Conmocionado, convulso, estremecido, sobrecogido, estupefacto, triste, afligido, consternado. El accidente de Galicia, nos ha dejado a todos con el paso de la emoción cambiado. No es hora todavía de exigir explicaciones a quienes corresponda. Debemos llorar 80 vidas truncadas de manera violenta. 80 entornos familiares destrozados, 8º personas que seguro tenían también su círculo de amigos, de compañeros de trabajo, de vecinos… Un Sacerdote, una miembro del Benemérito Instituto Armado de la Guardia Civil…, un futbolista, estudiantes, periodistas… y mucha más gente anónima que iba de vacaciones, o de trabajo, a ver a su familia, a celebrar el patrón de Galicia, Santiago y Cierra España… Todo eso ya no ocurrirá en esas vidas porque un tren, un tren de alta velocidad, demasiada alta, que tenía que ir como mucho a 80 kilómetros por hora en ese tramo donde ocurrió la catástrofe, iba a más del doble. Y ¡cuánta gente además lucha ahora entre la vida y la muerte!. No, el accidente no tenía que haber ocurrido. Sea por la curva cerrada, sea por la ausencia de frenado automático, o sea por la insensatez (grave insensatez si es cierto lo que dicen los medios) del maquinista de ir a velocidad inadecuada, lo cierto es que este accidente ha roto las estadísticas para este año de siniestros ferroviarios. Hay quienes quieren ver semejanza con el accidente del metro de Valencia, hay quienes recuerdan el accidente de El Cuervo en provincia de Sevilla en 1972 (hace más de 40 años) u otro más lejano en el tiempo, el 3 de enero de 1944, precisamente