blake donde Annabelle les servía bebidas y bocadillos, hasta que volvían a salir para marcharse en sus diferentes coches. Si Blake estaba en casa, cenaban juntos y él preguntaba amablemente si estaba bien, antes de desaparecer en su estudio para el resto de la velada. La semana anterior le había informado que había llegado el resto del personal y que la filmación comenzaría unos días más tarde. —Algunos de ellos van a quedarse en el yate —le explicó. —¿El yate? —Mi yate. Es conveniente y me sirve de base. Allí tengo mi oficina. —Ah.
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—Este lugar es mi refugio —prosiguió—. Una vez que comencemos a filmar, estaré rodeado de gente todo el día y la mayor parte de la noche. Si no tuviera este lugar, me volvería loco. Se quedó mirándole y trató de entender la seriedad de lo que le decía. —¿Ya has leído el guión?—le preguntó de forma brusca. —Sí. —¿Y bien? —Lo he encontrado bastante conmovedor. Es un tema lleno de emoción y está tratado de forma delicada. Él lazó la mirada sorprendido. —Es una aseveración muy sagaz. Ella se ruborizó y miró hacia su plato. —¿Entiendes cómo encaja la escultura en la historia? —Creo que sí —titubeó—. Pero yo no tendré que ver nada con todo eso. ¿O sí? La miró con fijeza y ella se preguntó qué sería lo que estaría pensando. —Todavía no he decidido cómo se va a llevar el asunto. Depende de Blanche. —¿Blanche? —Blanche Dumont. ¿La recuerdas? Nos la encontramos esa noche en que… La voz de él murió cuando los dos lo recordaron y Kate enrojeció. Había sido el día del entierro. —Sí, recuerdo —le respondió en voz baja—. No me había dado cuenta de que trabajaba en la película. —Más o menos es el fundamento de la película al hacer el papel de Laura. —¿Ella va a hacer el papel de Laura? Kate no se había podido imaginar a la elegante y sofisticada mujer que había conocido haciendo el papel de la pálida, apasionada y finalmente afligida Laura de la historia. —Tendré bastante trabajo para conseguir que actué como quiero —le dijo él—, por eso vivirá aquí con nosotros. —¿Vivirá aquí?—repitió Kate atónita. —Estás repitiendo todo lo que digo —comentó Blake irritado—. Entre otras cosas que tendrá que aprender, es cómo modelar el barro y las herramientas. Tu trabajo será enseñarle eso. —Ah, no, Blake, no podría…—objetó nerviosa—. ¿Cómo puedo enseñarle si yo misma estoy aprendiendo? Y a una persona tan avasalladora como la señorita Dumont. Realmente no podría.
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—Basta, Kate. Por supuesto que lo harás, con tacto y comprensión. Tú sabes tu oficio y ella no. Sólo le enseñarás lo mínimo para el papel. No la vas a entrenar para ser escultora. Así que no comiences con histerismo. Ya con la película tengo suficiente. Ella se mordió los labios y no dijo nada. —De todas maneras, tendremos aquí a Earl Holland y él es divertido y tranquilo, un verdadero profesional. —¿Te refieres al gran Earl Holland, la estrella de las películas? —Dime, Kate —le preguntó con suavidad—, ¿estás perdiendo tu innato ingenio? Esta noche no pareces muy despierta. Tal vez sea el calor —suspiró—. Sí. Earl Holland, la estrella de las películas. Para mí, sólo es un actor que espero que haga justicia a un buen papel. Kate se sintió de pronto abrumada por su seguridad, por sus años de experiencia con la gente y la vida. ¿Cómo podía esperar que ella se las arreglara con dos estrellas de la pantalla como huéspedes de la casa? Y luego, la asaltó otro pensamiento. —Pero, Blake —comenzó nerviosa—… ¿saben el tipo de matrimonio… quiero decir, tendremos que fingir? —La respuesta a todas las preguntas que se agolpan en tu mente es negativa. No lo saben. Saben que nos acabamos de casar, por supuesto. Pero no es asunto suyo el tipo de matrimonio que tenemos. Ambos han trabajado antes conmigo y están enterados de que no muestro ningún interés por mi vida privada cuando estoy filmando. A Kate empezó a dolerle la cabeza. Todo sucedía con demasiada rapidez. —¿Y ahora qué pasa?—le preguntó molesto—. Pareces asustada. —Para ti, todo está muy bien —le dijo enojada—. Ya has pasado por esto cien veces. Pero para mí es nuevo. Me das una información parcial y no me das la oportunidad de entenderlo. —No puedes entenderlo, querida. Se necesita toda una vida. Y yo no tengo tiempo para enseñarte. Una vez que empezamos a filmar, todas mis energías las dedico a mis actores y técnicos. Te ofrecí el trabajo y tú aceptaste… estabas encantada. Creo recordar que fue la única cosa que te reconcilió con nuestro matrimonio. Planeas ser una artista. Pues bien, ahora es el momento de aprender algunas de las cosas que necesitarás saber. —Eso no es justo —replicó con vehemencia—. No estoy planeando una carrera de actriz. Voy a ser escultora, y si para hacer una película se necesita toda esta confusión, me alegra no formar parte de ella. —No te engañes, eres parte de ella. Como mi mujer tienes que aprender a organizarlo todo y cuanto más pronto mejor. —¿Estás loco, Blake? Sabes que no vamos a estar bastante tiempo juntos para eso. Seis meses. Eso fue lo que dijiste en Londres. Después, conseguiré la anulación.
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Él no habló ni la miró. Echó su silla para atrás, se levantó y encendió un puro con lentitud; la espera la enfureció. —¿Blake, me has oído? —Difícilmente podría evitarlo si estás gritando. —¿Y bien? —Estoy cansado, Kate, demasiado cansado para discutir cosas que por el momento no son importantes. —Tal vez no sean importantes para ti, pero son mi vida y mi futuro. De todas maneras, no te pido que discutas. Seis meses y luego me iré. Si no quieres pagar mis estudios de arte, olvídalo. Podré prescindir de ello. Pero, hagas o digas lo que quieras, dentro de seis meses me iré. Él se volvió hacia ella y en sus ojos estaba la mirada vacía que ella tanto odiaba. —Te he advertido que estoy cansado y no quiero discusiones, pero ya que estás decidida a seguir, veamos los hechos, ¿quieres? Tú y yo estamos casados. Hasta que yo desee lo contrario, seguiremos casados. No puedes conseguir el divorcio, porque yo no voy a darte motivos para hacerlo. Una anulación sin mi consentimiento sería algo muy fastidioso. Los asuntos personales y privados tienen que tratarse en los tribunales con médicos y abogados, y nada de eso te haría más querida a tu amado Henri… si es que mientras tanto no se casa con su prima Sophie, con quien estaba comprometido desde la niñez. Hizo una pausa y respiró profundamente antes de proseguir. —Nuestro matrimonio terminará cuando yo esté listo para que así sea, no antes. —Tú no podrías ser tal cruel, tan despreciable —exclamó Kate a punto de llorar—. Me prometiste que sería algo temporal… que al final del verano obtendría la anulación. Creía que podríamos pasar por esto con nuestra amistad intacta. Pero todo es una artimaña, ¿verdad? Tú lo planeaste todo y yo no tengo la menor oportunidad de nada, ¿o no? Lo que yo desee no significa nada para ti, porque a ti no te importa nadie. Kate estaba asustada, agitada y jadeante de furia. —Pues un día, Blake Templeton me enteraré de la razón por la que realmente te casaste conmigo, y entonces lucharé contra ti. Y tú no encontrarás en mí a una de tus tiernas mujeres. Lucharé y, si es necesario, lo haré de forma sucia. Había elevado la voz y vio en los ojos de él un brillo oscuro. —Esa es mi chica —dijo él con suavidad. Kate se dio rápidamente la vuelta y salió corriendo de la habitación. Desde ese día no había vuelto a ver a Blake. Él se levantaba temprano y se iba antes de que ella se despertara. Como sus dormitorios estaban en los extremos opuestos de la casa, ella ni siquiera estaba segura de si volvía a casa por las noches. Jamás se había sentido tan sola. Después de compartir durante tantos años su vida con otros, primero en la escuela, después en el internado y luego en París,
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acusaba mucho la soledad. Deseaba a menudo tener a alguien con quien hablar, el único sonido que se oía era el de las olas del mar y el ligero susurro de la brisa de la costa. Sentada por las noches, sola, tenía como únicos acompañantes sus pensamientos, y estos eran sobre todo para Henri. Le había escrito pero no había obtenido respuesta. A él no le gustaba escribir cartas y sintió que tendría que pasar ese tiempo sin él. Se preguntó qué habría pasado con su abuela. ¿Habría arruinado su oportunidad por su ausencia? Kate sabía muy bien que no podría haber boda sin el consentimiento de la anciana, y ¿cuál sería en ese momento su actitud al enterarse de que la vida de Kate estaba dirigida, aunque fuera temporalmente, por otro hombre? Resultara lo que resultase, la vieja dama no iba a poder ser persuadida por declaraciones de amor. Los dieciocho meses que Kate había pasado en París, le habían enseñado que para los franceses no tenía mucha importancia el amor romántico para el matrimonio. Las únicas razones válidas entre la aristocracia francesa para una boda eran el dinero, la familia y la posición. ¿Y qué había de la noticia de Blake respecto a la prima Sophie de Henri? ¿Qué papel desempeñaba en la vida de Henri? ¿Y por qué Henri jamás la había mencionado? Kate sentía que no la quería, porque confiaba en el amor que se tenían uno y otro, pero deseaba que se pusiera en contacto con ella, que le dijera que la quería a ella y que todo se solucionaría. Poco a poco dejó que sus pensamientos volvieran a su padre. Después del entierro, le había apartado de su mente porque, de alguna manera, la atareada semana que lo había seguido le había mitigado el dolor. Pero en esos momentos la angustia de su pérdida se unía a la de su propio dolor en esas circunstancias. Al principio, lloró por él, por su infelicidad, por los últimos años vacíos de su vida, pero luego lloró por ella misma. Él se había ido, dejándola con su madre, quien al despedirse de ella en Londres no había fingido tener sentimientos hacia ella que no existían. Y Blake. ¿Qué había esperado su padre ganar al forzarla a contraer un matrimonio que no deseaba? Por primera vez, Kate pensó desapasionadamente en su padre y vio un lado cruel que jamás había conocido. ¿Y cuál era la verdadera razón por la que Blake había aceptado? Tuvo la sensación de que era un hombre complejo, difícil de valorar e imposible de manipular, y pensó que si alguna vez era dueña de su propio futuro, tendría que aprender a entenderle. Por el momento, lo único que sabía era que trataba con un extraño… y un extraño con el que se había casado. Un ruido interrumpió los pensamientos de Kate. Podía oír voces y risas, puertas y coches que se cerraban. Se dio cuenta de que Blake había llegado a casa con amigos. Se levantó rápidamente de la silla y corrió a lo largo de la terraza para entrar en el estudio. En el interior, cerró la puerta agradecida, y se quedó en la oscuridad. Esperaría a que se fueran y luego saldría. ¿Serían Blanche Dumont y Earl Holland? ¿O serían sólo invitados para pasar la velada? Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, se encaminó al sofá y se recostó. ¿Pensaría Blake que estaba dormida en su cuarto o iría en su busca? Sintió
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que le palpitaba con fuerza el corazón y que se le llenaban los ojos de lágrimas al pensar con fuerza en el futuro, teniendo sólo la protección y seguridad financiera de Blake; una vida sin Henri. Desolada, se preguntó cómo lo podría soportar. Cuando Kate se despertó, se dio cuenta de que no estaba sola. Se quedó acostada, sin moverse, buscando con los ojos algo en la oscuridad. —Sólo soy yo —le llegó la voz tranquila de Blake, de la oscuridad. —¿Qué pasa, Blake? ¿Qué quieres? —Quiero saber por qué te ocultas aquí, en vez de estar abajo, dándole la bienvenida a nuestros invitados. —Debo haberme quedado dormida. Blake se puso de pie y ella se echó hacia atrás, sobre los cojines, al ver que se le acercaba. —Cielos, Kate, ¿qué pasa? —Nada. Él se volvió y comenzó a pasear lenta, deliberadamente, de un lado a otro, como si necesitara el movimiento. Luego se quedó quieto, dándole la espalda. —Quiero que sepas que yo también le extraño —le dijo en voz baja. Kate alzó la cabeza para tratar de verlo con más claridad en la oscuridad. —¿De veras?—le preguntó ella. —No es algo tangible. Me encuentro pensando en cosas que le querría decir y algunas veces me vuelvo de pronto, como si él estuviera a mi lado, en espera de que dijera algo. ojos.
—¡Oh, Blake!—exclamó Kate, sintiendo que las lágrimas se asomaban a sus
—Así que, como ves, no estás sola en tu dolor —le dijo acercándose a ella—. No le alejes. Todavía está en tus sentimientos y siempre lo estará, pero cada vez será menos doloroso. —¿De verás será así, Blake? —Sí, gatita, así será. Y no te avergüences de tus lágrimas. Tu padre merecía que llorara uno por él. —Oh, Blake —volvió a sollozar—, me siento tan sola y desgraciada. —Estás últimas semanas te he dejado sola deliberadamente, para darte la oportunidad de que aceptes las cosas como son. La vida es dura, Kate, y nadie puede protegerte de ella. Ella dejó de llorar y se sentó, decidida a controlarse y no exponerse de nuevo a su indiferencia. Él era comprensivo en cierta manera pero no la compadecía ni sentía afecto por ella. Eso era lo más importante a que se tenía que enfrentar. Blake jamás reemplazaría a su padre en su afecto.
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—Está bien, iré a cambiarme. —Es demasiado tarde ahora. Ya hemos cenado y ellos se han ido a la cama. Mañana todos tenemos que levantarnos temprano. Blanche se irá a las seis, para que la peinen y maquillen. Earl y yo nos iremos una hora más tarde. —Ah. —Subí a decirte que quiero que vengas con nosotros mañana. —Oh, no… creo… que no podré…—titubeó. Blake encendió las luces. —¿Qué te pasa, Kate? Te estás convirtiendo en un ratón. Por mucho miedo que tuvieras de niña, jamás te faltó valor para nada. —Tal vez eso es lo que me ha hecho el casarme contigo —dijo con amargura. —Me dijiste en Londres que habías crecido, que debía darte la oportunidad de demostrarlo. Hasta ahora, no he visto señas de ello. —Habría sido mejor que me hubieras dejado en Londres. Torciste mi vida y me estás forzando a hacer cosas que jamás he querido hacer. ¿Qué esperabas? ¿Qué cayera en tus brazos y me convirtiera en tu esclava, deseando sólo la vida que quieres que lleve? —¿Te das cuenta de que no podemos estar cinco minutos en el mismo cuarto sin pelear? Cualquier otra mujer gozaría con la belleza de este lugar, las vacaciones de las que puedes disfrutar, el estudio en el que puedes hacer el trabajo que te gusta; pero lo único que haces es quejarte. —Tal vez nunca has estado enjaulado y no entiendes cómo eso le da un sabor amargo a todo. Si me hubieras invitado aquí como tu huésped, habría podido ser todo lo que quieres, pero el casarte conmigo en contra de mis deseos y luego abandonarme para que pase los días y las noches sola en esta villa, es enervante. No debería sorprenderte que no pueda sobreponerme. Se supone que tú eres un experto en entender a las mujeres… —Parece ser que he juzgado mal la situación —murmuró él. Seguidamente se acercó a ella y la agarró de los hombros. Kate se dio cuenta de que la había malinterpretado. —No, Blake, no he querido decir… por favor… La atrajo con fuerza hacía su cuerpo, rodeándola con los brazos y apoderándose su boca brutalmente de la de ella. La obligó a entreabrir los labios y la besó sin ternura ni pasión, haciéndole daño. Ella se asustó, retorciéndose en su abrazo para soltarse, pero tenía los brazos atrapados, el cuerpo pegado al de él y no podía escapar. Pudo sentir el latido de ambos corazones, y entonces los labios de él la abandonaron de pronto. Le murmuró algo y se inclinó para besarla otra vez, entreabriéndole la boca de forma seductora. Kate sintió que se le debilitaban las piernas y se relajó contra él al sentir que una fuerte oleada de calor se apoderaba de su cuerpo.
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Henri la había besado muchas veces, pero nunca había sentido nada parecido. Le rodeó con las manos, sosteniéndole contra ella, y luego le pasó las manos por la tersa piel, en el interior de la camisa; lo sintió temblar a causa de su contacto. Comenzó a responder a la exigencia de sus besos y cerró los ojos para saborear el placer de sus caricias. El beso terminó repentinamente. Él se apartó, dejándola sin fuerzas, cuando la calidez de su cuerpo la abandonó. Ella bajó la mirada hacia el suelo, avergonzada de la respuesta que él había logrado de ella. Se percató de que todo entendimiento entre ellos había terminado de pronto y eso la hizo sentirse muy desgraciada. El Blake Templeton de su niñez había muerto, ya sólo formaba parte de sus recuerdos.
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Capítulo 4 Tony se llevó el micrófono a los labios: —Comida para todos. Por favor, regresad a las dos y cuarto en punto. Kate recogió su cuaderno de dibujo y lápices, se puso el sombrero y miró a su marido. Él hablaba con Archie y estaban ensimismados en la conversación. Se volvió a sentar y esperó. No había esperado disfrutar al ir al rodaje. Aunque sólo le habían presentado a una o dos personas del grupo, se dio perfecta cuenta de que todo el mundo sabía quién era. Encontró un sitio protegido, fuera del paso, contentándose ese primer día con observar cómo se hacían las tomas. Todo el mundo esperaba que la luz estuviera en el punto correcto, los plateados reflectores recogían la luz del sol y la dirigían hacia donde los cámaras querían que se quedara. La espera parecía interminable y, sin embargo, nadie demostraba ponerse impaciente. Blanche Dumont tenía su propia casa rodante en la sombra y Earl estaba sentado en una silla de lona, debajo de un árbol, leyendo tranquilamente. Su conocimiento del guión le permitía a Kate identificar vagamente lo que se filmaba y pronto se quedó absorta, mirando a su marido, mientras los otros charlaban en espera de que les llamaran. La concentración de Blake no disminuía. No podía imaginar cómo tenía tanta energía con ese calor tan intenso. Al segundo día, llevó su cuaderno y comenzó a dibujar, y desde entonces la aceptaron. La saludaban por las mañanas cuando llegaban y alguno le llevaba un café. A la hora de la comida, cuando se abría la vagoneta del proveedor y todos se llevaban su comida a la sombra, Blake iba a recogerla. A pie, subían lentamente la aguda pendiente que separaba la playa del Restaurante-Bar que había en la cima de la montaña, donde se sentaban en una mesa de madera, con los pies sobre la grava fresca, y tomaban vino blanco helado a la sombra de un enorme árbol. Kate solía pedir casi siempre ensaladas variadas y, mientras comía Blake se reclinaba hacia atrás, bastante relajado, y la observaba divertido, sintiéndose tan cómodo en ese sencillo lugar como en uno de los más elegantes restaurantes de Londres. El primer día ella esperaba que hubiera cierta tirantez entre ellos, pero parecía que Blake había olvidado lo de la noche anterior en el estudio y, conforme hablaba, ella también se olvidó de todo. Él le explicó el trabajo de la mañana mientras ella comía lentamente, disfrutando de la ligera brisa, curiosamente contenta. —¿Qué te ha parecido la escena que hemos terminado?—le preguntó el unos días más tarde. —¿La caminata a lo largo de la playa? —Sí. —No sé. Ella parecía demasiado ansiosa. Es todavía muy pronto, ¿no te parece? ¿No se acaban de conocer?
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—Por eso no ha habido acercamiento. Quiero que el público imagine el diálogo con el movimiento de sus cuerpos al alejarse de la cámara. —Sí, eso me gusta —se entusiasmó—. Pero Laura… creo que no debería acercarse tanto a él, debería esperar que él diera el primer paso. No sé. Tal vez parezca un poco tonto. Él no contestó, miró a la distancia en los ojos entrecerrados por la concentración. —Mm… tal vez —murmuró. Cuando terminaron de comer, uno de los chóferes la llevó a la casa. El segundo día, le preguntó si podía quedarse, pero Blake se mantuvo firme. —No subiremos al sol. Aunque has estado sentada a la sombra, seguramente encontrarás que se te ha quemado algo la piel cuando te metas en la ducha. Se despidió y la dejó para volver a la playa, olvidándose de la existencia de ella al proseguir con el trabajo de la tarde. Se quedó mirándole. Era un hombre vigoroso y lleno de vida; llevaba una camisa blanca de manga corta, desabrochada, que revelaba el vello oscuro y rizado de su pecho, unos pantalones cortos de color negro. El pequeño sombrero de lino blanco que llevaba contrastaba con su cabello negro y su rostro moreno y sus ojos grises. Blake tenía unas piernas largas y musculosas. Todos los días, por la mañana temprano, nadaba alrededor de la bahía y se encontraba en unas condiciones físicas envidiables. Él se volvió mientras ella le observaba, pero continuó andando por la playa para desaparecer entre los árboles. Durante un momento la desconcertó la sorpresa. ¿Se le había olvidado que ella estaba allí? Se preguntó qué debería hacer. Antes de que pudiera moverse, uno de los muchachos franceses se le acercó por la arena. —Yo la llevaré a casa hoy —se ofreció. —Por supuesto —le sonrió. El grupo estaba ocupado comiendo, pero Earl Holland alzó una mano para saludarla cuando se iba. El trayecto a casa era corto. En lo alto de la colina, miró a lo largo de la carretera para ver si veía a Blake, pero no lo logró. Tampoco le vio cuando pasaron por el restaurante. Se sintió extrañamente deprimida y abandonada. Tal vez había ido al yate a ver la parte de la película que todos los días llegaba de los laboratorios. Y, después de todo, ellos no eran una pareja normal. Él no tenía por qué darle explicaciones de sus movimientos. Por lo tanto no había razón para que sintiera un agudo dolor en el corazón al entrar esa tarde en el salón y encontrarse sólo con Blanche y con Earl. Se había puesto un vestido rosa pálido sin mangas, diciéndose, mientras se perfumaba y maquillaba, que no debía preocuparse por los movimientos de Blake.
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Se obligó a sonreír y a saludarles. Earl se puso de pie y se le acercó, llevándose su mano a los labios, como lo hizo la primera mañana que se conocieron, iluminándosele de placer los ojos al mirarla. —Bella como siempre —murmuró al soltarle la mano. Ella se sentó y él le preparó un jugo de naranja con hielo y se lo llevó. —Tengo hambre —comentó Blanche—, ¿no podríamos terminar nuestras bebidas mientras cenamos? —Por supuesto, si Kate está de acuerdo —dijo Earl en voz baja. —Claro. Kate se sintió confundida. Esa era la primera velada que se encontraba a solas con los dos. En otras ocasiones, Blake había estado allí para hacer de anfitrión. —Se te olvida, cariño —exclamó Blanche mirando a Kate—, que llevamos levantados desde la madrugada y necesito irme a la cama, ya que mañana también tengo que madrugar. Para ti, no es lo mismo, Earl, tú puedes quedarte mañana. Nadie comentó nada acerca de la ausencia de Blake, y Kate supuso que debían asumir que ella sabía dónde estaba. La mesa en el comedor estaba puesta para tres, así que era obvio que a los criados se les había anunciado que él no iría a cenar. Mientras Earl y Blanche charlaban, los miró a los dos. Blanche estaba muy hermosa, como siempre, y nadie hubiera adivinado que había estado trabajando desde la mañana bajo el sol abrasador. Su cabello negro azabache lo llevaba estirado para atrás con una diadema ancha que hacía juego con el escotado vestido rojo que llevaba. Tenía una piel tersa y unos increíbles ojos azules con largas y espesas pestañas, que daban cuenta de una llamativa personalidad y una voluptuosa sensualidad que no podían pasar desapercibidas. Earl Holland era diferente por completo. Ella había visto varias de sus películas y parecía más bajo de lo que esperaba. Su cabello era fino y rojizo, tenía la piel blanca, la cara delgada, que le daba a su cabeza un aspecto delicado, junto con los labios finamente moldeados y los ojos azul claro. Earl era más agradable y menos severo que como aparecía en las películas. Lo único que era exactamente igual a como recordaba, era su voz suave y algo titubeante. Era el actor perfecto para el papel del héroe de la película, Jason, quien se enamoraba de la ansiosa Laura, pero sólo para encontrarla demasiado agotadora con sus exigencias emocionales, llevándole al final a volverse hacia una mujer más joven y superficial. Kate alzó la mirada y vio a Blanche mirándola inquisitivamente. —Lo siento. No estaba escuchando. —Es evidente —murmuró Blanche con sequedad—. He preguntado si era Fiona. ¿Está Blake con Fiona?—le preguntó Blanche, mostrando irritación—. Sé que tenía que llegar hoy, y Blake ha desaparecido como por arte de magia a la hora de comer. —Lo siento —volvió a decir Kate—. No sé.
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—Oh, querida —se rió Blanche—. ¿Ya te ha abandonado y no sabes ni por quién? —Ya basta, Blanche —dijo Earl con firmeza—. Y no tomes tanto vino. —Cariño, ¿insinúas que no puedo cuidarme de mí misma, o estás protegiendo a la esposa niña? Tendrá que aprender alguna vez, ¿o no? —Basta, Blanche —volvió a decir Earl con voz dura—. Vete a la cama si no puedes portarte de forma civilizada. —¿Te refieres que me vaya a la cama a esperar a Blake? Me temo que ninguna de nosotras le puede esperar ahora que ha llegado Fiona. Kate se ruborizó y se quedó mirando su plato, pero ya sin apetito. —Mi pequeña inocente, Fiona es la última conquista de Blake —prosiguió Blanche—. Esa es la razón por la que obtuvo el papel en la película, un papel que no es para ella. Se suponía que iba a hacer el papel de Laura. Se volvió a Kate al ver su sorpresa. —¿No lo sabías? —agregó maliciosa—. Ah, sí, por supuesto. Pero los productores no la quisieron, ¿o sí, Earl? Dijeron que no podía llevar el peso de una película, que era una desconocida, cosa que es verdad —insistió feliz—. Según Blake era el mayor descubrimiento, pero no pudo conseguir ni un centavo que la respaldara. Blanche alzó su copa y la vació. —Y por eso —anunció en voz alta—, yo obtuve ese papel para el que, por supuesto, no sirvo; pero me estoy divirtiendo mucho, observando a Blake sufrir para hacer que lo logre. Si ya no puedo animarle a que se acueste conmigo, por lo menos en el trabajo mantengo toda su atención. Se hizo un pesado silencio, cuando Blanche terminó y volvió su atención a la copa de vino que llenó. Kate no sabía qué hacer. Entonces Earl rodeó la mesa, le quitó a Blanche la copa, la levantó de la silla y salió con ella del comedor, murmurando: —Kate, perdónanos, por favor. Kate cruzó el vestíbulo y entró en el salón, sentándose en la oscuridad, pero del vestíbulo entraba al cuarto una luz tenue. Consideró con todo cuidado lo que había dicho Blanche. Desde hacía mucho tiempo sabía que las amigas de Blake eran generalmente las actrices con las que trabajaba. Se decía que lograba que actuaran mejor si se acostaba con ellas mientras hacían la película. Fueran o no fueran ciertas esas historias Kate tuvo que reconocer que su actitud hacia Blake había cambiado. Desde que se habían besado en el estudio, ella era consciente de su magnetismo excitante. Por supuesto que no le importaba como le importaba Henri, pero no le era indiferente. Tal vez inconscientemente, había querido que la tocara de nuevo, que la abrazara y besara. Se ruborizó en la oscuridad y se consideró una idiota al sentirse así sólo porque le había dado al beso una especie de significado emocional. Y la verdad
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era muy distinta. Para Blake no había significado nada, sólo un momento de enojo que había estallado en un fugaz deseo, olvidado con toda rapidez. Earl entró en el salón en el momento en que una de las sirvientas llevaba café y ponía la bandeja sobre una mesa baja. El hombre se sentó en un sillón. —Por favor, perdónala, Kate. Está cansada y se siente insegura. —¿Insegura?—Kate no pudo ocultar su sorpresa. —Sé que no parece insegura, pero lo está. Nunca debía haber aceptado ese papel. Está fuera de su nivel y podría echar a perder su reputación. Ella lo aceptó como una especie de reto, para demostrarle a Blake que podía actuar en algo dramático y él estaba muy seguro de poderla dirigir para que hiciera el papel como él quería. Y Blanche tuvo razón. Una vez que la contrató a ella para hacer la película, él no tuvo problemas para conseguir dinero. Pero ahora que ya lo está haciendo, Blanche es demasiado profesional para no saber que lo está haciendo mal. Y está asustada con la llegada de Fiona. —¿Asustada? —Por una parte, Fiona es una actriz maravillosa. Es cierto que tiene poca experiencia en películas, pero tiene una reputación considerable en el teatro. Y Blake tenía razón. Ella es la Laura perfecta. Sin embargo, hace el papel de Louise, la muchacha con la que Jason se queda al final. Todo es un maldito embrollo. Todo el mundo parece hacer el papel que no le conviene. —Excepto tú —sonrió Kate—. Tú eres ideal para Jason. —Gracias —le sonrió juvenilmente—. Es un papel muy bueno. Se quedaron tomando café en amistoso silencio, sin que ninguno sintiera la necesidad de hablar y Kate se relajó. Era una persona con la que estaba a gusto. —Procura no hacerle caso a Blanche —le dijo él con torpeza—, cuando trata de ser malintencionada, la mitad de las veces no sabe de lo que habla. Todo lo que ha dicho, de Blake… por supuesto que son puras tonterías. Blake estaría loco si prefiriera la compañía de otra persona teniéndote a ti aquí en casa. Kate no dijo nada. —Ya he hecho tres películas con él. No somos amigos personales, pero nos conocemos bastante bien. Me agrada pensar que pensó en mí al escribir el papel de Jason. Pero a Blake nadie le conoce realmente. Le he observado una y otra vez. Deja que la gente se le acerque hasta cierto límite, pero nada más. A menudo me he preguntado si lo hace con deliberación o es que no lo puede evitar. Aun con sus amigas del pasado, he tenido la sensación de que jamás se le acercan, y parece lógico que no se haya casado con una actriz. Contigo puede volver a casa y ser él mismo. Volvió la cabeza para mirarla y continuó diciéndole: —¿No hablas mucho, verdad? Y sin embargo, eres la única que realmente lo conoce.
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Kate sonrió pero no contestó. Eso habría sido tal vez peligroso. Blake no toleraría comentarios de su vida privada entre ella y sus actores. —¿Cuánto puede uno conocer a otro?—arguyó con falsedad. —Tienes razón. No creas que trato de meterme en lo que no me importa. Pero me sorprende que Blake haya logrado encontrar a alguien como tú y persuadirte a hacerle caso. Yo no tuve tanta suerte. —¿Has estado casado? —Eres demasiado joven para saberlo, pero Blanche y yo estuvimos casados casi durante diez años. —Lo siento. No lo sabía. —No funcionó. Blanche no podía enfrentarse a la rutina de estar siempre con un hombre solo y yo estaba empezando a abrirme paso. Estoy seguro de que no era fácil conmigo. Siempre es sencillo encontrar razones para estas cosas al verlas retrospectivamente. —¿Todavía la quieres?—se atrevió a preguntar Kate. —Para mí no ha habido nadie serio desde entonces y algunas veces me pregunto si no podríamos volver a juntarnos. Tal vez ahora ya está preparada para asentarse. Los dos nos estamos haciendo más viejos y los papeles que hay para ella están cambiando. Es muy posible que Laura sea el último papel juvenil que represente. De pronto se levantó, inquieto, y le dio la espalda, con la mirada en la oscuridad de la bahía, donde las luces de varios yates allí anclados centelleaban en la distancia. —Yo también estoy cambiando, ya no hago tantas películas. Creo que ahora me gustaría tener un hogar —se volvió a mirarla—. He tenido en todas partes del mundo muchas cosas esperándome. Pero un hogar es algo diferente. Es regresar a alguien a quien uno quiere ver, no sólo cuatro paredes y buena comida —se rió—. Supongo que lo que estoy diciendo es que envidio a Blake. Se acercó a Kate y miró su rostro a la luz de la luna. —Y ahora, será mejor que me despida antes de que haga algo el ridículo. Earl la levantó de la silla, inclinó la cabeza y le puso las manos en el pelo, a cada lado de la cabeza. Ella no se movió cuando él rozó sus labios suaves y cálidos, con los suyos. Cerró los ojos y correspondió al beso ligeramente. De pronto, el cuarto se llenó de luz. Kate echó la cabeza para atrás, pero Earl no se movió, sosteniéndola con firmeza, y apartó su boca de ella con lentitud, antes de enderezarse. —¿Qué diablos pasa aquí?—exclamó Blake furioso. Kate se puso a la defensiva, pero antes de que se pudiera mover, Earl habló. —Sólo le estaba dando las buenas noches a tu esposa —dijo con suavidad, haciendo hincapié en la palabra «esposa»—, ahora, tengo que irme a la cama.
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Le hizo una inclinación de cabeza a Kate y fue hacia Blake, pero Blake le bloqueó la salida. —Creo que soy merecedor de una explicación —le pidió enojado. —Espero que no te enfurezcas, Blake. Besaba a tu mujer para mostrarle mi agradecimiento por haber escuchado mis problemas. Y ahora, me gustaría retirarme. Durante un momento, los dos hombres se miraron con dureza. Earl parecía mas frágil comparado con la fuerza que siempre emanaba de Blake. Kate deseaba huir corriendo, pero se mantuvo quieta, para no precipitar la ira entre los dos hombres. Por fin, Blake se movió y Earl pasó a su lado. —Buenas noches. Kate oyó sus pasos al subir la escalera. —Creo que yo también me voy a ir a la cama. —Un momento —dijo deteniéndola—. ¿Qué ha estado pasando aquí exactamente? —Nada —replicó Kate con calma, decidida a no enojarse—. Los tres cenamos y Blanche no se sentía muy bien, así que se fue a la cama. Earl y yo nos quedamos hablando. —¿En la oscuridad? —Por todos los cielos, Blake —comenzó a impacientarse—. No tienes por qué molestarte. Yo no hablaría con Earl de nuestro matrimonio. —¿Estás planeando tener una aventura con él?—le preguntó bruscamente. —Por supuesto que no. Yo no ando teniendo aventuras con la gente. —Nunca es demasiado tarde para empezar. —Basta, Blake. No tienes por qué provocarme, sabes que estoy enamorada de Henri. ¿Por qué debo interesarme por otros hombres? Volvió la cabeza y se miraron, sin hablar. Se preguntó si él estaría pensando en la velada en el estudio cuando la había besado y ella le había correspondido. No pudo saber si seguía enfadado. De pronto, decidió tomar la iniciativa. —Te encuentro muy cansado —le dijo. —Me estoy muriendo de hambre. ¿Crees que podrías conseguirme algo de comer? No he cenado. —Ya se ha retirado el servicio. —Mm…—murmuró él. —Bueno, está bien —dijo enojada—. Yo te prepararé algo, pero tendrás que bajar y tomártelo en la cocina. —¿Comer en la cocina?—le preguntó con voz sorprendida. —Por si no lo sabes, la gente come en la cocina… en todas partes del mundo.
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—De acuerdo, guíame y muéstrame mi cocina —le dijo con una sonrisa. —Eres imposible, ¿lo sabías? —Por supuesto —aceptó sin desconcertarse. En la cocina, Kate abrió el frigorífico. Decidió hacerle una tortilla de jamón y champiñones. Comenzó los preparativos con destreza. —¿Necesitas ayuda?—le preguntó él con amabilidad. —Puedes cortar un poco de jamón —replicó—. Los cuchillos están en ese cajón. —Sí, señora —asintió, poniéndose a trabajar. —Y comienza a preparar el café —agregó ella. —¿No te parece que esto es muy íntimo? Casi como si estuviéramos casados. —Si quieres cenar, sugiero que dejes de hablar de niñerías. Quince minutos después le sirvió la tortilla de huevos con jamón, adornada con champiñones. Se sentó frente a él y se sirvió un café. —¡Oh!—exclamó hambriento—, sí sabes guisar. —Por supuesto. ¿Qué crees que hacía con mi tiempo libre en París? Kate se quedó viéndole comer. Poco a poco el color le volvió al rostro y ella se preguntó dónde habría estado. Kate se ruborizó al imaginarse a Blake apasionado con una mujer, perdiendo el control y revelando sus verdaderos sentimientos. Se preguntó lo que sería compartir tales momentos con él. Alzó la mirada y le encontró mirándola, por lo que se llevó con rapidez la taza a los labios, obligándose a apartar sus pensamientos de él. —Bien, ahora me pregunto qué pensamientos tan maliciosos pueden haber sido la causa de ese rubor. Blake encendió un puro y el humo le envolvió la cara. —No te preocupes, gatita, no voy a curiosear en tus sentimientos. Sé que no son asunto mío —le dijo, poniéndose de pie—. Y ahora tengo que irme a trabajar un rato, así que te dejo. —¿Vas a trabajar ahora? ¡Pero si estás muy cansado! Él se la quedó mirando, burlón. —Qué propio de una esposa —murmuró—. Me pregunto qué otros deleites propios de una esposa serían míos, si tuviera tiempo de averiguarlo. —Tu arrogancia no tiene límite, ¿verdad?—le reprochó enojada. —Me temo que eso tal vez sea verdad. Buenas noches, pequeña, y gracias por la cena, estaba deliciosa… Fiona resultó ser completamente contraria a lo que Kate esperaba.
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A la mañana siguiente, mientras la observaba trabajar, Kate se asombró al ver la delgada y pequeña figura de la actriz, con toda la cabeza llena de espesos rizos y su pálido e insignificante rostro. Cuando hicieron un descanso para comer, Kate esperaba que la recogiera su chofer y se sorprendió al ver a Fiona junto a Blake cruzando la arena para dirigirse a ella. Se hicieron las presentaciones y avanzaron por la playa. Fiona llevaba unos pantalones cortos color caqui y una camiseta playera y un viejo sombrero de paja sobre su alborotado cabello rubio. Se sentaron a la mesa en que siempre solían y Fiona pasó todo el tiempo jugueteando con la comida. Conversaba con facilidad, y ella y Blake hablaron de la película y de gente de teatro cuyos nombres no significaban nada para Kate. Mientras la observaba, Kate se dio cuenta de que era fácil subestimar a la joven actriz. Cuando se animaba, su rostro era móvil y sensible, daban ganas de mirarla, y Kate se preguntó si la cámara lo captaría. —¿Esculpes?—le preguntó a Kate. —Estoy aprendiendo —la corrigió. —¿Dónde? —Espero poder ir a estudiar arte en otoño —le contestó mirando desafiante a Blake. —¿Puedo ir a ver tu estudio mientras estoy aquí? —Por supuesto. Kate se encontró comportándose con distanciamiento con la otra mujer y miró titubeante a Blake. ¿Cómo había podido tener una aventura con una mujer como Blanche, vibrante, de personalidad extrovertida, y luego tenerla con esa muchacha tensa, pálida, delgada, sin mucha belleza para recomendarla? —¿Cuándo?—le preguntó Fiona —Cuando tengas tiempo —le respondió Kate, mirando de nuevo a Blake. —Fabuloso —se entusiasmo Fiona—. Y tú irás a visitar nuestra villa, ¿verdad? Es preciosa. Blake la escogió para nosotros, y realmente disfrutamos de paz e intimidad. Kate se maravilló de la desfachatez de aquella mujer al hablarle de forma tan abierta acerca de las relaciones que tenía con Blake. Luego se le ocurrió que tal vez Fiona sabía la verdad acerca de su matrimonio con Blake. —¿La llevarás una noche?—le preguntó Fiona a Blake. —Si hay tiempo —contestó distraído—, porque tiene mucho trabajo. No olvides que Kate también está para trabajar. —Lo que tú digas, Blake —asintió de forma amistosa. Kate se dio cuenta de que no podía comer y tomó un poco de vino. Comenzaba a reconocer que la sofisticación de la vida emocional de Blake estaba más allá de su
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comprensión. Sintió compasión por la muchacha que tenía a su lado. Si quería a Blake, iba a sufrir mucho, porque él no se iba a quedar con ella. Y de pronto, Kate se dio cuenta de por qué Blake cambiaba de amigas con sus películas. Lo que era importante era la película. En realidad, aparte de su trabajo, ninguna otra cosa le importaba. Tal vez en eso ponía todos sus sentimientos, dejando muy poco para la mujer del momento. Se sintió ligeramente asqueada por la vida que llevaba, que todos ellos llevaban y deseó estar al lado de Henri para disfrutar de la vida sencilla y sana que le ofrecía. Una vez casada con él, estaría libre de Blake. Cielos. ¿Qué esperanza tenía de casarse con el hombre que quería si estaba atada a Blake, que ni la quería ni…? —¿Me queréis disculpar, por favor?—murmuró poniéndose de pie—. Voy a marcharme a casa. Fiona y Blake dejaron de hablar y él se levantó. —¿Qué sucede?—le preguntó. —Nada. Tal vez el calor… Estaba desesperada por alejarse de él. Cuando Blake se dirigió hacia ella, se volvió y huyó a la carrera. Buscó el coche, pero no estaba, no había nadie. —¿A qué diablos estás jugando?—le preguntó Blake al alcanzarla—. Te has dejado el sombrero. Le asió el brazo y le puso el sombrero en la cabeza, pero ella se apartó. Él le puso las manos sobre los hombros con fuerza, haciéndola volverse hacia él. Al ver lo perturbada que estaba, la alejó del restaurante hacia un grupo de árboles. Cuando llegaron a la sombra, la soltó. —¿Qué es todo esto?—le preguntó. —Nada. Sólo que… no quiero… —¿Kate?—Blake le acarició el cabello y se lo retiró del rostro. —No me toques —le gritó—. No soporto que me toques. Déjame en paz. Vete. Manda que venga el coche por mí y deja que me vaya. —Estás histérica. —Tal vez —reconoció acongojada—. No puedo soportarlo más. Odio estar casada contigo. Quiero irme a casa. Kate estaba temblando y, sin embargo el sudor le perlaba la cara. Con una exclamación de impaciencia, Blake se agachó y la cogió en brazos, llevándola hasta el sendero arenoso que conducía a la playa. —¡André!—gritó con voz fuerte—. ¡André! Alguien llegó corriendo y Blake le dio órdenes, pero Kate casi no podía darse cuenta de nada.
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Ya en el coche, el trayecto le pareció interminable, e intentó hablarle. —La película —murmuró—, tienes que regresar. —Al diablo con la película —dijo con calma, mientras la sostenía sobre su regazo—. Aguanta, ya casi estamos en casa. Le comenzaban a arder los ojos y le dolía la cabeza. No tenía fuerzas para hablar, así que sollozó en su pecho, oyendo el sonido de los latidos de su corazón.
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Capítulo 5 Las siguientes cuarenta y ocho horas las pasó en una especie de niebla de dolor e incomodidad. Unas veces tenía demasiado calor y otras temblaba de frío, apenas consciente de sus constantes quejidos. La primera vez que se despertó completamente consciente era de noche. —Tengo sed —declaró en voz alta. Notó que alguien se acercaba y durante un momento pensó que era Blake, pero por supuesto no podía ser. Estaría con Fiona o durmiendo en su propia ala. Bebió ansiosa y se volvió a dormir. La siguiente vez que se despertó tenía clara la cabeza y pudo ver la habitación. Alguien la había incorporado con almohadas y le había puesto una mesa sobre las rodillas con el desayuno: huevos fritos con bacon, tostadas y té. Trató de levantar la mano y el esfuerzo fue demasiado grande. Alzó la mirada, reconoció a Annabelle y le sonrió con debilidad. La mujer mayor estaba sentada al lado de la cama y le dio el desayuno, hablando en voz baja en francés y sonriéndole con amabilidad. Kate no entendía todo lo que le decía, pero encontró consoladoras sus palabras. Antes de terminar, se deslizó en la cama y volvió a quedarse instantáneamente dormida. Estaba oscuro de nuevo cuando por fin se despertó, sintiéndose mucho más fuerte. Balanceó las piernas fuera de la cama y trató de levantarse para ir al baño. Tambaleante, logró llegar a los pies de la cama, donde se desplomó mareada sobre la alfombra. Se abrió la puerta y Blake apareció. Le miró, asombrada. Él estaba en bata. —¿Estás bien?—se agachó para levantarla y echarla en la cama.— ¿Ibas a ir al baño? —Sí. —Vamos —le dijo en voz baja—, lo intentaremos otra vez. Apoyada en él, lo pudo lograr; se soltó y cerró la puerta del baño con firmeza. Se sintió refrescada con el agua y volvió a la habitación, esperando que se hubiera ido. Él estaba de pie al lado de la ventana y se volvió inmediatamente para ayudarla a meterse en la cama. Ya acostada, se sentía agotada, y Blake se dirigió de puntillas hacia la puerta. —¿Blake? Él se volvió a acercar y se la quedó mirando. —¿Qué ha sucedido?—le preguntó con voz débil. —Has estado enferma. Una insolación. Has estado bastante mal y todos hemos estamos bastante preocupados, pero ya ha pasado todo. Unos días más y estarás levantada y como antes.
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—Pero… la escultura… Earl. Debía haber estado trabajando con él. —No te preocupes por nada de eso —le dijo Blake tranquilo—, hemos vuelto a programar el trabajo de Earl para que tenga las mañanas libres la próxima semana, y él está ansioso en espera de eso. —Lo siento, debo haber causado muchos problemas. —Sí —le sonrió—. ¿Sabías que eres muy mala paciente? —¿De veras? ¿Has estado enojado? —¿Yo… enojado? ¿Con mi naturaleza angelical?—rió burlón. —Anda vete. Eres imposible. —Eso fue lo que dijiste la última vez que hablamos, así que será mejor que me vaya y te deje dormir. —Mmm…—aceptó adormilada. Después de eso, Kate se recuperó con rapidez. Pasó un par de días levantándose ya en la casa, pero al cabo de una semana volvió al estudio. Pasaba las mañanas con Earl. Había que terminar varios bustos y algunos de ellos sólo estaban diseñados, además faltaba el último, el que Laura destruye al final de la historia. Como Earl era un actor de mucha experiencia, era el modelo ideal. Trabajaban con intensa concentración durante un par de horas seguidas y luego tomaban un descanso, yendo a nadar, sentados en el césped o charlando en el estudio. Tres días más tarde, Kate preguntó cómo iba la película. —Va bien y parece que Blake va a terminar a tiempo. —¿Iba retrasado? —Mike Bolton, el ayudante de dirección, hizo todo lo que pudo mientras Blake estuvo ausente, pero Blake insistió en que no se hiciera ningún trabajo con nosotros hasta que él regresara. —¿Que él ha estado ausente? —Quiero decir ausente en la filmación. —Ah. —Pareces asombrada. ¿No sabes que no se ha movido de tu cama mientras has estado enferma? —No —Kate se escandalizó—. No me he dado cuenta… —¿No habrías hecho lo mismo por él? —Por supuesto —replicó sin pensar—, pero yo no tengo que terminar una película. —Cuando mejoraste, se fue a dormir durante quince horas y ahora está trabajando como loco para recuperar el tiempo perdido. —Ah.
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—Cuando el doctor Anderson vino de Londres, le ofreció traerle una enfermera, pero, para entonces, ya habías pasado lo peor y Blake no lo consideró necesario. —¿El doctor Anderson?—preguntó Kate, comenzando a darse cuenta de que no sabía casi nada de lo que le había pasado. —Blake insistió en oír una segunda opinión. El doctor de la localidad sabía lo que hacía, pero Blake se preocupó por posibles complicaciones. —Ya veo. —Por supuesto que estaba muy preocupado por ti. Jamás le había visto así. Kate se preguntó si habría sido Blake quien la había cambiado cuando estaba empapada en sudor y se sonrojó al darse cuenta de que el cuidarla debía haberle obligado a tener intimidades físicas con ella de las que no estaba enterada. Alzó la cabeza y vio que Earl la miraba con cierta curiosidad, por lo que se controló. Había que trabajar. —¿Quieres que sigamos?—le preguntó animada. Una semana después, Kate estaba sola. Había adelgazado y se cansaba con facilidad, dormía todas las tardes y sólo se levantaba para cenar sola antes de volverse a la cama. Raras veces iba alguien a cenar, y ella ya estaba acostada para la hora en que Earl y Blanche regresaban, ya que oía sus voces antes de que la casa quedara en silencio. No había visto a Blake y asumió que había vuelto con Fiona. Una llamada a su puerta interrumpió sus pensamientos. Dio permiso para pasar y Louis apareció en el umbral. —Tiene un visitante —le anunció. —Gracias, bajaré enseguida. Se miró en el espejo. ¿Debía cambiarse? El vestido azul cielo que le dejaba al descubierto la espalda y que usaba para tomar el sol era un poco informal para un extraño pero pensó que tal vez era Fiona, como le había prometido. Al bajar la escalera, vio que era un hombre quien estaba en el salón. —Henri. Se soltó de la barandilla de la escalera y bajó volando a sus brazos. —Katherine. Abrazada a aquel ser tan familiar, se aferró a él convulsivamente. —Oh, Henri… es maravilloso verte. ¿Por qué no me has avisado que venías? ceño.
Le miró ansiosa, alzando la cara para que la besara. Él la miraba frunciendo el —¿Qué es esto? Estás muy desmejorada… tan delgada y pálida. ¿Qué pasa? —He estado enferma, pero ya ha pasado.
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—Diable —murmuró furioso—. ¿Cómo es que te alejas de mí durante unas semanas y te permites ponerte mala? Esta casa… es la casa de… Ella asintió. —No puedo hablar contigo aquí. Nos iremos —dijo serio—. ¿Irás conmigo a mi hotel a tomar el té? —Sí —sonrió feliz. —Bon. Les informarás a los criados que estás conmigo. —Sí, Henri —dijo con timidez. Louis debía haber estado espiando, porque se encontraba en el vestíbulo cuando pasaron. —Louis, el señor du Bois me lleva a tomar el té. Volveré para la cena. Al llegar al Carlton, en Cannes, Henri cruzó la famosa terraza que daba a la Croisette, y la condujo por el vestíbulo con columnas de mármol a uno de los salones, donde se hundieron en amplios sillones y él pidió té helado. —Ahora, debemos hablar —le dijo con gravedad. —Sí —aceptó ella nerviosa. En ese momento en que comenzaba a disiparse en ella el placer de su presencia, se preguntó por qué habría ido. —En primer lugar, debo decirte que todo este asunto me conmocionó mucho, y también a la abuela. No le he contado nada acerca de este hombre… Templeton. Sólo sabe que tu padre murió y no puedes ir a visitarla. Eso lo entiende. Es la familia. Y ahora, chérie, me gustaría que me dieras explicaciones de lo que sucedió. Kate sintió de pronto que tenía la boca reseca y deseó estar en otra parte. Era difícil hablar en ese lugar público, con gente entrando y saliendo y los camareros mirándolos desde las puertas. —Pues bien —comenzó—, ¿recibiste mis cartas? —Sí, sí, por supuesto. Pero ya sabes que a mí no me gusta nada escribir. —Pero no me escribiste ninguna, Henri —se quejó. Él puso cara de avergonzado y le dio una palmada en la rodilla. Le miró bien, por primera vez. Era el mismo. Delgado, rubio, impecablemente vestido con camisa y corbata. Sin embargo, encontró que el corazón no se le derretía al verle, como le había sucedido siempre en París. —¿Y bien?—le preguntó. —Henri, por favor, estoy nerviosa; me han sucedido muchas cosas. —Para eso estoy aquí, para enterarme —asintió con frialdad. —¿Pero por qué estás tan serio? Me asustas. Al oiría, se volvió y sonrió suavizando su gesto.
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—No lo entiendes —le dijo con pasión—. Te amo y quiero casarme contigo. Tú me dices que me quieres, pero de pronto te casas con otro, con un amigo de tu padre. ¿Qué esperas que sienta? —¿Sigues siendo virgen?—le preguntó bruscamente. Kate se ruborizó. Desvió la vista y se quedó mirando sus manos. —Sí, por supuesto. —Te creo —dijo él después de titubear un momento. —Eso espero —replicó enojada. —Muy bien; ahora, cuéntame. —Mi padre… cuando murió, en su testamento… nosotras, mi madre y yo, nos enteramos de que no había dinero. —¿No había dinero?—repitió asombrado Henri. —Mi madre lo había gastado con bastante liberalidad. La casa y… la colección de arte, estaban hipotecadas. —Mon Dieu —exclamó Henri con énfasis. —Blake Templeton había estado… financiándole a mi padre durante los últimos años. —¿Porque quería casarse contigo? —Ah, no —dijo Kate con firmeza—. Él no quería casarse conmigo. Mi padre se lo exigió. —No soy ningún niño, Katherine, ni un idiota. ¿Por qué, si no por eso hubiera perdido el tiempo financiando a un viejo? —No entiendes. Blake fue amigo de mi padre durante años. Cuando mi padre… se puso enfermo… estaba muriendo, quiso protegerme porque soy menor de edad. La explicación de Kate no le pareció muy convincente. —Se me está acabando la paciencia, Katherine. Ya es bastante malo lo que me cuentas, pero esa no es razón para que te hayas casado con ese viejo. Kate se rió al oír que describía a Blake como a un viejo. —No es exactamente un viejo. —Peor aún —prosiguió Henri con frialdad—. ¿Me quieres decir, por favor, por qué se ha tenido que casar contigo? ¿Por qué no pudo tu padre dejarle como tu tutor hasta la mayoría de edad? Kate se mordió los labios, ya que eso era exactamente lo que se había preguntado a sí misma a menudo; le resultó difícil contestar. —No lo sé —dijo por fin. —Précisément.
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Henri hizo una pausa y Kate sintió que los nervios amenazaban su felicidad. Jamás le había visto enojado antes. —¿Y qué fue lo que dijo tu madre acerca de todo esto? ¿Por qué no estás con ella? Ella es tu tutora, ahora que tu padre está muerto. —Mi madre no quiere que viva con ella. Ella tiene su propia vida. Pero eso, ¿qué importa? Casi tengo dieciocho años y entonces conseguiré la anulación. Una vez que sea yo mayor de edad, Blake no puede obligarme a que me quede con él. —Lo que me asombra es que te haya podido forzar a casarte con él, fuera cual fuera tu edad. Así que debes de haber estado de acuerdo. Más que eso, debes haber tenido el permiso de tu madre. No entiendo nada de esto, Katherine, y lo que oigo no me gusta. No va de acuerdo con la mujer que deberá ser mi esposa y la madre de mis hijos. —Henri, eso es una tontería, tú sabes que sólo a ti te quiero, y nada ha cambiado en realidad. Si me quieres, todavía podemos casarnos. Sólo tenemos que posponerlo durante un tiempo. —No sé. Si debo creerte, este hombre que tanto ha pagado por ti no ha consumado el matrimonio. Me pregunto por qué. Tal vez está esperando, cortejándote, planeando ganar tu amor. —Oh, no, Henri, no es nada de eso. Él no está interesado por mí. Tiene muchas amigas. Yo sólo soy una obligación que siente que le debe a mi padre. Creo que mi padre estaba preocupado de que tú y yo nos casáramos. Henri alzó la cabeza y la miró con orgullo y enojo en el rostro. —No porque fueras tú —añadió ella de prisa—, sino porque pensó… quiero decir, le pidió a Blake que se casara conmigo para que no pudiera yo escaparme contigo. Él no sabía que pensábamos esperar. La expresión de Henri no se suavizó. —Tal vez sea como tú dices —repuso serio—, pero eso no explica por qué ese hombre se ha casado contigo. Podrías rechazar la anulación y quedarte con él por su dinero. —Ni soñarlo —se rió Kate—. No me cae bien. Sí, tiene éxito y poder, pero es cruel y poco amable. No me tiene cariño. De todas maneras, casi nunca le veo. En este momento está con el rodaje de una película y trabaja de la mañana a la noche. Y hay otras personas con nosotros en la casa, las estrellas de la película. —Actores —dijo Henri con voz desdeñosa. —Y yo misma estoy trabajando en la película —agregó orgullosa. él?
—¿Trabajando? ¿Por eso fue por lo que caíste enferma? ¿Te hace trabajar para
—No, por supuesto que no —Kate se escandalizó—. Es un trabajo que me encanta. Estoy haciendo esculturas. El personaje principal…
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—No me cuentes —la interrumpió—. No estoy interesado por nada de eso. No tiene ninguna importancia para mí… para nosotros. Kate se rió con ligereza, aunque estaba herida por su tono cortante. —Excepto que cuando me vaya de aquí, estudiaré arte. —Por supuesto que todo eso se terminará cuando nos casemos— comentó helado. —Ah, no, Henri, no puedo dejar la escultura. Tengo que aprender a hacerlo bien. Pero no necesita ser en Londres. Después de casarnos, puedo estudiar en París. —Estás equivocada, Kate, si piensas que voy a permitir que mi mujer se convierta en estudiante de arte… Cuando nos casemos, viviremos, como es natural, en el castillo con la abuela, y estarás muy ocupada con tener hijos y educarlos, como para dedicar tiempo a la escultura. Se hizo un incómodo silencio entre ellos. El sólo la llamaba Kate, cuando estaba molesto con ella. ¿No estudiaría? ¿Y viviría con su temible abuela que no la quería, ya que lo único que deseaba era que él se casara con su prima Sophie? —¿Y también vivirá Sophie con nosotros?—le preguntó para desquitarse. —¿Qué sabes tú de Sophie? —Blake me dijo que es tu prima y que os comprometieron cuando erais niños. —¿Y puedo preguntar cómo se enteró tu marido de todo eso? —Parece que me tenía vigilada en París, y se enteró de todo lo concerniente a… tu familia. —Diable —murmuró él—. Ese marido tuyo parece un tipo muy agradable. Pero creo que le cortaré el cuello. A Kate se le había olvidado la forma tan dramática que Henri tenía de expresarse y ahogó una involuntaria risita al pensar en Henri tratando de cortarle el cuello a Blake. La conversación estaba tomando un giro irreal, como de drama teatral, pero ella estaba decidida a aplacar los sentimientos de Henri. —¿No quieres contarme nada de Sophie?—le animó—, ¿Me caería simpática? Le puso afectuosamente una mano en el brazo y le miró ansiosa a la cara. Él se inclinó y le cubrió la mano con la suya, apretándole los dedos. —Esa es la otra razón por la que he venido, para hablarte de ella. Kate sintió que se le hacía un nudo en la garganta y tuvo el presentimiento del dolor del rechazo. —Es cierto. Sophie y yo estábamos comprometidos. Fue la esperanza que nuestras madres tuvieron cuando éramos pequeños. Pero nuestros padres estaban contra ello. El padre de Sophie vive todavía y no desea que nos casemos. Y, por supuesto, Sophie le obedece en todo. Esta vez, cuando fui, decidí hablarle de ti —le explicó, iluminándosele la cara con repentino afecto—. ¿Y sabes lo que dijo? Me deseó toda la felicidad posible.
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—¡Qué amable de su parte!—comentó Kate, agradecida. —Se portó maravillosamente e insistió en que no debía sentirme culpable. —¿Y por qué deberías sentirte culpable? —Ella me quiere —dijo con sencillez—. Siempre me ha querido. Si yo se lo pidiera, desafiaría a su padre y se casaría conmigo, y ese sería el sacrificio más grande que podría hacer. —Ah. —Ella no es hermosa como tú. Es pequeña y un poco simple. Así que no será fácil para ella volver a querer a alguien y ser aceptada por sí misma. Su padre es muy rico y la casará con alguien que la desee por su dinero. —Oh, cielos —Kate comenzó a sentir piedad por Sophie. —Así que vine a decirte que la abuela insiste en que esperemos. Sophie tiene que acostumbrarse a perder y luego la abuela estará de acuerdo con tu visita, tal vez el año que viene. —¿El año que viene?—Kate se horrorizó—. ¿Y qué pasará mientras tanto? —Nos veremos ocasionalmente. También será una prueba para nosotros. Sophie y yo estuvimos de acuerdo en que esa es la mejor manera de ver las cosas. Por supuesto, siente mucho ser la causa de que haya que posponer tu viaje, e inclusive se ofreció para ir a ver a la abuela y persuadirla para que te deje ir antes. Pero, por supuesto, yo no pude permitir eso y, como es natural, Sophie no haría nada para disgustarme. La mente de Kate comenzaba a confundirse. De la pobre y pequeña muchacha rica, Sophie se convertía en una joven muy inteligente, que conocía muy bien a Henri y que por ningún motivo se retiraba de la competencia. Y la forma en que Henri hablaba de ella, era desconcertante. Su voz se suavizaba con afecto al pensar en ella y los ojos se le volvían más cálidos. Le dolía la cabeza y deseó acabar con eso. El volver a verle no resultó como había imaginado, y se sentía perturbada por un sentimiento de incertidumbre. Tal vez ella había cambiado, o tal vez no le había visto lo suficiente en París como para conocerle bien y entender lo que para él significaba el matrimonio. Le pareció escandalizado ante la pérdida de la fortuna de la familia. —Me gustaría irme a casa ahora, Henri —le dijo con debilidad. —Debes descansar —le sugirió él con firmeza—. Lo arreglaré todo para que te den una habitación y más tarde saldremos a cenar y te besaré a la luz de la luna — terminó ardiente. Kate pensó que debía haber sido fruto de su imaginación su frialdad anterior. Asintió y subió para dormir profundamente en una elegante e impersonal habitación del hotel. Cenaron en un tranquilo rincón del elegante Carlton Grill, ocultos por los extraordinarios trajes y elegantes chaquetas de etiqueta de los otros comensales.
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Cuando la luz del exterior comenzó a disminuir y cobraron vida los candelabros de cristal, Kate se preguntó por qué no estaba loca de felicidad por encontrarse con Henri en un ambiente tan romántico. Después de la cena, él la llevó a pasear por la playa y la besó en la oscuridad larga y apasionadamente, hasta que Kate se dio cuenta de que le notaba más excitado que nunca. —Tienes que ser mía, petite. No quiero esperarme hasta la boda. ¿Irás pronto a París a verme? Ella se quedó quieta en sus brazos, extrañamente escandalizada. Se dijo que él había cambiado. Había sentido sus dedos sobre su cuerpo, las manos moviéndose de forma experta. En París, jamás la había acariciado de forma tan íntima. ¿Pensaría que puesto que estaba casada con otro hombre, estaría dispuesta a todo? ¿Eso la hacía cambiar a sus ojos? Nada estaba claro. Y ella no respondía tan ardientemente como en el pasado. Bajo sus párpados cerrados aparecía vivida una imagen, la del hombre que la había besado por última vez. Cuando Blake la había tocado, se había derretido, su cuerpo había respondido al de él, como jamás lo había hecho con Henri. Después, volvieron abrazados hasta donde tenía él el coche sin hablar. Luego, él la llevó hasta la casa. —Y, alors, chérie —dijo con ligereza—, es hora de decir buenas noches. Yo me marcharé mañana por la mañana temprano y no nos volveremos a ver antes de que me vaya. Ella no dijo nada, casi segura de que no se volverían a ver otra vez. Se le hizo un nudo en la garganta al sentirse tan desolada. Pensó que no podía ser el final. Aunque algo había fallado entre ellos, ya lo arreglarían. Se querían. —Henri… —Calla, chérie —le ordenó, poniéndole un dedo sobre los labios. Luego, se bajó del coche y abrió la puerta para ayudarla a salir. La rodeó con los brazos y su boca buscó la de ella con apasionada fiereza. Ella se quedó quieta, deseando responderle, pero no lo consiguió. Parecía estar con un extraño. Por fin, él la soltó. Los faros brillaron brevemente mientras ella se quedaba aturdida, y luego, Henri se alejó.
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Capítulo 6 Entró a la casa preguntándose qué hora sería. La villa estaba a oscuras y rogó fervorosamente que no la hubieran dejado afuera. Asió el picaporte y sintió un gran alivio cuando se abrió la puerta; entró a oscuras, agradecida por primera vez de que no durmieran los criados en la casa. Blanche y Earl debían haberse acostado hacía ya tiempo y Blake… Se abrió la puerta del estudio de pronto y ella se dio la vuelta en la oscuridad. —Un momento —le dijo Blake—. Me gustaría hablar unas palabras contigo. —Estoy cansada, Blake, tendrás que esperar hasta mañana. —Ahora, Kate. Por favor, no me causes el problema de tener que obligarte. —No hay necesidad de portarse como niños. Estoy cansada, sencillamente, y no tengo ganas de hablar. —Y yo no tengo ganas de discutir —le dijo dirigiéndose a ella. —Está bien. Los dos se detuvieron y ella pasó a su lado para entrar en el estudio. En él sólo lucía una lámpara de mesa que dirigía su luz sobre el escritorio, lleno de papeles y dibujos. Las ventanas estaban abiertas y las persianas bajadas. Blake se sentó ante el escritorio frente a ella. Al mirarle, recordó que no le había visto desde que había estado enferma y, con cierto pesar, se dio cuenta de que todavía no le había dado las gracias por haberla cuidado. Avergonzada, desvió la vista y trató de controlar sus emociones. La velada con Henri la había alterado más de lo que ella era capaz de admitir y temía perder la poca compostura que le quedaba si Blake empezaba a sermonearla. —Por favor, siéntate, Kate. —No, Blake, no voy a permanecer aquí mucho rato. —Como quieras. ¿Vas a decirme en dónde has estado? —Se lo dejé dicho a Louis. —Louis me dijo que saliste con un caballero a tomar el té. —Así es. —Entonces, ¿dónde has estado y con quién? —He pasado la tarde y la velada con Henri. —¿Y por qué has vuelto? ¿Por qué no te has escapado con él? —¿Es eso lo que quieres saber? Pues no es asunto tuyo. Lo que yo pienso, siento o planeo, no tiene nada que ver contigo. Cuando nos casamos, mis sentimientos no te interesaron. ¿Por qué te preocupas ahora? ¿O es que quieres saber cómo hemos pasado el tiempo juntos? Estaba jadeando, a punto de perder el control.
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—Pues puedes dejar volar tu imaginación. Encontramos un sitio donde estar solos y hacer el amor… un amor ardiente y apasionado. ¿Satisface eso tu curiosidad? Kate se interrumpió, porque sabía que estaba a punto de echarse a llorar. Blake se quedó silencioso e inmóvil. Kate le veía borroso a causa de las lágrimas. Al ver que no hablaba, se volvió para abrir la puerta a su espalda. En un instante, él se acercó a su lado. La sujetó por los hombros y la obligó a volverse hacia él; después, le levantó la cara con una mano y la miró a los ojos. —Así que ahora sabes de qué se trata todo eso, ¿no es así? Si así es, he juzgado mal a tu Henri. Blake tiró de su cabeza hacia él, inclinándose lentamente hasta tocar con sus labios los de ella. Kate se quedó indiferente en sus brazos, demasiado agotada para protestar o apartarse, con las lágrimas rodándole por las mejillas hasta los labios de él. Al sentir sus lágrimas, él la apretó con crueldad y la atrajo con fuerza contra su pecho, besándola más profundamente. Ella sintió que aumentaba el calor en el cuerpo de Blake y se estremeció; él empezó a acariciarle la espalda con los dedos mientras sus labios comenzaban una lenta y sensual caricia. Kate volvió a estremecerse. La fría indiferencia que había sentido con Henri, sólo unos minutos antes, se transformó en ardiente llama al contacto de Blake. Apretó más su cuerpo contra el de él y le cogió a cabeza con las manos, hundiendo los dedos entre su pelo rizado. Con los ojos cerrados, a penas si se dio cuenta de que la había llevado al sofá, donde se tumbó con ella. Estremecida de excitación, abrió la boca y le besó compulsivamente y con pasión. Recorrió con las manos sus hombros y arqueó el cuerpo contra el peso de sus musculosas caderas y muslos. Acostada, con los ojos cerrados, sintió que le recorría un cúmulo de sensaciones cuando los labios de él se apartaron de los suyos para recorrer su cuello en busca de la turgencia de sus pechos. Sintió su cálido aliento contra la piel al enterrar él su cara en la suavidad de su piel. Dejó escapar un grito cuando la llama del deseo la recorrió y la sacudió en repentino pánico. Apartó los brazos de sus hombros y le empezó a dar puñetazos en el pecho, sin dejar de jadear. Él no lo esperaba y se echó para atrás instintivamente; ella arrastró las piernas por debajo de las de él y se levantó del sofá. Pero él era demasiado rápido. Antes de que pudiera abrir la puerta, la aprisionó con su cuerpo, impidiéndole escapar. Le temblaba el cuerpo y tenía la boca seca de temor, pero Kate le miró, hipnotizada por la oscuridad de sus ojos y la sensualidad de los labios. Él había desatado en ella cierto salvajismo, cierta emoción que no podía entender ni controlar. Quiso que la siguiera tocando, excitando, para llevarla a una rendición a sus exigencias y sus propios deseos. ¿Pero cómo era posible que él pudiera llevarla a tales cimas de pasión, despertando necesidades y ansiedades que jamás había soñado que podría sentir?
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¿Estaba volviéndose loca? Ese hombre era Blake, no Henri. Los pensamientos giraban en su mente de forma incoherente mientras seguía mirándole, confundida y con las pálidas mejillas empapadas de lágrimas. Entonces, él le dijo con voz dura: —Así que has estado haciendo el amor con Henri, ¿no es así? ¿Me tomas por un tonto, un muchacho sin experiencia que no puede reconocer una virginidad ultrajada? Sonrió burlón, con la cabeza cerca de su rostro, rozándole con su aliento. —Así que, ¿qué ha sucedido esta noche? ¿También disfruta Henri de esa avalancha de emociones que hacen erupción cada vez que yo te toco? Kate no pudo controlarse y le dio una fuerte bofetada en la mejilla. Él no se movió. —Creo que no —le dijo Blake con voz ligeramente divertida—. Todavía tienes mucho camino por recorrer, gatita. a ti.
—Eres un monstruo. Te odio, Blake Templeton. Nunca he odiado a nadie como
—Lo sé —le dijo con voz burlona—. Lo puedo sentir cuando te tengo en mis brazos, temblando de excitación. Ella intentó darle otra bofetada, pero en esta ocasión, él le sujetó la mano y le apretó la muñeca con los dedos. —Creo que otra vez no —le dijo con frialdad, antes de alejarse. —Tal vez hay algo que debemos aclarar —le sugirió con calma, sentándose otra vez ante el escritorio—. Cuando yo quiero acostarme con una mujer, no tengo que recurrir a vírgenes. En cuanto a ti, apenas estás comenzando a descubrir tu propia sexualidad. Y eso, a tu edad, es perfectamente normal, es parte del crecimiento. Pero todavía te falta mucho para saber qué clase de hombre quieres y qué compromiso quieres asumir. Encendió con lentitud un pequeño puro. —No sé lo que has pensado hace un momento, pero yo no habría dejado que la situación llegara a mayores. Te permito que experimentes conmigo, pero sólo hasta un límite. ¿Está claro? Kate se quedó desconcertada y se ruborizó de humillación. Debajo de toda esa arrogancia, su mensaje estaba claro. ¡No la deseaba! Era una niña y él iba a ayudarla a crecer, pero no debía imaginarse que sentía nada por ella. Cielos, ¿tendría razón? Echó la cabeza hacia atrás, apoyándose contra la puerta. Había querido saber por qué se había casado con ella y lo sabía. Como su marido, podría hacer con ella el amor de vez en cuando, para asegurarse de que no se enamorara de ninguno. Cuando decidiera que tenía edad suficiente, o que alguien se presentara, le daría la anulación y amablemente le permitiría seguir su camino;
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mientras tanto, sería su prisionera, sin vida propia, sin amigos, sin Henry y sin poder labrarse su propio futuro, le quedaría sólo la soledad y el vacío de ser su mujer. Y para Blake, la relación era ideal. Libre, como antes de la boda; además, para terminar una aventura que le aburriera, podía recordarle a la amante en cuestión que… después de todo, era un hombre casado. Incrédula y desconcertada, pensó en su padre. ¿Cómo había podido concebir algo tan frío, inhumano y cruel? ¿Y qué habría pasado si se hubiera negado a casarse con Blake? Su madre le había dicho que se quedarían en la miseria. ¿Pero las habría dejado Blake morirse de hambre? Además, a ella no le habría importado abrirse camino por cuenta propia. Otras muchachas lo lograban. No, ella se había portado como una joven débil, aniñada y vulnerable después de la muerte de su padre, permitiendo que su madre y Blake la persuadieran. Henri había notado su debilidad y, debido a ello, ya no quería casarse con ella. —No es por todo esto por lo que quería hablar contigo esta noche —le dijo Blake—. Mañana comenzamos a filmar en el estudio. Por favor, procura estar lista. El calor era sofocante y a ello se unían las luces, haciéndoles sudar. La voz de Tony se oyó por encima del murmullo de voces: —Correcto. Silencio, por favor. Va una toma. El movimiento de varias docenas de personas comenzó a aquietarse hasta que el estudio quedó en silencio total. Nadie se movió, y Kate sintió como si todo el mundo hubiera dejado de respirar. —Cámara. —Rápido —gritó alguien—. Pizarra 382. Toma 3. —Y acción. Blake empezó a decirle en voz baja a Kate cómo hacer la escena. Ella estaba tensa y cansada. Habían estado filmando durante los últimos tres días, como si la vida no existiera fuera de las exigencias de la cámara. Se preguntó cómo los actores y técnicos soportaban, semana tras semana, la tensión, el calor, el aburrimiento entre una escena y otra y el desarticulado progreso del guión. —Relaja los dedos… así está bien. Ahora, con lentitud, sube tu mano derecha… Ella lo hizo como habían ensayado. más.
—Que siga funcionando la cámara —ordenó Blake—. Ahora, Kate, sólo una vez Y por fin, se oyeron las palabras mágicas de Blake: —Corten, ya es suficiente. —Apaguen las luces —gritó Archie.
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Las lámparas se fueron apagando una a una, mientras la vida volvía a la normalidad. —Ahora, cariño… Blake le rodeó los hombros con un brazo y la sacó al fresco del atardecer. Se sentaron sobre la hierba verde y él la miró a la cara, exigiendo su atención. Su «cariño», no tenía nada personal. Así llamaba a todo el mundo, desde actrices y peluqueras hasta a la llamativa rubia que le llevaba el guión y que siempre estaba a su lado, mirándole con adoración. Kate pensó, desapasionadamente, que él los utilizaba a todos. Se preguntó si el aprovecharse de la gente para obtener en la pantalla lo que quería no se habría convertido en una parte tan importante de él que le obligaba a hacerlo también en su vida personal. —¿Kate, me escuchas?—le preguntó impaciente. —Lo siento. —Bueno, no hay mucho tiempo. Y el tiempo es oro. Tenemos que terminar esta noche en el estudio. Así que ¿crees que podrías prestarme tu atención unos minutos más?—le preguntó con sarcasmo. —Estoy cansada y no soy actriz. —Y soy consciente de ello. —Tú quisiste que yo hiciera esto y tal vez debas recordar que me negué. Se puso de pie y se alejó, pero un momento después volvió y se inclinó para cogerle las manos y ponerla de pie, mirándola a los ojos. —Sólo una vez más. Sé lo cansada que estás, pero ésta es la última toma —dijo besándola con suavidad en la boca—. Ven, vamos a pasear. Kate sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas al quitársele el enfado ante aquella tierna caricia. Con las manos enlazadas, avanzaron hasta la orilla, sintiendo la brisa fresca y el sol poniéndose lentamente tras las rocas de la bahía. Kate se sintió aliviada. Por primera vez, el humor de Blake no parecía ser discordante del de ella; la tranquila belleza de los alrededores los envolvía a los dos. —Quiero que destruyas el busto —le dijo Blake con suavidad. —No… oh, no, no puedo. Por favor, no me pidas que lo haga, Blake. —Déjame terminar, cariño —la interrumpió—. Ayer hicimos la prueba con Blanche y otro busto y no funcionó. Ella no sabe cómo romper el barro. Tú sí. Mírame —le ordenó—. Laura ha sido abandonada. Siente como si el barro fuera la piel de Jason, su rostro, y lo toma como lo ha hecho en realidad muchas veces, cuando se amaban el uno al otro… con dolor y con intensa emoción al recordar. De pronto se da cuenta de que sólo es barro, y su amor se convierte en odio. En agonía por lo que perdió, se venga… No en él, porque se fue… pero en su busto, que está entre sus dedos. Araña el busto, como si sus manos se hubieran convertido en garras y, por fin, destruye… matándole.
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Los ojos de Blake reflejaban una fuerte emoción y Kate sintió que se ahogaba en los sentimientos que él expresaba, interesada en la historia que le contaba. Pero trató de controlarse. Sólo era una historia, pero él la estaba hipnotizando, simulando las emociones de Laura como si fueran las suyas. Sin poder hablar, apartó los ojos de su cara cuando él la estrechó entre sus brazos. La besó salvaje y profundamente antes de volverse con rapidez al estudio. Pensativa y confundida, le siguió con lentitud. En el interior se apoderaron de ella los técnicos, que le retocaron el maquillaje, le pusieron una peluca, mirándola crítica e impersonalmente, sonriendo de forma mecánica y hablando de cosas sin importancia, hasta que por fin estuvo lista. Bajo las luces, miró el busto terminado. Comenzó a disolverse ante sus cansados ojos. En vez de la patricia cabeza de Earl, vio en el barro esculpido el rostro de Blake. Consciente del silencio que reinaba a su alrededor, se inclinó hacia el busto, delineando con los dedos el rostro, las cejas, la amplia frente y después los labios. Amorosamente trazó el contorno con las puntas de los dedos. Luego, acercó su boca a la cabeza, oprimiendo sus labios contra los del busto. Al contacto del barro frío, se puso frenética y hundió los dedos en la arcilla, arañándola con las uñas cuando se dio cuenta de la verdad. No era Blake. Era una estatua. Se echó hacia atrás y la miró; las lágrimas le corrían por las mejillas. Cogió un cincel y comenzó a golpear la figura sobre el pedestal, destruyéndola, ahogada en sollozos. Se hizo un momento de completo silencio mientras Kate volvía a la realidad, parpadeando ante la deslumbrante luz y volviendo a la vida a su alrededor. —Corten —se oyó suave la voz de Blake. Kate oyó aplausos y a alguien gritar «bravo», entonces se dio cuenta de que los técnicos la halagaban y la aplaudían. Cegada, se volvió para marcharse, porque de pronto se dio cuenta de lo que le había pasado y no deseaba que Blake lo adivinara. Abrió la puerta y corrió hacia la casa, a su espalda oyó voces preocupadas y haciéndose preguntas. Blake la alcanzó en el vestíbulo y la retuvo. —Está bien, pequeña, has estado maravillosa —le murmuró. —Por favor, Blake, suéltame, estoy cansada —le susurró. Se apartó, aterrorizada de pronto por su contacto. Subió corriendo, sin mirar hacia atrás. En su habitación, con la puerta cerrada, se echó en la cama y enterró la cara en las almohadas para ahogar sus sollozos. Lloró mucho, hasta que ya no tuvo más lágrimas y se sintió vacía. Se puso de pie con lentitud y fue tambaleante a la ventana, abrió las persianas para que entrara el aire de la noche, pero sin ver el negro horizonte. En la planta baja todo estaba en silencio y tranquilo. Ya debían haber recogido el equipo para marcharse. Lo único que esperaba era que Blake se hubiera ido con ellos. Blake.
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¿Sería cierto o lo imaginaba? ¿Se habría enamorado de él? Durante el día, trabajando a su lado, le había observado, buscando los pensamientos de esa imagen pública tan agradable. El calor y el estar encerrada con tanta gente en un espacio tan pequeño, hacía que Blanche se pusiera de mal humor y cogiera berrinches si Blake no le prestaba atención. Pero él jamás perdía la compostura ni elevaba la voz. Por la noche, cuando todo el mundo se había ido, se dejaba caer, agotado, y durante una hora se quedaba sentado, con los ojos cerrados, completamente en silencio, para recuperar energías, antes de comenzar el trabajo de la noche y preparar las tomas del día siguiente. Y poco a poco, Kate había empezado a entender su necesidad de intimidad y reclusión. Se asomó por la ventana. En la terraza de abajo, distinguió el brillo de un puro y un hombre reclinado en una mecedora. Blake. Cerró de prisa las persianas, se quitó la ropa y se metió en la cama, pero su mente no dejaba que le llegara el sueño que ansiaba. Los recuerdos y pensamientos se embrollaban en su cabeza. El reloj daba la medianoche cuando oyó el coche de Blake. Pensó, dolorosamente, en Fiona antes de hundir el rostro en la almohada y llorar de nuevo hasta caer agotada y ser rendida por el sueño.
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Capítulo 7 Kate se sentó en la cama, indecisa. De la planta baja le llegaba el ruido de la fiesta y no sabía si podría soportarlo. La fiesta había sido una sorpresa con la que se había encontrado esa mañana a la hora del desayuno. Como esperaba bajar a una casa vacía, como de costumbre, se asombró al encontrar a Blake en la terraza. La mesa estaba puesta festivamente: había un pastel con dieciocho velitas encendidas y, alrededor, regalos y correspondencia de Londres. —Felicidades por ser tu cumpleaños —le sonrió Blake sin burla. Ella se ruborizó. Al verla indecisa, él le acercó una silla. —¿No vas a abrir las cosas? Había una tarjeta de París, unas chocolatinas y bombones caseros de Annabelle y un reluciente paquete de Blake. Le miró con timidez y él asintió con la cabeza para animarla. —A ver si te gusta. Es un regalo de cumpleaños y una forma de darte las gracias por la película. Ella se ruborizó al oír sus palabras y desenvolvió el regalo. En el interior de un estuche de terciopelo negro había un precioso collar de perlas con un hermoso zafiro azul en el centro. —Oh, Blake, es precioso. Gracias. —Encantado de que te guste —comentó tras beber un sorbo de café—. Esta noche vamos a dar una fiesta. Será tu fiesta de cumpleaños y también celebraremos el final de la filmación, con todo el equipo y algunas personas de la localidad. —Qué encantador. —Esa es la primera sonrisa que te veo esbozar desde hace varias semanas. Tengo otro regalo que creo que disfrutarás aún más. Dejó la taza de café sobre la mesa y se levantó, dándole la espalda y con las manos en los bolsillos. Mientras, Kate esperaba con un extraño presentimiento. —He estado preocupado por ti. Como eres tan madura en ciertas cosas, trato de olvidar cuánto tienes que vivir antes de que… Blake se pasó una mano por el cabello con impaciencia, antes de volverse hacia ella y dejar la mirada perdida. —He decidido darlo por terminado, Kate. Voy a dejarte libre— dijo con rotundidad—; puedes conseguir la anulación. Kate reflejó en los ojos la sorpresa que le causó. Su único pensamiento coherente fue que era demasiado tarde; un mes antes, se habría mostrado más que encantada, pero en ese momento sintió como si el mundo se le hubiera caído encima. ¿Habría adivinado lo que sentía por él? ¿Sería por eso por lo que quería que se fuera? ¡Cielos! Esperaba que no.
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—He hecho todas las gestiones para que te quedes con unas amistades en Londres hasta el comienzo de curso de tus estudios de arte. Después, ya te he conseguido alojamiento en una casa de estudiantes. —¿Cuándo debo irme? —Cuando gustes. Si quieres quedarte aquí, pasar unas vacaciones… invitar a una amiga o tal vez… Su preocupación impersonal la hirió con más fuerza que si hubiera demostrado una abierta hostilidad, y se sintió completamente desolada. —¿Entonces estoy libre para casarme?—se aventuró a preguntarle. —No, todavía no. Llevará tiempo arreglar los asuntos legales. ¿Estás planeando casarte? —¿Te veré en Londres?—le preguntó a su vez, tratando de eludir su pregunta. —No. He decidido estrenar la película en París. Pero si quieres que haga algún arreglo para tus vacaciones de Navidad o cualquier otra cosa, por favor avísame. Sherwood siempre sabrá dónde encontrarme, es él quien se va a hacer cargo de la anulación. Kate observó el sol de la mañana reflejarse en el agua de la piscina y los rayos le deslumbraron los ojos. Pensó, que si hubiera sabido más acerca de los hombres, tal vez habría podido manejar la situación, en vez de quedarse sentada como una idiota, haciendo preguntas estúpidas. Quería gritarle que se la llevara con él, que no le importaba ninguna otra cosa más, aunque sólo fuera durante un tiempo. Pero no dijo nada, se quedó clavada en la silla, con los ojos fijos en el collar que él le había regalado, quizá como de despedida. —No pareces muy entusiasmada —comentó él de pronto. —Ha sido una sorpresa y estoy tratando de asimilarla. —Los gastos de tus estudios se pagarán directamente a la universidad y el dinero destinado a tus gastos estará en tu banco. Sherwood te prestará ayuda si hay cualquier problema. Era obvio que había pensado en todo. Esa no era una decisión impulsiva; de pronto deseó que se fuera. No quería volver a verle y se preguntó si no podría escaparse antes de la fiesta. —Necesitarás un vestido nuevo para esta noche —le dijo enseguida—. He pensado ya en que un coche te lleve a Cannes. Tengo cuenta en varias boutiques. Ella pensó con amargura que no lo dudaba. —Parece que no tienes nada que decir —añadió con frialdad—, así que me iré. Horas más tarde, Kate se puso de pie y se miró por última vez en el espejo de cuerpo entero. Por centésima vez se preguntó qué era lo que la había impulsado a comprar el vestido. Después de rechazar el ofrecimiento del chófer de detenerse en las boutiques de Cannes, se fue andando por su cuenta. Como no había gastado nada
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de la generosa suma que Blake había depositado en su cuenta, resolvió gastársela toda en un vestido. Por fin, con los pies doloridos y muy cansada, lo encontró en una diminuta calle. La empleada se sorprendió de su elección y trató de disuadirla. —Es… ¿cómo decir? para una femme mayor, más sofisticada, y mademoiselle es tan jeune filie, tan ravissante, que no necesita… exhibirse tanto. Kate sabía a lo que se refería, pero de todas maneras se lo probó. Era de satén negro y se le entallaba al cuerpo de una forma sensual. Le llegaba hasta los tobillos, pero la parte de arriba era muy atrevida. Estaba formada por dos bandas de tela cruzadas diagonalmente sobre los senos, a través de los hombros, para acabar por la parte de atrás en la cintura; dejaba desnuda la piel desde debajo de los brazos hasta la cintura, destacando con claridad la forma de sus pechos. —Me lo llevaré —dijo despreocupada, sin asombrarse de su elevado precio. A la vuelta la casa estaba llena de actividad por los preparativos para la velada. Ella se deslizó a su cuarto sin ser vista, colgó el vestido y volvió a bajar para nadar un rato a solas en la piscina. Tumbada sobre el césped, hizo sus planes. No iba a escaparse furtivamente de la vida de Blake. Ya era hora de que alguna mujer le demostrara algo de valor. Todo lo que quería era que la mirara una vez demostrándole que la deseaba. Después de eso, le abandonaría. No estudiaría arte, y por eso sí sentía pesar, pero no permitiría que Blake la financiara una vez terminado su matrimonio. Ella se ganaría su propio sustento donde él no pudiera encontrarla. Eso también supondría olvidarse de París y de Henri, quien, de pronto, le pareció un distante primer amor, una emoción que apenas si recordaba. Tras ponerse el vestido, resistió la tentación de ponerse un chal sobre los hombros y bajó, esperando que nadie pudiera oír los fuertes latidos de su corazón. La planta baja estaba llena. Kate jamás había visto a tanta gente junta; el ruido era ensordecedor. Era difícil que la encontrara Blake, y no había manera que de pronto demostrara una desesperada lascivia con todo ese calor y ruido. —¿Kate?—se volvió y vio a Tony, abriéndose paso hacia ella. Estás aquí —le dijo, recorriéndola con la mirada. —Hola —le contestó nerviosa. —¡Al diablo la bebida!—exclamó, dejando su vaso y rodeándola con un brazo— . Vamos a bailar. —¿Aquí?—le preguntó incrédula—. No hay sitio. —Para mi tipo de baile, más que suficiente —repuso malicioso. Kate se dio cuenta de que su velada había empezado. Al cabo de unos momentos, sintió que los pasos de él se hacían más lentos y que se apretaba contra ella. Trató de apartarse de él, pero él la sostenía con fuerza y ella dejó de luchar. Por lo menos, él no la
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consideraba una adolescente idiota. La trataba como una mujer adulta y le gustó, aunque se sintió inquieta, preguntándose dónde estaría Blake. Luego se olvidó de Blake y del vestido al salir a la pista de baile y descubrir que Tony era un excelente bailarín. Dieron vueltas y vueltas al rápido ritmo de la música y ella se sintió excitada. La música terminó con un estruendo de tambores y cornetas y ellos se detuvieron con una reverencia ceremoniosa, Tony sin soltarla, con una mano todavía en el interior del vestido. Kate echó la cabeza para atrás y alzó la vista. Todo el mundo parecía mirarlos a ellos solos en la pequeña zona que se había convertido en pista de baile. Miró a su alrededor para encontrar los ojos de Blake sobre ella. Chispeaban, pero no con el deseo que ella había planeado. Parecía furioso, con un brazo rodeando a Paddy, la chica del guión, que iba vestida con un entalladísimo y brillante traje plateado que insinuaba con descaro todas sus formas. Ante ese traje sensual y sofisticado, la confianza de Kate se esfumó. No podía hacer que Blake la deseara sexualmente. El helado desdén con que la miró, sólo le confirmó su total indiferencia. Sintió que todo lo que quería era huir de él… de todos ellos; sin embargo, se volvió hacia Tony, con los ojos brillantes y la voz alegre. —¿Vamos a tomar un poco de aire? Se volvió y fue hacia la terraza, mientras Tony se aferraba a su brazo y la seguía, obediente. Una vez fuera, respiró profundamente y se alejó de él, bajando los escalones que conducían a la piscina. —Mm… voy contigo —murmuró con fuerza. La agarró y la empujó contra uno de los pilares cubiertos de enredadera. Sintió que las hojas le arañaban la espalda cuando la apretó con el cuerpo, buscando con torpeza el de ella. —Suéltame, Tony, por favor. —Encanto, con ese vestido es esto lo que pides. Asqueada de él y de sí misma, trató de empujarle, pero él era más fuerte de lo que esperaba. Apretó contra sus cerrados labios su boca húmeda y ella pudo oler el alcohol en su aliento. —Vamos, preciosa, suelta prenda —murmuró con pasión, besándola en el cuello—. Casada con Blake, no puede haber mucho que no sepas. Ella le pegó con los puños y le dio patadas en las espinillas para que la dejara. —¿Qué pasa? ¿Temes que nos encuentre? Pues no lo hará. Está demasiado ocupado con la pequeña Paddy. Ha estado con él toda la velada. Ella está hambrienta de él, y siempre consigue lo que desea. Kate se sintió asqueada y le empujó con todas sus fuerzas. Durante un momento, él se tambaleó hacia atrás y ella corrió hacia la casa, sintiéndose aliviada.
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Pero luego, la alcanzó por detrás y notó cómo se le descosía parte de la falda del vestido cuando tiró de ella y en esa ocasión, la agarró con fuerza de acero. —¿Así que sólo querías burlarte, verdad? —Por favor Tony, suéltame —le rogó—, alguien puede vernos. —¿Y eso qué? Todo el mundo está haciendo lo mismo… así es siempre en estas fiestas. Inclinó la cabeza hacia sus pechos y ella creyó estar a punto de desmayarse de repulsión, pero se apoyó en él, temerosa de caerse. Dio un grito cuando los labios de él le rozaron un pecho. De pronto se vio libre de él y vio cómo Blake arrastraba a Tony para alejarle de ella. Blake se dirigió deliberadamente hasta la orilla de la piscina y tiró a Tony al agua. Sin lanzar una sola mirada hacia atrás, volvió al lado de ella. Kate comenzaba a reaccionar apoyada contra el pilar, volviendo en sí lentamente, pero con el cuerpo todavía tembloroso. Sin decirle una sola palabra, Blake la cogió del brazo y tiró de ella. La alejó de la fiesta, rodeando la casa para entrar por la parte trasera. Subió de dos en dos la escalera y ella tropezó con el dobladillo de la falda y cayó pesadamente contra la barandilla. Él lanzó una maldición y la cogió en brazos hasta su habitación. La dejó caer sobre la cama y se dirigió hacia la puerta; ella deseó fervorosamente que la dejara sola, pero, por el contrario, él echó la llave y se la quedó mirando. No pudo verle los ojos porque sólo entraba la claridad de la luna por las ventanas abiertas, pero sintió su enfado. Al ver que no hablaba, se puso de pie lentamente. No iba a quedarse acostada allí frente a él, agazapada como una criminal. Si quería pelea, la tendría. Sin embargo, Blake avanzó con firmeza hacia ella y Kate retrocedió hasta la orilla de la cama, temerosa de sus intenciones. Él pasó a su lado, como si no estuviera, y abrió el armario. Sacó el vestido largo más cercano y lo arrojó sobre la cama. —Póntelo —le ordenó enfadado. —No, Blake, no voy a bajar de nuevo. Me voy a la cama. —Te irás a la cama cuando a mí me dé la gana. Ahora, ponte eso. Se le acercó tanto que pudo oler su colonia y sintió un repentino deseo de arrojarse a sus brazos, de sentir el contacto de sus manos y de su boca contra la suya. —No —le gritó ella, dándole la espalda. Él la sujetó con fuerza de los hombros y la hizo volverse hacia él y mirarle de frente. —¿Qué diablos creías que estabas haciendo?—le preguntó furioso—. Cuando tú has bajado, todos estaban bebidos. No culpo a Tony. Yo habría hecho lo mismo en su lugar, y tú te merecías lo que te ha hecho. Tal vez debía haberle dejado seguir. ¿Acaso has venido para eso?
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Ella no dijo nada; le miró con los ojos muy abiertos, consciente del magnetismo que ejercía sobre ella, aun cuando estaba enojado. Todo lo que quería era que la estrechara entre sus brazos e hiciera con ella el amor. Lejos de sentirse asustada por su furia, estaba excitada, jubilosa de haber logrado provocarle. —Sigues sin entender, ¿verdad? Podía haberte llevado a la playa y haberte violado, ¿no lo comprendes? —¡Oh, no!—exclamó, asustada. —¿Era eso lo que querías?—volvió a preguntarle con sarcasmo—. ¿O querías esto?—murmuró quitándole las manos de los hombros y deslizando los dedos por la espalda, por el interior del vestido. Se estremeció ante la cálida sensualidad de su caricia y deseó arquear su cuerpo contra el de él, pero se mantuvo quieta bajo su contacto, decidida a no darle la satisfacción de saber que eso era lo que había deseado todo el tiempo. —¿O querías esto?—volvió a susurrarle, tocándole los pechos desnudos, rozándole ligeramente los pezones con los dedos. Kate no pudo controlar el estremecimiento de deseo que le recorrió el cuerpo. —Oh, no —exclamó con un suave gemido, mientras se apoyaba contra él, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos para que la besara. —No, mi pequeña sirena —se rió él cuando la vio abrir los ojos, sorprendida de que la rechazara—. Tengo que negarme. Tú te cambiarás y bajarás para que les mostremos lo inmensamente felices que somos juntos. —No, Blake, por favor, no me obligues. —Pero lo haré, niña, precisamente eso… te obligaré. Ella miró su rostro implacable y vio sus ojos brillantes de furia. Sin hablar, movió la cabeza y deseó que se fuera. Ya estaba bastante humillada. Él ya se había dado cuenta de lo mucho que le deseaba, tal vez también sabía que le quería, pero a él no le importaba. Su triste intento de despertar su interés le había salido mal; debía haberse dado cuenta de que ella no era su tipo, de que no era como Paddy, sofisticada, experimentada y segura de sí misma. Deseó tener por lo menos treinta y cinco años para que a él le resultara imposible resistirse. —Kate, no te lo pediré otra vez. Yo mismo te vestiré si tengo que hacerlo. —Vete y déjame en paz —le ordenó. —No, no lo haré. Él levantó las manos y ella se encogió, segura de que la pegaría pero él le rasgó la tela del vestido y éste cayó a sus pies, dejándola desnuda, solamente con sus diminutas bragas. Se quedó mirándole, incrédula y escandalizada, completamente ruborizada. Él estaba loco de furia, mientras la recorría con los ojos, jadeante por el esfuerzo que le suponía controlarse.
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El silencio pareció durar una eternidad. Por fin, él se movió y exclamó antes de alejarse de la habitación: —¡Tápate! Te espero abajo dentro de cinco minutos.
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Capítulo 8 Kate se dejó caer en la cama. Jamás volvería a tratar de jugar con Blake. No tenía la suficiente experiencia para enfrentarse a él. ¿Qué habría hecho si él la hubiera poseído allí, en la pasión de su enfado, sin amor ni deseo? Agotada, se dio cuenta de que los minutos pasaban. Tenía que bajar, si quería evitar que se repitiera lo que acababa de suceder. Ya vestida, estaba perfumándose cuando oyó sus pasos en la escalera y salió apresurada a encontrarle. Él la miró en silencio cuando ella se detuvo, pero dispuesta a retirarse y cerrar la puerta con llave, si todavía estaba enfadado. Él le sonrió de forma burlona y le tendió la mano para coger la de ella. Inclinó la cabeza para besarla, deteniendo los labios durante un momento sobre el anillo matrimonial. Kate se ruborizó un poco, pero él no le soltó la mano y bajaron juntos. La fiesta estaba en todo su apogeo y Blake la obligó a bailar en la pista, marcando los pasos con maestría y protegiéndola de otras parejas, que estaban bebidas. Ella se movía con torpeza, tensa, para no acercarse demasiado, pero a él pareció no importarle su rechazo y la condujo hasta la terraza. —Ah, aquí estás —le dijo Paddy a Blake, ofreciéndole una copa de champán—. Te he echado de menos, querido —murmuró con provocación, antes de volverse hacia Kate—. Gracias por cuidarle. Ahora, ya me lo puedes devolver. Kate se puso rígida y se alejó de Blake, pero él la sujetó con fuerza y no la dejó separarse de su lado. —Creo que no conoces a mi esposa, Kate, ésta es Paddy Wentworth, mi muy eficiente guionista. Kate hizo una amable inclinación de cabeza. —Pero, querido Blake —dijo Paddy con dulzura—, todos conocemos a tu jovencita y virginal esposa. Eres demasiado caballeroso, querido mío —le sonrió a Blake, inclinándose hacia él—. Pero yo soy la única que sabe cómo desquitas las frustraciones de tu matrimonio. Kate se encogió al ver el veneno que destilaban esas palabras. —Tampoco estoy demasiado borracha, cariño, para decirte lo que a tu marido le gusta que le haga en la cama —dijo, dirigiéndose a Kate. —Mi querida Paddy —le dijo Blake con voz fría—. Cuando filmamos tu trabajo es muy estimable, pero no recuerdo haberte pedido que me demuestres otras cualidades. ¿Nos perdonas ahora? Vamos a tomar un poco de aire fresco. Diviértete —agregó con tono agradable. Salieron y Kate se separó de él cuando el ruido de las voces se fue distanciando. —Eso ha sido muy cruel. —Eres muy inocente. Crees que todo el mundo siente lo mismo que tú. Ella trata de acostarse con cada director con el que trabaja. Algunos se acuestan con ella.
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Yo no. Jamás tengo relaciones personales, ni íntimas ni de ninguna otra especie con mis técnicos. Kate pensó con amargura que era más que lo que se podía decir de sus relaciones con las actrices. aquí.
—Estoy cansado de discutir, preguntar, explicar —dijo de pronto Blake—. Ven
La cogió en sus brazos y ella se encogió, pensando que la haría daño, pero él se portó tierno, acercándola a él con lentitud, moviéndose con ella al ritmo de la música. Bailaron alrededor de la piscina, con las cálidas manos de él sobre su espalda y la mejilla rozándole el cabello. Lentamente, los traumas del día comenzaron a quedar atrás y Kate se relajó en sus brazos. Abrió los ojos en la oscuridad. Estaba acostada en un sofá y alguien la había tapado con una manta. Al tratar de recordar cómo había llegado allí, le llegó el olor del humo de un puro. —Te has quedado dormida —le dijo Blake. —¿Ha terminado la fiesta? —Todo el mundo se ha ido hace bastante rato. —Debe ser tarde —le dijo Kate nerviosa, preguntándose por qué no la habría despertado—. Será mejor que me vaya a la cama. —¿Ya pensaste en lo que vas a hacer? —Ya lo he pensado —le respondió. —¿Y qué? —Todavía no lo sé realmente. No ha habido tiempo de… —¿De qué depende? ¿De du Bois?—le preguntó Blake. —No. De pronto, ella se preguntó si tendría valor para decirle lo que realmente quería, pero no estaba segura de soportar más dolor. —¿Y bien? —Podremos hablar en otra ocasión, Blake. Es tarde y estoy cansada. —¿Tiene que ver conmigo? ¿Podría arriesgarse a decirle la verdad? ¿Qué más podía perder, después de todo? Lo único que la esperaba era la separación y la soledad. —¿Y bien?—repitió él. —Yo…—comenzó humedeciéndose los labios—. Yo, quiero… quedarme contigo, Blake —dijo sin respirar. —No, Kate, no podemos seguir así como estamos. No es posible.
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Ella pensó, descorazonada, que él la había malinterpretado. —De todas maneras, has pasado los últimos tres meses tratando de alejarte de mí. ¿Por qué, de pronto, deseas quedarte? Durante un momento se hizo un embarazoso silencio, Kate se quedó mirándole, preguntándose si eso sería el final. —Quiero quedarme contigo —susurró—. He pensado que tal vez… quiero decir, si me deseas durante un tiempo… yo no trataría de atarte. Me iría cuando… te cansaras de mí. Lo único que quiero es que tú seas el primero —mintió. —No. ¡Basta Kate!—rugió furioso. Ya le había dado su respuesta. No la deseaba. Era demasiado inmadura para él. Se lo había dicho bastante a menudo. —No lo entiendes —dijo él con voz apagada. —No tiene importancia. Olvídalo. Él prosiguió como si ella no hubiera hablado. —Tienes un… regalo para el hombre que… un día amarás. Y no es algo de lo que debas desprenderte a la ligera. —Si te refieres a mi virginidad, si mal no recuerdo, sólo sentiste desdén al respecto —titubeó—. Lo único que podría darle al hombre que quiero, sería… yo misma, mi amor. Mi virginidad no cuenta mucho comparada con eso. —¿Y qué ha pasado con el temor, con el odio? —No lo sé. Lo único que quiero es hacer contigo el amor. Se miraron uno al otro, pero parecía que el espacio que los separaba era insalvable. —Pareces olvidar que estamos casados. ¿Qué sucedería si me niego a dejarte marcharte después?… Podría negarte el divorcio. ¿Has pensado en eso? —Eso no parece probable —murmuró con voz apenas audible—. Por lo general, no conservas durante mucho tiempo a… ninguna mujer. —Ven aquí. Sin pensarlo, casi sin voluntad, se acercó a él. —Bésame —le exigió con voz apasionada. Durante un instante, la sorpresa la detuvo. Luego, alzó las manos para rodearle la cabeza. De puntillas, le acercó hacia ella, tocando su boca de forma provocativa, segura, apretando los labios contra los de él, con una insinuación de pasión antes de retirarse, pasándole los dedos con delicadeza por el cuello para sentir la rapidez con que le latía el pulso. Luego, le soltó y dio un paso atrás. Lo había sorprendido y él no era por completo indiferente a su contacto. Pero al ver que seguía sin moverse, empezó a perder esa confianza. ¿Por qué no le decía nada?
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Al fin, Blake la estrechó entre sus brazos. Capturó sus labios en un beso hambriento, abriéndole la boca con la suya, aprisionándola contra él. Durante un instante, Kate sintió terror. Luego, la sensualidad de su boca y el calor de su cuerpo, obtuvieron su propia respuesta. Correspondió a su beso, tentativamente al principio, luego con pasión, buscando entre la camisa el suave vello oscuro de su pecho. Él la besó en el cuello y su musculoso cuerpo se endureció. Kate sintió el calor de su aliento contra su piel y comenzó a temblar de deseo. Por fin, Blake le sujetó la cabeza y la miró a la cara; vio sus ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Kate sintió su boca cálida y apasionada invitando a la suya. —Blake —le rogó con pasión, abriendo los ojos. Sin decir nada, él la cogió en brazos y subió con ella la escalera. Kate se despertó somnolienta y vio que estaba la cama vacía. Se volvió, enterró el rostro en la almohada que tenía a su lado y pudo respirar la fragancia de su marido, recordando… Había sido la noche más sorprendente de su vida. Había esperado sentirse avasallada por su experiencia, obtenida con otras mujeres. Pero no resultó del todo así. Blake la desnudó lentamente, con ternura, los labios sobre su piel, haciéndola consciente del placer que el cuerpo de ella le proporcionaba. De pronto, se miraron a la luz de la luna, que se filtraba a través de las persianas de la habitación, y a ella se le quitó la timidez al verle. Le había visto a menudo en traje de baño, pero la fuerza e intimidad de su cuerpo desnudo fue una revelación para ella y se sintió débil por el deseo que le produjo el verle frente a ella, quieto como una estatua. Durante largo rato ninguno se movió. ¿Esperaba él que ella hiciera algún movimiento? ¿Le habría desilusionado? ¿No sería que después de todo, no la deseaba? Pero, luego, le vio con el cuerpo rígido, los ojos muy abiertos, nublados y brillantes de pasión. Y de pronto, se dio cuenta de que él se contenía, temeroso de perder el control, de herirla, tal vez de asustarla. Respiró profundamente, y se acercó a él, tan cerca, que podía oír cómo le latía con fuerza el corazón. —Por favor —le susurró—. No tengo miedo. Quiero todo, Blake, todo — concluyó tocándole y sintiéndole temblar. Alzó los ojos y le rogó, muy apasionada. Entonces él la acercó a su cuerpo con un movimiento convulsivo. Los dos se acariciaron con las manos y se excitaron en un anhelo casi violento de estar cerca. Luego, Blake hizo con Kate el amor, acariciándole todo el cuerpo, despertando en ella una apasionada respuesta. Hubo un momento de doloroso susto y después, sólo el cuerpo de él poseyéndola en una tormenta de deseo, una y otra vez, hasta que el cuerpo de ella respondió. Por fin, dio un grito y cayó agotada en sus brazos, sus cuerpos entrelazados para dormir. Kate se desperezó con languidez, disfrutando su nueva sensación de ser mujer.
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Una hora más tarde, bajó a la planta baja, que permanecía en silencio. Llevaba un albornoz encima del traje de baño. Se dirigió al jardín y quedó cegada un instante por el brillo del sol. —Hola, gatita. Bella Howard estaba sentada en una tumbona junto a la piscina, con un vaso de whisky y un cigarrillo entre los dedos. Sin saber por qué, a Kate le dio un vuelco el corazón. —Hola, mamá. —Pareces sorprendida. ¿No te ha dicho Blake que iba a venir? —No. ¿Qué te ha traído por aquí? —Bueno… por supuesto que tu cumpleaños. —Fue ayer. —Lo sé, querida, pero no he podido venir antes —le dijo sonriente, ofreciéndole otra tumbona a su lado—. Ven y siéntate. Cuéntame qué tal estuvo la fiesta. Kate se sentó junto a ella, esfumándosele toda su alegría ante la presencia de su madre. Bella Howard estaba tan atractiva e iba tan elegante como siempre. Llevaba un juvenil vestido blanco que hacía resaltar el bronceado de sus brazos y sus esbeltas piernas, y su cara todavía se conservaba tersa y joven. —Por alguna razón me pareces diferente —continuó Bella—. ¿Estás bien despierta? —Me acosté bastante tarde. La fiesta…—dijo vagamente Kate. —Ya veo. Tal vez quieras desayunar antes de decirme nada. —Espero que Annabelle traiga pronto el café —dijo Kate con repentina indiferencia. Ya no era una niña a la que se podía regañar. Era una mujer, la mujer de Blake… y, de momento, su mujer. —¿Cuándo has llegado?—le preguntó cortésmente. —Cogí en París un tren nocturno y desde Marsella he venido en coche. Me había olvidado de lo precioso que es esto. Es el paraíso —dijo mirando a su alrededor—. Voy a disfrutar pasando los veranos aquí. Kate tuvo un extraño presentimiento. Trató de alejarlo de su mente, diciéndose que era una tontería, y se levantó. —Perdóname, pero voy a nadar un rato. —Un momento —le dijo su madre. —¿Por qué no me dices de lo que se trata, mamá? —Me gustaría que te sentaras —le pidió Bella—, eres demasiado alta para que tenga que mirarte con el sol dándome de frente. Kate volvió a sentarse.
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—Deberías estar encantada de que esté yo aquí, porque eso significa que quedarás libre para casarte con tu joven amigo —dijo Bella precipitadamente—. Blake quiere que yo haga los arreglos para que te vayas. —¿Cuándo te ha dicho eso? —No me lo ha dicho, lo hemos estado discutiendo durante algún tiempo para tratar de arreglar las cosas de la mejor manera posible. —¿Has estado en contacto con Blake? —Por supuesto, el teléfono ha sido nuestro único medio de contacto. Esta separación ha sido la más difícil para los dos. Y la semana pasada le dije que ya no lo soportaba más, que esto tenía que acabar. Blake estuvo de acuerdo en que tu cumpleaños podía ser una buena fecha para comenzar una vida nueva… todos nosotros. —¿Podrías explicármelo? No te entiendo. —¡Vaya!, ¿no te lo ha dicho Blake? —¿Me ha dicho qué, madre? —Así son todos los hombres, cobardes de corazón. ¿No te ha dicho nada? —No. —Ay, querida —suspiró—. Supongo que será mejor que te lo explique todo desde el comienzo. No quisiera volver a desenterrar el pasado… eres muy quijotesca acerca de tu padre. Jamás has podido verle como era en realidad. sol.
Se recostó en la hamaca, con los ojos ocultos debajo de unas enormes gafas de
—Todo comenzó hace mucho tiempo… nuestro amor. Cuando abandoné a tu padre, fue por Blake. —¡Oh! ¿Papá lo sabía? —Oh, sí. Él y Blake lo discutieron… me dijeron que tendría que esperar a tener a Blake cuando tú fueras mayor, hasta que tu padre lo pudiera aceptar y hasta que la conciencia de Blake se lo permitiera. Y así comenzaron nuestras interminables separaciones. Cuando tu padre murió, yo creía que por fin podríamos estar juntos, pero tuvimos que esperar de nuevo. Tu padre obligó a Blake a casarse contigo con la esperanza de separarnos, todavía muy celoso —le explicó, volviendo a suspirar—. Pero ahora, por fin ha terminado todo; ya no tenemos que esperar. Kate sintió acumulársele la sangre en la cabeza y estuvo a punto de desfallecer al imaginarse a Blake y a su madre juntos. Deseó poder escapar de la voz de su madre, de las terribles palabras que podían destruirla. ¿Y dónde estaba Blake? ¿Por qué no estaba allí para detener esa pesadilla, para decirle a su madre que la quería a ella profunda y apasionadamente? Pero tal vez no la quería; después de todo, la noche anterior, era ella la que se había arrojado en sus brazos y le había dicho que quería que fuera el primero, pero,
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¿acaso habían sido producto de su imaginación la pasión, la ternura, el sensual abandono de él mientras la abrazaba en su sueño? —¿Qué pasa contigo?—le preguntó su madre poniéndose de pie y mirándola a la cara, —¿vas a decirme que ha estado jugando contigo? No puede evitarlo. Sabía que le gustabas, pero jamás me había imaginado que llegaría a tanto. Bueno, supongo que necesitaba desahogarse. Kate se sintió herida de nuevo ante las palabras de su madre. Habría preferido que su madre la hubiera golpeado en vez de infligirle la tortura de esas miradas de astuta sofisticación. —Siento que te haya herido, pero no durará. Antes que tú, ha habido otras que han agonizado por él, pero tú también te sobrepondrás como ellas. Y no tejas fantasías, no podrías vivir con él. Pasarías la vida torturada por los celos, hasta que él no soportara verte más. Luego, una vez que la novedad de la juventud y la inocencia hubieran desaparecido, se aburriría y tendríais que divorciaros. ¿Qué necesidad tienes de eso? Hizo una pausa y prosiguió: —Como yo soy mayor, estamos hechos el uno para el otro —dijo con voz más tranquila—. Yo he podido satisfacerle como sólo una mujer con experiencia puede hacerlo, y cuando estamos juntos no se descarría. Por supuesto, yo no quiero hijos y eso también le parece bien a él. Blake es un hombre sofisticado, con una vida de viajes, éxito, mujeres y dinero. No quiere a una jovencita que desea un hogar y niños, cosas para las que él no tiene tiempo ni interés. Kate se quedó pegada a la silla, escandalizada. No podía creerlo. ¿Si Blake quería a su madre, había sido posible que la noche anterior ella hubiera sentido esa alegría y satisfacción? ¿Podía él hacer el amor apasionadamente para olvidarse de ello al día siguiente? Le dolía la cabeza por la tensión, pero tenía que estar segura. —¿Cómo puedo saber que todo eso es cierto? —Bueno… espera que te lo diga él mismo. No va a gustarle que todavía estés aquí cuando vuelva, pero tal vez sea mejor para ti oírlo todo de sus labios. —¿Cuando vuelva? —¿No lo sabías? Se ha ido a París… se pone triste después de una producción. De tiempo en tiempo necesita irse de juerga. No tardará mucho… tal vez unos días. Pero yo creía que preferirías no estar aquí cuando regresara, aunque en realidad no es necesaria tal delicadeza. Después de todo… ya eres mayor de edad. —¿Cómo sabes que se ha ido a París? —Me lo ha dicho esta mañana, a la hora del desayuno, antes de marcharse. De pronto, Kate no pudo soportarlo más. Cruzó el jardín, se metió en la casa y se encerró con llave en su habitación. Allí, ya sin fuerzas, cayó al suelo perdiendo el conocimiento.
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Capítulo 9 Llovía con fuerza cuando Kate llegó al West End. Cruzó apresurada la plaza Leicester y se quedó mirando el cine Odeon; la entrada estaba iluminada con luces de neón y había jardineras con flores en los escalones. «Noche. 8,30. LA IMAGEN ROTA. Premiere de beneficencia». Kate titubeó. Había llegado temprano. Miró a su alrededor y vio una cafetería cerca. Entró, se quitó el abrigo y la bufanda y se dejó caer en un duro banco. Pidió una taza de café y fue tomándolo, sujetando la taza con las dos manos para calentárselas. Una vez más se preguntó si debía haber ido, porque sabía que le traería recuerdos que con tanta dificultad había tratado de olvidar. Pero seis meses eran mucho tiempo, y ya no era la temerosa adolescente que había sido durante las primeras semanas después de que huyera de Francia. Aquel último día, después de recuperar el conocimiento y ponerse de pie, había mirado su cuarto: la cama estaba hecha y las dos almohadas una al lado de la otra… Una hora después había huido; antes de hacerlo había metido su vestido negro descosido en el fondo del armario y había dejado el anillo matrimonial sobre la mesita de noche. Al llegar a Londres, estaba decidida a mantenerse lejos de personas conocidas y cogió una habitación en un hotel al lado de la estación de ferrocarril, donde por fin le sobrevino la reacción. Estaba la estrecha cama llena de sudor cuando comenzó a estremecerse por una reacción febril ocasionada por el repentino cambio de clima. Durante dos días se quedó acostada, llorando, débil e indefensa, sola y asustada. A la tercera mañana se despertó ya sin fiebre, pero mareada por la falta de alimento. Se dijo que era una estúpida. Era joven y sana, bastante inteligente y no había nada que le impidiera forjarse una nueva vida. Después de bañarse, con el pelo mojado y muerta de hambre, bajó al comedor y disfrutó de un abundante desayuno. Una vez que pagó la cuenta, se dirigió a la estación y compró un billete para el primer tren que salía de la ciudad y que se dirigía a Oxford. Dos horas después, dejó la maleta en la estación de Oxford y se dirigió a las agencias de empleo de la ciudad, sólo para descubrir que no tenía ninguna de las habilidades necesarias para ganarse la vida. Tuvo suerte en la oficina de empleo. La servicial funcionaría de mediana edad era nueva en el puesto y escuchó con simpatía todo lo que Kate le decía que había aprendido. Cuando mencionó la escultura, los ojos de la mujer se iluminaron. —Espere, eso me recuerda algo. Se puso a revisar un fichero y sacó una ficha. —Esto es. Un restaurador de la escuela de arte sufrió un accidente. ¿Le gustaría ver al director? El edificio de la escuela estaba silencioso y vacío, tocó el timbre y salió el portero.
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—Lo siento, señorita, estamos en época de vacaciones. —¡Ah!—exclamó Kate, volviéndose para marcharse—. Gracias. —¿Puedo ayudarla? ¿Desea ver a alguien? —He venido por un trabajo, pero supongo que no habrá nada por ahora. —¿Se refiere a dar clases? arte.
—¡Oh, no! Vengo de la oficina de empleo. Era algo acerca de un restaurador de —Ah, espere un instante. Veré si el director llegó esta mañana. Bill Harris era bajo, con ojos ansiosos, apresurado y lleno de vida. —Sí, sí, pase, señorita… —Howard, Kate Howard.
Media hora más tarde, después de inspeccionar el departamento de arte, le fue ofrecido el empleo a Kate, y a última hora de la tarde había encontrado una habitación modesta cerca de la escuela. Comenzó a trabajar a la mañana siguiente. La limpieza de hornos de calcinación y de la arcilla vieja no era nada nuevo para ella. En París, mademoiselle Parmentier, siempre insistió en que las muchachas hicieran su propia limpieza y prepararan su trabajo. A comienzos de septiembre la escuela cobró vida y el trabajo fue tan agotador que Kate no tenía un momento libre para meditar. Encontró que se llevaba bien con estudiantes y profesores en el puesto que ocupaba entre unos y otros. La escuela estaba en vísperas de los preparativos de Navidad cuando de pronto sufrió un desmayo. Llamaron a la enfermera y llevaron a Kate a la enfermería. —Y bien, jovencita, imagino que sabe lo que le pasa, ¿no es así? —No, ¿qué es, Madge? —Estás embarazada, no creo que sea una noticia nueva para ti. —¡Oh, no!—exclamó, pálida por la sorpresa. —Entonces, así están las cosas. Bueno, como les digo a todas mis chicas, lo primero que hay que hacer es informar al padre. ¿Sabes quién es? —Por supuesto —respondió Kate, ruborizándose. —Bien. Así que deberás decírselo enseguida. —No, no podría. Yo… él no lo debe saber. —Bueno, no es asunto mío. Por ahora, te llevaré a casa. Ya le he avisado a tu jefe de sección y tengo tus cosas aquí. Ponte tu abrigo como buena chica y marchémonos. —Sí, por supuesto. Siento ser una molestia. —Dime una cosa, ¿qué te parecería si pasara yo más tarde a verte y charláramos un rato? Tal vez te ayude hablar con alguien. —Gracias —tartamudeó Kate—. Es muy amable de tu parte. Tal vez otra noche.
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Tenía que estar sola para pensar. El hijo de Blake; sólo pensarlo la asustaba. Madge la llevó a su casa y le habló de comadronas, hospitales, vitaminas y beneficios de la maternidad, como si el niño ya fuera real. Por fin, sola en su pequeña habitación, Kate miró el Queen's College, que estaba frente a su ventana. La única noche con Blake y el júbilo que no iba a ser lo último de su matrimonio. Sintió náuseas al pensar en la criatura. Su abuela también sería la mujer de su padre. Eso era horrible. ¿Cómo podía permitir que naciera? ¿Y qué sería de su futuro, sin padre, con la madre oculta y manteniendo su nacimiento en secreto? Y luego, otro cuadro cruzó su mente, el de un niño con el cabello oscuro del padre, el cuerpo fuerte y los ojos grises. Y se dio cuenta de que no podría matar a la criatura que ella y Blake habían engendrado. Para él, esa noche no había significado nada, sólo un impulso momentáneo. Si no hubiera sido ella esa noche, sin duda habría sido otra… No. Dejó de pensar en eso, como había aprendido a hacerlo en los últimos meses. La noticia se extendió como la pólvora entre los profesores y Kate se sorprendió de que nadie se escandalizara de que tal vez no estuviera casada. Recibía constantes consejos de hombres y mujeres, colegas ansiosos de permitirle aprovecharse de su experiencia. Con los vestidos amplios que usaba en el trabajo, los niños no se dieron cuenta de que estaba encinta; tampoco la dueña de su casa hizo ningún comentario. Kate aprendió a vivir de día en día, porque sabía que llegaría el momento en que tendría que vivir con algún beneficio social cuando ya no pudiera seguir trabajando. Pero, por el momento, se negó a preocuparse pensando en su hijo y en el día en que lo tuviera en sus brazos. Fue una helada tarde de enero cuando se terminaron todos sus sueños. Había levantado un gran bloque de barro para ponerlo en la mesa y prepararlo para la clase de cerámica de la mañana siguiente, cuando sintió un profundo dolor en el vientre. Dejó caer el barro y se cayó ella también, incapaz de moverse, con dolores en aumento. Una hora después, la encontró el portero en la oscuridad y llamó una ambulancia. A la mañana siguiente, despertó en un hospital. Una joven enfermera le estaba arreglando la cama y le informó que había sido un varón, pero que había nacido muerto. Desde ese día, también a Kate se le murió cualquier tipo de sentimiento, vivía como un autómata día tras día, comía sin notar el sabor, trabajaba sin placer, contestaba cuando alguien la hablaba y lo único que deseaba era que llegara la noche para refugiarse en la tranquila soledad de su habitación. No hacía planes para el futuro, había desterrado de su mente toda esperanza, sólo se sentía contenta cuando todo el mundo la dejaba sola. Cada noche se quedaba sentada en su cuarto, sin hacer nada, sin pensar en nada, amenazando el dolor con destruirla. Kate miró su reloj. Era hora de irse. Pagó el café y salió a la plaza. La lluvia había cesado y se había concentrado mucha gente en la puerta del cine. Permaneció un poco distanciada de la multitud, a un lado de la entrada.
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Llegaron uno por uno los productores, y por último las estrellas. Kate sintió una gran desazón cuando Blake se bajó de un coche con traje de etiqueta, volviéndose para ayudar a apearse a su compañera. Blanche, con un brillante vestido y una capa blanca de armiño, sonreía radiante y cogió la mano de Blake. Kate se alzó de puntillas para vislumbrar el rostro de él. Una ola de interés sacudió a la multitud con la siguiente llegada, pero Kate tenía fijo los ojos en la nuca de Blake, mientras subía los escalones. Le vio mechones blancos de cabello que no recordaba, pero por lo demás, seguía igual: su esbelta figura, sus anchos hombros,.. En lo alto de los escalones, él se volvió de pronto, buscando con los ojos, aparentemente mirándola directamente. Se echó para atrás al ver que él seguía mirando. Luego, alguien le tocó la manga. Kate se volvió para alejarse y un momento después se perdió de vista. Kate entró por una puerta lateral, subió la escalera y se sentó, acurrucada y con el abrigo puesto, temblando por la emoción. Kate se sumergió en la historia de la película nada más comenzar, reconociendo escenas, reviviendo recuerdos. Allí estaban la playa, el estudio, Fiona, quien dio una maravillosa actuación de juvenil y arrogante sexualidad, determinada a quitarle a la otra mujer el hombre que quería. Finalmente apareció en la pantalla el reparto de las personas que habían trabajado en la película y Kate se deslizó entre el público que aplaudía para apresurarse a salir a la calle. La plaza estaba desierta. Se subió el cuello del abrigo para resguardarse del viento y se dirigió a la estación. Entonces le vio. Era obvio que no había entrado y ella se detuvo, apresurándosele los latidos del corazón. Parecía alejarse de ella. Si esperaba un momento, él llegaría a la entrada y desaparecería en el interior. Pero se volvió de forma brusca y avanzó en dirección a ella. ¿Debería esperar, con la esperanza de que pasara a su lado sin verla? ¿O debería correr mientras todavía tenía la oportunidad de escapar? No podía quitarle los ojos de encima. Él iba mirando hacia el suelo, pero alzó la cabeza y sus ojos se encontraron durante un breve instante. Kate notó en su rostro el choque que sintió al reconocerla, antes de que ella se volviera y echara a correr. —No, Kate… espera… —oyó que le gritaba. Se metió entre la gente y los coches, pero le oía correr detrás de ella, sus pasos cada vez más cerca. Y luego la alcanzó, se metió con ella en una desierta calle lateral y la arrastró a un portal. La cubrió con su abrigo, abrazando su tembloroso cuerpo, y entonces ella se apoyó con debilidad en él, oyendo los rápidos latidos de su corazón. Durante un momento se quedó así, abrumada por la sensación de satisfacción que le producía la dureza de su cuerpo y su familiar aroma, reviviendo sus recuerdos. —¿Kate? ¿Eres tú realmente? La apretó convulsivamente entre sus brazos y le deslizó una mano debajo del pelo, acariciando con los dedos la suave piel de su nuca.
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—No puedo creerlo, dime que es verdad —continuó diciendo. Aturdida por su contacto y sus palabras, lo único que Kate quería era quedarse donde estaba para siempre. Pero entonces recordó. Se apartó de él sintiendo una mezcla de miedo y asco. Nada había cambiado. Todavía era el amante de su madre. ¿Por qué se aferraba a él? Trató de deshacerse de él, pero él la detuvo con fuerza. Kate le miró a la cara y sintió deseos de quedarse, pero el temor de que se le abrieran antiguas heridas. —Tengo que irme, Blake, por favor. —Esta vez no huirás. Tú y yo tenemos que hablar. —No, Blake, no puedo. Por favor… —Blake —le llamó una voz masculina—. Por todos los cielos, ¿qué estás haciendo? Kate no se volvió a mirar al hombre que hablaba. —Tienes que venir enseguida, están esperándote. —Vete al diablo —contestó Blake con furia. —Por favor, Blake, deja que yo me haga cargo de… bueno… la joven, hasta después. Luego podremos quedar contigo en alguna parte. —No —gritó Blake—. Tendrás que arreglártelas sin mí —añadió con voz más tranquila. —Sabes que eso no es posible. De pronto, Kate notó que podía escapar. Vio de reojo que se acercaba un taxi. Empujó a Blake con fuerza y echó a correr. —¡Taxi!—gritó. El coche se detuvo y Kate abrió la puerta. Podía oír la discusión de los dos hombres a su espalda, pero no se volvió. —Paddington —le dijo al taxista al subirse. Al inclinarse para cerrar la puerta, se subió Blake y le apartó la mano. —Blake, no —comenzó, pero él ya estaba sentado a su lado y cerraba la puerta. Kate pudo ver por la ventana a un hombre delgado y con cara de preocupación, cuando el taxi se alejaba. —Tengo que coger el último tren para ir a casa —dijo Kate con voz baja—. Si quieres hablar, podemos quedar en otra ocasión. —Olvídalo. De pronto intervino la voz del chofer. —Señora, si este hombre la está molestando, puedo ir enseguida a la estación de policía más cercana.
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—Yo no le aconsejaría que se interfiera en asuntos entre marido y mujer —le dijo Blake con voz seca. Kate cedió. Conocía a Blake de ese humor. —No se preocupe. Se sentó en un rincón, mientras Blake le daba al chofer la dirección de su apartamento.
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Capítulo 10 Kate apenas recordaba el apartamento. Ardían unos troncos en la chimenea y las cortinas estaban corridas. Blake le quitó el abrigo y ella se sentó. Se paró frente a ella y la miró de arriba a abajo. Se hizo un doloroso silencio y la palidez de Kate se intensificó. Él seguía inmóvil, mirándola. —¿Quieres tomar una copa?—le preguntó con cortesía. —No, gracias. —¿Café? —Sí, por favor. Mientras lo tomaban, Kate le miró realmente por primera vez. Se había quitado la chaqueta y la corbata; los pantalones negros de su traje de etiqueta y la camisa de seda blanca, se entallaban a su delgado cuerpo. Alzó los ojos y contuvo la respiración al ver su ojeroso rostro, con las patillas completamente blancas. —¿Qué quieres, Blake?—le preguntó por fin. —La verdad, por qué te fuiste… quiero saberlo de tus propios labios. —Eso es fácil. Tú me ofreciste mi libertad y yo la acepté. Tú querías que me fuera y me fui. —Pero tú rechazaste tu libertad. Tú querías… —Obtuve lo que quería, ¿o no? Fuiste muy galante. —Tal vez vaya siendo hora de que mejore mi actuación. Se le acercó con los ojos furiosos y la atrajo con fuerza contra él. —No, Blake, por favor… me estás haciendo daño. —Bien —repuso con frialdad, antes de inclinar la cabeza y besarla con un hambre salvaje, sin dejarla respirar. Ella sintió como si se le fueran a romper los huesos entre sus dedos, pero continuó besándola y ella comenzó a responder al calor de su boca, al contacto de su cuerpo, hasta que se aferró a él, acariciándole con las manos los tensos músculos de los hombros. Fue Blake quien por fin se separó. Ella volvió a sentarse, con el corazón alterado y quemándole la piel. Sintió repulsión de sí misma. En vez de rechazar su contacto, le había correspondido de forma salvaje, mostrándole con toda claridad lo fácil que podía hacerla suya cada vez que quisiera. —¿Qué te ha sucedido, Kate? No eres más que piel y huesos. —He estado enferma. —¿Qué has tenido? —Ya ha pasado todo —dijo tratando de eludir la pregunta.
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—Quiero una respuesta, Kate. —Perdí a mi hijo… a los cinco meses —murmuró. —¿Era mío? —Sí —le contestó con voz baja. —Y tú lo mataste —dijo secamente. —¡No!—gritó ella—. Cuando me lo dijeron, yo también quise morirme. Se sentó en la alfombra, cerca de la chimenea encendida, abrazándose las piernas, mientras recordaba el pabellón tan impersonal del hospital, el vacío de su propio cuerpo y la angustia por su pérdida. —¿Qué sucedió si no fue un aborto? —Tuve un accidente. —¿Y por qué? ¿Podría ser porque no estabas donde debías estar, y donde habrías tenido todos los cuidados necesarios. Las llamas del fuego iluminaban su rostro furioso. —Esa noche… me dijiste que me amabas —dijo él, acercándose a Kate—. ¿Qué clase de amor es ese que me niega el derecho a conocer a mi propio hijo y verle crecer en tu cuerpo? ¿Qué eres, una adolescente lunática o una mujerzuela fría sin sentimientos? —Así que debía haberme quedado, ¿no es así? ¿Y qué habría pasado si el niño hubiera vivido para convertirse en el hijo de mis sueños y hubiera tenido que explicarle que su abuela también era la mujer de su padre? ¿En qué nivel de tu alto código de la moralidad se encuentra eso? Kate se volvió para recoger su abrigo. —Un momento. —No, Blake, me voy. Él fue hacia la puerta y la cerró con llave. Esa acción le trajo el recuerdo de otra noche en la que ella descubrió cómo podía hacer surgir en él violentamente el deseo. —Por fin parece que nos empezamos a entender —le dijo él en voz baja, ya sin huella de enfado. Le quitó el abrigo de las manos, fue a su escritorio para sentarse y encendió un puro. —Me gustaría que me lo contaras todo… desde el principio. —Si lo hago, ¿dejarás que me vaya? —No quiero prometerte nada. Pero quiero oírlo todo… todo. Aunque nos lleve el resto de la noche. —Esa mañana… cuando bajé estaba allí mi madre. Suponía que tú me habías dicho… —¿Te había dicho qué?—la interrumpió.
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—Esto es una tontería, Blake. ¿Por qué me obligas a decirte todo esto? Lo sabes todo. Mamá me contó que planeabas casarte con ella, que habíais sido… amantes durante años y que sólo os mantuvisteis separados por el bien de mi padre. Dijo que te habías ido a París a relajarte y que querías que me fuera antes de que regresaras. —Sigue —le ordenó con voz ronca. —Eso es todo. —¿No te dijo nada acerca de tu padre, de nuestro matrimonio? ella.
—Sí. Papá quería que te casaras conmigo para que no pudieras… casarte con —Dime —le preguntó él por fin—. ¿La creíste? —¿Creerla?—le preguntó, volviéndose para mirarle—. Por supuesto. —¿Y qué sucedió después? —Me… fui.
—Eso hiciste. Tu madre, a quien has odiado desde niña y quien nunca te ha querido, te cuenta una historia acerca de tu marido, ¿y qué haces? ¿Le dices que se vaya al diablo y que se meta en sus propios asuntos? ¿Le preguntas a tu marido si es cierto? ¡Ah, no!, te echas a correr, escandalizada, asqueada, ultrajada. Blake tenía el rostro crispado. —Entonces, ¿qué fue para ti la noche que pasamos juntos? ¿Alguna fantasía de adolescentes acerca de la figura paterna? ¿O necesitabas un hombre? —¿Me estás diciendo que… todas las cosas que dijo mi madre no eran ciertas?—le preguntó ella. —Ahora haces la pregunta que debiste hacer hace más de seis meses. Kate se le quedó mirando. ¿Sería posible que se hubiera equivocado al creer a su madre? Pero él no había estado allí para preguntarle. ¿A dónde había ido si no se había marchado a París? Durante esos últimos meses se había preguntado muchas veces si no debía haberle esperado y haberle obligado a que le dijera la verdad. Pero había estado convencida de que su madre sólo le había dicho lo que Blake quería que supiera. Blake seguía sin hablar. —¡Dios mío! ¿Por qué no puedes decirme si es cierto o no? —Porque el amor es una moneda de dos caras y una de ellas se llama confianza. El año pasado no confiaste en mí para preguntarme si las acusaciones de tu madre eran ciertas. ¿Por qué tengo ahora que satisfacer tu curiosidad? —¿Curiosidad? ¿Eso crees que es lo que siento? —Y si te lo dijera ahora, ¿confiarías en mí de la misma manera? —¿A qué te refieres?
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—¿Puedes prometerme que creerás mis explicaciones por completo y confiarás en mí? ¿Le creería? ¿Podía prometerle no dudar más de él? Kate comenzaba a sentirse débil por el agotamiento y la confusión. ¿Qué quería Blake de ella? ¿Y por qué la había llevado allí? ¿La estaba poniendo a prueba porque no confiaba en ella, porque no creía que le quería? —Si no confías en mí, ¿por qué estoy aquí? —Debes recordar que esa última noche en Francia te lo advertí. Si hacíamos lo que tú querías y nos convertíamos en amantes, yo podría haberme convertido en tu marido en todos los sentidos. Tal vez no disfrutaste tu primera prueba de intimidad matrimonial, pero, de todas maneras, ahora estamos completamente casados. —Así que tenemos que tramitar el divorcio en vez de la anulación. —Por el contrario. Nuestro matrimonio está a punto de comenzar. —No entiendo. —Es muy sencillo. Vivirás aquí conmigo, como mi mujer… públicamente y… en privado, si yo lo deseo. Administrarás mi casa, agasajarás a mis amigos, compartiendo mi vida por completo. Y te comportarás y vestirás de acuerdo a las circunstancias. —No puedes hablar en serio. ¿Quedarme contigo y compartirte con mi madre? Yo no participo en ese tipo de juegos. —Te aseguro que no es un juego. Kate se quedó en silencio. No podía hacerlo. Su intención de seguir viendo a su madre mientras continuaba su matrimonio… era demasiado. Y ella había cambiado. En los últimos meses se había percatado de lo profundamente que le quería. Durante el tiempo que habían estado separados… había tenido ofrecimientos, invitaciones, pero los había rechazado todos. Para ella sólo existía Blake. Nadie le había hecho sentir ese tumulto de pasiones, ese anhelo de tenerle cerca y el deseo de que correspondiera a su amor. Y había querido tener a su hijo, tenerle en sus entrañas y verle nacer y crecer. De pronto pensó que no podía quedarse con él, en un estado constante de celos e infelicidad. —No puedes obligarme a quedarme. —No lo sé, pero corrieras hacia donde corrieras, te encontraría. El año pasado permití que tu madre me persuadiera a… En esta ocasión, el mundo no sería lo bastante grande para ocultarte, fueras donde fueras. Y no pienses que podrías librarte de mí por medio de la justicia. Ningún jurado titubearía una vez que oyera lo mucho que te adoro, cómo te llené de lujos y comodidades. Puedo ser muy persuasivo. —Tú no cambias. Harías cualquier cosa con tal de salirte con la tuya —dijo con amargura.
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—Es tarde —dijo él, poniéndose de pie—. Vamos a dejar las cosas como están, ¿te parece? Tal vez cuando conozcas tus propios sentimientos un poco mejor, podamos discutir más el asunto. Es hora de irse a la cama. Te mostraré tu habitación. Ella se levantó, sabía que había perdido el último tren y se preguntó con aprensión qué era lo que había querido decir con irse a la cama. La habitación era preciosa, íntima y cálida, con una enorme cama doble. —El baño está ahí —le indicó Blake—. Te traeré unos sandwiches y algo caliente. —No tengo hambre —respondió. En el baño se desnudó y se metió bajo la ducha para relajarse con el agua caliente. Envuelta en una gruesa toalla, regresó a la habitación y se encontró encima de una mesita una humeante taza de té y un plato de canapés de caviar y de salmón ahumado. Comenzó a comer, repentinamente muerta de hambre. Le pareció a Kate que sólo habían pasado unos minutos, cuando despertó y encontró a Blake a su lado, con las manos sobre su cuerpo y sus labios recorrieron suavemente su cuello. Todavía adormilada por el sueño, se volvió instintivamente hacia él. —Tócame, Kate —le pidió—. Quiero sentir tus manos. Con los ojos cerrados, se estiró para pasarle las manos por el pecho, por la cintura y la espalda; sintió bajo los dedos sus tensos músculos y le deseó con todas sus fuerzas. Blake la acarició, le recorrió los muslos con las manos, y siguió por las curvas de su cuerpo hasta llegar a sus senos, donde sus labios la atormentaron y la hicieron sentir un doloroso placer. Pudo sentir que su deseo por ella era tan urgente como el suyo, pero él controló su pasión, guiándole los dedos por su cuerpo y explorando con la boca su piel, hasta que se acopló junto a él en completo abandono. Se unieron en un frenesí de pasión y Kate se aferró a él, sintiendo resurgir en ella a un torbellino de sensaciones, para después sumirse lenta y dichosamente en el sueño.
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Capítulo 11 Sonó el despertador y Kate se estiró para apagarlo. Vio el busto a medio terminar, todavía insegura de qué era lo que la había impulsado a hacerlo parecido a Blake. Captó la arrogancia de la cabeza ladeada, la boca sensualmente cruel, la amplia frente, las espejas cejas. Sólo los ojos no estaban del todo conseguidos, no acababa de plasmar su mirada. Suspiró y lo cubrió. Cerró con llave, bajó corriendo la escalera y llamó a la puerta del apartamento de abajo. —Está abierto —gritó Liz—. Estoy haciendo café. Entra y hazme compañía. —Hola, huele bien, pero no puedo quedarme. —Lástima. La niña está dormida y yo tenía ganas de charlar. Liz parecía demasiado joven para tener una hijita de cinco semanas. —Lo siento, Liz, tengo que irme, pero, ¿quieres decirle a Roger que no parece tan bien el tejado. Suena como si hubiera tejas sueltas. Han estado haciendo ruido todo el día. —Se lo recordaré. Hoy ha estado arreglando el coche, pero me encargaré de que lo vea mañana por la mañana. Será mejor que te des prisa —le aconsejó Liz—. Va a caer un buen chaparrón en cualquier momento. —Eso es lo único que me hacía falta. Aunque solo eran las cinco de una tarde de un día de primavera, el cielo estaba lleno de nubes grises cuando Kate salió de la casa en Primrose Hill. Empezaron a caer las primeras gotas cuando Kate llegó al pie de la colina y vio un taxi. Dio un suspiro de alivio cuando se detuvo, y se acomodó agradecida en el asiento trasero, pensando de nuevo en lo afortunada que había sido al encontrar a Roger y a Liz. Había encontrado el anuncio en el periódico local. Se apresuró a ir a la dirección indicada y se desconcertó al ver la cola de gente que había antes que ella. Estuvo a punto de marcharse, pero, al final, aceptó la invitación de Liz para tomar un café. Le explicó que habían comprado la casa, cuando ambos tenían empleos lucrativos, sólo para enterarse, después de semanas de enyesar y decorar, de que Liz estaba embarazada. Como perdieron el ingreso de uno de los sueldos, decidieron alquilar la parte de arriba como un apartamento separado. En cuanto Kate vio el alto techo del aireado estudio, con su enorme tragaluz dando al norte, le encantó. La habitación, el cuarto de baño con ducha y la cocina, aunque pequeños, le parecieron perfectos para sus necesidades. No creía que lo conseguiría porque se negó a dar referencias. Una semana después, Roger le telefoneó para decirle que les gustaría que lo tomara y cuando llevó sus cosas y lo decoró a su manera, se encontró con que, además de una casa, tenía unos buenos amigos. Roger era despreocupado y un poco egoísta, pero adoraba a su mujer e hija y estaba contento. Liz era cálida y alegre y su
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vida giraba alrededor de su familia. Aceptaron a Kate con amistosa tolerancia, y al cabo de unas semanas, Kate encontró en Liz a una mujer con la que podía hablar. El único tema que jamás discutía era su hogar y su matrimonio, ya que Blake no sabía nada de su trabajo ni de su segunda casa. Kate entró en el apartamento y se dirigió a la habitación. Se quedó en ropa interior y se tumbó en la cama para hacer sus ejercicios de relajación para prepararse para la larga velada que la esperaba. La ceremonia anual de premios de la Bristish Academy of Film and Television Arts, se celebraba con su acostumbrado esplendor en el Grosvenor House Hotel, en Park Lane. Era una noche importante para el mundo de la farándula, ya que iban a estar presentes las más importantes personalidades de la industria cinematográfica y la televisión. La película de Blake había sido nominada para dos premios: uno para Fiona, como mejor actriz de reparto, y otro para el mismo Blake, como mejor director. Estarían sentados ante el resplandor de las cámaras. Se preguntó si Blake disfrutaría de ser el centro de atención y se vio obligada a aceptar que todavía había muchas cosas que no sabía de su marido, después de siete semanas de vida matrimonial. Al despertarse esa primera mañana en su nuevo hogar, Kate se encontró con que Blake se había ido. Le había dejado una nota en la que le decía que se marchaba a Nueva York, pero no indicaba cuánto tiempo iba a estar ausente. Estuvo más de una hora yendo de un lado a otro de su habitación, tratando de contener los celos que la comían. ¿Habría ido a ver a su madre? ¿Sería ese sólo el comienzo de la doble vida que quizá él llevaba? Se dio cuenta de que iban en serio las amenazas de la noche anterior. ¿Qué era entonces lo que realmente quería hacer? Fue Porter quien la ayudó a encontrar cierta estabilidad en esas primeras semanas. Llevaba el apartamento de Blake en Londres tan discreta y eficientemente como Louise y Annabelle en Francia, y comenzó a mimarla desde el primer día. Le servía deliciosas comidas, le consultaba sobre detalles de todos los días y, de forma sutil, poco a poco, la envolvió en la rutina del apartamento. Porter llevaba flores que después ella arreglaba y daban a la austera elegancia del apartamento un toque de luz y color. Le mostró los detalles privados de su propio trabajo; la plata y las vajillas de porcelana que se utilizaban para los invitados, la ropa de cama para las habitaciones de los huéspedes, la enorme despensa que había convertido en cava de vinos. Fue también Porter quien le dijo dónde estaban los talonarios de cheques, tarjetas de crédito y credenciales para diferentes clubes, todo ello en los cajones del bello escritorio Victoriano de su habitación. Volvió a familiarizarse con Londres, visitando viejos lugares predilectos de su niñez. Una tarde entró en una galería de Bond Street y pasó una hora mirando una diminuta estatuilla Giacometti, recreándose en la contemplación de su belleza. Y, lentamente, la constante infelicidad de los meses pasados empezó a disminuir poco a poco. Aceptó que Blake no le dijera la verdad acerca de él y de su madre. Tal vez algún día encontraría el valor suficiente para enfrentarse a su madre y exigirle la verdad. Pero, por el momento, eligió vivir día a día, forjándose su propia
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vida, prefería estar con Blake en ese mundo de extraña irrealidad en el que la había sumido, a volver a la soledad sin él. Todas las mañanas nadaba en el Santuario, en Covent Garden. Las tardes las pasaba yendo a salones de belleza, paseando y leyendo. Poco a poco perdió ese aspecto desaliñado y de agotamiento que tenía la primera noche que había estado con Blake. Su búsqueda de ropa comenzó en las boutiques de haute couture de Dior e Yves St. Laurent. Llenó el apartamento con revistas de modas y curioseó en los salones de diseñadores en Harrods, hasta que estuvo convencida de lo que quería y comenzó a comprar. Cuando Blake regresó, había encontrado un equilibrio que la ayudó a enfrentarse a sus exigencias. Inmediatamente se embarcaron en un programa lleno de fiestas y veladas sociales. La primera invitación fue una cena con las amistades y Kate estuvo nerviosa. Se puso un clásico vestido negro de seda con un pronunciado escote. La velada resultó sorprendentemente relajante y agradable. A la semana siguiente, llevaron a un pequeño grupo al National Theatre y después disfrutaron de una cena en Gavroche. Dos de los invitados eran famosos y bastante mayores, pero Kate encontró que su formación parisina le ayudaba a agasajar a sus invitados con tranquila confianza. Blake no volvió a marcharse. Pasaba en casa la mayoría de las noches, hablaban de cómo habían pasado el día y de cómo progresaba su nuevo guión cinematográfico. Él se portaba atento y cortés con ella, le llevaba flores, le regalaba valiosísimas joyas casi siempre que salían y la felicitaba por su ropa, su aspecto y su éxito social. Compartían todos los detalles de la intimidad de casados, hacían el amor todas las noches y ella sabía que su pasión sexual por ella seguía sin disminuir. Pero algo había cambiado. Aunque él hacía el amor con la misma experiencia, jamás perdía el control. Cuando ella respondía salvajemente, él parecía interesado en su placer, pero indiferente al propio. Parecía que su consideración y su cortesía se convertían en una máscara que usaba incluso en la cama. A menudo, esperaba hasta que creía que estaba dormida antes de levantarse y pasar el resto de la noche en su propia habitación. Poco a poco, ella sintió una tensión que no la dejaba dormir y durante el día sus ojos mostraban cansancio, un retraimiento que sólo se desvanecía cuando el contacto de las manos de él y su cuerpo le alejaban de su mente. Reconoció que se apartaban a pesar de la pasión sexual que todavía compartían; pero la tensión entre ellos los aislaba a uno del otro, y Kate no le veía futuro a su matrimonio, despertaba cada día esperando que Blake lo diera por terminado. El Great Room, en el Grosvenor, estaba lleno de gente. Destacaban los enormes candelabros y la plata reluciente de las mesas redondas. Kate miró a las elegantes mujeres que había con sus vestidos de colores en brillante contraste con los oscuros trajes de etiqueta de los hombres.
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Ella eligió un vestido de satén con volantes en el escote y que resaltaba las suaves curvas de su figura. Blake le puso una mano en la cintura de forma posesiva y la soltó casi de mala gana, cuando entraron en el salón. Los hombres se pusieron de pie a su llegada y Kate reconoció varias caras. Fiona estaba allí y Blake se inclinó para besarle la mejilla. Doug Hawkins, el productor, a quien ya conocía, le besó la mano. Cuando todo el mundo ocupó sus sitios y la charla se generalizó, su vecino de mesa le comentó: —Creo que usted y yo no estamos al margen de esto. Se volvió y vio a un hombre alto, con el pelo gris y rizado y unos asombrosos y brillantes ojos azules. Estaba sentado en una silla de ruedas que había acercado a la mesa. —Es obvio que no sabe quién soy. El marido de Fiona, Robert Carter. Kate lo miró fijamente, prestándole toda su atención. —El año pasado, en Francia, deseamos que nos visitara, pero no lo hizo, y tal vez fue para bien. Yo no estaba en muy buen estado de salud. Desde entonces, esperaba tener la oportunidad de darle las gracias. —¿Darme las gracias? —Por todas las veces que le permitió a su marido pasar algún rato conmigo, cuando, en realidad, estaba en su luna de miel… algo de lo que no nos dimos cuenta. Ella le miró, frunciendo ligeramente el ceño. —Será mejor que se lo explique. El año pasado sufrí el accidente que me postró en esta silla y les causó problemas a todos. Fiona apenas había comenzado a crearse un nombre y mi accidente me arrojó en su regazo. La hice sufrir mucho. A mí me costaba aceptar lo sucedido, y nuestra pequeña hijita sólo tenía tres años y no entendía por que su padre ya no podía correr y jugar con ella. Cuando Blake le ofreció a Fiona este papel, nos pidió que fuéramos todos y nos encontró una casa donde pudiéramos estar solos, lejos del grupo. Hizo una pausa y luego prosiguió: —Por supuesto, usted sabe ya que es un gran hombre, pero para mí fue toda una sorpresa. Todas las noches iba a verme y escuchaba mis palabras de autocompasión, permitiéndole a Fiona descansar un poco. Y al final funcionó. Por alguna razón logré pensar con cordura otra vez, y cuando regresamos a casa, ya volvió a ser todo como antes. Debe haberme odiado mucho, al quedarse sin su marido todas las noches. Ahora que la conozco, me pregunto cómo es que Blake no me dio un golpe en la cabeza y me dejó —concluyó con una sonrisa. Kate se ruborizó y miró su plato. Así que el año anterior en Francia, Fiona y Blake no habían tenido ninguna aventura. Miró a Blake y se encontró con sus ojos, que tenían cierto brillo de burla, como si supiera lo que estaba pensando. Ella desvió la mirada.
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En ese momento se apagaron las luces, indicando que lo importante de la velada estaba a punto de comenzar y todos los ojos se volvieron al escenario, donde los reflectores alumbraban a un grupo de músicos que llegaba. Kate pudo sentir la excitación que recorría el vestíbulo cuando los camareros desaparecieron, murieron las voces y todo el mundo se puso de pie para aplaudir. Le llamó la atención un camarero que le llevó una nota a Blake. Antes de que la abriera, hubo un breve intercambio de murmullos. Durante un momento, se le heló el rostro a Blake y Kate se preguntó qué podría ser. Luego le llevaron la nota a ella. Estaba escrita con la clara letra de Porter. «Por favor, llame a Roger inmediatamente. Muy urgente. No puede esperar». Kate frunció el ceño. ¿Qué podría significar eso? Tenía que encontrar un teléfono. Se disculpó, se levantó y se dirigió hacia las puertas de cristal de la salida. Porter la esperaba en el vestíbulo. —El caballero insistió mucho, no pude convencerle de que tenía que esperar. —Está bien, Porter. Siento haberlo sacado de casa. Gracias. —¿Hola? —¿Kate?—preguntó Roger. —Sí, ¿qué pasa? —No sé cómo decírtelo. Se ha hundido parte del tejado. —¡Oh, no! —Llamé a los bomberos, pero me preocupaban tus cosas. La lluvia se está metiendo y… bueno, creo que deberías estar aquí. Se dijo que la situación era terrible. Sus cuadros, adornos, herramientas. —Está bien, iré tan pronto como pueda. Tengo que ir a casa primero a cambiarme. —Menos mal. Y lo siento. Todo es culpa mía. Si hubiera hecho algo respecto a esas tejas… —Bueno, sí; no te preocupes. Nos veremos. Tómalo con calma. Colgó y pensó que no podía volver al lado de Blake para darle explicaciones del asunto; le dejaría una nota. Se volvió y se quedó rígida del susto. Blake estaba de pie detrás de ella, apoyado contra la pared. —No vas a ir a ninguna parte. —Lo siento, tengo que ir. Es algo urgente. Te lo explicaré mañana. —Tienes compromisos —le dijo muy serio—, tu amante tendrá que esperar. —No es nada de eso —repuso tranquila. —Ya veo. Entonces, ¿sabe tu Roger que estás casada? —No es mi Roger. Y no, no lo sabe. Por favor, déjame pasar.
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Se interrumpió al ver el helado desdén en sus ojos. A toda prisa pasó a su lado, cruzó el vestíbulo con el vestido enredándosele en las piernas y olvidó la capa. La casa era un caos y Kate se quedó consternada cuando lo vio. En el tejado se había hecho un agujero y por allí entraban chorros de agua en el estudio. Oyó voces en la parte de arriba, en la buhardilla. Había apoyada una escalera de bombero sobre el muro exterior y, mientras observaba, cayó una manta de plástico a través de las ventanas, impidiendo que entrara la débil luz de las farolas. En la repentina oscuridad, Kate se preguntó si se atrevería a encender la luz. Se acercó a la puerta con la intención de encontrar a Roger, pero resbaló en el suelo mojado y cayó dándose contra uno de los sofás; sintió un agudo dolor en el hombro. Se puso de pie y fue hasta el pasillo, donde se encontraba la escalera, apoyada en un claro en el techo. —¿Roger?—gritó. —¿Kate? —Aquí estoy, pero no puedo ver nada. ¿Puedo encender una luz? —¡No! Tendríamos un apagón. Espera un minuto, ahora bajo. ella.
El rayo de luz de una linterna apareció cuando Roger bajó para reunirse con —Me alegro de verte, ven.
Se dirigieron al estudio, donde Roger encendió una linterna portátil y la puso en el alféizar de la ventana. Kate no podía creer todo el desorden con el que se encontró. Había agua sucia por todas partes. Los sofás, sillas y cojines estaban empapados y llenos de barro. Le dieron ganas de llorar, ya que no sabían por dónde empezar. Roger había puesto baldes para recoger el agua, pero en ese momento ya se estaban derramando. Y entonces, vio el busto de Blake. El trapo con el que lo había tapado, estaba mojado y se pegaba húmedo al perfil de su cara. El ver la cabeza de Blake en toda esa mugre le produjo un ataque de histeria. Comenzó a reír sin poder parar y Roger la miró asombrado. —Basta, Kate, tenemos que darnos prisa si quieres salvar algo. —Lo siento, en realidad no es gracioso —dijo, dejando bruscamente de reír—. Me ha parecido tan terrible durante un momento que yo… bueno, no importa. Apresurémonos. Fue un trabajo pesadísimo y no descansaron en horas. Con mantas y trapos comenzaron a secar el agua. Una hora después, cesó la lluvia y abrieron las ventanas. Cuando terminaron a Kate le dolían todos los músculos del cuerpo. Si lo hubieran dejado para la mañana siguiente, tal vez el techo de abajo se hubiera caído también. Estaba empezando a amanecer cuando Roger le abrió a Kate la puerta para que saliera. Los dos estaban demasiado cansados para hablar, sólo se saludaron con un movimiento de cabeza. Kate se dejó caer en el asiento trasero de un taxi que Roger le pidió y trató de mantenerse despierta hasta llegar a casa. En el ascensor, se quitó las
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empapadas botas y se arremangó los pantalones andando de puntillas por el apartamento hasta llegar a su habitación. Al ir a encender la luz, notó de pronto que no estaba sola. —¿Así que has decidido no pasar la noche allí, después de todo?—le preguntó Blake. Se encendió la luz y ella le vio parado al lado de la ventana. La recorrió con la mirada y al ver su alborotado cabello, el empapado suéter y los vaqueros que se le pegaban al cuerpo, el burlón desdén se transformó en furia. —¿Te ha agotado, verdad? —Por favor Blake, ¿no podemos dejar las explicaciones para mañana? —No estoy interesado en que me des explicaciones. Sólo he esperado para obtener un poco de lo mismo que tu Roger ha disfrutado esta noche. —No, Blake —le dijo con debilidad—, no se trata de nada de eso, de veras. Te lo explicaré si tengo que hacerlo, pero estoy muy cansada. —Pues, me temo que tendrás que soportar un poco más. Kate se alejó de él, estaba furioso. Se echó hacia atrás, asustada, y trató de alcanzar la puerta, pero él fue demasiado rápido. Le agarró los brazos y la arrojó sobre la cama; el impacto la hizo perder la respiración. —Por favor, Blake —le rogó con mirada suplicante. —Tienes miedo, ¿verdad? Él respiraba pesadamente, todo su cuerpo temblaba y, de pronto, ella tuvo miedo, contuvo la respiración y abrió los ojos desorbitadamente. Arrodillado sobre ella en la cama, le bajó la cremallera de los vaqueros y se los quitó. La abrazó con fuerza, se quitó luego él la ropa y la forzó a hacer el amor. A pesar del susto, en lo profundo de su ser, Kate pudo sentir una respuesta involuntaria, una ola de deseo, mientras estaba sin moverse y sin poderle quitar los ojos de encima, como hipnotizada por la pasión de él. Había perdido completamente todo tipo de control al dejarse llevar por la pasión sin poderlo evitar. Por fin la miró con un gesto de autocompasión y de odio a sí mismo, antes de ponerse de pie. —Espero que te sientas halagada —le dijo con voz vacía y desolada—. Eres la única mujer que me ha hecho perder el control.
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Capítulo 12 Kate entró en el Hotel Ritz, por la entrada de Piccadilly. El vestíbulo, cubierto de espejos dorados, estaba atestado de gente y frente a ella, en el estrado, se llevaba a cabo la ceremonia del té de Palm Court. En la recepción, el portero le sonrió con amabilidad. —¿La señora Templeton? Ah, sí, la señora la está esperando. Salió del ascensor y se volvió a preguntar qué la había impulsado a aceptar la invitación de su madre. Había pasado una semana desde la horrible noche de la tormenta y, a la mañana siguiente, se había mudado al estudio. Roger y Liz no le hicieron preguntas, sólo le llevaron tazas de té mientras trabajaba intentando hacer más habitable el apartamento. El ir de compras le costó mucho esfuerzo. Pero durmió por fin durante la tercera noche; el agotamiento se sobrepuso a los temblores de su mente y su cuerpo. De Blake, no tenía noticias. Llamó con suavidad a la puerta de madera y, un momento después, se encontró cara a cara con su madre. La primera reacción de Kate fue de sorpresa. Su madre había cambiado. Había engordado y el sencillo vestido de pliegues que llevaba no podía ocultarlo. También sus ojos parecían más vulnerables en su cara, con su terso cutis de niña. Las dos mujeres se miraron una a la otra, y luego Bella Howard se volvió y la precedió por el estrecho pasillo al lujoso saloncito. —¿Quieres sentarte? Se hizo un silencio en el que Kate se sintió incómoda; había demasiados recuerdos dolorosos entre ellas para poder tener una conversación normal. —Voy a ser muy directa —le comentó su madre por fin—. Te he pedido que vinieras porque Blake ha amenazado con quitarme mi pensión a menos de que te dé cierta información acerca… de nuestras relaciones. —Olvídalo, madre —le dijo Kate poniéndose de pie—. Escríbemelo todo y envíamelo. Después le podrás decir a Blake que lo has hecho. —No… Kate, por favor. Escúchame. Kate se volvió, sorprendida. No recordaba que su madre la hubiera llamado nunca Kate. Se quedó quieta y esperó. —No es fácil para mí hablar de ello. Tal vez debería decirte primero que ahora estoy casada. Mi marido y yo vivimos en Río. Esa es la razón por la que Blake no me pudo encontrar cuando fue a Nueva York hace unas semanas. Yo… bueno… no le había dicho que me había cambiado. Me gustaría que te sentaras —le pidió. De mala gana, Kate se sentó frente a su madre y Bella comenzó a hablar, alisando nerviosa el pañuelo que tenía entre los dedos.
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—Me enamoré de Blake la primera vez que le vi. Era todo lo que soñé que podía ser un hombre, y le deseé con desesperación. Cuando me rechazó, estaba segura de que era por lealtad a tu padre. Así que decidí que la única forma de conseguirle era terminando mi matrimonio. Cuando Blake supo que yo había abandonado a tu padre, se horrorizó. Me dijo que no me quería y que jamás me desearía. Así que me fui. Tragó saliva dolorosamente y continuó. —Cuando tu padre estaba moribundo, regresé, convencida de que Blake cambiaría de opinión después de la muerte de tu padre y me diría al fin que me quería. El día antes del entierro, fue a verme y me dijo que se iba a casar contigo. Yo me volví loca, le rogué que me diera una oportunidad, pero de nada sirvió. A quien quería era a ti… a mi propia hija. Cuando se fue, juré vengarme de él haciéndole sufrir tanto como yo había sufrido. Kate la escuchaba en silencio y su madre prosiguió: —Y tuve mi oportunidad. Cuando el año pasado vinimos a Europa, fui al sur a verte. Esa mañana… te dije que le había visto, y así fue. Pero él no me vio. Bajó la escalera corriendo y durante un momento vi su rostro. Parecía muy joven y jubilosamente feliz; ¡quise matarle! Después de que tú te fuiste, regresó. Estaba subiendo la escalera cuando le alcancé y le dije que te habías ido. Vi que la felicidad moría en su rostro; cuando terminé, parecía que había envejecido diez años. —Madre, ¿qué le dijiste?—le pidió Kate. —Le dije que habías ido a reunirte con du Bois. Le dije que su forma de hacer el amor te había resultado repulsiva, que su pasión animal te había aterrorizado, que no soportabas su contacto y que no querías volver a verle. Kate se puso pálida por sus palabras, y de pronto sintió que se iba a desmayar. Su madre comenzó a llorar de forma patética, reprimiendo los sollozos en su pañuelo. —No entiendes —sollozó—. Yo le quería. No podía soportar perderle. Esperaba que viniera a mí después, pero no lo hizo. Se volvió a mirar a Kate con la cara llena de lágrimas. —Él enloqueció… creí que iba a matarme. Huí. No sabía que podía ser así, tan violento, odioso. Llamaron a la puerta. Un camarero entró con un carrito con té, tostadas y pasteles. —Ah, el té —dijo su madre animada. más.
—Siento no poder quedarme. Adiós —se despidió Kate, sin poder quedarse allí
Al salir del Ritz, paseó por Piccadilly, por Haymarket, atravesó la plaza Trafalgar hasta Embankment. Cruzó el río y se sentó fuera del Festival Hall, fijando los ojos en el Támesis.
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Oscurecía y la gente volvía del trabajo a sus hogares. Lentamente, se le fue pasando la agitación. Supuso que ya que sabía que Blake jamás había querido a su madre, debería sentirse feliz. Pero parecía no poder sentir nada. Por fin había muerto en ella el odio que le tenía a su madre. Al volver a verla, Kate sintió que los papeles cambiaban, que ella parecía la madre y su madre la hija, egoísta y cruel, a quien había que compadecer en vez de temer. Kate estaba helada de frío cuando por fin llegó a casa. Todo estaba a oscuras y el reloj de pie de Liz dio las doce de la noche mientras subía por la escalera. Encendió la luz y se quedó mirando el busto de Blake. Le llegó el olor del humo de un puro de la puerta de la habitación y, antes de volverse, supo de quién se trataba. —Es muy bueno —le dijo Blake en voz baja—. Dime el precio. —No está en venta —replicó ella—. ¿Cómo me has encontrado? —A través de Porter. Cogió el nombre de Roger y el número la noche que telefoneó. Y Liz me ha dejado entrar cuando Roger y ella se han ido a la cama. Iba vestido con unos entallados pantalones grises y un jersey claro de lana fina. Estaba pálido y parecía agotado. —¿Qué quieres, Blake? —A ti. Te advertí que no te escaparas, Kate. —No me escapé, simplemente me tuve que ir. —¿Por lo sucedido… porque te violé? —No. Estabas enfadado y perdiste el control. No es tan extraño. —Entonces, ¿por qué te fuiste? Me quieres, Kate. Se ve en ese busto, todo… el egoísmo, la crueldad, pero también el… amor. —Sí, te quiero, pero ya se me pasará. Se quedó quieto, inmóvil, y Kate deseó que se fuera. —¿Has visto a tu madre?—le preguntó de pronto. —Sí. —¿Y? —Me ha dicho que la has obligado a decírmelo, pero eso no cambia nada. —¿Por qué no?—le preguntó acercándose a ella y poniéndole las manos en los hombros—. Cielos, Kate, estás helada. ¿Donde has estado? ¿No hay calefacción aquí? —Se controla desde el apartamento de abajo y se apaga sola por la noche. —¿Tienes un calentador eléctrico? Ella negó con la cabeza y él lanzó una maldición en voz baja.
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Alexander, Susan – Esposo temporal
—Enseguida te darás una ducha caliente y te irás a la cama. Ven —insistió al ver que ella no se movía. Kate estaba completamente agotada, fue a la habitación, se desnudó y luego se dio una ducha. Al contacto del agua caliente, comenzó a temblar y empezó a escocerle la piel, pero, poco a poco, fue relajándose. Se envolvió con una toalla, volvió a la habitación y se encontró con que Blake la estaba esperando. Sin decir nada, comenzó a secarla con la toalla de forma eficiente, para mejorar su circulación. De pronto, Kate se encogió cuando le rozó las piernas. Él se detuvo y la miró a la cara. —Yo terminaré —le dijo incómoda. Le quitó la toalla y Blake vio que tenía los muslos con cardenales. —Cielos, ¿te hice yo eso? —Parece peor de lo que es —le dijo con débil sonrisa al ver su gesto de horror. Él se agachó y le acarició los muslos con los dedos, lo cual hizo que Kate se ruborizara. —¿El camisón?—le preguntó Blake. Ella le indicó el cajón y él se lo puso, la cogió en brazos y la metió en la cama. La repentina frialdad de las sábanas hizo que empezara a temblar de nuevo, desapareció y volvió un momento después con una taza de leche humeante. Kate se sentó y se la tomó. —Gracias —susurró, todavía temblando de frío. Kate vio horrorizada que Blake comenzaba a desnudarse. —No, Blake, por favor, no… —Deja de balbucear. Tienes que calentarte enseguida. No te pongas histérica; esta noche no voy a forzarte. Él se metió con ella en la cama, la cubrió con su cuerpo, la abrazó y comenzó a transmitirle su calor. Kate fue relajándose poco a poco. Kate despertó al oír ruido de platos y sentir el olor del café. Blake apareció en ese momento, completamente vestido y con una bandeja en las manos. —Veo que todavía sé calcular bien el tiempo —le dijo, dejando sobre una silla la bandeja. Ella trató de levantarse, pero él la detuvo. —Esta mañana, el desayuno en la cama. Kate se incorporó y vio que había frito huevos y había salido a comprar pan tierno; el café con leche estaba caliente y muy cargado. —No tienes casi provisiones. Porter estaría horrorizado —le comentó Blake, comenzando a desayunar con apetito.
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Cuando terminaron de desayunar, él se levantó y empezó a pasear de un lado al otro de la pequeña habitación. —Kate, tenemos que hablar —empezó. —Si es acerca de que vuelva a Regent's park, la respuesta es no. Él se detuvo al lado de la cama. Se había afeitado pero seguía pálido, como si no hubiera dormido bien. De pronto se sentó y la abrazó, intentando besarla. Ella se puso rígida, sin entreabrir los labios, negándole la respuesta que había surgido en su cuerpo. Blake le sujetó la cabeza con las manos y le rozó la boca con la punta de la lengua, de forma sensual e inundándola de deseo. —No, Blake… por favor. —Es lo que los dos deseamos y lo vamos a tener… ahora, en este momento. Pensó que si cedía él pensaría que podía manipularla como quisiera y, por mucho que le quisiera no deseba volver a la vida de las semanas pasadas, viviendo íntimamente, pero como extraños. A toda prisa, se tiró de la cama, y corrió al estudio, donde se encerró con llave. Se hizo un silencio total en la otra habitación y Kate se preguntó qué estaría haciendo Blake. Por fin le oyó moverse. —Está bien, Kate, que sea como tú quieres. Me iré. Pero volveré dentro de quince minutos. No me dejes entrar si no quieres, pero tenemos que hablar alguna vez, y más vale que sea ahora. Oyó sus pasos bajar por la escalera y, un momento después, la puerta se cerró sin hacer casi ruido.
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Capítulo 13 El timbre de la puerta sonó exactamente media hora después. Blake parecía frío cuando se miraron el uno al otro antes de que ella le precediera al piso de arriba. Kate se había puesto unos vaqueros y un suéter de angora. Se quedó mirándole en el estudio. —¿Vas a quedarte con eso?—le preguntó Blake mirando el busto. —No —no podría vivir con él. —Entonces, ¿quién lo ha comprado? —Nadie. Lo he donado para una subasta en beneficio de una asociación para niños subnormales. —¿Qué tontería es esa? Si vamos a separamos, por supuesto que yo… —No, Blake, no lo harás. Quisiera darte las gracias, por… cuidarme anoche. —Soy tu marido. —¿Querías hablar, Blake? ¿Acerca de qué? A la luz del día pudo ver las ojeras de sus ojos, las canas en sus sienes y algunas pequeñas arrugas. —Digas lo que digas, Kate —dijo por fin—, los dos sabemos que podía haberte poseído hace un momento… sin resistencia. ¿Por qué tiene que terminar nuestro matrimonio si sientes lo que sientes? —Siempre pensamos que sería temporal. ¿Por qué quieres que siga? —¿Podemos olvidar mi punto de vista durante un momento y sólo hablar de tus razones? —No, no podemos. Quieres que otros se comprometan, pero tú no te comprometes. Desde el día que me casé contigo, jamás he sabido, lo que pensabas o sentías. Todavía no sé por qué te casaste conmigo. Para mí el matrimonio tiene un significado diferente que para ti. Y no voy a aceptar un marido que sólo me ofrezca dinero o… el uso de su cuerpo —titubeó—. Tienes razón, podías haberme poseído antes. Eres un amante sensible y con experiencia, y yo te deseo. Pero para mí, el deseo no es suficiente. Y si nos quedáramos juntos, pronto llegaría a odiarte y a odiarme a mí misma. Como ves, sí te quiero, pero no puedo aceptar lo que me ofreces. —Dices que tengo experiencia —repuso con lentitud—, pero no tengo experiencia en esa forma de amar… compartiendo. Siempre he mantenido a las personas a distancia. Hace años descubrí que podía ir más lejos solo. Las mujeres exigen tiempo y energía y eso podía hacer que avanzara yo más despacio; así que elegí pasar el tiempo con mujeres que entendieran lo que yo podía ofrecer. No mentí ni engañé, y no prometí nada que no pudiera cumplir. No tardé en encontrar que el dinero y el éxito significaban que podía conseguir a muchas personas que deseara. Y lo disfruté. No tenía anhelos de tener una esposa y una familia.
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No le estaba contando nada que ella no supiera desde hacía mucho tiempo. —Por supuesto que había cosas que no funcionaban. La… intimidad con mujeres se volvía poco a poco repetitiva y comencé a sentir una gran soledad. En realidad, jamás he podido dormir en la misma cama con ninguna mujer. Esa intimidad me era detestable. Eres la única mujer con quien he pasado la noche —dijo, volviendo la cabeza para mirarla. Dio unos pasos por la habitación y prosiguió: —Y luego, una Navidad, se derrumbó como un castillo de naipes toda mi vida, cuidadosamente organizada. Creo que sabes lo mucho que respetaba y admiraba a tu padre. Nos conocimos por accidente en una subasta de arte. Yo no tengo muchos amigos íntimos y, durante muchos años, tu padre estuvo más cerca de mí que cualquier otro hombre. Tal vez yo era para él un poco el hijo que nunca había tenido. Por supuesto que siempre me daba consejos, afecto y apoyo. Ese año pasaba yo la Navidad con vosotros dos. Sucedió la mañana que decorábamos el árbol. Tú estabas en la escalera y tratabas de colocar el ángel en lo alto. Nos reíamos, te provoqué a que lo hicieras. De pronto, resbalaste, caíste sobre mí y nos derrumbamos sobre el sofá. Yo trataba de que no sintieras la caída, cuando me vi poseído por el deseo más urgente e intenso que jamás había conocido. Se detuvo recordando. —Me quedé pasmado, horrorizado, convencido de que mis apetitos sexuales se estaban pervirtiendo —dijo ruborizándose—. Tú sólo tenías catorce años. Kate recordó ese día. Se había avergonzado porque Blake se había puesto rojo y de pronto se había marchado. —Visité amistades con hijas adolescentes para probarme, pero sólo eran niñas para mí. Se acercó a la ventana y miró hacia afuera. —Tu padre lo adivinó casi enseguida y se preocupó mucho por ti. Él conocía mi estilo de vida mejor que nadie. Durante años me había visto con una y otra mujer, lo cual se convirtió en objeto de chistes entre nosotros. Así que tenía buenas razones para preocuparse. Al final, te alejó de mí, primero llevándote al internado y luego a París. Y yo estaba seguro, todo el tiempo, de que una aventura ligera contigo me curaría. Estaba convencido, y también tu padre, de que sufría de una especie de obsesión sexual. Se volvió y comenzó de nuevo a pasear, Kate estaba inmóvil. —Mientras estuviste en París, fui a verte. Nunca tuviste ningún guardaespaldas, era yo. Y te vi con tu du Bois. Los celos que sentí entonces eran tan agudos, que supe que lo que sentía por ti no era sólo un enamoramiento. No podía soportar pensar que quisieras a otro hombre y estaba aterrorizado de que pudieras casarte con du Bois en secreto y te perdiera para siempre. Pero tu padre se mantuvo inflexible. Yo era demasiado viejo, y tenía muchas mañas para hacerte feliz. Tú eras demasiado joven para escoger marido. Y, por supuesto, tenía razón. Luego tu padre
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enfermó y mi única preocupación fue ayudarle. Casi al final, vi un camino para apoderarme de lo que quería. Hablaba con gravedad, absorto en sus recuerdos. —Le ofrecí pagar sus deudas y mantener a tu madre durante el resto de su vida, si daba su consentimiento para que nos casáramos. Lo demás, ya lo sabes. En Francia encontré cada vez más difícil estar lejos de ti. Cuando me ofreciste… lo que yo tanto deseaba, toda mi experiencia me abandonó. Temí perder el control y hacerte daño en mi desesperado deseo de ti. Y entonces, te encontré apasionada y sensible. Contigo encontré un júbilo y una cercanía que nunca había conocido. Carraspeó para aclararse la garganta. —Por la mañana, te dejé dormida y salí con prisa para hacer nuevos arreglos para mi horario de trabajo, resuelto a llevarte a una verdadera luna de miel para poder estar a solas contigo. Hizo una larga pausa y Kate contuvo la respiración, deseando que siguiera. —Cuando regresé y descubrí que te habías ido… creí enloquecer y los meses que siguieron fueron los peores que he vivido. Cuando nos volvimos a encontrar, estaba desesperado, frenético de tenerte conmigo. Así que te intimidé y amenacé. Se volvió a mirarla. —Y eso también salió mal, ¿verdad?—le preguntó con ironía. Cuando terminó, Kate se quedó absorta, atrapada en una red de palabras y sentimientos que le dificultaban pensar. ¿Qué significaba todo eso? Seguía sin saber realmente cuáles eran sus sentimientos hacia ella. No había hecho ninguna mención al amor. Se levantó, se acercó a la ventana y, por fin, habló: —Si yo volviera ahora, Blake, ¿cuánto tiempo crees que tardarías en cansarte de mí y deshacerte de tu obsesión sexual? Al ver que no contestaba, se volvió para mirarle. Tenía la cara demacrada y los ojos llenos de dolor. —¿No has entendido, verdad?—le preguntó. —Creo que sí. Durante varios años has sufrido una especie de… obsesión conmigo y quieres que vuelva, hasta que se te pase. —¿Me estás arrojando los sentimientos a la cara… para castigarme? —¿Qué sentimientos, Blake? Se volvió a mirarla, con los ojos ardientes de amor, rogando que le entendiera. Ella sonrió lentamente, con los ojos empañados por las lágrimas. —Dilo, Blake. —Pero si ya lo sabes, Kate. —¿Lo sé?
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—Maldición, te quiero. Te adoro con locura… —Oh, Blake, tonto —dijo corriendo a sus brazos. Durante varios minutos permanecieron abrazados, conteniendo la pasión y emoción que les embargaba, sólo profundamente agradecidos en su abrazo. Por fin, Blake la soltó y se sentaron el uno junto al otro, con las manos entrelazadas y los rostros radiantes. —Blake, ¿por qué no me has dicho todo esto hace mucho tiempo? —¿Cómo podía decirte mis sentimientos si constantemente me decías lo mucho que querías a otro hombre? —Pero, después… cuando volví, esa primera noche, ¿por qué no me dijiste la verdad acerca… de ti y de mi madre? —Podías haberme creído, pero creo que te habrían quedado dudas siempre. Tenías que oírlo de ella. Por eso fui a Nueva York esa primera mañana, para encontrarla. Kate se puso de pie y evitó los ojos de él. —¿Por qué fuiste tan cruel conmigo… acerca de lo de nuestro hijo, Blake? Parecías odiarme. Si me hubieras querido, habríamos podido llorarle juntos. —Es difícil de explicar. No estoy seguro de entenderlo yo mismo. Fue un choque saber que habías decidido tener a nuestro hijo sin decírmelo. Parecía demostrar, de alguna manera, que no me querías. Y me sentí herido, así que me desquité contigo. ¿Puedes entenderlo y perdonarme? Ella permaneció inmóvil, mirándole. —No soy un ángel, Kate. Y el quererte y necesitarte, no cambiará eso. Soy de temperamento ardiente. En ocasiones, dejo que mis pasiones me arrastren… parece ser que sobre todo contigo. Tal vez con el tiempo me cambies, me hagas más responsable. Mm…—musitó besándola—. Como ves, te metes debajo de mi piel. Me he asustado de lo mucho que me afectas. Eso hace que me sienta vulnerable. ¿Lo entiendes amor mío? —Pero el queremos el uno al otro… el necesitarnos, eso todavía es para mí sólo una parte. Lo que te he dicho antes acerca de querer más, sigue siendo cierto. El matrimonio para mi también significa hijos… un hogar, un futuro. Y sé que eso no está en tus planes. —¿Y quién te ha dicho que no deseo un hogar e hijos?—le preguntó Blake. Echó la cabeza para atrás y se quedó mirándole. —Me lo imaginaba. Esa es otra de las maldades de tu madre, ¿verdad? Ella asintió y él la hizo sentarse en el sofá, enlazándola con sus brazos, como si jamás fuera a dejarla macharse. —Para muchos hombres, un hogar y unos hijos no tienen ningún interés, sino hasta que conocen a la mujer con la que de pronto les parece importante. Es cierto, jamás había pensado en tener hijos hasta que te empecé a querer. Pero ahora es
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distinto. Quiero tus hijos, tuyos y míos. Quiero muchas niñas que se parezcan a su madre y que me adoren —dijo acariciándole el pelo amorosamente. —¿Estás realmente seguro de todo esto? Las últimas semanas has estado tan… lejano… —Querida, cuando volviste a mí, estabas completamente cambiada. El año anterior hice el amor con una muchacha salvaje y apasionada. No estaba preparado para una mujer extrañamente madura, aún más deseable. Quería demostrarte que podía ser un marido considerado, sin exigencias. Pero había otra cosa. Las palabras de tu madre me seguían persiguiendo. No estaba seguro de que tú… —No —le interrumpió apasionada—. Debías haber sabido que yo no podría… —Me pregunto si quieres decir lo que pienso. Mírame —le ordenó, levantándole la cara para mirarle fijamente—. Ni siquiera ahora has comprendido cuánto te quiero, ¿verdad? Desde nuestro matrimonio, no ha habido nadie más. Antes, por supuesto que ha habido otras mujeres, pero, en los últimos años, no tenía sentido, quedaba insatisfecho y terriblemente solo. Después de que hiciéramos el amor el año pasado, no podía ir con ninguna otra mujer. Así que la respuesta es no. Kate le atrajo hacia sí, le besó lenta y amorosamente, apartando la boca de la suya de mala gana. —Como ves, amor mío, hay una ventaja de que sea mayor que tú. Puedo controlar mis… necesidades, si es necesario. Jamás había podido hablar contigo acerca de esto, pero tu padre tenía otra preocupación acerca de nuestro matrimonio. Sé que tu madre se ha portado bastante mal. Pero, por alguna extraña razón, siempre he sentido compasión por ella —dijo estrechándola entre sus brazos—. Sabes que quise a tu padre mucho, pero la vida de tu madre no fue fácil con él. Kate se puso rígida de pronto. —Calla, deja que termine. Por supuesto que la adoraba, pero tu madre era una mujer con muchas necesidades sexuales, y creo que eso no lo compartía tu padre. Por eso le permitió tener… esa aventura antes de que le dejara por fin. Pero, como ves, eso le atemorizó más por ti. Como yo soy bastante mayor, temió que tú sufrieras de la misma manera. Esa es otra razón, por la que… decidí que encontraras satisfacción conmigo. Kate no dijo nada, pero luego, una maliciosa sonrisa iluminó su rostro. —¿Tengo fuertes necesidades sexuales?—le preguntó con picardía. —Eres una descarada —contestó Blake con severidad. —Sean cuales sean mis necesidades sexuales —se burló—, me costará trabajo seguir tus pasos. —Por lo menos puedo prometerte que no te aburrirás. Estarás demasiado ocupada. Viajarás muchas veces conmigo, llevarás nuestra casa, y con todas esas hijas que vas a tener… —Insisto en un hijo… para que me adore.
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—Puedes estar segura de que haré todo lo posible para que no tengas tiempo de atender a todos los hombres que haya a tu alrededor, que tratarán de alejarte de mí. El año pasado supe que Earl sólo era el primero. —Tonterías —dijo desdeñosa—. Earl no intentó nada conmigo. —¿Ah, no? ¿Y qué fueron todos esos arrumacos en la oscuridad? —Blake… el año pasado, ¿por qué me ofreciste mi libertad? ¿Por qué estabas dispuesto a que me fuera, si me querías? —Insistes en seguir, ¿verdad? No estoy seguro de que me guste poner al descubierto mi alma para que la inspecciones. —No estás contestando a mi pregunta. —Mmmm… No tenía intenciones de dejar que te fueras. Decidí darte un poco de espacio para respirar, y todo… con la esperanza de que me echaras de menos. —Pero me dijiste que no nos volveríamos a ver. —Eso dije —asintió—, y lo dije en serio. Tal vez hubiera esperado toda una semana antes de ir en tu busca. —No tienes escrúpulos, ¿verdad? —No, no los tengo, y me alegra que lo sepas. Por lo que a ti se refiere, querida mía, ni siquiera soy razonable. Mi necesidad de ti es tan fuerte, mi amor es tan profundo, que jamás podría volver al… desierto de la soledad sin ti. Eres mía y jamás dejaré que te vayas —terminó, abrazándola con fuerza y enterrando la cara entre su pelo. Kate se quedó quieta en sus brazos, con una sensación de cercanía en su corazón que casi la asustó por su intensidad. De pronto se dio cuenta, con una abrumadora seguridad, de que su sitio estaba a su lado… para siempre. Y luego él se levantó y sonrió feliz. —Jovencita, ya me has hecho bastantes preguntas. Hablas demasiado, y yo no soy tan adicto a las palabras, prefiero la acción. Ven aquí. Seguidamente, la cogió amorosamente entre sus brazos y se dirigió a la habitación.
Fin
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