Comuniones Llega el mes de mayo, mes florido, mes de la Virgen y con él llegan las comuniones. De mi primera comunión poco recuerdo acorde con la trascendencia que en el cristianismo el sacramento encierra. Lo que realmente recuerdo de ese día, aunque sea una total simpleza que todavía después de tanto tiempo no he olvidado, es que fue ese año el primero que el colegio decidió que la comunión se hacía de corto y a mí eso me sentó fatal. Supuso una decepción tremenda no poderme poner un traje pomposo, largo hasta el suelo como el que había llevado mi hermana años antes. Si algo agradable rememoro de aquel día es lo que puede recordar una niña de esa edad: el madrugón que me di, el primer contacto de la lengua con el cuerpo de Cristo, el olor a chocolate como una bendición en el hotel donde desayunamos después de llevar en ayunas horas para poder comulgar…, y como no: los regalos, como en todas las comuniones, a montones. La comunión no es ya lo que era. En mi época y en mi entorno era una obligación hacerla. Y ahora parece que también lo es aunque no lo sea. Los niños antes, igual que ahora, creo son demasiado pequeños para saber lo que realmente está pasando y muchos son los que lo ven más como un día grande y festivo del que son protagonistas que como un acercamiento íntimo a Jesús. Y no lo digo porque no crea en su fervor, lo mismo que yo,
pusimos todo nuestro corazón en ese día de celebración cristiana. Es porque después los preceptos que se te han dicho que cumplas en la catequesis los padres lo interpretan cada uno a su manera y puede que vuelvas a pisar unos cuantos domingos la iglesia y después no volverlo a hacer hasta que te topes con el siguiente sacramento que suele ser el matrimonio si no ha llegado antes la extremaunción. Y no es por aguar el mes, que ese es abril, pero no sé, yo creo que todo esto es un poco paripé y que somos los adultos los que deberíamos tomar conciencia de lo que está pasando. Se podría hacer una fiesta alternativa y profana en la que se celebren las enseñanzas que a veces esconden los propios pecados, que en este caso llamaremos errores, en vez de tener que castigarnos por ellos a tan cortas edades. Enseñarles que la culpa pesa pero que de nada sirve si la reconoces ante Dios y no ante tu semejante agraviado. Eso es lo que verdaderamente deben aprender nuestros niños para sentirse en paz. Y digo yo que para ello no es necesario que a este acto, y a otros muchos tan humanos, se le adjunte el maltraído y llevado adjetivo de cristiano.
Paola Tobalina el día de su primera comunión en el Hotel Muralla de Ceuta.