Al alcance de la mano.
AL ALCANCE DE LA MANO NO ESTAMOS SOLOS, MUCHOS OTROS NOS ACOMPAÑAN EN NUESTRO VIAJE POR EL COSMOS Y ESTÁN MUY CERCA . . . .
Apteromantis aptera, una pequeña mantis descubierta y descrita por José María de la Fuente , en el epílogo del siglo XIX.
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Al alcance de la mano.
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Al alcance de la mano.
“Je suis heureux de donner á cette nouveauté le nom de notre collégue espanol qui explore avec succés la región centrales de l’Espagne”... así hablaba el Dr. Maurice Pic, un destacado entomólogo francés, de José María de la Fuente, párroco de una villa perdida en los interminables campos manchegos.
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Al alcance de la mano. Nunca pensé que existiera, alguna vez, la posibilidad de encontrarme con un
cura paseando tranquilo, urgando por entre las matas y arbustos de los campos de mi pueblo, o como diría él mismo “ mangueando los bordes de los arroyos en la Virgen de los Santos”. Siempre los había visto dando misas y cantando en las iglesias, o de misioneros en zonas de conflicto. Y sin embargo, hubo un tiempo en que eso fue posible, uno no muy lejano en el que un sacerdote, entre misales y evangelios, atesoraba extensos compendios sobre insectos escritos de su puño y letra, y adornados con ilustraciones de propia cosecha. Mientras los últimos resquicios del vasto imperio hispánico eran perdidos en absurdas batallas, este cura se carteaba con los entomólogos más destacados de aquí y allá, exploraba los rincones más ocultos de su pueblo manchego, y en ardua tarea, se disponía a clasificar todo bicho viviente que pudiera encontrar. En el apogeo de su mente brillante e incansable, se topó con un pequeño insecto, apenas del tamaño de un palillo, que daba saltitos entre mata y mata y se aplastaba contra la hierba para no ser visto. Pronto, sus abultados ojos y sus patitas delanteras le recordarían a aquellos espectros demoníacos sedientos de sangre, llamados empusas por los griegos, o aquellos otros sabios espíritus que practicaban la manteia, según éstos*. Pero esta diminuta mantis era distinta, muy delgada y ni siquiera mostraba esbozos de alas. Tal vez se preguntara si existiera alguna igual en otra parte del mundo, o quizás, e inspirado por la belleza endémica de cierta mariposa isabelina, pensara que éste afilado y diminuto duende también pudiera ser, como aquélla, exclusivamente ibérico. Como decía antes, nunca imaginé que un cura pudiera describir un insecto desconocido para la ciencia hasta entonces, pero así fue. El sacerdote resultó ser Don José María de la Fuente (párroco del manchego pueblo de Pozuelo de Calatrava), y el insecto acabó llamándose Apteromantis aptera**. * En la Grecia clásica, la manteia fue considerada como el arte de la adivinación. Dada la postura habitual de las
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mantis, con sus patas delanteras plegadas, los griegos asociaban la adivinación y la sabiduría con estos insectos, de ahí su nombre. ** No fue el único, muchos más insectos serían descubiertos por él, como los escarabajos Saprinus calatravensis o Othius reitteri.
Al alcance de la mano.
Éste es sólo uno de tantos ejemplos de cómo las mentes ilustres de nuestra ciencia han encontrado, en los rincones más insospechados y cotidianos, un hogar para su brillante talento. Ahora, muchos de esos campos y arroyos, que Don José María tanto amaba, están sucumbiendo ante el fuego, el arado y el ladrillo. Y es que tenemos la mala costumbre de eliminar todas aquellas cosas que, a priori, nos estorban. Sí, es cierto. Siempre habrá mosquitos molestos a los que fumigar, parásitos que extirpar y pajarracos que nos ensucien la moto. Siempre estarán ahí para molestarnos. Pero jamás desaparecerán, porque nuestra sempiterna presencia les dará suficiente motivación. Al igual que muchas especies suponen oportunidades para nosotros, nosotros mismos suponemos una oportunidad para otros seres vivos, precisamente para aquellos que acaban molestándonos con sus excrementos, inmundicias e “insanas” costumbres. Si queremos que desaparezcan nuestras enfermedades o nuestras plagas, deberíamos desparecer primero nosotros mismos.Forma parte de la vida, y estamos obligados a asumirlo. ¿Estamos, entonces, condenados?. ¿Están todos los seres vivos abocados a la extinción? Si existe alguna palabra que describa una idea clave de cómo remediar este desastre, ésta es, sin duda, diversidad. En la diversidad caben todos los géneros, todas las costumbres y todas las oportunidades. Simplemente hay que abrir huecos para que la diversidad se filtre en nuestras vidas. Pero...¿por dónde empezar?. El mundo es muy grande, inabarcable para la mayoría de los mortales. ¿Cómo vamos a remediar un problema tan global?. Seguramente nuestro cura párroco pozoleño tendría una buena respuesta: “empieza por tu entorno más cercano”.
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