Richard Mille

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Richard Mille “El cliente demandaba una cambio en la alta relojería, modelos menos conservadores”.

La técnica de sus relojes es casi tan imponente como su pasión por todo lo que tenga que ver con la mecánica. Por algo este francés amante de la velocidad y discípulo del tiempo ha sabido convertir en doce años su marca en referente.

¿Qué vino primero, la mecánica o la relojería? La técnica. Soy un apasionado de los coches, las motos, los trenes, los aviones... Todo lo que requiera un ápice de aspectos técnicos y mecánicos capta mi atención. La relojería no podía ser una excepción. Aspectos que definen las piezas de Richard Mille. Lo mejor de la técnica y el desarrollo, unido a una dimensión arquitectónica trasladada al reloj y todo combinado con un toque ergonómico, cómodo, útil y resistente. Para conseguir la perfecta unión entre todas las partes es esencial seguir las directrices de la tradición relojera suiza, con acabados a mano y unos conocimientos de los que ningún otro país puede presumir. ¿Cómo se explica el éxito tan rotundo de su marca en un periodo tan corto de tiempo? Desde que inicié la aventura de Richard Mille como marca en 2001, siempre tuve muy claro que existía una demanda en el mercado, un nicho por saciar, que exigía una ruptura. Un espacio muy concreto y especializado de conocedores de la alta relojería que lo que buscaban era un cambio real a través de modelos menos conservadores, más revolucionarios, más actuales.

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Su relación con el deporte es muy estrecha y ha sabido aplicarla a su estrategia. Partamos de la base de que el mundo de la relojería venía de una especie de gueto cerrado al resto, siendo un sector muy especializado. Por eso creo que es importante que desde las casas relojeras nos hayamos abierto mucho más al mundo. Eso tiene mucho que ver con un espíritu creativo que se ha implantado entre nosotros. El deporte, como una de mis grandes pasiones, es el medio perfecto para seguir alimentando este aperturismo. Además, relojería y el deporte siempre han ido de la mano. ¿Qué filosofía sigue a la hora de elegir a los embajadores de marca de Richard Mille? En primer lugar, lo más importante es que sean caballeros, en el más amplio sentido de la palabra. Tiene que ver con una cuestión de estilo, sí, pero también con su personalidad, su forma de ser dentro y fuera de su profesión. Roberto Mancini, por ejemplo, es todo un señor. Rafa Nadal es una bestia en la pista y luego es una persona humilde. Ante todo, son amigos con los que construimos una relación muy especial y duradera. Nunca seremos oportunistas en este sentido. Su locura por la velocidad también es vox populi... Tengo los coches que me gustaban cuando era niño. Cuento con una colección de unos veinte y los uso habitualmente, sino no los tendría. Ford GT, Ferrari 512, Porsche 917... Bólidos de carreras de los años 70 con los que compito. Los tengo en mi casa de Francia, donde suelo trabajar. Antes de dormir, siempre bajo a darles un beso de buenas noches. — josé maría álvarez

fotografía: luis de las alas

¿Cuál es su primer gran recuerdo relojero? El día de mi comunión, cuando mi padre me regaló un Longines. Siempre me ha obsesionado desde niño todo lo relacionado con la técnica y la mecánica. Lo primero que hice cuando tuve el reloj en mis manos fue, de vuelta a casa, abrirlo y diseccionarlo para ver cómo funcionaban sus piezas. Mi padre quería matarme [risas].

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