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140 abril 2013 | www.elmalpensante.com
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SUMARIO © josé rosero
el malpensante n° 140 • abril de 2013
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Correo Los lectores critican, exhortan, aplauden, censuran.
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Iceberg Ideas, apuntes, críticas, tendencias, chismes y habladurías del mundo literario y no tan literario.
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procacidad ruidosa y su humor ebrio, es el capitán Haddock. ¿De dónde toma Hergé las piezas para construir a este hombre? por enric gonzález
Billie Holiday El pasado 7 de abril, la extraordinaria cantante de blues hubiera cumplido 98 años. Para recordarla, para traer de nuevo su voz al presente, hemos rescatado un texto escrito en la década de los setenta y en el cual reverbera la delirante atmósfera del Nueva York jazzístico. por elizabeth hardwick La construcción de un hombre Tintín, el aventurero incansable, es sin duda el protagonista de la historieta que lleva su nombre. Sin embargo, el personaje más humano, con su 6
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la tierra elegida El enemigo interior El poeta ruso Edichka Limonov es uno de los hijos salvajes de la revolución, uno de esos niños perdidos conocidos como besprizornye. Su vida y su poesía retratan una generación que ahora se repite. columna de juan forn
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Ah, el delicioso sabor a pollo Buena parte de los sabores que probamos a diario son sintetizados en laboratorios y presentados genéricamente, en las etiquetas de los productos, como “sabores artificiales” . ¿Qué contienen estos saborizantes? ¿Cómo y quiénes los producen? por melanie warner
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la comba del palo El trencito camuflado de las Farc Algunos académicos afirman que unirse a la guerrilla se ha convertido en una forma de liberación sexual para las mujeres. ¿Cuánto hay de cierto en ello? columna de mauricio rubio dossier capricho portugués Además de los justamente reconocidos y siempre repetidos nombres de Pessoa y Saramago, el país invitado a la Feria del Libro de Bogotá cuenta con una activa producción literaria, cinematográfica y artística. Este especial amplía el espectro de la cultura lusitana contemporánea. La nostalgia del héroe Lo que se ha dado en llamar sebastianismo constituye la espina dorsal de la cultura y la literatura portuguesas. ¿Qué es y de dónde surge ese poderoso mito cuyas ramificaciones llegan hasta nuestros días? un ensayo de miguel gomes Poemas solares Vegetal y solo, Ocultas aguas, i y iv por eugénio de andrade
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Cantigas de escarnio y maldición El poema poco original del miedo y Un adiós portugués por alexandre o’neill
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Pornografía erudita la virginidad de madalena, la virginidad de amélia, modo de amar y la máquina de hacer españoles por valter hugo mãe
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El nuevo arte póvera entrevista imaginaria con miguel gomes Según el director de Tabú, mejor largometraje de ficción en el Festival de Cine de Cartagena, sortear la escasez de recursos se vuelve una oportunidad para romper las reglas de producción. adaptación de alejandra algorta Lujos de un retratista portafolio gráfico de andré carrilho El ilustrador portugués más reconocido y premiado en la actualidad ha dedicado buena parte de su trabajo a la caricatura política y el retrato. Esta muestra de su versátil obra reúne, entre otros personajes, a António Lobo Antunes, José Saramago, Jimi Hendrix, Rimbaud, Picasso, Beyoncé y Lady Gaga.
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Portugal como finisterre La crisis económica que vive Portugal no es en absoluto un asunto reciente y asociado de manera exclusiva al comportamiento del euro. Un examen de la historia del país deja al descubierto las hondas raíces de la pobreza lusitana. un ensayo de pedro rosa mendes
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Breviario Ornitología del más allá por ibsen martínez Extorsión por juan villoro Estoy cantando el blues del freelancero por julio roberto prado
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el arte del trapecio Un elogio de la facilidad Leer nuevamente el “Elogio de la dificultad”, de Estanislao Zuleta, puede revelar fisuras en el texto. columna de francisco gutiérrez sanín
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Contra el performance Sin los riesgos del activismo, sin el rigor de la ciencia, sin la estética del arte y sin enfrentar la realidad, el performance se disfraza con argumentos para ocultar su vacío. En este ensayo, una avezada crítica mexicana corre el telón. por avelina lésper
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Contengan la respiración Muchos años pasaron, tras su publicación, para que El gran Gatsby se convirtiera en el clásico que es ahora. Las razones y consecuencias de esa valoración tardía laten en las mismas páginas de la novela. por juan gabriel vásquez
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coda El éxito de las precuelas ¿A qué se debe la reciente proliferación de películas que remiten al origen de las historias intentando responder cómo empezó todo? por patricia vieira
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el último de la fila Birgit Tanck www.elmalpensante.com facebook.com/elmalpensante Twitter: @malpensante
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CORREO
Los lectores critican, exhortan, aplauden, censuran
acerca de magnates y malandros En el número de noviembre, leí la entrevista que Juan Miguel Álvarez le hace al periodista Gerardo Reyes. Interesantes las investigaciones de Reyes, en especial la que hace sobre el magnate Julio Mario Santo Domingo. Pero me interesaría más que investigara la corrupción de senadores, a la guerrilla colombiana y a los narcotraficantes, porque aun cuando los millonarios cometen actos sancionables y está bien denunciarlos, también han sido emprendedores, han contribuido al empleo y la riqueza. Es verdad que Julio Mario Santo Domingo faltó a la ética en los negocios, pero no hay que olvidar que también arriesgó, trabajó duro y dio empleo. Hay cuestiones más sancionables que el uso de engaños en el mundo de los negocios, como tener secuestrados y encadenados a miles de colombianos durante años, con el pretexto de estar luchando por una Colombia mejor.
Respecto a los premios en sí, no podría estar más de acuerdo con ustedes. Muchos de ellos eran absurdos, no tanto por los ganadores sino por las nebulosas categorías en que fueron enmarcados. Con todo, no quiero hacer leña del árbol caído. Los premios del cpb nunca han tenido el más mínimo prestigio, así que convendría buscar un blanco menos fácil y dirigir la vista hacia objetivos más problemáticos. Casi por los mismos días en que el cpb estaba haciendo su acto, la filial colombiana de Planeta organizó un concurrido evento para entregar su propio galardón de periodismo. Porque la leí, no tengo dudas sobre la calidad de la entrevista que Juan Carlos Iragorri le hizo a Felipe López. Sobre lo que tengo dudas, y no precisamente menores, es sobre la transparencia de ese concurso (que no es tal). ¿Por qué El Malpensante no publica una nota, ojalá bien ácida, sobre ese asunto? No me digan que se van a conformar con una presa tan fácil como el cpb. —Rafael Jaramillo Acosta
—Beatriz Moreno
sobre los premios del cpb
tras el rastro del último tren
Yo no fui a los premios del Círculo de Periodistas de Bogotá, pero en cambio vi la transmisión por televisión. ¿Qué les digo? El acto fue patoso, desordenado y a ratos cursi; los presentadores eran requetemalos y se pasaron la velada soltando cuanto lugar común existe sobre el periodismo (deberían prohibir que alguien repitiera eso de “la más bella profesión del mundo”).
Quedé matada con la lectura de “El paso del último tren”, el texto que Javier Ortiz Cassiani escribió sobre su padre. Esta historia me hizo recordar a mi padre, su amor por esa misma tierra en donde por sectores cercanos conoció a mi madre. El artículo me produjo muchos sentimientos, me sacó una sonrisa con lo del polvo. ¡Excelente! 8
Soy nueva en la comunidad que sigue la revista, pero esta lectura fue un comienzo perfecto. Seguiré pendiente de sus artículos. —María Cristina Bermúdez
leprosos, canallas y erratas Con el fin de expresar una irritación me dirijo a ustedes. En la edición número 138 de El Malpensante he encontrado un error que me fue imposible ignorar. Tanto que hasta les estoy mandando una carta. En la página 40, sección Breviario, párrafo siete, renglón cuatro; es una historia contada por Cristóbal Reinoso llamada: “Ahora que el negro va a cumplir años”. Si tiene un ejemplar de la revista a la mano, le ruego que le dé una ojeada. Si ya encontró el renglón entonces ya habrá visto el error al cual me refiero. La primera vez que lo vi me confundió, pues pensé que era un paralelo entre los hinchas de Rosario Central y Newell’s con respecto a Boca y River. Pero al parecer no estoy equivocado, pues a los hinchas de Boca y River no se les apoda ni canallas ni leprosos. Además, esto no sería una cosa que tuviera que aclarar el autor, pues él seguramente tenía muy claro que el grone era hincha furibundo de Rosario Central. El negro era canalla. No creo que Fontanarrosa se esté revolcando en su tumba, pero si estuviera vivo no le habría gustado que le comparasen con un bostero. A los muertos hay que respetarlos. ~ —Rafael Bermúdez
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ICEBERG
Ideas, apuntes, críticas, tendencias, habladurías
tierra de juventud
A
unque haya piterpanes dispuestos a desmentirme, la verdad es que los conciertos de rock son eventos para gente joven. No es solo que en ellos la música alcance un volumen que la sociedad de otorrinos llamaría “francamente peligroso”, sino que en la práctica se pasan tantas fatigas, tantas molestias y tantas incomodidades que uno debe tener menos de cuarenta años (y un corazón vagabundo) para soportar el trance con buen humor y estoicismo. Mucho peor resulta cuando se trata no de un concierto aislado sino de un festival, es decir, de una suma de conciertos en la que todo lo que pueda irritarnos nos irritará y se multiplicará hasta el delirio. Estas reflexiones sombrías, propias de un abuelito, pasaron por mi cabeza en distintas ocasiones durante el Estéreo Picnic, el ambicioso festival de música celebrado en Bogotá a comienzos del mes de abril. Si bien los organizadores procuraron que el evento fuera impecable, la afluencia de casi 25.000 personas desbordó sus expectativas y volvió tortuoso hasta el acto más simple. El primer día, a las tres de la tarde, llegar hasta la calle 222 implicaba enfrentar un demencial atasco de tráfico; otro tanto pasaba si uno quería comprar una gaseosa, lo cual te ponía en la disyuntiva de hacer una cola de cuarenta y cinco minutos o resignarte a morir de sed e impaciencia; los baños móviles, aunque abundantes y bien dispuestos, esta-
ban tan sucios que en comparación el horrendo sanitario de Trainspotting era una lección de higiene; hacerse a un trago de whisky –no a una botella entera– era una misión digna de detectives; en fin… salir del parqueadero al final de la noche tomaba con suerte una hora... Sería fácil abultar esta lista de inconvenientes, pero un festival es mucho más que una memoria de incomodidades. En el Estéreo Picnic cualquier aficionado a la sociología exprés podía encontrar, no solo durante los shows sino en las pausas entre uno y otro, abundante material para una crónica. A mí me llamó la atención que no se vieran mayormente esos “raros peinados nuevos” de que hablaba Charlie García; la moda –tan habitual en estos eventos– era incluso convencional, destacándose la previsible influencia de la estética hispter. También me sorprendió que fuera muy común oír conversaciones en inglés, hecho que puede tomarse como una muestra más del insoportable esnobismo bogotano, pero también como un indicio de que al parecer, por fin –¡por fin!–, empezamos a ser una sociedad bilingüe. Cualquier observador atento, no solo mi hipotético sociólogo de cafetería, sabe que en los festivales la música ocupa un segundo plano; al público le interesa sobre todo la experiencia comunitaria, verse con los amigos, bailar sin descanso –en definitiva: pasar un buen rato–. En tal sentido, hablar de gustos y disgustos musicales tiene algo de oficioso. A mí me gustaron (por si alguien quiere 10
saberlo) Two Door Cinema Club, Café Tacvba y Esteman, de igual modo que me decepcioné con New Order y The Killers, me aburrí con Pernett y me quedé perplejo ante la sensación causada por Steve Aoki. ¿Cómo es que un dj tan mediocre conquistó al público bogotano? Pero en vez de justificar estas adhesiones y rechazos, en vez de embarcarme en una discusión sobre los méritos o deméritos de cada músico, me gustaría hacer una observación que a lo mejor explica por qué tipos como el dj de Miami resultan tan exitosos en Colombia. Es innegable, sobre todo si uno ha visto conciertos en otras partes de América Latina, que muchas de las bandas anglosajonas son muy condescendientes con el público capitalino. Presentan shows correctos, a veces de gran factura, pero muy lejos de las grandes performances que brindan en Buenos Aires, el d.f. o São Paulo. Es tan fácil congraciarse con un auditorio como el nuestro, es tan sencillo ganar su favoritismo, que se limitan a lo estrictamente indispensable. La prueba de ello es que apenas se dirigen al público y, cuando lo hacen, se limitan a repetir trivialidades como “Are you ready, Bogota? (así, sin tilde en la “a”) o, en caso de estar en particular vena eufórica, a entusiasmar con el trilladísimo Fuck youuuuuuuuuuuuuu! Un contraste interesantísimo en este sentido ofrece la energía desplegada por Café Tacvba en su concierto del Estéreo Picnic, donde propusieron hasta una versión laica del “abrazaos los unos a los otros”,
o –comparación ilustrativa– lo que sucede en Rock al Parque, un festival donde los artistas consideran obligatorio entrar en comunión con el público y donde a menudo se oyen toda clase de comentarios nada políticamente correctos. (Posiblemente sea un corolario de esta ley del menor esfuerzo la que explica la total ausencia en el Estéreo Picnic de un cantante o un intérprete al cual pudiéramos calificar de virtuoso, lo cual –en muchos sentidos– es una prueba indirecta del estado actual de eso que por comodidad llamaré rock. ¿Dónde los guitarristas que hacen solos para quedar boquiabiertos, dónde los cantantes que parecen una fuerza de la naturaleza sobre el escenario?) Al final del día, cuando uno hace balances, lo que me resultó más notable en el Estéreo Picnic es la paradoja en que ha caído el rock. Si al principio fue una música contestataria, en permanente relación de amor-odio con el capitalismo, ahora es parte funcional y pocas veces chirriante de la máquina de plusvalía. No me extrañó que, salvo dos o tres excepciones, ningún grupo de los invitados al Estéreo Picnic tuviera una actitud política explícita o entendiera su música como un vehículo de protesta social. Tal vez el discurso más inflamado que oí al respecto fue el de Carla Morrison, una defensa de los homosexuales y de la diversidad sexual que, al menos en un contexto como el del Estéreo Picnic, está lejísimos de ser polémica. (Aquí, de nuevo, el contraste con Rock al Parque es ilustrativo, pues, al margen de lo que uno piense sobre determinados temas, si algo no falta en ese evento es un permanente ataque al status quo). La prueba reina de que el capitalismo ha fagocitado al rock, es que todo en el Estéreo Picnic estaba diseñado para que uno gastara plata. Bien fuera en las tiendas oficiales,
bien fuera en las zonas de comida, ante el visitante se desplegaba una nutrida oferta de ropa, joyería, discos, afiches, pegatinas, gafas, cerveza, licores, cortes de pelo, suscripciones a revistas y un larguísimo etcétera, todo ello difícilmente rechazable si se considera que, una vez ingresado al recinto, estaba prohibido salir del mismo, excepto para quien quisiera marcharse. Descontando el valor de las boletas –$140.000 pesos para cada día–, un cálculo conservador arroja que uno podía gastar entre $100.000 y $200.000 pesos nada más por tomarse unos tragos y comerse una hamburguesa con papas o unos perritos calientes. “Cuando oigo la palabra cultura, saco la pistola”, decía Goebbels; ahora, tal como están las cosas, deberíamos decir “saco la tarjeta de crédito”. A mí no me gustan las oposiciones fáciles; así como me entusiasma que haya un festival gratuito como Rock al Parque, también me arrebatan los eventos de pago como el Estéreo Picnic. Por eso mismo lamentaría que la descripción anterior fuera leída en términos peyorativos. Sé muy bien, porque yo también los he organizado, que es prácticamente imposible llevar adelante un evento con la escala del Estéreo Picnic sin una gigantesca parafernalia económica alrededor de la música. Y sin embargo... al terminar el festival, mientras volvía al parqueadero con el eco de The Killers todavía retumbando en mis oídos, me entró una leve nostalgia de esos tiempos en que el rock era otra cosa, sí, otra y muy diferente cosa a lo que vi durante dos días. Pero justo en ese momento recordé que ya tengo 48 años y que los conciertos de rock son –¿tendré que repetirlo?– tierra de juventud. ~
—M. J. D. 11
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Š the granger • other images
POR ELIZABETH HARDWICK Traducción del inglés de Juan Carlos Castillón
| Fotografía de William P. Gottlieb
El pasado 7 de abril, la extraordinaria cantante de blues hubiera cumplido 98 años. Para recordarla, para traer de nuevo su voz al presente, hemos rescatado un texto escrito en la década de los setenta y en el cual reverbera la delirante atmósfera del Nueva York jazzístico. inenarrables vicios de La Meca son un escándalo para todo el islam y una fuente constante de sorpresas para los peregrinos piadosos”. Como una peregrina en La Meca vivía yo en el Hotel Schuyler, en la calle 45 oeste de Manhattan, junto a un joven homosexual de Kentucky con mejillas sonrosadas. Nos conocíamos de toda la vida. Nuestra amistad era tan violenta, obsesiva, crítica, envidiosa y cruel como la de cualquier pareja. A menudo me despertaba en medio de la noche, rabiosa ante cualquier pequeño delito que él hubiera perpetrado durante el día. Su coercitiva limpieza me irritaba en ocasiones, como si sus costumbres no fueran su derecho sino un veneno peligroso para la vida, como el lento escape de una estufa de hotel. Sus ropas estaban listas en la cama para el día siguiente; y lo peor era su inquebrantable necesidad de limpiarse los dientes inmediatamente después de cenar. Esto significaba que no podía aceptar ninguna invitación fortuita, ninguna propuesta amorosa que apareciese sin anuncio previo, sin experimentar una concentrada desazón. Estas santas costumbres arruinaban su vida sexual, aunque, como un reloj, se le viera cada sábado por la noche en ciertos bares gays, bebiendo su ración de cerveza.
Mi amigo había desarrollado, allá en Kentucky, una pasión por el jazz. Ese estudio se apoderó de su vida, y él lo adaptó a la metódica, intensa, dogmática ansiedad de su naturaleza. Aprendí de él esa pasión. Es una enseñanza curiosa que se graba en tu carne dejando una cicatriz, un deseo nunca satisfecho, una herida en los sentimientos, con la que es difícil vivir. Puede ser perturbador escuchar jazz cuando uno está preocupado, solo, con la persona “equivocada”. Pueden pasar cosas en tu vida que te hagan rendir completamente. Sin embargo, bajo su control, puede decirse que es más fácil que te suicides escuchando “Them There Eyes” que el opus 132. ¿Por qué será? … the sea itself, or is it youth alone? (“¿el mar mismo, o la juventud solitaria?”). Vivíamos en el centro de Manhattan, creyendo que la ubicación del hotel era una extraordinaria bendición. Vivir en una jungla ensombrecida en medio de las cosas: ¿cerca de qué? A una distancia paseable de todos aquellos lugares a los que nunca íbamos paseando. Pero era historia, ¿no? El enconado anochecer que caía por los huecos entre los edificios grises y rojos. Adentro, el hotel era como la maleza, una pantanosa base irregular. Las taciturnas inconsecuencias de los viejos ocupantes del 13
perdido, un par de bragas blancas, tal vez arrojadas desde un coche en marcha. El libertinaje asesino acompañaba a la música, inseparables, piel y hueso. Y siempre su luminosa autodestrucción. Estaba gorda la primera vez que la vimos, amplia, brillantemente hermosa, gorda. En aquel momento parecía que nunca volvería a ser una matrona, alguien real y sensible que llevaba dinero al banco, firmaba papeles, tenía cortinas a la medida, trajes colgados y zapatos por pares, dorados y plateados, blancos y negros, listos. Qué extraña y traicionera aparición era esa, una locura, porque nunca fue una mujer menos esposa o madre, menos apegada; ni siquiera podía parecer fácilmente una hija. Poco recordaba la lastimosa dulzura de una jovencita. No, ella era reluciente, sombría y solitaria, aunque desde luego nunca estaba sola, nunca. Señorial, siniestra y absolutamente decidida. Los labios cremosos, los párpados pesados, el violento perfume –y en su voz eles y erres tropicales–. Su presencia, su canto, creaban una inflamada ansiedad. Largas uñas rojas y el sonido de las guitarras electrificadas. Ahí estaba una mujer que nunca había sido cristiana. Hablar como parte de una audiencia blanca acerca de “conocer” aquel barroco y misterioso fantasma resulta inmodesto; y sin embargo hay muchas personas, discretas y razonables, que tienen pequeños pedazos de memoria que parecen haber sido personales. A veces recuerdan un intercambio de cualquier tipo. Y siempre la lasciva gardenia, llevada como una grande, blanca, hermosa oreja, la pesada risa, los dientes maravillosos, y la espléndida y arcaica cabeza, sacada del Egeo. A veces teñía su pelo de rojo y los rizos caían lacios sobre su cabeza, como sangre seca.
Los grandes intérpretes con sus caras enigmáticas, su tos, sus labios rotos y sus ojos amarillentos; sus ropas tan duras como las fibrosas plumas de un pájaro. Y ahí estaba: la “extraña deidad”, Billie Holiday hotel, sus desilusiones y desapariciones. Vivían como si estuvieran en una casa recién robada, los cables cortados, su mundo saqueado, por ellos mismos, y además alegremente. No imaginen que no recibían nada a cambio. Tenían mucho, se los digo yo. Su insolencia los ponía por encima de sus préstamos automovilísticos, sus amargas deudas impagadas, sus matrimonios malgastados. Las pequeñas, fútiles tiendas alrededor nos explicaban lo poco que sabemos de nosotros mismos y lo intrigantes que son nuestros recuerdos e íconos. Recuerdo a los extranjeros de la ciudad, asombrados, tomando decisiones, intercambiando monedas y billetes por aquellas nada curiosas curiosidades, aquellas nada excepcionales novedades. La Sexta Avenida yace enterrada en los cajones, mesas de despacho, cajas, áticos y sótanos de muchos nietos. Ahí, ennegreciéndose, están los relojes muertos, los largos anillos ovalados para el meñique, las pulidas piezas de madera talladas hasta llegar a ser cabezas africanas de afilado mentón, los llaveros con el Empire State Building. Y para nosotros estaban las tiendas de música, abiertas durante gran parte de la noche, donde uno podía comprar viejos, rayados, desgastados discos de jazz con las etiquetas de Vocalion, Okeh y Brunswick. Nuestras manos resbalaban en los estuches hasta que la piel alrededor de nuestros dedos sangraba. Sí, estaban los discos, que por aquel entonces nos parecían de precio incalculable. Y los siniestros clubes de jazz de la calle 52. The Onyx, el Down Beat, The Three Deuces. En la esquina, saliendo de un taxi o bebiendo en el White Rose Bar, estaban “ellos”, los grandes intérpretes, con sus caras gastadas, morenas, enigmáticas a principio de la tarde, su tos, sus labios rotos y sus ojos amarillentos; sus ropas, crujientes y brillantes y tan duras como las fibrosas plumas de un pájaro. Y ahí estaba: la “extraña deidad”, Billie Holiday.
A principios de semana, los clubes estaban muertos, como ellos decían. Y el escalofrío del fracaso llenaba el lugar, visible en los ojos fríos de sus propietarios. Aquellos hombres, siempre cambiantes, se preocupaban por cálculos fútiles. A menudo mantenían su propiedad tan brevemente que uno a duras penas podía pensar que la tinta se había secado en la licencia. Comenzaban con la esperanza del embaucador y pasaban rápidamente a la torpeza del que quiebra. Los camareros: delgados, vigilantes, testarudamente corruptos, resentidos, ladrones silenciosos. Soldados vagabundos, borrachos y preocupados, músicos y otras personas se miraban espantados a los ojos, como si acabaran de ponerse a salvo. Mi amigo y yo, peculiares y tensos, experimentábamos durante las noches tranquilas una alegría culpable. Entonces, mostrando nuestra fidelidad, parecía que una especie de tema se revelaba por sí mismo, que bajo el cristal opaco podían descubrirse antiguos diseños de un mundo perdido. La mente se esforzaba por recuperar los
De noche bajo la fría luz de la luna, alrededor de 1943, el boato de la ciudad era benigno. Los jóvenes adolescentes dormían y la única amenaza estaba en el paisaje, estética. Sucias salpicaduras en las alcantarillas, un chanclo negro 14
espacios en blanco de la historia, y nuestros ojos pálidos gris verdoso se reflejaban en aquellas oscuras e inconstantes piscinas sin recibir nada a cambio. En su presencia, en aquellas tranquilas noches, era posible experimentar la profundidad de su incredulidad, sentir a veces la despiadada, horrible libertad de quien sospecha el rigor del destino. Y aun así el corazón siempre nos llevaba de vuelta hacia el poder de su voluntad y el compromiso de esa voluntad con el desastre. Una inclinación nacida de las malas experiencias la llevaba a vivir gregariamente y sin afectos. Su talento y el brillo de su mente se enfrentaban a la fuerza del vacío. Nada podía degradar aquel genuino nihilismo; y así, de alguna manera, es casi un deshonor imaginar que vivía en las letras de sus canciones. Su mensaje era otro. Era estilo. Aquello era su significado desde que comenzó a los quince años. No cambia la victoria de su gran esfuerzo, el milagroso descubrimiento en la oscuridad de un estilo tan puro, saber que se ejercitó con “I love my man, tell the world I do…”. Qué extraño me parecía, casi desconcertante, estar segura de que no amaba a ningún hombre, o a nadie. También, a veces, uno tenía la gélida percepción de que su propia gente, aquellos que la rodeaban, le temían. Una cosa de la que se sentía avergonzada o más bien la confundía: no ser sentimental.
En mi juventud, mientras viví en Kentucky, frecuenté un sitio para bailar en las afueras de la ciudad llamado Joyland Park. Durante el verano llegaban las grandes bandas, Duke Ellington, Louis Armstrong, Chick Webb, a veces un viernes o un sábado, o tan solo por una noche. Cuando hablo de las grandes bandas eso no significa que pensásemos en ellas como tales. No, formaban parte de las noches de verano y los puestos de venta de perros calientes y la piscina fétida por exceso de cloro, la montaña rusa chirriante, las viejas mesas de picnic dañadas por la lluvia, los columpios de hierro rotos. Y las bandas también eran parte de la ebriedad sureña, parejas metiendo coca y whisky, vomitando, siendo infieles, enamorándose, desesperadas. Los músicos negros, con sus pesados instrumentos y sus tuxedos, simplemente estaban allí para dar ritmo a los traspiés abrazados del fox-trot de aquella época. En los autobuses de las bandas, aparcados en el campo, en las caravanas donde sufrían las montañas de cigarrillos y botellas, los músicos recorrían las hirvientes autopistas en la noche o descansaban unas pocas horas en los barrios negros: la Vía Dolorosa del negocio del espectáculo. Llegaban finalmente a ningún lugar, a grandes o pequeñas audiencias, a menudo con nosotros atentos a la programación del Parque; en otras ocasiones, la masa saltaba al salón de baile. La banda de Ellington. ¿Y qué
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© herman leonard (1949)
hacíamos nosotros, tan cerca, murmurando aquellas letras? En los bailes de invierno de nuestra secundaria, pequeños eventos, baratos, locales. Teníamos rizos, trajes de tafetán rojo, zapatos de satín con el tinte nuevo desvaneciéndose en los charcos; y sobre todo teníamos puesto nuestro feroz deseo de ser populares. Era como una manta que te agobia, como una tienda sin aire; sin aliento, sonrientes, permanecíamos con ojos ansiosos, cerca del piano, rondando a Fats Waller que había acudido desde Cincinnati para la ocasión. Peticiones, miradas pérfidas, adolescentes borrachos, chaperones cabeceando: esto ofrecíamos a la música, mirándola, supongo, como algo inevitable, surgiendo sin esfuerzo del suelo común. En la calle 52: “Sí, recuerdo tu ciudad”, dijo ella, sin inflexiones. Y recuerdo su perro, bóxer. Era una de esas mujeres que admiran los perros grandes, abrumadores, impresionantes, y les dan el cuidado y la cortés puntualidad que niegan a todos los demás. Varias veces la esperamos asustados en el bar del Hotel Braddock en Harlem. (Mi amigo, furioso y tenso con su nuevo y odiado trabajo en “relaciones públicas”, intentaba sin éxito que su nombre apareciese en la columna de Winchell). Estábamos esperando para llevarla al centro a que Robin Carson le tomará las que acabarían siendo unas hermosas fotografías. En el Braddock, los porteros subían a su cuarto bandejas de carne para el perro. Más tarde, uno de sus amigos, de apariencia casi infantil (tan fácilmente acababan rotos los demás ante los poderosos, enérgicos horrores de su vida) sacaba el perro a pasear a la calle. Esos animales, dormidos en los camerinos, eran como tesoros esculpidos, dignos de la tumba de una reina. La increíble enormidad de sus vicios. Lo escandaloso de los mismos. Uno debe merecer una gran destrucción. Su talento implacable y la opulenta devastación. Hasta que llegó su más pesada adicción a la heroína, apiló las piedras de su tumba con cantidades prodigiosas de scotch y brandy. Nunca estaba, en ningún momento del día, libre de ese consumo, nunca excepto cuando dormía. Y no parecía sentir ninguna necesidad de reformarse, de cambiar. Con cólera fría habló de las varias curas que le habían impuesto, y decía, inclinándose, tan segura de sus derechos como si la hubieran robado: “Y tuve que pagar por ellas yo misma”. Recién salida de una condena en la Prisión Federal para mujeres de Virginia Occidental, subió, hinchada por una dieta a base de papas, al escenario del Town Hall para agarrar algo de dinero y comenzar de nuevo el mismo día de su liberación.
Aun así, incluso con ella, la autenticidad se interrumpía ocasionalmente. Una invitacion a comer chili –una orden improbable–. Fuimos hasta una calle en Harlem justo cuando caía el sol del invierno. Ventanas oscurecidas con pequeñas franjas de luces vigilantes encima de los umbrales. Adentro, los recibidores estaban oscuros y vacíos. Nosotros, nuestras caras blanqueadas por el frío, dentro de nuestros delgados abrigos, con guantes negros, llevábamos pegada la falta de confianza de los miembros de una secta yendo de casa en casa, una determinación glacial, tímida y a la vez pedante. Nuestra alarma y fascinación heladas nos llevaron hacia el vacío de un bloque de edificios muerto. La casa estaba cerrada por la policía y cuando entramos, murmurando su nombre, el policía nos miró con furiosa incredulidad. La policía la acosaba, pero por una vez no era su fiesta. En algún lugar, escaleras arriba, tras otra puerta se había presentado una catástrofe. Sus propios discos sonaban una y otra vez en el tocadiscos; todo lo demás estaba en silencio. Todos los sitios en que vivía eran temporales, en el más puro sentido del término. Pero llenaba incluso una oscura habitación de hotel con un peso mordaz, diabólico. En aquel momento estaba viviendo con un trompetista que comenzaba a ser conocido y que poco después desaparecería por completo. Era delgado como un palo, y su adorable, redonda cara clara, de asustados, brillantes ojos redondos, parecía 16
de una vida doméstica fracturada, las señales de una vida real que es en sí misma casi secreta para el artista, flotaban sobre la pequeña iglesia, uniéndose a la incómoda irrealidad. Su madre, Sadie Holiday, era bajita y sentimental, sorprendida de ser la portadora de tales noticias al mundo. Hizo esfuerzos por meterse en la vida de Billie, pero no había lugar para ella ni era necesaria. De cuando en cuando creaba pequeños restaurantes que dirigía sin ningún talento y que fracasaban rápidamente. Nunca alcanzó el objetivo de su vida, el sueño profesional, que era ser la “ayudante de camerino de Billie”. Las dos mujeres no se parecían, ni en el carácter ni en el rostro. La hija era profundamente inteligente y encontró un trágico uso de ello en su astuta destrucción. La madre parecía enfrentarse cada día con la clara esperanza de un niño y acabar cada tarde con un desconcertado gemido de desilusión. Sadie y Billie Holiday eran una violación, una grieta en la estadística de la vida. La gran cantante era una de aquellas para las que se inventó la palabra “changelling” [niño cambiado por otro]. Compartía su espectacular destino y estaba familiarizada con las fuerzas del mal. Billie vivió hasta los 44; o sería mejor decir que murió a los 44. De “enormes complicaciones”. ¿Fue una vida larga o corta? Los “puntos altos” que buscó con tanta concentración desde luego siguen siendo un misterio. “Ah, yo culpo a Jimmy por todo”, dijo alguien una vez en un taxi, citando a su primer esposo, Jimmy Monroe, el dueño de un fabuloso club de Harlem cuando ella era joven. Una vez vino a vernos al Hotel Schuyler, acompañada por alguien. Nos sentamos en aquella clara sordidez y no había nada que hacer y nada que decir y ella no quería comer. En medio del ansioso mutismo, sentí la más profunda melancolía en sus ojos negros, un abismo en el que cada pregunta caía sin respuesta. Murió en la miseria debido a las erosiones y los venenos de su ferviente, felón narcotismo. La policía estaba junto a su cama en el hospital, vigilando para que ella, en coma, no consiguiese un último viaje interior químico. Toda su vida había transcurrido en la oscuridad. La luz caía sobre el negro, silencioso círculo de un café; la luna se deslizaba lentamente sobre las nubes. Trabajar de noche, sonreír, maquillada, en largos, sedosos trajes, cantando una y otra vez. El objetivo de todo aquello no era sino vagar hasta acostarse cuando los primeros rayos del sol amenazaban los párpados teatrales. ~
un sacrificio empalado encima de la caña de su cuello. Su hermano menor salió de la habitación. Permaneció de pie delante nuestro, indeciso entre varias confusas posibilidades. Pequeño, delgado, tal vez de unos veintipocos, el joven estaba absorto en numerosas funciones. Era una especie de Hermes agitado, que lo mismo compraba cigarrillos, corría rápido hacia la habitación o, casi inaudible en el teléfono, ordenaba o disponía algo con una voz ligera, temblorosa. “La señora está un poco atrasada. Ha adquirido demasiados compromisos”. Gruñidos y toses desde el cuarto, en la luz amelocotonada, la pálida colofonia de un sofá acabado era visible. Una concha, recién arrancada de cualquier crustáceo, estaba llena de colillas. Una media en el suelo. Y el disco, una y otra vez, con la brillante claridad de sus canciones. Humo y perfume y en algún lugar un corazón batiente. Un invierno llevó un magnífico abrigo de lince, y con él puesto andaba, bella y amenazadora como un cosaco, arriba y abajo, atrapada en su vitalidad. A veces en su discurso irrumpían sueños pendencieros, historias de heridas que ella había infligido con un vaso roto. Y en el White Rose Bar, mil cigarrillos interrumpían sus apariciones, apariciones que, no solo por su esplendor, sino también por el mero hecho de producirse, parecían tener algo de magia. Esperar y esperar: en eso consistía perseguirla. Te sentías como un viejo caballo de tiro, parado en la entrada, listo para la gélida carrera de medianoche a través del parque. Ella siempre estaba tras una puerta cerrada: la suerte de los adictos, sea cual sea su adicción. Y luego, por fin, ella debía salir, emerger entre polvos y vaselina, con el pelo ondulado con un rizador de hierro, guantes de satín, jersey de seda, flores: el costoso martirio de la “artista”. Por aquel entonces no había grabado muchos discos, y sonaba poco en la radio porque su voz no correspondía a los gustos populares de la época. Sus actuaciones en clubes nocturnos eran una necesidad. Estar ahí noche tras noche era una carga; lo que no suponía una carga era, cuando se disponía a hacerlo, cantar a su manera. Sabía que podía, que dominaba el escenario, pero ¿por qué no hacerse la pregunta? ¿Eso es todo? Su trabajo, como tan a menudo les sucede a las personas de talento, fue adquiriendo gradualmente un tinte destructivo: están condenadas a repetir eternamente los momentos álgidos de su inspiración. Llegó tarde al funeral de su madre. Al menos llegó, ferozmente correcta con un turbante negro. Algunos músicos de jazz estaban allí. La luz de la última hora de la mañana caía implacablemente sobre sus rostros nocturnos e inseguros. Durante el día aquella gente, todos menos Billie, tenían un aspecto furtivo, suburbano, como hombres de familia que trabajan en el turno de la noche. Las marcas
elizabeth hardwick (kentucky, 1916-2007). Escritora y crítica literaria. Autora de The Simple Truth. Este texto fue publicado originalmente el 4 de marzo de 1976. © The New York Review of Books, 1976 y 2013 17
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La construcción de un
POR ENRIC GONZÁLEZ Ilustración de Fernando Vicente
eleo regularmente
Tintín, el aventurero incansable, es sin duda el protagonista de la caricatura que lleva su nombre. Sin embargo, el personaje más humano, con su procacidad ruidosa y su humor ebrio, es el capitán Haddock. ¿De dónde toma Hergé las piezas para construir a este hombre?
Las aventuras de Tintín desde hace más de cuarenta años. Y en los últimos tiempos me procuran, además de placer, una leve sensación de desasosiego. Transpiran una ausencia. ¿Dónde está el autor? Georges Remi, “Hergé”, vuelca en los álbumes algunas de sus obsesiones (la pureza, la amistad) y unos cuantos prejuicios ideológicos, como el antisemitismo, especialmente en las primeras obras. Pero él permanece oculto tras el protagonista, Tintín, un ser sin pasado ni futuro, sin familia, sin otra ambición vital que saltar de aventura en aventura. La humanidad está reservada para el otro gran personaje de la serie, el capitán Haddock. El capitán incorpora de forma gradual las características del hombre que más ayudó a Hergé, tanto en lo personal (quizá le salvó la vida cuando, tras la liberación de Bélgica, hubo algún intento de linchar al dibujante por colaboracionismo con los nazis) como en lo profesional (incorporó el color, incrementó el dinamismo y aportó muchas de las anécdotas que animan los guiones). La humanidad de la serie es la de Edgar P. Jacobs, la única persona que podría haber 19
del dibujante, Bob de Moor. Pero el carácter, los gestos, la bondad gruñona, la exaltación casi operística, son de Jacobs. Resulta curioso comprobar cómo Haddock adquiere una biografía, una casa y un patrimonio (la herencia de su antepasado marino) que justifican su conducta y sus medios materiales de subsistencia, incluso al final un nombre de pila (Archibald), y desarrolla una formidable capacidad gestual. Su rostro es un catálogo de expresiones. Mientras, Tintín permanece plano, inalterable, como un misterio de hieratismo y pureza. No hay mucho que discutir sobre la identificación entre Tintín y Hergé. Lo poco que Hergé deja traslucir de su vida real (la amistad con Chang, las pesadillas blancas que exorcizó con Tintín en el Tíbet) se incorpora al personaje del joven aventurero. Pero Tintín tiende a borrarse, a asumir la condición de simple hilo conductor de la historia. Aunque aparece siempre, no se sabe nada de él. El espesor y la riqueza son para Haddock-Jacobs. Circula la hipótesis de que Hergé, o más bien Georges Remi, sufrió de niño abusos sexuales por parte de un tío materno. Eso es incomprobable. Sin embargo, algo, alguna herida interna, debía provocar en Hergé las depresiones, crisis nerviosas, insomnios y pesadillas blancas que marcaron su vida. Y el catolicismo profundo de Hergé, difuminado en la madurez por un misticismo ecuménico, no basta para explicar la obsesión por la pureza. El caso es que Hergé evitó contarse a sí mismo y en cambio construyó a partir de su amigo Jacobs un personaje formidable, un auténtico carácter humano digno de la literatura más grave. Jacobs desarrolló su propia carrera como dibujante y guionista en la revista Tintín y creó una serie inolvidable, la de Blake y Mortimer, con una pieza estelar como La marca amarilla. Sus guiones, más toscos que los de Tintín, resultan deliciosamente exagerados: en la primera obra de la serie estalla la Tercera Guerra Mundial y son destruidas todas las grandes ciudades del planeta. Sin ningún pudor, Jacobs se retrataba en el malvado Olrik, enemigo eterno de Blake y Mortimer. Cuando Hergé contrajo la enfermedad que acabó con su vida (un extraño proceso canceroso en la sangre, complicado por la seropositividad adquirida durante una transfusión), Jacobs permaneció a su lado. Hergé murió el 3 de marzo de 1983, hace ahora treinta años. Jacobs le sobrevivió cuatro años. Hergé se fue con sus secretos. Jacobs se fue habiéndose explicado por completo. ~
Hergé lo admitió: “Haddock es Jacobs”. En la construcción del personaje hubo otras influencias, pero el carácter, los gestos, la bondad gruñona, la exaltación casi operística, son de Jacobs firmado los álbumes junto a Hergé. Eso no ocurrió, por más que Jacobs lo pidiera, porque Hergé poseía un agudo sentido del patrimonio. Y porque Tintín era suyo, claro. Jacobs nació en Bruselas en 1904, tres años antes que Hergé. Su vocación era la ópera. Trabajó veinte años como barítono y casi con cuarenta asumió que nunca iba a alcanzar la gloria en un escenario. Decidió privilegiar otra de sus líneas de actividad, el dibujo y el diseño de escenarios. Gracias a ello conoció a Hergé. En 1941, en la Bélgica ocupada, un teatro estrenó la obra de Hergé llamada Tintín en la India, o el misterio del diamante azul. Jacobs se encargó de los decorados. Los dos se cayeron bien porque no se parecían en nada. Hergé era retraído, tímido y complicado. Jacobs era impulsivo, ruidoso, exagerado. Como Jacobs, el hombre de los mil y un fracasos, acababa de perder su enésimo empleo (le encargaron que dibujara para Europa las historietas de Flash Gordon, un acto de piratería impuesto por la ruptura de comercio con Estados Unidos, pero la administración filonazi las prohibió al cabo de unas semanas), decidieron trabajar juntos. El último álbum de Tintín dibujado antes de la ocupación fue El cangrejo de las pinzas de oro, y en él aparecía un tal capitán Haddock, un marino alcohólico, de carácter débil y buen corazón, al que Hergé no consideró digno de continuidad. Cuando se puso a trabajar en el siguiente guion, Tintín en el país del oro negro, no se planteó incluir a Haddock en la aventura. Pero ese álbum fue interrumpido (por ser demasiado político) y en su lugar comenzó La estrella misteriosa, con Hergé y Jacobs dibujando a cuatro manos. Significativamente, aquí irrumpe Haddock. Milú deja de ejercer como contrapunto de Tintín. De eso, en adelante, se encarga el capitán. Hergé lo admitió años más tarde: “Haddock es Jacobs”. En la construcción del personaje del capitán hubo otras influencias, como la del propio hermano de Hergé, un militar propenso a descargar improperios en cadena, o algunas anécdotas vitales del otro gran colaborador
enric gonzález (barcelona, 1959). Periodista y columnista. Este texto fue publicado por un acuerdo de colaboración con Jot Down Cultural Magazine. 20
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LA TIERRA ELEGIDA COLUMNA DE © gabriel díaz
JUAN FORN Despachos más o menos confidenciales de ese extraño país llamado literatura
© cortesía www.parismatch.com
El enemigo interior
Y
cuando también en Rusia la revolución devoró a sus hijos, quedaron sueltos los hijos de ellos: hijos de enemigos del pueblo, hijos de muertos en la guerra civil o en las hambrunas o en las purgas de Stalin o en el barro y la nieve de la Gran Guerra Patriótica, que es como llaman los rusos a la Segunda Guerra. En todas las ciudades de la urss había manadas salvajes de ellos, los besprizornye, o niños perdidos. Todos habían aprendido a la fuerza el arte de sobrevivir, robar, engañar, enseñar los dientes, resistir los golpes y beber. Las madres les decían a sus hijos: “Si sigues en la calle te llevarán los besprizornye”. Entonces murió Stalin y, como dijo Anna Ajmátova, dos Rusias se encontraron: la que denunció y la que fue denunciada, y ambas miraron para otro lado, avergonzadas hasta el asco, y mientras tanto todo adolescente soviético, harto de la vida de mierda de su casa, soñaba despierto con tomar la calle y el código de los besprizornye. Para ser besprizornye había que ser capaz de beberse un litro de vodka por hora, y quedar zapoi, una curda homicida que dura varios días y consiste en beber, subirse en trenes
Edichka Limonov
y olvidar todo lo que hagas durante esos días. Se bebe un vodka casero fabricado en palangana con azúcar y alcohol de farmacia, o “lágrima de komsomol”, que es gaseosa con desodorante para pies. Los besprizornye son el enemigo interior. Tarde o temprano caen, y los mandan a Siberia o al manicomio, según la edad o el crimen. En el campo los embrutecen con trabajos inútiles (cavar una zanja y con las piedras que sacan cubrir la zanja que cavaron ayer); en el manicomio les ponen chalecos de fuerza y los manguerean con agua helada, para que al congelarse aprieten más. Cuando los 22
sueltan, están quebrados: marcharán derechos, ya saben quién manda. Es el caso de Edichka Limonov. A los cinco años contrae otitis, la madre lo lleva tironeando al dispensario, paran frente a las vías del tren, pero el pequeño Edichka no piensa que es para mirar a ambos lados antes de cruzar: piensa que su madre está esperando que pase el tren para tirarlo a los rieles. En la escuela le machacan en la cabeza que, durante Stalingrado, Stalin no quiso trocar a su hijo Yakov, apresado por los nazis, por el mariscal de campo Von Paulus: “No se cambia un mariscal por un teniente”, fueron sus famosas
palabras (Yakov terminó suicidándose contra los alambres electrificados del campo donde estaba). En cuanto puede, Edichka toma la calle. A los veinte años es un veterano besprizornye que viene de comerse un año en el manicomio: está acabado, a los ojos de los demás. Cuando lo miran, piensan: “Pobre Edichka”. Él les contesta mentalmente: “Pobre de mí si me vuelvo como ustedes, imbéciles”. Pero no encuentra vía de expresión a esa ira hasta que dos amigos de juerga lo arrastran una noche a un sótano donde por primera vez oye recitar poesía y descubre la fórmula que puede sacarlo de perdedor: no es difícil, basta concentrar todo el odio en un punto y los imbéciles creen que tienen un poeta delante. Para entonces ya estamos en la segunda época de las tertulias clandestinas en cocinas y sótanos soviéticos. Al culto de los poetas se le ha sumado el culto del rocanrol, y Edichka es el perfecto punk avantla-lettre: en cuestión de meses, sus poemas rabiosos se recitan de boca en boca, lo persiguen chicas que antes ni lo miraban, lo bautizan Limonov porque ha salido amarillo del manicomio e igual de amargo, y porque está a punto de explotar (“granada” en ruso se dice limonka). A él le parece mejor que su anónimo apellido de nacimiento y lo adopta, y agita y agita hasta lograr que las autoridades lo expulsen del país, y que, en lugar de Israel, su destino sea Estados Unidos. Déjenme dar un salto acá de los setenta a los noventa y contar cómo vuelve Limonov a la urss de la Perestroika: es un escritor de culto, ha vivido una década en Nueva York y otra en París; en la primera pasó de codearse con Baryshnikov y Warhol a vivir en la calle y hacerse romper el culo a diestra y siniestra hasta que consiguió que le publicaran en París un libro brutalmente confesional titulado Al poeta ruso le gustan los negrazos, y se fue a vivir allá y representó
durante una década su papel de Charles Manson de las letras, a razón de un libro por año y notas incendiarias tanto en pasquines alternativos del trotskismo como de la ultraderecha nihilista. Pero Occidente le parece blando; en cuanto tiene la oportunidad vuelve a Moscú, y allá descubre que en el desmadre del poscomunismo está el auditorio que siempre anheló: veinteañeros besprizornye que hayan probado todo, y lo odien todo, como él. Para entonces, la Rusia de Gorbachov se ha convertido en la Rusia de Yeltsin, el gran puticlub del hampa universal. Los setenta años de
rales sin ejércitos; Limonov tiene soldados”. Putin prefiere no tener un Mishima en Moscú y lo manda a la cárcel; a los tres años lo suelta, pero hace vigilar todos sus movimientos. El organy encargado de la misión cita a Limonov en una estación del metro de Moscú, para hacérselo saber, una vieja costumbre de los tiempos soviéticos. Al poeta Joseph Brodsky, a Andrei Sajarov, a Siniavsky y a muchos más les hicieron lo mismo. A diferencia de ellos, Limonov le ofrece sus servicios al fsb (ex kgb): “En lugar de perseguirnos deberían servirse de nosotros para hacer lo que ustedes no pueden hacer”, dice desafiante.
En cuanto tiene la oportunidad vuelve a Moscú, y allá descubre que en el desmadre del poscomunismo está el auditorio que siempre anheló: veinteañeros besprizornye que hayan probado todo, y lo odien todo, como él atraso capitalista se los han zampado febrilmente y se les atragantan en el gañote; la mitad de los rusos que pedía el fin del comunismo pide que vuelvan los viejos tiempos, al menos algo de los viejos tiempos, y en respuesta a su pedido viene Putin. El venerable disidente Andrei Siniavsky murmura con desolación: “Lo más terrible es la sensación de que la verdad parezca estar hoy del lado de las personas a las que siempre he considerado mis enemigos”. Limonov funda el Partido Nacional Bolchevique. Su bandera es como la bandera nazi, pero con la hoz y el martillo en lugar de la esvástica. Su saludo: puño en alto mezclado con el brazo alzado del “Sieg Hiel”. Para saludar se dicen: “Na smiert”, que significa “hasta la muerte”. Reivindican los tiempos en que la urss era capaz de dar miedo, hacia afuera y hacia adentro. Kasparov, el ajedrecista devenido político, dice: “En Rusia abundan los gene23
Limonov tiene hoy 69 años, dice que los únicos interlocutores que no lo asquean (ni se asquean con él) son los besprizornye de cada rincón de Rusia, él es uno de ellos: durmió en la calle, estuvo preso, no tiene miedo a los golpes, sabe beber y enseñar los dientes. Su partido está prohibido, su revista (Limonka) también, ya no le interesa escribir, pero no puede parar, incluso acepta que otros reescriban su vida, la hagan novela (como Emmanuel Carrère, por ejemplo). Se niega a aceptar que Rusia solo se entiende como novela rusa, que Rusia es la mayor novela rusa de todos los tiempos. Se limita a recitar como un mantra, a quien lo quiera oír, que los rusos saben morir, pero no saben vivir; y él, en cambio, no sabe morir. ~ juan forn (buenos aires, 1959). Su último libro se titula El hombre que fue viernes.
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Š line klein • corbis
POR MELANIE WARNER Traducción del inglés de María José Montoya
Buena parte de los sabores que probamos a diario son sintetizados en laboratorios y presentados genéricamente, en las etiquetas de los productos, como “sabores artificiales”. ¿Qué contienen estos saborizantes? ¿Cómo y quiénes los producen?
D
e los cerca de 5.000 aditivos permitidos en la comida, más de la mitad son saborizantes. Miles de moléculas de sabor que no solo sirven como máscaras diseñadas para hacer que la comida luzca superseductora, sino también como el pilar mismo de algunas marcas. Un ejemplo es el aderezo de Kentucky Fried Chicken, un producto que tiene al menos siete saborizantes, casi una tercera parte del total de sus ingredientes: almidón natural modificado, maltodextrina, harina de trigo enriquecida (niacina, hierro reducido, mononitrato de tiamina, riboflavina, ácido fólico), grasa de pollo, sal, aceite de soya parcialmente hidrogenado, glutamato monosódico, dextrosa, aceites de palma y de
canola, monoglicéridos y diglicéridos, proteína de soya hidrolizada, saborizantes naturales y artificiales (con proteína hidrolizada de maíz y leche), colorante de caramelo (tratado con agentes sulfatados), polvo de cebolla, inosinato disódico, guanilato disódico, especias, extractos de especias, con no más del 2% de dióxido de silicio agregado como agente antiaglomerante. Este es un ejemplo raro en el sentido de que uno puede identificar la mayoría de los saborizantes. Lo más frecuente es que esto no sea posible. Usualmente están escondidos tras las opacas denominaciones de sabores naturales y sabores artificiales, los cuales incluyen elementos que se pueden saborear –frutas, notas de especias, gustos salados y agrios como el limón o el vinagre– y otras 25
Utilizar ingredientes reales no solo es más caro, sino que usualmente es ineficaz, pues con frecuencia a los sabores volátiles y frágiles de la madre naturaleza no les va muy bien en su paso por la línea de producción acceso a luz natural y engordando con una dieta monótona de maíz y soya. El pollo de Bell & Evans tendrá unas “leves notas rostizadas y grasosas”, y el “pollo feliz” será “incomparable, con un hondo y suculento sabor a nueces”. Wright, como se podrán imaginar, prefiere consumir pollos de la variedad “feliz”, que su marido, también experto saborista (él trabaja desde casa, como consultor privado), generalmente cocina. Yo ya sabía un poco sobre este tema. Meses antes de conocer a Wright, había tomado un curso acerca de cómo pueden reproducirse los sabores del “pollo feliz”. En medio del área suburbana de Nueva Jersey, visité una compañía llamada Savoury Systems International, un pequeño consorcio especializado en el universo del sabor. Como lo sugiere su nombre, la compañía crea exquisitos sabores a carne para la industria de alimentos. Su sede está en la esquina de un parque de oficinas en Branchburg y, como ocurre en todas las operaciones con laboratorios o sitios en los que se preparan ingredientes, la oficina está permeada por un olor. Este aroma va evolucionando durante el día. Cuando entré al edificio era dulce, frutoso y carnoso, como si alguien estuviera horneando pasabocas con sabor a pollo. Más tarde, cuando me iba, olía a bollos de salchicha. El olor a comida había superado la fragancia del Air Wick enchufado en un tomacorriente de la salita. Dentro del laboratorio, tan pronto crucé la sala, Kevin McDermott, joven y ambicioso gerente de ventas de Savoury Systems, me ofreció un test de sabor. Lo primero que probé fue un polvo hecho de partes reales de pollo. Lo mezcló con un poco de agua caliente y lo sirvió en dos pequeñas tazas plásticas para que lo sorbiéramos. Contemplé cautelosa el pálido líquido amarillo y luego tomé un poquito. Estaba diluido y aguado –un poco repugnante–. McDermott sacó otro tarro plástico con polvo, tomó un poco con una cuchara y lo mezcló con agua caliente en un vaso de laboratorio. Este era de proteína vegetal hidrolizada o pvh. Hecha de granos de soya, la pvh es uno de los ingredientes centrales que usa la compañía para preparar sus sabores a carne, tales como el “sabor tipo pollo rostizado” y el “sabor natural de res jugosa”. El líquido de pvh sabía delicioso, como pollo jugoso marinado en salsa de soya. Sabía mucho más a pollo que la carne real. McDermott me dio a probar otra muestra de pvh, con un sabor más oscuro, casi quemado. También delicioso.
sustancias que no se pueden sentir, porque se usan para ocultar un sabor indeseado. De hecho, varios ingredientes que vienen en la comida procesada no saben muy bien y necesitan disimularse. Además de la proteína de soya, está el gusto amargo de la mayoría de los endulzantes artificiales y de conservantes como el benzoato de sodio y el sorbato de potasio, que producen lo que se conoce como “quemadura por preservantes”. La compañía alemana Wild vende un producto para modificar el sabor de la estevia, que “tiene este horrible y persistente gusto a regaliz”, como me dijo Marie Wright, jefe de sabores artificiales de la empresa. Las vitaminas adicionales, como es de suponer, saben “vitaminosas”. La B1, en particular, puede tener el aroma de un huevo podrido. Un chef prepararía una salsa usando grasa de pollo y caldo, junto con mantequilla, cebollas, harina, crema, sal, pimienta y quizá vino blanco. Pero la mayoría de procesadores industriales no pueden darse estos lujos. Utilizar ingredientes reales no solo es más caro, sino que usualmente es ineficaz, pues con frecuencia a los sabores volátiles y frágiles de la madre naturaleza no les va muy bien en su paso por la línea de producción. Las pócimas de las compañías son mucho más fuertes, como las que producen Wild, International Flavors & Fragances (iff); Gividuan, la empresa de sabores más grande del mundo; la compañía suiza Firmenich; la tienda alemana Symrise, y Sensient, entre otras pocas. “Si usted toma una fresa fresca después de procesarla, no sabe a nada”, me explicó Wright, para justificar por qué la producción de alimentos depende tanto de la industria global de saborizantes, que mueve al año unos 12.000 millones de dólares. Parte de la demanda de saborizantes está emparentada con la forma en que se cultivan las plantas y se crían los animales en el mundo. Wright me propuso que, si estaba tan interesada, hiciera un test en casa. Me dijo que tomara tres pollos enteros. Uno corriente, de los baratos que se encuentran congelados en los supermercados; uno orgánico producido en masa, como los de Bell & Evans; y otro, que ella llamó un “pollo feliz”. Se refería a un ave que hubiera pasado su vida libre, corriendo por ahí y con una dieta evolutiva de pasto, semillas, insectos y gusanos. Wright me pidió que los asara en mi cocina y notara el sabor. “El pollo barato –me dijo– tendrá un mínimo gusto debido a su corta vida, sin 26
El hecho de que sustancias vegetarianas como la pvh y los extractos de almidón –también utilizados por Savoury Systems– puedan saber exactamente como el pollo o la res se debe a que reproducen molecularmente el sabor de la carne. Por sí misma, la proteína de soya no tiene ningún sabor a carne, pero al separarla en sus componentes aminoácidos (que son los bloques fundamentales de todas las proteínas) emergen sabores dinámicos. Algunos de ellos, tales como los de la leucina y la valina, son realmente asquerosos; otros aminoácidos disparan nuestras papilas gustativas de formas placenteras. El glutamato, por ejemplo, es lo que hace al glutamato monosódico (gms) un ingrediente saborizante tan útil; también es el elemento que da sabor a las pvh y a los extractos de almidón, aunque está presente en estos compuestos en concentraciones menores. Cuando le pregunté a Dave Adams, el científico de alimentos que fundó Savoury Systems, por qué la carne real es una fuente tan inferior para crear el sabor a pollo que –y esto ya es raro– va en el pollo, me dio la misma respuesta que Wright. “El pollo moderno –refunfuñó– no tiene sabor. Los crían tan rápido que no tienen tiempo de desarrollar sabor”. Además, el pollo –incluso insípido, atiborrado de sobras– es más caro que la soya. Para obtener pvh, se hierve una harina desgrasada de soya (o de maíz) en grandes contenedores de ácido clorhídrico durante seis horas, rompiendo las moléculas de proteína en aminoácidos. Puede agregarse jarabe de maíz a la mezcla para producir un sabor dorado más intenso. Después la solución se neutraliza con hidróxido de sodio, lo que deja al producto final una abundancia de sodio. (Como respuesta a la insistencia de la industria alimentaria en que se reduzca la cantidad de sodio, algunos productores de pvh han tratado de lograr versiones con menor concentración y diversos niveles de éxito.) Los extractos de almidón se hacen de forma similar, aunque no se necesitan químicos. Las células del almidón se eliminan con un exceso de sal y calor, disparando las enzimas propias de los organismos para que estas rompan sus proteínas en aminoácidos. De allí el término “extracto de almidón autolizado” (autodigerido). En Las Vegas, durante el congreso del Instituto de Tecnólogos Alimentarios (ift es su sigla en inglés) de 2012, me detuve en el puesto de una compañía de saborizantes llamada Innova, para experimentar la magia de estos sabores en comida real. Allí, algunos científicos de camisas azules que combinaban con el color cerúleo del tapete bajo sus pies, estaban sirviendo en vasijas de barro algo que sabía a carne a la barbacoa. Procedente del Caribe, este plato se prepara tradicionalmente cubriendo la carne –o en ocasiones un animal entero– con hojas y cociéndola en un hoyo en el suelo hasta que está tierna 27
El cromatógrafo de gases lo cambió todo. El número de químicos saborizantes identificados en la cáscara de naranja pasó de 9, en 1948, a los 207 conocidos en la actualidad. En las hojas de menta, de 6 a 100, y en la pimienta negra de 7 a 273 Cuando aparecieron las primeras compañías de saborizantes en Estados Unidos, se agruparon a lo largo de la ribera oriental en el bajo Manhattan y cerca de lo que solía ser el mercado pesquero de Fulton Street, a tiro de piedra de los barcos que llegaban de Europa con aceites esenciales y químicos sintéticos. El área estaba tan cargada de esencias que se conocía como el “círculo aromático”. Al igual que en muchas otras áreas de la economía y el comercio, la Segunda Guerra Mundial forzó cambios en los mercados cuando se agotaron las reservas en Europa y en otros lugares. Muchas compañías se expandieron y se movieron a través del Hudson para establecer nuevas fábricas. Nueva Jersey es todavía un núcleo comercial para la industria del sabor. Gividuan fabrica allí sus productos, al igual que iff. Wild está en Elizabeth (aunque su oficina central queda en las afueras de Cincinnati) y Symrise conserva tres sedes en Nueva Jersey, una de las cuales está justo calle abajo de Savoury Systems en Branchburg. Los alimentos de la posguerra estaban iniciando sus líneas de ensamblaje y necesitaban saborizantes, así que las compañías produjeron en masa toda suerte de nuevas fórmulas. Dow Chemical creó el ciclohexano propionato de alilo, que revendió en los anuncios como “sabor de piña fresca”. Firmenich desarrolló el primer saborizante de fresa y creó un componente llamado furaneol, que sería esencial para productos como Jell-O y el ponche de frutas Kool-Aid. La compañía lo describió así: “Una dulce molécula como el algodón de azúcar, clave para los sabores de frutos rojos, frutos tropicales y sabor rostizado”. Se suponía que estos y otros componentes les darían a los alimentos procesados y a las bebidas los mismos sabores de las comidas preparadas en casa, pero con frecuencia no surtieron el efecto deseado. En esa época los sabores eran aún vagas aproximaciones a la cosa real. En 1952, la revista Fortune declaró: “No es nada sorprendente que, en la opinión de muchos, el sabor de la comida y la bebida norteamericanas –en jarras, cartones, bolsas, latas y botellas– deje algo que desear”. En la naturaleza, el sabor viene como una mezcla sofisticada de cientos y en ocasiones miles de químicos, cada uno con su sabor y olor únicos. Con las herramientas químicas del temprano siglo xx, los científicos podían esperar identificar quizá un puñado de estos en cualquier
y suculenta. En cocinas más contemporáneas, la res es cocida lentamente en un caldo con muchas especias. El restaurante Chipotle, que usa una versión de esta receta en sus locales, la describe como “sabrosa carne de res deshebrada, braseada durante horas en una mezcla de adobo de chile chipotle, comino, clavos de olor, ajo y orégano, hasta que quede suave y jugosa”. El sabor a carne mechada de Innova se sentía, de hecho, un poquito como el de Chipotle, aunque menos sazonado. Era humectado, sabroso y un poco dulce. Inmediatamente volví para una repetición. Solo al terminar caí en cuenta de que no era res lo que estaba devorando. La carne no había sido cocinada lentamente durante un día; había sido cocida rápidamente, después congelada en una bolsa y eventualmente recalentada. Y era pollo sazonado con un “sabor tipo carne mechada” manufacturado junto con el “saborizante tipo res natural” de Innova, que consistía en extracto hidrolizado de almidón y gms. La falsificación era reconocida e intencional. Estaba diseñada con el fin de presentar las habilidades de Innova para ayudar a los grandes procesadores de comida –que no tienen tiempo para la cocción lenta y cuyas fábricas tendrían problemas con especias como el comino, el clavo y el orégano– a tomar atajos ahorrativos y obtener carnes supersabrosas, bien sea para servirlas en restaurantes o venderlas en las góndolas de alimentos congelados. La falsa carne mechada de Innova no sabía exactamente como la real, pero estaba lo suficientemente cerca.
Mapear la naturaleza
E
l mundo de los saborizantes no siempre fue tan sofisticado. Cuando comenzó en Europa, en el siglo xix, las compañías importaban especias y se procuraban plantas como la limonaria, que producía el aceite de citronela, ideal para lograr un concentrado con sabor a limón. Estos aceites esenciales se utilizaban principalmente en fragancias, medicinas y dulces. A medida que progresó el campo de la química en la segunda mitad del siglo, los científicos europeos, especialmente alemanes, descubrieron cómo sintetizar sabores y fragancias de químicos, en vez de tener que arrancarlos de los materiales naturales. 28
planta, y hacerlo resultaba engorroso e impreciso. El cromatógrafo de gases lo cambió todo. Estas máquinas fueron desarrolladas en los años cincuenta, y para los setenta tenían un uso amplio. Movían gases a través de un tubo y aislaban los constituyentes moleculares según los diferentes puntos de ebullición y variaciones en su polaridad. Acoplada con espectrómetros de masa que identifican aquello que ha sido aislado, esta tecnología abrió un vasto mundo de posibilidades, permitiendo un mapa mucho más concienzudo (aunque aún incompleto) de los aromas de la naturaleza. Por ejemplo, el número de químicos saborizantes identificados en la cáscara de naranja pasó de 9, en 1948, a los 207 conocidos en la actualidad. En las hojas de menta ha pasado de 6 a 100, y en los granos de pimienta negra de 7 a 273. Hoy los saboristas pueden aproximarse a capturar ese elusivo y limpio sabor de frescura que disfrutamos Mary Wright y yo durante nuestro almuerzo en el Rouge Tomate de Nueva York. Para hacerlo, visitan fincas cuando un fruto está en el pico de su madurez, llevando consigo cromotógrafos portátiles de gases. Entonces cubren las fresas, los tomates o las plantas de pimienta con bolsas plásticas o envases de vidrio, acorralando los gases del aroma en un intento de tomarles una impresión. La meta, sin embargo, no es preservar los gases; son demasiado inconstantes para que esto pueda lograrse. De vuelta en el laboratorio, el trabajo consiste en imitar lo que ha identificado la máquina. Los científicos de Wild han hecho este tipo de “análisis de cámara de gas” en campos de menta operados por la compañía al sur del estado de Washington. Como muchos de sus competidores, Wild vende versiones “frescas” de varios de sus sabores, unos más convincentes que otros. Uno de los últimos adelantos desarrollados en la ciencia del sabor es la llamada modulación del gusto. Hace cerca de una década, un biólogo de la Universidad de California en San Diego, llamado Charles Zuker, aisló por primera vez los receptores de la lengua responsables de nuestra percepción del gusto. Para ello usó células de las papilas gustativas de ratones de laboratorio y lo que encontró fue que cada célula es increíblemente específica, pues contiene receptores solo para un sabor –ya sea dulce, ácido, salado, amargo o gustoso (también llamado umami). Aquellas eran excelentes noticias para la industria alimentaria. Significaba que estas células de las papilas gustativas y sus receptores pueden ser mucho más fácilmente manipuladas que si fueran bombardeadas por múltiples sabores. Zuker, que entró a la universidad cuando tenía 15 años y obtuvo su doctorado a los 26, comprendió que tenía las herramientas para empezar a cambiar la biología del gusto. Fundó una empresa llamada Senomyx.
Convertida en una compañía reconocida, que ha hecho negocios con Pepsi, Coca-Cola, Nestlé, Kraft y Campbell’s Soup, Senomyx ha diseñado saborizantes y productos potenciadores para bloquear ciertas sensaciones como el amargor –una forma más controlada de encubrimiento del sabor– o para esconderlas, permitiendo a las empresas reducir el uso de azúcar, sucralosa, sal y gms en los productos, mientras preservan los sabores dulces o salados. Senomyx dice que los productos que contienen sus potenciadores de dulce y potenciadores de sabor, dos de los cuales no tienen sabor en sí mismos, se venden actualmente en Estados Unidos y aparecen bajo el amplio rotúlo de “sabores artificiales”. No es sorprendente que Senomyx ya no tenga el control del negocio de la modulación del gusto. Todas las grandes compañías del sabor, incluida Wild, tienen programas similares de investigación en marcha. Muchos de estos potenciadores están apuntando a la creación de comidas empacadas más saludables, con menos azúcar, sal y gms. En una entrevista con la publicación Scientific American en 2008, Zuker, quien está hoy en la Universidad de Columbia y no anda envuelto en el día a día de la gerencia de Senomyx, habló acerca de la formación de la compañía. “Nosotros pensamos que tal vez aquí tenemos la oportunidad de ayudar a hacer la diferencia”. Tal como lo diría Marie Wright, no todos podemos vivir en la cumbre de la cadena alimenticia, un lugar en el que las carnes no están cargadas excesivamente con sal, azúcar y gms. Durante nuestro almuerzo, tuve la sensación de que en algún universo paralelo –uno en el que las comidas procesadas no pagan todas las cuentas– ella estaría aderezando pociones sobre todo para alimentos experimentales y extravagantes –esos chocolates de maracuyá y los bizcochos con infusión de tierra de Kanuma–. Es decir, alimentos que ella consume y que ama con todo su corazón. Cuando le propuse esta idea por correo electrónico, me dijo que de hecho le encantaría tener un día su propio estudio de sabores para la “creación de sabores exquisitos”. “Esa sigue siendo mi meta para cuando no tenga que ganar mucho dinero”. ~ melanie warner (estados unidos). Ha sido colaboradora freelance con artículos sobre economía, negocios e industria alimentaria para The New York Times, Fast Company y Fortune, entre otros medios. Este texto fue tomado del libro Pandora’s Lunchbox: How Processed Food Took Over the American Meal (“La lonchera de Pandora: cómo los alimentos procesados se tomaron la comida norteamericana”), publicado en febrero de 2013 por la editorial Scribner. © Melanie Warner, 2013 © Scribner, 2013 29
LA COMBA DEL PALO © archivo personal
COLUMNA DE
MAURICIO RUBIO “Con muchas miradas, todos los errores saltan a la vista. Alguien encuentra el problema y alguien más lo entiende”. Linus Torvalds
© cortesía del periódico la tercera de chile
El trencito camuflado de las Farc n las maras centroame-
ricanas, el trencito es el ritual de iniciación de las jóvenes al volverse pandilleras: las violan en grupo. En el portal de la Mara Salvatrucha se explica que, así como los hombres para hacerse mareros deben aguantar una golpiza, las mujeres “tienen que brindar servicios sexuales a los miembros masculinos de la banda. Después de un ritual así la chica es admitida y tiene que contar con más ataques parecidos”. Minoritarias en la pandilla, quedan declaradas propiedad colectiva sin los problemas de rivalidades o búsqueda de exclusividad en la hiperactiva vida sexual del grupo. Los mareros aceptan con descaro que compartir sus mujeres, incluso con no pandilleros a quienes les cobran, es algo que hacen mientras llevan “la vida loca”. Al salirse de la pandilla y calmarse buscarán una “chavala decente” para tener sus hijos. El porvenir de las pasajeras del trencito es más complicado. Es común que sigan en el oficio al que fueron inducidas no por misteriosos traficantes de mujeres sino por sus propios compañeros, los pandilleros proxenetas.
E
Tanja y otras jóvenes guerrilleras en un campamento de las Farc
No conozco ningún caso de demanda judicial por violencia sexual puesta por una ex pandillera contra quienes, después de la violación colectiva, se convirtieron en sus compinches de aventuras y parranda. La aceptación social del trencito y “la vida loca” es tal que un académico progresista no tuvo reparo en señalar que la pandilla es un mecanismo para la liberación sexual de las mujeres. Marta tenía once años cuando una mañana en Barrancaberme30
ja unos hombres la pararon y la subieron a la fuerza a un camión con otros cincuenta menores. Al llegar al campamento de las Farc los alinearon y empezó el adoctrinamiento. A los dos o tres días “un comandante me sacó del grupo y me llevó a un cambuche donde me violó, me golpeó y después me amarró. Allí duré una semana... Esto me volvió a abrir una herida muy profunda: cuando tenía siete años fui violada por un tío y no pude hacer nada”.
Considera que su caso no es excepcional. “Me di cuenta de que era la regla y no la excepción... Comencé a comprender muy temprano cuál era la cuota que las mujeres teníamos que pagar para estar en este grupo guerrillero”. Las campesinas “llegaban y como había muchos más hombres que mujeres entonces eran como los buitres: uy, llegó carne fresca... Sin experiencia, los muchachos les caían y las muchachas se dejaban llevar”, relata otra ex fariana en una entrevista. De acuerdo con Zenaida, a Gaitán, un comandante que manejaba mucha plata en efectivo –normalmente bajo la custodia de la mujer que andaba con él–, “se le arrimaban las chinas porque él les daba regalos”. A Rigo, un hijo enano del máximo líder, “le gustaban las mujeres monas, altas. Y las conseguía. Como era el hijo de Marulanda, las guerrilleras se le arrimaban”. La rotación de parejas es alta. “El sexo era lo único feliz que había en mi vida”, cuenta una guerrillera desmovilizada. “Sola me parecía que no era nadie... Pasaba el calor de las noches, pero cuando amanecía terminaba todo porque era posible que esa misma tarde, chao, adiós. Y a hacer de cuenta que no lo había visto. Más adelante conocía a otro, más adelante a otro. A olvidarse de ellos y a pensar en que no existieron”. La aparente liberalidad se percibe dentro de la misma guerrilla como algo reprochable, y no son extrañas las comparaciones con la prostitución. Un ex fariano opina que allá “la mujer pierde su feminidad... los hombres son muy machistas, siempre explotándolas sexualmente. Parte de la culpa es del hombre, parte es de la mujer porque ellas se relajan... ellas se vuelven prostitutas porque empiezan con un hombre en una cama, y a la siguiente noche están en otra cama con otro hombre”.
El primer amor, amigo y apoyo de una guerrillera reinsertada le decía a esta que “las mismas guerrilleras me inducían a la prostitución porque se iban acompañadas al baño y se ponían a hablar de que tal guerrillero estaba bueno, que esta noche me voy a acostar con tal otro, y que yo me veía decente, así que no me fuera a dejar influenciar por ellas”. Él mismo le explicó que “en la guerrilla hay mujeres que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una bolsa, porque les regalan betún, porque les dan ropa interior o un champú, en fin...”. “Ahora Lozada tiene otra mujer, una chica de dieciséis años, de tetas
como pareja, porque “la mujer guerrillera es una puta”. Para completar, al igual que los mafiosos, los guerrilleros son asiduos clientes de la prostitución, incluso desde antes de vincularse. Una mujer del epl recuerda que las prostitutas eran aceptadas en los campamentos. Era “una manera de preservar y proteger a las masitas”, como se denominaba a las jóvenes campesinas en las zonas de influencia de esa guerrilla. En el año 2005, la revista Cambio señalaba que en Antioquia y el Eje Cafetero “los grupos armados reclutan menores que son llevadas hasta Tame, Arauca, y de allí las envían a
En la guerrilla hay mujeres que se acuestan todas las noches con uno diferente: porque les prestan una bolsa, porque les regalan betún, porque les dan ropa interior o un champú, en fin… enormes. Esta muchacha es una putica, tira con todo el mundo y es muy tonta”, escribió Tanja, la holandesa de vanguardia, en su diario. La confusión entre promiscuidad y prostitución está institucionalizada. A las peladas “las paran delante de todo el personal de la compañía y les dicen: ustedes confundieron Farc-ep con Bar-ep. O también: si ustedes quieren ganarse el cartón de prostitutas, ¿por qué no se quedaron en la civil?”. El sexo casual está reglamentado: “Para ese tipo de relación hay permiso los días miércoles y domingo, pero hay que pedirlo. El compañero es con el que se está siempre”. Al reinsertarse, cual mareros, los guerrilleros se buscan una “chavala decente” para tener hijos. Una antropóloga que entrevistó decenas de desmovilizados señala que todos los hombres afirmaron no tener interés en contar con una ex combatiente 31
campamentos para que presten servicios sexuales a los combatientes. Permanecen entre cinco y ocho días, y luego las devuelven a sus lugares de origen”. Otro síntoma de la fuerte demanda de sexo pago es la alta incidencia de enfermedades venéreas que sin duda –en un entorno al que ellas entran vírgenes y donde se les prohíben las relaciones con civiles– han sido importadas por unos guerrilleros no muy amigos del condón. Aunque en las encuestas son pocas las reinsertadas que reportan haber sido violadas en la guerrilla, siendo tan niñas cuando las reclutaron, queda la inquietud de si el camión en el que subieron a Marta no era en realidad un trencito camuflado. ~ mauricio rubio (bogotá, 1952). Es economista y restaurador de ruinas.
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A
l pensar en la cultura
portuguesa vienen a cuento rápidamente los nombres de Fernando Pessoa, José Saramago o Manoel de Oliveira. Lejos de esas figuras de amplio y merecido reconocimiento, el país invitado a la edición 26 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá cuenta con una activa creación literaria, cinematográfica, musical y artística. En esa producción convergen el lirismo propio del idioma con la prosaica situación actual de la nación en crisis; la condición de pobres entre los ricos con el ego maltrecho de un pasado colonial; la urgencia que sienten los jóvenes por tomar distancia de la península, hasta el punto de querer abandonarla, con la esperanza del retorno heroico de don Sebastião. Dos ensayistas, tres poetas de distintas generaciones, un joven cineasta y un galardonado ilustrador navegan en esos temas a lo largo de las páginas de este especial, que busca tocar puertos ignotos de la cultura lusitana contemporánea.
CHO Un cabotaje por la cultura
lusitana
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LA NOSTALGIA DEL
HÉROE Por
Miguel Gomes Lo que se ha dado en llamar sebastianismo constituye la espina dorsal de la cultura y la literatura portuguesas. ¿Qué es, a qué alude, de dónde surge ese poderoso mito cuyas ramificaciones llegan hasta nuestros días?
UNO cho años tendría cuando empecé a oír hablar de Dom Sebastião. Uno de mis tíos, Dinis, había arreado conmigo y me llevaba en auto al interior de la isla. Hacía un par de días que había nevado (en Madeira pasa de vez en cuando, pero es un secreto bien guardado para no ahuyentar el turismo nórdico), así que el paisaje montañoso estaba envuelto en un aura que cegaba, sobre todo cuando algún rayo de sol lograba colarse entre las nubes pétreas. Aprovechando la niebla, mi tío se proponía hacer algo ilegal: cortar un pino. Nuestra familia no concebía las pascuas sin pinheiro ni pesebre; el riesgo de una multa por deforestación era por una buena causa. Llegamos al lugar. Recuerdo la sensación un poco opresiva de soledad en aquel bosque. Tío Dinis me dijo que me quedara en el auto y obedecí con gusto: la niebla se espesaba, se volvía un engrudo. La figura de mi pariente con un hacha se esfumó en segundos. Mientras esperaba, tratando de penetrar con la vista en aquella pared de vapores, imaginaba lo que creía saber que había alrededor del auto: árboles, hierbajos, peñas, nieve. ¿Dónde estaba el bosque en aquellas tinieblas?
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Š josÊ rosero y diana arias
el bastón (era un montañés fuerte todavía: lo usaba más como instrumento de represión que como tercer pie); refunfuñaba, digo, y en una de esas se puso a reír, y luego suspiró, con una ternura que no le conocía: –Já lá vem Dom Sebastião, e desta vez fica... Cuento estas anécdotas menos por razones sentimentales que por haber leído en algunos historiadores recientes que el sebastianismo se ha disipado del todo y pertenece al pasado de la cultura portuguesa o a sus poetas. La experiencia y el “esta vez se queda” de mi bisabuelo me dicen que esas afirmaciones son falsas y, lo que es peor, ingenuas.
El primer susto me lo dio un caballo, grotescamente peludo y enano, de raza asiática, que acercó los belfos a la ventanilla cerrada para empañarla con los resoplidos –después averiguaría que el gobierno regional los había hecho traer a las zonas frías del interior de la isla, como atracción para los visitantes–. El segundo susto me lo dio mi tío, al abrir el maletero y meter a empujones el abeto que le robaba a la República Portuguesa. De sopetón, se puso al volante, encendió el motor y me miró sonriente, tal vez a la espera de que le celebrara la audacia. Debió de notar entonces que el sobrino estaba blanco del espanto, fuese por lo del caballo, fuese por la oscuridad, que a aquellas horas parecía de cuento gótico: –Não acontece nada, pá... É nevoeiro bom; se calhar ainda vamos esbarrar no cavalo de Dom Sebastião. “Es niebla buena, muchacho; a lo mejor todavía nos damos de narices con el caballo de Don Sebastián”: comencé a imaginar al personaje del que me hablaban como un rey mago. Pero no fue así. Lo comprendí meses después, cuando el tiempo mejoraba y salimos tío Dinis y yo de paseo, con el bisabuelo Lourenço. A este, en su juventud, el servicio militar se lo había traído a las islas; desde entonces, se enamoró del mar sin poder ni querer prescindir de él (con toda razón: había nacido en Trás-osMontes, una de las zonas más elevadas e inhóspitas del Portugal continental, encajonada entre Galicia, León y el Duero). Aquel día, Dinis y el anciano tuvieron la ocurrencia de sacarme porque oyeron que en la playa la marea había dejado un enorme cachalote muerto. Hasta hoy no me explico cómo habrán llegado a la conclusión de que una cosa semejante podía interesarme. Nos detuvimos frente al monstruo solo unos minutos: apestaba tanto que daba dolor de cabeza. Lo que más recuerdo del paseo, sin embargo, fue lo que pasó cuando caminábamos de regreso a casa. Casi tan impenetrable como la del episodio de la tala navideña, una masa de niebla se adueñó de la costa; serían las tres de la tarde y hubo que encender el alumbrado público. Anduvimos como ciegos no sé cuánto tiempo. Mi bisabuelo refunfuñaba, esgrimiendo
DOS ¿Quién fue Don Sebastián, el rey “deseado” (O Desejado) o, también, el “oculto” (O Encoberto)? Según las enciclopedias, el “décimo sexto monarca de la segunda dinastía portuguesa”, que asumió el trono a los catorce años de edad y desde el principio dio a conocer su proyecto de conquistar Marruecos para, desde allí, extender el cristianismo y su imperio personal por todos los territorios infieles del norte de África. En 1578, sin descendencia aún, Sebastião obtuvo –curiosamente– apoyo de su tío español, Felipe ii, y se lanzó a la aventura. La ambición titánica, no obstante, había nacido con mala estrella. El 4 de agosto el ejército ibérico fue derrotado en las arenas de Alcazarquivir; el rey murió, según varios testimonios, combatiendo, y sus mejores hombres perecieron o acabaron prisioneros, a la espera de que se pagaran cuantiosos rescates. Como consecuencia de tanta locura heroica, Felipe ii –no curiosamente esta vez– reclamó sus derechos al trono portugués; pese a las resistencias, la anexión se produjo en 1580, lo que inaugura el período, así llamado por algunos, de “cautiverio babilónico”, en el que Portugal vería su antes sólido poderío tambalearse, blanco de los incontables enemigos de España. No solo no fueron conquistados otros reinos, sino que se perdió el propio. Muchos portugueses comenzaron a anhelar la separación y esta se hizo realidad en 1640, cuando se impuso
He leído en algunos historiadores recientes que el sebastianismo se ha disipado del todo y pertenece al pasado de la cultura portuguesa o a sus poetas. La experiencia me dice que esas afirmaciones son falsas y, lo que es peor, ingenuas
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© josé rosero y diana arias
por las armas una nueva dinastía, la de Bragança. Pero no es tan interesante el sostenido sentimiento independiente de un sector de la nobleza como que tuviera ecos en otras clases sociales, en una memorable anticipación de los nacionalismos a los que hoy estamos acostumbrados. La resistencia autonomista se inició desde la época de la invasión ordenada por Felipe ii: circulaba ya el rumor de que Dom Sebastião no había caído en Marruecos y de que regresaría para reclamar lo que le pertenecía. Con el paso del tiempo, la imaginación colectiva haría que el rey más bien resucitase o lo situaría en “Islas Afortunadas” ocultas por la niebla; desde allí se suponía que vendría cabalgando sobre los océanos con su legión de caballeros dispuestos a restaurar las pasadas grandezas y a superarlas, en un verdadero reino de Cristo en la Tierra: se trataba del “Quinto Imperio” vislumbrado con fervor por el padre António Vieira, en una de las mejores prosas (portuguesas o no) de su época. El jesuita no postuló que dom Sebastião en persona fuese a volver, pero en sus discursos onírico-teologales varios representantes de los Bragança encarnaron al monarca del destino. Las muy difundidas Trovas, llenas de simbología arcana, compuestas por el zapatero Gonçalo Anes Bandarra, habían precedido a esas lucubraciones barrocas; comenzaron a conocerse hacia 1530, aun antes de nacer Dom Sebastião, y sus alusiones a un “Bom Rei Encoberto” que cumpliría profecías milenaristas pronto se amalgamaron con el sebastianismo propiamente dicho. Una misma nostalgia unió a eruditos y a analfabetos. La Biblia, fuente de autoridad para unos y otros, ya proponía sucesiones imperiales: a la hora de interpretar un sueño de Nabucodonosor, el profeta Daniel explicaba que cierta estatua con componentes de oro, plata, bronce y una mezcla de hierro y barro representaba los diversos reinos del mundo; una roca destruiría la estatua y se convertiría en una montaña que ocuparía el orbe. Ese justiciero peñasco, para mentes sobreexcitadas de un enorme imperio moderno ahora acosado, no podía sino ser la conjunción de la Corona portuguesa con el poder papal, que disminuiría las glorias previas de caldeos, persas, grecomacedonios y romanos (prolongados los esfuerzos de estos últimos por la Casa de Austria). Se ha formulado todo tipo de hipótesis para racionalizar la coincidencia asombrosa de zapateros, nobles y
teólogos durante y después del “cautiverio babilónico”. Recuerdo que J. P. Oliveira Martins y Manuel Rodrigues Lapa sugerían que el sebastianismo era producto del sustrato céltico de un pueblo que solo por pereza verbal no se llama portugalés: no debería asombrarnos que hasta hace poco todavía se esperase que un gran rey, igual que Arturo, volviera de su respectiva Avalón, adonde las hadas, o lo que fuese, se lo habían llevado tras una trágica batalla final. Ha circulado otra conjetura, de corte “americocastrista”, diría yo, según la cual el criptojudaísmo de los siglos xvi y xvii encontraría en la leyenda sebastianista una reformulación política permisible de la espera del Mesías. Lo cierto es que, sin importar su origen, el deseo de un nuevo Sebastião contribuyó a que Portugal retomase su vida independiente y a que, a partir de ese momento, toda aspiración reformista en el imperio, revolucionaria o contrarrevolucionaria, estuviera por lo menos indirectamente tiznada de su utopismo. Un caso americano que no podemos olvidar: el movimiento del Conselheiro en Canudos, a fines del siglo
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© josé rosero y diana arias
Con el paso del tiempo, la imaginación colectiva haría que el rey más bien resucitase o lo situaría en “Islas Afortunadas” ocultas por la niebla; desde allí se suponía que vendría cabalgando sobre los océanos, dispuesto a restaurar las pasadas grandezas Dom Sebastião já chegou E traz muito regimento, Acabando com o civil E fazendo o casamento. [...]
xix. Hacía varios decenios que Brasil se había separado de Portugal; además, en los sertones eran ya notables los añadidos indígenas y africanos a la cultura portuguesa. No obstante, una versión del sebastianismo movilizó la oposición popular a la joven república. Después de haberse referido en varias oportunidades a una herencia lusitana de misticismo político, Euclides da Cunha recoge en Os Sertões una canción que me parece suficientemente explícita en lo que concierne a las nostalgias monárquicas y la diabolización de la modernidad, el gran “Perro” infernal opuesto a la Iglesia y sus sacramentos:
Visita nos vem fazer Nosso rei Dom Sebastião, Coitado daquele pobre Que estiver na lei do Cão! (¡Partió don Pedro ii / para el reino de Lisboa; / se acabó la monarquía, / Brasil se ha quedado a la deriva! // Don Sebastián ha llegado / y trae un gran ejército, / para acabar con el matrimonio civil / y volver al eclesiástico. // [...] // Visita viene a hacernos / nuestro rey Don Sebastián. / ¡Ay del pobre / que siga en la ley del Perro!)
Saiu Dom Pedro Segundo Para o reino de Lisboa; Acabou-se a monarquia, O Brasil ficou à toa!
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Na ventura lhe foi o Ceo escaço Tanto, quanto em esforço liberal; O que bem nos mostrou seu forte braço. [...]
Quien haya leído bien la sofisticada reescritura de Os Sertões que hizo Mario Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo recordará, sin duda, que el barón de Cañabrava, desengañado de la locura y el fanatismo tanto de los acólitos del Conselheiro como de los militares republicanos que los aplastan, decide abandonar del todo la política, retirarse a la ciudad de Salvador (ni más ni menos) y allí acostarse con una mulata cuyo nombre es Sebastiana (nota bene: ¿se nos estará recomendando curar los ataques de salvacionismo con una dosis de sexo tropical?).
Cahio na rubicunda e ardente area O Lusitano Rei, e a lingoa fria Deu o final suspiro em terra alhea... (No lloro, en lo que a mí respecta, por verme perdido; / lloro por haber visto perderse rápidamente / un Rey tan belicoso y temido. / En la ventura le fue el Cielo / tan escaso como en trabajos pródigo, / lo que bien nos mostró su fuerte brazo. // [...] // Cayó en la rubicunda y ardiente arena / el Lusitano Rey, dando la gélida lengua / el final suspiro en tierra ajena...)
TRES En el Brasil actual Don Sebastián sigue vivo: se cuela como espíritu en el sincretismo de los cantos del tambor de mina y otros cultos de raigambre africana. La cultura oral repite historias del rey, que se transformó en toro negro después de la batalla de Alcazarquivir y aparece de noche, cada 24 de junio, en la isla de Lençóis, en la costa de Maranhão; si alguien hundiese una espada en la estrella de plata que el animal tiene en la frente, la ciudad de São Luís, a un par de días de allí, se sumergiría y en su lugar aparecería un reino encantado. En la Europa de hoy el Deseado surge menos aparatosamente, en frases bonachonas o resignadas como las de mis parientes, demasiado habituados al “amor de lejos” y otras modulaciones trovadorescas del fado. Comoquiera que elija dar señales de su ruta, desde el principio el destino de Don Sebastián era literario, sobre todo poético. Antes de Alcazarquivir, Camões lo había retratado en Os Lusíadas como “maravilha fatal da nossa idade”, esperanza de la nación (aunque, eso sí, mostrándose inquieto porque el joven monarca no parecía estar muy interesado ni en las mujeres ni en tener descendencia). Francisco de Aldana murió junto al rey en los campos marruecos. Después de la desaparición de Don Sebastián, Luis Barahona de Soto y Fernando de Herrera lo exaltaron con los más peregrinos propósitos (entre otros, justificar la anexión de Portugal, sea por la impericia de sus militares, sea por la voluntad divina). Varios de los más conmovedores versos de la “Elegia ii” que debemos a Diogo Bernardes, prisionero después de Alcazarquivir, retratan los últimos instantes del rey presenciados por él:
Bernardes, en la “Elegia i (Estando cativo)”, ya insinuaba, junto con el dolor, una acusación: hubo algo pomposo en toda aquella cruzada; su osadía era infantil, vacua, egoísta: “Oh Rei por nosso mal tão esforçado!”. Hacia fines del siglo xix, otro portugués célebre, Camilo Castelo Branco, ha de concordar con esa visión tétrica de lo que la historia oficial posterior exaltaría como heroísmo trágico típicamente nacional; su soneto “AlcácerQuibir”, de hecho, fue censurado por el salazarismo: “Índia, escrava gentil, espera um pouco. / Lá vem sobre Marrocos um rei louco... / Eis Alcácer-Quibir! Estás vingada!”. La derrota de Don Sebastián sería una especie de consuelo para la India por haber padecido el imperialismo portugués. Ninguna denuncia anticolonial se encuentra en los autores de lengua española que se han ocupado del rei louco. Las nieblas esencialistas, desde luego, le obstruían a Unamuno la contemplación de esas cuestiones. El Portugal alegorizado por uno de sus sonetos como una mujer en la playa, absorta en añoranzas, es pasivo y sigue enamorado del pasado; el Atlántico le Dice de luengas tierras y de azares Mientras ella sus pies en las espumas Bañando sueña en el fatal imperio, Que se le hundió en los tenebrosos mares; Y mira cómo entre agoreras brumas Se alza Don Sebastián, rey del misterio. En Borges, quien por su apellido constantemente alegó antepasados portugueses, creo adivinar alguna lectura unamuniana, que asoma en el despolitizado y mitologizante soneto de El hacedor titulado “Los Borges”:
Não choro, quanto a mi, verme perdido; Choro que vi perder em breve espaço Hum Rei tão bellicoso, e tão temido.
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Últimamente, acaso por el auge universitario de los queer studies, he oído que existe una nueva teoría sobre el “rey loco”: jamás murió en combate, sino que se ocultó en algún lugar para entregarse –heroicamente, a su modo– a un amor homosexual São ilhas afortunadas, São terras sem ter lugar, Onde o Rei mora esperando, Mas, se vamos despertando, Cala a voz, e há só mar.
Nada o muy poco sé de mis mayores Portugueses, los Borges: vaga gente Que prosigue en mi carne, oscuramente, Sus hábitos, rigores y temores. Tenues como si nunca hubieran sido Y ajenos a los trámites del arte, Indescifrablemente forman parte Del tiempo, de la tierra y del olvido. Mejor así. Cumplida la faena, Son Portugal, son la famosa gente Que forzó las murallas del Oriente Y se dio al mar y al otro mar de arena. Son el rey que en el místico desierto Se perdió y el que jura que no ha muerto.
(¿Qué voz viene en el rumor de las olas / Que no es la voz del mar? / Es la voz de alguien que nos habla, / Pero que si escuchamos calla / Por habernos atrevido a escuchar. // Y solo si, soñolientos, / Oímos sin saber oír, / Nos contará ella de la esperanza / A la que, como un niño / Que duerme, durmiendo sonreímos. // Son islas afortunadas, / Son tierras sin lugar, / Donde el Rey vive esperando, / Pero, si vamos despertando, / La voz calla y solo persiste el mar.) Una poeta portuguesa contemporánea se ha ejercitado en transformaciones del sebastianismo a mi ver más osadas que las de Pessoa. En algunos enigmáticos poemas de Sophia de Mello Breyner Andresen, el Oculto se erotiza gracias a los hábitos antiguos de la cantiga de amigo:
Pero tenemos que regresar a Portugal, por supuesto, para observar la reconfiguración más llamativa del sebastianismo durante el siglo xx, que toca a Fernando Pessoa. Para él, como lo documentan numerosos escritos, el “Quinto Imperio” sería sobre todo cultural, un reino de poetas cuyo trono se localizaría en la lengua portuguesa. Una demostración tan alucinante de fascismo puesto en diálogo con las bellas letras (delirio ciertamente futurista: recuérdese el caso marinettiano) arraiga con hondura, no obstante, en lo “misterioso” y lo “místico”, sin necesidad de mencionar ninguna de esas palabras. Su libro Mensagem, reescritura vanguardista y esotérica de Os Lusíadas, contiene varias de las mejores composiciones pessoanas, inspiradas por el Deseado, sus nieblas e “Islas Afortunadas”:
Espero sempre por ti o dia inteiro, Quando na praia sobe, de cinza e oiro, O nevoeiro E há em todas as coisas o agoiro Duma fantástica vinda. (Te espero siempre el día entero, / cuando sube por la playa, de oro y ceniza, / la niebla / y hay en todas las cosas el augurio / de una fantástica venida.)
Que voz vem no som das ondas Que não é a voz do mar? É a voz de alguém que nos fala, Mas que, se escutamos, cala, Por ter havido escutar.
CUATRO Consigna de independencia; guerrero de Dios en la Tierra; ejemplo de malograda valentía; amargo castigo para el imperio que prácticamente reinventó el colonialismo; blasón de todo tipo de reacciones políticas; humanización de lo desconocido y de las manifestaciones metafísicas de la saudade; esperanza de quienes no asimilan la decadencia; amante espectral o visión del animus: esas cosas y otras ha resultado ser Dom Sebastião a lo lar-
E só se, meio dormindo, Sem saber de ouvir ouvimos, Que ela nos diz a esperança A que, como uma criança Dormente, a dormir sorrimos.
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casi siempre catastróficos entre lo divino y lo humano, acaso porque funciona como signo del lenguaje propio del patriarcado más recalcitrante. Hace mucho tiempo, incluso antes de su Symbole der Wandlung, C. G. Jung comprobó que las representaciones del héroe en arte, folclor, religión y otros campos culturales expresan una fase del desarrollo de la conciencia individual y colectiva a partir del caos ourobórico y maternal del inconsciente. Las luchas del adolescente por hacerse con una identidad personal, y separarse de la plural e indiferenciada que hereda de la familia u otros grupos, son simbólicamente heroicas; sin embargo, persistir después de cierto tiempo en ese estado conflictivo, bélico y no secretamente maniqueísta (para el patriarcado, el dragón-madre con el que combate el héroe ha de equivaler al mal) delata un tipo de estancamiento e inmadurez psíquica peligroso. El héroe empieza a parecerse, sin darse cuenta, al dragón y, en vez de aportar la luz de la razón y la conciencia patriarcalmente exaltadas, desata sobre la tierra una inundación tenebrosa: cruzada, guerra santa, campo de concentración, pogrom, purificación racial, chamusquina inquisitorial, caza protestante de brujas, manifest destiny, lucha por los valores de Occidente, lucha contra el Estado centralista, lucha contra el comunismo o el capitalismo, lucha por la Tierra Prometida (en cualquiera de sus variantes) incluso si esto supone el desarraigo, la humillación o el exterminio de quienes ya están viviendo en ella. No solo Jung, sino también psiquiatras más recientes como Edward Whitmont (en Return of the Goddess) y Edward Edinger (en Ego and Archetype) lo han advertido: todos necesitamos vivir mitos para reencontrarnos, “religarnos” a nosotros mismos (por algo religio y religare se vinculan), pero pocas veces –¿o nunca?– la conversión de esos relatos introspectivos en normas socializadas ha tenido buen fin. El Edipo que merodea ciego por los bosques tras haberse percatado de que con la madre-esfinge en realidad no se podía, o el Ícaro que comprende, muy tarde, en plena caída, que no hay nada que repare las impertinencias de su hubris, son la otra cara del héroe derrotado: ¿no habitarán con Dom Sebastião en algún rincón de su isla nebulosa? ¿Qué parálisis del alma no se esconderá en quie-
go de la historia, monumental versión portuguesa del test de Rorschach. Últimamente, acaso por el auge universitario de los queer studies, he oído que existe una nueva teoría sobre el “rey loco”: jamás murió en combate, sino que se ocultó en algún lugar para entregarse –también heroicamente, a su modo– a un amor homosexual que la época condenaba (no se olviden las preocupaciones sobre su poco entusiasmo por la reproducción expuestas por Camões en Os Lusíadas y ya debatidas con cierta amplitud por la crítica portuguesa). Sea como sea, me parece que, después de la invención del psicoanálisis y la psicología analítica, lo que hoy podría llamarnos más la atención acerca del Deseado es su ubicuidad, la enorme facilidad con que se convierte en objeto de “proyecciones” de la psique de quienes a él se aproximan. Recuerdo, por cierto, uno de los mejores grafiti que en mis tiempos de estudiante leí en un retrete de la Universidad de Coímbra: dom sebastião was here. Acertaba Pessoa al decir en su Mensagem que “el Mito es la Nada que lo es Todo”.
CINCO Sigamos con los mitos y, en particular, con los que se politizan. En Réflexions sur la violence, Georges Sorel pregonaba “un estado mental épico” con el propósito de alentar la lucha de clases; según él, lo legendario lograría “iluminar” una violencia portadora de “salvación al mundo moderno”. La recepción no calculada que tuvo el sindicalista francés en los círculos fascistas (y la confusa simpatía simultánea que en sus últimos años él mismo expresó por Lenin y Mussolini) ya debería alertarnos sobre las consecuencias de incorporar lo religioso en la política. Acaso el ejemplo más lamentable de ese encuentro sean fenómenos en apariencia contrarios que en el fondo no lo son tanto: el nazismo con sus wagnerianas recuperaciones del Grial o la espada de Sigfrido y el Sendero Luminoso con su “luz”, ambos generosos en carnicerías. Lo heroico (y su versión judeocristiana, lo mesiánico), como pocos otros mitemas, se ha prestado a esos roces
Por años viví en un país que ha desarrollado una versión muy suya del sebastianismo. No me extrañaría que esa actitud fuera una versión de algo que los antecedió en la psique humana. Pienso en Venezuela y en lo que se ha llamado “culto bolivariano”
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SEIS Por muchos años viví también en un país
© josé rosero y diana arias
que ha desarrollado una versión muy suya del sebastianismo. Mejor dicho: no me extrañaría que el sebastianismo y esa actitud “muy suya” a la que me refiero fueran versiones más bien de algo que los antecedió en la psique humana, tal como se manifiesta en este tramo patriarcal (que no es el primero y ojalá no sea el último) de la historia de la conciencia. Pienso en Venezuela y lo que se ha dado en llamar “culto bolivariano”. Creo que es evidente en qué consiste la grandeza militar e ideológica de Bolívar; está claro así mismo que uno de sus proyectos más hermosos, la unidad política de la América hispana, quedó lejos de realizarse: el pesar de los últimos días del Libertador permite entrever la dimensión trágica que ese fracaso otorga a su figura. Una de las “Islas Afortunadas” del hispanoamericano es la confederación de todos los fragmentos del imperio. Otra podría ser el regreso del héroe que no logró materializar su exaltado sueño. En Venezuela esos supuestos “retornos” han tenido consecuencias a veces devastadoras –recuérdense, para no ir muy lejos, los paralelismos que los defensores de dictaduras megalómanas o sórdidas, como la de Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez, se han esforzado en establecer entre el caudillo de turno y el Padre de la Patria–. La prolongación perpetua de una actividad heroica que pertenece al pretérito y sus circunstancias irrepetibles no puede sino tacharse de demagógica, de netamente antihistórica: cuando Hugo Chávez tomaba la espada de Bolívar y la blandía frente a la multitud (la prensa publicó suficientes fotografías de esos acontecimientos) reactivaba irresponsablemente un mito de redención heroica que abría las puertas del presente a invitados que eran y son el pasado. Un país rebautizado como “República Bolivariana”; una parte del sistema educativo concebida como “bolivariana”; repetición descontextualizada de frases de Bolívar: circo que ni siquiera trajo pan consigo y, por supuesto, no resolvió los problemas duros y tangibles del ahora; ni reforma ni revolución: espectáculo. La posmodernidad que impuso al chavismo en Venezuela es la de los “simulacros” de Baudrillard; mucho dice que los contrincantes electora-
nes añoran esos especímenes heroicos? Si lo vemos con optimismo, está claro, el resultado no es la matanza del Otro, convertido en dragón por nuestras proyecciones. Anhelar conmovidamente al paladín que fue y ya no es, con todo, puede instalar ruinas no fuera, sino dentro de nosotros: una existencia desértica o “laberíntica” (como diría Eduardo Lourenço de la ontología portuguesa: o labirinto da saudade), un constante hipar entre escombros. Algunos escombros que nos depara el siglo xx: un antiguo imperio que tercamente continuó revolcándose en su decadencia, desintegrado poco a poco y con mucho costo; un sujeto lírico que igualmente prolongaba con fascinación el derrumbe de su identidad pueril y endeble, desintegrada poco a poco –aunque con mucho talento– en diversos heterónimos. Dos hispanoamericanos han escrito ensayos memorables sobre esos temas lusitanos y pessoanos: Francisco Rivera (“Fernando Pessoa y la mirada del otro”, en Entre el silencio y la palabra) y Santiago Kovadloff (Vallejo y Pessoa: lo poético, lo político).
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les de Chávez hayan sido en su primera elección una ex Miss Universo y un político que en su campaña se paseó a caballo por la petrolera y automotriz Caracas de fines del siglo xx. Todo eso habría sido kitsch si se hubiese traducido en alguna ironía; pero se quedó en cursi (y, visto con detenimiento, en melancólico). Cuando se disipen las nieblas llenas de reinas, caballeros y paladines, y los ojos de la mayoría se abran a la realidad política, ¿qué se encontrará? Probablemente las mismas carencias de otros tiempos, más añejas; y, lo que es peor, la violencia de quienes ven aumentar sus frustraciones al comprender que los han engañado y solo cuentan con la presencia de lo ausente. La farsa grotesca podría concluir en desastre. De hecho, los opositores derechistas de Chávez en 2002 se limitaron a sumergirse en el espectáculo organizado por su enemigo, incurriendo en “videogolpes” y muestras torpes de autoritarismo. Esperemos que la oposición de centro e izquierda haya podido distinguirse de la que predominó en esos tristes días. El cuadro de principios de siglo es desolador, por el momento: un san Jorge que ha echado fuego por la boca y ha batido alas de murciélago mientras lo embestía el dragón a caballo, con armadura, lanza y escudo. Hasta la aparición de Capriles Radonski, el centrismo y la izquierda antichavistas habían ido a guarecerse en la gruta sombría que Uccello coloca en un segundo plano. Coincidencia de coincidencias: Movimiento Quinta República se llama la organización política que respaldó inicialmente a Chávez (el nombre remite a la sucesión de “repúblicas” perdidas y recobradas que hubo en Venezuela durante la terrible Guerra de Independencia; después, el desfile de proyectos nacionales proseguiría). Con Chávez se insinuaba que finalmente la patria conquistaría su destino, que la “nueva” patria sería la gran roca que derribaría la estatua del sueño de Nabucodonosor. “Quinto Imperio” o “Quinta República”; mesianismo, sebastianismo, chavismo: una mano secreta pareciera reunir esa dispersión de creencias a través de los siglos y los continentes. ¿Cuáles serán los verdaderos límites del inconsciente?
aun los dioses hayan sufrido amargos dolores y tenido pasiones constituye otra razón, supongo, para desconfiar del heroísmo–. Ni ascensos ni descensos, ni ataques ni osadías nos permiten escapar de la sustancia oscura de cierta tristeza que es nuestra, quién sabe si la imagen misma que descubrimos en el espejo la primera vez que en él nos miramos. En los siglos recientes ha abundado una especie de héroe, el intelectual, es decir, el hombre de letras o el artista con opinión, que reclama para sí las vacantes que en las sociedades cada vez más impersonales de la era moderna van dejando los caudillos. Aunque opinar es necesario, no lo es tanto elegir para hacerlo el atuendo de maestro, de conciencia colectiva o de valiente acusador. ¿Cuántas veces los intelectuales de nuestra época se habrán disfrazado de esos personajes en el carnaval de la vida pública? Pero las trampas se multiplican, y los lenguajes heredados, la literatura entre ellos, tienen poderes althusserianos que no deberíamos desdeñar. Al releer estos fragmentos me doy cuenta de que yo mismo, que me esfuerzo en señalar un peligro, quizá de antemano haya sucumbido a él por recurrir a un título ambivalente, “La nostalgia del héroe”, que trata de hacer referencia a la actividad utópica o religiosa de sebastianistas, chavistas y demás celebradores de mesías, sumando sin embargo una alusión inadvertida a las saudades de quien escribe, protagonista así de un relato de orígenes y, por ello, modesto héroe –valga el oxímoron–. Mal llevado, incluso el intimismo invita al caudillaje. En The Makings of Maleness, Peter Tatham describe patrones de conducta para desechar la manía heroica patriarcal. En lugar de Perseo, Teseo o Héracles, nos aconseja, ¿por qué no admirar, más bien, a Dédalo, que al volar no pretendía llegar al sol, sino meramente salvar el pellejo y seguir trabajando en lo suyo? La sugerencia me parece sensata, siempre que no se haga de la falta de heroísmo de Dédalo, el artista, el inventor, otra forma de heroísmo, para acabar una vez más mordiéndonos la cola. Quizá lo del sexo tropical no sea una mala idea, después de todo.
SIETE “Melancholy is the character of mortality”, ase-
Miguel Gomes (Caracas, 1964). Es licenciado en letras por la Universidad Central de Venezuela y actualmente se desempeña como profesor de español en la Universidad de Stony Brook. La realidad y el valor estético es uno de sus últimos libros.
veraba Robert Burton (i, i, v), tal vez presintiendo que su hiperbólico tratado se ocupaba menos de la medicina que del tratadista. Y agregaba: “No man can cure himself; the very gods had bitter pangs, and frequent passions” –que
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© rafael pascual • agencia efe
SOLARES
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y Eugénio de Andrade nunca llegaron a conocerse, pero, en la escasa correspondencia que mantuvieron, Cernuda le escribió al portugués: “Tienen sus poemas un contorno de línea neta, aunque la emoción que expresan sea difícil, o se preste difícilmente a esa nitidez” La poesía de Eugénio de Andrade se alza como una de las más depuradas y luminosas de la lengua portuguesa De Andrade nació en la antigua provincia de Beira Baixa, el 19 de enero de 1923, y a pesar de haber publicado su primer libro de versos a los diecinueve años, el desprecio por la vanidad de los círculos literarios lo llevó a trabajar más de un tercio de su vida como funcionario público Heredó de su abuela materna un ávido conocimiento de la poesía española, que posteriormente lo llevó a traducir a Antonio Machado y a Federico García Lorca Escribió algunos textos en prosa, recopilados en el libro A la sombra de la memoria; libros infantiles, como Aquella nube y otras, y más de dos docenas de poemarios, entre los que se destacan Las manos y los frutos y Blanco en lo blanco Una atmósfera veraniega y mediterránea, muy propicia para la exaltación del cuerpo, está siempre presente en sus poemas Sus versos están marcados por el protagonismo de las cosas sencillas y por la fuerza elemental de los rayos solares, que arrojan luz sobre esa nitidez a la que hacía referencia Cernuda Eugénio de Andrade falleció en 2005, en Oporto, ciudad en la que pasó los últimos 55 años de su vida y en la que hoy tiene sede la fundación que lleva su nombre
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Vegetal y solo
Ocultas aguas
Es otoño, despréndete de mí.
Un soplo casi, esos labios.
Suéltame el pelo, potro indomable sin ninguna melancolía, sin citas concretas, sin cartas que responder.
¿Labios? ¿He dicho labios, arenas? Labios. Con sed aún de otros labios.
Déjame el brazo derecho, el más ardiente de mis brazos, el más azul, el más hecho para volar.
Sed de cal. Casi lumbre. Lumbre casi de rocío.
Devuélveme el rostro del verano, el rostro antiguo del verano, sin ningún rumor de lágrimas en los párpados encendidos.
Labios: ocultas aguas. De Mar de septiembre (1961)
Déjame solo, vegetal y solo, corriendo como un río de hojas hacia la noche donde la más bella aventura se escribe exactamente sin ninguna letra. De Las palabras prohibidas (1951)
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I
IV
Haz una llave, aunque sea pequeña, entra en la casa. Consciente en la dulzura, ten piedad de la materia de los sueños y de las aves.
Apoyas la cara en la melancolía y ni siquiera oyes al ruiseñor. ¿O es la alondra? Soportas mal el aire, dividido entre la fidelidad que debes
Invoca el fuego, la claridad, la música de los flancos. No digas piedra, di ventana, no seas como la sombra.
a la tierra de tu madre y al casi blanco azul donde el ave se pierde. La música, digámoslo así, fue siempre tu herida, pero también
Di hombre, di niño, di estrella. Repite las sílabas donde la luz es feliz y se demora.
sobre las dunas fue la exaltación. No oigas al ruiseñor. O a la alondra. Es dentro de ti donde toda la música es ave.
Vuelve a decir: hombre, mujer, niño. Donde la belleza es más nueva.
De Blanco en lo blanco (1984)
De Blanco en lo blanco (1984)
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CANTIGAS DE ESCARNIO Por
Alexandre O'Neill Traducción del portugués de Miguel Gomes
s lamentable que la condición canónica de Alexandre O’Neill en su país natal no haya sido acompañada hasta el momento de difusión internacional. Como esta muestra de sus versos lo permite entrever, en su variado repertorio encontramos un vivo retrato del pasado y el presente de la poesía portuguesa. En las obras de O’Neill convergen las tradiciones trovadorescas y el compromiso con las vanguardias, en un cruce de lenguajes que se traduce en tensiones no ajenas a la sorpresa ni a la discreta epifanía. La tendencia satírico-burlesca, que se remonta a la “cantiga de escarnio y maldecir” medieval y al neoclasicismo de Nicolau Tolentino, puede perfectamente pactar con el neosurrealismo de los años cincuenta y sesenta o los estímulos entonces vigorosos del concretismo. A eso se suma la facilidad con que O’Neill, capaz de momentos herméticos (convenientes en la opresiva atmósfera del régimen salazarista), adoptó así mismo el tono popular: Amália Rodrigues, de hecho, acudió en más de una ocasión a sus versos. Los poemas seleccionados provienen de sus Poesias completas, 1951-1983, Lisboa, Imprensa Nacional Casa da Moeda, 1984. Miguel Gomes
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EL POEMA POCO ORIGINAL DEL MIEDO
El miedo todo lo tendrá piernas ambulancias el lujo blindado de algunos automóviles
tal vez tu voz la mía tal vez sin duda la de ellos Tendrá capitales países sospechas como todos nosotros muchísimos amigos besos novios tirando a verde amantes silenciosos ardientes y angustiados
Tendrá ojos donde nadie los vea manitos cautelosas enredos casi inocentes oídos no solo en las paredes sino también en el suelo en el techo en el rumor de los sumideros y hasta, tal vez (¡cuidado!) oídos en tus oídos
Ah el miedo todo lo tendrá todo
El miedo todo lo tendrá fantasmas en la ópera sesiones continuas de espiritismo milagros cortejos frases valientes señoritas ejemplares confiables casas de empeño maliciosos burdeles conferencias variadas muchos congresos excelentes empleos poemas originales y poemas como este proyectos soberanamente marranos héroes (¡el miedo los tendrá!) costureras reales e irreales obreros (más o menos) escribanos (muchos) intelectuales (los de siempre)
(Pienso en lo que el miedo tendrá y me da miedo que es justamente lo que el miedo quiere)
* Todo lo tendrá el miedo casi todo y cada uno por su lado vamos a acabar todos casi todos convertidos en ratas Sí en ratas De Abandono vigiado (1960)
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UN ADIÓS PORTUGUÉS
No podías quedarte conmigo prisionera del pequeño dolor que cada uno de nosotros dulcemente trae de la mano este pequeño dolor a la portuguesa tan manso casi vegetal
En tus ojos tremendamente peligrosos se fortalece incluso el más riguroso amor la luz de los hombros pura y la sombra de una angustia ya purificada No tú no podías quedarte conmigo prisionera de la rueda en que me pudro nos pudrimos de esta pata ensangrentada que vacila casi medita y avanza mugiendo por el túnel de un viejo dolor
Pero tú no mereces esta ciudad no mereces esta rueda de náusea en la que giramos hasta la idiotez esta pequeña muerte y su minucioso y puerco ritual esta nuestra razón absurda de ser
No podías quedarte en esta silla donde paso el día burocrático el cada día de la miseria que sube a los ojos viene a las manos a las sonrisas al amor apenas deletreado a la estupidez a la desesperación sin boca al miedo perfilado a la alegría sonámbula a la coma maníaca del modo funcionario de vivir
No tú eres de la ciudad aventurera de la ciudad donde el amor encuentra sus calles y el cementerio ardiente de su muerte eres de la ciudad donde pende tu vida de un hilo de puro azar donde mueres o vives no de asfixia sino a manos de una aventura de un comercio puro sin la falsa moneda del bien y del mal
No podías quedarte conmigo en esta casa en mortal tránsito hasta el día sórdido canino policial hasta el día que no viene de la promesa purísima de la madrugada sino de una miseria de noche engendrada por un día igual
En esta curva tan tierna y dolorosa que va a ser que ya es tu desaparición adiós te digo y como un adolescente me tropiezo de ternura por ti De No Reino da Dinamarca (1958)
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PORNOGRAFÍA
ERUDITA Por
Valter Hugo Mãe Adaptación del portugués de Héctor Abad Faciolince
ansado de ser rotulado como “el escritor que firma y escribe solo en minúsculas”, desde la publicación de su novela O filho de mil homens, en 2011, Valter Hugo Mãe dejó atrás ese reconocido rasgo de estilo. Lo que aún conserva al momento de firmar es el seudónimo “Mãe” –en lugar del apellido Lemos–, con el que hace referencia al sentimiento de protección incondicional que las madres guardan por sus hijos y los escritores por sus obras, “una utopía, la ilusión de estar creando algo tan valioso como una vida, algo imprescindible”. El escritor angoleño, nacido en 1971, ha publicado cinco novelas y más de diez volúmenes de poesía. Entre las primeras se cuenta o remorso de baltazar serapião, ganadora del Premio Literario José Saramago en 2007, y a máquina de fazer espanhóis, homónima de uno de los poemas de esta selección. Buena parte de sus libros de poesía fue agrupada en 2008 en la antología titulada folclore íntimo, una colección que reúne temas políticos, recuerdos de amores adolescentes, la desesperanza ante la larguísima recesión lusitana y fragmentos de su pornografía erudita, lenguaje privilegiado de unos pocos. Entre los territorios donde se mueve –el arte, el rock (como vocalista de una banda), la novela y la poesía–, Valter Hugo Mãe tiene claro el lugar al que pertenece: “Soy un novelista que comenzó con la poesía y que, de algún modo, todavía no quiere dejar de ser poeta”.
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53 Š cortesĂa editorial alfaguara
la virginidad de amélia de primer año, derecho, univ. moderna, oporto, noventa
la virginidad de madalena de noveno, escuela secundaria josé régio, vila do conde, ochenta y siete
acepta este libro, diría, más bonito que los otros, encontrarás en él imágenes, sí, imágenes que quizá te sorprendan. pero no te asustes repara en la naturaleza de las cosas, en cómo es tan común tropezarnos con estas ideas y tal vez entiendas
no te levantes la falda mientras te observo sería demasiado peligroso si se me hiciera imposible resistirte ya he visto el modo en que pasas por la calle echándole ojo a la ventana de mi ansioso cuarto ya tengo la sospecha de que, ansiosa, quieres que tu cuerpo acontezca esplendorosamente junto al mío
hay una pornografía erudita hecha para personas como nosotros. una cosa así entre el querer hacer, la aflicción espiritual y el amor eterno
y tan solo no te he tocado todavía porque me seduce la cercanía de la primavera y la idea de esperar
ven acá después. te juro que a las cinco en punto de la tarde no hay nadie en la casa de mis padres
conozco un campo repleto de flores, era allá que te quería desnuda, la falda en el suelo para que no te ensucies y dios quiera que no sepas casi nada, pues más me gustaría poder enseñarte cosas pequeñas que te parezcan descomunales
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modo de amar
la máquina de hacer españoles
prometo serte fiel si me lo fueres también. no es muy seguro que me lo llegues a ser. por eso, desde ya te lo perdono
una máquina que transformara portugueses en españoles, impecable, infalible, perfecta, ellos entrando por un lado pálidos y esmirriados, saliendo por el otro colorados, hinchados de narices prominentes y / orgullo, una máquina que fuera tan sabia que, en el momento de decidir cada cosa, pordebajeara siempre / a portugal y pusiera en la cima el esplendor del país vecino. coger esa máquina, saber quién la inventó y darle por el culo hasta que desfallezca exhausto. enviar una relatoría detallada a todo el mundo, alardear con entusiasmo de la satisfacción de quien, ni siquiera por testarudez, espera el regreso de don sebastião
prefiero empezar así para el resto de la vida. así, con los ojos abiertos a la frustración y tal vez a la vulnerabilidad no estoy previendo nada concreto, créeme, no tengo ojos para otras chicas, solo lo digo así porque es verdad que tarde o temprano hemos de encontrar en los otros motivos de inusitado interés. y por lo tanto, digo, más vale que acordemos un amor que se sobreponga al futuro, un amor, pues, que tenga conocimiento del futuro y no esperar más nada, sino la verdad. la decadente verdad que llegará apenas después de los primeros besos
Tomados del libro folclore íntimo (2008)
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56 © adam cruft
ARTE
EL NUEVO
PÓVERA Una entrevista imaginaria con
Miguel Gomes Introducción y adaptación de Alejandra Algorta
H
ace sus películas
Algunos dicen que tiene un aire de joven Godard, y otros afirman que todos sus filmes tienen la estructura fragmentada de El mago de Oz. Tal vez porque La cara que mereces empieza con un hombre en su crisis de los treinta años y termina siendo una comedia musical de Blancanieves y los siete enanitos. O porque Aquel querido mes de agosto comienza narrando la relación entre una niña y su padre, y pronto se convierte en un falso documental sobre el rodaje de la misma película que estamos viendo. En Tabú, su último trabajo, estos giros narrativos, un abrupto cambio de escenario y el uso de recursos técnicos de otros tiempos convierten un idilio trágico en una auténtica rareza cinematográfica: las historias cruzadas de varias mujeres en Lisboa desembocan en el recuerdo de un amor transcurrido cincuenta años atrás en Mozambique, en las laderas de un supuesto monte Tabú. Después de ver y leer cuanta entrevista cruzó por mi camino, surgió este diálogo imaginario en que el cineasta da luces sobre su forma de hacer cine, particularmente en el caso de Tabú, una película en la que el artificio cinematográfico –ese juego de cuchillos– narra la nostalgia de un amor imposible.
con pocos recursos y apelando siempre a la imaginación. “Es un juego, como cuando mi hija deja a un lado los juguetes que le regalé y va a la cocina a buscar los cuchillos”. Miguel Gomes nació en Lisboa hace 41 años. En el 2006, después de casi una década como crítico y autor de artículos teóricos sobre cine, decidió saltar al otro lado y comenzar su carrera como director. Tras realizar varios cortometrajes, ha escrito y dirigido las películas La cara que mereces, Aquel querido mes de agosto y Tabú, mejor largometraje de ficción en el Festival Internacional de Cine de Cartagena y ganadora del Premio Alfred Bauer por innovación artística en la Berlinale (un premio que podría parecer paradójico para una película en blanco y negro, parcialmente muda y filmada en 16 mm). Consciente de lo que supone hacer cine en un país en crisis como Portugal, lo único que tiene seguro al comenzar una producción es que hará cuanto pueda con lo poco que tenga. En ese proceso combina formatos y estéticas y nunca acaba haciendo sus películas como originalmente las pensó. Con ambiciosos guiones, escasos presupuestos y excéntricas reglas de rodaje, este director ha instaurado en el mundo del cine un nuevo tipo de arte póvera.
—A. A.
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No sé si pueda hacer cine de otra manera. En Portugal decimos que a veces las cosas buenas surgen de las cosas malas. El hecho de que estemos haciendo películas con un presupuesto muy reducido nos quita la presión de recuperar el dinero invertido, nadie espera que hagamos éxitos de taquilla. La pobreza nos da la libertad de hacer lo que queramos. Esa es la única ventaja de ser pobre. En mis rodajes siempre hay un momento en el que mi productor se acerca y me dice: “Miguel, no tenemos el dinero para hacer esto”. Yo me molesto un poco pero me toca seguir adelante, botar los guiones a la basura y reinventar todo. El hecho de no poder hacer el filme que habíamos planeado se vuelve parte de la película.
No tenemos la presión de recuperar el dinero invertido, nadie espera que hagamos éxitos de taquilla. La pobreza nos da la libertad de hacer lo que queramos. Esa es la única ventaja de ser pobre Hay muchas imágenes impresionantes en Tabú: hombres cazando criaturas mitológicas que nunca vemos, mujeres que argumentan sus acciones a partir de sueños, amantes huyendo en moto por las llanuras de África. ¿Hay alguna imagen en particular que haya inspirado la realización de esta película? En el caso de Tabú no hubo una imagen que se me apareciera para dar luz a la película. Hubo dos fuentes muy distintas. Una fue la historia que me contó un pariente: me habló sobre su vecina, una mujer senil con una empleada africana a quien acusaba de ser una bruja que la encerraba en su cuarto por la noche. No era más que una anciana paranoica, pero me interesé en esta historia ridícula y me sentí cercano a sus personajes, mujeres viejas y solas que tienen vidas normales pero de alguna manera excéntricas. Ya no se ve ese tipo de mujeres en el cine. La otra fuente viene de mi película anterior, Aquel querido mes de agosto, que contenía muchas canciones. Según descubrí, una de ellas era interpretada por una banda portuguesa que tocaba en Mozambique en los años sesenta. Conocí a estos personajes y me mostraron fotos de ellos con sus trajes blancos tocando en África; me contaron cómo conquistaban jovencitas e interpretaban éxitos de Elvis y los Beatles. La película surgió de estas dos historias que parecen no tener conexión alguna. Este es el cómo y el por qué hago cine. Siento un vínculo con una serie de cosas, canciones, historias, y sí, a veces imágenes, y en un proceso misterioso, del que no tengo control alguno, todo se une y entonces sé que voy a hacer una película.
¿Entonces es una cosa que sucede sobre la marcha, como fruto de las circunstancias del rodaje? Lo que hacemos es recrear, reinventar durante el rodaje. En África, por ejemplo, teníamos una historia general pero no los recursos para ciertas cosas. Yo había imaginado una escena de una boda con alrededor de cien invitados blancos, pero en el lugar que elegí solo vivían cinco blancos. Los novios debían hacer una entrada sobre un elefante pero no había elefantes en la zona. Tuve que desechar cien personas blancas y un elefante. En Mozambique, los actores conocían un poco sobre sus personajes pero no sabían qué escena íbamos a filmar cada día porque no había guion. Formé un pequeño grupo en el equipo, al que llamé “comité central”. El trabajo de ese comité era hacer un menú de posibles escenas. Tuvimos cerca de 150 escenas potenciales que escribimos en pequeñas tarjetas y pegamos en la pared. Cada día, después del rodaje, quitábamos las tarjetas correspondientes a las escenas que habíamos filmado y poníamos nuevas ideas. Era un desastre. Creo que los actores fueron muy generosos; eran profesionales que dejaban su trabajo en manos de este comité central, sin saber con anticipación lo que debían hacer. ¿Cómo participó Mozambique en la realización de la película? ¿Hubo una coproducción entre los dos países? No, porque los africanos no tienen plata para invertir en películas. Si no tienen plata para comer, imagínese si van a tener plata para hacer cine. En este asunto de la coproducción suelo tener un acuerdo con el productor portugués. Le digo: “Puedes traer inversionistas brasileños, alemanes, de donde quieras. Pero necesito la garantía de poder actuar con libertad. Es tu responsabilidad
Sus películas suelen contar más de una historia a la vez. En el caso de Tabú tenemos dos partes muy definidas: la primera, “Paraíso perdido”, fue filmada en Lisboa en 35 mm, y la segunda, “Paraíso”, fue filmada en Mozambique en 16 mm. De alguna forma las dos partes terminan estructurando el espíritu de la película. ¿Cómo llega a tomar este tipo de decisiones narrativas tan poco convencionales?
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que yo pueda hacer lo que quiera, incluso si esto significa tener un comité central que escriba nuevas escenas todos los días”.
En este asunto de la coproducción suelo tener un acuerdo con el productor portugués. Le digo: “Puedes traer inversionistas brasileños, alemanes, de donde quieras. Pero necesito la garantía de poder actuar con libertad”
Tabú es su primera película filmada en un lugar que no es Portugal. Supongo que ya es posible para usted detectar las circunstancias que rodean la producción de cine de su país en comparación con otros. Creo que las condiciones son diferentes para cada lugar. En Portugal, por ejemplo, el mercado es muy pequeño y a la gente no le gusta mucho ir al cine. Esto tiene sus implicaciones porque al hacer cine a una escala europea no hay una presión industrial, ni –como dije antes– estamos obligados a hacer millones en taquilla, ni tenemos que involucrarnos en otro tipo de compromisos que se dan cuando hay más dinero. Es una ventaja. Pero como hay dos caras para todo, en el último año hubo una crisis en el cine portugués. El Instituto de Cine y Medios Audiovisuales dejó de financiar las producciones nacionales por las medidas gubernamentales de austeridad. La medida nos afectó a todos y en ningún caso significó una ventaja.
quejábamos de la falta de voluntad política del gobierno para hacer cumplir la ley que redactó. Solo hasta enero se comenzó a implementar la ley que regula la financiación del cine, y ya la industria volvió a la normalidad. El asunto del costo termina siendo paradójico. Usted desecha los guiones porque no tiene dinero para hacer ciertas cosas, pero al no tener un cronograma la duración del rodaje se vuelve indefinida. ¿Cuánto dura este proceso al compararlo con una producción normal, con un guion cerrado, un plan de rodaje y demás? Pues en el caso de Tabú el rodaje fue de nueve semanas para la primera parte y cerca de cinco para la segunda, que se rodó en África. Pero lo que toma tiempo es lo que sucede entre esas dos cosas, como el proceso de conocer el lugar y la gente. Muchas de las cosas que se ven en la segunda parte de la película las descubrimos durante el rodaje. Por ejemplo, en el área rural en la que filmamos había un hombre que trabajaba como cocinero para una familia portuguesa dueña de una plantación. Le preguntamos si podría actuar como un cocinero-brujo para la película; aceptó y se convirtió en el personaje que predice el embarazo de Aurora. La escena en la que está preparando el pollo es una escena real, solo le dimos un par de accesorios de utilería, un gorro de chef y collares coloridos. Luego nos apoyamos en la voz en off para contar la historia de ese mago. Así incorporamos en la película personajes reales de un lugar real.
¿Cómo los afectó? Fue un golpe muy duro que alteró la industria del cine a muchos niveles. Por primera vez en la historia, la Cinemateca Nacional de Lisboa empezó a exhibir películas rusas y alemanas sin subtítulos porque no tenían dinero para traducirlas. Las personas en el teatro no podían entender lo que estaban viendo. Eso es terrible... Lo es. Y lo gracioso es que la financiación del cine no venía del presupuesto nacional, sino de un impuesto aplicado a las cadenas televisivas por sus ganancias en publicidad. Normalmente un 4% de esas ganancias iba para el Instituto de Cine portugués. Sería comprensible que la falta de financiación fuera por la crisis financiera, si no viniera de un área tan específica. Tal como en el resto del mundo, los políticos se subordinan al poder financiero de los grandes conglomerados. Estas grandes compañías simplemente dijeron que ya no querían pagar. A finales del año pasado el gobierno pospuso la implementación de la Nueva Ley del Cine, que garantizaba un subsidio económico para el sector audiovisual del país. Varios directores –Manoel de Oliveira, Joao Botelho, Teresa Villaverde y yo– firmamos una carta de protesta titulada “¡Cine portugués bloqueado!”; en ella nos
Sus películas se nutren de circunstancias reales, como en este caso del cocinero. Pero siento que hay una presencia de otros lenguajes dentro de la narración de Tabú. ¿Tuvo algún tipo de referencia cinematográfica o literaria al momento de crear esta historia? Para Tabú pensé un poco en la literatura portuguesa de mediados del siglo xix. Hay un escritor llamado Camilo Castelo Branco que a mi juicio es el gran autor
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ría de mis películas. O sea que no es de ninguna forma una película muda.
En Tabú no se trata de la pérdida de una tierra o de un régimen; es la pérdida de la juventud y la inocencia, la pérdida de un tiempo en que los personajes eran más felices, en el que se sentían menos solos
Tabú trata sobre el paraíso y su pérdida, pero la segunda parte, titulada “Paraíso”, no muestra un edén real sino un paraíso recordado. ¿Cuál es la relación entre este concepto del paraíso y la memoria? La memoria puede ser un paraíso tanto como un infierno. No creo en otro tipo de paraísos; lo único que tenemos son los recuerdos de la felicidad. Y el cine te permite evocarlos. Es una máquina del tiempo que hace posible volver atrás. En esta película, el pasado es por momentos paradisíaco y en otros momentos infernal. Es el paraíso para Aurora y para Ventura cuando se enamoran, pero no para los sirvientes que están limpiando el suelo.
portugués del romanticismo. El director Manoel de Oliveira hizo una película basada en su mejor libro, Amor de perdición. ¿Y en cuanto a la estética? Una de las cosas importantes para crear la apariencia de Tabú surgió a partir de una película que vi en Cannes junto a mi director de fotografía. Era una toma análoga en blanco y negro. Le pregunté: “¿Puedes hacer eso?”. Y lo hizo. Desde el principio decidí que la película debía tener una conexión con las cosas extintas y con la memoria; por eso elegí esta forma de hacer cine. En la primera parte de la película, Aurora desaparece y en la segunda existe tan solo como fantasma en la memoria de Ventura. Vemos todas estas imágenes de ella en África hace cincuenta años, que terminan siendo memorias sobre una sociedad extinta. Mi intención era crear un diálogo entre la memoria y las formas extintas del cine, y quería hacerlo bien, con materiales que están al borde de la desaparición y que fueron la norma durante décadas y décadas de historia cinematográfica. Era la única forma honesta de hacerlo.
La pérdida del paraíso, inferida de la estructura de la película, parece directamente relacionada con una pérdida de la juventud, de la inocencia... Es exactamente eso. Claro que por razones históricas también está relacionada con la pérdida de una tierra, de un régimen. La película tiene una posición muy irónica en contra del régimen. Es sobre las preocupaciones de estas personas blancas que se enamoran sin ninguna conciencia de lo que está ocurriendo a su alrededor. En ese sentido, para ellas no puede tratarse de la pérdida de una tierra o de un régimen, sino sobre la pérdida de la juventud y la inocencia, la pérdida de un tiempo en el que eran más felices, en el que se sentían menos solas. ¿En qué consiste esta postura irónica con respecto al pasado colonial? Hay muchos elementos en oposición entre la primera y la segunda parte. Uno de ellos es que en la primera parte los personajes tienen mucha más conciencia política y social de lo que les rodea, tal vez incluso del fracaso de la sociedad. Son conscientes de la injusticia del mundo, pero esta conciencia no parece hacer justicia a nadie. Sin embargo, en la segunda parte los personajes no tienen conciencia política alguna, no les importa, es como si estuvieran actuando en una película de Hollywood, divirtiéndose, cantando canciones de amor. Son completamente ignorantes de lo que está a punto de pasar, de que el imperio colonial está al borde del colapso. Yo quería que la primera parte de la película le añadiera un peso extra a la segunda. Vemos a todos estos jóvenes jugando, pero la tristeza que se deriva del comienzo
¿Por eso es que en la segunda parte de la película no hay diálogos? Claro, pero no quería solo reproducir los valores estéticos del cine mudo, sino narrar una historia en retrospectiva; por eso tratamos de simular, por medio de este formato, la forma en que las imágenes aparecen en la memoria. Se vuelve todo un ejercicio de la memoria, puedes recordar ciertas imágenes, ciertos detalles, pero no recuerdas las palabras. Y como no es posible recordarlas, surge la alternativa de eliminar los diálogos. En lugar de estos, usé la música, los sonidos de fondo, la narración. No hay diálogos y por eso parece una película muda, pero tiene un paisaje sonoro mucho más amplio que la mayo-
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de la película le da un subtexto a lo que estás viendo, una vaga sensación de culpa. Quise hacerlo así porque pienso que el único cine interesante es el cine que tiene un lazo con lo real. Pero también creo que el cine pierde si trata de imitar la realidad. La realidad es más real que el cine. El cine es otra cosa: es cine. Debe tener un lazo con la realidad, pero es necesario que tenga otras reglas.
Las reglas de mis películas pueden ser un poco ridículas, pero creo que la mayoría de las reglas en el mundo lo son. Digamos que es mi manera de quedar mano a mano con el mundo
Parece que usted aplica ese principio de forma muy peculiar en sus películas… Pues sí. Cuando estudias cine, en la primera clase te enseñan ciertas reglas: nunca inviertas tu propio dinero en una película y nunca filmes con niños ni con animales porque son incontrolables.
tan antiguos. Usualmente asociamos a los elefantes con la idea de la memoria, pero quería que los cocodrilos fueran los testigos de la locura del hombre a través de la historia. Los cocodrilos estuvieron ahí antes de los hombres y seguramente estarán después.
Casi todas sus películas tienen niños y animales, empieza rompiendo las reglas cardinales… Sí, pero por ejemplo en mi corto Inventario de Navidad, tuve que trabajar con muchos niños. Hubo un momento en el que una de las niñas empezó a llorar y dañó toda la toma. Después entendí, hizo algo impredecible, y eso era mejor que cualquier cosa que yo me pudiera inventar. Por eso renuncio a los guiones fijos y creo otro tipo de límites. Las reglas de mis películas pueden ser un poco ridículas, pero creo que la mayoría de las reglas en el mundo lo son. Digamos que es mi manera de quedar mano a mano con el mundo. Por ejemplo, para cada película tenemos un trago oficial: en Aquel querido mes de agosto tomamos cerveza, y para Tabú cambiamos a gin-tonic, por ser una película africana.
La película empieza con una escena de otro filme inexistente: Pilar está sola en una sala de cine viendo a ese cocodrilo que se come al explorador. También nosotros como espectadores nos acercamos a Tabú viendo esa otra historia alejada de los personajes centrales. ¿Qué lo llevó a empezar su filme con este tipo de metalenguaje? Pilar es el espectador. Quiere tener todas estas emociones asociadas al cine, desea ser parte de estas historias y aventuras, como cualquier espectador. En la segunda parte no sabemos si lo que dice Ventura es verdadero, pero no importa. Lo importante es que necesitamos esas historias, tanto Pilar como nosotros. Cuando era niño leí Las mil y una noches, cuyo tema es el absoluto deseo de oír historias. En el libro, uno de los protagonistas es un príncipe que todas las noches se casa con una mujer y la mata a la mañana siguiente. Una de ellas, Sherezade, lo engaña, no termina sus historias, lo deja cada noche en la mitad del relato para que él, desesperado por oír el final, no la mate. Hace que la ficción sea un asunto de vida o muerte. El libro me afectó mucho desde que lo leí, y eso responde, en parte, por qué Tabú está partida en dos. ¿Por qué contar una historia cuando puedo contar muchas?
A propósito de no trabajar con animales, el cocodrilo parece una figura protagónica en Tabú. Está ese primer cocodrilo, en la película que ve Pilar en el cine, y luego está el cocodrilo como mascota de Aurora… La película empieza con Pilar en el cine y aparece nuestro primer cocodrilo, la idea del amor condenado y la idea del tiempo. El cocodrilo se come al explorador y la última frase de la narración es: “Un cocodrilo triste, melancólico, acompañado por una dama de otros tiempos, inseparable par que un misterioso pacto unió y que la muerte no pudo quebrar”. El resto de la película intenta regresar a esta idea de tiempo y romanticismo. Me gusta la idea del cocodrilo digiriendo al explorador; suelo unir a los cocodrilos con la idea del tiempo, convertirlos en testigos de historias de amor condenadas, del nacimiento y la caída de las sociedades humanas. Se ven tan viejos,
¿Por qué contar estas historias? Trato de luchar contra la vigencia del cine masivo, contra el realismo, contra el naturalismo. Me gustan las cosas artificiales. Todo cine que trate de reproducir la realidad está condenado al fracaso. El cine no puede competir con la realidad. Me interesa un cine que pueda ser honestamente irreal. Hay que conmoverse por cosas irreales, ahí está la verdad de las cosas.
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Ringo Starr 62
ANDRÉ
CARRILHO Lujos de un retratista n kamasutra
Independent, Vanity Fair, nzz y New York Magazine, entre muchas otras publicaciones. A lo largo de 23 años, su trabajo ha sido expuesto en muestras individuales y colectivas en galerías de Portugal y España, y ha obtenido reconocimientos internacionales en la áreas de ilustración, diseño y animación. Entre estos se destacan el Gold Award of the Society for News Design, en 2002, y el premio a la excelencia de un portafolio de ilustración individual, otorgado por la Society of New Design, en 2005. En 2012, hizo parte de los ochenta ilustradores seleccionados para Illustration Now! Portraits 3, editado por Julius Wiedemann y publicado por Taschen. En ese libro aparece un retrato del escritor portugués António Lobo Antunes, que Carrilho hizo por encargo del New Yorker y está incluido en esta selección. También hacen parte de esta muestra una de las dos caricaturas de Jimi Hendrix que ocupan las paredes de su cuarto en Lisboa, y el Sigmund Freud que le encargaron como ilustración de un artículo sobre psicoanálisis en China, para el cual echó mano de sus recuerdos de Macao. Estos retratos, con una variedad de líneas que revela las presencias de Chris Ware, Hugo Pratt, Moebius, Carl Barks y el portugués João Abel Manta, están lejos de ser simplemente la reproducción de fisonomías. En palabras de Carrilho: “No es solo un asunto de la apariencia; se trata del movimiento, de la forma de hablar, de pensar. Los retratos no son lo que la gente es, sino una percepción colectiva de ellos. Hay fotografías en las cuales la imagen no captura esa esencia y es imposible reconocer al personaje; ese es un lujo que como retratista yo no puedo darme”.
para obesos fue uno de las pocos trabajos que André Carrilho alcanzó a presentar en la Academia de Bellas Artes de Lisboa, antes de abandonar los estudios para siempre. En ese punto, ya sabía que importaba más armar un buen portafolio que conseguir un título, y tenía claro que su carrera como ilustrador había comenzado años atrás, lejos de Europa. A principios de los noventa, Carrilho había pasado varios años de su adolescencia en medio del raro paisaje de Macao, antigua colonia portuguesa en territorio chino. Sus primeros dibujos de esa época tendrían la influencia de las acuarelas y la caligrafía oriental. “Creo que mi gusto por la tipografía y los contrastes de blanco y negro vienen de ahí; sin embargo temáticamente no suelo mirar hacia Oriente”, afirmó en una entrevista para Hoje Macau. Carrilho llegó a la isla a los 16 años y ese verano tuvo su primer trabajo como aprendiz en el taller de arquitectura de sus tíos. Junto a ellos comenzó a enfrentar retos creativos, a trabajar perspectivas y a cuidar los detalles. Meses después, se cruzó con un par de amigos del colegio entregados a la tarea –incomprensible para él en ese momento– de armar un portafolio de caricaturas para presentarlo a la redacción del Comércio de Macau. “¿Eso se puede hacer?”, preguntó a Gonçalo Viana y a João Lam, hoy también reconocidos ilustradores. Comenzaron a intercambiar ideas y dibujos, y al poco tiempo él tenía su propio portafolio que presentó al recién fundado Ponto Final. En ese periódico, a los 17 años, comenzó una carrera prolífica que ha incluido colaboraciones con Diário de Notícias, The New Yorker, el suplemento Sunday de The
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Jimi Hendrix
Hugh Laurie
El artículo hablaba del pesimismo que sentía Lobo Antunes respecto a Portugal. Entonces lo dibujé con una expresión de angustia en medio de una Lisboa inacabada. Para ello rodeé de cercas la locación turística de Terreiro do Paço
Edgar Allan Poe
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Ant贸nio Lobo Antunes
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Sean Penn
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Pablo Picasso
No suelo recibir feedback de los personajes que ilustro, a menos que no les guste el retrato. Una vez me pas贸 con un editor: a todos les encantaba su retrato, menos a 茅l, y como era el editor, pues no fue publicado
Fernando Pessoa
Jorge Luis Borges
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JosĂŠ Saramago
Virginia Woolf
Fedor Dostoievski
Ezra Pound
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Las celebridades siempre están posando, demasiado conscientes de la cámara. Por eso es más difícil encontrar buenas fotos de referencia para un retrato de Nicole Kidman que para uno de José Saramago. En las de Saramago se puede ver a la persona real
Milan Kundera
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Arthur Rimbaud
J. D. Salinger
Sigmund Freud
Tom Waits
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Lady Gaga y BeyoncĂŠ 71
PORTUGAL COMO
FINISTERRE Por
Pedro Rosa Mendes
© mauricio abreu • corbis
Traducción del portugués de Nicolás Barbosa López
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La crisis económica que vive Portugal no es en absoluto un asunto reciente y asociado de manera exclusiva al comportamiento del euro. Un examen de la historia del país deja al descubierto las hondas raíces de la pobreza lusitana.
E
l dictador Oliveira Salazar gobernó Portugal durante casi medio siglo, de 1928 a 1968, con su mano o su influencia, y luego bajo la modalidad de misa de cuerpo presente a través de Marcelo Caetano. Salazar, una especie de viudo soltero, amante tan solo de su propio mesianismo, moldeó el país en el fundamentalismo beato de una opus grey a la que él llamó Estado Nuevo. Con las mismas dosis de misticismo y de cinismo, tenía una fe triple: 1) en sí mismo como Führer infalible; 2) en Dios como confesor leal del poder; 3) en la miseria como santuario natural de la virtud. Miseria económica, miseria cultural, miseria moral. Miseria-Patria. Sin fuerza para ser grande, el Portugal de Salazar alimentó el orgullo de su soledad y el culto de su pequeñez. “Un pueblo que tenga el coraje de ser pobre es un pueblo invencible”, le confesó un día el dictador-beato a su ministro de Negocios Extranjeros, Franco Nogueira. Esta frase encierra todo su credo y toda nuestra desgracia, incluida la que vivimos hoy. Cincuenta años después de la salida de Salazar y cuatro décadas después de la revolución de abril de 1974, el Portugal democrático, vasallo de una troika de contadores y amaestrado por un grupo de domadores de circo, sufre ahora la venganza póstuma del dictador. El país, sujeto desde 2011 a una intervención financiera internacional, está a merced de quienes creen que Portugal tiene todas las de ganar si queda más pobre. Pobre “en términos relativos, incluso en términos absolutos”, según explicó el primer ministro Pedro Passos Coelho. Estos tiempos son de contrarrevolución y sueños regresivos. El dogma de quienes gobiernan hoy en Lisboa es que no hay alternativa al régimen de indigencia colectiva
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“Un pueblo que tenga el coraje de ser pobre es un pueblo invencible”, le confesó un día el dictador-beato a su ministro de Negocios Extranjeros, Franco Nogueira. Esta frase encierra todo su credo y toda nuestra desgracia portugués promedio. Resignación, rencor y envidia social –marcas ancestrales de una población que pocas veces tuvo el coraje de ser pueblo para cambiar su destino– forman el código operativo de supervivencia individual. En consecuencia, a quien no le gusta o quien no aguanta emigra, aun con la bendición indecorosa de las autoridades, que llaman “oportunidades” a lo que es una sombra de tragedias y dramas individuales. Esta descripción, que podría ser la del Portugal de 1960, corresponde en esencia al Portugal de 2012. Pongamos como ejemplo apenas unos miles de kilómetros de autopistas y otras obras de infraestructura construidas, a propósito, “sin costos para quien las usa” (les dieron ese nombre delirante), que ahora engrosan el pecado mortal del déficit creado por la inversión pública. “Quizás hay cosas que no debimos haber pedido”, decía hace poco un ex ministro y alto ejecutivo, con la comodidad y el impudor de quien gozó no mucho tiempo atrás de un “premio” millonario al salir de su cargo. “Tal vez hayamos exagerado en las autopistas”. No se le ocurre preguntar, a él ni a los que en Europa comparten ese discurso, quién ganó con esa ambición de “pedir cosas” y a quién le sirvió la “exageración” de ese escándalo que son las sociedades público-privadas. Incluyamos en este balance del régimen la conquista más grande del Portugal democrático, que es el progreso notable en los índices de educación. Pero eso tiene un sabor más amargo: la generación con la más elevada preparación académica en la historia portuguesa no tiene oportunidades en su país y va a rentabilizar, a favor de otras economías, lo que de manera consistente Portugal ha invertido en crear masas críticas. Paroxismo: hoy, los candidatos a un empleo esconden sus habilidades académicas para aumentar sus posibilidades de conseguir un trabajo (mal pago). Un curso universitario o incluso preuniversitario ahora es considerado “muy pesado” para las agencias de empleo. Al mismo tiempo, el país no venció los fantasmas de su provincianismo rural ni abandonó el cuadro psicoanalítico del Estado Nuevo. En esta sociedad, que nunca conoció una cultura de exigencia ni de reconocimiento al mérito, los “doctores” son reyes en tierra de ciegos. El ejemplo más caricaturesco es el mi-
firmado con la troika. El presupuesto del Estado portugués para 2013 es un hito histórico. Pone fin a una época destrozando la promesa hecha a una sociedad que, luego de la Revolución de los Claveles, soñó con ser algo distinto a lo que hoy, sin compasión, Europa le dice que es: ya no el nuevo rico entre los pobres sino el viejo pobre entre los ricos. El presupuesto, corolario de una inclemencia ideológica lancinante, anuncia una era de tinieblas. Es el réquiem por la iii República. Es un presupuesto que materializa el desmantelamiento acelerado del Estado social construido en y por la democracia. En sí, esto no es solo una tragedia portuguesa sino, antes que nada, un estrepitoso fracaso europeo. En efecto, se está destruyendo de forma duradera, en un período corto y con la legitimación de Europa, lo que fue construido en más de treinta años con la ayuda misma de Europa. Sin embargo, no es ningún misterio ni ninguna novedad. Tanto en la construcción como en la demolición, los sueños y las locuras más grandes de Portugal tienen y tuvieron las oportunidades y los límites que los intereses de nuestros fieles amigos extranjeros permitieron. Así fue que tuvimos nuestro imperio y que, adicionalmente, mantuvimos el holograma que llamamos independencia nacional. Lo demás, internamente, son las flaquezas seculares de Portugal y la continuación de lo que viene de tiempo atrás, que regresan en esta legislatura con un vigor descaradamente revanchista, luego de un recorrido posrevolucionario alegre y bullicioso de Portugal por Europa. Hagamos el balance de cuatro décadas de democracia y “convergencia”. El Estado se cristalizó en una estructura oligárquica, plataforma al servicio de los intereses de una clase política parasitaria y sus clientelas. El país, que en rigor hoy no puede cumplir varias de sus propias obligaciones constitucionales en materia de soberanía, no es viable sin capital externo. Tampoco es viable sin esa joya del atavismo nacional portugués llamada Angola. La nación portuguesa confronta sus mitos con la realidad de su irrelevancia periférica y recicla en la “lusofonía” el discurso del excepcionalismo portugués cocinado a partir del lusotropicalismo de Gilberto Freyre. La pobreza, en últimas, vuelve a ser la condición normal del ciudadano
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Despojados del crédito instantáneo, enfrentados a la fragilidad de la economía real del “alumno-modelo de Europa”, los lusitanos descubrieron, como dice un amigo mío del sector de la banca de inversión, “que un euro portugués no valía lo mismo que un euro alemán”. “La revolución no será televisada”, cantaba Gil Scott-Heron. En Portugal, por el contrario, se asiste en directo a la crónica del fin de nuestra clase media. El Armagedón llegó bajo la forma de un “enorme aumento de impuestos” revelado a la nación por la voz peculiar del ministro de Finanzas, un Torquemada de las carpetas de Excel, perito en declaraciones que nos dejan dudando sobre si lo que dice es fruto de una “enorme” estupidez o de una “enorme” insolencia. Los mismos que proponen y discuten retenerles diez o veinte euros a pensionados y desempleados que viven con trescientos euros mensuales conceden con alegría perdones fiscales de miles de millones de euros a una lista reducida de “sociedades” y “consultoras” con sedes offshore y cuyos nombres nadie asocia con una producción objetiva de riqueza. Hoy es recurrente oír a un amplio abanico de personas, desde las clases “bajas” a las “medias-altas”, que evocan la posibilidad de emigrar, siguiendo las huellas de los 120.000 portugueses que solo en 2011 abandonaron el país. Quien tiene hijos no ve un gran futuro para ellos, no en su tierra. Se asienta trágicamente la convicción de que “estudiar no sirve para nada” en un país con un lastre pesadísimo de analfabetismo funcional. ¿Estudiar para qué si hoy en Portugal un cerrajero mecánico está mejor remunerado que un ingeniero? Hay profesores en las universidades portuguesas recibiendo cinco euros por hora de clase. Así que es mejor irse. La hemorragia está en curso y ya no se puede negar su existencia, como era posible hasta hace poco. Cuatrocientos euros, el monto del “salario mínimo”, hoy es un sueldo privilegiado para jóvenes licenciados en Portugal. Justo por encima –conviene no perder la noción de la realidad– de las sumas con que el coronel Gadafi adoctrinaba a los nuevos funcionarios públicos de su Libia con rostro humano, en vísperas de la Primavera Árabe. Es decir: Portugal se aproxima con pasos de gigante al mundo pobre y a la geografía de los Estados
nistro Miguel Relvas, producto perfecto de una sociedad de oportunistas. Representa un insulto a la ciudadanía y a la ética pero es aprobado por un sistema que no cambió: hecho de compinches, de corrupción a alto nivel, de tráfico de influencias y, siempre que sea necesario, de matoneo político y presión directa. En Portugal, el prestigio social de parecer es mayor que el prestigio social de ser. Esto no nació ahora, es un rastro de nuestro subdesarrollo. En la última década, este fondo cultural tuvo su expresión institucional en el programa “Nuevas oportunidades de incentivo a la cualificación profesional”. Salvo los casos de bondad, abnegación y genio que siempre conviene considerar, el programa les permitió a miles de portugueses certificar conocimientos que, en resumen, nunca adquirieron, adulterando las reglas de competencia en el mercado laboral. La “crisis” actual también es el punto de llegada de una generación de portugueses amamantados en una modernidad de “llave en mano” por líderes que, a cambio de una cultura de comodidad y facilismo –alimentada por un nivel generoso de consumo–, les concedieron a nuestros dirigentes el derecho a la infantilización del electorado. En la debacle portuguesa no existe Passos Coelho sin José Sócrates. Para decirlo más sencillo, la verdad es que el país de Salazar no murió con él. El dictador, que era profundamente arrogante detrás de su diáfana modestia de sacristán, al final tenía razón: “Solo muere quien quiere. Portugal está sumergida en una crisis profunda, ¿pero qué significa esta crisis?”.
Mi primer indicador sobre la situación macroeconómica actual es puramente emocional: no tengo, hoy, ningún amigo feliz en Portugal. Ninguno. Varios están desempleados, todos están angustiados, muchos entraron en un desespero profundo. Otros se fueron, como yo. El panorama de la comunicación social es tan inquietante como el de otros sectores, con un agravante: a las fragilidades económicas se suma un ambiente de ataque silencioso, pero persistente, contra algunas libertades fundamentales. Sí, en Portugal hay libertad, pero también hay miedo, y el miedo es el cáncer de cualquier democracia.
“Despojados del crédito instantáneo, enfrentados a la fragilidad de la economía real del “alumno-modelo de Europa”, los lusitanos descubrieron, como dice un amigo mío, “que un euro portugués no valía lo mismo que un euro alemán”
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© marco cristofori • corbis
Portugal, en una evidente oposición frente a Europa, se encamina con rapidez hacia una meseta de felicidad pragmática como en lo mejor del Magreb. Digamos, una especie de Cataluña de Marruecos, sin ofender a nadie. Marruecos es, a propósito, motivo de vergüenza comparativa para Portugal. Embriagado por los fondos de “convergencia” y con la boca en el grifo del dinero de la Comunidad Económica Europea y la Unión Europea, Portugal desperdició en gastos corrientes, y sin la evaluación correcta del retorno de la inversión, una parte sustancial de lo que Europa le concedió a título de fondos estructurales. Sin la lluvia de fondos europeos, en cambio, Marruecos tuvo que ser más astuto y proactivo, al diseñar una estrategia concreta de desarrollo nacional atrayendo a las masas críticas que habían emigrado en las diásporas, así como inversión extranjera; una estrategia apoyada por élites con una formación que las de Portugal no tenían –ni tuvieron– en los años ochenta y noventa. “Hoy Marruecos es Portugal hace veinte años, pero con gente mejor preparada”, me decía un ejecutivo con gran experiencia internacional. Las buenas ideas producen buenos resultados. Casablanca, solo para ilustrar, es hoy una ciudad más competitiva y central que Lisboa como interfaz de negocios en Europa con el sur emergente. A pesar del discurso vacío, hecho para el consumo interno, de Portugal como “puerta hacia África” (y, aún más ridículo, como “puente de Europa con Brasil”, que obviamente no necesita puentes para llegar a ninguna parte), organizar en Lisboa una simple reunión de negocios con empresarios africanos puede ser una pesadilla. Antes que nada, a causa de algo llamado Sistema Schengen… En otro nivel, compárense las rutas africanas de la tap con las de Royal Air Maroc y se verá la nimiedad funcional de muchas empresas estratégicas portuguesas. Portugal, una vez perdido el imperio, escogió cerrarse al sur cuando pensó que Europa era su único lugar conveniente. Adhirió a la desconfianza y al pudor de los ricos frente a los continentes “difíciles”, e irguió barreras de todo tipo (consulares, políticas, aduaneras), insultando su pasado y sus obligaciones morales por cuenta de una distancia
“fallidos” en algunos de los indicadores de subdesarrollo y en las “líneas de fragilidad”. No solo en los niveles de pobreza sino en varias otras señales inequívocas de disfuncionalidad: el desorden del territorio, la insuficiencia del servicio público, la ilegitimidad y aislamiento de las élites, la chocante desigualdad social entre una minoría de personas muy ricas y una mayoría de pobres, la lumpenización de las periferias, el aumento de la economía paralela y, por supuesto, los niveles pornográficos del desempleo juvenil. Si, en lugar de ver este vaso “medio vacío”, relativizáramos las cosas hacia la perspectiva del vaso “medio lleno”, se debe reconocer de igual forma que
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como en los años setenta, una cuestión de soberanía que ya no es asunto de ellos sino nuestro. De Luanda llega, en los últimos años, el flujo de capital y de inversión –las tales “oportunidades”– que mantiene a Portugal a ras de los niveles mínimos de Europa, evitando la realidad del naufragio a cambio del control creciente por parte de angoleños interesados en posiciones vitales en la banca, la energía, la distribución y, ¡qué cosa!, en la comunicación social. El fracaso mutuo de Portugal en Europa y de Europa en Portugal no se mide solo ni, sobre todo, por la falta de convergencia socioeconómica, sino también por la falta de convergencia moral y ética en la práctica política y en la cultura cívica. Europa admite y considera normales, en su región del sur, patrones de corrupción política, malos gobernantes y prácticas antidemocráticas cotidianas que jamás pasarían impunes en los países del norte –o incluso del este–, para ese efecto. Este es un tipo de condescendencia mal disfrazada de quienes en Bruselas, París o Bonn, en los años ochenta y noventa, no supieron, porque nunca quisieron, ejercer la debida influencia sobre las clases políticas emergentes que alimentaron y construyeron sus clientelas distribuyendo y despilfarrando los “fondos de cohesión”, por cuenta de un modelo de desarrollo que nunca se desvió de lo que era conveniente, en esa época, para los “grandes” del “proyecto europeo”. No se llega solo a un hoyo como aquel en que se encuentra Portugal. Tuvimos ayuda activa y eficaz. La ayuda al endeudamiento antecedió la ayuda al desarrollo. Portugal no llegó a Europa antes, cuando debía y podía, porque Europa y América, es decir, las democracias occidentales, finalmente no pensaron que valiera la pena presionar mucho la mano de Salazar (ni la de Franco) después de 1945. Los grandes faros del “proyecto europeo” y de la Alianza Atlántica consideraron decente para los portugueses (y españoles y griegos) la perpetuación de regímenes protofascistas, de opresión por medio de la violencia y la ignorancia que, también en este caso, nunca hubieran admitido para su propia gente. Los “países de la construcción europea” estuvieron entre aquellos que decidieron, conscientemente, perpetuar regímenes que como el Estado Nuevo tuvieron un precio incalculable, tanto en el tiempo histórico como en el tiempo biológico individual. La consolidación democrática en el corazón de Europa –en un tiempo de paz, que es el tiempo de la semilla y la cosecha– fue pagada, en parte, con los intereses de varias periferias convertidas en regímenes totalitarios, como en el país donde nací. Europa, que es rápida juzgando y catalogando, no debería olvidar que, antes de pagar
higiénica con el mundo “pobre”. Un mundo al cual Portugal, en actos y discursos, miraba con el mismo desdén y arrogancia –para no mencionar el chovinismo– con que hoy Europa nos mira. Aquí estamos, entonces, en una ruptura geográfica y ya no solo económica: Portugal ya no es el sur emergente y vigoroso de la Europa unida, buen alumno aplaudido en el club de los “grandes”. Qué irreal recordar cuando, apenas hace dos años (¡!), el entonces primer ministro portugués, el socialista Sócrates –“mon amijôzê”–, era el invitado de honor de Nicolas Sarkozy en un simposio sobre “Nuevo mundo, nuevo capitalismo” en París... Hoy Portugal es la melancolía del fin de la tierra de un nuevo Mezzogiorno mediterráneo, cuya existencia no aflige particularmente a los núcleos decisivos europeos. Entregados ahora a un “sur” que no es con exactitud lo que Europa entiende por Costa Azul, los portugueses asisten al regreso vengativo de su historia y se saben a merced de nuevos poderes y esferas de influencia que materializan una versión ácida del regreso de las carabelas. Hoy en día una multitud de desocupados de la construcción compulsiva y de los sectores de mano de obra barata va rumbo a Angola (e iría rumbo a Libia si la revolución no hubiera pospuesto el auge de la construcción pagado por el dinero del petróleo, tras el fin del embargo al régimen del coronel). Sobre Angola, antigua “joya de la corona” portuguesa, la propaganda de ambos países dice que es una tierra de “oportunidades”. Y lo es –para quienes no tengan escrúpulos–. Lo que no se dice en los medios, sobre Luanda ni sobre Lisboa ni sobre Europa, es que hoy no hay dinero limpio en Angola y que toda la “inversión” es, directa o indirectamente, un lavado. Citando al valiente rapero angoleño mck, en el fantástico poema que es su sencillo “En el país del Padre Banana”, ellos “hicieron de la miseria un negocio rentable”. Hoy Angola es un circo máximo de nueva exploración colonial, en un proyecto de capitalismo salvaje engendrado por un régimen de origen y matriz estalinistas. La exploración, con todo, se invirtió en este binomio lusotropical. Los hijos y nietos de los colonos portugueses son hoy –en los astilleros, las pedreras, la construcción civil– los semiesclavos de quienes desciendan de los antiguos “indígenas” y “asimilados”. Pero Angola no es tan solo el destino de nuestra mano de obra barata. Después de una excursión de cuarenta años por Europa, hoy el Portugal democrático está exactamente donde estaba el de la perestroika marcelista. Dije ya que Portugal no es viable sin Angola, y esto constituye,
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La guerra fría tuvo una segunda Cortina de Hierro al oeste, en los Pirineos. Esta es una incómoda ecuación para un portugués: hoy soportamos clases de contabilidad de quienes no supieron, en su debido momento, darnos lecciones de libertad te ingenuo o creyente en el altruismo de los fondos perdidos. La lista (y el mapa) de inversionistas es impresionante, incluso sin ser exhaustiva. Damag (rfa) y Babcookôt Wilson (Inglaterra) en la metalúrgica de Montijo; Procon (Inglaterra) en la refinería de Matola, en Mozambique; Pechiney (Francia) en la fábrica de aluminio de Dondo, en Angola; Phoenix-Rheinrohr (rfa) en la distribución de energía de la metalúrgica de Seixal, construida por un consorcio de empresas alemanas y belgas; United States Steel Corp. (ee.uu.), Morrison Company (ee.uu.), Tudor Engineering (ee.uu.) y D. B. Steinman (ee.uu.) en el proyecto del Puente Salazar; Ingersoll Rand (ee.uu.), fabricante de compresores y equipos afines; capital sueco en la construcción de celulosa de Socel en la Margen Sur; Krupp (rfa) y Hojgaard & Schultz (Dinamarca) en las inversiones mineras en Angola; etc., etc., etc.
(como hoy lo oímos decir) la “integración” de Portugal, fomentó su exclusión y ganó con ella. La guerra fría tuvo una segunda Cortina de Hierro al oeste, en los Pirineos: la cortina de la reacción, simétrica a la cortina de la revolución. Esta es una incómoda ecuación para un portugués: hoy soportamos clases de contabilidad de quienes no supieron, en su debido momento, darnos lecciones de libertad. La figura primero heroica y luego trágica del general Humberto Delgado es la mejor manera de ilustrar la relación poco edificante entre las potencias occidentales y Portugal. Como joven oficial, apoyó el golpe militar y el surgimiento de Salazar; en 1943, como oficial superior de la Fuerza Aérea, tuvo un papel crucial en la negociación del acuerdo que posibilitó el uso de las Azores por los estadounidenses y el cambio de rumbo que tomó la guerra en el Atlántico (y después en Europa continental); en 1958 compitió contra el candidato de Salazar en las elecciones presidenciales, pero le faltó el apoyo imprescindible de Washington y Londres para su idea de un proceso de democratización en Portugal. Tras años de exilio, terminó asesinado en la frontera española por un agente de la Policía Internacional y de Defensa del Estado. En uno de los episodios más importantes de la historia del siglo xx, la posibilidad de una democracia en España fue aplastada con ayuda de la Alemania nazi (e inmortalizada en el lienzo más famoso de Picasso). Está claro que Portugal no tuvo una guerra civil y, por lo tanto, ni siquiera se presentó la ocasión para que viviéramos nuestro “momento Guernica”. Las cosas ocurrieron de forma más perversa y profunda. Los viejos amigos ingleses y los nuevos amigos estadounidenses vinieron, en la posguerra, a apoyar a Salazar y al Estado Nuevo con un Plan Marshall oficioso. Le ofrecieron al régimen la frialdad del cálculo de los socios de Portugal en la Otán y una discreta inversión extranjera (alemana, estadounidense, francesa, británica, japonesa…). Ese fue el oxígeno que le permitió al Estado Nuevo sobrevivir artificialmente más allá de su plazo válido en la historia. La inversión fue exactamente eso: aplicación de capital con la intención de cobrar dividendos y obtener un retorno estipulado y mensurable. Quien no comprenda esto es particularmen-
El capital extranjero en la posguerra continuó con la tradición de un imperio que fue la única potencia impotente de la Conferencia de Berlín y que obtuvo y mantuvo las colonias africanas empujada por el interés británico de contrariar los apetitos imperialistas de Alemania y Francia. De los Caminos de Hierro de Benguela, obra estructurante del proyecto colonial de Angola, hasta las grandes compañías coloniales del valle de Zambeze, en Mozambique, el imperio portugués era una máquina aceitada con dinero inglés, alemán y belga. Si a este hecho le agregamos la inversión de la posguerra en Portugal, comprenderemos de forma más nítida la naturaleza real de la mítica “visión” de Salazar. Y nos queda claro el tipo de colaboracionismo que dio una mano a la “modernización” entrópica puesta en marcha por el Estado Nuevo entre la metrópoli y las colonias. Fue el capital oriundo de las democracias occidentales el que pagó la distopía de Salazar, un país que gastaba un tercio del presupuesto en las fuerzas armadas, en una época en que la educación llegaba a un nivel inferior al 10%. Peor aún: esa fue la “inversión” que le dio margen al dictador para mantener contentos en la metrópoli a los únicos fiadores de su poder –los militares, siempre los militares– y, en las provincias de ultramar, para envolver a Portugal 78
en tres frentes de guerra que tuvieron un precio incalculable en sufrimiento humano y atraso social. En la ola de apertura de la Europa de posguerra, habría sido legítimo pensar que la descolonización de las colonias portuguesas sería el motor saludable de la democratización del país. Trágicamente, sabemos, la obstinación de Salazar determinó que ocurriera lo contrario. Pero es importante recordar que la Legión Cóndor a la portuguesa fue lo que hoy se llamaría una coalition of the willing de bombarderos estadounidenses, helicópteros franceses, barcos alemanes. Fue necesario comprarle a alguien y a nadie, en ese entonces tal como hoy, y abastecer el armamento y el equipo militar gratuitamente. Hace poco, en los Archivos de Moscú, llegaron a mis manos diferentes documentos sobre el papel de Alemania en la guerra colonial de Salazar. En uno de ellos, de 1969, Amilcar Cabral, líder del Partido Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (paigc), intenta llamar la atención de la opinión pública alemana alrededor del caso de los astilleros Blohm & Voss, de Hamburgo, que tenían en sus manos una encomienda de tres fragatas para la Marina de Guerra Portuguesa, “listas para su uso” en Guinea. Me llegó a la mente un pasaje del escritor sueco Sven Lindqvist en donde él recuerda una discusión en su adolescencia, en un pequeño puerto noruego, a propósito de la ocupación nazi alemana y sueca. El joven Sven alegó que antes de 1945 aún era un niño, pero uno de los pescadores le respondió algo como: “Sí, pero también te aprovechaste del saqueo”. No es una cuestión de explicaciones, sino de decencia y sentido de la realidad. En estos momentos de turbulencia europea, con el pretexto del caso de Grecia, hay que recordar la cuestión de las indemnizaciones de guerra. A mí, que en 1968 nací en un país y una región ignorantes, hijo de un hombre que combatió tres años en África y de una mujer que no tenía agua corriente ni luz eléctrica en la casa, se me ocurre preguntar: ¿a quién le exijo una indemnización de paz? ¿Al presidente estadounidense? ¿A la reina de Inglaterra? ¿Al canciller alemán? ¿Al secretario general de la Otán? ¿A Europa, en concreto al doctor Barroso?
¿Al presidente de Krupp? A nadie, evidentemente. Pero a todos ellos les exijo, se les exige, que dejen de tratar a los países “bajo intervención” como una ratonera de perezosos que aún no comprenden el valor del trabajo y que se merecen vivir sin salarios, sin protección social y sin horizontes de futuro. El progreso del “sur”, además, no fue solo un desperdicio, pues les sirvió bastante bien a las exportaciones de los países industrializados del “norte”. Basta andar por Portugal y ver los carros alemanes, los camiones suecos y los tractores estadounidenses… Usemos, además, una metáfora mecánica: un Bayernmobil le da a quien lo compra estatus y placer al conducirlo; a quien lo hace, seguramente, ya le dio empleo. ¿La mayor ganancia es para quien lo usa o para quien lo fabrica? Para ser más claro: el “consumo” de alguien ya fue inscrito en la “competitividad” de otro. Desespero cotidiano, angustia ante el futuro, irascibilidad en las relaciones, desprecio por la clase política, politización afuera del espacio partidario y parlamentario. Este es el retrato del país en el otoño de 2012. Otelo Saraiva de Carvalho hizo saber que Portugal está al borde de “una revolución no-pacífica”. La suerte del gobierno, y de los portugueses, es la única conquista inamovible de la democracia portuguesa: ya pasó el tiempo de los golpes de Estado. A favor de la troika y de los inclementes que nos gobiernan existe también el peso del pasado: la pobreza que a Salazar le salió tan cara. Fue hace apenas una generación que los portugueses dejaron un cuadro social en que la dieta de un individuo normal era de un vaso de leche al día, un pequeño pedazo de carne a la semana, tres huevos al mes y una gallina al año. Nosotros ya somos pobres, como recordó Passos Coelho. Extraña coincidencia: la parte inferior del rostro de Passos es increíblemente idéntica a la de Salazar. La venganza de una sonrisa hacia nosotros en la arrogancia del otro. Queda, entonces, la calle, morada común de la rabia. Pedro Rosa Mendes (Cernache do Bonjardim, 1968).
Novelista y cronista portugués. En el año 2000 fue condecorado con el Premio Bordalo, principal reconocimiento periodístico de Portugal.
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BREVIARIO Andar y ver en pocas palabras
ornitología del más allá Por Ibsen Martínez En aquel tiempo dijo Nicolás a sus discípulos: “En verdad, en verdad os digo que un tucusito se me apareció”. “¡No!”, exclamó con asombro Giordani, el mayor de los hijos de Hugo el Zebedeo. “¡No puede ser!”, exhaló Cilia, devotamente envuelta en la clámide inconsútil de las Hermanas de la Divina Presentación, soltando un gemido místico. “¡No me jodas!”, prorrumpió Diosdado con su escepticismo habitual de fiel devoto de santo Tomás. Los demás discípulos callaron, sobrecogidos. Ni Jorge ni Elías ni mucho menos san Aristóbulo de Porres osaron turbar el silencio que las palabras de Nicolás impusieron a la grey, que al escuchar la palabra “tucusito” cayó ecuménicamente de rodillas. Estaban todos en el Tabernáculo de la Bolivarianidad, envueltos en sus togas blancas de prístino algodón santificado en las aguas del Barinitas, sentados en semicírculo, tomados fraternalmente de las manos, conjurando en silencio la Presencia del Inefable, en oración vespertina, cuando Nicolás el Ungido quiso estar a solas. Los discípulos lo vieron alzarse de su asiento, alto, egregio, traspasado por la devoción. Caminó, diríase más bien que flotó con sus sandalias de pescador de hombres, de pastor de almas damnificadas, rozando apenas el suelo.
Algo como un rayo piadoso iluminaba su rostro transfigurado por el éxtasis de una visión sacra cuando los dejó a solas en el Tabernáculo. Ninguno de los discípulos alcanzaba a ver lo que solo a Nicolás le era dado contemplar. Diosdado alzó, trémulo, su minúsculo radio satelital, igualito al reglamentario de los comisarios de la kgb, regalo del jefe de la Sección Venezuela del G-2, y musitó muy bajito a sus colaboradores que aguardaban afuera: “¡No me lo pierdan de vista!”. Los efectivos del Sebín y los superagentes cubanos de guayabera verde olivo vieron, pasmados, a Nicolás flotando hacia la capillita de madera que desconocidas manos del pueblo habían erigido en las cercanías. A pesar de la perentoria orden de Diosdado, ninguno de aquellos publicanos se atrevió a turbar aquel trance claramente contemplativo que atravesaba el Encargado de Dios. Una especie de lengua de fuego, inequívocamente pentecostal, ardía sobre su cabeza proclamando al 80
mundo la ascención de Nicolás al “empíreo mesmo” del santoral bolivariano. Dije “empíreo”, no “imperio”, no seas obtuso Izarra, no tuerzas mis palabras. Lo que ocurrió después solamente Nicolás ha podido fijarlo en el relato que, por inspiración de lo Alto, escribió sumido en un estado mediúmnico y que la posteridad conocerá como el Quinto Evangelio de Nicolás. Una vez penetró en la capillita de madera de semeruco sin desbastar, techada con humildes láminas de tablopán, la unidad especial de agentes cubanos trató de seguirlo pero, al acercarse, los agentes eran repelidos por una fuerza invisible, como si en torno a la capillita se hubiese creado un campo magnético tan sólidamente inexpugnable como un muro de piedras. El centurión cubano de mayor rango cayó por tierra, paralizado por un terror místico y, prosternado, solo atinó a exclamar una palabra: “¡Ñó!”. En el Evangelio de Nicolás –que los infieles descreídos como Nelson Bocaranda juzgan apócrifo– puede leerse que el Encargado entró a la humilde y ranchificada basílica de madera e, hincándose de rodillas, comenzó a orar devotamente. De pronto, vio entrar un pajarito. “Un pajarito chiquito y bonito”, dice con querúbica inocencia el apóstol Nicolás en su Evangelio. El pajarito, con todo y ser chiquito, no era un tucusito cualquiera sino un tucusito
preternatural, beatífico: un tucusito apostólico. Nicolás contempló al tucusito mientras el tucusito miraba de hito en hito a Nicolás. Como Nicolás era de elevada estatura –el Goliat bolivariano, lo llamó su archienemigo Henrique el Apóstata–, el tucusito tardó un buen rato en mirarlo de hito en hito. El tucusito entonces revoloteó sobre la cabeza de Nicolás y por poco se quema con la lengua de fuego pentecostal. Y el tucusito gorjeó y Nicolás, imbuido del don de lenguas paulino, comprendió cabalmente el trino que se resolvió en un silbido bonito como la revolución bonita. Y el silbido era de jilguero cubano y dijo: “¡Asere monina, Nicolás. Nagüe yényere kumá!”. Nicolás entendió que el numen de Quien Vive Todavía quería advertirle algo desde el Más Allá. Nicolás dijo: “¡Háblame claro, Señor!”, y el jilguero advirtió: “Lo que te viene es jodienda, Nico: tremendo titingó, mulato: escasez de divisa, escasez de harina pan, escasez de arroz, de papel tualé, escasez de malanga y escasez de ideas. ¡Ah, y el wshiky por las nubes! P’a colmo te están velando, mulato, aunque tú no lo estés viendo: tienes camaleones cantidá alrededor tuyo, cada uno con el machete en la mano, pero no te ocupes que yo desde aquí te vo ayudá”. Afuera, Diosdado descargaba su ira sobre los agentes del Sebín y los comemierdas del G-2. “¡Que no lo perdieran de vista, dije!”, les gritó con desdén y, acto seguido, quiso entrar en la capilla. La arrechera de Diosdado era tan grande que el campo magnético nada pudo contra él. Cuando Diosdado ingresó bufando a la capilla, encontró a Nicolás silbandito sospechosamente. En el aire flotaba el disimulo. “A mí no me engañas, Nicolás. ¿Qué coño es lo que te pasa?”, bramó Diosdado.
“Nada, pana, nada”, respondió mansamente Nicolás el Ungido: “Hablaba con un pajarito”. ibsen martínez (caracas, 1951). Periodista, dramaturgo y columnista venezolano.
extorsión Por Juan Villoro No es por presumir pero me estafaron. La frase merece aclaración. Durante décadas, mi padre nos inculcó que las propiedades hereditarias son inmerecidas y el dinero daña la conciencia. Por lo tanto, ser extorsionado representa una especie de purificación. El ladrón que va a lo suyo no repara en las condiciones morales de la víctima; en cambio, el extorsionador aprovecha las debilidades éticas del género humano (sabe algo incómodo y pide dinero a cambio). Pero hay un grado superior de la extorsión, que no explota los defectos que la gente trata de ocultar, sino su nobleza. Esas sanguijuelas solo chupan buena sangre. Su abuso tiene como prerrequisito la vida virtuosa, o por lo menos ilusa, de los engañados. Hace unos cinco años, mi padre me habló entusiasmado para decir que unos maestros de Oaxaca querían ponerle mi nombre a la biblioteca de su escuela. Eran gente humilde que enseñaba a leer en una sierra ignorada por el progreso. La iniciativa me conmovió y puso en juego el más conspicuo atributo del escritor: la vanidad. ¿Cómo no ayudar a unos maestros tan especializados en el saber que habían descubierto que yo podía ser necesario? Imaginé la biblioteca en la apartada montaña, los libros en los estantes, los ojos encendidos de los niños que los leerían. Un hombre me habló al poco tiempo. Con la inconfundible 81
entonación del campo mexicano mencionó el título de una novela mía, el trabajo que yo había hecho en La Jornada, el aprecio que le tenían a mi padre. Luego se refirió al pintor Francisco Toledo. Escuché el nombre con la misma reverencia con que él lo pronunciaba. El Maestro apoyaba su escuela. Nos reunimos en un Sanborns para definir el proyecto. A la sesión asistieron unas cinco personas, todas de aspecto rural: rostros curtidos a la intemperie, zapatos lastimados por los breñales. Les entregué dos bolsas de libros, que recibieron sin mucho interés. Luego me hablaron de la fiesta. La biblioteca estaba lista pero había que inaugurarla. Tenían que matar varios borregos, comprar mezcal, pagar la música. “¿De qué sirve una biblioteca sin festejo?”, preguntaron. Supe que había caído en una trampa. No llevaba dinero. Les pedí un teléfono para comunicarme con ellos. “No tenemos”, dijo uno; “es que somos muy pobres”, añadió otro, como un personaje de Rulfo. No dejaba de compadecer su situación ni de admirar su informada estrategia, pero me sentí estafado sin que eso fuera purificador. Me llamaron varias veces hasta que decidí darles 2.000 pesos como un merecido impuesto a mi estupidez y mi vanidad. Todo romanticismo exagera las causas que lo suscitan. Lo grave del mío era que había necesitado de muy poco para suceder. En un país donde la relación más habitual es la desconfianza, había creído en la condición progresista y humanitaria del prójimo. El magisterio tiene muchas formas de abusar de quienes lo apoyan. Lo que cuento no se compara en modo alguno con los delirantes excesos de la líder sindical vitalicia de la educación mexicana, Elba Esther Gordillo; sin embargo, muestra que las extorsiones hechas en nombre de
la pedagogía han invadido los más variados rincones de la cotidianidad. Los “maestros” siguieron “trabajando”. Hace poco me habló Héctor Manjarrez para decir que le querían poner su nombre a una biblioteca de Oaxaca. Lo contactaron a través de la revista Letras Libres y me mencionaron como aval. Héctor reaccionó con inteligencia: la causa le simpatizaba, pero le sonaba rara. Lo previne y cortó la comunicación con ellos. Hace unos días la fotógrafa Paulina Lavista, viuda de Salvador Elizondo, fue víctima de la estratagema, ya refinada por años de experiencia. Los “maestros” de Oaxaca hablaron a una institución benemérita, el Fondo de Cultura Económica, y pidieron teléfonos de escritores. De nuevo mencionaron al más alto símbolo de la cultura y la filantropía oaxaqueñas: Francisco Toledo. El fce preguntó a Paulina si podía dar su teléfono. Ella consintió con entusiasmo. Recibió a un delegado en su casa, que le habló de las dificultades para comprar las bancas de la Biblioteca Salvador Elizondo. Todo lo demás estaba listo, sufragado por el esfuerzo de los campesinos. Conmovida, Paulina les entregó 4.000 pesos. Luego se enteró de que había caído en una red que desde hace años especula con las buenas conciencias. Supo que Jorge F. Hernández, Anamari Gomís, Luis Jorge Boone, Alejandro Toledo y Luz Aurora Pimentel habían sido buscados para el mismo fin, y que el poeta Rubén Bonifaz Nuño fue asediado poco antes de morir. La lista recabada por Paulina (que acaso solo representa una pequeña muestra) rebasa el ámbito de las letras, pues incluye al doctor Leopoldo García-Colín, físico eminente fallecido en 2012. Los casinos se inventaron para apostar sin mayor fundamento que la suerte. Más caprichosa, la vida exige motivos para sus apuestas. Los 82
“maestros” de Oaxaca descubrieron que los escritores creen en causas tan poco realizables que son fáciles de manipular. Esa extorsión debe terminar en la misma medida en que las bibliotecas imaginarias deben existir. juan villoro (ciudad de méxico, 1956). Escritor y cronista. Autor, entre muchos otros títulos, del libro de cuentos La casa pierde, y de la novela El testigo, ganadora del Premio Herralde en 2004.
estoy cantando el blues del freelancero Por Julio Roberto Prado Hay que oír qué bien se escucha decir freelancer, cómo nos regala esa inmediata remisión a las batallas medievales. Aquella frase de libertad: la lanza no está dispuesta hacia ningún amo, sino hacia el que paga. Hay que ver lo bien que nos lo comimos completo. Lo encantados que estuvimos de dejar que nos vistieran a la punk para llegar al mercado laboral como mercenarios, como salvajes dueños de nuestro tiempo. Mis amigos abogados y escritores, los diseñadores, jugándoselas con el cliente. Los veo atravesando el desierto de los días sin trabajo, como unos valientes. Unos apostadores que hoy tienen pero mañana y pasado no. O esa enorme paciencia que les asiste al momento de cobrarle al cliente. “A los médicos no les cuesta cobrar, les pagan de inmediato, lo que sea”, dijo un amigo. “¿Por qué a nosotros nos cuesta tanto?”, preguntó, y no supe más qué hacer que invitarle a otra cerveza. Yo no tengo ese tesón. Estaría ahorcando con el cordón del teléfono al primer cliente que no me pague. O acechándolo fuera de su oficina o en los jardines de su condominio. No tengo la naturaleza
incierta de apostador, esa sangre fría para llamar diecisiete veces por un cheque. Supongo que los alienta liberarse del tráfico a las 7:15 de la mañana. O de los ascensores llenos de gente. Lo grisáceo de los cubículos que por millones se diseminan en toda la ciudad. A lo mejor los alienta el no hacerse el nudo de la corbata, yo qué sé. Les alienta estar en piyama a las dos de la tarde, acariciando el lomo de un gato negro, mientras yo busco un comedor de almuerzos ejecutivos que no sepan a consomé. Nada parece preocupar hoy, salvo tener una cartera de clientes activa. La mayoría de gente de mi generación es freelancera y sobre ellos escribo. Me preocupa su futuro. El del freelancer, sin seguro social ni salario suficiente para ahorrar para su vejez. Qué irá a ser de ellos, caray, cuando todos estemos viejos y los
muchachos audaces ofrezcan hacer todo más rápido y barato. Porque de engañar al sistema nada, el sistema nos engañó. Se están ahorrando pagar los derechos laborales, la única conquista del siglo xx, y habrá que decirlo, sucedió hace más de sesenta años cuando los frelanceros ni siquiera habían nacido. Eso es, el sistema te dice sé libre, pero en verdad lo que está haciendo es soltarte a pastar en un campo donde ya quemaron la hierba. Ay de aquel que no lo quiera. Está en contra de trabajar. ¿En qué momento la ética comenzó a aplaudir el recibir un salario de miseria y a reprochar al que exige una mejora? Quizá en el momento en que los cowboys tomaron la economía y salirse del rebaño comenzó a ser algo que debe corregirse de inmediato. Yo gano más a costa de que vos no tengás vejez; todo bien muchacho, para eso tendrás hijos que te mantengan.
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Aunque claro, no aseguramos que tus hijos tengan trabajo. Pero qué va, estoy hablando del futuro de los freelanceros mientras Otto pasea la motocicleta por el Instituto de Seguridad Social y nombra a su presidente. Mientras se pelean por dormir sobre el colchón donde guardamos el futuro de los asalariados, con muchas ganas de meter mano dentro. Sin hacer mucho ruido. Sin que alguien proteste. Todos aceptando que las cosas son así, que está bien que yo me joda un poco más, a cambio de que la economía en general siga su marcha, como un tren que nos pasa encima. Total, en el fondo quizá todos tenemos ese espíritu de apostadores. Aunque claro, para jugar este juego, ya nos cortaron una mano. ~ julio roberto prado (guatemala, 1979). Ha publicado los libros Rockstar! y Satanás cabalga mi alma.
EL ARTE DEL TRAPECIO © vasco szinetar
COLUMNA DE
FRANCISCO GUTIÉRREZ SANÍN “Nada necesita reforma más urgente que los hábitos de los demás” Mark Twain
Un elogio de la facilidad
H
ace ya más de tres décadas, Estanislao Zuleta pronunció su justamente celebrada conferencia “Elogio de la dificultad”. Este texto maravilloso hace parte ya del patrimonio de la reflexión social en Colombia, y no ha perdido nada del vigor, la frescura y el sentido de descubrimiento que tuvo cuando circuló por primera vez. Referencia obligada, aparece con inexorable regularidad en nuestros debates públicos. Tiene todavía miles de seguidores entusiastas, entre quienes me cuento. Creo que esta es una de las pocas mayorías a las que todavía pertenezco de manera sólida, así que preservo con especial cuidado mi carné de miembro del club de fans del famoso “Elogio”. Y sin embargo... tengo que confesar que desde que leí el ensayo encontré un par de aristas desagradables, alguna que otra estridencia, un par de afirmaciones demasiado rotundas cuyo mismo énfasis me sugería inseguridad. Con los años, estas sordas molestias, que atacan en momentos inesperados, han ido mi-
Estanislao Zuleta
nando no mi admiración por el texto –que acaso crece a medida que tomo distancia de él– pero sí mi entusiasmo por el programa que expone. Como recordará el lector iniciado, este es claro y directo. Queremos, dice Zuleta, un mundo de seguridades y tranquilidades, amores eternos, verdades firmes, nichos seguros. 84
“Deseamos mal”. Esto es fuente continua de intolerancia y males sociales, y de la incapacidad de desarrollar nuestras propias potencialidades individuales. En la sociedad actual, ese ideal pedestre inevitablemente empobrece, y bloquea el progreso “sin descanso” hacia “una altísima existencia” (citas del Fausto).
Puedo acompañar a Zuleta en su denuncia de la nostalgia por “comunidades humanas no problemáticas” y en su magnífica retórica contra la intolerancia fundamentalista. Pero me queda difícil seguirlo un paso más allá. Pues el resto del argumento se basa en dos supuestos sumergidos y eminentemente dudosos. El primero es el de que existe una jerarquía clara (no problemática, precisamente) entre los ideales de realización humana. ¿Quién es este pontífice para decirme que deseo mal? ¿Quién decide qué es una “existencia altísima” y cuál se mueve apenas a ras de piso? ¿Cuál es el rasero que me permitiría ordenar linealmente, de menor a mayor, al panadero, el habitante del Cartucho, el campeón de boliche y el literato? Zuleta, recogiendo una veta que se halla claramente en Marx, parece guiarse por un ideal que es a la vez revolucionario y apasionadamente elitista: gregario en sus aspiraciones, pero realizado en concreto a través del rechazo al comportamiento de la masa. El infierno es la normalidad, ese terreno del filisteo. Pues bien: todo lo que ha pasado en los últimos treinta años ha subvertido esta comodona jerarquía de letrado. Si la historia social reciente contiene un mensaje común, ese es que estas facilidades de las gentes corrientes, estos sus nichos tranquilitos y sus ensueños aparentemente ingenuos, son mucho más diversos, múltiples y complejos de lo que supone el “Elogio”. Si el cambio tecnológico reciente implica una consecuencia común, ella es la multiplicación de puntos de acceso a la opinión de todas las voces, desde desfachatados blogueros y tuiteros hasta usuarios de YouTube que quieren mostrar su mascota al mundo. En esta forma de democracia sin intermediarios, se impone inevitablemente el gusto medio. Una cacofonía exhibicionista, sí, pero llena de vida. El triunfo
del filisteo, sí, pero de un filisteo que por lo menos es capaz de burlarse de sí mismo y hacerle muecas al mundo, a lo Homero Simpson. El universalismo jerárquico de Zuleta, precisamente por estar irreparablemente fechado, es en todo caso refrescante en un período en el que la moda intelectual se mueve más bien en la dirección de un solipsismo alegre y vacuo. El segundo supuesto zuletiano carece de esa virtud redentora. Puede enunciarse así: la renuncia a la comodidad, la capacidad de ponerse en cuestión a sí mismo permanentemente, nos empuja al mundo de la dificultad y por lo tanto desata nuestras capacidades creadoras. ¿No les resulta inverosímil esta sicología un poco histérica? Cierto: la capacidad de introspección y el
están Johnny Nash y Évariste Galois; Bartók y Callas; Rimbaud y Maiakovski. Pero la norma son tipos y tipas pedestres, brutalmente irreflexivos, algunos puros rufianes o (la mayoría) simplemente insustanciales. Lograron sus propias “cumbres altísimas” precisamente porque fueron capaces de sustraer energía nerviosa y tiempo a otras áreas, a menudo a través de atajos y trampas, y de una actitud refractaria frente a las virtudes que con tanto vigor elogia Zuleta, como la capacidad de ponerse en los zapatos de los demás y admirar la diversidad. Claro: este construía su argumentación desde una metanarrativa teleológica. Llegaríamos en algún momento a un tipo de sociedad en la que los seres humanos, liberados de sus cadenas, podrían adquirir una
El primer argumento dudoso de Zuleta es que existe una jerarquía clara (no problemática, precisamente) entre los ideales de realización humana. ¿Quién es este pontífice para decirme que deseo mal? autoanálisis son virtudes loables y, dirían algunos, una de las características de la mirada específicamente moderna (no, no lo creo: aunque eso ya es otro tema). Pero los grandes creadores realmente existentes no fueron, ni son, optimizadores globales, sino locales. A menudo, empobrecieron sistemáticamente su vida para alimentar una vocación que, en este caso, operó a la manera de un agujero negro. La expectativa lírica según la cual a una obra extraordinaria o rica ha de corresponder una vida extraordinaria o rica resulta ser mucho más la excepción que la regla en literatura, música, filosofía, matemáticas, pintura; y me imagino que también en destrezas como hacer trinos destacados, tener una buena página de Facebook o hacer un video excepcional para YouTube. Sí, sí: 85
capacidad de autorrealización en la práctica infinita. Pero en la historia humana conocida, en la que ya sucedió, las cumbres a menudo dependen funcionalmente de las simas, y las facilidades (en plural) constituyen el único respiro desde el que podemos recuperar energías y tomar impulso para hacer lo que nos proponemos. Esa masa enorme de tiempo que se va en facilidades y rutina es no solo un repositorio de la energía nerviosa indispensable para la construcción de artefactos culturales complejos, sino el trasunto real y concreto de la vida humana. ~ francisco gutiérrez sanín (cali, 1957). Es profesor de la Universidad Nacional y escribe una columna en el periódico El Espectador.
© emily anne epstein • corbis
POR AVELINA LÉSPER Sin la estética del arte, sin los riesgos del activismo, sin el rigor de la ciencia y sin enfrentar la realidad, el performance se disfraza con argumentos para ocultar su vacío. En este ensayo, una avezada crítica mexicana corre el telón. 86
e asignaron el libro número seis del catálogo de performance llamado Performagia. Empezaré por decir que el libro contiene una serie de textos de presentación escritos básicamente por performanceros. El texto de Pancho Casas es interesante y significativo porque su acercamiento al performance es una protesta con un objetivo definido: defender los derechos de los homosexuales y por ende los derechos humanos, y para ello pone en riesgo su integridad. Casas no se engolosina con la imagen del yo artista; protesta, y para hacerse ver crea formas de comunicación que llamen la atención. Hasta ahí el aporte. En el resto de los textos las similitudes son constantes: autobiográficos, con descripciones detalladas de acciones y la autocomplaciente historia de que todo el mundo es artista desde chiquito. Hay un esfuerzo descomunal por justificar y explicar la existencia del performance, por establecer que es el arte de nuestro tiempo, que todas las acciones tienen sentido y que si alguien camina o se resbala por un tobogán está haciendo una reflexión filosófica sobre el cuerpo y el espacio. Uno de los textos, que se supone irónico, tampoco aborda con profundidad el fenómeno y termina como una alabanza. Los argumentos a los que recurren son un cúmulo de los lugares comunes usados con la pretención de validar una actividad que en los hechos se demuestra incapaz de sostenerse por sí sola.
el mito de la carne y la sangre La tesis del cuerpo como herramienta ha llegado a tal extremo de mitificación que pareciera que las otras formas de creación son telepáticas y en ellas no participara la acción física. Aclaremos puntos: el performance no cambió la concepción del cuerpo; si algo ha desmitificado nuestra naturaleza son la ciencia y la filosofía. El marqués de Sade ha aportado más a la racionalización del cuerpo que toda la historia del performance junta; por eso las religiones han entorpecido al máximo la investigación científica y han censurado a Sade. En el terreno del arte, el cuerpo siempre ha sido herramienta y objeto de estudio, tanto de representación como de trabajo. Somos únicamente cuerpo, todo lo que hacemos es a través de nuestro cuerpo. Su representación implica un involucramiento que se centra en la
Acción de Marina Abramovic en el MoMA
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Orlan en una muestra de sus intervenciones corporales
Los performanceros abordan temas que se suponen de interés social o psicológico; banalizan los problemas y los llevan hasta el ridículo, infantilizando sus argumentos observación, la conciencia y la utilización. Lucian Freud no veía personas, veía cuerpos, su trabajo como pintor era esencialmente físico. Este énfasis se desploma si además examinamos la historia humana. El castigo corporal es ejemplar porque tenemos conciencia del cuerpo, de su valor como propiedad única y universal, de la esencia que nos hace existir y ser. El cuerpo es un espacio real y simbólico que se maltrata, humilla, sacrifica, hiere, desde que tenemos presencia en este planeta. El castigo social es brutal, los colgados por homosexualidad en Irán, las mujeres musulmanas lapidadas, los terroristas con bombas en el cuerpo, los decapitados del narcotráfico, las procesiones religiosas, los latigazos de Semana Santa. En contraste, lo que podamos ver en un performance ni rebasa ni hace que tengamos conciencia de algo que todos sabemos, experimentamos y vemos. No hay novedades ni aportes. Que sea un acercamiento sin rigor no lo convierte en un acercamiento más osado.
el científico bipolar En varios textos se afirma que el performance es una mezcla de ciencia exacta y arte. Se plantean novedades que en realidad no existen como tales. Si la ciencia rompe sus propios límites en la cirugía reconstructiva o la investigación celular, el performancero se injerta una oreja o unos senos de silicona. Es decir, algo sin trascendencia ni aportación científica, que además no enfrenta la responsabilidad del error científico. Su desfasada noción llega al extremo de citar las patológicas acciones de Orlan, que padece la enfermedad clínicamente llamada trastorno dismórfico corporal, o sea la adicción a cambiar la apariencia física entrando al quirófano tantas veces como la tarjeta de crédito lo permita. El vicio de Michael Jackson en Orlan es arte. Si de verdad quieren experimentar imiten la terrible experiencia, nada artística, de los mutilados de guerra y ampútense las piernas. Estas frivolidades únicamente sirven para tener un libro de Phaidon y una exposición en un museo del primer mundo. 88
las acciones Las acciones están sometidas a fronteras preconcebidas. Todas tienen una intención moral o una reflexión que justifica su resultado, y se dividen entre las que creen que el arte es una ong o es terapia de grupo, las que tratan de martirizar el cuerpo, las que imitan los programas de concurso o reality-shows, las de sexo decente y las de tareas cotidianas mínimas.
entre la ong y la terapia de grupo El performance de Lorena Wolffer consiste en una encuesta como las que innumerables ong han realizado sobre violencia de género. La diferencia es que esta carece de la metodología y los objetivos que se exigen dentro de un marco de investigación científico-social. Ahora la pregunta es: ¿por qué su encuesta, que no plantea una hipótesis seria, es arte, y la de una ong, realizada con la debida metodología, no es arte? Por el capricho del sistema del arte, porque ella lo decidió, porque los que eligieron su acción consideran que eso aporta algo, aunque no sepan qué. La lista de respuestas es inagotable. Los performanceros como Wolffer abordan temas que se suponen de interés social o psicológico, banalizan los problemas y los llevan hasta el ridículo, infantilizan sus argumentos para enfatizar que son el punto de vista de inteligencias inmaduras o arte emergente. Así, los ataques del 11-s son avioncitos de papel, la problemática de los inmigrantes es convivir con una almohada, y cito: “robada de casa de la madre del artista”, como si ese dato fuera relevante en los resultados. En terapia pública alguien confiesa sus secretos, o se enreda en un tejido, y cito: “para hablar del encierro propio”.
el performance que no entrará en los récords guinness La gran inspiración de muchas de estas acciones son los programas de concurso y los reality-shows en los que someten a pruebas absurdas y degradantes a los concursantes, quienes por pobreza o sed de fama se humillan para ganarse un premio. La televisión combate el aburrimiento con la explotación de fenómenos y esperpentos, y el performance encuentra virtudes artísticas en la zafiedad televisiva y la copia. La diferencia es que “la caja” se justifica con el rating y el performance se justifica en sus reflexiones. Si vemos en la televisión estas acciones o retos, les llamamos entretenimiento analfabeto o telebasura, pero si los vemos en el contexto de un festival artístico los tenemos que llamar arte. En este caso el premio es ser considerados artistas. Por ejemplo: 89
El performance no abre brechas, se asienta en conquistas de otras disciplinas, investiga en obviedades y se queda en representaciones mínimas de fenómenos que no comprende Alguien rueda sandías y le llama “actividad exhaustiva”, pero eso a mí me recuerda la prueba de los troncos locos en la televisión. Exhaustiva es la jornada normal de diez horas en una mina o en una fábrica de ladrillos. Paola Paz Yee se mantuvo en vigilia por 36 horas; si se trata de durar, les diré que el récord Guinness sin dormir lo tiene Randy Gardner y aguantó 264 horas. La artística acción de ponerse desodorante tampoco alcanza premio; el récord de ponerse perfume es de un litro y medio en una hora. Jesús Iberri, que pedaleó cuatros horas en una bicicleta fija, cae derrotado ante la marca mundial en Italia de 224 horas, 24 minutos. James Bonachea se mete en un tanque con agua por una hora, un reto minúsculo si lo comparamos con el del ruso que nadó durante una hora en un río congelado a menos 20°c o el de cruzar nadando el Canal de la Mancha o el Estrecho de Bering. Todas las acciones tienen una reflexión, y la de las sandías un texto largo de la concursante o performancera, en el que además se vanagloria de su esfuerzo.
inventa, y lo ejerce en nombre de la no necesidad. Esta violencia corporal puede ser real o ficticia, lo importante es que sea pública”. Con esto demuestra que él también sufre y que falsamente se solidariza con la clase desprotegida. Caminar con un pie fracturado, como en el caso de Julián Higuerey, no es el martirio extremo de participar en una procesión religiosa, ni de vivir las mutilaciones de la India: es sufrimiento recreativo. El sufrimiento burgués de estos performances chantajea al espectador, nos impone solidarizarnos con una actividad ociosa, que ni de lejos alcanza el dolor real que inflige la sociedad.
la razón es ineficaz para la metafísica La exaltación de la tarea sin objetivo: tejer, escuchar el propio corazón con un estetoscopio, pedir chile de puerta en puerta, caminar por una línea, romper libros (me imagino que siempre es mejor que leerlos), derretir un hielo con un soplete, escribir en una pizarra, meterse en una caja de cartón. Resulta que para el performance estas tareas tienen implicaciones artísticas por el hecho de realizarse en un entorno privilegiado y con apoyos institucionales; se respaldan en reflexiones para explicar que su simpleza es aparente y su búsqueda buena para la humanidad. Lo que signifiquen va más allá de la evidencia, su valor es una invención metafísica, no una realidad racional.
sin gratificación visual ni estética Las primeras acciones que abordaron el sexo fueron las bacanales griegas y las orgías romanas. En el cine hemos visto todo tipo de escenas sexuales explícitas, y en internet el sexo se democratizó a tal punto que cualquiera puede ser actor de su propia película porno y subirla a la red. Así las cosas, ver una fiesta con gente desnuda o a alguien que se cose los genitales no aporta novedad ni crea nuevas fantasías, tan solo se suma a la cadena de repeticiones que además se queda corta con relación al patrón copiado. Pareciera que entrar en los límites de lo ilícito atemoriza u ofende a los performanceros.
el performancero: ¿centro del arte? El performance no abre brechas; se asienta en conquistas de otras disciplinas, investiga en obviedades y se queda en representaciones mínimas de fenómenos que no comprende. Los performanceros califican sus obras como experimentos que están revolucionando el arte y responden a nuestra época, pero las evidencias fotográficas y la información adjunta nada tienen que ver con la teoría. Las reflexiones se imponen de forma artificial para dar valor a obras que sin estos argumentos jamás podrían ser vistas como arte. Esta situación es generalizada, lo pude apreciar en todos los volúmenes del catálogo y en varios de los performances a los que asistí. Y también sucede con las estrellas internacionales. Presencié el show de Marina Abramovic en el MoMA, con su contingente de guardias de seguridad, su sueldo estratosférico de 1.000 dólares la hora y la simpleza de la acción: sentarse
regocijémonos en el sufrimiento El sufrimiento tiene dos vertientes: Uno es el que se padece por fatalidad y en este caso nos remite a las clases desprotegidas, a los grupos marginados. La pobreza provoca dolor, desde la falsa esperanza del que se martiriza para pedirle algo a un dios inexistente, hasta el que es víctima de una circunstancia social: en Egipto o en la India, a los niños les queman los ojos o los mutilan para que pidan limosna. La otra vertiente es la del dolor burgués, que coincide con lo dicho por Sartre en su Crítica de la razón dialéctica: “El burgués se somete a un sufrimiento que 90
en el átrium del museo en los horarios para el público, mientras unos guardias expulsaban a los espectadores que miraran por más de unos segundos a performanceros desnudos. Esa es la naturaleza de tales acciones: transcurren en un espacio que las protege y que les permite desarrollarse sin el peligro de enfrentar al público. De este modo no alcanzan, por ejemplo, el nivel que tiene Greenpeace en sus múltiples protestas, cuyos miembros han llegado a colarse en el Parlamento Europeo aunque les toque pagar con prisión esos actos.
conclusión En este catálogo no hay un solo análisis del resultado de las obras; pareciera que todas son exitosas, que en todas se logró lo deseado. No se explica bajo qué criterios fueron seleccionadas. Lo que sí se tiene clarísimo es que quienes hacen esto son artistas y que cualquier acción realizada por el artista, desde masticar y escupir comida hasta llenar un vaso con tierra o pintar sus glúteos de colores, se transforma en arte. Esa arrogancia da como resultado una colección inusitada de clichés y simplezas elevados a un estatus que no les corresponde. Lo digo con claridad: estos performances no aportan ni al arte, ni a la experiencia estética. Son acciones sin provocación, políticamente correctas, con argumentos débiles para cuestionamientos fáciles; cargadas de propósitos morales e ideas de inspiración burguesa. Con esta cascada de buenos propósitos los performanceros evaden la responsabilidad de hacer arte con oficio. Un movimiento que surgió como rompimiento, y que no requería de comprensión, ha degenerado en obras que acumulan explicaciones y discursos alineados con el statu quo. Ninguna de estas manifestaciones demuestra talento, técnica, lenguaje o capacidad creadora. No arriesgan más de lo que la pornografía, los programas de concurso, los reality-shows de la televisión, las procesiones religiosas, la ciencia y las protestas sociales ya han arriesgado. Entonces, ¿por qué llaman a esto arte, por qué se autodenominan artistas y cómo pueden decir que este es el arte de nuestra época? Los espectadores merecemos más, merecemos que hagan cosas realmente trascendentales. Si, como dice Freud, “la repetición manifiesta el instinto de muerte”, estas acciones que se copian, se repiten, se desgastan, están anunciando la muerte del performance. Porque esto, el contenido de este catálogo, no es arte, y así como está ahora el performance, en general, tampoco es arte. ~ avelina lésper (méxico). Crítica de arte y curadora. Este texto fue leído en la presentación del libro Performagia 6 en el Museo Universitario del Chopo, de Ciudad de México, el 9 de septiembre de 2011. 91
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Contengan
la respiración
(A propósito de
El gran Gatsby) POR JUAN GABRIEL VÁSQUEZ Ilustración de Lorena Correa
Muchos años pasaron, tras su publicación, para que El gran Gatsby se convirtiera en el clásico que es ahora. Las razones y consecuencias de esa valoración tardía laten en las mismas páginas de la novela.
“Quiero escribir algo nuevo”, declaró Francis Scott Fitzgerald en 1922: “algo extraor-
dinario y bello y simple e intrincadamente diseñado”. El gran Gatsby, la obra maestra que publicó tres años después, fue todo eso; fue, también, el germen de inagotables decepciones para su autor. “De todas las reseñas, aun las más entusiastas”, le escribió Fitzgerald a Edmund Wilson, “no hubo una sola que supiera mínimamente de qué iba el libro”. Hoy sabemos (o sé yo, en todo caso, y me permitiré aquí presentar mi argumento) que se trata de una de las grandes novelas del siglo xx en Estados Unidos, un momento y un lugar que no carecen de grandes novelas. La historia extraordinaria y bella y simple e intrincadamente diseñada de aquel impostor advenedizo llamado Jay Gatsby, de su auge y caída, de su dinero y de las formas de obtenerlo y sobre todo de las razones que lo llevaron a la riqueza y a la impostura, es un logro artístico tan importante como el de cualquiera de sus compañeras de generación. Y es una generación de fábula, un verdadero dream team literario, pues El gran Gatsby se
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El gran Gatsby es justamente eso: la crónica de aquella juerga chabacana, contada a través de un destino que no es nada salvo romántico. La novela habla de dinero, y uno podría alegar que el dinero es el personaje principal, pero lo maravilloso es la variedad de maneras en que Fitzgerald logra que el dinero hable: que hable de gentes distintas, que hable de una civilización, que hable (y resuma) un momento histórico y social. Es un lugar común decir que El gran Gatsby es la novela que condensa la Era del Jazz, y lo seguimos repitiendo en parte porque fue Fitzgerald quien inventó el (afortunado) cliché. Pero su grandeza literaria, hay que aclarar siempre, solo puede ser explicada por la destreza con que convirtió las “generosidades espléndidas” y las “escandalosas corrupciones” en uno de los más conmovedores amores fallidos de la literatura. El gran Gatsby es esa historia y ese momento, sí, pero es sobre todo una prosa de una eufonía que duele (sí, extraordinaria y bella) y una arquitectura cuyo virtuosismo insolente no notamos por estar metidos en la anécdota (sí, simple e intrincadamente diseñada). Sus escenas son tan seductoras, tan vívidas, tan inmediatas y tan intensas, que ningún lector se da cuenta de las astucias técnicas que contiene, ni del inmenso trabajo que hay detrás de su enrevesada cronología. Para explicarlo diré simplemente que en las grandes novelas las astucias técnicas nunca son solamente eso: son, al mismo tiempo, personajes memorables, párrafos bellísimos o escenas inolvidables. Es por eso que, si bien Jay Gatsby es el tema de la novela, el personaje principal no es él, sino Nick Carraway. Nick Carraway: cuya voz narra la historia como la va descubriendo, cuyas reacciones forman la delicada estructura moral de la novela, cuya distancia con respecto a los hechos que cuenta constituye el verdadero hallazgo de Fitzgerald y es fuente de inagotables placeres para nosotros, sus lectores. Toda gran novela contiene, entre líneas, su propia poética. En el capítulo ii, Nick está en un piso alto de Nueva York. “Arriba, sobre la ciudad, nuestra línea de ventanas amarillas debía de aportar su ración de secretos humanos al observador casual de las calles penumbrosas, y yo también fui ese observador que miraba curiosamente hacia arriba. Estuve dentro y fuera, simultáneamente encantado y repelido por la inagotable variedad de la vida”. Nick Carraway tiene con la historia de Jay Gatsby la misma relación de aquel observador imaginario con las ventanas de Manhattan, y esa relación ambigua, interesada y a la vez incómoda, desapegada pero a la vez atenta, es lo que nos hechiza. Atenta, digo, porque una de las virtudes de esta novela es el ojo de Fitzgerald, o, deberíamos decir, de Nick Carraway. Cuando Nick describe o presenta a alguien, demuestra una mirada tan penetrante como la del mejor Chéjov o el Joyce
El gran Gatsby se distingue por el hecho triste de que pocos se dieron cuenta de su naturaleza prodigiosa, y por el segundo hecho triste de haber sumido a su autor en una melancolía que lo acompañaría hasta la muerte publicó en el mismo año que tres novelas con las cuales pocos quisieran medirse: Manhattan Transfer de John Dos Passos, The Making of Americans de Gertrude Stein y Una tragedia americana de Theodore Dreiser. Al año siguiente se publicarían Fiesta, de un tal Ernest Hemingway, y La paga del soldado, de un tal William Faulkner. En medio de aquella camada de prodigios, El gran Gatsby se distingue por el hecho triste de que pocos se dieron cuenta de su naturaleza prodigiosa, y por el segundo hecho triste de haber sumido a su autor en una incertidumbre y una melancolía que lo acompañarían hasta su prematura muerte. Fitzgerald es la cifra del éxito temprano y de la temprana decadencia. Se había retirado de una agencia de publicidad en 1919, decidido a terminar una novela y a casarse con la mujer de sus sueños, una jovencita sureña que lo rechazó por considerarlo poco confiable o por creerlo incapaz de darle la vida que merecía. Cuando la novela fue aceptada, Zelda Sayre cambió de opinión. Fitzgerald recordaría esos años en Early Success, una crónica sincera y a la vez despiadada sobre la ambición literaria y las predecibles, pero siempre sorprendentes, satisfacciones del éxito. “En los mismos tres días”, escribe allí Fitzgerald, “me casé y la imprenta comenzó a sacar ejemplares de A este lado del paraíso igual que se sacan extras en las películas”. Lo siguiente fue la borrachera del dinero y la fama y también de los problemas que ello puede traer para un escritor. Early Success está llena de esas iluminaciones. Primera iluminación: “Demasiado a menudo la gente elogiaba tus cosas por las razones equivocadas, o las elogiaban personas cuya aversión habría sido un elogio”. Segunda iluminación: “La compensación por un éxito muy temprano es la convicción de que la vida es un asunto romántico”. Tercera iluminación: “No parecía haber mayor duda sobre lo que ocurriría. Estados Unidos entraba en la juerga más grande y chabacana de la historia, y habría mucho que contar al respecto. Aquel boom dorado estaba en el aire: sus generosidades espléndidas, sus escandalosas corrupciones y la tortuosa agonía de los Estados Unidos en la Prohibición”. 94
de Dublineses. La escena en que Nick conoce a Gatsby y describe su sonrisa, o aquella otra en que se dice de una mujer que lleva todas sus ropas como si fueran ropa deportiva, o aquella en que Gatsby revalúa cada una de sus posesiones de acuerdo a la respuesta que provoquen en los ojos de la mujer que ama... El gran Gatsby está llena de descubrimientos o manifestaciones semejantes. Pero el más intenso de ellos sucede al final del capítulo vi, cuando Nick, hablando inocentemente de Daisy, dice que no se puede repetir el pasado. Es una frase cualquiera, casi un lugar común, pero Gatsby reacciona con incredulidad: “¿Que no se puede repetir el pasado? ¡Pero por supuesto que sí!”. El gran Gatsby es, entre otras cosas, el relato de ese esfuerzo por recuperar el pasado, un pasado perdido, y el esfuerzo es trágico porque comprendemos –comprenderá el lector– que en cierto modo Gatsby nunca fue su dueño, nunca lo tuvo realmente. A su manera (extraordinaria y bella y simple e intrincadamente diseñada), El gran Gatsby llevó el arte de la novela a nuevos lugares, y es una lástima que pocos se hayan dado cuenta de ello, o que solo los “revolucionarios” más evidentes o chocantes –Faulkner, Woolf, Joyce– reciban el crédito. Yo quiero vindicar El gran Gatsby con esta carta sin fecha que le escribió Fitzgerald a su hija cuando ella se iba metiendo lentamente en el mundo de la escritura literaria. Es una de las más lúcidas reflexiones que he leído jamás sobre el estilo, y sé que me acompañará siempre. Escribe Fitzgerald: Lo que quiero decir es que lo que has sentido y pensado inventará un nuevo estilo por sí solo, de manera que cuando la gente habla de estilo siempre lo hace con algo de sorpresa por la novedad, creyendo que es solo estilo a lo que se refieren, pero en realidad están hablando del intento por expresar una nueva idea con una fuerza tal que tendrá la originalidad del pensamiento. Es un asunto terriblemente solitario, y, como sabes, nunca quise que te metieras en él, pero si te vas a meter en él, quiero que te metas en él sabiendo el tipo de cosas que a mí me tomó años aprender.
O tal vez podamos remitirnos a esta frase, perdida en otra carta y que tiene el lugar de un mandamiento o una epifanía: “Toda buena escritura”, dice Fitzgerald, “es nadar bajo el agua y contener la respiración”. Quizás lo mismo sea cierto para toda buena lectura. Contengan ahora la respiración, y bienvenidos al agua. ~ juan gabriel vásquez (bogotá, 1973). Escritor y ensayista colombiano. En la próxima Feria del Libro de Bogotá, Alfaguara lanzará su más reciente novela Las reputaciones. 95
© cortesía de elrincondelarelop.blogspot.com
Últimas impresiones en ánimo reflexivo
EL ÉXITO DE LAS PRECUELAS por patricia vieira Traducción del inglés de Carolina Mila
¿A qué se debe la reciente proliferación de películas que remiten al origen de las historias intentando responder cómo empezó todo? osiblemente sea un rasgo humano disfrutar de la narración de cuentos. No solo deseamos saber lo que alguien hizo sino, algo aún más importante, lo que pasará después. La prolongada popularidad de las telenovelas, que mantiene a millones de personas pegadas a las pantallas de sus televisores, día tras día, se origina precisamente en el encanto universal de una buena historia. ¿Se mantendrán juntos los amantes desafortunados? ¿Puede el héroe vencer al villano? ¿Prevalecerán el amor, la paz y la justicia?
P
Las secuencias de películas satisfacen nuestro deseo de saber más sobre el desarrollo de una narración. De alguna manera el “vivieron por siempre felices” no es suficiente. Seguramente algo debió haber sucedido después del final feliz: tal vez una pelea contra un nuevo villano, como en la desmadejada serie de James Bond, o la llegada de unos cuantos bebés, por ejemplo en la última entrega de Shrek. Si la atracción de las continuaciones es fácil de entender, resulta más difícil precisar la atracción de las precuelas. ¿De verdad queremos 96
saber sobre la muy probablemente problemática niñez de Bond, antes de que se convirtiera en un espía con “licencia para matar”? ¿Estamos en verdad tan interesados en la vida de Puss antes de que adquiriera importancia como uno de los mejores amigos de Shrek? Aparentemente, sí. El gato con botas, de Chris Miller, alcanzó un gran éxito en 2011 al exponer las acciones del famoso gato parlante antes de que su camino y el de Shrek convergieran. En general, las precuelas están en auge en la industria cinematográfica y se vuelven a menudo tan populares
como la película original. Este fue el caso de X-Men Orígenes: Wolverine, de Gavin Hood, que en el año 2009 recaudó más de 373 millones de dólares en todo el mundo, al darles continuidad a los X-Men de Bryan Singer, estrenada en 2000. Tal vez el último gran ejemplo de secuelas es la segunda trilogía de La guerra de las galaxias. Las inesperadas revelaciones de Darth Vader sobre el padre de la princesa Leia en El retorno del Jedi, justo antes de su trágica dimisión, llevaron a muchos cinéfilos a especular sobre una continuación de la serie. Pero lo que obtuvieron más de quince años después fue una precuela de tres episodios que narraba los promisorios inicios y consiguientes desgracias de Anakin Skywalker, también conocido como Vader en las películas anteriores. Las precuelas fueron sin embargo un enorme éxito financiero y rompieron varios récords de taquilla. El hobbit: un viaje inesperado (2012), de Peter Jackson, es parte de la actual tendencia a producir precuelas de películas taquilleras. Trata sobre las aventuras que le cambian la vida a Bilbo Baggins, quien había aparecido brevemente en la celebrada serie de El Señor de los Anillos como el viejo tío del protagonista, Frodo. Como muchas otras precuelas, El hobbit recibió críticas encontradas. La mayoría de críticos coinciden en que se quedaba corta con respecto al portentoso simbolismo y el cautivador argumento de El Señor de los Anillos. Una gran parte de los 169 minutos del filme se ocupa de prolongadas escenas de persecución en las que Bilbo y sus amigos huyen de orcos, troles, duendes y otros peligros varios. Pero a pesar de la tibia respuesta de la crítica y el final algo plano –la película en sí misma es parte de una trilogía, así que probablemente vendrán más escenas de persecución–, El hobbit recaudó más de 900
millones de dólares en todo el mundo. ¿Por qué tuvo tanto éxito con el público en general? O más al punto, ¿por qué las precuelas causan tanto entusiasmo entre la gente? Las precuelas han existido en la literatura desde hace mucho tiempo, aunque la palabra en sí no fue acuñada sino hasta mediados del siglo xx. La explosión en el número de precuelas a partir del final de los noventa exige un análisis más detallado de este fenómeno. En una industria saturada por novedades constantes, las precuelas aprovechan una marca establecida. Se construyen sobre la notoriedad de una película o películas previas, lo que hace más fácil (y barata) la publicidad para los productores y los distribuidores. ¿No nos hemos preguntado todos sobre lo que sucedió en la Tierra Media antes de que el malvado anillo del poder llegara a Frodo? Bueno, El hobbit nos da la oportunidad de indagar al respecto. Las precuelas nutren nuestra curiosidad y, al mismo tiempo, nos dan la satisfacción de encontrar algo familiar. Ya conocemos algunos de los personajes y sabemos que nos hicieron pasarla bien en una película anterior. Ello funciona como garantía de que el nuevo filme será una repetición de esta satisfactoria experiencia pasada. Cierto, el efecto de marca y la familiaridad también son elementos de las secuelas. Así que la pregunta permanece: ¿qué es exclusivo de las precuelas y por qué son tan populares en la actualidad? En una época de desplazamientos continuos, identidades divididas e historias lineales hechas pedazos, las precuelas responden a nuestra ansiedad sobre los orígenes. ¿Cómo comenzó una historia? ¿De dónde vienen los personajes? ¿Puede su pasado ayudarnos a entenderlos mejor? Inmersos en la desolación y el desprestigio de las grandes narrati97
vas religiosas y políticas que antes daban sentido a nuestra existencia, y enfrentados con la creciente incertidumbre social y financiera, encontramos consuelo identificando terrenos seguros en la ficción y en el cine. Si no sabemos por qué estamos aquí y de qué se trata nuestro rol en el universo, al menos Frodo y su tío Bilbo parecen tener sus misiones claras. Las precuelas ofrecen respuestas simples a la antigua pregunta de “cómo empezó todo”. En un mundo dividido entre el fundamentalismo religioso y los dictados de la ciencia, soluciones como estas tienen un efecto calmante que la industria del cine capitaliza. Aun así, entre la búsqueda de lucro y el deseo de reafirmar a la audiencia, algo se pierde. ¿Podría el cine, la más poderosa máquina de sueños de nuestra época, estar reduciendo nuestra habilidad para disfrutar algo verdaderamente nuevo o nuestro gusto por lo inesperado? Si la mayoría de precuelas entran en la categoría de “más de lo mismo”, esto no significa que lo anterior sea necesariamente un marcador del género. De hecho, las precuelas presentan oportunidades ideales para desestabilizar nociones sobre nuestros orígenes hechas a la medida. Pueden suscitar una reflexión sobre las discontinuidades entre el pasado y el presente, y hacernos cuestionar sobre nuestra obsesión con un origen unificador y absolutista. Hasta ahora, El hobbit no estuvo a la altura de las posibilidades más ambiciosas inherentes a las precuelas. Pero –quién sabe–, tal vez en las otras dos entregas de la trilogía podamos vivir algunas sorpresas demoledoras y alucinantes. ~ patricia vieira (portugal, 1977). Es profesora asistente en el Departamento de Portugués y Español de la Universidad de Georgetown.
el Ăşltimo de la fila Por Birgit Tanck
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