Paola Tobalina
Circula por la red una viñeta que me viene de perlas para darle arranque a esta reflexión. Está dividida en cuatro escenas. En las cuatro sale un padre con su hijo viendo la tele sentados en el sofá de casa. En la primera miran extasiados el bombardeo del consumismo, en la segunda la tele muestra un exuberante culo de mujer mientras el padre babea, en la tercera un individuo que dispara a otro directo al corazón y claro, se supone que lo mata. Y en las tres escenas se aprecia como padre e hijo ven las imágenes sin inmutarse. En la cuarta y última la televisión proyecta la secuencia de dos hombres besándose, en esta ocasión el padre tapa los ojos de su hijo para que no vea tan escandalosa muestra de amor. El día 1 de febrero fui al teatro Florida a ver la representación de Diluvium escenificada por la Compañía Amateur de Teatro perteneciente a Escenopán y dirigida por nuestro vecino sanroqueño Juan Carlos Galiana. Esta obra a caballo entre teatro y musical puso en escena a veintiséis actores y a siete músicos más todos los técnico y ayudantes que sin ningún ánimo de lucro han trabajado durante un año y medio para que este sueño se hiciese realidad. Todo por el empeño que esta fábrica de la cultura tiene en aportar su
grano de arena a combatir la pobreza. El duro esfuerzo hasta llegar al estreno solo ellos lo saben, yo puedo hablarte del resultado que fue un éxito rotundo, llenaron las dos noches el patio de butacas y, aunque hay gustos para todos, el teatro los recompensó con una sonada ovación que a fin de cuentas es lo único que se llevaron. Salí de allí encantada, en ningún momento pensé la repercusión que el argumento de la misma ha hecho estallar. La obra es una adaptación libre que su director hace de otra estrenada allá por los años setenta. La modificación más llamativa y causante de la polémica es que en esta ocasión es un muchacho y no una muchacha el que se enamora del carismático cura que debe convencer a sus feligreses para construir un arca y salvarse de un segundo diluvio universal. Y claro, ha sido poner el tema de la homosexualidad en el centro mismo de la Iglesia y se ha liado. No sé qué diría el papa Francisco de todo esto, lo que sí tengo claro es lo que dirían todos esas personas que viven al borde de la exclusión: que el fin justifica los medios, que el hambre y las necesidades apremian, que la libertad de expresión es lícita, que Jesucristo dejó bien claro que había que darle de comer al hambriento pero nada dijo de la libertad sexual. Ahora salta la noticia: Cáritas ha roto el convenio firmado con esta asociación andaluza de la que recibirían el 70% de la recaudación de todas sus funciones alegando “coherencia con los principios que rigen la iglesia”. No lo entiendo. Mal asunto estando las cosas como están tocar el dedo en esa llaga y que pese más la retrógrada moralina que el gesto desinteresado de toda una compañía y de todo un público que lo que esa noche vimos fue un canto a la esperanza, a la libertad de elección y al amor. Con todos mis respetos, ¡con la Iglesia hemos topado!