Firma Rosario Pérez 100414

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La Firma (SER) 10-04-14 Estoy eufórica, feliz, loca de contenta... Y no precisamente porque me haya tocado el cupón de la ONCE, que más quisiera, sino porque por fin he conseguido ponerle a mi niño la primera dosis de la vacuna de la varicela. No ha sido fácil, se lo aseguro, sino todo lo contrario: una pesadilla, una auténtica odisea que me ha tenido atareada durante varios meses, desde que un día descubrí, navegando por Internet, que la vacuna había desaparecido de la práctica totalidad de las farmacias españolas. O sea, que no sólo no estaba incluida en el calendario oficial y gratuito de vacunación, como ingenuamente yo pensaba, sino que, encima, desde que había terminado el verano, ya ni siquiera era posible adquirirla pasando por caja, como sí que es perfectamente posible (y altamente recomendable) con otras vacunas más recientes y tal vez menos conocidas, como el Prevenar o el Rotatec. El caso es que me puse las pilas, de la noche a la mañana me convertí en mamá-detective y comencé a indagar: en la página web de la Asociación Española de Pediatría, en la de los colegios profesionales de pediatras y farmacéuticos, en mi centro de salud, y hasta en un blog que para mí se ha convertido ya en imprescindible: “Mamás en apuros”, de la algecireña Vanessa Lara, periodista y madre de niños pequeños y, por tanto, mujer con recursos y experta en el arte de llevar para adelante varias cosas a la vez. Así pues, cinco meses después por fin puedo respirar un poco más tranquila: mi hijo, Daniel, ya tiene gran parte de la vacuna puesta, y sus posibilidades de contraer la varicela han disminuido casi en un 80%. De aquí a tres meses, Daniel y yo volveremos a pedir cita en nuestro centro de salud para que le administren la segunda dosis, con lo cual la eficacia del Varivax, que es como se llama el medicamento, rozará ya el 100%. Por supuesto, sobra decir que la segunda caja del Varivax se encuentra fuertemente custodiada en un cajón del frigorífico, en la cocina de mi casa, y que de ahí no va a salir hasta que acabe en el brazo de


mi peque. Ya sé que hay por ahí una “nueva ola” de padres y madres enemigos de la medicina tradicional y de los compuestos farmacológicos, amantes de las herboristerías y de los remedios alternativos, que consideran que todas las vacunas son malas y que hay que dejar que los cuerpecillos de nuestros bebés desarrollen las defensas por su cuenta. Me parece una opción arriesgada, con los tiempos que corren, pero casi todas las ideas son respetables, y allá cada cual con su salud y con la de la carne de su carne. Eso sí, yo, en lo que a enfermedades se refiere, lo tengo bastante claro. Mientras nadie me demuestre lo contrario, una vacuna eficaz me parece la mejor fórmula para hacer frente a enfermedades que ya deberían haber desaparecido de la faz de la tierra, y entre las que se encuentran algunas que pueden provocar complicaciones diversas en el organismo, discapacidades de todo tipo, y, en algunos fatales casos, incluso la muerte. Por muy amante de las hierbas que uno sea, creo que cualquier persona medianamente informada es consciente de que uno se puede morir si contrae el tétanos, por ejemplo, o la meningitis, o la malaria..... Sí, ya sé que muchos piensan que esas enfermedades sólo hacen estragos en los países pobres, en el llamado Tercer Mundo, pero a veces parece que olvidamos que la crisis, la mala alimentación, la falta de higiene.... la pobreza, en definitiva, llevan ya varios años instalándose entre nosotros. Y, junto a ella, junto a esa pobreza silenciosa que se extiende casi sin que nos demos cuenta, enfermedades que parecían casi erradicadas vuelven a coger fuerzas para hacer de las suyas. Tal vez muchos de los enemigos de las vacunas pensarían de forma diferente si viajaran un poquito por el mundo, por algunos países de Africa, de Sudamérica, por la India,... y se toparan de bruces con la cara más fea de la falta de medicamentos. En algunos de esos países yo he visto escenas que mi padre me había contado de la España de la posguerra: mutilados y discapacitados varios por los efectos de la Polio, del Sarampión, de la Rubeola..... Y no hace falta ni viajar: yo misma, con siete años, estuve a punto de quedarme completamente sorda por culpa de una varicela que me atacó con virulencia, que se complicó con una fiebre tan alta que me mandó al hospital, y de la que todavía me acuerdo. Así que me da igual.... Me da igual que los recortes amenacen con convertir algunas vacunas en un artículo de lujo. Mientras yo pueda pagarlo, mientras pueda buscarme la vida, como he tenido que hacer esta vez, aunque tenga que irme a Andorra, o a Francia, o a Portugal, mi hijo no se va a quedar sin ponerse una vacuna que pueda salvarle el oído, o la vista, o la vida. Lo malo es que no todos los padres tienen ni la información, ni los recursos, ni el dinero necesarios como para poder hacer lo mismo. Eso es lo malo, que en este país, en algunos despachos, a más de uno y a más de una se le debería estar cayendo la cara de vergüenza. Rosario Pérez Villanueva


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