Paola Tobalina La firma 11 de Marzo de 2014 Amaneció y parecía un día cualquiera. Recuerdo el impacto de la primera información sin todavía casi haber abierto los ojos y desconociendo lo que vendría detrás. Emociones que se fueron agolpando y que hoy afloran con toda su crudeza al recordarlo: desconcierto, incertidumbre, desolación, rabia, tristeza; todo caos. Y la voz de Iñaki Gabilondo que con cada anuncio de una nueva explosión se hacía más y más ahogada, más y más profunda, desbordado por las noticias que a cuenta gotas iban llegando a la redacción cargadas de tragedia. Amasijo de cadáveres y más cadáveres en el corazón de nuestra patria que dejaron su vida a medio hacer, a los que la onda expansiva del odio les alcanzó la vida. La barca de Caronte, desbordada, que no da abasto para cruzar la orilla mientras todos quieren volver a despedirse de los suyos a los que ven correr despavoridos de un lado a otro, poderles decir a los que aguarda y lloran rotos de dolor esperando una noticia, decirles dónde están y que aunque es lo que más desean, nunca más van a volver. Dicen que el tiempo lo cura todo y bien cierto es, pero no lo borra. Imposible olvidar. Imposible olvidar las terribles imágenes y también las malas formas de actuar que muchos de nuestros representantes tuvieron, intentando hacer una victoria del dolor y de cuyo entramado seguro que todavía queda mucho por conocer.
Abrazos, besos, citas, proyectos; abuelos, padres, hijos, hermanos, parejas, amigos…todo fue arrasado por las brutales explosiones que aquella mañana del once de marzo de 2004 hicieron saltar por los aires tantos y tantos sueños ya rotos. Hoy, diez años después este vals suena para recordarlos, para que allá donde estén sepan que no los hemos olvidado, un vals que es un hombro donde solloza la muerte, donde hay un bosque de palomas disecadas. Este vals que se muere en los brazos con la boca cerrada.