“LAS COLUMNAS DE HÉRCULES FUERON TESTIGOS, Y LOS DIOSES JURARON QUE JAMÁS VOLVERÍAN A CONTENER LAS AGUAS DEL OCÉANO, PARA QUE EL HOMBRE PUDIERA COMENZAR DE NUEVO EN LA TIERRA.
Y ASÍ EMPEZÓ A ESCRIBIRSE LA HISTORIA DE...”.
el messiniense (Prólogo “De una Isla del Mediterráneo”)
el messiniense ( Prólogo “De una isla del Mediterráneo ) Autor: © José J. Méndez, 2017 Diseño y maquetación: JJMG Impresión digital: Bubok Portada: European Southern Observatory / L. Calçada
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I Luna EL DESPERTAR Había transcurrido un largo tiempo desde que Badar se encontraba en otro paisaje totalmente diferente. Había sido arrebatado de un espacio distinto, un lugar lleno de árboles, de seres diferentes, de montañas y valles cargados de vida, pero sobre todo de ríos y de mares que lo cubrían todo, incluso más allá donde la vista no llegaba. Pero también era un lugar de paso, un camino que los seres vivos utilizaban desde hacia mucho tiempo para continuar con su supervivencia, huyendo de otra tierra que había sido como esta, verde, esplendorosa y acogedora, pero que ahora se estaba desecando y quedando sin alimento. Pero en aquella situación extraordinaria y evidentemente delicada, Badar sintió que su camino no había acabado y que solo se encontraba fuera de él por
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caprichos del destino, al haber sido arrastrado de repente por un gigantesco tsunami de agua salada que en aquellos días atravesó aquel paso natural, donde a un lado se podía contemplar el mar inmenso, embravecido y abriéndose camino entre los valles y pequeñas montañas que lo contenían, y por otro lado un impresionante salto al vacío hacia un desértico mar salobre que se encontraba a miles de pies por debajo del paso, el Tethys. La altura y la sensación de dificultad para poder salir del aquella inmensa planicie desértica y salada, eran sin lugar a dudas estremecedoras; dos enormes grietas se abrían vertiginosamente en el camino, haciendo dificultosa la circulación a todo ser vivo que atravesara el estrecho por aquellos días, y la caída hacia la profundidad del mismo, fue todo un acontecimiento de dificultades y de sorpresas que jamás olvidaría. Estaba a punto de realizar un camino de iniciación que sería recordado durante generaciones. Y esta es su historia
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LA GRAN OLA Todo ocurrió de repente, poco tiempo después que la tierra temblara nuevamente y durante mucho tiempo, pero en esta ocasión con inusitada violencia, produciendo que en aquel camino de tránsito donde circulaban miles de especies, se repitieran movimientos importantes de tierra que pusieron en alerta a todos los seres vivos. En aquella ocasión tras el temblor, la confusión se adueñó del ambiente, y la paralización de la naturaleza se evidenció bajo un silencio estremecedor de tal magnitud, que ni las aves del bosque se atrevieron a soltar sonido alguno. Fue entonces cuando, sin apenas tener tiempo de saber el origen, se desató una carrera de huida como jamás se había producido en la Tierra. Miles de especies de toda clase que atravesaban el polvoriento camino del estrecho, incluyendo las aves que levantando el vuelo, aceleraron la marcha hacia la “tierra de las hierbas”, huyendo de las áridas
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extensiones del seco continente y de un acontecimiento inminente. Guiados por la intuición de un peligro a punto de ocurrir, todas las especies comenzaron a buscar el mejor refugio que podían encontrar para protegerse, aunque el éxito de la huida dependiera en aquel momento, de la velocidad con la que cada familia se pudiera desplazar para llegar al nuevo y muy cercano continente, antes de que ocurriera lo impredecible, lo inevitable y lo indescriptible. La enorme estampida imposibilitó a especies más pequeñas poder avanzar, con la lentitud que les caracterizaba, siendo prácticamente arrolladas en el intento por las más grandes, a escasos centenares de pies de la nueva tierra. Las más veloces y abundantes como los camellos, a duras penas podían sortear las enormes grietas que se estaban produciendo en aquel, su camino habitual durante miles de lunas, mientras los más pesados continuaban arrasando todo lo que encontraban en su camino. Los pocos arbustos de la ruta quedaron destrozados, y aquel destrozo marcaba el recorrido a los más rezagados, que aprovechaban aquella señal para intentar asegurar su tránsito. Los cañones producidos por las enormes grietas, se perdían en la profundidad del precipicio, y se habían convertido en lugares sensibles y muy peligrosos, ya que no respetaban la libre circulación de las especies al
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hacerse cada vez más pronunciados, y los movimientos de tierra que se producían en la zona, hizo tan inestable su perímetro que toda vida a su alrededor se encontraba en peligro. Pero la ruta de aquel paso estaba tan marcada y definida, que poco importaba a las especies el peligro, salvo seguir guiándose por la intuición, y salvar aquellos obstáculos naturales que la tierra estaba fraccionando en el camino. Aturdidos y asustados, Badar y su familia fueron recorriendo peligrosamente y con dificultad el paso, intentando alejarse de la estampida y de aquella estrecha senda, en el que cientos de especies se aglutinaban para pasar, no sin dificultad. La “tierra de las hierbas” se habían convertido de repente en un arca natural de salvación, llena de vida y de posibilidades, y que tan solo se encontraba a unos miles de pies frente a ellos. Pero la desesperación por pasar por aquel único camino que quedaba, produjo tal confusión y caos como jamás se había visto, hasta el punto que la violencia salió a flote aún entre las especies más pacíficas en un intento por sobrevivir. Un ligero silencio alertó a todos los animales, que durante unos segundos alzaron sus cabezas para escuchar, cuando de repente, enormes bandadas de aves de toda clase, colores y tamaño, emprendieron el vuelo en todas las direcciones dando el aviso a la fauna del estrecho que algo grande y devastador estaba a punto de llegar. Y ciertamente iba a ser así.
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Desde la lejanía del inmenso y profundo mar que se extendía hasta el infinito, Badar y su familia contemplaron una enorme ola que avanzaba impasible en la superficie en dirección a la estrecha ruta de tránsito, y con posibilidades de arrasar todo cuanto se pusiera en su camino. En ese momento, el agua de la costa retrocedió, dejando al descubierto parte del litoral escarpado, lleno de crustáceos y animales marinos pegados a sus agrietadas rocas. El silencio estremecedor se rompió, cuando un fuerte rugido de mar recorrió la costa del estrecho acompañado de la gran ola de destrucción que penetró a una velocidad vertiginosa por todo el litoral. Pocas fueron las montañas que se salvaron de la inundación y muy pocas fueron las especies de pezuña que lograron evitar ser arrastrados por aquella gran ola, hacia los barrancos agrietados. Badar y su familia vieron como el mar penetraba rápidamente en aquella cordillera de monte bajo, subiendo y bajando a capricho la intensidad de su fuerza, y dejando patente su delicada situación. Sin embargo el peligro de continuar observando la destrucción desde aquella cima, era evidente; la violencia desatada del agua rompía con tal fuerza, que agrietaba la costa, haciendo peligrar la estabilidad, no solo del litoral sino de todo el terreno que separaban aquellas dos tierras. La situación obligó a que Badar y su familia se fueran
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desplazando desesperadamente por el caos, intentado llegar a la “tierra de las hierbas”, con tan mala suerte que quedaron aislados entre las turbulentas aguas; un mal cálculo causante de su desgracia, entre otras causas. La fuerte riada acabó arrastrándolos a gran velocidad cientos de pies en dirección al precipicio, al tiempo que Badar fue arrancado del árbol y desplazado hacia la orilla, mientras su compañera y pequeña, sujetas entre las ramas del tronco, continuaban camino a una enorme sima que se había formado entre las grietas. Badar desesperado, solo pudo observar como su compañera y pequeña se alejaban de su lado hasta que al final desaparecieron engullidas por las aguas turbulentas. Durante unos instantes dejó de pensar y trató de desengancharse de la orilla deseando seguir la misma suerte que ellas, hecho que en pocos segundos se produjo. La fuerza de aquella avalancha de agua y lodo acabó arrastrándolo, siendo también succionado por la sima. Delgadas y secas raices colgaban por el interior del aquel gran y resbaladizo agujero a las que, por intuición y por miedo, se fue agarrando fuertemente a medida que el agua y las piedras golpeaban su cuerpo sin orden alguno. En aquella extraña caída, de roces, golpes y enredos de una anárquica naturaleza en descomposición, logró agarrarse a una de aquellas largas raíces hasta quedar sujeto cerca del tronco al que
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su compañera e hija iban sujetos, y que también quedó atascado en ellas. Estaba aterrorizado y angustiado por lo que estaba ocurriendo y casi no podía pensar, hasta que a media luz y entre una nebulosa de agua revuelta y sucia, pudo ver a su pequeña en un rincón de la pared de la sima, bajo un saliente y casi sin aliento. La pequeña apenas era irreconocible cubierta de barro y de heridas; aún así se encontraba protegida, como si alguien la hubiera colocado in extremis, con el cariño y la seguridad de que aquella tromba de naturaleza salvaje le hiciera el menor daño posible y tuviera la oportunidad de poder sobrevivir. Solo fueron unos segundos de observación antes de que el árbol atascado entre las raices se descolgara y se precipitara nuevamente al fondo de la sima. A duras penas podía sujetarse, y mientras pudo hacerlo, siguió observando a la pequeña intentando llamar su atención; aquella visión solo fue un instante, el suficiente como para extender el brazo y lanzar un grito desgarrador pronunciando su nombre, segundos antes de volver a caer de nuevo hacia la oscuridad de aquel interminable agujero. Lo siguiente que recordó Badar fue estar agarrado a una roca, dentro de una gran poza que daba al exterior de la sima. La corriente fluctuaba tan fuerte bajo sus pies, que apenas podía contener el aliento y los ojos abiertos, lo suficiente como para observar con desesperación donde había caído y las decenas de
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animales, algunos muertos y otros extenuados que flotaban casi inertes en aquella gran poza. Caballos, elefantes, cabras, camellos, antílopes, todos sin ninguna preferencia dando vueltas sin parar en aquella enorme poza. Atrapado en aquella gran poza, las dos gigantescas grietas del estrecho se habían hecho más profundas y estaban a punto de partir en dos aquel paso ancestral. Multitud de orificios en la ladera escupían el agua que había entrado voraz desde el océano, cayendo en cascada hacia el mar salino al que él parecía dirigirse sin remedio alguno. Solo unos segundos más, los suficientes para contemplar angustiado el paisaje de montañas de sal, de cañones subterráneos y de enormes lagos inertes, donde solo algunas aves se atrevían a cruzar el despejado cielo que dividía el valle. A su izquierda y en la lejanía, riscos llenos de vegetación e impresionantes saltos de agua que desaparecían a mitad de unas faldas de montaña extrañamente agrietadas, y a su derecha, apenas podía apreciar las sombras de las alejadas, secas y también agrietadas faldas de color tostado que sentenciaban haber estado durante mucho tiempo con ausencia total de agua. Dos paisajes totalmente diferentes que le recordaron durante unos segundos el motivo de su viaje. Bajo aquella situación Badar pensó que ya se había acabado su desgracia, cuando de repente fue engullido nuevamente por la corriente que en tobogán, acabó
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llevándolo definitivamente a la profundidad de un enorme y oscuro lago salado, cuyas aguas revueltas salpicaban con fuerza en el fondo de aquel barranco. Tras la caída y extenuado, a duras penas pudo agarrarse a los restos de un árbol que flotaba en el fondo de aquella poza, curiosamente el mismo árbol que condujo a su compañera y a su pequeña a la desgracia, y que a él le llevaría corriente abajo, varios miles de pies al interior del desierto salado. Un corto, pero intenso y turbulento viaje del que no recordaría casi nada, hasta que despertó encallado en el suelo salado. La suerte quiso que aquel tronco quedara atascado en el borde de una de aquellas profundas grietas del fondo salino, donde las aguas desaparecieron radicalmente a través de la oscuridad de su garganta. Su viaje al desierto del Tethys había empezado.
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EN EL DESIERTO DEL MAR DE TETHYS El calor era tan insoportable como la soledad que desprendía aquel lugar desértico. El Mar de Tethys había dejado de producir vida hacía miles de lunas, y aquella enorme masa de subsuelo marino se había convertido en un terrible desierto salado, que
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condicionaba el ecosistema del lugar; todo un castigo que Pangea le hizo padecer por haberla roto a trozos desde el principio de los tiempos. El olvidado mar azul que había sido regado por diferentes océanos, ahora era una inmensa ciénaga de sal y enormes lagunas estancadas que dominaban todo lo que el ojo podía alcanzar a ver. Atrás quedaba en la lejanía la estruendosa pared humedecida por los impresionantes caudales de agua que se habían formado, y un salvaje torrente que dejó por el camino miles de víctimas de especies atrapadas e impotentes para luchar contra las fuerzas de aquella sentenciadora naturaleza. Desde pesados hipopótamos y elefantes, a ligeros camellos y antílopes, todos se habían convertido en alimento en descomposición para las aves de rapiña que pelaban por asegurar su trozo de carne, a cual más grande. Aquel paisaje desolado, estaba carente de aire fresco y de movimiento, y desprendía un fuerte olor a salobre y a putrefacción. En la lejanía y rodeando el lugar, fantasmales y agrietados macizos montañosos formaban un gigantesco recinto cerrado de muerte, abandono y silencio, solo roto por los fuertes crujidos de aquellas amenazantes paredes que se estaban abriendo cada vez más en el estrecho, y los ensordecedores saltos de agua, tierra y piedras que confundían el oído más tosco que pudiera existir sobre aquel lugar.
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Abandonado por sus sentidos, aquellos que había disfrutado hasta hacía unos instantes junto con los seres que más quería, Badar caminó como pudo hasta la extenuación, tratando de alejarse de aquel peligroso ambiente, y sin esperanza de encontrar nada que pudiera aliviar su dolor interno. Un barro gris cubría su cuerpo, su boca y piel resecados y las plantas de sus pies llenas de numerosas callosidades, apenas podían soportar aquel terreno ardiente, lleno de piedras y sal cortantes como el cristal. Debía alejarse rápidamente de aquel terreno peligroso sino quería morir de inanición. En aquella situación tenía miedo de acercarse a los pequeños charcos musgosos, llenos de insectos y animales extraños que de repente surgían entre la oscuridad de sus sucias aguas, pero la necesidad de mojarse nuevamente, sobre todo sus pies y boca era más fuerte. Alargó la mano hacia el agua quitando las apestosas y musgosas algas que flotaban sobre su superficie y se mojó de manera anárquica el cuerpo. Al acabar de mojarse, miró el reflejo del agua y se encontró de repente un rostro, el suyo; un rostro lleno de pelo todavía sucio y oscuro; también se miró las manos, los brazos y los pies con total extrañeza. Había perdido el sentido de su propia fisonomía homínida, y su conciencia animal había entrado en una profunda crisis de existencia, al plantearse nuevas percepciones emocionales que desconocía.
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Aquel aturdimiento hizo que Badar no fuera consciente de que el agua era tremendamente salada, así que continuó extendiendo el brazo hasta que pudo alcanzar con los nudillos el charco; apartó todo lo que flotaba sobre la superficie, que no era poco, y giró la mano para coger agua y beber. Pero al hacerlo, su garganta se cerró de golpe y empezó a toser y a gruñir enfadado, dando golpes en el agua con las manos y con los pies durante un buen rato, hasta que aquella indignación hizo espetar a través de su boca tan fuertes gritos de ansiedad al cielo, que acabó por calmar temporalmente las ansias de satisfacer la sed que tenía. Agotado, quedó sentado frente al charco, mirando con los ojos llorosos el agua turbia que se había formado, hasta que poco a poco los lodos volvieron a
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sumergirse en el fondo, dejando que un cierto cristalino surgiera de nuevo a su superficie. Con la cabeza gacha, estuvo un buen rato mirando sin mirar, pensando sin pensar, y respirando casi sin respirar, hasta que recobró nuevamente la consciencia. Entonces vio algo extraordinario, algo de sí mismo que le acercaba a comprender el momento que vivía; aquel agua excesivamente salobre e imposible de beber, en cierta manera le había limpiado el rostro y le permitió ver una realidad de la cual no había sido consciente hasta el momento. Su cara, su nariz, su cabeza y su boca, todo el perfil de su parte superior lo veía diferente, menos los ojos, que al mirarlos todavía podía ver reconocido en ellos su anterior vida. Cubierto de pelo, todas y cada una de las partes de su cuerpo le indicaban que sencillamente era un superviviente buscando salir de aquel infierno de naturaleza muerta; y aunque ya no se reconocía en su anterior naturaleza, fuera lo que fuera, estaba vivo. Durante los días siguientes siguió vagando por aquel paraje desértico, pero con el ansia añadida de sobrevivir y descubrir algo nuevo que le indicara que había posibilidades de recobrar la vida perdida. El viajero del Tethys comprobó que en aquella situación, el tiempo pasaba lentamente sin apenas notar que influyera sobre él, de igual modo que lo hacía sobre el paisaje que le rodeaba. Las distancias en aquel paraje se traducían en tiempo y espera, para comprobar que
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algo podría cambiar aquella circunstancia, pero lo que era evidente es que la única posibilidad de comprobar que algo pudiera cambiar, era caminar y salir de aquel lugar lo más rápido posible. Se acercaba el tiempo de las lluvias y del frío, y de vez en cuando el cielo descargaba su aviso, como insinuando que la transformación del entorno estaba cerca. Pero lo cierto es que la cruda realidad se imponía, cuando la lluvia paraba y aquellas primeras gotas de agua eran rápidamente absorbidas por la desecada corteza que cubría el terreno. En general las nubes seguían pasando de largo sobre su cabeza, y sus ojos las seguían como esperando el maná de un agua dulce y limpia que nunca llegaba. No sabía cuanto tiempo anduvo caminando, ni como pudo sobrevivir a la caída desde aquella impresionante muralla natural que en la lejanía parecía estar a punto de reventar; en aquellas circunstancias, a duras penas Badar podía contemplar como los impresionantes saltos de agua eran más pronunciados. Sin duda la irrupción de la gran ola sobre el estrecho que separaba los continentes, lo había perforado de tal manera, que estaba permitiendo fluir el océano por el con tanta fuerza que, en su larga caída levantaba un muro de tal densidad de polvo de agua que apenas se podía percibir lo que pasaba tras de si. El sonido resonaba con tanta fuerza en aquel estrecho, que el estruendo se podía escuchar retumbar
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a cientos de miles de pies de distancia. Badar comprendió que la belleza de aquella imagen era traicionera y llevaba consigo un peligro aún mayor que el que había sufrido él y su familia. No solo estaba en juego su vida, sino que todo cuanto sus ojos contemplaban en aquel momento en el desierto salado del Tethys podría cambiar de manera radical. Y su intuición le gritaba a voces que debía salir de allí de manera urgente. Pero se sentía demasiado cansado, ya que aquella estrepitosa caída le había debilitado tanto que apenas tenía fuerza para avanzar. Las imágenes y los recuerdos eran muy recientes y empezaron a tocar la puerta de su mente. Recuerdos que le hablaban del momento anterior, de un camino de esperanza truncado y de otra vida de la que fue protagonista junto a su pequeña y su compañera. Sentimientos y recuerdos que deseaba mantener vivos a toda costa para no perder la orientación ni la cabeza. Sólo las noches parecían ayudar a reconciliar su paz cuando, al observar las estrellas, las veía reflejadas sobre el desierto creando un solo cielo iluminado. En ese momento era cuando las recordaba entre lágrimas y percibía lo cerca que estaban de él, casi acariciándolas. Sólo de esta manera era capaz de cerrar sus ojos y dormir, restando importancia a todo los demás, a pesar del gélido frío de la noche.
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UNA FLOR EN EL DESIERTO SALADO Una de aquellas mañanas al despertar, antes de que saliera el sol, Badar creyó escuchar un fuerte ruido de agua diferente al eco de la ya lejana y húmeda pared que le escupió. Estaba todavía aturdido y en sus sentidos se mezclaban toda clase de fantasías, sonidos y ruidos, pero eso no le desanimó a marchar con más fuerza hacia aquel sonido. Tenía frente a él una escarpada y plana cordillera caliza que extendía su sombra hasta donde se encontraba; era el saliente de un lejano macizo montañoso, que recorrió durante un tiempo, mirando si
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entre aquella cordillera llena de grietas en su base hubiera una subida. Recorriendo las faldas de aquel macizo reseco y alimentándose de algas y de extraños y salados moluscos que apenas le calmaban el hambre, fue sobreviviendo. Se hacía imposible subir aquellas escarpadas faldas calcáreas, y llegar a la parte más verdosa que vislumbraba en su lejana cima, meta que se había convertido en su obsesión, y en su máxima dificultad, ya que la naturaleza salina parecía haber colocado una montaña sobre otra distinta. Era un saliente que en la lejanía se erguían tres elevaciones diferentes, pero solo una de ellas, la mayor y central, relucía en su meseta el verdor de vida más evidente, de ahí que su objetivo fuera alcanzar su cima con el fin de salir de allí lo más pronto posible. Su intuición le repetía una y otra vez y sin comprender el porqué, que debía salir rápido de allí, de aquella zona peligrosa. Durante un tiempo buscó aberturas accesibles entre las grietas de las laderas para poder subir, sobre todo entre las partes más bajas que le permitieran trepar, pero las dificultades eran insalvables. La base de aquella cordillera parecía haber sido formada al mismo tiempo y con el mismo patrón y medidas; además, el suelo que caminaba había sido erosionado por antiguas corrientes de agua, formando enormes grietas a modo de precipicios, grietas que le impedían avanzar hacia la meseta más baja de la cordillera, teniendo que volver a empezar un nuevo recorrido.
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Sus fuerzas se encontraban casi al límite y necesitaba cada vez más tiempo de descanso y de recuperación, pero aquel saliente majestuoso, que se levantaba frente al paisaje árido y desolado en el que estaba atrapado, se había convertido para Badar en el estímulo que necesitaba, al mirar la cima y vislumbrar la vida que de ella salía. En la verdosa lejanía de su cima, creyó ver multitud de vegetación y afluentes que caían al precipicio, y que volvían a desaparecer entre la escarpada y agrietada ladera, ligeramente inclinada a su base. Cientos de pájaros de mil colores y diferentes tamaños y familias, revoloteaban por los barrancos hasta elevarse sobre la cima que se erguía majestuosa por encima de las demás sobre aquel salino valle, como si de una flor en el desierto se tratara. No supo el tiempo que estuvo buscando el acceso, ni el camino que ando para encontrar alguna posibilidad de elevarse sobre aquel desierto, pero lo cierto es que fue recorriendo todo aquel brazo montañoso con la única esperanza de encontrar ese punto mágico que abriera camino a su esperanza. Pero las distancias sin duda eran demasiado grandes para seguir manteniendo las fuerzas, hasta que un día llegó a un lugar de subida, parecía accesible a través de una grieta de la ladera. Con mucha dificultad pudo trepar hasta lograr subir a la falda o sub-planicie, un enorme terreno calizo y también salobre donde se asentaba la montaña. Nada le indicaba que aquel terreno fuera a ser fácil de recorrer, de hecho se convirtió para el en un angustioso
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desierto de tierra y sal mezclada, cuyo terreno agrietado se iba rompiendo bajo sus pies a medida que avanzaba. La pesadumbre del sol y el cansancio, hacían que su acercamiento a la montaña fuera lento, hasta que la oscuridad se adueñaba del lugar y le obligaba a parar y descansar hasta el día siguiente. Aún así, en la penumbra, continuaba andando con la esperanza de poder despertarse cerca de la falda del macizo montañoso. Y así ocurrió una mañana, cuando al despertar se encontró muy cerca de ella, tanto que se adentró en un pequeño valle, lleno de montes bajos accesibles, y que la madrugada protegía del sol a través de las sombras que proyectaba. Caminó subiendo y bajando los montes y acercándose a un paisaje que parecía cambiar a medida que se adentraba; de vez en cuando el suelo salobre daba paso a la roca, cuyas concavidades guardaban restos de las lluvias, algo que aprovechaba para beber, a pesar de que aquella agua siempre conservaba un cierto gusto salobre imposible de evitar. A punto de quedarse sin aliento, al girar un risco, Badar escuchó por fin algo diferente que le recordó el sonido suave y armonioso del agua limpia. Como pudo se arrastró hasta voltear el risco, y a la falda de la montaña vio que el paisaje empezó a cambiar. Algunas de las paredes agrietadas de aquel lugar se encontraban llenas de musgo, como indicando que el agua estaba cerca, así que se acercó con precaución y volvió nuevamente a tocarlo, arrancando con los dedos un
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poco para metérselo a la boca, y al hacerlo sus ojos se abrieron de par en par; aquel era un musgo humedo ¡y además dulce!. Intentó comer un poco pero se hacía difícil conseguir tragarlo, así que continuó caminando. El ruido de agua se había hecho más intenso y lo percibía cercano. Nuevamente dejó llevarse y definitivamente dio rienda suelta a sus instintos, a su olfato y oido, así como a su vista; todo su cuerpo sintió la cercanía del agua dulce, y empezó a subir saltando de roca en roca, a medida que la humedad se hacía más patente. De vez en cuando aparecía entre las grietas de la roca pequeños helechos que le indicaban lo cerca que se encontraba.
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UN OASIS EN EL TETHYS Siguió subiendo la pendiente, hasta que detrás de unas enormes rocas pudo contemplar el bello paisaje que escondía aquel inhóspito paraje. Desde el entrante del desfiladero, brotaba una enorme catarata que salía de un agujero de la montaña y que caía a tierra desde una altura de casi mil pies. La catarata había formado un gran y profundo lago contenido por grandes piedras, cuya fuerza del agua había creado una oscura profundidad que daba a entender la fuerza y altura con la que caía. A su alrededor crecían enormes y jugosos helechos y su instinto no le dio tiempo para deleitarse en aquel paraje; así que salió corriendo para adentrarse en aquella ancha poza en forma de lago, y acercándose empezó a beber desesperadamente, al tiempo que golpeaba con las manos, con los brazos y con los pies el agua en un reflejo de alegría y desesperación.
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Durante un buen rato no quiso salir de aquella poza limpia pero fría. Estaba dispuesto a quedarse dentro durante todo el tiempo que fuera necesario, con el fin de satisfacer la necesidad de aquel líquido elemento; pero no estaba solo. En aquel oasis habían otros seres vivos supervivientes, que de igual modo se habían asentado en el lugar y estaban dispuestos a quedarse durante todo el tiempo que hiciera falta. Multitud de aves y pequeños animales de tierra, reponían sus fuerzas en los bordes de aquel oscuro lago, en una simbiosis natural que dejó a Badar tranquilo durante un tiempo. Mientras se encontraba disfrutando de aquel momento, de repente vio al otro lado de la poza un brusco chapoteo en el agua que salpicaba la orilla con violencia; era un enorme cocodrilo que surgió de repente entre la cortina del salto de agua, y que atrapó a una de aquellas aves entre sus fauces sorprendiendo a todos los animales que se encontraban bebiendo junto a Badar, que de un salto se alejó rápido y sorprendido de la orilla, tratando de evitar la amenaza. Sus sentidos nuevamente despiertos le volvieron a poner en guardia y a contener el entusiasmo, por lo que buscó un lugar elevado para descansar y observar la poza con mayor seguridad. Durante un par de días fue observando aquel extraño vergel aislado y alejado de cualquier selva cercana y accesible. La altura del risco de donde emanaba el agua era demasiado elevada y escarpada, así que el intento de subir por ella volvía a ser una aventura imposible, llena de peligro y dificultad.
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Tras alimentarse de pequeñas vayas y dulces helechos de la poza que le dieron fuerza para continuar, empezó a trepar por entre las rocas y se fue acercando a las secas raices que colgaban de la escarpada montaña. Verticales paredes impedían su paso y solo entre las grietas de las mismas podría encontrar cierta seguridad en la subida. Pero aquellas raices y paredes débiles y llenas de sal, no le permitían tener seguridad para subir, al desprenderse fácilmente e impedir agarrarse a ellas. Nuevamente volvió a la poza a recuperar fuerzas y a intentar encontrar otros caminos para poder subir, mientras el cocodrilo no parecía tener prisa, y recorría el perímetro de la poza buscando alimento vivo o muerto; era sin duda otro superviviente más de aquella transformación natural que estaba modificando la vida en aquel desecado valle, pero un superviviente sin posibilidades de huir, así que tenía todo el tiempo para controlar aquel inusual vergel. En aquella situación, Badar tenía sin duda más ventajas, ya que podía moverse con mucha más soltura, y esa era la única posibilidad de evitar aquella peligrosa situación. Tras algunos días de tranquilidad en la gran poza y de observación de los movimientos del cocodrilo, Badar descubrió que el enorme reptil tenía su guarida dentro de aquel salto de agua y estaba dispuesto a averiguar que es lo que se escondía tras la cortina líquida. Era uno de los pocos lugares que no había investigado, así que se acercó de madrugada y subió rápido a una roca
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elevada cercana al lateral de la catarata, esperando en silencio a que saliera el cocodrilo. Esperó durante un largo tiempo hasta que lentamente el reptil apareció nadando sobre la superficie de aquella oscura agua, realizando su recorrido matinal por la poza buscando nuevamente comida. Aprovechando la situación Badar se metió por uno de los laterales del salto de agua, y entre las rocas y la pared descubrió una grieta que se adentraba en la falda de la montaña, así que se introdujo en ella. Pero a medida que se introducía, la oscuridad se iba haciendo más evidente; sólo la cortina de agua permitía pasar la luz para que pudiera contemplar el interior de aquella misteriosa cueva, cuya profundidad parecía no tener fin. La grieta que también era elevada, cubría decenas de pies de altura, por lo que la ténue luz que atravesaba el salto de agua, permitía dejar ver su interior en condiciones de penumbra. Contemplando el paisaje cavernícola que tenía delante, entre la espesa nube de burbujas de la poza vio un movimiento de agua que se acercaba y de la cual sobresalían las pronunciadas escamas del cocodrilo que se acercaban a toda velocidad. Un salto brusco puso en alerta a Badar que apenas tuvo tiempo de reaccionar a la embestida del reptil, el cual trató de salir del agua para seguirlo entre las rocas. Mientras el cocodrilo intentaba alcanzar a Badar, un fuerte temblor hizo remover aquella grieta, de tal
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manera que empezaron a desprenderse rocas de la cueva y a cambiar la estructura de la misma, dejando casi bloqueada la entrada e impidiendo la salida del cocodrilo. Apenas Badar tuvo tiempo de salir de la cueva entre los huecos de las piedras para buscar refugio fuera, cuando aquel lugar empezó a sufrir nuevos temblores y desprendimientos, transformándola y cambiando con ello el ecosistema de la poza. Los desplazamientos de rocas habían abierto una brecha en el muro de piedras que contenían el agua de la poza, convirtiéndola en un estruendoso torrente de agua y piedras cayendo hacia la explanada salada del valle. Una fuerte corriente arrastraba todo lo que se ponía por delante, ramas, piedras, barro, etc. Todo estaba cambiando de repente, cuando Badar creyó ver entre las aguas revueltas al reptil, el cual estaba siendo succionado corriente abajo sin remedio alguno. Badar estaba asustado pero se mantuvo alejado lo suficiente como para no quedar atrapado nuevamente bajo otro alud de lodo, agua y piedras, así que esperó temeroso que menguara aquel desastre, e intentó bajar la tensión y el cansancio de aquel momento. La madrugada se hizo larga hasta que los primeros destellos de luz asomaron sobre el valle penetrando de nuevo en aquel rincón.
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DESCUBRIENDO LA “TIERRA HUECA” Un nuevo crujido despertó al Badar, aunque todo parecía estar en calma. Pero al observar de nuevo el lugar, el salto de agua ya no estaba y la poza se había transformado en un estanque de agua viva que corría montaña abajo, saliendo con fuerza de aquella grieta, la cual había alcanzado con el terremoto una considerable altura, hasta llegar al agujero por donde antes caía en catarata. Badar observó de nuevo el lugar y volvió a introducirse nuevamente en la grieta sabiendo que el reptil ya no estaba. Al entrar vio que la grieta se había transformado en una gran cueva llena de cientos de reflejos de luz; el agua, que antes caía por el elevado agujero exterior del risco, ahora fluctuaba dentro de la misma a través de los múltiples recovecos superiores de la cueva, formando cortinas internas iluminadas por los múltiples destellos. Daba la sensación de estar
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dentro de un gran templo de roca, luz y agua, donde el sonido se dispersaba en todo los rincones y la vista era engañada por las distancias, las luces y las sombras. Durante un tiempo Badar observó aquel paraje calculando los peligros y opciones, pero sobre todo la salida, que indiscutiblemente le obligaba a subir por su interior si quería intentar llegar a la cima de la montaña. El agua fluctuaba por la cueva en todas direcciones, como afluentes de su río subterráneo fantasma; un brazo de corriente atravesaba la gran caverna surgiendo desde la penumbra, y formando un torrente casi intransitable de media profundidad, pero de mucha fuerza, el cual arrastraba piedras, pequeñas ramas, trozos de raíces y plantas de no se sabía donde. Aún así, saltando de roca en roca Badar podía desplazarse sin problemas. Aquella catedral natural era dificilmente observable desde un sólo punto, ya que la grandiosidad de su espacio obligaba a moverse para encontrar lugares de elevación. Aquel día se la pasó reconociendo la cueva, pero sin alejarse mucho de la entrada principal; el peligro de nuevos movimientos y desprendimientos le pusieron en guardia y su intuición le hacía ser precavido. Llegada la tarde, la poca visibilidad en el interior de la cueva le obligó nuevamente a salir de la misma y descansar sobre las rocas, con los ojos entre abiertos por el peligro de ataque, sino ya del cocodrilo, si de ciertas aves rapaces que sobrevolaban el lugar.
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Al día siguiente volvió a entrar en la cueva y a seguir recorriendo los rincones de la misma. De vez en cuando dentro del torrente se podían ver nadar a ciertos peces barbudos y moteados, de pequeño tamaño y difícil caza, por lo que su dieta continuó siendo puramente vegetariana. Su obsesión era descubrir un camino elevado que le condujera a la superficie, por lo que apenas tenía tiempo de observar la riqueza natural que existía dentro de aquella enorme caverna. Rocas de mil colores reflejaban la luz del exterior, y cientos de pequeñas convavidades aparecían en la penumbra delante de sus ojos, todas ellas insinuando caminos y opciones diferentes. Después de horas de desplazarse por entre las enormes rocas que yacían amontonadas y anárquicas sobre el suelo de la cueva, la angustia toco de nuevo su interior. Aquella cueva se estaba convirtiendo en una trampa para su mente, y el desánimo volvía a agotar sus fuerzas. Pequeños temblores a modo de réplicas tampoco ayudaban a sentirse seguro dentro de aquella penumbra, por lo que volvió a desistir aquel día. Durante los días siguientes solo asomaba la vista a la cueva, esperando que las réplicas dieran un respiro a su incertidumbre. Las noches despejadas invitaban a soñar y sentado sobre las rocas del exterior, pasaba las horas muertas mirando las constelaciones, sobre todo las perseidas, que en aquellos días cruzaban el cielo con una intensidad como jamás se habían observado.
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Una nueva mañana amaneció e intentó nuevamente entrar en la cueva. La noche había sido tranquila, los temblores habían desaparecido y parecía que le iba a acompañar el día, como así fue. Entró decidido a explorar entre las rocas una subida que le alzara por encima de aquella cúpula y para ello se adentró más allá de lo que antes había intentado, subiendo y bordeando el torrente que cada vez se iba haciendo más estrecho hasta que llegó a una obertura en la cueva donde emanaban sus aguas. La oscuridad se hacía patente a medida que se adentraba, pero siguió subiendo entre las piedras, bordeando la extensa cueva, y metiéndose por distintas galerías y salas, buscando entre los recovecos la mejor manera de desplazarse y subir. Tratar de descifrar aquel enorme laberinto de recovecos, cuevas, pozas, etc., se convirtió en una tarea muy laboriosa e intuitiva, pero su ánimo le acompañó aquel día. Algo tenía que ocurrir de especial que le mostrara un camino a seguir, y ese algo estaba a punto de aparecer frente a él.
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LA CAVERNA DE LAS MARIPOSAS Bajo aquella cúpula cargada de estalactitas, y en una de las galerías situada en la parte más alta de la cueva, algo le llamó enormemente la atención, al observar que los reflejos de luz que en la galería habían no eran reflejos del exterior, sino que parecían salir de la profundidad de aquella galería, concretamente de una de sus profundas concavidades. Al acercarse y mirar en su interior, escuchó un sonido familiar, similar al fluido de la corriente de agua de un torrente, al tiempo que sintió en su rostro un continuo flujo de aire que circulaba por el interior, algo que le despertó una enorme curiosidad. Sin pensar, Badar se introdujo en aquella abertura y casi a gatas se fue arrastrando guiado por los reflejos de sus paredes húmedas, enseguida iba a descubrir que aquella luz que tanto le había llamado la atención tenía
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un origen diferente al que el pensaba, al comprobar que a medida que se introducía en aquella concavidad, pequeñas luces colgaban del techo y proporcionaban una falsa iluminación; eran luciérnagas. Cientos de pequeños insectos se encontraban diseminados en el techo de aquel túnel, ofreciendo con su luminiscencia una claridad ténue pero efectiva que le permitió sentirse arropado en aquel venturoso tránsito. No obstante y durante el recorrido, las pequeñas luces fueron desapareciendo a medida que avanzaba y el túnel se estrechaba. A partir de ese momento, un fuerte olor a musgo pasó a estimularle los sentidos, como si aquella vegetación que se aferraba a las paredes de la cueva hubiera sido impregnada del olor de los húmedos y verdosos bosques de coníferas, helechos, hongos y de las suculentas y variadas plantas aromáticas que disfrutó antaño por los bosques del estrecho, camino al continente. Badar siguió avanzando atraído por aquel fuerte golpe de sensaciones y olores, mientras la convavidad parecía estrecharse cada vez más frente a él entre la penumbra y la incertidumbre. A duras penas podía arrastrarse, y su avance se retrasaba cada vez más por culpa de ir rozando con las helictitas que se habían formado en el techo, las cuales se rompían en su cuerpo con cierta facilidad a medida que avanzaba; aún así su objetivo parecía encontrarse lejano, y más al desparecer la luz ténue de las luciérnagas y aparecer frente a él una
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completa oscuridad. Ante aquella situación, retroceder se había hecho ya imposible, así que se encontró atascado en medio de ninguna parte y casi inmóvil, por lo que la angustia nuevamente se hizo presente, y el miedo volvió a apoderándose de él. Ya no le quedaban fuerzas para avanzar y durante un largo tiempo, agotado e inmóvil, y con los ojos fijos sobre una cierta penumbra de luz, creyó ver al final del túnel, hasta que poco a poco y rendido perdió el conocimiento. Al cabo de un tiempo, un nuevo temblor llenó la montaña de movimiento e incertidumbre y le sobresaltó de tal manera, que despertó golpeándose la cabeza contra las delicadas formaciones del túnel, poniendo al descubierto todos y cada uno de los instintos de supervivencia que aún conservaba. Pero aquel movimiento hizo que las luciérnagas se encendieran nuevamente y se abalanzaran rápidas sobre él, como tratando de huir del peligro en la misma dirección al que el se dirigía. Una fuerte corriente de aire las empujaba hacia adelante y durante un corto instante pudo ver frente a él y a través de los pequeños destellos, el final de aquel túnel, hasta que las luciérnagas desaparecieron y de nuevo se hizo la oscuridad. Desesperado y como pudo, fue moviendo los músculos de sus pies, brazos y extremidades como si fuera una serpiente, y arrastrándose poco a poco fue avanzando hacia aquel punto de luz. Durante varios
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minutos interminables creyó que aquel momento sería su fin, pero debía intentar salir de aquel agujero por orgullo y por justicia, la misma que parecía no haber tenido la vida con él ni tampoco con su familia. Pocos eran los pies que faltaban para llegar, y aún sin saber que le esperaba más adelante, continuó arrastrándose y rompiendo a ciegas las anárquicas cortinas de helictitas que casi tapaban el agujero, hasta que llegó un punto, que pudo mover los brazos con cierta libertad, así como el torso y la cabeza, ya sin roce alguno sobre la roca, logrando al final salir del estrecho y seguir avanzando con holgura.
Recuperada la libertad de sus miembros, Badar pudo desenvolverse con más soltura entre la cueva, que empezó a coger dimensiones más espaciosas; unos pies más y llegaría a la recámara iluminada. Pero lo cierto es que no existía tal recámara.
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Cuando llegó al final del túnel, un sin fin de galerías con profundos y extensos lagos y formaciones rocosas de estalagmitas y estalactitas, inundaban sus rincones. Algunas de ellas eran tan gruesas que habían formado columnas y banderas entre el techo y el suelo, creando verdaderos recovecos dificilmente imaginables para la mente de un ser vivo del exterior, que de igual modo dificultaban el avance. Por un instante pensó que había salido por fin al exterior, ya que al alzar la vista contempló algo que se parecía a lo que en muchas ocasiones había visto con su compañera y su pequeña, el cielo estrellado. Miles de lucecitas se encendían y apagaban en aquel oscuro techo, reflejando con su luz destellante todos los rincones de aquellas galerías; volvían a ser luciérnagas que fluctuaban colgadas del techo y otras miles que revoloteaban en los alrededores a causa del temblor de tierra que unos minutos antes había acontecido. Todo un concierto de luz en movimiento que iba creando un mundo de fantasía e imaginación, capaz de engañar la visión de cualquier especie animal que en aquellas galerías pudiera encontrarse. Sombras de mil formas se movían por todas partes bajo un techo que se elevaba cada vez más hasta alcanzar casi los 30 pies de altura, y un ruido de agua tan ensordecedor que pareciera que aquel salto desaparecido del exterior, estuviera cayendo en el interior de no se sabia que lugar.
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La formación de lagos de roca travertina era tan extensa que dificilmente podía sortearlos, teniendo que obligarse a tirar al agua para cruzarlos y poder continuar avanzando hacia la claridad, la cual se vislumbraba cada vez más cercana. Una leve corriente fluctuaba dentro las pozas de agua, seguramente filtrada por aquellas cuevas y galerías, las cuales se hicieron tan anchas que llegaron a formar enormes lagos, curiosamente de agua dulce y salada. Preciosas y redondas perlas de piedra blanquecina, reflejaban en su fondo una especial luz de fantasía, que también permitía contemplar las enormes columnas y banderas que se habían formado a través de mucho tiempo, hasta fundirse en el fondo de aquellos lagos. Aquella imagen era totalmente desconocida para Badar y lo tenía aturdido. Jamás había visto nada igual, y comprender lo que estaba pasando frente a sus ojos no le resultaba nada fácil. Aún así el camino para salir de allí parecía más cercano y aquella claridad que daba reflejo a lo que estaba descubriendo, se hacía cada vez más intensa. Así que, sorteando las diferentes estructuras de las galerías, llenas de lagos y formaciones de piedra que recordaban a toda clase de imágenes que su mente podía identificar, avanzaba. Eran formaciones que insinuaban imágenes de plantas, de montañas, de flores, pero también de otros animales, e incluso de su misma especie, imágenes familiares que le recordaban a su compañera y a su pequeña en brazos, como si el tiempo hubiera
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petrificado los recuerdos para hacerle recordar que un día existieron. Emocionado, sintió estar paseando por un lugar sagrado y mágico, por lo que sus ojos, exageradamente abiertos tratando de percibir toda la fantasía natural del lugar, no dejaban de observar cada una de las formaciones que aparecían delante suyo con especial asombro, no queriendo perder ni un solo detalle de aquel momento; su extremada curiosidad le obligaba a ello. Durante un tiempo, las rocosas y resbaladizas galerías, con sus reflectantes lagos salados y dulces, fueron permitiéndole avanzar. A veces solo era cuestión de bordear entre pasadizos aquellos lagos, otras veces debía meter los pies en los múltiples charcos que se habían formado en las pequeñas pozas del suelo resbaladizo, y en ocasiones casi todo el cuerpo dentro de las frías lagunas, con el fin de acortar el posible camino de salida de aquella interminable amalgama de galerías. Pocos peligros encontraba que le impidieran avanzar, salvo las innumerables y puntiagudas bolas negras que podía vislumbrar en el fondo de los lagos y que pinchaban horrores, los erizos, los cuales obligaban a Badar a tener un cuidado extremo. Entre todas aquellas galerías, pasillos, recovecos y claroscuros a punto de dejar atrás, un nuevo punto de luz le animó a no perder la esperanza de salir al exterior.
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Era un punto intenso que parecía expandirse en todos los lados, pero que costaba definir por los reflejos que ocasionaban las luciérnagas. Por fin pudo avanzar lo suficiente como para dejarlas atrás, y fue entonces cuando tras varias formaciones rocosas, la caverna se abrió de manera espectacular, y tanto el sonido como las imágenes que aparecieron frente a él alcanzaron todo el sentido que tenían. A cuatrocientos pies de distancia, pudo apreciar que el fondo de la caverna estaba envuelta de una nebulosa refractaria de luz y vapor de agua, llena de montículos y de sombras insinuando un escondido paisaje.
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LUZ ENTRE LA NIEBLA Pero a medida que se acercaba a aquella confusa claridad, la nebulosa se fue deshaciendo poco a poco, permitiendo a Badar observar lo que realmente se ocultaba. Una espectacular e iluminada caverna abierta en su centro, de más de cuatrocientos pies de altura y quinientos de anchura, se presentó majestuosa frente a él, atravesada por una penetrante luz que bajaba de un amplia sima de más de ciento veinte pies de diámetro y casi ochocientos de altura hacia el exterior. Un sinuoso
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montículo de rocas, tierra, musgo, helechos y pequeños arbustos se levantaba casi en su centro, como queriendo alcanzar el vórtice de aquella cima sin conseguirlo. Rodeado de una espesa vegetación que se extendía en todas las direcciones donde la luz podía llegar, en la boca de aquella sima se había creando un perfecto ecosistema en el que, incluso árboles de diferentes familias subían estilizados y en paralelo buscando la luz en armonía y perfecta simbiosis, formando un tupido bosque verde que se alzaba trepando decenas de pies hasta sobrepasar por un lateral, la altura de la caverna. Largas y resbaladizas raices colgaban del interior de aquel inmenso agujero, llegando a tocar algunas el suelo de la cueva, mientras una extensa y contundente cortina de agua caía en cascada desde uno de los laterales de la misma, formando el fluido torrente que posiblemente desembocaría unos miles de pies más abajo, tal vez en la poza por la cual Badar había entrado. Badar quedó tan extasiado al ver aquel amplio vergel, que no supo como reaccionar. En un primer momento se frotó los ojos a causa de la sal acumulada por el agua de los lagos que había tenido que pasar a nado, y a continuación se dirigió con precaución hacia aquella iluminada extensión vegetal que parecía invitar a refugiarse y asentarse durante un tiempo. El techo de la caverna, lleno de estalactitas, no aseguraba el paso. Muchas de ellas habían caído al suelo
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a causa de los temblores de los movimientos sísmicos que se estaban produciendo, y eso indicaba un peligro a tener en cuenta, aunque Badar no supiera hacer lectura del hecho. Eran formaciones grandes y pequeñas producidas por el tiempo, que ponían en peligro cualquier movimiento que hiciera dentro de la caverna; muchas de aquellas estalactitas cayeron de punta como lanzas naturales combatiendo a la propia naturaleza de la caverna, reventando sobre el suelo de piedra y partiéndose en mil pedazos. Badar debía sortearlas, así que intentó pasando aquel peligro, saltando por encima de cuantas estalagmitas yacían en el suelo, pero también sorteando alguna que todavía se desprendía del techo. Por fin llegó a la poza que se había formado en el centro de aquella gigantesca caverna, y se colocó bajo el salto del agua de la sima. Badar, que era un homínido de estatura pequeña, con casi 5 pies apenas era visible entre la espesa vegetación del lugar, así que todo el entorno que le rodeaba resultaba realmente envolvente y gigantesco para él. Pero su mirada tenía un sólo objetivo, observar a lo alto, dentro de aquella enorme sima que se descubría frente a él y que por fin daba al exterior. No dejó ni por un momento de mirar hasta descubrir todos y cada uno de los detalles que dentro de la sima había; vegetación, terraplenes, raices, árboles cercanos a las paredes, salientes, y sobre todo animales peligrosos que pudieran haber, sobre todo las múltiples aves que revoloteaban dentro de la misma, en especial las más rapaces.
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Pero antes de empezar la subida, hizo algo que deseaba hacer desde hacía un tiempo, darse un baño de agua dulce y beber hasta la saciedad bajo aquella catarata natural. La fuerza del agua era impresionante y golpeaba con dureza, así que decidió buscarse un recodo menos fluido, y allí se dejó mojar, al tiempo que bebió hasta la saciedad, recobrando poco a poco las fuerzas perdidas por el camino. Luego se metió por aquel bosque buscando frutos y vayas que llevarse a la boca, con el fin de satisfacer también el hambre que había acumulado. La soledad y el silencio roto solo por el fuerte sonido del agua y de los pájaros, no intimidaron a Badar, que seguía sorprendido y emocionado por haber conseguido llegar hasta aquel punto, después de tantas dificultades. No obstante el tiempo pasó y aquella luz envolvente se fue apagando, dando paso a la noche y produciendo en la cúpula caverna una profunda oscuridad. Ni el canto de las aves nocturnas, ni el crujir de los miles de insectos que pululaban por entre el follaje del interior de la sima le intimidaban. Así que subió aquel montículo central que tenía frente a él e intentó estar lo mas cerca posible de la boca de salida, con el fin de ver desde la profundidad de la caverna como se alzaba la pared hacia el cielo estrellado, donde las perseidas continuaban cruzando el escaso cielo que tenía delante. Un pequeño saliente le permitió alejarse de los arbustos y acostarse sobre el musgo cara al cielo. Y así, mirando nuevamente las estrellas, se durmió.
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EL BAILE DE LAS MARIPOSAS Aquella noche ocurrió algo extraordinario que Badar jamás olvidaría y que le acompañaría durante el resto del camino al estrecho, perseguido por los fantasmas del recuerdo de su compañera y pequeña. Cansado como estaba, entró en un sueño tan profundo que apenas percibía los variados ruidos que envolvían aquel ecosistema donde se encontraba. Pasada la media noche, desde el exterior de la sima empezó a bajar un aro de luz que fue inundando poco a poco todo el interior hasta que bajó a la profundidad de la caverna. Era la luna, que en su plenitud inundaba con su reflejo todos los rincones que podía de la caverna.
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Badar siguió durmiendo, pero con los ojos entreabiertos, manteniendo una guardia que la propia naturaleza de su ser le obligaba, hasta que un nuevo temblor de tierra sacudió nuevamente la zona. De repente, como saliendo de la nada, miles de mariposas luminosas que se encontraban escondidas en aquel bosque interno, emprendieron el vuelo, y durante un tiempo fueron revoloteando sobre la profundidad de la caverna hasta que, poco a poco empezaron a levantar el vuelo hacia la superficie de la sima, quedando Badar envuelto dentro de aquella nube de luz destellante. Mientras miraba con los ojos somnolientos, creyó que aquello formaba parte de su imaginación, al contemplar de manera ténue como fluían aquellos insectos alrededor, iluminando y sensibilizando su cara con los miles de aleteos de una suave e imperceptible caricia de aire.
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Casi en la inconsciencia, apenas gesticulaba movimiento alguno que no fuera el reflejo natural de los párpados, mientras que la luna, intensa, reflejaba poderosamente su luz sobre aquellas mariposas luminiscentes, que en su elevada diáspora iban creando miles de destellos en el aire, al tiempo que desparecían en el exterior de la sima. Aquel baile mágico se fue disipando poco a poco en la lejanía mientras Badar, con los ojos medio abiertos seguía observando el movimiento de la luna y preguntándose qué significado tendría aquella escena. Unas horas más y un nuevo día amanecería para Badar y para aquella mágica caverna que le conduciría a la libertad. De mañana, despertó a pleno sol. La intensa luz del amanecer había entrado por la boca de la sima, dando vida a las aves que ya revoloteaban en su interior buscando comida, pero también diversión. Poco a poco Badar se situó de nuevo en el lugar, aún bajo los efectos de aquel aparente sueño que le estimuló los sentidos. Su ánimo fue en aumento a medida que el claro paisaje le ofrecía posibilidades de salir de allí. Y sorteando las dificultades que la cueva y aquel largo agujero le ponían por delante, inició la subida al montículo que formaba el terraplén de rocas, arbustos, musgo y multitud de raíces, las cuales colgaban en todas las direcciones, como invitándole a trepar al cielo para salir al exterior.
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Las paredes de aquella sima habían sufrido multitud de movimientos, formando profundas grietas que permitían introducirse en ellas para avanzar, aunque pareciera que la sima se fuera a derrumbar sobre si misma. Agarrando las gruesas raíces, fue trepando poco a poco y ganando altura, descansando entre aquellas delicadas e inestables grietas, hasta que tiempo después por fin se vio sobre la boca de la sima, observando con satisfacción la profunda cavidad que yacía a sus pies. Era un paisaje diferente, y un bosque tupido por donde corría un manantial de agua dulce entre las rocas, como queriendo ocultarse dentro de aquella profunda concavidad. Estaba cansado y sólo quería recorrer aquel perímetro para encontrarse sobre el torrente y beber de su agua, la primera agua en libertad que caía limpias sobre las laderas de las montañas de aquel paraíso. Después de haber saciado su sed, siguió el nacimiento del afluente para poder elevarse; quería ver como era realmente el lugar en el que se encontraba, así que aquella tarde la pasó trepando hasta llegar a la gran y rocosa montaña que sobresalía por entre todas las demás, y al empezar a subir su cima observó el verdoso paisaje que había recorrido y que yacía a sus pies, aunque no estaba solo, ya que algunas cabras dispersas pacían por el escarpado y pedregoso lugar, como marcando un territorio propio.
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El paisaje que durante mucho tiempo había soñado vivir junto a su familia, al emprender aquel peligroso viaje desde el otro lado del continente era sin duda aquel, y aunque no se podía quitar de la mente el último momento en el que vio a su pequeña arrinconada dentro de la salvaje sima, en su interior quiso seguir conservando la esperanza de encontrarla en algún lugar de aquella “Tierra de las hierbas”. A media tarde, ya se había situado en la cima de la montaña y al sobrepasarla contempló por fin lo que sospechaba; el desierto en el que había estado durante varias lunas encerrado, se encontraba en esos momentos rendido a sus pies. De repente un fuerte aullido externo salió de su boca, como queriendo expresar un momento de victoria, que necesitaba gritar para que se enterara tanto el cielo como la tierra; solo le quedaba aquella libertad y quería manifestarla. El camino de vuelta se hacía largo y necesitaba convencerse de poder llegar a tiempo, si aún lo había, de encontrarlas. La tarde se hizo noche y el ruido de fondo del salto de agua del estrecho se extendía en el desierto, algo que seguía estremeciendo sus sentidos, a pesar de la enorme distancia que parecía existir. Su vista fue recorriendo el cañón salino hasta que creyó ver en la lejanía y sobre la tierra de las hierbas, la nube del salto de mar del estrecho. Desde aquella montaña también podía observar, en su parte opuesta, la superficie montañosa que se encontraba en el extremo más lejano del brazo,
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y que acababa en una gran precipicio sobre las planicies del Tethys.
La creciente oscuridad impedía mayor observación del paisaje hasta que de nuevo surgió la luna. Aquella noche cargada de estrellas y fuera de la cueva, el astro inspirador nuevamente le tranquilizó el alma hasta que quedó dormido, y las mariposas luminosas aparecieron, pero ya en sus sueños. ¿Qué significado tendrían? se preguntó una y otra vez. Sólo el tiempo podría contestar a esa pregunta. Y lo hizo.
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LA ATLÁNTIDA TOCANDO LAS PUERTAS DE TETHYS La primera luna después de su libertad, seguía intensa otra noche más, trazando su órbita e iluminando todo. Desierto y montañas reflejaban un solo color con innumerables sombras. Pero los sonidos seguían confundiendo a Badar, que aún de dormido volvía continuaba sintiendo el peligro inminente de algo que no podía describir, pero si percibir con los sentidos que la naturaleza le había otorgado de manera tan especial. Otra noche más de temblores de tierra le hicieron despertar, esta vez sin ensoñamiento alguno. Desde la cima de la montaña solo podía ver sombras gracias a la
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enorme luna, que todavía aparecía extraordinariamente luminosa, como indicando que aquella noche también volvería a ser especial. Poco tiempo después de producirse aquellos temblores nocturnos, estaría a punto de comprender que a veces los sueños y la naturaleza van estrechamente ligados, siendo realidades importantes que se deben ver y entender con claridad. Después de aquellos temblores, Badar pudo contemplar de nuevo la magia de la tierra; de nuevo la nube luminosa de mariposas se elevó de entre el bosque, y se dirigió a lo más alto de la montaña, precisamente donde él se encontraba. El reflejo de luz revoloteando a su alrededor le hizo comprender que lo visto la noche anterior no había sido un sueño, sino un aviso de algo importante que estaba a punto de acontecer. Poco tiempo le faltaba para comprender lo que realmente significaba, y que daría por cierto que había recuperado la intuición natural que tenía y que durante aquel trágico tiempo había perdido. Badar pasó la madrugada en guardia esperando alguna señal más, hasta que de repente apareció. Antes de salir el sol, un nuevo y fuerte temblor sobre la montaña, hizo que Badar se agarrara con fuerza a las rocas, mientras veía como se levantaba dentro del bosque un polvo extraño. Apenas podía mantenerse tumbado, cuando contempló sorprendido como parte del bosque, estaba siendo engullido por la sima de donde salió en día anterior.
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Fuertes crujidos de árboles y rocas agrietándose sonaron en el valle hasta que las paredes de aquel agujero cedieron e hicieron desaparecer la sima entre un amasijo de naturaleza destrozada, taponando la entrada. En ese momento, una gran nube de polvo subió al cielo, dejando el bosque en un silencio total tras el ensordecedor ruido. Todo parecía indicar a Badar que las mariposas luminiscentes le habían ayudado a sobrevivir de aquel derrumbe, o así lo interpretó en primer momento, hasta que un nuevo y fuerte crujido se escuchó en la lejanía, proveniente del estrecho. Badar se levantó con rapidez para intentar ver algo desde el saliente montañoso en el que se encontraba, lo que en ese momento ocurría. Pero lo que estaba ocurriendo en esos momentos y Badar no pudo ver con claridad, era algo que jamás nadie había visto nunca, un acontecimiento único en la historia de la tierra. Desde la mayor de las planicies de la cordillera montañosa del saliente, apenas se podía contemplar desde la lejanía un extraño movimiento. Se trataba de otra enorme ola que llegaba nuevamente a la costa; en esta ocasión se introducía como un atroz tsunami, dispuesta a embestir con fuerza el estrecho y a condenar para siempre el muro montañoso que todavía se mantenía en pié. Sin embargo, en esta ocasión algo extraño estaba acompañando a aquellas turbulentas aguas. La violencia con la que venía aquella ola era inusual como para ser el
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resultado de una de las múltiples y violentas tormentas que se producían en el océano paralelo. Era un tsunami de proporciones extraordinarias que arrastraba una gran masa de tierra, parecida a una enorme isla flotante que parecía haber perdido su eje de estabilidad. Entre el gigantesco oleaje que se había formado, la enorme masa de tierra iba girando en medio de las aguas turbulentas, una tierra llena de elementos que nadie sabía identificar. Eran restos que contenían formas geométricas indescriptibles para cualquier ser pensante del momento, incluyendo a Badar, una enorme masa que al acercarse, embistió contra el estrecho quedando durante un escaso tiempo encallada y aguantando el envite del océano. Badar escuchó el impetuoso ruido y apenas pudo observar en la lejanía y desde aquel privilegiado mirador al Tethys, lo que había ocurrido; aun así, desde la lejanía pudo ser testigo de un movimiento extraño que sobrepasaba las tierras de la costa que se interponían en su visión. Su intuición no le había fallado, sabía que aquel desierto contenía una trampa mortal esperando su momento, y ahora comprendía que se había librado milagrosamente de ser una víctima más de cuantas flotaban inertes entre las revueltas aguas del precipicio y entre las que presumiblemente se encontraban su compañera y su hija. Aquel hecho mantuvo tenso a Badar intentando ver alguna señal. Sin embargo su lejanía le impidió
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contemplar como la gigantesca masa de tierra que sobresalía del estrecho, desaparecía engullida por el mar frente a lo que quedaba del estrecho, como si el océano ya tuviera la intención de hacerla pasar al olvido. Enormes olas llenas de espuma y de extraños restos, salpicaban y se esparcían en todas las direcciones, mientras que la pared agrietada reventaba en su parte central abriendo un gigantesco boquete por el que entró el océano con toda su fuerza. Una gran masa de agua desbordó el estrecho cayendo con estruendosa violencia sobre aquel inmenso desierto salado. La “Tierra de las hierbas” quedó totalmente separada de la “tierra del desierto”, a través de una descomunal catarata de miles de pies de altura y anchura; y el agua golpeaba el suelo con tanta virulencia, que fue perforando su fondo de manera insistente hasta crear una profunda hendidura de miles de pies, que se fue alargando hacia la llanura irregular del mar desértico de Tethys. La belleza de aquel espectáculo era de tal magnitud que hasta las aves del cielo hicieron acto de presencia, aprovechando que la gran riada iba desplazando a los peces sobre la superficie. Miles de animales marinos se precipitaron al fondo del desierto, bajo el irremediable encuentro con la muerte, sobre todo de los mamíferos más grandes; los enormes escualos y ballenas que habían quedado varados entre las rocas sin posibilidad de realizar movimiento alguno, acabaron siendo también arrastrados al fondo.
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La visión resultaba dantesca por las dimensiones del hecho, ya que el paso se había deshecho sin posibilidad alguna de conservar algún frente de tierra o monte que frenara aquel envite sin precedentes del océano. Todas las tierras se resintieron, y las montañas y valles cercanos temblaron de tal manera, que los animales huyeron de aquel evidente terreno peligroso, alejándose del estrecho tierra adentro y bajo la presión de la nueva embestida de la naturaleza salvaje. Durante un tiempo, Badar estuvo tratando de observar desde la difícil lejanía y posición en la que se encontraba, aquel acontecimiento, que parecía no tener fin. A pesar de la entrada del otoño, aquel día el sol continuaba siendo insoportable y Badar quiso refrescarse para poder continuar su camino. Los temblores de tierra habían cesado y ya no parecía haber peligro, así que bajó la montaña e intentó seguir el curso del torrente por el que había venido, pero no lo encontró. Sólo el rastro de pequeñas pozas de agua le insinuaron que el torrente había pasado por allí, como si la montaña lo hubiera sellado de repente. Así que bebió del agua todavía limpia de los estanques naturales que se habían formado, y continuó montaña abajo para acercarse a donde creyó que estaba la sima, pero no logró encontrarla. El bosque que la rodeaba la había cubierto, y de ella solo reconoció, por intuición, los restos de su geométrica circunferencia. Enormes rocas, troncos y
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desprendimientos taponaban su entrada, así que continuó su camino dirigiéndose hacia el verdoso valle. El bosque era frondoso, y las raices de los árboles llenas de un denso musgo, no tenían reparo en pasearse sobre aquella superficie sembrada de helechos. Los rayos intensos de sol que habían traspasado durante muchas semanas su pelaje dentro de aquel desierto salado, perdían su fuerza entre la espesura y humedad del bosque. El recuerdo de la reseca sabana dejada atrás, donde la escasez de alimento y de agua habían hecho insoportable la vida, estaban pasando ya al olvido. Durante varias lunas, Badar caminó como un vagabundo entre aquellas nuevas tierras, descubriendo sus más íntimos secretos. Era una tierra prácticamente virgen, donde los pocos animales que la poblaban se desplazaban de manera pacífica diseminados por todo el territorio. Sus agrestes montañas se alzaban sobre un tupido manto verde, que se extendía hasta los precipicios que daban al profundo mar desértico. A Badar gustaba controlar aquel paisaje desde las alturas, subiendo y bajando las montañas con el fin de dirigir sus pasos hacia un difuso camino de vuelta hacia el peligroso estrecho, su meta. De vez en cuando el cielo se cubría de densas nubes que le envolvían, era la húmeda niebla que le obligaba a esperar a que se despejara, arrinconado entre los
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matorrales del espeso bosque. En ocasiones esas nubes se convertían en trepidantes lluvias que despertaban aún más la vida de aquella tierra, creando cientos de sonidos producidos por los riachuelos que circulaban en todas las direcciones, y creando de la nada afluentes que desembocaban en enormes lagos diseminados en la llanura. Ciertamente Badar se encontraba en un paraíso natural que invitaba a establecerse definitivamente, aunque su mente le empujara a seguir buscando el camino de vuelta, una condena que no podía ni sabia como eludir. Durante un largo periodo de tiempo su camino fue itinerante, pero poco a poco la calma llegó a su corazón, hasta que la soledad dio tregua a su pensamiento y empezó a plantearse que debía resignarse a aquella situación y a aquel lugar si quería sobrevivir. Largas marchas hacia ninguna parte le hicieron comprender que se encontraba solo y que debía buscar la manera de llenar el vacío que notaba en su interior.
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CONTACTO CON LOS PRIMEROS HABITANTES Un día, bebiendo en uno de aquellos riachuelos, se acercó un pequeño cabrito, parecía estar solo y a él no le molestó en absoluto su presencia. Eran demasiados días sin tener contacto con otros seres vivos que no fueran aves, y eso le estaba volviendo arisco y malhumorado; su corazón se estaba enfrentando a nuevos dilemas que debía dar respuesta. Así que el cabrito empezó a mostrar necesidad de atención, provocando a Badar, que sin grandes manifestaciones le
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siguió el juego. La naturaleza de las especies se había despertado en su más pura esencia de paz y armonía, la misma esencia que desprendía sin duda el lugar y que produjo en los dos seres una perfecta simbiosis de necesidad de contacto mutuo. Durante los días siguientes Badar se dedicó a buscar a la familia del cabrito, desplazándose por entre los montes cercanos y recorriendo cada uno de los rincones y cuevas donde se pudieran refugiar, pero el terreno montañoso era demasiado amplio y agreste como para continuar aquella búsqueda. Resignado, cedió a proteger a aquel joven caprino el tiempo suficiente como para que pudiera valerse por si mismo. Poco a poco se fue alejando del lugar de la sima mientras el caprino le seguía, hasta que se adentraron de lleno en la planicie de aquella enorme montaña que se extendía en la lejanía. Aquel no era un terreno uniforme, como el que siempre había visto en la desecada sabana que dejó atrás, sino irregular, con multitud de montes y valles, y en el horizonte una sierra montañosa que se elevaba de manera protectora. Pero lo más sorprendente que descubrió fue encontrarse en la lejanía de su visión, con un impresionante lago que se extendía también de manera irregular ante sus ojos, y en el que miles de aves de toda las especies y tamaños sobrevolaban sus aguas en busca de alimento, de peces, de algas, de plancton, de vida. Era tal la visión animada que se desarrollaba en la
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lejanía, que sin dudarlo Badar se dirigió con el joven caprino hacia aquel mar interior, guiado por los únicos caminos que en aquellas tierras existían, los formados por los caudalosos torrentes naturales, que confluían en aquella sorprendente extensión de agua dura, calcárea, y llena de microorganismos capaces de engendrar vida en múltiples y diferentes formas. Una gran variedad de helechos de diferente tamaño y familias tupían el borde de los cauces, de los que saltaban de orilla a orilla pequeños sapos endémicos que, continuando con el juego, Badar intentaba atrapar. El agua era dulce sin duda, pero con un sabor extraordinariamente duro, extraño para el paladar de Badar. En aquel mar confluían cientos de afluentes que recogían el agua de diferentes zonas de aquella “montaña de montañas”, las cuales iban filtrando las variadas composiciones del terreno. Para Badar beber de aquella agua no resultaba un problema, pues había salido de un peligroso mar salobre, en el que la vida de las especies era prácticamente imposible, y donde el milagro de la supervivencia se cobraba un alto precio físico, como le estaba pasando a él. Al llegar a aquel mar interno, se acercó con precaución, recordando la última experiencia vivida en la poza con el cocodrilo, y guiado por el sentido de la supervivencia que ya había recuperado. Poco tiempo tardó en comprobar que aquel espacio natural era diferente, un lugar sin peligros ni enfrentamientos, un vergel que invitaba a la calma.
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El pequeño cabrito que le siguió durante las semanas siguientes, fue creciendo en poco tiempo, y ni que decir tiene que juntos vieron muchas noches estrelladas y algunas lunas llenas con las que Badar tanto se identificaba y embelesada. Las sombras de la extensa sierra montañosa se extendían por el valle desde la lejanía, mientras que el astro nocturno aparecía tras ellas iluminando con su luz la superficie de aquel inmenso lago. Solo una clase de vida en movimiento parecía hacer acto de presencia en aquellas noches abiertas, la de las aves nocturnas, mientras el silencio callaba frente al sonido de la brisa que corría sobre la superficie de la tierra, acariciando los rostros de Badar y del joven cabrito que para nada se separaba de él. Los movimientos de tierra se producían cada vez más dispersos en el tiempo, y el rugir del precipicio producido por la fuerte entrada de agua hacia el mar salado, había sido silenciado por las montañas que rodeaban aquel valle, dejando que las noches estrelladas hicieran acto de presencia y permitiendo que la mente de Badar viajara en el tiempo y en el recuerdo. Solo en aquellos momentos sentía con claridad los impulsos que le recordaban retomar el camino de vuelta al estrecho, aunque empezara a comprender que ya no encontraría aquel lugar de paso. Durante un nuevo ciclo lunar, Badar fue bordeando el extenso mar acompañado del caprino, hasta que
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llegó a las laderas de las altas montañosas que se levantaban imponentes frente aquella extensión de tierra y agua. Impresionantes barrancos llenos de tupida vegetación se adentraban a través de las cuencas del valle, invitando a subir y a investigar. El joven cabrito se encontraba inquieto al escuchar como resonaban desde las alturas de las montañas los balidos lejanos de su especie. Un impresionante y amplio barranco se levantaba frente a ellos, cayendo al mismo y en cascada, un torrente de agua cristalina, mientras pequeñas ardillas y musarañas se desplazaban de un lugar a otro, como guardianes vigilando la intrusión de extraños. Adentrándose en el lugar, subieron aquel barranco aunque Badar siguiera los pasos intuitivos del caprino, que poco a poco fue adelantándose brincando por las laderas de los riscos con cierta facilidad. Pero la naturaleza del joven cabrito, que estaba a punto de ser adulto, no le permitía correr ni saltar en exceso, ya que su naturaleza condicionaba su desplazamiento, pero no su fortaleza y resistencia, que se había adaptado sin duda a aquel hábitat agreste. Badar no podía competir con el ritmo constante del joven caprino; su cuerpo precisaba todavía de un cierto reposo que realizaba a medida que subía. Así que, en un momento de la subida el joven caprino desapareció entre la espesura del barranco, dando fuertes balidos que resonaron en todas las direcciones. Badar se quedó nuevamente solo, y observando el paisaje vio desde la
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altura en la que ya se encontraba, como aquel valle se extendía en una lejanía confusa. Debía subir aún más para tener una clara y amplia visión de cual era el camino que debía coger para encaminar los pasos de manera segura. Y así lo hizo durante un tiempo. Dentro de aquel barranco se hacía dificultoso subir, aunque la espesa vegetación facilitaba el camino gracias a las largas cintas de diss que marcaban el sendero de subida de las cabras; aún así las nubes empezaron a hacer acto de presencia y Badar volvió a entrar en la completa desorientación. Solo sabía intuitivamente que la salida de aquella espesa neblina tenía un solo camino, subir y seguir el camino de las cintas de diss. Y así lo hizo. Agarrándose a aquellas cortantes y largas hojas verdosas, fue subiendo la montaña y penetrando aún más en la densidad de aquella espesa y húmeda neblina, mientras sentía los escozores de los cortes en sus manos y como el viento soplaba en su cara cada vez con más fuerza.
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PRECIPICIO EN LA NIEBLA De repente aparecieron unas siluetas borrosas que no identificó hasta que las tuvo casi encima, siluetas de una extraña forma no definida y de no mucha altura, que se plantaron frente a él impidiendo que avanzara y produciendo que un cierto temor hiciera acto de presencia. Badar quiso seguir avanzando pero aquellas sombras siguieron cortándole el paso insistiendo amenazantes en no dejarle pasar. Durante un tenso momento Badar quedó paralizado sin saber que eran y que debía hacer, hasta que un balido especial le resultó familiar. Era el caprino que había encontrado a su especie y había vuelto a su redil.
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Poco a poco las nubes se fueron disipando alejándose de la montaña, mientras el paisaje y aquellas siluetas se definieron, y dejaron a Badar más que sorprendido, temblando. Poca era la distancia que le separaba de aquellas cabras, pero menos era la distancia que había hacia un impresionando risco que caía radicalmente a más de mil pies sobre el valle salado. La familia caprina solo estaba cumpliendo una de las más viejas y ancestrales leyes de la naturaleza, como era la de protegerse del peligro y proteger a quienes formaban parte de la manada; y en aquel momento él había sido considerado parte de la misma. Durante un largo rato Badar quedó agradecido y sorprendido, hasta que comprendió que allí acababa su compromiso y que su camino de retorno continuaba. La niebla se disipaba rápidamente al tiempo que todos juntos y en silencio observaban el peligroso lugar donde se encontraban. Una profunda y vertical garganta cortaba el paso, obligando volver atrás y seguir otros caminos hacia la sierra montañosa en la que se encontraban. Badar se sintió agradecido mientras contemplaba el vasto valle salino que aparecía frente a él. Un ancho cañón recorría el interior del valle adentrándose en una amplia grieta que se encontraba frente al brazo montañoso en el que se situaba. Era un profundo rio cuyas aguas circulaban casi de manera subterránea, adentrándose entre áridas cordilleras y montañas al desierto salino. Aquella grieta parecía
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partir en dos el suelo, recorriendo todo el valle interno hasta esconderse tras el extremo del brazo montañoso en el que se encontraba. Cada vez que observaba, veía con más claridad aquel saliente, que estaba unido por un extenso y extraño valle, que se hundía hasta la planicie desértica. Apenas tenía vegetación, pero era accesible gracias a la unión de su superficie, hecho que aprovechaban las cabras para continuar explorando nuevas extensiones. Con un saludo cómplice hacia el caprino y su familia, Badar se despidió sobre aquel risco para luego continuar su viaje y no volver a verlos más. El extenso lago abarcaba el centro de la isla, y desde la cima de la montaña en la que se encontraba, la visión era espectacular y detallada. Identificado el camino recorrido, Badar dirigió su visión hacia el lado opuesto, donde la cadena montañosa alargaba su brazo, con la intuición de ir acercándose al estrecho. El valle bordeaba aquel gran lago central con formas sinuosas. Desde la altura se podían contemplar las zonas más densas de vegetación y aquellas cuya ausencia de la misma transformaban el paisaje en largas playas de arena, rozando el borde del precipicio salino. Y entre aquella extensa planicie, multitud de pequeñas islas navegando dentro del lago y envueltas de aves que revoloteaban sus cimas.
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Así fue como Badar pudo orientar su camino de vuelta recorriendo las faldas de las montañas, y bordeando el gran lago que daba vida al interior de aquella “montaña” en forma de isla. Casi dos lunas tardó en hacer el recorrido montañoso, durmiendo bajo un cielo veraniego extraordinariamente repleto de estrellas y alimentándose de los múltiples frutos de los árboles y arbustos que crecían enriquecidos por los humedales.
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CUANDO LOS DIOSES HABLAN Cuatro lunas habían pasado desde que Badar subió por la sima hasta la planicie de aquella extensa montaña, las mismas lunas en las que las aguas del océano seguían fluctuando de manera ininterrumpida por el estrecho, a través de aquella indescriptible cascada, que buscaba llenar el desierto salado de Tethys, y recuperar así su lugar en el espacio perdido del tiempo y en la formación de una nueva tierra. Fuertes tormentas hicieron acto de presencia, anunciando un nuevo cambio de ciclo estacional y
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acompañadas de una inusual bajada de temperaturas. Parecía que nuevamente los cielos ordenaban la tierra, y que esta sencillamente bailaba al son de la incertidumbre. Aquella era una visión única e irrepetible que hablaba por sí misma, como si las Columnas de Hércules, a punto de surgir de las profundidades, ya fueran testigos de aquel acontecimiento y los dioses juraran que jamás volverían a contener las aguas de los océanos, para que todos los seres vivos pudieran comenzar de nuevo en las diferentes tierras que se estaban formando. Pero antes era necesario que el movimiento de las aguas volvieran a su normalidad y que todos los lagos de aquel profundo desierto quedaran nuevamente conectados. Mientras esto ocurría, multitud de animales muertos eran arrastrados, flotando inertes sobre la superficie; sin duda un espectáculo dantesco propio de los grandes cambios climáticos y de la nueva formación terrestre que se estaban consolidando en la tierra. Sólo algunos supervivientes marinos aguantaron el fuerte impacto de la caída a las profundidades del Tethys, mientras el resto se perdían en el fondo de aquel mar revuelto. Badar huía de aquella guía de vida y de muerte, como si fuera una condena cuya referencia tarde o temprano tendría que seguir si quería llegar a su destino. No había llegado al extremo de aquella extensa superficie montañosa y a su amplia planicie, cuando
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una tierra fértil sin apenas montes apareció frente a él, y múltiples torrentes desembocando en aquel mar interno le sirvieron de camino. El horizonte estaba despejado y no parecía tener fin, mientras a su derecha el macizo montañoso se fundía con el suelo entre pequeños montes de baja altura. Durante muchos soles, Badar caminó entre arbolados y vegetación hasta que llegó nuevamente a un extensa zona arenosa, sin apenas vegetación, cuyas dunas se perdían tras el horizonte.
Aquellas montañas de arena se habían convertido en un muro de contención que paraba el fuerte viento que subía del precipicio, un viento que escupía la arena hacia arriba con el ímpetu salvaje de la corriente. Era muy difícil observar aquel paisaje y pretender estar inmóvil y con los ojos abiertos; nada había resistido a
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aquella intensa y constante corriente de aire, ni tan siquiera las piedras vivas más escondidas que sobresalían del fondo, conservaban silueta de fortaleza vencidas por aquella arenosa y continua ventisca. Badar se fue desplazando hacia los montes bajos hasta que la vegetación nuevamente hizo acto de presencia. Frente a él se encontraba toda la información que precisaba para seguir avanzando; la visión del desierto salino inundándose marcaba la pauta, pero el camino volvía a sufrir serios inconvenientes para poder ser recorrido. De nuevo tenía que bajar a la planicie desértica si quería llegar al macizo montañoso que le acercara al continente, ya que la inundación de aquel desierto salino se estaba produciendo de manera muy acelerada y comprendió que debía darse prisa para que las aguas no le alcanzaran a la mitad de la travesía. Recorriendo la zona boscosa, Badar llegó al final del saliente de aquel valle montañoso, sin poder avanzar más; sólo un escarpado y alargado risco en forma de dragón quedaba separado de aquella tierra, obligándole a tener que empezar su bajada a la planicie por entre barrancos de relativo acceso. Restos boscosos tratando de unir aquellas montañas, dejaban atrás la exuberante vegetación de la isla, haciendo que la ruta a seguir se presentara incierta, aunque no inaccesible. Peligrosos terraplenes de rocas, grandes y pequeñas ayudaban a bajar con cierta rapidez, pero los desprendimientos eran una constante, así que Badar
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bordeaba cuanto podía aquellas bajadas pedregosas hasta que por fin alcanzó nuevamente la extensa y desértica planicie; un enorme reto aquel y otra prueba más que debía superar en su camino de vuelta, aunque ya se había transformado en un experto superviviente y al haber tenido que maximizar sus fuerzas hasta las últimas consecuencias. Aquella zona en la que se estaba introduciendo presentaba todo un misterio. Tanto el terreno como la vegetación cambiaban radicalmente, de tal manera que Badar sintió sumergirse nuevamente en un espacio desecado como el Tethys, pero lo suficientemente elevado, como para conservar la protección de cierta naturaleza vegetal en su cresta. Lo importante para él era no perder al Tethys de vista, aún en la lejanía, ya que era su único referente en el camino de vuelta. A punto de llegar al vórtice de la planicie desértica, una nueva cordillera de montes salinos, llena de rocas y precipicios volvía a separar las montañas elevadas por las que transcurría. En esta ocasión el terreno era el más irregular que jamás había visto, pues aquellas montañas que conformaban el brazo del macizo, habían creado cada una de ellas un hábitat diferente, sutilmente unidas por cierta vegetación común que le permitía subsistir y seguir avanzando. Pozas de agua de lluvia estancada aparecían por todos los lugares saciando su sed, aunque el frío avanzara y el clima se recrudecía haciendo cada vez más dificultoso dormir entre barrancos y a veces bajo el cielo raso.
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Más de cuatro lunas tardó en recorrer aquel brazo montañoso, no sin dificultades, hasta bordear los múltiples montículos que le separaban de la “Tierra de la hierbas”, aunque todavía le quedaba un largo camino hasta llegar al ya desaparecido estrecho. Había castigado tanto a su cuerpo, que sus fuerzas se encontraban reducidas a lo indispensable.
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EN LA “TIERRA DE LA HIERBAS” Las lluvias se habían vuelto constantes y el invierno aparecía crudo sobre la irregular superficie del mar salado, dando pié a numerosos torrentes cuyas aguas se perdían dentro de las profundas y calcáreas grietas de las laderas. Poco a poco sus cañones, empezaron a llenarse de caudalosas cascadas, al tiempo que el mar entraba por el estrecho de manera tan descomunal que el agua corría vertiginosamente formando multitud de tsunamis que se perdían en el horizonte del Tethys.
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Atrás había quedado la espectacular filtración de mar por los barrancos del fondo salino, y por un tejido venoso por donde fluctuaron las turbulencias de unas aguas embravecidas; así que no había tiempo que perder, ni lamentos en los que detenerse. Todo parecía indicar que el agua se encaminaba a sobrepasar rápidamente cualquier nivel en aquel desierto, y que el lugar por donde había caminado, ahora sumergido bajo el tamiz de un nuevo e inmenso mar, quedaría oculto nuevamente durante mucho, mucho tiempo. La sospechosa intuición se estaba confirmando y un largo camino a recorrer le esperaba a través de la costa sureste, bordeando los precipicios que daban al Tethys. Una nueva tierra por descubrir aparecía frente a él y ante todos los seres vivos supervivientes, como un arca de salvación de las especies. A duras penas Badar avanzaba por la costa, a pesar de encontrarse por el camino infinidad de bosques casi unidos por sus copas. El desplazamiento rápido por los árboles que sus hermanos los primates realizaban por aquel entonces, y cuya habilidad en él había casi desaparecido, se había convertido en una envidia. Su erguida postura le obligaba a desplazarse sobre las extremidades inferiores y a caminar guardando siempre el equilibrio; era el pago que debía realizar por dar un paso más al frente de la evolución, aunque no fuera consciente de esa diferencia.
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Montaña tras montaña y duna tras duna, Badar fue avanzando hacia el desaparecido estrecho, intentando descansar de las intensas jornadas de camino que realizaba, cada vez más difíciles de soportar. El frío era intenso así como las lluvias, sin embargo la soledad había dejado de ser un obstáculo, por la aparición de multitud de especies en su camino cuyas semejantes vidas le incitaban a seguir adelante. Sabía que estaba recorriendo unas tierras llenas de posibilidades y eso le animaba a pensar que entre aquellas posibilidades de vida habría esperanza de encontrar lo que había perdido. Nuevamente las lunas aparecieron en su recorrido, lunas que, al ocultarse sobre el horizonte montañoso, le indicaban también el camino por el que, salido el sol, debería seguir andando, mientras que el rugido de las aguas del estrecho se hacía cada más cercano y visible, y el nivel del Tethys subía extendiendo su manto de mar más allá de la vista y del paisaje. Para Badar, aquellas lunas cíclicas pasaban de manera intemporal. Durante el corto ciclo que duraba la luminosa aparición del planeta, sus instintos físicos menguaban, y quedaba sometido sin remedio a la plena abstracción. Era una experiencia interna y natural que le acompañaba desde la infancia y que no podía evitar; de ahí el nombre que se le había atribuido desde muy pequeño como algo significativo dentro de la reducida comunidad de la que salió directo al estrecho.
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La observación de aquel astro le tenía atrapado; siempre se había orientado por el y jamás le había decepcionado, por lo que no había tenido motivos para renunciar de esa visión, si bien es cierto que sus dudas se tambalearon al perder a su familia. Siete lunas tardó en recorrer el sureste de la “Tierra de las hierbas”, visionando cada vez más de cerca aquella intensa nube de polvo de agua que se extendía en el horizonte, hasta llegar a la orilla de un continente ya alejado definitivamente de su vida, aunque no de sus recuerdos. Un inusual y duro invierno aquel, que frenó su camino de vuelta, donde el clima parecía haberse transformado a capricho, rompiendo drásticamente los ciclos de una naturaleza que había estado dando forma a la tierra durante miles y miles de lunas. En aquella circunstancia Badar tuvo que aplicar algunas de las capacidades innatas de supervivencia y de protección que por necesidad descubrió, observando otras especies y también a la propia naturaleza. El invierno gélido le obligó a cubrirse del frío con imaginación y sus hábitos alimentarios sufrieron cambios sustanciales durante aquel periodo de tiempo invernal. La desnudez natural dio paso a la protección artificial de su cuerpo y por consecuencia a una toma de conciencia diferente. La crudeza del ambiente que había conocido durante el recorrido de vuelta, fue determinante para un aprendizaje distinto al que había
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tenido hasta el momento. La sensibilidad y la contemplación pasaron a segundo plano frente a la dureza, la observación y el instinto animal. Pero el descubrimiento de un hecho importante cambió su forma de encarar las dificultades del clima; el fuego. Las tormentas se acrecentaron, así como los rayos y el peligro de los mismos; la enorme curiosidad de Badar, y su capacidad de supervivencia, le hizo descubrir las posibilidades que podía proporcionarle aquel hecho natural. Solo era cuestión de tiempo llegar a controlar el mantenimiento del fuego y sus múltiples aplicaciones. Y así lo hizo.
Badar se cubrió de pieles y se protegió como un animal más, en aquella nueva tierra abierta a todas las especies; de hecho el olor natural a tierra, corteza de árboles y plantas que le acompañaba desde pequeño,
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desapareció por un fuerte contraste oloroso de grasas animales y sudor corporal. Entre aquellas frías estaciones lunares, se hacia imposible meterse dentro de las gélidas aguas de lagos o los fríos torrentes; la limpieza no era una de sus mayores preocupaciones, así que se acostumbró al fuerte olor, lo cual aunque no fuera de su agrado, le hacía sentirse en cierta manera protegido. Los intensos movimientos de tierra que en su día Badar fue testigo, y que habían provocado cambios sustanciales en su camino de huida del Tethys, estaban menguando bajo sus pies y el peligro de sufrir accidentes importantes en su camino, también se había reducido, si bien era cierto que largas y extensas planicies que bordeaban aquel singular camino de retorno, le facilitaron protegerse y alimentarse sin peligro.
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UN GRITO AL VIENTO Una noche Badar llegó al bosque de un frondoso macizo montañoso. Aquel ruido lejano que subía del Tethys y que le fue acompañando durante varias lunas, se había convertido en un ensordecedor sonido que inundaba los rincones de todas y cada una de las laderas y cerros donde el eco se hacía presente. La oscuridad de aquella noche era tan intensa que impedía ver nada, así que buscó un rincón entre la espesura y tapándose
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entre las concavidades y con follaje, pasó la noche dentro de aquellas sombrías y frías montañas. A la salida del sol reanudó su camino con la curiosidad de saber de donde procedía aquel fuerte y ensordecedor ruido. No tardó en averiguar su origen, cuando al subir uno de aquellos cerros contempló de cerca aquella gigantesca catarata, donde la neblina del intenso salto de agua era tan opaca que oscurecía al propio sol del amanecer y la lejanía de la misma. Durante un largo tiempo se quedó inmóvil, como si aquella visión no estuviera ocurriendo. Sin embargo era una información visual imprescindible para recordar y para transmitir a futuras generaciones con el fin de que no se perdiera. Varias lágrimas se deslizaron en aquel instante entre su peluda y tosca tez, tal vez producidas por el sentimiento de no poder compartir con nadie aquella realidad natural, o por el novedoso contraste de emociones contenidas. Sin duda aquel momento debía respirarse de cerca y con más intensidad, así que Badar bajó del cerro y puso rumbo al precipicio. Quería comprobar si el lugar y el camino del que fueron arrancados el y su familia, había desaparecido o todavía quedaba alguna esperanza de acercarse al punto exacto de la tragedia. Así que empezó a bajar y caminar por todo aquel tramo tupido de vegetación, donde la vida parecía resurgir en cada uno de los rincones de aquella selva.
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Cientos de aves de diferente color y tamaño revoloteaban entre las copas de los árboles, y multitud de sonidos de otras especies se mezclaban con el intenso ruido de las aguas bravas del estrecho. Era tan variado el movimiento de vida en aquel lugar, que Badar no tardó en familiarizarse con el mismo y a moverse con soltura e ilusión entre la rica fauna, hasta que descubrió un camino en el valle. Había encontrado por fin la ruta que en su día siguió para llegar a la “Tierra de las hierbas”, y que todavía usaban algunos de los rezagados del éxodo que se habían acomodado en aquella fértil zona del estrecho, tal vez negándose a olvidar a los muchos de sus miembros que habían quedado atrapados en las profundidades del turbulento mar creciente. Y es que aquella tierra de abastecimiento y de salvación que pisaban, a pesar de todo lo ocurrido seguía siendo un lugar mágico, donde muchas especies habían rendido tributo con sus presencia antes de continuar el largo camino al interior. Sin embargo Badar no podía olvidar que aquel lugar también había sido una trampa mortal y un fruto prohibido a alcanzar por muchos seres vivos, entre ellos su familia. A muy pesar suyo, siguió adelante por aquel camino y a medida que se acercaba a la catarata, sintió una mezcla de temor y emoción. Algunas imágenes le vinieron a la mente, y empezó a relacionar parte del camino con los recuerdos; detalles de piedras, de
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troncos, de vaguadas y paisajes. Demasiada emoción contenida hasta que llegado un punto, el camino desapareció dentro de las turbulentas aguas del estrecho y Badar, no pudiendo resistir la emoción, rompió a llorar y a gemir entre aquel paraje ensordecedor, dando nuevamente golpes al agua y volviendo a soltar al viento los gritos desesperados de un ser herido en su interior. Durante un largo tiempo se dejó llevar por la irresistible tentación de tirarse en aquellas turbulentas aguas y esperar nuevamente que la fuerte corriente le devolviera a las profundidades de aquel Tethys revuelto de vida y de muerte, sin embargo algo en su interior frenó el ímpetu. La supervivencia tocaba fuertemente las puertas de sus sentidos, en especial la de su intuición, y de repente comprendió que había llegado a aquel lugar por un motivo importante que debía averiguar a toda costa, ya que el camino le indicaba que había una posibilidad, una esperanza de encontrar lo perdido. Durante muchos soles estuvo vagando por aquellas montañas, buscando entre sus laderas, sus valles y sus picos respuestas, pero sobre todo dentro de las cuevas, en las que fue plasmando algunas de las imágenes y recuerdos vividos más intensos. Pensó que aquella era una oportunidad de comunicar su presencia, y de encontrar una respuesta en caso de haberla, una respuesta que le indicara que no todo acabó en aquel precipicio.
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La cruda estación invernal le hizo pasar mucho tiempo dentro de las mismas, y de buscar fórmulas para comunicar su presencia aprovechando la luz que estaba naciendo en el sureste de la tierra de la hierbas, y el reflejo del nuevo y creciente mar de Tethys a punto de desbordar su nivel.
El cielo parecía haber cambiado y aquella intensa luz lo abrazaba todo, como si en aquella primavera hubiera nacido una nueva era, o un nuevo mundo. Era una luz que penetraba en la naturaleza sin ninguna dificultad, así que durante el día Badar aprovechaba aquella situación para pintar sus mensajes dentro de las cuevas, hasta que la noche apagaba cualquier posibilidad de seguir. Para Badar eran momentos de éxtasis que no controlaba, sobre todo en época lunar, así que
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aprovechando el importante recurso que aquel invierno había descubierto, el fuego, continuó pintando también de noche bajo la penumbra de la luz ténue y a veces confusa que le proporcionaba las llamas, hasta que las fuerzas le abandonaban. Una noche, pintando en la entrada de una de aquellas profundas y calcáreas cuevas, y a punto de quedar rendido vio sobre la pared una imagen. Al principio pensó que era una mancha que se encontraba incrustada dentro de la roca, pero aquella imagen era nítida, clara, y lo más sorprendente, se movía. Parecía una imagen familiar, una de aquellas que en su mente vagaban como sombras de un recuerdo. Poco a poco aquella figura similar a la suya se fue acercando desde la lejanía, y a medida que lo hacía se engrandecía hasta que formó un tamaño considerable. En ese momento Badar se asustó, porque aquella sombra, similar a la figura de su pequeña, alargó el brazo y a modo de escorzo colocó su mano sobre la pared. Extasiado y emocionado, él también alargó el brazo y colocó su mano sobre la mano de aquella figura, Aquella noche volvía a estar iluminada una vez más por el reflejo de la luna llena, la cual adentrando su ténue luz en la boca de la cueva, permitió a Badar ver con claridad aquel momento. Sus ojos quedaron fijos sobre la piedra de la cueva así como su mano, que más allá de la baja temperatura que todavía había, creyó sentir un calor especial que de ella se desprendía.
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Durante un largo tiempo, Badar quedó de pie, inmóvil, con la mano sobre la pared de la cueva y casi sin parpadear, mientras la luna seguía su ciclo rotatorio y alejaba su luz del interior. Aquel momento quedó oculto en la cueva, sin que nada ni nadie supiera lo que Badar experimentó, ni lo que sus ojos vieron, ni lo que sus oídos oyeron, ni tampoco lo que su corazón sintió; solo estaba Badar, lleno de plenitud mientras que de su boca salían sonidos y expresiones de tal dulzura y amor como jamás ser alguno había expresado. Sin duda aquel fue un espacio de tiempo que Badar ganó al tiempo, como si hubiera recuperado parte de la historia perdida de su vida. Un fuerte crujido interno en la cueva le despertó de su éxtasis, como si en su interior se hubiera desgarrado alguna de las innumerables galerías que la formaban. De nuevo, un fuerte movimiento de tierra hizo tambalear las paredes, transformando aquella cueva en un lugar peligroso; despertando de su profundo éxtasis, se tiró intuitivamente al suelo tratando de evitar cualquier peligro. Segundos más tarde un sonido extraño surgió de la profundidad de la galería, a modo de chillidos y aleteos; miles de murciélagos empezaron a salir por la boca de la cueva, ahuyentados por el peligro inminente de un derrumbe. Badar no podía hacer nada salvo esperar a que pasaran aquellas aves sobre su cabeza, y cuando lo hicieron se levantó tan rápido como le daban las piernas y se dirigió hacia la boca de la cueva, pasando por
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encima del fuego y pisando las ascuas que encendiéndose los cueros que tenía atados a los mismos. A duras penas logró salir al exterior y quitarse los trozos de ascuas de sus pies saltando sobre la tierra de la entrada, cuando miles de mariposas luminiscentes salieron tras él envolviéndolo y acompañándole durante unos segundos en aquella desesperada danza del fuego, hasta que los insectos se elevaron al cielo perdiéndose de nuevo bajo la claridad de la luna. Segundos después la entrada de la cueva se derrumbó con tanta virulencia que quedó prácticamente sellada, dejando a Badar sin las pocas pertenencias que tenía, y tan sorprendido y asustado que no podía ni tan siquiera parpadear. No podía comprender que aquello hubiera pasado nuevamente. Era una señal evidente que lo vivido dentro de la cueva había sido un reencuentro con su pequeña a un nivel espiritual como nunca había tenido, y una indicación clara del camino a seguir para encontrarla. Ya no tenía dudas, su pequeña le estaba pidiendo auxilio más allá del lugar donde se encontraba, y esa llamada le estaba llegando con fuerza a su interior desde puntos que antes nunca había percibido. Debía encontrarla a toda costa, ¿pero donde?.
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EL REENCUENTRO Esa misma madrugada, la luna desapareció y antes de salir el sol Badar, sin dudarlo, volvió a coger la senda de las especies siguiendo el camino el cual le indicaba que por ahí podía haber pasado su familia. Al cabo de un tiempo de seguir aquella ruta, no tardó en darse cuenta que entre las pisadas de las distintas especies de animales que por la senda transitaban, se encontraban huellas similares a las suyas. Su alegría se desbordó de tal manera que, desesperado, empezó a buscar alrededor hasta que
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salió del camino, pero nada encontró. El camino se alejaba del estrecho y se adentraba cada vez más en los extensos valles y montañas colindantes. El peligro de convertirse en presa de otras especies todavía asentadas en el lugar, no condicionó su insistente avance hacia aquellas tierras que en su día habían sido densamente pobladas por multitud de animales emigrantes. La “Tierra de la hierbas” había sufrido modificaciones tras los continuos terremotos que se habían producido a causa de la ruptura del paso entre los continentes, y la ruta hacía ya tiempo que había dejado de ser el camino de salvación de las especies, para convertirse en una mera senda de tránsito confusa y casi comida por la vegetación, por lo que, en muy poco espacio de tiempo, había dejado de servir como flujo de emigración. Engullido definitivamente el desierto salobre del Tethys por la inmensidad de aquella espectacular inundación, Badar llegó por fin a una verde planicie, donde un gran lago era regado por las todavía frías aguas de las montañas ya en deshielo. La primavera avanzaba y con ella la vida en sus múltiples expresiones. El camino de tránsito estaba a punto de desaparecer entre multitud de flora y sendas que se diversificaban en el extenso paisaje, así que Badar pasó a ser más intuitivo y menos emocional, y empezó a dejarse llevar, encaminándose hacia uno de aquellos frondosos valles.
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Cierto es que la espesura del bosque que lo conformaba casi impedía pasar los rayos del sol, pero también es cierto que aquella densidad complicaba el paso de especies de gran tamaño, siendo un refugio ideal para las más pequeñas. En aquel valle la vida parecía surgir por todas partes, como emergiendo del propio bosque, y Badar se fue embriagando de ella adentrándose cada vez más en la espesura, hasta que perdido se encontró frente a un caudaloso torrente de aguas cristalinas que brotaban con fuerza de la propia tierra, y se deslizaban pendiente abajo hasta introducirse con suavidad en el lago del valle. Entre aquella amalgama de sonidos del bosque, Badar creyó escuchar otros sonidos más familiares, como de su esencie, y estimulado comenzó a realizar una carrera desesperada. Corriendo y saltando sin dirección alguna, fue dejándose llevar, persiguiendo lo que para él eran “voces familiares de antaño”, la de sus padres, la de su compañera e hija, y la de sus amigos; sonidos que parecían expresar desde la espesura del bosque un cálido ambiente familiar como hacía mucho tiempo había dejado de oir. Badar continuó andando, hasta que desesperado entre aquella densa arboleda nuevamente se angustió y reventó a llorar pronunciando en voz alta y sin parar los nombres de su compañera y de su hija. Pero como antaño vivió en el Tethys al sentirse impotente dentro
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de aquel desierto salino, Badar pasó del llanto amargo a lanzar gritos desesperados al bosque, gritos que volvían a estar llenos de rabia e indignación. Al cabo de unos segundos, de repente el bosque se hizo silencio frente a sus gritos, y cansado Badar paró, buscando alguna respuesta, algún ruido, o algún movimiento que le indicara que estaba yendo por el camino correcto, encontrando tan solo un misterioso silencio. Agotado y sin apenas fuerzas quedó rendido sobre las piedras del torrente, y con las extremidades dentro de las frías aguas después de refrescarse el rostro mientras que el bosque recobraba nuevamente los sonidos que le caracterizaban. Su rostro reflejaba tal cansancio y desgaste que apenas podía levantar los labios para suspirar nuevamente los nombres de sus seres queridos. Durante un largo tiempo continuó susurrando y sollozando al bosque su tristeza, mientras observaba el reflejo de su peluda cara en la orilla del torrente. Pero Badar seguía escuchando aquellos sonidos familiares desde la lejanía, ruidos que cada vez le sonaban más cercanos, como si ya los tuviera metidos dentro de su cabeza e imposibles de acallar. Estaba a punto de rendirse ante la certeza de la pérdida. Pero lo cierto es que aquellos sonidos eran reales, y de manera paulatina se iban acercando poco a poco a él, hasta que entre la espesura del bosque empezaron a surgir voces similares a la suya, eran voces familiares
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que gritaban palabras y nombres, entre ellos el suyo, ¡Badar!, ¡Badar!. Confundido, y sin saber si aquellas voces salían de su cabeza o del bosque, se incorporó nuevamente hasta que pudo levantarse y tambaleando, volvió a gritar los nombres de su compañera y su pequeña, hasta que volvió a escuchar su nombre, esta vez más claro y real que nunca. Sin saber hacia dónde, empezó a caminar guiándose sólo de aquellas voces, pero el bosque se fue inundando de tantos sonidos, ruidos y crujidos de movimientos, que Badar se asustó y buscó un refugio creyendo que iba a ser atacado. Y no era para menos; los arbustos y ramas secas moviéndose y crujiendo en la espesura del bosque imponían, hasta que de nuevo volvió a escuchar repetidamente su nombre: ¡Badar! ¡Badar!. Pero en esta ocasión ya no había dudas y Badar salió de su escondite dando gritos y voces, y nombrando a su compañera y a su hija. Desde la otra parte del torrente las voces dieron paso a las imágenes y Badar reconoció por primera vez y después de casi veintidós lunas, a miembros de su especie que brazos en alto, gritaban de alegría por haberle encontrado. El torrente era caudaloso pero las rocas permitieron a Badar cruzarlo sin problema, y al hacerlo varios miembros de aquel clan le dieron la bienvenida indicándole que viniera con ellos a su poblado. Y así hizo. El grupo se adentró con Badar en la espesura del bosque hasta que llegaron a una pequeña explanada
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donde habían construido varias chozas con ramas y plantas de hoja ancha. Badar estaba emocionado, pero no satisfecho. No podía comprender como todos sabían su nombre y como pudieron identificar sus gritos en el bosque; pero por más que lo intentaba nadie respondía a su inquietud, limitándose simplemente a sonreír y darle golpes amistosos en la espalda y el pecho. Badar estaba confundido y trataba de comunicar su inquietud, indicando con gestos la pérdida de su compañera y su pequeña en el camino del estrecho. Pero los miembros de la tribu no dejaban de agasajarle con comida y pieles para cubrir sus pies y su cuerpo magullado, y aunque insistía colocando su mano a la altura del tamaño de su pequeña e indicando después su pecho una y otra vez entre lágrimas, nadie parecía entenderle y eso acabó enfadando a Badar, que dio varios gritos nombrando nuevamente a su compañera e hija. Poco tiempo después un nuevo grupo llegó al poblado. Parecían cansados, como si hubieran venido de cazar, pero sin traer pieza alguna; eran rastreadores, que también venían del bosque. Pero entre ellos se encontraba una joven, la última en llegar al poblado. Todos rodeaban a Badar intentado calmarle, hasta que el grupo poco a poco se abrió y dieron paso a la joven que se dirigió hacia él titubeando y con lágrimas en los ojos. Badar no sabía que hacer, ni que decir, ni tampoco como actuar, quedando inmóvil frente a la
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joven. Más de veinte lunas habían pasado desde que se vieron la última vez, y su pequeña había crecido tanto que ninguno de los dos sabía como reaccionar ante aquel especial y deseado momento. Unos interminables segundos, hasta que la pequeña no pudo contenerse y se lanzó hacia su padre, abrazándolo fuertemente mientras que desconsoladamente rompían a llorar los dos rodeados por el grupo. Durante aquel intenso momento todo cambió y se comprendió. Solo el amargo recuerdo de su compañera seguía manteniendo a Badar insatisfecho. Los días y lunas siguientes, padre e hija volvieron a ser nuevamente inseparables. Recuperando el tiempo perdido, realizaban juntos largas jornadas por el bosque, recorriendo los valles y las montañas colindantes que les rodeaban. Su pequeña se adaptó con tanta rapidez a la supervivencia, que el clan la había aleccionado para ser una exelente rastreadora, hecho que enorgulleció en gran manera a Badar. Pero la pequeña superviviente, era también admirada y respetada, por ver más allá donde la vista no llegaba. Una profetisa que, como Badar, también quedaba extasiada ante la luna, como habiendo heredado una lección de sensibilidad que nadie sabía describir, salvo su padre, que con emoción contenida le contó la visión que tuvo con ella en la cueva. Aquel día los dos se abrazaron confesándo haber vivido su encuentro especial en el mundo de las sombras, mientras lloraban de felicidad.
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BADAR, EL SUPERVIVIENTE Durante las lunas siguientes, Badar fue cada vez más aceptado y respetado en el grupo. Su capacidad para comunicar la experiencia acumulada de aquel extraño viaje al vacío, le hacía merecedor de ese respeto que con gratitud él correspondía. La caída al Tethys, los peligrosos cañones del desierto desalado, las misteriosas y monumentales cuevas de la “isla mágica” que le ayudaron a escapar, la magia de la luna y de las mariposas, los terremotos, la gran ola y la indescriptible catarata, y las innumerables pintadas que había dejado en su recorrido por la “Tierra de las hierbas” hasta el estrecho, eran experiencias que no deseaba que se perdieran en el olvido, así que hizo lo posible para hacer comprender a los suyos la importancia que tenía para sus vidas sobrevivir a aquella poderosa fuerza de la naturaleza, y a su capacidad de transformación.
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Sin quererlo, se había convertido para el grupo en “el superviviente”, un símbolo de fuerza frente a la cruda naturaleza que les envolvía y condicionaba, y una fuente importante de información que les ayudaría a comprender qué hacer cuando esa naturaleza volviera a reclamar su espacio vital. Pero Badar aceptó aquella situación de respeto, y aprendió a transmitir todas aquellas experiencias con sencillez y humildad. Los miembros de la comunidad de supervivientes le respetaban y admiraban por ese motivo, ya que no les enseñaba a tener miedo por las cosas, sino a amar y respetar el lugar que pisaban. Todos habían soñado con aquel viaje de exilio a la “Tierra de la hierbas”, un lugar de abastecimiento y paz que ahora tocaba amar y respetar por lo que representaba estar vivos y en libertad. Badar les enseñó todo aquello que él aprendió en su largo camino de vuelta; les enseñó a amar y respetar las montañas, los rios, los árboles y las plantas, los pájaros y las especies distintas que también eran supervivientes como ellos; pero sobre todo les recordó lo importante que era respetar la tierra, la única capaz de darles vida, alimento y cobijo. Aún así, aquellas ideas eran difíciles de asumir por el grupo después de haber visto y vivido la muerte y la destrucción tan de cerca. El ruido del océano entrando por el estrecho había menguado y apenas resonaba ya entre las montañas. La calma se estaba adueñando del lugar, a pesar de las
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réplicas de movimientos de tierra que aún se producían; todo parecía indicar que iban a tener un tiempo de calor diferente, pero también un crudo invierno llegaría de nuevo, y tendrían que estar preparados para combatirlo, así que todos los conocimientos y experiencias acumulados iban a ser importantes compartirlos. Solo había algo que Badar no compartía con el grupo; sus alejados retiros. Cuando se acercaba la época lunar y la noche se iluminaba con el reflejo del astro, Badar desaparecía del poblado perdiéndose por las montañas cercanas. Ningún miembro de la tribu cuestionó jamás aquel hecho, comprendiendo muy bien la imperiosa necesidad de ambos. Sabían que los dos necesitaban aquel momento de intimidad para compartir y reflexionar, pero sobre todo para seguir buscando respuestas a tantas y tantas preguntas que ambos se hacían. A veces, aquellas noches lunares se convertían en días de retiro, días que el poblado se resentía de la presencia de ambos, hasta el punto de ir a buscarlos por los montes cercanos, preocupados por lo que pudiera ocurrirles. Pero Badar era consciente de aquella preocupación, y de la responsabilidad que tenía para con su hija y el grupo.
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X X I V Luna
EL RAYO VERDE A punto de acabar la primavera, tras veinticuatro lunas de camino de vuelta al principio de aquella historia, ya nada era igual que antes. La noche siguiente al último ciclo lunar, prometía ser extraordinaria y Badar volvió a prepararse para su retiro. De mañana temprano, partieron los dos a un lugar muy especial, el Tethys. Durante el camino apenas hablaron, hacía tiempo que se alejaron del estrecho para no recordar peligros, pérdidas y recuerdos innecesarios y aquel era un viaje especial. El camino casi había desaparecido entre la frondosa vegetación, pero la brisa marina soplaba con fuerza en los valles y en las montañas colindantes indicando su cercanía.
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El sol lucía con toda su magnificencia, iluminando cada uno de los rincones del valle y pronto encontraron nuevamente la senda amplia que conducía directamente al desaparecido estrecho, pero cuando llegaron a la costa, un silencio mudo les paralizó a los dos; hacia mucho tiempo que las violentas aguas que aquel lugar les había separado, ahora les unía nuevamente, buscando entre las mismas el camino inexistente del pasado. Era extraño ver como en tan poco tiempo, lo que fue una impresionante batalla de la naturaleza por abrirse paso, y una extraordinaria transformación que cambió la vida de todos y cada uno de los seres vivos que en ese momento cruzaban, ahora se había convertido en una masa de mar uniforme fluctuando como si nada hubiera ocurrido. Durante un tiempo estuvieron sentados sobre las rocas de la orilla, mientras la pequeña apoyaba su cabeza sobre el costado de Badar. A pesar de la paz que ahora desprendía el lugar, solo estuvieron lo suficiente para recordar a su compañera, así como la pequeña despedirse de su madre. Fue tan intenso el momento, que los dos, con lágrimas en los ojos creyeron ver su rostro reflejado en las aguas de la orilla. Sin embargo esa sería la primera y la última vez que padre e hija se juntaran en aquel estrecho, cuyas aguas continuaban aumentando y ganando terreno a la tierra. Aquel día se prolongó su estancia en el saliente del peñón hasta muy tarde, pero antes de que la luna
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empezaba a repuntar, Badar y su pequeña se alejaron de la orilla y empezaron a subir una de aquellas montañas supervivientes que daban al mar. Pensaron que desde la cima podrían ver todo y sin peligro, así que empezaron a subir hasta que llegaron antes de que la luna apareciera sobre el horizonte de las tierra de las hierbas y un tiempo antes de que el sol se ocultara. Un momento natural de relevo que Badar no quería perderse, porque aquella tarde iba a ser muy especial al compartirlo con su hija. A punto de llegar a la cima, y antes de que el sol empezaba a rozar el horizonte de las montañas separadas por las aguas, buscaron una pequeña y cómoda explanada para sentarse y contemplar en silencio, aquella hermosa puesta de sol, mientras la luna ya comenzaba a asomar sobre el nuevo horizonte marino del Tethys. Era difícil mantener la vista en dos direcciones opuestas, y aunque era complicado no hacerlo, durante los momentos siguientes centraron su visión en el horizonte montañoso del que habían salido hacia muchas lunas. Ninguno de los dos parpadeaba, solo estaban en silencio, contemplando los últimos momentos de aquel día. El cielo estaba limpio, sin nubes, sin niebla, sin polvo; la claridad de visión era tal, que el perfil de las lejanas montañas se veía nítido, mientras el sol ya asomaba solo su frente, perdiendo toda la intensidad de luz que había tenido durante el día. Padre e hija seguían en silencio y sin pestañear aquellos últimos segundos,
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como no queriendo dejar de observar el lugar donde había empezado todo. Los dos volvieron a emocionarse hasta que, de repente, segundos después de ocultarse el sol, ocurrió algo extraño que jamás habían visto. Aún con la mirada pegada en aquel horizonte montañoso tenuemente iluminado por un hilo de sol, durante unos segundos, un extraño pero bello y verdoso destello como nunca habían visto, cubrió la cima de aquellas lejanas montañas sorprendiéndolos, hasta que definitivamente desapareció, dando paso al reflejo de una nueva luna sobre el horizonte. Badar y su hija se miraron con sorpresa y empezaron a reir con tanta complicidad, que durante un buen rato no tuvieron necesidad de expresar palabra alguna. Fue en aquel instante cuando Badar comprendió cual era el mensaje auténtico que debía transmitir a su pequeña y a todo el que quisiera escucharle. Aquella luna era ya diferente y Badar comprendió que también la vida y la de los suyos debía ser diferente. Durante la noche iluminada, los dos no pararon de transmitirse emociones, ideas, y experiencias. La pequeña también había percibido aquel momento especial y empezó a escuchar a su padre de manera distinta, como queriendo absorber todo lo que él le transmitía para conservarlo vivo en ella. Esa noche Badar le volvió a contar como era el lugar del que salió, la lucha por la supervivencia dentro
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de aquel impresionante mar salado en el que estuvo atrapado, los enormes cañones y grietas que tuvo que sortear, el caimán que a punto estuvo de atraparlo y la inmensa cueva, las brillantes mariposas y la enorme boca de la sima por la que trepó hasta que alcanzó la salida.
Le contó como el recuerdo y la presencia de ellas le animaron a luchar, y como la naturaleza, a pesar de su violencia y su crudeza, también le ayudó a sobrevivir, a protegerse, y a entender muchas cosas que antes desconocía. Badar transmitió a su hija que la tierra que pisaban estaba viva y que lo más importante era escucharla y aprender sus movimientos para ir prevenidos. Que el fuego era importante para combatir el frío en invierno, pero que la observación de las cosas te podía salvar la vida en todo momento. Pero sobre todo le hizo recordar como, a punto de
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perecer en el Tethys, le atrapó la atención aquella montaña especial, que como flor en aquel desierto, se levantó erguida frente a las demás, abierta y llena de vida y de posibilidades. Un lugar ideal para vivir que debía ser recordado bajo aquella esplendorosa imagen por las generaciones futuras; y así lo fue transmitiendo. Después de tantos cambios, Badar se preguntaba si aquella montaña aún existía, si había sobrevivido a la inundación, o si había quedado sumergida bajo las aguas de aquel nuevo mar, que continuaba subiendo peligrosamente, y adentrándose poco a poco en la tierra de las hierbas, obligando a todas las especies a alejarse de su costa y establecerse en las zonas altas del interior. Y ciertamente así fue. El nuevo mar creció de tal manera que casi todo el camino que realizó Badar hasta llegar al estrecho, en poco tiempo quedó sumergido bajo las aguas. La “flor del desierto” quedaría aislada, e inundada sus zonas más bajas, produciendo un extenso mar interno salado que cambiaría totalmente aquel extraordinario ecosistema que Badar conoció. No obstante, el recuerdo de aquel lugar se había convertido en un referente que Badar usó siempre a la hora de contar sus historias al grupo, pero en especial a su hija, la cual guardó en el recuerdo, hasta que su padre murió y ella continuó contándolas a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, bajo la luz de cada estación lunar. Durante muchas lunas, Badar fue recordado como el
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superviviente, y a medida que el grupo fue creciendo, sus historias tambiĂŠn fueron creciendo y pasando de boca en boca a medida que el grupo se fue desplazando hacia el norte, dejando atrĂĄs la ruta partida por las aguas de un nuevo mar.
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SUMARIO
I Luna
EL DESPERTAR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . LA GRAN OLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
7 9
I I Luna
EN EL DESIERTO DEL MAR DE TETHYS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
17
I I I Luna
UNA FLOR EN EL DESIERTO SALADO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . UN OASIS EN EL TETHYS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . DESCUBRIENDO LA “TIERRA HUECA” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . LA CAVERNA DE LAS MARIPOSAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
25 30 35 39
I V Luna
LUZ ENTRE LA NIEBLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 EL BAILE DE LAS MARIPOSAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 V Luna
LA ATLÁNTIDA TOCANDO LAS PUERTAS DE TETHYS . . . . . . . . . . . 57
DE UNA ISLA del MEDITERRÁNEO (Prólogo)
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V I I I Luna
CONTACTO CON LOS PRIMEROS HABITANTES . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 PRECIPICIO EN LA NIEBLA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 CUANDO LOS DIOSES HABLAN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75 X I I Luna
EN LA “TIERRA DE LA HIERBAS” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
81
X I V Luna
UN GRITO AL VIENTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87 X I X Luna
EL REENCUENTRO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95 BADAR, EL SUPERVIVIENTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102 X X I V Luna
EL RAYO VERDE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
“BADAR EL MESSINIENSE” ES EL PRÓLOGO DEL ÚLTIMO LIBRO QUE CERRARÁ LA COLECCIÓN
“DE UNA ISLA DEL MEDITERRÁNEO” REALIZADA EN PALMA DE MALLORCA ENERO 2017