Hace apenas unos días tuve la oportunidad de viajar a Frankfurt, gracias a un seminario organizado por la Asociación de la Prensa del Campo de Gibraltar. En esta ciudad alemana, capital financiera de Europa, un grupo de veinte periodistas de la comarca tuvimos ocasión de visitar el Banco Central Europeo, la Agencia europea para los Seguros y las Pensiones de Jubilación, y las oficinas de Empleo del Consulado General de España. Como suele ocurrir en este tipo de viajes, en los que se combinan la formación y el aprendizaje con un poco de turismo y muchos ratos de convivencia entre compañeros, la experiencia resultó tremendamente enriquecedora. El simple hecho de poder asistir a la rueda de prensa del Presidente del Banco, Mario Draghi, junto con los corresponsales de las principales agencias de noticias y de la prensa económica mundial, es ya toda una experiencia en sí misma, y una de esas cosas que no pasan todos los días. Y sin embargo, no son las instituciones europeas que pudimos conocer, ubicadas en modernos e impresionantes rascacielos, las que motivan este artículo; sino la visita a las sencillas y humildes dependencias del Consulado español. El cónsul, Juan José Sanz Aparicio, y el responsable del departamento de Empleo, Angel González, no sólo nos dieron todo tipo de datos e información sobre la situación real de los trabajadores españoles en Alemania, sino que también compartieron con nosotros sus impresiones y su valiosa experiencia sobre el terreno, convirtiendo sus ponencias, y el posterior coloquio, en una verdadera charla entre amigos. Evidentemente, de una u otra forma ya lo intuíamos, pero cuando abandonamos aquellas austeras oficinas, ubicadas en lo que había sido la Casa de España, y salimos al frío de las calles de Frankfurt, a todos nos había quedado ya claro que Alemania no
es El Dorado. Que hay menos paro que en España, por supuesto, pero que no todo el que emigra en busca de un futuro mejor encuentra un trabajo acorde a su capacitación profesional, o, al menos, con un salario digno. Que la cobertura social (especialmente en lo que respecta a la sanidad) no es comparable a la de España. Y que sin el conocimiento del idioma alemán, o, en su defecto, un perfecto dominio del inglés, no hay mucho que hacer. Está claro que esta “segunda” emigración española, aún de plena actualidad tras varios años de crisis, se da en unas condiciones muy distintas de la de los años 60 y 70, cuando la dictadura de Franco decidió facilitar que los españolitos pobres se fueran a trabajar a la pecadora Europa. Aquellos valientes de 18, 19 o veintipocos años, adultos prematuros por necesidad, prácticamente analfabetos o con una formación precaria, nada sabían, en la mayoría de los casos, de lo que les esperaba después largos y fatigosos viajes, sin más aspiración que la de sobrevivir como mano de obra barata, sin saber una “papa” del idioma, y combatiendo la añoranza de lo que dejaban atrás con el consuelo de recibir, de vez en cuando, una carta escrita a mano con noticias de su familia. Hoy, afortunadamente, en éste y otros aspectos, las cosas han cambiado. En el caso, por ejemplo, de Alemania, más del 70 por ciento de nuestros actuales emigrantes son universitarios, la mitad de ellos con másters y cursos de posgrado, se defienden en uno o dos idiomas, y manejan las nuevas tecnologías, comunicándose por Internet, con la tablet o el teléfono móvil, en tiempo real, con la familia y los amigos que dejan atrás. Muchos de ellos ya han viajado antes por Europa, en vuelos de bajo coste que unen países en 3 o 4 horas, y saben, más o menos, lo que les espera. Y aún así, la emigración sigue teniendo una cara triste, como las mañanas nubladas de Frankfurt. Como nos recordaron en el Consulado, la inmensa mayoría de la gente que emigra lo hace por necesidad. Hoy, como en los años 60, los españoles que se lanzan a la aventura alemana, o francesa, o inglesa, suelen hacerlo porque, por más que lo intentan, no consiguen encontrar un futuro en su país. Miles y miles de jóvenes, la generación mejor preparada de la historia de España, que se quedarían aquí si no fuéramos un país con 6 millones de parados, en el que abundan los contratos basura y los sueldos ridículos, mientras la corrupción llena los telediarios y hasta la hermana del Rey va camino de sentarse en el banquillo.