Firma A Pérez Girón

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ADOLFO SUÁREZ, CON LA PERSPECTIVA NECESARIA DEL TIEMPO Antonio Pérez Girón La muerte el pasado domingo del que fuera primer presidente de la recuperada democracia Adolfo Suárez, es motivo de regueros de tinta, en su mayoría, ensalzando su figura, ya considerada histórica. Sentimientos que contrastan con el vapuleo a que fue sometido en el último tramo al frente del gobierno. No sólo desde la oposición socialista, también desde el seno de aquella jaula de grillos en la que se había convertido su partido, la Unión de Centro Democrático, y del propio monarca al que había servido con absoluta lealtad. Desde la discrepancia política, como miembro de la oposición democrática, esperanzada en que a la muerte del dictador pudiera lograrse una ruptura democrática, viví con asombro y estupor su nombramiento como presidente. Era un hombre que provenía del franquismo y carecía del marchamo democrático para pilotar un proyecto de verdadero cambio para España. Sin embargo, no puede negarse que en cinco año y medio, entre ruidos permanentes de sables y constantes atentados terroristas, fue capaz de liquidar las estructuras políticas del franquismo, promover la amnistía política, legalizar todos los partidos políticos y sindicatos, y abrir un proceso constituyente que diera paso a la actual Constitución. Lo hizo enfrentado al Ejército y a quienes desde el franquismo más duro, el conocido como búnker, lo consideraban un traidor. Mostró una capacidad de consenso (los Pactos de la Moncloa, firmados en un momento muy difícil para el país, fueron un buen ejemplo de ello) y supo romper con ese abismo que separaba a la España de entonces, amargo fruto de la Guerra Civil. Pero ello no hubiese sido posible sin una izquierda que mostró una enorme generosidad en el pacto, sabedora que la amenaza residía en un Ejército que todavía se consideraba vencedor de la guerra y que apenas soportaba que los considerados rojos pudieran ser ciudadanos normales. Consciente pues, de que no era posible derribar al régimen, la izquierda apostó por una salida de consenso, con quienes desde dentro pretendían finiquitar la dictadura. Con todo, para ese Ejército que había tenido el poder supremo del Estado, se había llegado demasiado lejos. El intento de golpe de Estado de 1978 (la conocida como


Operación Galaxia) y el protagonizado por Milans del Bosch el 23 de febrero de 1981, dejaron constancia de los riesgos que vivía la joven democracia. Si Suárez fue capaz de lograr unas reformas de manera vertiginosa y luego pudo ser elegido como presidente democrático en 1977, es evidente que demostró estar poco acostumbrado a la vida de partido, comenzando las intrigas y su cuestionamiento como líder de UCD. Del mismo modo, a partir de 1979, tras ser reelegido, demostró aversión al debate parlamentario dejando, para exasperación de los suyos, el terreno expedito a sus adversarios políticos. Fue el Suárez menos brillante, el que cometió el grave error de infravalorar a Andalucía a la hora del reconocimiento autonómico, que llevaría al referéndum del 28 de febrero de 1980, y al castigo de UCD con la posterior victoria por mayoría absoluta del PSOE en las primeras elecciones autonómicas. Desde la perspectiva del tiempo transcurrido, su figura se ha engrandecido. Entendió que la sociedad española era plural y que la realidad estaba en la calle y no en un régimen totalitario que se resistía a desaparecer. Lo fue también por su dimisión (una palabra que parece desterrada hoy del panorama político), nunca suficientemente aclarada, en enero de 1981. Y sobre todo con su enorme dignidad ante los golpistas que asaltaron el Congreso con el teniente coronel Tejero a la cabeza. Su muerte debiera dar lugar a la reflexión a los políticos actuales. A entender que la política es un servicio público, una extraordinaria arma para hacer posible una sociedad más justa, y que la concordia no sólo es posible, sino necesaria en las situaciones de alta dificultad. Una situación como la que vive España, donde a la crisis económica, se une la de la falta de credibilidad de las instituciones –incluida la Corona-, partidos, sindicatos y empresarios. Un momento para la reforma constitucional. Para la adecuación a los nuevos tiempos con un alto sentido de la generosidad y de la responsabilidad. Como tuvieron hace más treinta años políticos como Adolfo Suárez, con sus errores y con sus grandes aciertos.


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