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Editorial: Formar verdaderos sacerdotes

Editori alFormar verdaderos sacerdotes Dios siempre, en cada época y según las necesidades de la Iglesia, suscitó la figura adecuada para reformar y dirigir a la Iglesia por el camino recto. Ocurrió con San Benito, durante el colapso del Imperio Romano, en que el mundo civilizado parecía declinar hacia la barbarie; ocurrió con San Ignacio de Loyola, cuando varias naciones de Europa parecían perdidas por el protestantismo; ocurrió también en el momento del Concilio Vaticano II, cuando se quiso adaptar la doctrina de la Iglesia al liberalismo y los resultados fueron mucho peores que los de la Revolución: decenas de miles de sacerdotes, religiosos y religiosas abandonaron sus compromisos, los seminarios y noviciados se vaciaron, el vandalismo invadió las iglesias, los altares fueron destruidos. Frente a esta hecatombe espiritual, la Providencia levantó la figura del obispo Marcel Lefebvre. ¿Cuál fue su reacción, su propósito? Fundar una congregación dedicada a la formación de verdaderos sacerdotes católicos e inspirar en ellos el espíritu de la Iglesia. El espíritu de la Hermandad es, ante todo, el de la Iglesia, y se puede resumir en tres puntos, según las mismas indicaciones de nuestro fundador: 1.- Espíritu sacerdotal. Lo que guió a la Iglesia durante veinte siglos fue la importancia que se le dio al Sacrificio de Nuestro Señor y, por consiguiente, al Sacerdocio. Profundizar este gran misterio de nuestra fe que es la Santa Misa, tener por él una devoción sin límites, ponerlo en el centro de nuestros pensamientos, de nuestros corazones, de toda nuestra vida interior, será vivir el espíritu de la Iglesia. Toda la Escritura está orientada hacia la Cruz, hacia la Víctima redentora; toda la vida de la Iglesia está orientada hacia el altar del Sacrificio y, por lo tanto, su principal preocupación es la santidad del Sacerdocio. Este espíritu sacerdotal ayudará a oponerse a uno de los fenómenos más dolorosos de nuestra época, que es la profanación, la desacralización, llevada a cabo a través del laicismo, del ateísmo y del racionalismo, pero por desgracia, también por los mismos clérigos. La Hermandad, inmersa en el ambiente de estas sociedades laicas, se consagra a manifestar a Nuestro Señor Jesucristo, resucitando el verdadero espíritu de la Iglesia, la mística Esposa de Nuestro Señor, y devolviendo el honor a las personas consagradas y a las cosas sagradas, porque lo sagrado, lo divino, inspira respeto. 2.- Espíritu litúrgico. A través de la liturgia la Iglesia ha podido presentarnos y hacernos vivir los misterios de nuestra fe de una manera verdaderamente divina que cautiva los corazones y eleva las almas, disponiéndolo todo con el amor de una madre misericordiosa. Todo es motivo de edificación en los lugares sagrados, en las ceremonias, en los adornos, en los cantos, en la elección de las oraciones del Misal, del Breviario, del Pontifical y del Ritual. Las consecuencias de este amor por la Liturgia se manifestarán en el cuidado de la belleza y la limpieza de los lugares sagrados, del ajuar del altar, de los objetos destinados al culto. También se manifestarán en la belleza de las ceremonias, de los cantos, en la regularidad y la edificante recitación del oficio divino. Esto se ve de manera muy particular en nuestros seminarios, donde

nada es pequeño, nada es insignificante, al servicio de tal Señor y Rey. Como los actos de la liturgia son actos públicos y no de devoción privada, Mons. Lefebvre siempre insistió en llevarlos a cabo de acuerdo con el espíritu y la voluntad de la Iglesia, y no según nuestros caprichos. La liturgia es un medio de apostolado muy eficaz. Si es sobre todo la alabanza a la Santísima Trinidad, la ofrenda y el sacrificio, la fuente de la vida divina, es también la catequesis más viva, la más eficaz. 3.- Espíritu contemplativo. Los efectos del altar y de la Eucaristía tienden a alejar al alma del mundo, a hacerla despreciar las cosas fugaces y materiales para aferrarse a lo eterno y espiritual, a experimentar un gran horror del pecado, una profunda contrición de sus faltas y un inmenso deseo de expiación para sí misma y para los demás. Mons. Lefebvre dijo: “¡Cómo debemos desear que todos los miembros de la Hermandad tengan sed de vida contemplativa, es decir, de esta visión sencilla y ardiente de la Cruz de Jesús; que todos adquieran el espíritu de oración, de vida interior, la imagen de Nuestro Señor mismo, que vivió treinta de sus treinta y tres años alejado del mundo!”. Para Monseñor, el apostolado externo, los catecismos, las reuniones, las conferencias, etc., pronto se volverán estériles sin el apostolado fundamental que mantiene una constante unión con Nuestro Señor. Por eso la Hermandad ofrece a sus miembros una estructura, un reglamento, una vida de comunidad, que los mantiene en el verdadero apostolado a través de una feliz armonía entre la vida de apostolado espiritual y la vida de apostolado exterior. La Iglesia también insiste en la oración del sacerdote, en su breviario, en su oración diaria, para que el alma del sacerdote sea enteramente de Jesús, y para que realice los cuatro fines de la oración: alabanza, acción de gracias, súplica y propiciación.

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Esta fue la obra de Monseñor Lefebvre. Como él mismo decía: “No es ni orgullo ni suficiencia decir que Dios, en su misericordiosa Sabiduría, salvó la herencia de su sacerdocio, de su gracia, de su Revelación a través de estos dos obispos [Mons. CastroMayer y él mismo, obispos consagrantes el 30 de junio de 1988]. No fuimos nosotros los que nos elegimos, sino que fue Dios quien nos guió para salvaguardar todas las riquezas de su Encarnación y Redención. Aquellos que piensan que deben minimizar estas riquezas e incluso negarlas no pueden sino condenarnos, lo que sólo confirma su cisma contra Nuestro Señor y su Reino, por su laicidad y su ecumenismo apóstata”.

A sacerdote santo, se ha dicho, corresponde pueblo fervoroso; a sacerdote fervoroso, pueblo piadoso; a sacerdote piadoso, pueblo honesto; a sacerdote honesto, pueblo impío. Los fieles se encuentran normalmente siempre en un grado inferior. ¿Es eso acaso una exageración? San Alfonso Mª de Ligorio apoyaba este pensamiento: “Las buenas costumbres y la salvación de los pueblos dependen de los buenos pastores. Si al frente de una parroquia hay un buen párroco, pronto se verá en él la floreciente devoción, los sacramentos atendidos, la oración mental practicada. De ahí el proverbio: Qualis pastor talis parochia: tal pastor, tal parroquia”.

En estas trágicas circunstancias de pérdida de la fe, degradación de las costumbres, debilitamiento del sentido sacerdotal, roguemos a Nuestra Señora que proteja su Hermandad, sus sacerdotes y miembros, sus fieles, a todos aquellos que, incluso a distancia, están atentos e interesados en la tradición de la Iglesia. Pidamos también a Monseñor Lefebvre que interceda por nosotros y nos ayude a continuar esta lucha por la santificación de los sacerdotes y el reinado social de Nuestro Señor. m

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