La excursión maqueta

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Hace una semana o así, papá dijo que iríamos de excursión. Yo me puse muy contento, aunque noté que a mamá y a mi hermana no les hacía mucha gracia.



A veces voy al campo con papรก a buscar pistas de animales, a entrar en cuevas e incluso a disparar con la escopeta a los cuervos.



Hace dos días, mi hermana y mamá dedicaron toda la tarde a preparar la merienda. Hicieron tortas, cocieron pan, recogieron tomates maduros y lavaron las cantimploras. Yo estaba entre ilusionado y nervioso. También papá, que miraba en unos mapas viejos el camino que íbamos a seguir en nuestra aventura. Papá me dijo: “Va a ser una excursión larga, así que tienes que prepararte para andar mucho.” Yo le respondí que a mí me gustan las excursiones largas. Él me hizo prometer que no me quejaría, aunque estuviera cansado o sintiera sed. Le prometí, muy serio, que le haría caso en todo.



Era todavía de noche cuando papá nos despertó. ¡Qué nervios! Otras veces, papá y yo hemos ido de excursión pero era la primera vez que venían mamá y mi hermana. A última hora, vi que mamá metía en su mochila las fotos de los abuelos, aunque yo no entendía por qué se llevaba unas fotos para ir de excursión Por fin, todos subimos al coche. Era una gran aventura y a mí se me había ido el sueño. ¡Una excursión nocturna! La luna era tan delgada como una raja de melón, y las estrellas brillaban como luciérnagas nerviosas.


Papá dijo que era mejor ir con las luces apagadas, porque así se veía mejor el cielo. Casi no se distinguía el camino, pero él conoce de memoria todos los caminos. Podría ir hasta el fin del mundo con los ojos cerrados.


Era todavía de noche cuando papá salió de la carretera y paró el coche a la entrada de un desfiladero. Me fijé en que dejaba las llaves puestas, para no ir cargado con ellas todo el rato. Papá es un hombre sabio. Cada uno agarró su mochila y anduvimos un rato por el fondo del barranco. Las paredes eran tan altas que solo se veía una franja de cielo. Yo intenté gritar por si se oía el eco, pero papá me dijo que no había que molestar a los pájaros a esas horas. Y que esa era una excursión de silencio: las cosas había que decirlas muy bajito.



Al final del desfiladero, el cielo parecĂ­a otra vez enorme.


Papá señaló las montañas y dijo que allí acabaría nuestro viaje, pero que había que tener paciencia porque el camino era largo. A mí, en ese momento, no me lo pareció.


Bajamos una cuesta. Casi no se veía porque la luna se había ocultado tras el horizonte. Mi hermana ayudó a mamá a pasar por los sitios más difíciles. Al llegar abajo, descansamos y bebimos agua. “Solo un poquito”, dijo papá, “para que no se te llene la tripa”.


Hace mucho, papá debió de ser explorador. A veces, algunas personas venían a casa; papá los subía en su coche y se iban. Él regresaba dos o tres días más tarde. Seguro que las acompañaba a hacer excursiones nocturnas, porque siempre cargaban con alguna mochila. Las estrellas empezaron a desaparecer y comencé a sentir frío. Mamá sacó de mi mochila un jersey y me lo puso. Cuando salió el sol, vi que ante nosotros había un enorme desierto y que las montañas parecían muy lejanas. Entonces me di cuenta de que el camino iba a ser muy largo.



El lugar estaba lleno de piedras; había que subir y bajar, subir y bajar. Papá es muy fuerte. A veces, me llevaba con mochila y todo sobre sus hombros. Mi hermana también ayudaba a mamá a trepar entre las rocas, dándole la mano. Encontramos sombra a la entrada de una cueva. Papá entró primero con un palo, por si había alguna serpiente. Hay que ser muy valiente para enfrentarse a una serpiente con un palo, incluso aunque no haya serpiente. Allí, comimos lo que mamá y mi hermana habían preparado. Ellas seguían muy serias, pero las chicas... Ya se sabe.



Por fin vino un poco de aventura. Cuando acabaron las rocas empezó un desierto de arena. Aunque el sol no estaba muy alto, cuando seguimos la marcha ya hacía calor. Mi padre iba delante y me llevaba de la mano. Era una lástima no poder cantar ninguna canción, pero papá ya había dicho que era una excursión silenciosa. Solo había piedras grandes, pequeñas y medianas. Además, mi padre decía que teníamos que ir rápido.


En cuanto llegamos a ese sitio, ÂĄplas!, nos tropezamos con una valla de alambre que iba de lado a lado; parecĂ­a una valla que rodeara toda la tierra.


Pregunté a papá por qué habían puesto esa valla y respondió que era para que no pasaran los animales. Pero yo no veía ningún animal. Además, ¿qué iba a hacer un animal allí, si no había hierba por ningún sitio? Mientras pensaba eso, papá sacó unas tenazas...

¡...Y se puso a cortar la valla hasta conseguir hacer un agujero por el que pasamos!


Al principio pensé que ese camino iba a ser más sencillo, pero la arena se me metía en las zapatillas, que pesaban como si estuvieran mojadas. Mi hermana tenía la boca seca. Fue a beber agua y papá le dijo: “Espera un poco. Estamos a punto de llegar.” Yo seguía viendo las montañas todavía muy lejos.


El sol estaba en lo alto y nuestras sombras cabían dentro de nuestros pies. Me pareció que papá estaba preocupado. Sacó de su mochila el viejo mapa, lo estudió un rato, señaló un lugar y dijo “Por ahí.” Anduvimos un rato y bajando una cuesta vimos ¡un verdadero oasis!


Papá es capaz de encontrar un río en medio del desierto, aunque sea tan pequeño como una meada de vaca. El suelo estaba mojado y era un gusto pisar la tierra húmeda con los pies descalzos. Descansamos a la sombra de unos árboles y papá dijo que debíamos dormir, porque hasta la noche no seguiríamos la excursión.


Papá nos despertó cuando era casi de noche. Acabamos la comida y llenamos las cantimploras con el hilito de agua que corría entre las piedras. Yo tenía sueño y no quería andar más. Me dieron ganas de protestar; menos mal que me acordé de mi promesa.


Debí dormirme a cuestas sobre papá, porque noté al rato que las montañas ya estaban más cerca. Puede ver sus altos bordes recortados sobre el cielo. Al llegar a un sitio, papá dijo que nos calláramos, y eso que habíamos ido un silencio. Él fue de avanzadilla y volvió al rato diciendo: “No hay peligro”. Mi corazón se puso a latir rápido pensando que a lo mejor ese lugar estaba lleno de animales salvajes.


Mientras avanzábamos por un sendero por donde resultaba más fácil caminar, oímos unos perros. Sus ladridos sonaron en mitad de la noche como si fueran perros fantasma. Incluso a papá le entró miedo, porque nos reunió a los cuatro en el suelo y yo le noté temblar.


Los ladridos se fueron acercando mientras estĂĄbamos tumbados. Luego, se oyeron relinchos de caballos. Y voces de personas, que entre ellos hablaban otro idioma aunque a nosotros nos gritaban en el nuestro para que los entendiĂŠramos. De repente, los perros nos rodearon, los caballos se pusieron al lado y los policĂ­as nos alumbraron con sus linternas.


Yo nunca había visto a los guardias de la frontera. Parecían gigantes encima de sus caballos. Gritaron que nos levantáramos, pero papá dijo que nos quedáramos tumbados y él se puso de pie. Empezó a hablar con mucha educación, pero solo le dio tiempo a decir: “Buenas noches, amigos...”


Un policía le dio un porrazo en la cabeza y le tiró al suelo.

Entonces, yo me levanté para protegerle gritando: “¡¡¡No peguen a mi papá!!!”


(Sin texto. Se ve cómo la cara del niño “choca” contra la bota de uno de los jinetes.)


Ahora estamos otra vez los cuatro juntos. Han dicho que pronto nos llevarán de vuelta a casa. Mi hermana duerme y mamá está triste porque no sabe si le van a devolver las fotos de los abuelos. Al oído, papá me dice que dentro de un mes o dos volveremos a intentarlo. Aunque tengo un poco de miedo, estrecho con fuerza sus manos, le sonrío y le digo que sí, que volveremos a intentarlo. Mi padre es un hombre sabio y valiente. Seguro que un día conseguimos acabar nuestra excursión.


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