Oxford-Cambridge ‘Esquire’ acudió a la regata más famosa del planeta, una cita centenaria –más británica que el té de las cinco– donde la tradición, el deporte y lo ‘chic’ se dan la mano con el río Támesis de fondo.
Fotografía, Diego Mar tínez
Como se aprecia en la imagen, la igualdad entre Oxford (de azul oscuro) y Cambridge (azul celeste) es máxima. En esta edición, la número 157, The battle of the blues (la batalla de los azules) se la llevó Oxford, con un registro de 17 minutos y 32 segundos. 152 e s q u i r e m a y o 2 0 1 1
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Es posible que sus amaneceres encapotados no ofrezcan una cara demasiado amable para empezar el día; tal vez sus moquetas no sean las superficies más higiénicas sobre las que posar los pies cuando uno despierta; puede que sus enchufes tripolares no transmitan confianza; y, probablemente, desayunar a base de huevos revueltos con bacon no sea la opción más recomendada por los nutricionistas. Pero ahí reside también el peculiar encanto de lo británico, una sucesión ilógica de pequeños detalles. Hoy, para no perder las buenas costumbres, un espeso manto nuboso cubre el cielo de Londres. El número 11 de Cadogan Gardens (a unos pasos de Sloane Square) nos da los buenos días. En la puerta, aguarda un imponente Aston Martin Rapide, dispuesto a servirnos como medio de transporte para llevar a Esquire a presenciar uno de los acontecimientos deportivos más British del año: la regata Oxford-Cambridge. Todo empezó un 12 de marzo de 1829, cuando un tal Charles Merivale (estudiante de la Universidad de Cambridge y gran amante del remo), remitió una carta a su amigo Charles Wordsworth (estudiante de Oxford y sobrino del poeta). En ella, le retaba a disputar una regata entre ambas universidades por el río Támesis. De este modo tan duelesco, el 10 de junio de aquel mismo año se celebraba el primer boat race entre ambas instituciones (con victoria de Oxford). El resto es ya historia. 182 primaveras después, pocas culturas han sabido mantener y combinar tan acertadamente tradición y modernidad. Por algo esto es el Reino Unido. Nuestro trayecto entre calles flanqueadas por residencias con sabor victoriano –en un vehículo genuinamente inglés y que incorpora tecnología punta– bien ilustran esta máxima. Nos dirigimos hacia el London Rowing Club (Club de Remo de Londres), en Putney, al Oeste de la City, punto de partida de una prueba que finaliza en Mortlake. Un recorrido de 6,8 kilómetros plagados de mística. Las orillas del Támesis presentan un aspecto gris. El caudal está bajo, así que habrá que armarse de paciencia (y algo de fe) para verlo subir lo suficiente al filo de las cinco de la tarde (hora de la carrera y no del té, por un día). Desde un salón privado del London Rowing Club, cortesía de la firma Hackett, accedemos a un balcón con vistas al río. Los viandantes nos observan desde nuestros pies con gestos que transmiten curiosidad, no envidia. Las masas ya invaden los alrededores. La regata representa un acto social que va más allá de lo puramente deportivo. Como todos los eventos de estas características, la (sana) rivalidad entre las dos universidades más prestigiosas del país sirve de excusa a propios y extraños para reunirse en pubs en torno a docenas de pintas de cerveza. El marcado gusto inglés por fomentar sus tradiciones ha convertido a la prueba en un fenómeno internacional. En este sentido, cabe mencionar la participación –en la edición del año pasado y con los remos de Oxford– de los gemelos Winklevoss, famosos por sus pleitos contra Facebook (y muy populares ahora gracias al filme La red social), quienes cursaban un máster de Negocios. Dicen que, ante la duda, uno debe animar al equipo que haya vencido el año de su nacimiento. Oxford se impuso a Cambridge. Yo iba con ellos. –JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ 154 e s q u i r e m a y o 2 0 1 1
(En el sentido de las agujas del reloj) Imagen del hangar donde duermen las barcas; integrantes de Cambridge (azul celeste), dispuestos a dirigirse al punto de partida; balcón privado de Hackett; aficionados junto a sus inseparables cervezas; botas y remos de Cambridge (azul celeste de nuevo); interior del London Rowing Club; peculiar asistente imbuído por el espíritu decimonónico de la regata; y seguidores de Cambridge inmortalizando el momento.
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