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Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la Hermandad

Carta del Superior General a los miembros y fieles de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, con motivo del 50° aniversario de su fundación

Queridos miembros y fieles de la HSSPX, Es una alegría muy real para mí poder hablarles en este momento tan especial de la historia de nuestra Hermandad, que es la celebración de su Jubileo de Oro.

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Este 50° aniversario de la Hermandad Sacerdotal de San Pío X es ante todo ocasión de real y profunda acción de gracias. A Dios, ante todo, que no deja de apoyarnos y colmarnos a pesar de nuestras pruebas, y que nos fortalece en medio de estas mismas pruebas: si nunca ha faltado la cruz en este medio siglo de historia, hemos de ver en esto la prueba de una benevolencia muy particular de la Providencia, que sólo permite los males para la edificación de su reino y la santificación de sus fieles servidores.

También a nuestro fundador, que supo trasmitirnos los tesoros más preciosos de la Iglesia con la llama ardiente de una caridad intrépida, iluminada por una fe profunda y sostenida por una esperanza infalible en la caridad de Dios mismo: “ credidimus caritati” .

Este 50° aniversario también nos invita a hacer un balance de nuestra situación actual: ¿sigue viva esta llama que hemos recibido de nuestro fundador? Expuesta a todos los vientos de una crisis indefinidamente prolongada, tanto en la Iglesia como en la sociedad en su conjunto, ¿no está esta preciosa antorcha en peligro de flaquear y de debilitarse?

Por un lado, las luchas de todo tipo, que duran y cuyo final no se ve, corren el riesgo de cansarnos: ¿de verdad tenemos que seguir luchando todavía? Por otro lado, después de medio siglo de luchas, la Hermandad San Pío X puede encontrar que está cómodamente instalada y que goza de relativa tranquilidad.

6 Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la HSSPX Tal instalación y tranquilidad, ¿no constituyen algún peligro? ¿No tenemos que reavivar esta llama, que a su vez tenemos que transmitir a los que nos siguen?

No es algo superfluo comprobar si seguimos teniendo muy presente la razón de ser de nuestra Hermandad y proseguimos su verdadero objetivo, usando bien los medios que tenemos a nuestro alcance para conseguirlo. Incluso es fundamental si queremos poder continuar con el mismo impulso de estos primeros 50 años.

1. ¿La Hermandad tiene que ser militante?

Las circunstancias providenciales en las que Dios quiso suscitar a la HSSPX, que son las de la terrible crisis en la que está sumida la Iglesia desde hace 60 años, nos han obligado a ocupar un lugar muy especial en lo que ha tomado la forma de un verdadero combate. Podemos decir que ser militante constituye un poco la característica de la Hermandad: desde que empezó ha tenido que luchar con fe, con valor y con perseverancia contra los enemigos de la Iglesia. Pero no debemos equivocarnos sobre la profundidad de esta lucha que, si lo pensamos bien, no tiene nada de excepcional ni original. Porque está en la naturaleza de la Iglesia misma, aquí en la tierra, el ser militante. La Hermandad es de la Iglesia, y por eso es necesariamente militante. ¿Cuál es nuestro combate? Fue desde el principio, y desde luego, lo sigue siendo hoy, el combate por la preservación del sacerdocio. Y con él, el combate por la Misa, o sea, el combate por la preservación de la liturgia. También es, claro, el combate por la fe, o sea, por la defensa de la doctrina, trágicamente amenazada incluso en Roma por la apostasía galopante de nuestro siglo. Finalmente, y como para resumir todo esto, se trata del combate por Cristo Rey, es decir, por

«Es más que evidente que el más elemental de los deberes es proteger a su rebaño de los lobos que lo rodean y cazan al de los mercenarios que los abandonan, según las enseñanzas del Buen Pastor por excelencia. Guardemos la integridad de nuestra fe en las disposiciones de humildad y de sumisión hacia la autoridad divina que se ha transmitido hasta nosotros inmutable a través de los siglos hasta nuestros días». Mons. Marcel Lefebvre

el reinado de Nuestro Señor en las almas y en las naciones.

Pero hemos de entender lo que eso significa... y no detenernos en el camino. ¿Cuál es el verdadero alcance de estas luchas que hemos enumerado? ¿Cuál es la razón de ser de la lucha por la Misa y por

Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la HSSPX 7 el sacerdocio, la de la lucha por la fe y la de la lucha por Cristo Rey? Esta realidad constituye la meta misma de toda la Iglesia, y el motivo último de todas las luchas que ha tenido que librar a lo largo de su historia: es la vida espiritual y la vida de unión íntima con Nuestro Señor, Rey.

La Hermandad ha de tener esto muy presente: el desarrollo de la vida espiritual en nuestras almas es la verdadera razón de su existencia providencial. Así no hace sino inscribirse en una lucha que es más grande que ella, que la supera y que es en verdad la de Jesucristo y de su Iglesia desde siempre: “Yo he venido para que tengan la vida, y que la tengan en abundancia ” (Jn 10, 10). Si nos encontramos en esta gran lucha, y si estamos luchando en nuestro lugar, es, en definitiva, para unirnos a Nuestro Señor. ¡Su reinado es esto! Y no se trata de una idea abstracta: es una unión concreta, efectiva e íntima. ¡Es una vida!

Mons. Lefebvre insistía magníficamente en esta idea: “Toda nuestra Hermandad está al servicio de este Rey: no conoce a otro, no tiene pensamiento, amor, actividad excepto para Él y para su reinado, su gloria y la culminación de su obra redentora en la tierra ”(1) . No tenemos otro objetivo ni ninguna otra razón para ser sacerdotes, sino la de hacer reinar a Nuestro Señor Jesucristo: así es como llevamos vida espiritual a las almas ”(2) .

En cambio, si por costumbre o por cansancio nos vamos debilitando en este combate por la vida de unión con Jesucristo, entonces no sólo estamos menos disponibles para la lucha esencial, sino que también perdemos de vista la razón de ser de las luchas que queremos liderar valientemente por la Misa y el sacerdocio, por la doctrina y por Cristo Rey.

2. ¿Qué es la vida espiritual?

La vida espiritual no es sino la vida de nuestra alma, para la que Dios nos creó, y que nos hará felices por la eternidad: es la vida eterna, que comienza ya en este mundo. Ahora bien, ¿qué definición nos da nuestro Señor de esta vida? “La vida eterna es que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que has enviado, Jesucristo ” (Jn 17, 3). La vida espiritual consiste, pues, en conocer a Dios, en conocer a Jesucristo: su «No tenemos ni que ceder al desánimo ni frenar nuestro combate para contribuir, en la medida de nuestra dimensión y de nuestras fuerzas, al restablecimiento del reinado de Nuestro Señor Jesucristo en los corazones, en las almas, en las familias y en las naciones, de modo que así se restaure la civilización cristiana, puesto que El mismo nos lo ha asegurado: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16, 18)». Mons. Marcel Lefebvre

8 Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la HSSPX persona, su divinidad, sus virtudes y la salvación que nos trae. Conocerlo para imitarlo, y así acceder a la salvación.

No se trata del conocimiento puramente especulativo del científico o del experto en teología de la Biblia. Se trata de un conocimiento sobrenatural, por la fe y la gracia, de Aquel que es “Camino, Verdad y Vida ” (Jn 14, 6). Un conocimiento que constituirá la base de esta vida que ha de florecer, en una profunda intimidad con Nuestro Señor, en caridad ardiente: “Creer no es sólo entregar la mente a la verdad, sino también entregar toda el alma y todo el propio ser a quien le habla... y que es esta misma verdad. Creer es vivir... y esta Vida es la Vida misma: “Creed en mí, dice Jesús. El que cree en Mi tiene vida eterna ”(3) .

De esta manera, el alma siempre se deleita más con el amor de quien se ha hecho todo para ella: cuanto más lo conoce, más lo ama; y cuanto más lo ama, más progresa en su conocimiento que tiene de él. La fe y la caridad se nutren y el alma se transforma así para parecerse cada vez más a su modelo divino.

Entonces el alma se libera de las cadenas que impiden su marcha hacia la salvación. Desde el pecado original, el hombre caído ha tendido a relacionarlo todo consigo mismo: sólo se conoce a sí mismo, sólo se interesa por sí mismo y vive como encerrado en sí mismo... hasta el punto de olvidar a Dios.

Pero cuando Dios, mediante el bautismo, inaugura en este hombre su obra de salvación, le da este conocimiento de la fe y obra por su gracia para hacer que se vuelva semejante a Él, el hombre comienza a traer todo de regreso a Cristo: pronto ya no conoce más que a Él, Vive en Él, centrado en Él... hasta el punto de olvidarse de sí mismo. Este es el ideal «Esta idea de libertad, que es licencia y no una verdadera libertad, que se le ha dado a todas las ideologías, significa envenenarse a sí mismo poco a poco y corromper la verdad. Nuestro Señor Jesucristo es esta verdad: o se la admite o no se la admite. Si no se admite que Nuestro Señor Jesucristo es la verdad, por el hecho mismo no hay ley ni moral, todo se acaba poco a poco, aunque evidentemente toma tiempo. No se destruye una civilización cristiana en unos años, pero cuando se admite el principio de esta libertad, poco a poco la corrupción va avanzando cada vez más.». Mons. Marcel Lefebvre cristiano como tal. Permite superar todos los obstáculos, hasta que nuestro Señor sea verdaderamente la Vida de un alma completamente llena de Él. Es la verdadera y definitiva libertad realizada por Aquel que es la Verdad Eterna. Si es verdad que en el Cielo, en la vida eterna, nuestro Señor, colmará plenamente nuestra alma, y que entonces, para la innumerable cantidad de todos los ángeles y todos los santos, será realmente todo; y si es verdad que esta vida eterna comienza en este mundo con la vida espiritual, entonces no es de extrañar que nuestro Salvador ya quiera ocupar en ella gradualmente todo el lugar.

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Por supuesto, todavía no vemos a Dios en la tierra, mientras que en el cielo lo veremos cara a cara: nuestra fe no es un conocimiento absolutamente perfecto de Dios... Pero la caridad por la cual estaremos eternamente unido a Él no difiere de aquello por lo que ya lo amamos en la tierra. Y Él se convierte ya en todo para nosotros cuando realmente lo amamos con todo nuestro corazón, alma, fuerza y mente. Esto, hasta el don total de nosotros mismos.

Sería un error creer que esta maravillosa vida sólo es accesible para una élite espiritual. Nuestro Señor quiere comunicarse a todos. Este conocimiento cada vez más amoroso del Verbo Encarnado no es sino el desarrollo del don de entendimiento que reciben todos los bautizados y confirmados. Y el motivo por el que hemos sido creados es para recibirlo y vivir de él.

3. Los medios necesarios para esta Vida espiritual

rarnos de Él. Esta es la espiritualidad del evangelio. Y este ideal unifica perfectamente la vida del cristiano: como está unido a la persona de nuestro Señor, y como el Hijo de Dios es el eje de su vida, en torno al cual giran todas sus preocupaciones y todos sus actos, el cristiano está unificado. En efecto, es nuestro Señor el que constituye el principio de su unidad interior. «Cuando a un alma se le da el bautismo, el Espíritu Santo, el Espíritu de Nuestro Señor, toma realmente posesión de ella. Retírate de este niño, espíritu inmundo, y da lugar al Espíritu Santo. Realmente es el Espíritu de Nuestro Señor. Es todo un programa de vida y un programa de espiritualidad muy enriquecedor, desde luego, y al mismo tiempo muy consolador para nosotros».

Ahora bien, ¿cómo se nos comunica este conocimiento de la fe? ¿De qué manera florece luego en una vida de caridad, para hacernos semejantes a Cristo? A través de los sacramentos. Por medio de la Misa.

O sea, a través de estos canales de gracia, que permiten a Nuestro Señor Jesucristo incorporarnos a Él.

Por gracia, nuestro Señor vive en nosotros y nos hace vivir en Él. Y cuanto más crece esta gracia, más ocupa todo el espacio nuestra vida de intimidad con Jesucristo, para que nada pueda sepa-

Mons. Marcel Lefebvre

Así que este es nuestro combate: permitir que nuestro Señor Jesucristo sea la totalidad de nuestra vida espiritual, el principio de todos nuestros pensamientos, de todas nuestras palabras y de todas nuestras acciones. Y por eso estamos llevando a cabo el combate por la Misa: para que nuestras almas puedan ser santificadas mediante la gracia. Esta es la razón por la que combatimos por la fe: que las almas conozcan a su Salvador para amarlo más y servirlo mejor. Esta

10 Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la HSSPX es la razón por la que combatimos por el reino de Cristo: para que las almas puedan servirle y estar perfectamente unidas a su Rey.

Ahí está realmente el espíritu de la cruzada que nuestro fundador lanzó en 1979, con motivo de sus 50 años de sacerdocio, a partir de su larga experiencia misionera: “Por poco que estudiemos el motivo subyacente de esta transformación [de los paganos como de los cristianos] vemos que es el sacrificio. [...] Tenemos que hacer una cruzada, apoyados en el santo sacrificio de la Misa, en la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, apoyados en esta roca invencible y en esta fuente inagotable de gracias que es el santo sacrificio de la Misa, para recrear la cristiandad. Y veremos cómo florece nuevamente la civilización cristiana, una civilización que no es para este mundo, pero que conduce a la ciudad católica del cielo ”(4) . Esta cruzada es realmente la nuestra: militar espiritualmente, apoyándonos en la Misa, para que la vida de Jesucristo se comunique a las almas y a la sociedad en su conjunto. ¿Qué sucede, en cambio, cuando cesa este combate por la vida espiritual?

4. Hombre moderno abandonado a sí mismo y sin puntos de referencia

Para responder a esta pregunta, basta con mirar al hombre moderno. Nos llama la atención la falta de unidad que caracteriza su vida: este hombre ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va; ya no tiene puntos de referencia, descentrado, desgarrado y dividido en sí mismo. Si la fe no queda totalmente evacuada de su vida, sólo forma una parte de ella; ya no es su vida. El hombre mo«El espíritu de la Fraternidad es ante todo el de la Iglesia, y por tanto sus miembros, sacerdotes, hermanos, hermanas, oblatas, terciarios, se esfuerzan por conocer cada vez mejor el Misterio de Cristo, tal como lo describe San Pablo en sus epístolas, y especialmente en las dirigidas a los Efesios y a los Hebreos. Descubriremos entonces lo que ha guiado a la Iglesia durante veinte siglos, y comprenderemos la importancia que da al Sacrificio de Nuestro Señor y, por consiguiente, al Sacerdocio. Profundizar este gran misterio de nuestra fe que es la Santa Misa, tener por él una devoción sin límites, ponerlo en el centro de nuestros pensamientos, de nuestros corazones, de toda nuestra vida interior, será vivir del espíritu de la Iglesia». Mons. Marcel Lefebvre derno quiere absolutamente beneficiarse de una esfera libre e independiente. Quiere poder tener un espacio en el que no tenga que dar cuentas a nadie, ni siquiera a Dios. Así, por ejemplo, vemos que la ciencia moderna afirma que es capaz de afirmarse sin que la fe la juzgue, llevando la audacia a punto de juzgar a la misma fe. De este modo, vemos la educación y la moralidad modernas libres de todo principio, buscando libremente el fin que quieren y, en última instancia, terminando en la desarmonía más caótica.

Y así vemos igualmente que la política laicista destierra absolutamente la fe y lo sobrenatural de toda la vida social.

Estas semillas de apostasía, por las que nuestro Señor queda concretamente evacuado de la vida de los hombres, esta ausencia de principio que conduce a la deconstrucción y al caos, vuelven realmente imposible cualquier vida espiritual unificada, sencilla y centrada en Jesucristo. Se trata de la liberación insolente y provocativa de la realeza del Salvador. Es el rechazo desdeñoso de sus demandas reales sobre los individuos y las sociedades. Nuestro Señor forma tal vez aún parte de la vida del hombre moderno... pero ya no es su vida, ya no tiene una influencia total sobre este hombre y ya no es el principio de toda su actividad... La unión plena de este hombre con Jesucristo se vuelve, por tanto, imposible.

5. El corazón de la crisis en la Iglesia: apertura al mundo y a su espíritu

Ahora bien, lo que hace dramática la crisis en la que nos encontramos hoy es que la Iglesia, desde hace 60 años, optó por acoger este ideal moderno y entrar en esta concepción de un universo donde nuestro Señor sólo ocupa un lugar relativo. Desde que la Iglesia se ha convertido en abanderada de la libertad religiosa, ya no se reconoce su realeza total: al reconocer una esfera autónoma a la persona humana, un derecho a vivir según su conciencia individual y sin coacción, la jerarquía eclesiástica ha llegado a negar prácticamente los derechos de Jesucristo sobre la persona humana. De hecho, desde que la Iglesia decidió reconocer en el hombre, en nombre de su supuesta dignidad, la libertad de elegir o rechazar a nuestro Señor, se ha replanteado no solo su realeza, sino su misma divinidad. De esta forma, los hombres de Iglesia silencian al mismo Salvador que dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida ” (Jn 14, 6). Incluso hacen mentir a San Pedro, que proclama: “No hay salvación en ningún otro; por-

que no hay otro nombre debajo del cielo dado a los hombres, en el que podamos ser salvos ” (Hechos 4, 12).

Por tanto, sin prejuzgar las gracias personales que Dios sigue siendo libre de dar a cualquier persona, se ha vuelto casi imposible, en la Iglesia de hoy, co-

«Inmunidad de toda coacción exterior dice el Concilio. No habla de coacción física sino de coacción moral. Ahora bien, ¿acaso no es una coacción moral cuando Nuestro Señor dijo: Si no creéis, seréis condenados? La condenación de la que se trata es el infierno. Se trata, pues, de una coacción moral que hace temblar a quien lo escucha: si no crees, es el fuego del infierno para siempre. Según esto, ¿Nuestro Señor no tendría derecho a hacerlo? Según los principios de la Declaración sobre la libertad religiosa, hay libertad para seguir su conciencia. Fuera coacción. De modo que los padres no tienen derecho a coaccionar a sus hijos... Quizás no va a querer ser bautizado..., y todo los demás. De esta falsa concepción de la dignidad humana se derivan, evidentemente, consecuencias increíbles». Mons. Marcel Lefebvre

Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la HSSPX nocer plena y verdaderamente a nuestro Señor, su divinidad, su realeza y todos sus derechos, y la salvación que nos trae. Por eso se ha vuelto prácticamente muy difícil vivir la vida espiritual que se deriva de ello. ¡Tal es la gravedad de la crisis en la que nos encontramos! No son sólo la Misa, los sacramentos y la fe, los que están en peligro: sino, a través de todo esto, la vida de unión con nuestro Señor, que todos estos medios se destinan a proporcionarnos. La que se ve trágicamente comprometida es la finalidad misma de la Iglesia, el objetivo final de la vida cristiana.

Nuestro fundador observaba con desolación: “Ya no transmiten a Nuestro Señor Jesucristo, sino una religiosidad sentimental, superficial, carismática. [...] Esta nueva religión no es la religión católica; es estéril e incapaz de santificar la sociedad y la familia ”(5) .

6. La espada desafilada del evangelio

¿Cómo ha podido la Iglesia llegar a esta situación catastrófica? ¿Cómo es posible que haya ocurrido un trastorno así, y que tales ideas hayan podido ser concebidas en la Iglesia, en contra de la doctrina y de la fe de siempre?

Es, lamentablemente, por una muy sencilla razón: esta vida espiritual de la que hemos hablado es objeto de un combate; un combate, que es el de cada alma en particular que trata de prolongar el reino de Cristo en sí misma, y es también y ante todo la de toda la Iglesia. Es un conflicto general en el que se enfrentan la Iglesia y el mundo, y en el que lo que está en juego, precisamente, es esta unión de las almas con Cristo. Ahora bien, esta lucha es difícil, ardua y permanente: comenzó al principio, en Pentecostés, y durará tanto como este mundo. Por lo tanto, además de las dificultades

«Satanás es homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la mentira en las herejías, en todas las falsas filosofías y en las palabras equívocas que son la base de las revoluciones, de las guerras mundiales y de las guerras civiles. No deja de atacar a Nuestro Señor en su cuerpo místico que es la Iglesia. En el transcurso de la historia ha empleado todos los medios, y uno de los últimos y más terribles ha sido la apostasía oficial de las sociedades civiles. El laicismo de los Estados ha sido, y sigue siendo, un inmenso escándalo para las almas de la gente. Por este camino, Satanás ha conseguido poco a poco secularizar y quitar la fe a muchos miembros de la Iglesia y del Estado, hasta el punto de que esos falsos principios de separación de la Iglesia y del Estado, de libertad religiosa, de ateísmo político y de la autoridad como algo que emana de los individuos han acabado por invadir los presbiterios, los curias episcopales y hasta el Concilio Vaticano II».

Mons. Marcel Lefebvre

inherentes a esta lucha, existe una dificultad especial que es la de su duración: ¡pues bien!, simplemente nos cansamos. Poco a poco, este ideal de vida espiritual, con todas sus exigencias, se ha ido desvaneciendo. Cada vez más, los cristianos han encontrado demasiado

difícil luchar; han dudado en entregarse totalmente a la gracia de Jesucristo para que los transformara y salvara; ya no han querido su reinado y las limitaciones de su amor por ellos; ya se han cansado de tener que resistir siempre a las seducciones del mundo, que día y noche conspira contra el establecimiento de este reino de Cristo en nuestras almas; han silenciado a San Pablo que les decía: “No os conforméis con este siglo ” (Rom. 12, 2). Y finalmente se han desanimado. Ante la continua agresión del mundo, los cristianos lamentablemente han presentado una debilidad culpable. Su catolicismo se ha vuelto tímido, conciliador y conciliar, liberal y terreno. Su forma de vida se ha vuelto mundana. El sacrificio, esa característica profunda de toda auténtica vida cristiana, ha sido desterrado.

Las justificaciones doctrinales vinieron en ese momento a reforzar esta flaqueza y este cansancio: “¡Nunca más la guerra!” Y se pusieron a creer en la paz del mundo, en la armonía universal entre todos los creyentes, en esa quimera de un catolicismo reconciliado con el mundo. “Mi paz os dejo, mi paz os doy ” —dijo Jesucristo—; no os la doy como la da el mundo ” (Jn 14, 27); pero para ya no tener enemigos, han preferido rechazar su ofrecimiento y trabajar sin Él por una paz sin fundamento. No importa si no le gusta: es más fácil, menos exigente y más cómodo complacer al mundo.

Porque el ideal cristiano de unión con Cristo es así cada vez menos posible de vivir, en una Iglesia desfigurada que lo abandona y lo ignora cada vez más, es fundamental entender que es a ese nivel al que la Hermandad, hoy igual que ayer, tiene el deber de luchar, a toda costa.

Ahora bien, este peligro de abandonar a nuestro Señor para conformarse al mundo siempre ha existido: desde el

Huerto de los Olivos, los amigos más fieles del Salvador siempre se han enfrentado a esta prueba. Esta lucha por la fidelidad es una misión cotidiana. ¿Podemos decir que la Hermandad le es fiel?

7. ¿La Hermandad es totalmente inmune?

Es un peligro real para nosotros, después de 50 años de crecimiento, creer que, dado que la Hermandad ha quedado ahora bien establecida, la Tradición se puede guardar más fácilmente y se puede preservar con más comodidad. Y que la vida cristiana hoy es más fácil y menos exigente. Nada más lejos de la verdad: la exigencia de una vida espiritual, de una Vida interior, de una vida de unión con Cristo exige una lucha diaria, una lucha generosa contra la seductora

14 Carta del Superior General con motivo de los 50 años de la HSSPX tentación de comprometernos con el mundo.

“La noción de sacrificio es una noción profundamente cristiana y profundamente católica ” , nos recordaba el arzobispo Lefebvre en su sermón de 1979. “Nuestra vida no puede prescindir del sacrificio, ya que nuestro Señor Jesucristo, el propio Dios, ha querido asumir un cuerpo como el nuestro y decirnos: “Sígueme, toma tu cruz y sígueme si quieres ser salvo ” .

Constituye también un peligro, después de 50 años de lucha, dejarse conquistar por ese cansancio y desánimo que han llevado a las almas a perder paulatinamente el sentido de la vida cristiana, y a no ver ya las razones profundas que habían motivado sus esfuerzos que siguen siendo necesarios.

Por tanto, es fundamental que esta vida verdaderamente cristiana siga siendo nuestro objetivo constante, y que hagamos cada día todo lo que esté a nuestro alcance, con la ayuda de la gracia, para hacer posible esta vida de caridad con nuestro Señor, que le permita a nuestro Salvador conquistar nuestra alma y eliminar todos los obstáculos que impiden el establecimiento de su reino en nosotros. El combate espiritual, diario, apoyado por la esperanza cristiana, es esencial si queremos ser verdaderamente fieles a Cristo. Entonces vivirá realmente en nosotros, y seremos para Él como una humanidad de añadidura en la que podrá tributar libremente a su Padre el honor y la gloria que le son debidos.

Si no le damos a nuestro combate esta dimensión profunda, corremos el riesgo de llevar una lucha puramente abstracta: nuestras batallas doctrinales serán sólo contiendas cerebrales, especulativas y desencarnadas. Las ideas se enfrentarán a las ideas, sin que nuestra vida moral quede iluminada por la claridad de nuestra fe. Nuestro combate por «Hoy en día, la gente se pone a rezar cuando las bombas empiezan a caer o cuando hay otros peligros graves; entonces es cuando se ponen a temblar y empiezan a pensar en Dios. Pero estamos en un momento en que las bombas nos están cayendo encima y estamos a punto de perder la fe. Perder la vida del alma es mucho peor que perder la del cuerpo. Por eso, recemos y sepamos hacer penitencia. Debemos saber privarnos de televisión; hay que romper con la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida y de los honores. Hay que saber hacer penitencia, rechazando todo lo excesivamente mundano y todo lo que halaga la carne y todas esas modas indecentes. Todas esas cosas deben ser absolutamente proscritas para los verdaderos cristianos. Si no, no obtendremos las gracias de Dios necesarias hoy para nuestra salvación, e iremos siempre de desgracia en desgracia». Mons. Marcel Lefebvre la Misa se volverá en algo estético: defenderemos la liturgia tradicional por la sencilla razón de que es más hermosa y más recogida. ¡Eso es verdad! Pero no es la razón por la que la defendemos: sino,

más profundamente, porque es el medio por excelencia para dar a conocer a los hombres el amor de nuestro Señor en el altar; el medio por excelencia de entrar de lleno en el mismo amor y en el mismo sacrificio, a través de la adoración y el don de uno mismo: ¡este es el motivo último del combate por la Misa; y este es el verdadero significado de la palabra “Tradición ”!

Mientras este ideal de la vida espiritual siga siendo profundamente nuestro, y mientras, día a día, permitamos que la gracia del Salvador nos vaya transformando a la semejanza de Jesucristo, nuestra fidelidad a los combates de la Tradición quedará asegurada y vivida. Es este ideal, encarnado en una Vida verdaderamente animada por este espíritu, el que garantizará a los miembros y fieles de la Hermandad la fuerza y la vitalidad necesarias para su constancia en el servicio de Cristo Rey.

8. ¿Cómo prepararse para la victoria final?

¿Cuánto tiempo durará esta crisis en la Iglesia? Más importante aún, ¿por qué Dios permite que siga durando todavía? ¿Qué espera de nosotros? Hemos dicho todo sobre la nocividad de la Nueva Misa; lo hemos dicho todo sobre los errores de la libertad religiosa, el ecumenismo, etc.; ¿qué queda por decir? ¿Qué falta para que la Tradición vuelva a ser puesta en su lugar de honor en la Iglesia?

No hay nada nuevo que decir, especulativamente. Aunque es evidente que hemos de seguir sin callar predicando la verdad y denunciando los errores del Concilio Vaticano II. Pero, por otro lado, queda algo que dar, concretamente: esta es la batalla fundamental. Esta situación, con sus dificultades, exige de cada uno de nosotros un esfuerzo por ofrecer a nuestro Señor algo más último y más radical de lo que ya le hemos podido

dar: se trata del don incondicional de nosotros mismos.

Esto es precisamente lo que nos pide Nuestro Señor, y para conseguirlo permite que esta crisis continúe: en su bondad, todavía nos concede tiempo. ¡No para cansarnos! ¡No para aburguesarnos! Sino para que nos demos más generosamente. Dios aprovecha este tiempo para que podamos entregamos más a su Providencia y a su amor: después de todo, como esta batalla es la suya, ¡en sus manos está la hora de la victoria! En cuanto a nosotros, seamos fieles mientras le plazca probarnos. La crisis es necesaria para provocar entre los amigos de nuestro Señor una reacción más virtuosa y más heroica contra los ataques de sus enemigos, para despertar las almas que la prueba hará más generosas, más entregadas y más dóciles a las conquistas de su gracia. En resumen: más santas. ¡Entonces surgirá, muy viva, la llama que queremos transmitir a su vez a quie-

nes continuarán mañana este combate que es el suyo!

Les animo a esta generosidad. A través de la Misa, la recepción ferviente de los sacramentos —especialmente el de la Eucaristía— , mediante el espíritu de sacrificio, mediante la oración, es como el conocimiento y el amor del Verbo encarnado crecen en nuestras almas; que la gracia de Nuestro Señor Jesucristo nos sostiene en nuestro combate espiritual y nos transforma a su imagen; que nuestras almas se van haciendo una con Él y que, cuando todo haya sido devuelto a Él, podamos decir como San Pablo: “He renunciado a todas las cosas, considerándolas basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en Él con la justicia que proviene de la fe en Cristo Jesús; para conocerlo a Él y la virtud de su resurrección y la comunión de sus padecimientos, configurado con su muerte ”(cf. Fil. 3, 8-10).

Estas pocas palabras de san Pablo resumen bien todo lo más valioso que nos legó Mons. Lefebvre: “ el espíritu profundo e inmutable del sacerdocio católico y del espíritu cristiano, vinculado esencialmente a la gran oración de nuestro Señor, que expresa eternamente su sacrificio de la Cruz ”(6) .

Eso es todo lo que les deseo, porque nada más importa realmente. ¡Dios los bendiga! m

«Nos encontramos en la necesidad de acudir en socorro de las almas. Yo creo que vuestros aplausos hace un momento no fueron una manifestación puramente temporal, sino que yo diría que son una manifestación espiritual, expresando la alegría de tener finalmente obispos y sacerdotes católicos que salven vuestras almas y les den la vida de Nuestro Señor Jesucristo por medio de la doctrina, de los sacramentos, de la fe y del santo Sacrificio de la Misa, del que tenéis necesidad para ir al Cielo, y que está desapareciendo en todas partes en esta Iglesia conciliar, que sigue caminos que no son caminos católicos y que conduce, simplemente, a la apostasía. Por eso hacemos esta ceremonia. Lejos de mí, lejos de mí erigirme en Papa. No soy sino un obispo de la Iglesia Católica que sigue transmitiendo la doctrina: «Tradidi quod et accepi». Esto es lo que desearía que pusieran sobre mi tumba (cosa que, sin duda, no tardará mucho); que pongan sobre mi tumba: «Tradidi quod et accepi». Lo que dice San Pablo: «Os he transmitido lo que he recibido» , simplemente». Mons. Marcel Lefebvre

Menzingen, Día de Todos los Santos 2020 Don Davide Pagliarani, Superior General

(1) Cor Unum, Carta a los miembros de la Hermandad, Navidad 1977. (2) Conferencia espiritual, Ecône, 29 de febrero 1980. (3) Dom Guillerand, En el umbral del abismo de Dios, Parole et silence, p. 60. (4) cf. Homilía, Porte de Versailles, 23 de septiembre 1979. (5) Itinerario espiritual, Iris, 2010, p. 14. (6) Itinerario espiritual, Iris, 2010, p. 7-8.

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