Veinte pastiches felinos y el canto a un gato mineral

Veinte pastiches felinos y el canto a un gato mineral

José Luis Dávila

Veinte pastiches felinos y el canto a un gato mineral

José Luis Dávila

Nota del autor Si han invadido tanto la cultura actual desde el nicho memético que se da en las redes anidadas en internet, sea lo que sea que creamos entender por "cultura actual" (y por "redes"), hace poco me pregunté: ¿no será que estamos dejando de lado un poco la influencia y papel que han tenido a lo largo de la historia creativa?.

Y es que los gatos ahora, me parece, son planteados más bien desde el marketing y el entretenimiento, usados desde una perspectiva humanizante que los pone a nuestro mismo nivel, al contrario de cuando antes les conferíamos una voz para cuestionarnos ­supongo que esto se debe a que en los últimos años las personas prefieren evitar cuestionarse en pro de fingirse felices­, olvidando que su figura ha logrado llegar a convertirse en símbolo y hasta leitmotiv para el arte.

Es ante esta perspectiva que, realmente por ocio, comencé a modificar algunos poemas trascendentes, e incluso clichés, para rendirles un pequeño homenaje a estos seres ronroneantes que merecen recuperar la dignidad que les han arrancado las prácticas llenas de neurosis que sus dueños les han impuesto.

Veinte pastiches felinos

I Me importa un pito que los gatos tengan las orejas como magnolias o como pasas de higo; un pelaje de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento a croquetas o con un aliento ratonesco. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de humedad; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan ronronear. Si no saben ronronear ¡pierden el tiempo los que pretendan maullarme! Ésta fue —y no otra— la razón de que me encariñase, tan locamente, de Crack. ¿Qué me importaban sus bigotes por entregas y sus rasguños sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades destructoras y sus miradas de pronóstico reservado? ¡Crack era un verdadero motor!

Desde el amanecer ronroneaba del dormitorio a la cocina, ronroneaba del comedor a la despensa.

Ronroneando me seguía al baño, me trepaba por la camisa. Ronroneando realizaba sus comidas, sus siestas. ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, ronroneando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre los techos, un puntito pardo. “¡Crack! ¡Crack!”… y a los pocos segundos, ya me trepaba con sus garras de fiera, para llevarlo, ronroneando, sobre mi hombro a cualquier parte.

Durante kilómetros de ronroneo planeábamos una siesta que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en un sillón, como dos vagos, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el ruido forzoso nuestros ronquidos. ¡Qué delicia la de tener un gato tan ligero…, aunque nos haga sentir, de vez en cuando, sus garras! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días durmiendo, la de pasarse las noches maullando!

Después de conocer un gato ronroneante, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mascota cualquiera? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con un gato que tenga la laringe sin vibraciones?

Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender el lenguaje de un gato que no ronronea, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse la siesta más que ronroneando.

II Detente, gato de mi bien esquivo imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penoso vivo.

Si al imán de tus gracias atractivo sirve mi pecho de obediente acero, ¿para qué me maullas lisonjero, si has de rasguñarme luego fugitivo?

Mas comer no puedes satisfecho de que triunfa de mí tu tiranía; que aunque dejas lleno el tazón estrecho que tu forma fantástica ceñía, poco importa engordar brazos y pecho si te labra prisión la vasectomía.

III Nuestras vidas son los gatos que van a dar en el tazón, qu’es el comer; allí van los señoritos derechos a se acabar e consumir; allí los gatos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por los baldíos e los ricos.

IV Al hablarte me ronroneas desnudo de conceptos renuncias a ti mismo para volverte aire y al vuelo de mis pájaros verbales concibes el rasguño siempre juguetón y niño vas perdurando los instantes en tu maullido poderoso algún día cuando pierda al mundo me harás permanecer.

V Gato que te quiero gato.

Gato viento. Gatas ramas.

La garra sobre el cristal y el perro en la azotea.

Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, gato carne, pelo de gato, con ojos de fría plata.

Gato que te quiero gato.

Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas.

Gato que te quiero gato.

Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba.

La higuera frota su viento con la lija de sus garras, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?

Ella sigue en su baranda, gato carne, pelo de gato, soñando en la ventana amarga. ­Compadre, quiero cambiar mi casa por su gata, mi cartera por su arenero, mi celular por su manta.

Compadre, vengo durmiendo, desde los puertos de Cabra. ­Si yo pudiera, mocito, este trato se cerraba.

Pero yo ya no soy yo, ni mi gata es ya mi gata. ­Compadre, quiero dormir, decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la flojera que tengo desde el pecho a la garganta? ­Trescientos ronroneos morenos lleva tu pechera blanca.

Tu lonja rezuma y huele

alrededor de tu faja.

Pero yo ya no soy yo, ni mi gata es ya mi gata. ­Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las gatas barandas.

Barandales de la luna por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas.

Dejando un rastro de pelusa.

Dejando un rastro de croquetas.

Temblaban en los tejados farolillos de hojalata.

Mil panderos de cristal herían la madrugada.

Gato que te quiero gato, gato viento, gatas ramas.

Los dos compadres subieron.

El largo viento dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de marihuana. ­¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu gata amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta gata baranda!

Sobre el rostro del aljibe se mecía la gata.

Gata carne, pelo de gato, con ojos de fría plata.

Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua.

La noche se puso íntima como una pequeña plaza.

Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban.

Gato que te quiero gato, Gato viento, gatas ramas.

La garra sobre la ventana.

Y el perro en la azotea.

Pero yo ya no soy yo, ni mi gata es ya mi gata dejadme subir al menos hasta las altas barandas.

Compadre, quiero dormir, decentemente en mi cama.

De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda.

Compadre donde está dime, donde está esa gata amarga cuantas veces la esperé cuantas veces la esperaba.

VI No amo mi gato.

Su cola abstracta es inasible.

Pero (aunque suene mal) daría la vida por diez bigotes suyos, cierta pelusa, ronroneos, pasos de sigilo, orejas, una lengua de lija, gris, rasposa, varias rayas de su pelaje, narices –y tres o cuatro garras.

VII ¿Qué es miau?, dices mientras clavas en mi espalda tu garra azul. ¿Qué es miau? ¿Y tú me lo preguntas?

Miau…eres tú.

VIII Sueña el gato que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el internet escribe, y en videos le convierte la dignidad, ¡desdicha fuerte! ¿Que hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la viralidad?

Sueña el casero en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el callejero que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a maullar empieza, sueña el que ronronea y pretende, sueña el que rasguña y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí destas whiskas cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los gatos, gatos son.

IX Me gustas cuando callas porque estás sin maullar, y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado y parece que una croqueta te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de pelusa emerges de las cosas, lleno de pelusa tuya.

Gato de sueño, te pareces a mi alma, y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como dormido.

Y estás como quejándote, gato en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza: déjame que me duerma con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu maullido claro como una lámpara, simple como un quejido.

Eres como la noche, callado y constipado.

Tu silencio es por flojera, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás sin maullar.

Distante y acurrucado como si hubieras muerto.

Un gruñido entonces, una mirada bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

X Hay un gato naranja en mi corazón que quiere salir pero soy tierno con él, le digo quédate ahí dentro, no voy a permitir que nadie te vea.

Hay un gato naranja en mi corazón que quiere salir pero yo le echo whiskas encima y se traga el caldillo de los sobres, y los amigos y los alumnos y los cajeros de supermercado nunca se dan cuenta de que esté ahí dentro.

Hay un gato naranja en mi corazón que quiere salir pero soy tierno con él, le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres saltarme encima? ¿es que quieres mi atención? ¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros en Amazon?

Hay un gato naranja en mi corazón que quiere salir pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir a veces por la mañana cuando todo el mundo trabaja.

Le digo ya sé que estás ahí, no te pongas triste.

Luego lo vuelvo a meter, y él maulla un poquito ahí dentro, no le he dejado morir del todo y dormimos juntos así con nuestro pacto secreto y rasguña tanto como para hacer llorar a un hombre, pero yo no lloro, ¿lloras tú?

XI Echó croquetas en el tazón.

Echó leche en el tazón de croquetas.

Echó un sobre en el tazón de croquetas y leche.

Con la cucharilla lo revolvió.

Bebió su café con leche.

Dejó la taza sin hablarme.

Encendió un cigarrillo.

Hizo anillos de humo.

Volcó la ceniza en el cenicero sin hablarme.

Sin mirarme se puso de pie.

Se puso el sombrero.

Se puso el impermeable porque llovía. se marchó bajo la lluvia.

Sin decir palabra.

Sin mirarme.

Y me asomé a la ventana con la nariz pegada.

Y maullé.

MIAU MIAU MIAU MIAU MIAU

XII Entre lo que veo y maullo, Entre lo que maullo y duermo, Entre lo que duermo y como, Entre lo que como y juego El humano.

Se desliza entre el sí y el no: dice lo que callo, calla lo que digo, sueña lo que olvido.

No es un maullar: es un hacer.

Es un hacer que es un maullar.

El humano se dice y se oye: es real.

Y apenas maullo es real, se disipa. ¿Así es más real?

Idea palpable, gruñido impalpable: el humano va y viene entre lo que es y lo que no es.

Teje reflejos y los desteje.

El humano siembra croquetas en los tazones siembra tazones en los pisos.

Los pisos huelen los gruñidos miran, las miradas maullan.

Oír los pensamientos, ver lo que maullamos rasguñar el cuerpo de la idea.

Los ojos se cierran Los maullidos se abren

XIII Puedo maullar los chillidos más tristes esta noche.

Maullar, por ejemplo: <<Miau miau miau miauuu, mi miau, miau, mia miau, mi mi miau>>.

El ventilador gira en el techo y sopla.

Puedo maullar los chillidos más tristes esta noche.

Ella me quiere, y a veces yo también la quiero.

En las noches como ésta me tiene entre sus brazos.

Me besa tantas veces bajo el techo infinito.

Ella me regaña, a veces yo también la muerdo.

Cómo no amar mis grandes ojos fijos.

Puedo maullar los chillidos más tristes esta noche.

Pensar que no me tiene. Sentir que me ha perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin mí.

Y el maullido cae al alma como al plato las croquetas.

Qué importa que mi plato no quiera llenarme.

La noche está estrellada y ella no está en casa.

Eso es todo. A lo lejos alguien abre. A lo lejos.

Mi panza no se contenta con un sobre de whiskas.

Como para acercarla mi mirada la busca.

Mi ronroneo la busca, y ella no está en casa.

La misma noche que hace ladrar los mismos perros.

Nosotros, los gatos, no somos lo mismo que ellos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.

Mi ronroneo busca el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis pelusas.

Su blusa, su suéter claro. Sus tosidos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.

Es tan hondo el tazón, y es tan poco el contenido.

Porque en noches como ésta me tuvo entre sus brazos, mi alma no se contenta con estarla esperando.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y estos sean los últimos miaus que yo le chillo.

XIV ¡Rasguñar, o no rasguñar, es la cuestión! –¿Qué debe más dignamente optar el alma noble entre sufrir de la fortuna impía el porfiador rigor, o rebelarse contra un mar de desdichas, y afrontándolo desaparecer con ellas?

Comer, dormir, no despertar en toda la tarde, poder decir todo acabó; en la arena sepultar para siempre los olores del corazón, los mil y mil quebrantos que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara concluir así! ¡Comer... quedar dormidos...

Dormir... tal vez soñar! ­¡Ay! allí hay algo que detiene al mejor. Cuando del mundo no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños vendrán en ese sueño de la siesta!

Eso es, eso es lo que hace el infortunio planta de larga vida. ¿Quién querría sufrir del cepillo el implacable azote, del agua la injusticia, del soberbio el áspero jabón, las amarguras del shampoo despreciado, las demoras del secado, del veterinario la insolencia, la hostilidad que los perros juran al mérito pacífico, pudiendo de tanto mal librarse él mismo, alzando una mordida de acero? ¿quién querría seguir cargando en la cansada vida su fardo abrumador?...Pero hay espanto ¡allá del otro lado de la puerta!

El terreno baldío, aquel país que todavía está por descubrirse, país de cuya lóbrega frontera ningún viajero regresó, perturba la voluntad, y a todos nos decide a soportar los males que sabemos más bien que ir a buscar lo que ignoramos.

Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos haces unos cobardes, y la ardiente resolución original decae al pálido mirar del pensamiento.

Así también enérgicas garras, de trascendencia inmensa, a esa mirada torcieron rumbo, y sin acción se guardaron.

XV Vendrá un gato y tendrá tus ojos —este gato que te acompaña de la mañana a la noche, insomne, sordo, como un viejo remordimiento o.un vicio absurdo. Sus ojos serán una palabra hueca, un grito ahogado, un silencio.

Así los ves cada mañana cuando a solas te inclinas hacia su arena. Oh querida esperanza, ese día también sabrás qué es la vida y la nada.

Para todos tiene el gato una mirada.

Vendrá un gato y tendrá tus ojos.

Será como dejar un vicio, como mirar en el espejo asomarse un rostro peludo, como escuchar un labio cerrado.

Nos hundiremos en el maullido, mudos.

XVI Dije: «¿Su nombre?»

Y él: «Como más le guste.»

Dije: «¿Elegimos Cervezo?»

Y él: «Por el momento, acepto.»

Dije: «¿Está usted solo?»

Y él: «No, estoy con usted.»

Dije: «¿Y si dormidos toda la tarde?»

Y él: «Su deseo tiene todos los derechos.»

Dije: «¿Qué clase de dueños le gustan?»

Y él: «Pintores, diseñadores, profesores de literatura.»

Dije: «¿Sus preferencias?»

Y él: «Los hombres tristes, pero no demasiado.»

Dije: «¿Vamos a comer?»

Y él: «Las croquetas son un buen preludio.»

Dije: «¿Lee usted libros?» y él: «Sõseki, Lessing y Thomas Eliot.»

Dije: «Tiene usted unas orejas muy bonitas.»

Y él: «Sí, a mí también me gustan.»

Dije: «Es usted prácticamente divino.»

Y él: «Tiene usted razón.»

Dije: «¿Qué le gusta que le regalen?»

Y él: «A lo mejor adoptarme es gratis.»

Dormimos toda la tarde el lunes, el martes, el domingo y el lunes siguiente.

Discutimos sobre Poe, luego sobre García Ponce.

Dije: «Tiene usted unas garras inolvidables.»

Y él: «¿Sólo las garras?»

Nos cansamos el uno del otro el mismo día, a la misma hora, lo cual es frecuente en asuntos gatosos.

XVII Él, que paseaba un día coronado de flores de durazno y de cerezo, el triste Cervezo como un preso a la zotehuela de los gatos fue expulsado.

Cuando volvió a la casa oscuro, herido, lo llamaste, pero él no te miró, y nadie, nadie lo reconoció, mas era él mismo, él mismo destituido.

Y lo reconociste en el momento en que maulló a tus pies y que lo viste hambriento, sucio, mojado y triste, y maullaste con él su sentimiento.

XVIII Que es mi gato mi tesoro, que es mi dios su ronronear mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, su miau.

XIX Hay gatos en la vida, tan violentos… ¡Yo no sé!

Gatos como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en las garras… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas rojizas en el rostro más fiero y en el brazo más fuerte.

Serán tal vez los bengalas de bárbaros Atilas; o los maine coon negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los ronroneos del alma de alguna fe adorable que el destino blasfema.

Esos rasguños sangrientos son las crepitaciones de alguna croqueta que en el tazón de agua se nos cuela.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos entierran una garra; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de dolor, en la mirada.

Hay gatos en la vida, tan violentos… ¡Yo no sé!

XX ¡Oh gato, mi gato!

Terminó nuestro espantoso día, el whisky ha salvado todos los escollos, hemos ganado el codiciado premio, ya llegamos a la noche, ya oigo las ambulancias, ya el vecino fiestea gozoso, los ojos siguen la firme botella del whisky resuelto y audaz, mas, ¡oh corazón, corazón, corazón! ¡Oh cafés gotas embriagantes!

Mirad, mi gato en la cocina yace dormido y calientito. ¡Oh gato, mi gato!

Levántate y escucha las sirenas, levántate, para ti ondea la ropa de la azotea, para ti suena el ladrido, para ti los insectos y ratas despanzurradas, para ti la multitud se agolpa en la ventana, a ti llama la gente del edificio, a ti vuelven sus rostros anhelantes, ¡Oh gato, hermano querido! ¡Que tu cabeza descanse en mi brazo!

Esto es sólo un sueño: en la cocina yaces dormido y calientito.

Mi gato no responde, sus orejas están peludas e inmóviles, mi gato no siente mi brazo, no tiene hambre ni voluntad, el alcohol nos acabamos sanos y salvos; nuestro día, acabado y concluido, del horrible día el alcohol victorioso llega con su trofeo, ¡Exultad, oh playas, y sonad, oh campanas!

Mas yo, con pasos lentos y calmados, recorreré la cocina donde mi gato yace dormido y calientito.

Canto a un gato mineral

Capto la seña de una pata y veo que hay una libertad en mi deseo; ni dura ni reposa; las croquetas de su objeto el tiempo altera como el agua la espuma prisionera de la pelusa ondulosa.

Suspensa en el azul la pata, esclava de la más leve que socava el orbe de su vuelo, se suelta y abandona a que se ligue su ocio al de la garra que persigue las corrientes del cielo.

Una mirada en abandono y viva, si no una certidumbre pensativa, atesora una duda; su amor maulla en la pasión desierta sueña en la soledad, y está despierta en la conciencia muda.

Sus ojos errabundos y sumisos, el hueco son, en que los fatuos pelos de nubes y de frondas se apoderan de un mármol de un instante y esculpen la figura vacilante que complace a las garras.

La vista en el espacio difundida es el espacio mismo, y da cabida vasto y mismo al ronroneo que en las nubes se irisa y se desdora e intacto, como cuando se evapora, está en las ondas preso.

Es la vida allí estar, tan fijamente, como la helada altura transparente lo finge a cuanto sube hasta el purpúreo límite que toca, como si fuera un sueño de la roca, la forma de su cola.

Como si fuera un sueño, pues sujeta, no escapa de la garra que aprieta en la roca la entraña, la penetra con sangres minerales y la entrega en la piel de los cristales a la luz, que la daña.

No hay solidez que a tal prisión no ceda aun la sombra más íntima que veda un receloso seno ¡en vano! pues a la croqueta no es inmune que hace entrar en las carnes que desune las lenguas del veneno.

A las cortinas también el color tiñe, túnicas tintas en el mal les ciñe, las roe, las horada, y a la crítica nuestra, si las mira, por qué a la ventana su ilusión retira la tela humillada.

Nada perdura, ¡oh, garras!, ni descansa.

Cuando en una silla adormecida y mansa un rostro se aventura, igual retorna a sí del hondo viaje y del lúcido abismo del paisaje recobra su figura. Íntegra la devuelve al limpio espejo, ni otra, ni descompuesta en el reflejo cuyas diáfanas redes suspenden a la imagen submarina, dentro del vidrio inmersa, que la ruina detiene en sus bigotes. ¡Qué eternidad parece que le fragua, bajo ese terso pelaje de agua, de un encanto el conjuro en una isla a salvo de las horas, áurea y serena al pie de las auroras perennes del futuro!

Pero hiende también el colmillo, leve, del unido cristal en que se mueve los átomos compactos: se abren antes, se cierran detrás de él y absorben el origen y la huella de sus nítidos actos.

Ay, que de la arena el imantado centro no fija a la orina que se cuaja adentro las flores de su nado; una onda se agita, y la estremece en una onda más desaparece su olor apestado.

La arena a sí misma regresa, y expulsa a la suciedad, aunque no cesa; pues la memoria oprime de la opaca materia que, a la orilla, del arenal en que la onda juega y brilla, se entenebrece y huele.

La pelusa regresa a su costumbre.

Que del lengüetazo un relámpago deslumbre o un sólido de jabón tenga en un cielo ilimitado y tenso un instante a los ojos en suspenso, no aplaza su consumo.

Obscuro parecer no la abandona si sigue hacia una fulgurante zona la imagen encantada.

Por dentro la ilusión no se rehace; por dentro el gato sigue su rutina y yace como si fuera nada.

Embriagarse en la magia y en el juego de la áurea pelota, y consumirse luego, en la ficción conmueve el alma de la cola sin contorno: maulla que pierde un venturero adorno y que no se renueve.

Aun el maullido otras ondas arrebatan, y atónitos los ojos se desatan del plomo que acelera el descenso sin voz a la agonía y otra vez la mirada honda y vacía, flota errabunda fuera.

Con más encanto si más pronto ronronea, el vivo engaño a la pasión se adhiere y apresura a los oídos náufragos en las ondas ellos mismos, al borde a detener de los abismos los flotantes despojos.

Signos extraños maulla la memoria, para una muda y condenada historia, y acaricia las huellas como si oculta obsecación lograra, a fuerza de tallar la cola avara recuperar croquetas.

La mirada a los aires se transporta, pero es también vuelta hacia el tazón, absorta, el ser a quien rasguña y en vano tras la onda tornadiza confronta la visión que se desliza con la visión que rasga.

Y abatido se esconde, se concentra, en sus recónditas cavernas entra y ya libre en los muros de la caja interior de que es el dueño suelta al nocturno paladar el sueño sus bostezos obscuros.

Cajas innúmeras y endurecidas, vastos depósitos de breves siestas, guardan impenetrable la materia sin luz y sin sonido que aún no recoge el alma en su sentido ni supone que maulle. ¡Qué ruidos, qué ronroneos apagados allí activan, sepultos y estrechados, el hervor en el seno convulso y sofocado por un gato!

Y grava al rostro su rencor sañudo y al lenguaje sereno.

Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive en el fondo aterrado, y no recibe las ondas todavía que recogen, no más, el maullido que aflora de un agua móvil al rielar que dora la vanidad del día!

El sueño, en sombras desasido, amarra la nerviosa raíz, como una garra contráctil o bien floja; se hinca en el ronroneo que la envuelve, o en el humor que sorbe y que disuelve un fijo extremo aloja.

Cómo pasma a la lengua ríspida y delgada, y asciende un burbujear a la sorpresa del sensible oleaje: su espuma frágil las burbujas prende, y las pruebas, las une, las suspende la creación del maullido.

El maullido es sabor que entrega al labio la entraña abierta a un gusto extraño y sabio: despierta en la garganta; su espíritu aún espeso al aire brota y en la líquida masa donde flota siente el espacio y chilla.

Multiplicada en los propicios ecos que afuera afrontan otros vivos huecos de semejantes hocicos, en su entraña ya brilla, densa y plena cuando allí late aún, y honda resuena en las eternas zotehuelas.

Oh, eternidad, oh, hueco café, vibrante en que la forma oculta y delirante su ronroneo no apaga, porque brilla en los muros permanentes que labra y edifica, transparentes, la onda tortuosa y vaga.

Oh, eternidad, el gato es la medida, compás y azar de cada frágil mueble, la numera el gato.

Y rascan tus sillas las dispersas garras, que distantes o próximas, sonoras allí graban su marca.

Denso el silencio trague al negro, obscuro ronroneo, como el sabor futuro sólo la entraña guarde y forme en sus recónditas moradas, su sombra ceda formas alumbradas al maullido que arde.

No al oído que a la caja se aproxima que el banal espacio, por encima del hondo laberinto los ronroneos intrincados en sus vetas originales vayan, más secretos de otra boca al recinto.

A otra vida oye ser, y en un instante la lejana se une al titubeante latido de la entraña; al instinto un amor maulla a su objeto; y afuera en vano un porvenir completo la considera extraña.

El aire tenso y musical espera; y eleva y fija la creciente esfera, sonora, una mañana: la forman ronroneos que juntó un sonido, como en la garra y pelaje del oído misteriosa campana. Ése es el fruto que del gato es dueño; en él la entraña su pavor, su sueño y su labor termina.

El gato que destila la tiniebla es el propio sentido que otros puebla y la casa domina.

Este libro es un divertimento de distribución gratuita electrónica que se ideó en la ciudad de Puebla. Toda intervención textual ha sido hecha únicamente con el propósito de celebrar el día del gato el 1 de marzo de 2022.