Articulo SER 13 febrero 2014 Hubo una época en la historia de la Humanidad, cuando todavía vivíamos en cuevas, en la que descubrimos el fuego y empezamos a ganarle la batalla a la oscuridad. Las hogueras, primero, y luego las antorchas, las velas, los candelabros... fueron durante miles de años herramientas indispensables para la vida humana. Pero el antes y el después, el punto de inflexión, el verdadero salto adelante en el desarrollo de nuestra especie, se produjo hace poco más de un siglo, en 1879, cuando Thomas Edison inventó la lámpara incandescente de corriente continua y creó la primera bombilla. La electrificación de las ciudades no sólo fue un proceso técnico, sino que implicó un cambio social de magnitudes extraordinarias, y no sólo por el alumbrado, sino también por todos los avances que comenzaron como lujos al alcance de unos pocos, y que, con el paso del tiempo y la consolidación de las democracias, se acabaron convirtiendo en necesidades básicas de una nueva era: la de la sociedad de consumo y el Estado del bienestar. Sí, ya saben, no se trata sólo de encender y apagar bombillas: inventos como la refrigeración, los electrodomésticos, el cine, la telefonía, la propia radio, por poner sólo algunos ejemplos, y, más recientemente, la televisión, los ordenadores, internet.... forman parte de nuestra vida diaria, tal y como hoy la conocemos, al menos aquí, en España y en la vieja Europa, en la Sociedad de la Información, en el hemisferio norte de este planeta llamado Tierra, en nuestra, todavía, pequeña parte privilegiada del mundo. En estos días, en nuestro país, se habla mucho de la luz. Más concretamente, del lío que hay montado con el precio del recibo de la luz, la parte fija de la factura, la parte variable, y la polémica sobre los contadores “inteligentes”. Independientemente de que se pueda estar de acuerdo o no, como consumidores, con