La Dolce Vita

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DOLCE vita! Roma era una fiesta. Artistas, actores, escritores, músicos, periodistas... Todos se dieron cita a principios de los sesenta en la Ciudad Eterna, en medio de un renacimiento cultural que caló en cada capa de su sociedad. Fellini, con su obra maestra neorrealista (ácida y delirante a partes iguales), supo retratar como nadie un espíritu que hoy resurge con fuerza. ‘Robb Report’ ha querido acercarse a aquellos años a través de caras, conceptos y firmas que fraguaron el mito del ‘Hollywood del Tíber’. por josé maría álvarez

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Orgullo sin prejuicio Via Veneto era el epicentro de la vida social de La Dolce Vita. Entre sus bulliciosas terrazas era habitual toparse con estrellas de Hollywood, iconos de la nouvelle vague francesa o el neorrealismo italiano, poetas, filósofos, intelectcuales, músicos... Ríos de excesos entre cenas copiosas y copas generosas. Roma volvía a ser la capital de un nuevo imperio, el de la cultura, la moda, el estilo de vida, el placer, el esparcimiento... En la imagen superior: Rita Hayworth en 1960, recreándose entre el imponente Barroco que reviste las calles de Roma. En la página siguiente: John Wayne, tomándose medidas para un traje junto a Gaetano Savini, uno de los fundadores de Brioni, en la tienda de la firma en la capital de Italia.

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‘Città aperta’ Tal maremagnum y concentración de socialités sin tapujos favoreció el nacimiento de la figura del paparazzi, nombre inspirado en el personaje de Paparazzo en La Dolce Vita de Fellini. Fotógrafos de toda índole se apostaban allá donde acudía un rostro conocido. Rara era la época del año en que nos se celebraran cenas de gala o fiestas en Roma. Si se pretendía ser alguien, etaba prohibido faltar. A aquella libertad sin remordimientos le sucedería, progresivamente, el hermetismo con el que actualmente viven las estrellas. Y así empezaría todo. Sobre estas líneas: Peter Sellers, su socarrona mirada y su falta de complejos, con abrigo de astracán de Brioni. En la página anterior: Pier Paolo Pasolini y Anna Magnani, ataviados con sus mejores galas. Las obras (de cualquier ámbito) del primero y las interpretaciones de la segunda reflejaban la Italia más dura y marginal. Su vida real, en cambio, destilaba glamour, concepto por entonces lejano a los prejuicios de nuestra época. Pieles, joyas, vestidos de noche, esmoquin...

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Ternura y tormento Como no podía ser de otra forma, el espíritu de La Dolce Vita difuminó las fronteras entre amor y el odio. Poco más se puede decir de una de las relaciones que más removieron los cimientos de Hollywood (y de los juzgados). Richard Burton y Elizabeth Taylor, dos almas británicas cuyas peripecias también vivieron grandes momentos por las calles de Roma. De hecho, su amor (y su tormento) se consolidaría durante el traslado del rodaje de Londres a la ciudad eterna de una de las superproducciones menos rentables de la historia: Cleopatra. La boutique de Bulgari en Via Condotti (a pocos pasos de Piazza di Spagna), era uno de los rincones favoritos de la actriz para hacer un descanso entre escena y escena y pertrecharse con sus joyas favoritas. En el caso de Burton, sus preferencias estaban más próximas a las mesas de las trattorias del Trastevere o a las de los clubes de Via Veneto. En la imagen: Taylor y Burton el día de su boda en Montreal en 1964, ajenos a su destino. El broche de ella, por supuesto, de Bulgari.

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Poder de seducción Para definir el magnetismo que sigue desprendiendo la revisión del estilo de una época imborrable, hay que empezar hablando del gusto por la moda. La preocupación bien entendida desde Italia por las apariencias, fue recibida con los brazos abiertos por todas las nacionalidades que se dejaron atrapar por Roma. Y si en algo se basó, fue en ese amor que los transalpinos guardan por los pequeños detalles (detagli). En la página anterior: la bellísima Jane Fonda con su entonces marido, Roger Vadim, subiendo a un carruaje en la Roma de septiembre de 1962. Sobre estas líneas: Gary Cooper, otro asiduo, en posición de reposo (estudiando su próxima presa) con traje de Brioni y pitillo. Un grande. 102

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Más cine, por favor Con todo el boceto dibujado, no era difícil que la atracción del cine acabara por convertirse en uno de los principales protagonistas de la vida cultural romana. Los estudios Cinecittà (que, lamentablemente, se debaten entre la vida y la muerte actualmente) vivieron un momento de esplendor justificado por unos precios de rodaje más baratos que en Hollywood y unas localizaciones reales contra las que es difícil competir. Directores y actores de todo el mundo pusieron rumbo a Roma y la convirtieron en lo que se llamó el ‘Hollywood del Tíber’. Sobre estas líneas: Anthony Quinn, confeccionándose un traje de Brioni. En la página siguiente: Claudia Cardinale y Alain Delon en la conferencia de prensa de presentación en Roma de El Gatopardo, de Visconti, mayo de 1962. 104

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Cosas de familia Los escándalos no sólo venían protagonizados por Elizabeth Taylor y Richard Burton. Entre los más sonados del Hollywood de la época, estuvo el de Ingrid Bergman y Roberto Rosellini. Consolidada la sueca como una estrella indiscutible del séptimo arte en suelo estadounidense, su admiración por filmes como Roma, città aperta o Paisa, de Rossellini, la acercarían al trabajo del director italiano hasta acabar por enamorarse mutuamente. Un abandono de marido e hijo y dos gemelas llamadas Isabella e Isotta, confirmarían el escándalo italo-sueco. Gajes del oficio. Sobre estas líneas: Ingrid Bergman paseando por Roma en 1963 con sus hijas, las gemelas Isotta e Isabella Rossellini. En la página anterior: Rock Hudson conversando con Angelo Vitucci, responsable de la tienda de Brioni, en plena toma de medidas de un traje.

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Nombres voluptuosos Para hablar de La Dolce Vita, como obra maestra del cine, pistoletazo de salida a un estilo de vida y confirmación de un mito, tres nombres fundamentales nos vienen rápido a la mente: El del maestro Federico Fellini, el de Marcello Mastroianni y el de Anita Ekberg. Fellini como mago de las sombras, del neorrealismo, del surrealismo... Genio visionario que aún deja hilos sueltos cada vez que revisitamos títulos como 8 1/2 o Amarcord. Mastroianni como referente de estilo eterno, representante de la intelectualidad atormentada, incomprendida y caprichosa al meterse en la piel de Marcello Rubini. Y, por supuesto, Anita Ekberg. Pocas palabras y muchos gestos contradictorios para una voluptuosidad cargada de sensualidad, digna de la musa de nuestro imaginario. En la imagen: Anita Ekberg, en Roma en 1961. Lujo revestido de pieles, joyas y curvas suecas sin parangón.

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Miradas con brillo de estrellas Cuatro rostros, cuatro formas de entender la vida, el cine y, por supuesto, el lujo. Cruces de caminos entre joyas de Bulgari y trajes de Brioni. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Cary Grant con traje de Brioni, Ingrid Bergman en el rodaje de La visita del rencor y Elizabeth Taylor, ambas con joyas de Bulgari; en la imagen inferior derecha, Robert Wagner. Siguiente página: Jack Lemmon, Joan Collins y Robert Wagner en el Caffè dell’Epoca (Roma, octubre de 1961).

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Cristina Carrillo de Albornoz Escritora, crítica de arte y comisaria de la exposición ‘Los años de la Dolce Vita’.

Simplemente, Brioni El estilo de La Dolce Vita lleva la firma de Brioni. La firma surgida a mediados de los años cuarenta experimentaría un crecimiento de su fama que la convertiría en la preferida por las estrellas de Hollywood que pasaban por Roma. ¿El secreto? Imaginación elegante con un toque canalla pero aristocráticato que encajaba como anillo al dedo con la filosofía de vida de unos años que rompían con la anterior etapa de una Europa gris. Sus desfiles se convirtieron en un fenómeno social. Sobre estas líneas: Bocetos de las colecciones de Brioni de 1959 y 1960.

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f o t o g r a f í a : d o n ata w e n d e r s

t o d a s l a s i m á g e n e s h a n s i d o c e d i d a s p o r l a s a l a c a n a l d e i s a b e l II y l a c o n s e j e r í a d e e m p l e o, t u r i s m o y c u lt u r a d e l a c o m u n i d a d d e m a d r i d p o r c o r t e s í a d e m a r c e l l o g e p p e t t i m e d i a c o m pa n y. i m a g e n d e a p e r t u r a : f o t O g r a m a d e l f i l m e ‘ l a d o l c e v i ta’ ( r i a m a f i l m ) .

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x diplomática de la ONU en Suiza y Francia, Cristina Carrillo de Albornoz actualmente desempeña tareas de comisaria de arte independiente y crítica en una disciplina a la que considera “su vida”. Autora de varios libros sobre Balthus, Botero o Satyajit Ray, sus escritos también han tenido cabida en las ediciones de España, Italia, Francia, Reino Unido o México de publicaciones como Vogue, The Art Newspaper, The European, The Observer, Beaux Arts, L’oeil, El País, ABC o AD. Desde 1994 ha comisionado exposiciones de Balthus, Botero, Calatrava, Wim Wenders o Frank Stella por salas y galerías de todo el mundo. De su amor por la moda, el cine, la literatura y el arte con acento italiano nació la idea que captó la atención de Robb Report: La muestra Los años de la Dolce Vita, en la Sala Canal de Isabel II de Madrid. Una iniciativa con visos de repetirse (habrá que estar atentos) y de la que hemos extraído las imágenes que acaban de contemplar.

¿De dónde surge la idea de una exposición sobre los años de la Dolce Vita? Todo empexó hace dos años, coincidiendo con el cincuenta aniversario del estreno de La Dolce Vita de Fellini. Hablé con el director del Festival de cine de Valladolid y pensamos en hacer una exposición centrada en la película. Por diversos motivos, no pudo llevarse a cabo. En ese momento, yo ya había empezado a recopilar información, especialmente sobre aquellos paparazzos que acabaron convirtiéndose en grandes nombres de la fotografía. Uno era Marcelo Gepetti, y fue su hijo quien me llamó y me permitió acceder a su archivo. Fue a raíz de eso que decidí reconducir la idea inicial hacia algo más global, centrado en La Dolce Vita como concepto. ¿Qué características especiales reunía Roma en los cincuenta y sesenta para atraer a tantos artistas que no tuvieran París, Londres o Nueva York? Todo parte del cine. Después de la guerra y del neorrealismo, surgen grandes maestros del séptimo arte que llaman poderosamente la atención de los estudios de Hollywood. Los americanos se sintieron atraídos por una forma de hacer cine innovadora con muy pocos medios. Rosselinni, Antonioni, Bertolucci, Visconti o Fellini fueron un imán para los americanos. Además, la posibilidad de producir en Italia era mucho más barata, y con una calidad impecable. Trasladadas allí las estrellas, el interés periodístico surgió. Gay Talese, Hemingway... Un foco de cultura fue llamando al resto.

¿Cómo definiría la Dolce Vita? Como una explosión vital y cultural que se dio en la Italia de posguerra. Algo parecido a lo que sucedió en España con la Movida Madrileña, salvando las distancias. Cuando una sociedad descubre la libertad después de mucho tiempo sin ella, por alguna extraña razón que se repite siempre, se produce una revolución social, cultural y artística. ¿Qué nos queda hoy en día de aquel espíritu? Nos quedan rincones de Roma, poco populares, pero cargados de sentimientos. También una elegancia que ha trascendido clases sociales. No tiene nada que ver con ricos y pobres, es una cuestión de actitud. Quien visite Roma y sepa dejarse llevar, lo seguirá encontrando. Pero Via Veneto era su verdadero epicentro... Evidentemente. El hotel Excelsior, el Café de París... Una calle muy exclusiva, reflejo del lujo. Sí lo sigue siendo, aunque de otra forma, no tan frenéticamente viva. ¿Cuáles son las influencias concretas de La Dolce Vita que trascienden a la moda y el estilo? Supuso tal revolución de libertad y color que la Dolce Vita es vitalidad, sin convenciones. Brioni fue la que mejor supo entenderlo y gran responsable de aquella tendencia. Cary Grant, Henry Fonda o Richard Burton, además de Mastroianni, la convirtieron en su marca favorita. Por algo sería. —josé maría álvarez robb report

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