La Firma Mario Ocaña
Escuché el otro día los amargos lamentos de algunos ciudadanos que, echando la vista atrás, añoraban, ahora, la ciudad arrasada. La evocación del viejo centro de la ciudad perdida, melancólico y triste, que apenas se conserva ahora en la memoria de los más viejos, en las postales amarillentas que adornan locales ansiosos de raíces o en las polvorientas páginas de algunos libros – pocos – que hablan de la Historia y de la destrucción - ¿no es acaso lo mismo? - del centro histórico de Algeciras. Ahora, después de tanto tiempo, se padece en la ciudad, en su corazón, en su intimidad, los efectos de eso que algunos llamaron desarrollismo y otros , quizás con menos elegancia, pelotazo urbanístico. Y como antes, y como ahora, la responsabilidad de tanto atropello, de tanto derribo, de tanta especulación, de tanta destrucción de la memoria y del patrimonio urbano, de los paisajes cotidianos en los que habíamos crecido, de la herencia recibida desde el pasado, sigue siendo de los mismos: de los representantes políticos del pueblo, que actuaron movidos por la codicia y por la ignorancia, y del pueblo soberano de Algeciras que, salvo honrosas excepciones, no movió un solo dedo para impedir ni una sola demolición de las casas antiguas, de fábricas de fideos, de torres miradores, de
escalinatas, de estadios de fútbol, de garajes modernistas, de plazas de toros, de ríos, de palacetes, de patios de vecinos, de cervecerías universales, de comercios decimonónicos, de posadas para viajeros en diligencia que, cada vez que morían se llevaban por delante un pedazo de memoria y un mundo de recuerdos y sensaciones. Hay, en estos tiempos en los que la vieja Algeciras y muchos de sus habitantes pueden contemplarse solamente en el facebook, una pregunta latente que se hace mucha gente ante el hecho del vacío que sufre Algeciras a partir de ciertas horas del día o en determinados días festivos. La ciudad fantasma es la respuesta del presente a los errores cometidos en el pasado. ¿Quién va a pasear por un centro urbano en el que ningún abuelo puede contarle a su nieto que en aquella casa vivía la abuela cuando era su novia o que se besaron por primera vez bajo la marquesina de aquel bar una tarde de abril? Ni existe la casa, ni la marquesina, ni el bar. Quizás perdure solo el recuerdo del sabor de beso. No existe ningún centro histórico en Algeciras. En el mejor de los casos solo algunos decorados de piedra remozada. Hace ya tiempo que lo asesinaron ante la pasividad, el desinterés,la ignorancia y el desamor de los ciudadanos por la ciudad. Nadie vive allí. Nadie ama las casas, ni las calles. Nadie las cuida. Aun se las deja desmoronarse y morir. Nadie se reconoce en un paisaje urbano transformado, despersonalizado, vulgar y objetivamente carente de estética, equilibrio o armonía. Solo nos queda el refugio de la memoria. Solo la ensoñación de la ciudad perdida.
La escalinata, uno de los espacios desaparecidos de Algeciras