La Firma: Antonio Coronil “Un amor de Feria Y cuando yo estaba como los pueblos en invierno, con la triste luz de algunos faroles y el frío de las calles huérfanas de gente. Saliendo de la “pelúa” del invierno, entonces llegaste tú, como una feria, a mi vida. Al principio solo fueron miradas, chispazos como los de los banderines de los autochoques. Luego, en los intermitentes encuentros de capota del gusano loco, empecé a sentir un vacío en mi estómago, un desconsuelo agradable y dulce de cunita de noria. Y todo empezó a rodar, con sus vueltas sin fin, con sus subibajas, pero la calle, mi calle, se llenó de miles de colores, de cientos de luces, que hacían que siempre fuese de día. Y aunque yo había tenido mi corazón en una parihuela, todos decían que éramos especiales. La providencia quiso que nos conociéramos, y aunque éramos los dos del mismo barrio, los dos del mismo pueblo, los dos fuimos, antaño, veteranos en desamores. Cada vez más juntos, como los amigos de verdad, cada vez más auténticos, empezamos a tirar de la carreta de nuestra relación. Y como punto cero, abrimos la hangarilla que nos llevó a vivir el esplendor de esta novia del sol, la alegría del repique de estos quereles. Y hablábamos de nuestras cosas, y eran verdaderas tertulias en esta vida de farandulina.
Y este chato y esa bella, toreamos por chicuelinas desde el estribo de la plaza, como un requiebro de Miguelín, nuestros problemas. Nos bebimos todo lo que va desde la albariza a la venencia. Y aunque alguna vez, los excesos nos hicieron visitar la botica, permanecíamos aferrados a nuestro amor, como la piedra de Belmonte. Y mira que soportamos infundios. Hasta de los curiales que alimentaban las redes sociales y de los bullitas del wapsap que se apresuraban a retuitear, que lo nuestro no tenía futuro. Mientras, nosotros veíamos como todo pasaba a nuestro alrededor como un cine cómico, como una codorniz de torpe vuelo, que no conseguía acabar con lo nuestro. A nosotros nos importaba un pito.
Nos metimos felices, chispeantes como un triquitraque, en un callejón con salida dónde nos dieron de escobazos en el tren vertiginoso de los sentimientos. Bailamos sevillanas sin descanso: la primera en el Mero, la segunda en el Tretápodo, la tercera en los Camborios y en el 33 y un quinqué la cuarta y… te besé. Mira que estabas guapa, puñetera, con ese vestido rojo, con esa flor en el pelo y tus ojos compitiendo con las estrellas. Y qué más. Pues juntos pescamos patitos y obtuvimos los mejores puntos en los tirapichones del amor, y nos reíamos de las imágenes deformadas que nos devolvían los espejos, y cuando salíamos del túnel del terror de los celos, otra vez éramos lanzados hacia el cielo siempre azul de nuestra felicidad, como un gran barco vikingo que siempre volvía a su punto inicial. Ahora, con el estómago desabrido, la lengua áspera y los zapatos polvorientos, todo terminó. Y como la gran humareda que desprenden los pinchitos y los churros, como el último cohete después de que el valenciano se haya vuelto loco. Se perdió en el negro cielo nuestra luz común, nuestros fuegos naturales. Y te fuiste de mí, como una feria, hacia otros lugares.