Un mito moderno No pretendemos mostrar cómo piensan las personas en los mitos, sino cómo los mitos se piensan en las personas, sin que ellas lo noten. C. Levi-Strauss
Sumissie estaba decidida a cambiar radicalmente su vida. Divorciada, madre de tres niños que mantenía ella sola, trabajando más de doce horas diariamente, excepto los domingos, en una florería ubicada en pleno centro histórico de la ciudad de México, se encontraba cercana a cumplir treinta años y sentía una especie de vacío interior. Como tantas mujeres en el mundo, desde hacía varios años, vivía entregada por completo a sus hijos. No sabía exactamente qué quería, pero estaba segura que lo que no quería era seguir viviendo esa rutina donde ella se iba disolviendo paulatinamente, al grado de que no le sorprendería si un día no viera más su imagen reflejada en un espejo. Sentía que no sólo ya no era atractiva, sino que su rostro se iba difuminando, tornándose gris e informe como una simple mancha en la pared. Unos diez años antes, Sumissie había trabajado en una fundación que realizaba diversas actividades culturales con jóvenes, adolescentes y niñas y niños. Sin embargo, los socios habían realizado una serie de fraudes que provocaron que las autoridades, finalmente, la clausuraran. En esa fundación conoció a Juan Machín, un pintor que brindó un taller de dibujo. Al término del taller le pidió amistad en Facebook y se alegró de que la aceptara. Pasaba el tiempo, y Sumissie seguía fielmente las publicaciones de dibujos y pinturas que Machín subía a su página y, de vez en vez, le mandaba algún mensaje por Messenger. Juan puntualmente le respondía pero, nunca, tomaba él la iniciativa de escribirle. A mediados de la cuarentena por el COVID-19, Sumissie, una tarde de poco trabajo, decidió pedirle a Machín que la dibujara, porque en su obra se evidenciaba una mirada fuera de lo común, cargada de erotismo y que trascendía los estereotipos de belleza femenina. Quería asegurarse que no estaba desapareciendo, el dibujo de Machín le ayudaría a verse con otros ojos, a recuperar su imagen y, tal vez, sentirse bella y deseada. Machín le solicitó algunas fotos para elegir cuál dibujar. Sumissie seleccionó algunas recientes e incluso se tomó varias. Ese mismo día, Machín le envió varios dibujos donde, efectivamente, Sumissie se veía a sí
misma hermosa y sensual. A cambio de los dibujos, Machín le pidió más fotos a Sumissie, cada vez más provocativas, desnudándola poco a poco, foto a foto.
Sumissie se redescubría a través de la mirada estética y erótica de Juan, excitándose cada vez más con su propia imagen recreada por los ojos y mano de Machín.
Cuando le envió la primera foto donde se veía su pezón izquierdo, levantando potente la tela de su blusa, no sólo recibió, mientras laboraba en la florería, el respectivo dibujo de Machín sino un poema del escritor Arturo Núñez, amigo de Juan, donde hablaba de erupciones, sueños y universos: Se asomaba. Era una luna levantando la sombra. Era el universo contraído en un punto diminuto. Era un volcán erupcionando sin testigos y la cúspide de un sueño parido por mi boca. Era Helena en una cima de Troya y Paris asomando las murallas. Era mi suspiro, mi saliva triste, mis rajados labios. Era la lágrima roja
de mi ausencia sobre sus cumbres solas. Y era ella esperándome debajo de la tela, sobre la piel y adentro de la noche.
Sentada en el mostrador, mientras veía el dibujo y leía el poema, sintió cómo sus pezones se endurecían, y empezó a acariciarlos con las puntas de sus dedos índices por encima de la blusa. Un suave y cálido cosquilleo subía desde su vientre, que se iba humedeciendo con cada caricia. Se subió la blusa ante la mirada asombrada de Cristina, su compañera en la tienda, y siguió acariciando sus senos con una mano, mientras la otra comenzaba a acariciar abajo, buscando las húmedas profundidades que, como sirenas, hipnótica e irresistiblemente le llamaban. Una serie de contracciones telúricas de su vientre fue la inevitable culminación de la experiencia. Cada nuevo dibujo representaba un nuevo y poderoso orgasmo. A diferencia de Narciso, el hermoso efebo que, según cuenta el mito griego, enamorado de su propia imagen reflejada en el agua, se fue consumiendo hasta la muerte y fue transformado en flor por los dioses, Sumissie, enamorada de su imagen reflejada en dibujos y poemas, fue reviviendo y cada día florecía más bella.