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Carmen González

Cuidemos a quienes nos han de cuidar No hace mucho no tuve más remedio que, como acompañante, ser usuaria durante varios días del Hospital Punta de Europa. Estar en un centro hospitalario no es nada agradable y más aún cuando esa estancia se prolonga día a día sin saber cuánto tiempo vas a tener que permanecer allí. Yo no era la enferma, pero el hecho de tener que pasar las noches en una de sus plantas, en una butaca nada confortable, provoca cierto agotamiento. También te ofrece mucho tiempo para la reflexión. Un hospital es como una ciudad pequeña, por donde transitan a diario cientos de personas, que van y vienen. Trabajadores, enfermos, familiares, visitas... Tras noches de silencios, interrumpidos por el ir y venir de enfermeros y auxiliares, con el alba, se van dibujando, perfectos, los contornos de edificios lejanos y casas próximas, pero también las luces de los barcos se van apagando mientras sus siluetas flotan en aguas, a veces tranquilas, otras ondulantes. La Bahía, con sus colores cambiantes, muestra sus diferentes tonalidades mientras el sol va surgiendo poco a poco invadiendo el horizonte. Poco a poco esos pasillos van cobrando vida, puertas que se abren, otras que se cierran. Llegan esas visitas madrugadoras que comparten ascensor con enfermos que van a hacerse pruebas, con pacientes que tienen hora con el especialista. En el exterior, sigue el mismo escenario, pero poco a poco ha ido cambiando de color. Algunas nubes matizan la luz, pero no anuncian lluvia. Un hospital es como una pequeña ciudad, donde, si nos paramos a pensar, cada día se gastan miles y miles de euros. Euros que tienen que ser controlados, con una buena gestión, para que no haya el despilfarro que ha ido soportando el


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