De la Iglesia al Balneario

De la Iglesia al Balneario: (Calle del Comercio en otros tiempos) Este trayecto, relativamente corto y que comprende el inicio de la calle Doctor Rengifo, la nueva vía dedicada a Eugenio Fernández Angelete y la calle del Baño ha sido uno de los lugares más prolíficos en cuanto a establecimientos comerciales se refiere, y que mantenía, casi se puede decir, uno en cada portal; desgraciadamente, a partir de los años setenta comenzaron a cerrar, y el día de hoy únicamente se mantiene el Estanco-Ferretería, y la Perfumería-Mercería Andrea’s, aunque por poco tiempo pues el estanco tiene previsto su traslado frente al Ayuntamiento, en el Puente, dentro de muy poco tiempo, con lo que quedaría únicamente un comercio en todo ese recorrido.

Lo iniciamos en la plaza del Ayuntamiento, donde se unen las calles Don Victoriano y Doctor Rengifo, punto éste que señalaba antiguamente los límites de Baños de Béjar y Montemayor.

Actualmente existe Alimentación Montse, y en ese mismo lugar que hoy ocupa, sabemos que existió otro comercio dedicado a vender cacharros de barro y barquillos y obleas, estando regentado por Pilar; la puerta siguiente, local pequeño a más no poder, albergó en un primer lugar la barbería de Baltasar, más conocido como “Balta” y después, allá por los años 70 primero una pescadería y más tarde un Bar, regentado por “Chiqui”, miembro de la familia propietaria y al que se le dio el sugestivo nombre de “Con 8 basta”, título de una serie televisiva muy en boga en aquellos tiempos y que retrataba fielmente el local en cuestión, pues si entraban ese número de personas no cabía ya ninguna más.

Pasado el pequeño callejón que comunica con la calle Castillejos, en la puerta siguiente, se vendía fruta, la Señora Berna tenía siempre dispuestos en la puerta uno o dos cajones de fruta de temporada para su venta. En la siguiente puerta siguiendo el curso de la calle Doctor Rengifo, estaba la churrería de la Señora Petra, donde junto a su marido Eduardo, hasta su fallecimiento y luego ayudada por sus hijos preparaba las exquisitas

porras

con

las

que

comenzábamos el día y que si no querías acercarte a la churrería a por ellos,

iba

pregonando

todas

las

mañanas la señora “Crece” con su típica voz en sonsonete de “A los churros calieeeee…ntes”, llevándolos directamente a las casas.

En la misma acera y seguido de ella una carnicería regentada primero por D. Octaviano y continuada después por su hijo Eugenio, maestro del arte de cúchares, que dio a conocer Baños por el mundo cuando allá por los años 40 recorría las ciudades de España y América toreando en las mejores plazas y formando terna con los mejores toreros de la época.

Puerta con puerta estuvo el bar J.J, del malogrado amigo Joaquín, que posteriormente, al cerrar la churrería de por bajo, también se dedicó a preparar churros, pasando después a despacho de pan hasta su cierre. En este local, mucho tiempo anterior, y cuando formaba parte de la casa siguiente, antes de dividirla, estuvo el bar de Gonzalo “Peluco”, entrañable persona que se trasladó a Plasencia, pero que no perdió sus raíces bañenses inculcándolas a toda la familia, que aún hoy nos visita con mucha asiduidad.

En la acera de enfrente, haciendo esquina con la calle de los Morales, teníamos la mercería de Araceli, casa con dos puertas y su correspondiente escaparate, dosnde podías encontrar toda clase de hilos, puntillas, y resto de cosas propios de una mercería. Más arriba una frutería que al igual de la que hablamos anteriormente, tenía en su puerta las cajas de la fruta que estaba a la venta. Seguido estuvo el ultramarinos de Pablo Royo, que provenía de otro ultramarinos de la calle Doctor Rengifo, “Hijos de Eustaquio Royo”, donde lo mantenía junto a su hermano Jesús, ya fallecido.

El portal siguiente era el estanco, con los hermanos Rosa y Pepe despachando y donde se formaban más de una tertulia, sobre todo en verano, amenizada por nuestro querido amigo Felix “Molina”. Subimos un poco más y después de pasar la entrada a la vivienda, teníamos otra carnicería, ésta regentada por Hilario y familia, a la que seguía el establecimiento de paquetería y mercería del Sr. Erasmo y su esposa Cándida, que alternaba la atención al público con su otra afición, la escritura, que realizaba como corresponsal de alguno de los diarios extremeños y con algún que otro pequeño libro que publicó.

En la otra esquina, se encuentra un local en el que se instaló el barbero “Balta” y más tarde con la misma profesión “Florin”, este local pertenecía a la casa colindante y en cuya puerta siguiente, tenía su negocio “Tío Cayetano” con toda su gran mercancía de barquillos, obleas, caramelos, martillos, y en general todo aquello que la chiquillería gustaba de comer, sobre todo los días de fiesta cuando nos daban algunas “perras”, gordas o chicas y que íbamos a gastarnos con verdadero frenesí,.

Aunque no estuviera en la calle por la que estamos realizando este paseo, sí debemos mencionar que en el rincón frente a la peluquería y en plena calle Doctor Rengifo estaba la panadería de la conocida como Sr. Matilde, que luego fue llevada por sus hijas Antonia y Puri, casi hasta nuestros días.

Siguiendo en la calle Eugenio Fernández y en la acera de la barbería, después del comercio de “Tío Cayetano”, venía el taller de castaño de Alberto “Furri”, con su radio de válvulas, al principio, y luego al evolucionar la vida, su casette que solía tener a un volumen lo suficientemente alto como para que estuviera amenizada toda la calle con las melodías más conocidas de la época.

Más abajo otro taller de castaño, el de Mariano “Bajo” que además también llevaba el cambio, venta y préstamo de tebeos, novelas y toda clase de publicaciones con que la juventud y los no tan jóvenes de aquellos años pasaban sus ratos de ocio.

Al otro lado de la calle, siguiendo a la mercería de Erasmo y Cándida, la pescadería de Puri, seguida de otro ultramarinos, el del Sr. Eugenio, persona que por su humanidad, más de alguna vez nos daba que pensar a los pequeños, cómo haría para poder entrar y estar en

aquel

completamente

minúsculo lleno

de

establecimiento género

y

que

intuíamos que no debería caber; era curioso observar a la puerta las típicas caja redondas de las sardinas prensadas tan colocaditas y despidiendo el clásico olor, además allí podías entrar y encontrar casi todo lo que desearas, desde unas púas, hasta alguna alpargata, e incluso bicarbonato que tanto era usado por algunos de los clientes del cercano “Bar El Refugio”.

En la parte posterior del taller de Alberto y en la otra calle, tenía también el Sr. Eugenio un pequeño almacén donde apilaba las cajas de cerveza, zumos, y otras bebidas, además de barras de hielo que tanto se usaban en los años sesenta para enfriar, ya que no existían los electrodomésticos de hoy día.

Seguimos, y puerta con puerta con el Sr. Eugenio, la dulcería de Félix, con su escaparate tentador a nuestros ojos infantiles, donde exhibía los excelentes pasteles y mojicones que hacía.

Siguiendo esa misma parte de la calle y ya en la “plazuela” otra carnicería de la Sr. Hilaria, más tarde convertida en frutería y venta de cerámica de Julián Pozas.

En la esquina inferior, justo en el entronque con la calle orujal, el Bazar de Pachón, en su última etapa, pues anteriormente estuvo un poco más hacia el Balneario. Seguido se encuentra la perfumería-mercería que comentamos al principio “Andrea’s”.

En la otra esquina con la calle del orujal la barbería de Clemente, practicante, dentista y barbero como en los mejores tiempos; le seguía la zapatería de Harguindey y justo al lado el primer Bazar Pachón que luego se trasladaría a donde hemos comentado anteriormente.

Volvemos

a

la

acera

de

Mariano “Bajo”, y en la esquina con la plazuela, estaba la mercería de la Señora Patro, con su hija Carmen, que ocupaba prácticamente todo el frontal entre las calles de Angelote y la del Baño que sube hacia Doctor Rengifo, y donde también podías encontrar prácticamente de todo, pues incluso vendía tebeos o cambiaba novelas.

En la parte que nos falta por nombrar de las cuatro que componen la “plazuela”, se encontraba la vivienda del Alguacil, el querido Antonio “el chato”, que en sus bajos albergaba la cárcel; dos pequeños cuartos con cerrojos que servirían para retener a alguna persona que hubiera cometido algún desmán, y que a los niños de nuestra época nos hacían ver como lóbregos y servían para con ello conseguir que comiéramos más o fuésemos más buenos.

Le seguía hacia arriba un despacho de pan de Santiago Hernández y en la puerta siguiente una

peluquería

de

señoras,

que

regentaba

“Socorro” con la que hacía buenas migas otro personaje de Baños del que hablaremos en otra ocasión Vicente “VIVAS”.

Justo

después,

en

un

pequeño callejón sin salida el “Refugio”,

famoso

por

sus

raciones de callos, de morros, de tomate “al perico”, anchoas del país y su vino “aloque” o tinto, con la figura de Víctor siempre detrás del mostrador, su esposa Alicia y Mary en la cocina, y sus fieles

parroquianos

en

el

mostrador o en las mesas, entre los que nos acordamos, están Anastasio,

Tío

Zapatero,

Quiriño,

muchos

más

Martín

que

el

Viejo,

y

ahora

no

recuerdo.

Siguiendo

hacia

el

Balneario, en la misma esquina de la cárcel, tenía su pequeño taller y tienda Paco el cestero con su lorito que a su vez tenía el horno y otro taller al lado del Refugio.

Cuantas veces los pequeños de entonces habremos gritado “¿como se llama tu dueño, lorito?” y el resto de los amigos contestaban “Paquito… Paquito” lo que enfadaba a su dueño.

Más abajo existió otro Bazar, el de D. Juan Hernández, vulgarmente conocido como “Romanones” y en el que al igual que en el de ”Pachón” podían encontrarse infinidad de obejtos de regalo y los típicos “souvenirs” del pueblo que tanto demandaban los “veraneantes”.

Como se puede ver en un trayecto de menos de 300 metros existían todos estos comercios y es una pena observar como hoy día no quedan más que los comentados al principio.