Joaquín Rivera Larios
NEBULOSOS Y CRISTALINOS RECUERDOS MUSICALES
San Salvador, El Salvador Julio 2013
NEBULOSOS Y CRISTALINOS RECUERDOS MUSICALES Joaquín Rivera Larios Los musicales
primeros
recuerdos
La falibilidad de la memoria de largo plazo, mi impide precisar cuál fue mi primer contacto con ese estímulo fascinante y sobrecogedor que llamamos música. Quizá lo primero que recuerdo de mi remota infancia, es la emoción que me embargaba cuando oía por la radio: “Pareces una nena, oh oh nena,/la tarde nos espera (la tarde nos espera)/ mi vida es triste cuando no estás,/me quedo triste/ pensando el día que volverás…” entonada por la tierna y melodiosa voz de Leo Dan. En los remotos años de mi infancia, otra canción que me subía la bilirrubina era “¡Eh Lupe, Lupita mi amor!, yeah yeah”, original de Los Apson, banda de rock and roll mexicana. Esta canción me remitía a Lupita una niña de bella estampa de la vecindad, cuya fisonomía no consigo precisar, pero recuerdo difusa su grácil figura que se aproximaba a pie o en bicicleta al umbral de mi puerta. Fue la primera vez que asocié una tonada con el candor y encanto de una niña. Rescato del olvido, mutiladas imágenes de Los Jackson Five, aquel formidable quinteto, cuyas armoniosas
voces cautivaron a millones de seguidores a escala mundial, acompañadas de agiles coreografías excelentemente sincronizadas. En ese grupo descollaba Michael Jackson, un niño prodigio que después se convertiría en el indiscutible “Rey del Pop”, discípulo aventajado del Rey del Soul, James Brown. Este quinteto fue el precedente de los grupos que irrumpieron en escena a finales de los años setenta y a principios de los ochenta: Parchis, Menudo, Los Chicos, Los Chamos, New Kid on The Block, Timbirichi y otros. Siendo un infante que frisaba los cinco años, me recuerdo saboreando una gaseosa Bravo en el centro de la Perla Oriental: San Miguel, bajo un frondoso árbol que replicaba los vientos novembrinos, en medio el bullicio de la chicago, los caballitos y demás juegos mecánicos, y como música de fondo Los hombres no deben llorar, interpretada Kin Clave. Esta tonada quejumbrosa siempre me ha intrigado porque retoma un patrón machista que nos indica que los hombres son fuertes, de carácter férreo, que no deben mostrar sus flancos débiles, aunque sufran una catástrofe emocional. En cada episodio de depresión o de desamor, recuerdo esa canción y aquellos acariciadoras y frías brisas novembrinas. Habré tenido unos seis años cuando tuve contacto por primera vez con ese fenómeno cultural y sociológico, llamado The Beatles, la mítica banda británica y fue a través de una serie dibujos animados, producidos por la
cadena ABC de Inglaterra, en la que cada episodio llevaba por título el nombre de una canción. Posteriormente se quedaron prendidas en mi memoria, escenas de la película A Hard Day Night (1964), en la que se retratan vivencias reales de John, Paul, George y Ringo, una de ellas es la angustiosa huída de sus fans que los perseguían frenéticamente en una estación de tren, mientras suena el tema que dio nombre al film. A mediados de los años setenta se transmitía por televisión el show de variedades de Donny y Marie Osmond, los domingos por la noche, en el que ellos cantaban a dúo, exhibían patinaje sobre hielo, transmitían escenas cómicas. El programa concluía con una cascada de globos en el techo y un número musical. Pero lo que más tengo presente fue el dúo que en 1986 hizo el hermano menor de aquellos, Jimmy Osmond, con Pedro Vargas, “El tenor continental”, quienes interpretaron “Otoño y Primavera”: “Otoño y primavera;/usted muy a su manera/ se hace entender/ Otoño y primavera/el tiempo no es barrera/para comprender”. Heidi, la tierna niña de los Alpes Mi infancia esta poblada de recuerdos de Heidi, la encantadora, tierna, alegre y melancólica niña de los Alpes suizos, que dominó la pantalla chica en el segundo lustro de los setenta. Muchos de los capítulos de esta serie, que relataban la aventura de la primorosa
niña con su abuelito, su amigo Pedro, el perro Niebla y las cabritas, arrancaban lágrimas. Nadie de mi generación podrá olvidar aquella tonada: “Abuelito dime tú, porque yo en la nube voy, dime por qué, yo en la nube voy, dime por qué, soy tan feliz…” La televisión organizaba concursos para elegir a la infante más parecida con el personaje del comics, y en uno de estos eventos, fue jurado Cesar, mi hermano, junto a Altagracia Arévalo, una de las más bellas señoritas El Salvador que han existido. Las canciones de “Titanes en el ring” Los niños de los setentas fuimos hechizados por Titanes en el Ring, un programa de lucha libre producido y dirigido por Martin Karadagian, un ex campeón mundial de lucha grecorromana, que le diera un inusitado realce a ese espectáculo, al incorporarle tintes teatrales a través de la caracterización de diversos personajes, con rasgos de personalidad bien definidos, divididos en los tradicionales bandos de buenos y rudos. Aparte de los glamorosos trajes, este programa agitaba hasta mi última neurona, era fascinante no solo ver las peleas, sino también el recorrido del camerino al ring del Caballero Rojo, de Pepino, de Yolanka, de STP, acompañados de pegajosas canciones. Las emociones ascendían a su punto más álgido cuando arribaba al ring el glorioso paladín, Martín Karadagian y resonaba la marcha: “Ya llegó
Karadagian/el gran Martín es un titán/ Martín es un titán/ de titanes en el ring…” Eres tú En un comedor de la vecindad había una rocola, en la que hice sonar varias veces “Eres tú”, aquella magistral composición de Juan Carlos Calderón, interpretada por Mocedades, que quedó en segundo lugar en el Festival Eurovisión en 1973. Si alguna vez lamenté sobremanera, no haber ido a un concierto, fue cuando Mocedades actuó en el Cine Libertad de San Salvador hacia 1979. Quizá una de las memorias más vívidas de primaria, es el deleite de ver y oir cantar “Eres tú” a una bella niña de ojos ambar, llamada Betsabe Jiménez, que a mi juicio-y creo que coincidía con la mayoría- era la más atractiva de la sección. Cuando estaba en Bachillerato, tuvo el enorme privilegio de volver a verla vocalizando en un grupo de música andina. Un niño Fernández
prodigio:
Pedro
En febrero de 1980 se presentó Pedro Fernández en el Gimnasio Nacional, entonces un niño de diez años que cantaba canciones rancheras con enorme aceptación. Su celebridad descansaba en el resonante éxito de la canción La niña de la mochila azul y de la película homónima, filmada en 1979, en la que comparte créditos con Adalberto Martínez “Resortes” y la niña
María Rebeca. Recuerdo la potente voz y el enorme dominio escénico de aquel niño, su sentido de humor, incluso jugueteaba con el público, insinuando que bajaría a la duela, provocando que las fans se abalanzaran en vano hacia el escenario. En su concierto pidió disculpas por no presentarse con traje de charro, dado que sus maletas por un error fueron enviadas a Costa Rica, por lo que vestía un traje beige, con chaleco. Gracias a los contactos de mi hermano César, pude conversar con Pedro en los camerinos, y percibir que fuera del escenario se desdoblaba en un niñoadulto: serio, sereno, ensimismado, hablaba pausadamente de inversiones, de proyectos, muy imbuido en su oficio; me pareció la antítesis de la mayoría de infantes de esa edad, que suelen ser despreocupados, ilusos, reacios a asumir compromisos, abstraídos en juegos. Un piano y coros infantiles Otra estampa envuelta en nostalgia que viene a mi mente, está relacionada con el extinto Colegio Unión 890, y es la imagen muy anciana de su Directora, doña Margarita Espinal de Rivera Pino, tocando el piano, y nosotros (los pequeñines), cantando en un desafinado coro, en el cual por cierto algunos distorsionábamos las letras de las canciones. No obstante, las voces disonantes, la pianista sin inmutarse se abstraía en su oficio. Ese entrañable colegio desapareció días después del terremoto
del 10 de octubre 1986. Estaba ubicado en la Alameda Juan Pablo II, una cuadra antes del Parque Centenario. Locutor de anuncios A solicitud de mi hermano César, en 1982 fui locutor de dos comerciales de radio, en el que anunciaba un concierto de un grupo denominado La familia Flamenco, integrado por niños y niñas que cantaban y tocaban varios instrumentos, evento que tuvo lugar en el Cine Libertad de San Salvador, y que fue ampliamente publicitado por la radio y la prensa. Rojito y Chirajito fueron los teloneros. Uno de los comerciales lo grabé en Canal 2, mientras producían Jardín Infantil, Chirajito se acercó y me pidió que no lo presentara como “…tus payasos favoritos: Rojito y Chirajito…”, sino como tus “amigos favoritos.” Varios amigos reconocieron mi voz y encomiaban mi participación en ese anuncio. La belleza, la Universidad y la música A finales de los ochenta y a principios de los noventa, estudié en la Universidad José Matías Delgado, como la mayoría de estudiantes de escasos recursos, viajaba en los temibles buses de la ruta 101. Recibíamos clases en un edificio de dos plantas, en la segunda estaba la Facultad de Derecho, y en la primera la de Comunicaciones, en donde recibían clases toda una constelación de reinas de belleza, modelos,
presentadoras de televisión, actrices de teatro, ejecutivas de ventas de agencias de publicidad. Como se advierte, los estudiantes de derecho, teníamos un panorama estupendo para apreciar el espontáneo espectáculo de beldades que agasajaban nuestra vista e inundaban de fantasía el entorno, con su gracia, perfume y esculturales siluetas que hacían juego con el verdor los arboles, los jardines y el césped. Curiosamente, algunas de ellas generaban a su paso una atmósfera de asombro y silencio, cuando eventualmente paseaban sus esbeltas figuras por los pasillos que daban a nuestras aulas. Y si nos veían de reojo y nos dispensaban una ligera sonrisa, era como un ráfaga de luz que nos deslumbraba, en ese instante recordaba una frase de “Arrabal amargo”, el celebre tango de Gardel y Le Pera: “Todo, todo se ilumina,/cuando ella vuelve a verme…” Nunca olvidaré que por aquellos azares del destino, cierta vez una de estas fulgurantes compañeras subió a un bus de la 101 y se sentó a la par mía, mientras en la radio sonaba 40 grados del grupo Magneto: “Tú serás para mí, cálido corazón/muero sin ti, vivo en una prisión, uoh uoh/Pasan por mí, 40 grados/Yo seré solo para ti, solo para ti…” El hechizo de Garibaldi En la década de los noventas se encontraba en su mayor apogeo la banda Garibaldi, formada por ocho
integrantes: cuatro señoritas esculturales (Pilar Montenegro, Patricia Manterola, Katia Llanos, Luisa Fernanda Losano), y cuatro caballeros (Sergio Meyer, Charly López, Xavier Ortez, Victor Noriega). Cierta vez se presentaron en el Gimnasio Nacional, con su amplio reportorio de covers “Que te la pongo”, “La bolita”, “Los hijos de Buda”, “Banana”, era además de música, un espectáculo visual: los artistas vestían trajes elegantes, sensuales y sofisticados. Hubo un momento al final del espectáculo en el que las chicas lanzaron los chalecos, y ejecutaron sus coreografías vistiendo short y sostén, al tiempo que derramaron sobre su cuerpo el agua que tomaban.
nunca había visto, llegando a entonar a capela trozos de sus canciones, con un coro impresionante integrado por cantantes blancas y morenas. Pese a que no cantó varios de sus temas más emblemáticos, tales como “Yo soy aquel”, Nada soy sin Laura”, “En carne viva” “Estar enamorado,” “Como yo te amo”, Raphael engalanó la noche con un regio espectáculo. El hecho que el gimnasio no luciera muy concurrido no impidió que el artista se entregase por completo, dando una impresionante demostración de profesionalismo y de respeto al público.
Fue especial ver aquellas siluetas femeninas empapadas de agua que brillaban al contacto con las luces multicolores. Fue tanta la algarabía que generaron entre los asistentes que los que estábamos en preferencial saltábamos sobre las sillas plegables, a tal punto que tres bellas chicas del público se cayeron, botándome también a mí. Puedo asegurar que fue la única caída agradable que he tenido en mi vida.
Hacia 1993 Gloria Trevi “la Madona mexicana”, la intérprete de “Pelo suelto”, “Angel de la guarda”, “Dr. Psiquiatra”, “No estoy loca”, hizo retumbar el Gimnasio Nacional, no tanto porque se colmara de público, sino por sus frenéticas y estrambóticas actuaciones, llenas de teatralidad, en las que se tiró al suelo, se quitó la ropa, se subió a las torres de sonido, llamó a un hombre del público para quitarle la camisa en el escenario con movimientos sensuales.
La Raphael
portentosa
voz
de
El concierto más memorable al que he asistido se escenificó allá por 1991 en el Gimnasio Nacional, fue la presentación en vivo del legendario Raphael, quien hizo sobre el escenario un despliegue de energía y pasión que
Gloria Trevi “la mexicana”
Madona
Como dato curioso el primero que Gloria entre el público para tal escena fue a Rogelio Eduardo Hernández, un colega abogado conocido que cuando subió al escenario se lastimó las manos, al punto que cuando estaba junto a la Trevi se sobaba del dolor, al ver el gesto ella le
pidió que regresara a su asiento, mientras el público coreaba la lapidaria palabra con que en nuestro medio se denomina a los homosexuales. Los estudios y la música Creo que debemos tomar medidas de salvaguarda frente al frenesí que genera la música. Este bellísimo arte por momentos puede exacerbar la atracción hacia el sexo complementario y alterar el justo balance con que debemos administrar la vida y cumplir nuestros diversos roles. Mientras preparaba privados, y me sumergía en textos de derecho constitucional, administrativo, teoría del estado, libré una verdadera batalla interior, para no perder la concentración, cuando lindas tonadas hacían volar mi mente y movilizar mi atención hacia las féminas que tanto nos deslumbran e inquietan. Y es que asocio los aciagos días de privados con dos espléndidas canciones del grupo Bronco que sonaban por doquier en esa época: “Libros Tontos, /como quieren que sus letras entren en mi mente,/si mi mente esta cansada de tanto quererte…quererte”; y “Oro, tu me has cambiado por oro/te has olvidado de lo sentimental/por un puño de metal/oro, el amarillo del oro,/ te gustó más de lo que te ofrecí…” Nubeluz Santamaría
y
Mónica
A principios de los noventa un programa se posicionó del gusto infantil, se llamaba Nubeluz y era producido en
Perú, alternaba música, juegos, dibujos animados y espectáculos, en el marco de una impresionante escenografía. En principio fue conducido por dos dalinas (damas lindas) Almendra Golmeski y Mónica Santamaría, ambas muy bellas, quienes interpretaban bonitas y melodiosas canciones con excelentes mensajes morales: Papi deja de fumar, A gozar, Yo quiero ser, Dame tiempo,
Que siga la fiesta, Cuidado, la alegría de vivir, todas ellas acompañadas con excelentes coreografías. La modelo, cantante y conductora de televisión, Mónica Santamaría, me cautivó desde que la vi por primera vez, y es que destacaba claramente por su personalidad extrovertida, agilidad, virtuosismo y carisma frente a las cámaras, hermosa sonrisa, finas facciones, grandes y expresivos ojos azules, atributos que le dieron un merecido lugar de privilegio en el gusto de los nubesinos (niños y niñas fans del programa). Pero todo ese paraíso de diversión se desvaneció cuando una infausta madrugada del 14 de marzo 1994 a las tres de la mañana, Mónica que aparentemente tenía todo (increíble belleza, fama y fortuna, un novio adinerado), se disparó en el paladar, cegando así su efímera existencia, cuando solo tenia 21 años. Han pasado ya casi dieciocho años sin Mónica, y aun echo de menos su despampanante presencia en la pantalla chica.
La Primera Fiesta de la Amistad Penitenciaria Otro momento cumbre de mis vivencias musicales se dio en un escenario insólito: la Penitenciaria Oriental. El 11 de febrero de 1995, cuando era Delegado Departamental de la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos en San Vicente, el equipo de la Delegación en coordinación con las autoridades de ese centro penal, organizamos la Primera Fiesta de la Amistad Penitenciaria,1 con el objetivo de brindar esparcimiento a los internos, promover los productos que fabrican y con ello el trabajo, fomentar el respeto a los derechos humanos entre los reos y acercar a las autoridades del departamento y a la población con las necesidades de ellos. En la promoción del evento que se realizó por medio de la radio, vehículos anunciadoras, la prensa escrita y hojas volantes, se exhortaba a visitar la exposición de trabajos de los internos, a comprar las mercancías que éstos producen y a apoyar en términos generales el proceso de readaptación de la población reclusa. La canción insignia que recorrió las calles de la “Capital de la cumbia” fue El rock de la cárcel, original de Elvis Presley, en la versión de Los Teen Tops y su vocalista estrella, Enrique Guzman: “…. el cuarenta y siete 1
Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos, Informe 94-95, Libros de Centroamérica, S.A., Primera Edición 1995, Pág. 310.
dijo al veintitrés/oyeme cuate vamos a bailar/ parate volando a rockanrolear/el rock de la cárcel va a comenzar el rock/todo el mundo a bailar/todo el mundo en la prisión corrieron a bailar el rock…” Al acto que contó con una franja cultural y otra artística, asistieron autoridades civiles y militares del departamento, empresarios, miembros de ONUSAL y de ONG’S, así como periodistas que informaron al país sobre las incidencias tanto del evento cultural como del festejo que amenizaron la Orquesta de la Quinta Brigada de Infantería, un grupo juvenil de música rock, “Anarquía”, contándose con la animación de César Rivera, quien también cantó música de las “buenas épocas”. Siempre en domingo El reconocido programa "Siempre en Domingo", conducido por el ahora extinto Raul Velasco, fue grabado en El Salvador en tres ocasiones: la primera fue en el Centro de Ferias y Convenciones (CIFCO) en 1992, las dos últimas en el Gimnasio Nacional el 23 de febrero de 1994 y el 27 de septiembre de 1996. En la segunda emisión se presentó Selena, quien interpretó “Como la flor” y “Amor prohibido” y en la tercera actuaron Alejandra Guzman, Ana Bárbara, Enmanuel, Mijares, Lorena Herera, entre otros. Cuatro grupos nacionales actuaron en sus emisiones grabadas en El Salvador: Josse Lora, Marito Rivera y su grupo Bravo, Fiebre Amarilla y el dúo
Rucks Parker. Los únicos solistas salvadoreños que vi actuar en ese programa transmitido desde México fueron Alvaro Torres y Eduardo Fuentes. El programa dejó de transmitirse en abril de 1998, luego de haber estado en la pantalla chica desde el 14 de diciembre de 1969. Concierto conmemorativo de los Acuerdos de Paz En compañía de mi hijo Joaquín Eduardo, acudí el sábado 13 de enero de 2007 a un concierto que tuvo lugar en el Estadio Jorge “Mágico” González, en el marco del decimo quinto aniversario de la firma de los Acuerdos de Paz, evento que contó con la presencia estelar de José Luis Rodríguez “El Puma”, y del máximo exponente de la música salvadoreña, Álvaro Torres, quien entonó acompañado del coro de miles de asistentes “Patria Querida”, “De punta a punta” y “Hazme olvidarla”, mientras ondeaban cientos de banderas salvadoreñas. Nunca olvidaré que cuando mi hijo vio al Puma sobre el escenario me dijo “¡Papá, allí está Carlos Gardel!”. Le había hablado tantas veces a mi hijo del cantante argentino que fue el ídolo de su abuelo, que asociaba su nombre de manera automática. José Luis entonó nuevamente “El himno a la alegría” y “Agárrense de las manos”, tal como lo hizo el 16 de enero de 1992 al pie del Monumento a El Salvador del Mundo, justo el mismo día en que se suscribieron los Acuerdos.
El romanticismo de Reik Una cálida noche de 12 de enero de 2013 acompañé a mi hijo al Concierto de la banda pop mexicana Reik que se presentó en el anfiteatro del Centro Internacional de Ferias y Convenciones (CIFCO). Aunque el sonido no era muy bueno, me impresionó el comportamiento del público el sentimiento que le imprimían a cada canción que coreaban y hasta gritaban “Te fuiste de aquí”, “Noviembre sin ti”, “Inolvidable”. Me cautivaron las miradas ilusionadas de los jóvenes y jovencitas que se tomaban de la mano y entonaban a todo pulmón los temas más celebres de la banda mexicana. Es increíble el fenómeno de retroalimentación que se da entre el artista y el público, dado que aquel retransmite una energía que los seguidores le inyectan y viceversa, al punto que Gilberto “Bibi”, Marín el guitarrista, dijo “Gracias por hacer realidad nuestros sueños”. Salí del concierto desengañado, al darme cuenta que ese romanticismo puro, delicado, fino que los auto llamados adultos contemporáneos creemos muerto, sigue latiendo intensamente en el espíritu de las nuevas generaciones. Las navidades de antaño No sé si será una percepción errónea, pero las navidades de antaño eran más cálidas, más vividas, más fraternas, la mesa servida con suculentos aperitivos, los jovencitos y jovencitas luciendo vistosos estrenos, nutrida
reventazón de cohetes y derroche luces de bengala, los adornos, las tarjetas de navidad, los regalos al pie del árbol, los nacimientos formados con aserrín y figuras de barro, los fuertes y reconfortes abrazos al filo de las doce de la noche, augurando un año mejor, con pequeños bailongos en las salas de las casas, el sonido estridente de pequeños aparatos, todo aderezado por la música de la ocasión. Las reminiscencias navideñas están impregnadas de melodías. No se puede concebir esa época tan propicia, sin el omnipresente Marco Antonio Solís izando la bandera del desamor: “Llegó navidad/ y yo sin ti,/en esta soledad/recuerdo el día en que te perdí…” Sin faltar El niño del tambor, inyectándonos su dosis de melancolía: “El camino que lleva a Belén/baja hasta el valle que la nieve cubrió/ los pastorcillos quieren ver a su Rey/ha nacido en un portal de Belén/el niño Dios…” O El burrito Sabanero con el peculiar timbre de Cecilia Regalado, cuando niña: “Con mi burrito sabanero/ voy camino de Belén/si me ven, si me ven,/ voy camino de Belén…” Una canción muy guapachosa, mezcla perfecta de sencillez campesina, alegría y melancolía, es el clásico Año viejo, interpretado por Tony Camargo: “Hay yo no olvido al año viejo/porque me ha dejao cosas muy buenas/ me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca, y una buena suegra…” Y era de rigor escuchar a la hora exacta al extinto cantor venezolano Nestor Zavarce con
la tonada que inmortalizó el canto de año nuevo: “Faltan cinco pa’ las doce/ el año va a terminar/ me voy corriendo a mi casa/ para ver a mi mamá…”