Política, guerra y cultura en la independencia de antioquia

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PolĂ­tica, guerra y cultura en la independencia de Antioquia



Política, guerra y cultura en la independencia de Antioquia

ACADEMIA ANTIOQUEÑA DE HISTORIA Fundada el 3 de diciembre de 1903


Política, guerra y cultura en la Independencia de Antioquia / director académico Rodrigo Campuzano Cuartas. – Medellín : Academia Antioqueña de Historia, 2013 495 p. ; 17x24 cm. ISBN 978-958-96784-4-2 1. ANTIOQUIA – HISTORIA. 2. ANTIOQUIA – HISTORIA – INDEPENDENCIA. I. Campuzano Cuartas, Rodrigo, director académico

Política, guerra y cultura en la independencia de Antioquia © Academia Antioqueña de Historia © Humberto Barrera Orrego © Rodrigo Campuzano Cuartas © Alba Inés David Bravo © Juan Camilo Escobar Villegas © Rodrigo de J. García Estrada © Luis Fernando González Escobar © Luz Marina Jaramillo Arboleda © Juan Carlos Jurado Jurado © Óscar Andrés Moreno Montoya © Marta Ospina Echeverri © Edgardo Pérez Morales © Héctor Quintero Arredondo © Luis Carlos Rodríguez Álvarez © Alba Rocío Rojas León ISBN: 978-958-96784-4-2 Primera edición: Medellín, Colombia. Octubre de 2013 Imágenes carátula: Mesa del Acto de Independencia: Banco de imágenes del Museo Juan del Corral, Santa Fe de Antioquia. Corona de Córdova: Museo de la Catedral de Rionegro, Antioquia. Fotografía: Jhon Jairo Osorio, tomada de Arismendy Díaz, Jaime. José María Córdova: “Paso de vencedores”. Medellín: [s.p.d.i.], 2010. Rubricas Archivo Histórico de Antioquia. Academia Antioqueña de Historia Héctor Quintero Arredondo Presidente Rodrigo Campuzano Cuartas Director académico Sandra Pineda Tavera Asistente editorial Leonardo Sánchez Perea Diseño y diagramación L. Vieco S.A.S. Impresión y terminado Medellín, Colombia


Contenido

Presentación Las miradas al proceso de la Independencia de Antioquia 200 años después Rodrigo Campuzano Cuartas 11

I. Desde la historia política La Junta Provincial de Antioquia, 1810-1813 Rodrigo de J. García Estrada 19 Ideas y acontecimientos fundamentales en la primera etapa del interregno hasta la declaratoria de independencia absoluta Héctor Quintero Arredondo 51 La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales Óscar Andrés Moreno Montoya 107 La ciudadanía en Antioquia durante el primer decenio republicano Marta Cecilia Ospina Echeverri 147

II. Desde la historia militar Ejércitos y milicias en la provincia de Antioquia durante la independencia. 1808-1816 Juan Carlos Jurado Jurado 173 El inicio de la reconquista en Antioquia Rodrigo Campuzano Cuartas 223


Vindicación del combate de Chorros Blancos Humberto Barrera Orrego 257

III. Desde la historia cultural y social Mojiganga y prohibición: el cautiverio de Fernando VII. Villa de Medellín 1809 Alba Rocío Rojas León Luz Marina Jaramillo Arboleda Alba Inés David Bravo 299 Francisco José de Caldas, veintinueve meses en la provincia de Antioquia. La arquitectura y los centros urbanos. 1813-1815 Luis Fernando González Escobar 325 José Manuel Restrepo: un mediador cultural en la independencia de Antioquia. 1808-1813 Edgardo Pérez Morales 351 Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza” Juan Camilo Escobar Villegas 393 La música en tiempos de la independencia. A caballo entre dos eras Luis Carlos Rodríguez Álvarez 431 Autores 487


NOTA IMPORTANTE

Hace doscientos años la construcción de las frases y la ortografía de la época no eran iguales a las que hoy utilizamos y por ello no debemos extrañarnos de que aparezcan los nombres de lugares y los apellidos con ortografía que no sea la utilizada en estos tiempos. En la Academia optamos por permitir a los autores de los diferentes artículos que escribieran utilizando la ortografía original.



Las miradas al proceso de la Independencia de Antioquia 200 años después Rodrigo Campuzano Cuartas

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n el ciclo de las Independencias, entre 1808 y 1821, en América Hispana existió una articulación de concepciones y épocas entre dos órdenes políticos, el tradicional o el inmediato pasado monárquico y el republicano. En su extensa geografía, en medio de sus diversas comunidades, unas cuantas décadas atrás habían aparecido imprevistamente actores históricos inéditos, portadores de nuevas nociones ilustradas, progresistas y al presentarse el derrumbe de la monarquía, fueron los iniciadores de un proceso de cambio político, primero autónomo y luego de independencia absoluta de España. Para ello, arrastraron a sus pueblos a la guerra y plasmaron sus concepciones en el diseño de nuevos estados republicanos. Para defenderlos se formó un poder militar y se desarrolló la confrontación bélica. Sobre ella y sus ejércitos, el libro contiene artículos en los cuales se desprenden varias inquietudes: quiénes fueron los soldados, cómo fue su reclutamiento y compromiso con la causa rebelde, cómo fue organizado el ejército patriota, en qué forma se produjo la invasión de la Reconquista y la liberación definitiva; en esta última, cuál fue el comportamiento militar de José María Córdova. Estos temas rompen con la historia tradicional de la guerra, convertida en una cronología de confrontaciones entre héroes y villanos y la mira como un campo complejo de múltiples variables sociales, culturales, económicos y políticos. Entre 1808, cuando se precipitó la crisis virreinal neogranadina y 1821, cuando finalmente se expidió la Constitución de Cúcuta que oficializó el inicio de la República de Colombia, Antioquia, las demás provincias e Hispanoamérica, vivieron años decisivos, tiempos en que las circunstancias

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forzaron a los pueblos a participar en la guerra y en la política, a incorporar a su lenguaje nuevas nociones culturales, a modernizar sus gobiernos y a experimentar grandes zozobras que nunca antes conocían.1 La Academia Antioqueña de Historia ha querido festejar el Bicentenario de la Independencia realizando tres grandes proyectos, el primero es la elaboración de una obra en la cual doce historiadores de trayectoria reconocida, analizan los problemas históricos específicos que se experimentaron en el caso antioqueño. El segundo, ha sido la realización de cuatro importantes foros en los cuales algunos de estos expertos y otros invitados presenten y debatan sus visiones y sean expuestas en las poblaciones sedes de los cabildos que integraron la Junta Suprema Provincial Gubernativa, el organismo que inició el rompimiento con España y el nacimiento de la Primera República. El tercero la asignación del Concurso Premio a la Investigación Histórica, Jaime Sierra García, donde se convoca a los historiadores y el público en general a proponer nuevas investigaciones sobre el período comprendido entre 1808 a 1820. Con sus actividades conmemorativas, la Academia ha buscado difundir interpretaciones nuevas sobre una época fundamental de nuestra historia. Hoy, habiendo transcurrido dos siglos, ese germen inicial de republicanismo evolucionó de forma no lineal sino lleno de alternativas, sin llegar a variar su diseño como sistema político. En este sentido, una conmemoración tan notable, se propone mejorar el conocimiento que existe sobre tan especial época. Ello es necesario porque fundamentalmente ha estado basado en unas pocas obras básicas no recientes, las cuales han servido para narraciones repetitivas sobre acontecimientos destacables y el protagonismo de personajes memorables por

Escribió en el año 2002 un prestigioso historiador francés: “(…) la época de las Independencias es un período clave no sólo en la historia del mundo hispánico, sino en la historia de la Humanidad. En quince años se desintegra ese conjunto político multisecular que era la Monarquía hispánica en una pluralidad de nuevos estados que fundan su existencia en la soberanía de la nación y adaptan los principales elementos de la política moderna”. Guerra, Francois-Xavier. “Dossier La Independencia de la América Hispana”, Revista de Indias, vol. LXII, No. 225 (2002), p. 329.

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Introducción


sus acciones políticas y militares.2 Por esta razón, el libro es un estímulo a una más profunda y actualizada investigación que incorpore la consulta de más fuentes, en especial, de archivo, enfoques y producciones históricas manejadas en el contexto colombiano e internacional. La obra está compuesta de doce investigaciones hechas por integrantes de la Academia y otros profesionales en historia que se han querido vincular a este proyecto. Este conjunto de miradas está acorde a su interés para aunar esfuerzos conducentes a realizar trabajos y proyectos semejantes y evitar así una división que obstaculiza el diálogo y el progreso de la disciplina y la historia de Antioquia. Varios artículos están enfocados a observar la realidad antioqueña desde perspectivas semejantes a las manejadas por historiadores contemporáneos, que han mirado los procesos de independencia de otras naciones. Esto es importante, porque al adquirir una dimensión no simplemente local o regional, se adaptan a un proceso ocurrido al interior de un Imperio, el español y en una época de revoluciones en el mundo inglés y francés. Lo logrado es un análisis de la especificidad del caso antioqueño en cuatro ámbitos históricos: el político, el bélico, el cultural y el social. Por sus complejidades y amplitudes, no se pretende presentar un panorama completo, sólo se busca abrir espacios para su estudio, dicho esto en el sentido de mostrar posibilidades futuras de abordarlos. Los cuatro artículos que se inscriben en la historia política, parten de diversas inquietudes. Héctor Quintero, quiso aportar su visión sobre las que consideró eran las ideas y los hechos fundamentales de la Primera República, un período que denominó un interregno. Dentro de esta narración de acontecimientos, se destaca la información relativa a las relaciones diplomáticas de la provincia en el ámbito neogranadino y el protagonismo de los principales líderes. Rodrigo García centró su atención en exponer cual fue la gestión gubernamental de la Junta Suprema Provincial. Para Los textos fundamentales han sido: Duque Betancur, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Medellín: Asamblea del Departamento, 1968. Restrepo Sáez, José María. Gobernadores de Antioquia. De 1579 a 1819. Bogotá: Lumen, 1970. Uribe de Hincapié, María Teresa y Álvarez, Jesús María. Raíces del poder regional: el caso antioqueño. Medellín: Universidad de Antioquia, 1998.

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ello, caracterizó sus principales intervenciones y políticas públicas, demostrando que fue un organismo gubernamental diligente y que durante su desempeño, Antioquia pudo mantener su estabilidad, en medio de una fase interna y externamente inestable. Oscar Moreno y Marta Ospina, trabajaron un terreno afín y de gran actualidad en el contexto de los estudios de las Independencias; se preguntaron cómo fue la transición del vecino al ciudadano, las relaciones entre ciudadanía-elites y ciudadanía-sectores populares, cómo surgieron las circunscripciones electorales y cuál fue su alcance, cómo fueron las primeras elecciones, entre otros interrogantes. Ambos historiadores son los pioneros en escudriñar la historia antioqueña con relación a estos problemas. La siguiente sección del libro se refiere a la historia del conflicto bélico, un amplio campo con diversas alternativas de estudio. Un tema que ha carecido de una mirada detallada, fue el restablecimiento del orden monárquico al producirse la Reconquista. Es expuesto por Rodrigo Campuzano, con el propósito de analizar cómo aconteció la caída militar de la Primera República y el gobierno establecido por Francisco Warleta. Un estudio semejante ha escrito el académico Humberto Barrera respecto al gobierno de José María Córdova, cuando en agosto de 1819 liberó la provincia de la dominación española. Leyéndose ambos textos, el lector podrá deducir qué contraste existió entre los dos gobiernos, respecto a la guerra y a la reconstrucción estatal. Esta temática se cierra con el interesante artículo de Juan Carlos Jurado, quien analizó el mundo militar, con relación a la forma como se organizaron las milicias en su transición entre el final del período colonial y la Primera República. La última sección de la obra versa sobre la historia cultural. Alba David, Alba Rocío Rojas y Luz Marina Jaramillo, escriben un texto llevadas por la curiosidad de comprender un conflicto entre jóvenes de la alta sociedad y el Cabildo de la Villa de Medellín, cuando en 1808 preparaban un acto teatral burlesco en momentos en que se rendía un homenaje al Rey. Las autoras analizan las circunstancias socioculturales y políticas, como una reacción producto de tensiones al interior de la sociedad local y como una forma de respuesta al estallido de la crisis de la monarquía. Edgardo Pérez, presenta a José Manuel Restrepo entre 1808 y 1813 y su papel esencial en

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Introducción


la transformación política antioqueña como mediador cultural. Es decir, un protagonista que con sus actividades contribuyó a la interacción entre una modernidad en proyección y unas realidades tradicionales. El texto es una derivación de las indagaciones realizadas por el “Grupo Internacional de Investigaciones” históricas sobre agentes mediadores. Una situación semejante en cuanto a ser un trabajo hecho como parte de otro de mayor alcance, es el escrito por Juan Camilo Escobar. El nombre de la investigación de mayor dimensión es “Representaciones políticas, sociales y culturales de las Independencias iberoamericanas” y en este contexto, su artículo indaga cómo ha sido considerada la Independencia antioqueña y bajo qué criterios en las artes, la literatura y la historiografía. El autor dilucida los sentidos de las celebraciones patrias y sus alcances, presintiendo una dimensión cultural que trasciende los lugares y unifica los países, respecto a las versiones imaginarias de sus emancipaciones. Finalmente Luis Carlos Rodríguez ha encontrado que estos años de abrupto cambio político y guerra, igual lo fueron de transformación en la cultura musical. La novedad consistió en la vinculación de la música a la confrontación bélica por medio de canciones y bandas militares, cumpliendo diversas funciones. Rodrigo Campuzano Cuartas Director académico

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I. Desde la historia polĂ­tica



La Junta Provincial de Antioquia, 1810-1813 Rodrigo de J. García Estrada*

Vacío de poder y testimonios de representación política partir de comienzos del siglo XIX, América vivió un proceso de crisis política marcado por el vacío de poder producido en la península por las denominadas abdicaciones reales que dejaron, como monarca de España y de sus colonias ultramarinas, a un francés, José Bonaparte, hermano de Napoleón. La ruptura comenzó cuando Fernando VII fue persuadido de deponer el trono a favor del emperador franco, cuyas incursiones militares desarticularon la Península armado con los principios ideológicos de la Revolución Francesa, y con una enorme maquinaría de guerra. La usurpación del trono por Bonaparte causó una profunda indignación en la sociedad española, que vio atacados sus ideales nacionalistas y sus dogmas católicos. Para oponerse a la invasión y al despojo, se formó en 1809 la Junta Central Gubernativa de España y las Indias para llenar el vacío del poder, que influenció además la formación de Juntas en los diversos países americanos. La invasión francesa a España enfrentó a varios elementos políticos y religiosos. De un lado estaba el asunto religioso, dogmático y milenario peninsular que se negaba a aceptar a un rey que representaba ideales laicos; del otro estaba el asunto político y nacionalista de los españoles que repudiaba la política francesa cimentada en el jacobinismo. Contra estos hechos, que afectaban los sentimientos sociales y culturales, protestó el pueblo español con el comienzo de la organización juntera.

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El autor agradece al estudiante de Historia Frankly Alberto Suárez Tangarife su colaboración en el procesamiento de la información para este artículo.

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La Junta Central Gubernativa de España y las Indias ordenó la elección de un diputado que representaría a cada una de los cuatro virreinatos y de las cuatro capitanías americanas ante ella, hecho singular y novedoso en varios siglos de colonialismo que les suministró a los criollos derechos de representación política sin precedentes, y que reconoció, además, las igualdades políticas entre las provincias españolas e indianas. La orden que fue enviada desde España para tal elección dice: Vendrán a tener parte en la representación nacional de las Cortes extraordinarias del Reino Diputados de los Virreinatos de Nueva España, Perú, Santafé y Buenos Aires, y de las Capitanías Generales de Puerto Rico, Cuba, Santo Domingo y Guatemala. Su elección se hará por el Ayuntamiento de cada Capital, nombrándose primero tres individuos dotados de probidad, talento e instrucción, y exentos de toda nota; y sorteándose después uno de los tres, el que salga a primera suerte será Diputado en Cortes”.1

En la Nueva Granada, los funcionarios del Real Acuerdo de Santafé escogieron tres nombres entre todos los candidatos designados por los diversos cabildos del virreinato: Luis Eduardo Azuola, Juan Matheu y Antonio de Narváez. Al final de las elecciones fue nombrado como representante Narváez, quien infortunadamente no pudo arribar a la Península por el desmembramiento de la Junta Central, que delegó sus poderes en un Consejo de Regencia.2 Otra orden peninsular fue la redacción de “instrucciones”, que posibilitó a los americanos exponer un altísimo grado de “modernidad política”. Una de las instrucciones más destacables fue el Memorial de Agravios escrito por el abogado Camilo Torres, asesor del Cabildo de Santafé. Otros cabildos que prepararon instrucciones fueron Tunja, Santiago de Arma de Rionegro, Quito, Loja, Popayán y El Socorro. Estas elecciones fueron la apertura a la consolidación de la representación política americana, con las cuales se logró conseguir, de la Junta Central Gubernativa, las siguientes Archivo Histórico de Medellín, Actas del Cabildo (1810-1813), tomo 76, 21 de mayo de 1810, folios 12 y 13. (En adelante AHM). 2 Martínez Garnica, Armando. “La vida política”. En: Meisel Roca, Adolfo (coordinador). Colombia. Crisis imperial e independencia. Madrid, Fundación MAPFRE, Taurus, 2010, p. 39. 1

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“reclamaciones”: sólo debía elegirse para el cargo de diputado a personajes naturales de la provincia que los mandaba, nacidos en América, descartando a los altos funcionarios de la elección; y, en todas las ciudades, villas y pueblos pequeños, también podrían realizarse elecciones, como en el resto de las grandes provincias.3 Los requisitos de las anteriores reclamaciones aparecen ilustrados en un expediente fechado en marzo de 1810, donde los cabildantes de Medellín, efectivamente, exigieron a la Junta Central Gubernativa cómo tenían que ser las características personales y sociales del diputado que debía enviarse a la Península, en representación del virreinato de la Nueva Granada: […] que sea natural de la provincia que le envía, o que esté avecindado y arraigado en ella, siempre que sea americano de nacimiento; que no recaiga dicha elección en persona que obtenga alguno de los primeros empleos como son el de Gobernador, Intendente, Oidor, Oficial, Administrador, ni en quien por cualquiera causa o título sea deudor de la Real Hacienda; que no sólo las ciudades cabeceras de partido, sino también las que no lo sean elijan un diputado en la forma prescrita”.4

El citado texto está firmado por Ramón Bustamante, vecino de la ciudad de Antioquia, abogado de la “realeza” y escribano mayor de la gobernación del reino.5 Esta exigencia podría interpretarse como una de las pioneras expresiones de representación de la junta provincial antioqueña. La representación política no fue únicamente asunto de las grandes provincias, ya que pueblos más pequeños también podían participar en las elecciones y en la toma de decisiones, algunas de las cuales se hicieron cargo de su control administrativo, y se separaron de las capitales provinciales que las regían aprovechando el vacío de poder existente. Pese a las protestas de los abogados de las principales provincias por estas separaciones, como fue el caso de Camilo Torres, no se podía sojuzgar a ninguna a la obediencia, debido a que todos tenían derecho y libertad para representarse. Según Álvaro Restrepo Euse: “Hasta los más infelices villorrios organizaron Ibíd., pp. 39 y 40. Archivo Histórico de Medellín, Actas del Cabildo (1810-1813), tomo 76, marzo de 1810, s.f. 5 AHM, Actas del Cabildo (1810-1813), tomo 76, marzo de 1810, s.f. 3 4

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Juntas y asumieron una actitud de soberanía. De pequeños caseríos surgían pueblos rompiendo las tradiciones de la antigua organización política”.6 Un año más tarde, por efectos de la guerra y de la resistencia en la Península, se disolvió la Junta Central, y la administración de España y de sus colonias quedó en manos del Consejo de Regencia, que sesionó desde la Isla de León. Ante la inminente pérdida de la totalidad del reino, se creó un malestar generalizado en América que se pronunció con la formación de diferentes juntas provinciales, cuyas primeras experiencias fueron en Cartagena y en Santafé, entre mayo y julio de 1810, respectivamente. La representación de los cabildantes que se tomaron el poder despojando a los corregidores fue un hecho común en todo el virreinato de la Nueva Granada. Los ejemplos de los santafereños y de los cartageneros pronto fueron tomados por las Provincias de Nóvita, Popayán, Casanare, y Antioquia por supuesto.7 En Antioquia, la Junta se formó con los cabildantes de Santafé de Antioquia, de Marinilla, de Medellín y de Santiago de Arma de Rionegro, después de que varios vecinos informados por los sucesos ocurridos en el resto del virreinato presionaron al gobernador Francisco Ayala, para que conformara un congreso provincial que fuera representativo de los diferentes pueblos que integraban la provincia. Este órgano constituyente sesionó entre el 30 de agosto y el 7 de septiembre de 1810, y una de sus principales decisiones fue la formación de una Junta Provincial de gobierno que, al igual que en otras juntas, fue presidida por el mismo gobernador. De la Junta participaron Manuel Martínez y José María Ortiz, en representación de Santafé de Antioquia; el cura Lucio de Villa y Juan Elías López, en representación de Medellín; José Miguel de la Calle y José María Montoya, en representación de Rionegro; y en representación de Marinilla José María Restrepo y Nicolás de Hoyos. Otros junteros fueron Joaquín Gómez Hoyos, José Antonio Gómez Londoño, Isidro Peláez Toro, Javier Gómez, y el licenciado Pantaleón Arango.8 Restrepo Euse, Álvaro. Historia de Antioquia. Desde la Conquista hasta el año 1900. Medellín: Imprenta Oficial, 1903, p. 104. 7 Martínez, op. cit., p. 47. 8 Sierra García, Jaime. “La Independencia”. En: Melo, Jorge Orlando (director). Historia de Antioquia. Bogotá: Suramericana de Seguros, Editorial Presencia, 1988, p. 91. 6

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Las diversas juntas provinciales del virreinato convocaron el Congreso de las Provincias Unidas en 1810, que sesionó en Santafé. El Congreso proponía establecer los formalismos políticos y el modo de representación por ejecutarse en la Nueva Granada. A la cita asistieron representantes de las juntas de Mariquita, de Nóvita, de Pamplona, del Socorro, de Neiva, y de Santafé por supuesto. Cartagena y Antioquia no participaron de las reuniones. El Congreso se disolvió, no se llegó a un acuerdo entre todas las provincias, se crearon discordias, no se aceptaron en las mesas a los diputados de Sogamoso y de Mompós, y el virreinato quedó desmembrado en dos bloques, uno constituido por el Estado Soberano de Cundinamarca, y el otro, el de las provincias confederadas, integrado por Antioquia, Casanare, Cartagena, Pamplona, Tunja y Popayán. Pese a las marcadas diferencias de los bloques, se mantuvo un acuerdo común encarnado en el juramento de lealtad al rey cautivo, en la defensa de la religión católica, y en el repudio a la política de los invasores franceses. En Antioquia, la primera República instaurada por esta Junta Provincial sancionó la Constitución Provisional de 1811, y la Constitución de Rionegro de 1812 autoproclamó la región como Estado Soberano y Federal, y en 1813 declaró la Independencia absoluta de la monarquía española. Sobre algunos aspectos sociales, políticos y económicos, derivados de la representación política de la Junta Provincial surgida en sus diferentes cabildos, tratarán las siguientes páginas, indispensables para comprender esta etapa de la historia política antioqueña. Por el orden, la defensa, los impuestos, las obras públicas y la colonización En el proceso de organización juntera participaron personajes que integraban diversas clases sociales, como los intelectuales, los curas y los comerciantes. Entre los curas estaban José Miguel de la Calle y Lucio de Villa. El primero recibió estudios en Popayán y ocupó el cargo de gobernador de Antioquia. Entre los comerciantes se destaca don José María Montoya, acaudalado hombre de negocios, abogado del Colegio de San Bartolomé y padre de Francisco y de José Manuel, que ocuparon el cargo de gobernador. Otros integrantes de la Junta que estudiaron en el Colegio de San

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Bartolomé fueron José Joaquín Gómez, José Antonio Londoño y Manuel Martínez.9 El cartagenero Juan Elías López se destacó en la Junta por sus eficaces servicios en la consolidación de la república antioqueña. Fue un aventajado Bachiller de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino. Los cargos que desempeñó para la monarquía fueron: abogado de la Real Audiencia y Teniente Gobernador y Asesor Letrado de Santa Marta. Por orden de la Junta Central Gubernativa, arribó a Antioquia para ocupar el cargo de Gobernador y de Asesor Letrado, a mediados de 1810. Cuando se formó la Junta Provincial, López fue nombrado como vicepresidente. Un año más tarde reemplazó a Francisco de Ayala en la presidencia. En ese cargo estuvo por algún tiempo hasta que regresó a Cartagena para ocupar importantes cargos públicos, designado por los republicanos de esa provincia.10 Teólogo y Doctor en derecho Civil y Canónico, comerciante, Ayudante Mayor de Milicias Blancas (1785), Teniente Oficial Real de Rionegro (1786–1792) y Alcalde de primer voto de Rionegro (1793), fueron los cargos desempeñados por José María Montoya durante los últimos años del régimen colonial. Montoya participó como representante de Rionegro, su ciudad natal, en el Congreso que entregó la autoridad a la Junta Provincial. Su posición política, después de pertenecer a la estructura monárquica, giró hacia la defensa de la República, la libertad y la igualdad, y se consolidó en el apoyo a las constituciones expedidas en Antioquia y, de manera incondicional a la Independencia.11 El primer presidente elegido por la Junta de cabildantes de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla fue el panameño Francisco de Ayala, quien durante la Colonia asumió cargos administrativos y militares como cadete del ejército fijo de Panamá (1773), subteniente de fusileros y granaderos entre 1778 y 1783, respectivamente, Teniente (1784), Capitán (1787), Sierra García, op. cit., pp. 91 y 92. Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia, 1579-1819. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Biblioteca de Historia Nacional, tomo I, 1944, pp. 277279. 11 Ibíd., pp. 286-289. 9

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I. Desde la historia política


Coronel de infantería (1794), Gobernador del Darién del Sur (1790), y desde 1804 Presidente del Cabildo de la Provincia de Antioquia, cargo en el que fue asesorado por el historiador José Manuel Restrepo. Durante su fugaz presidencia de la Junta Provincial estuvo pendiente de la organización militar, en vista de una posible insurrección de los esclavos, y, al parecer animado por su asesor, tomó las banderas republicanas el 10 de septiembre de 1810.12 Aunque Ayala no opuso resistencia a los criollos al momento de formarse la Junta Provincial, como sucedió en otras provincias con las autoridades coloniales, sí se mantuvo fiel al Consejo de Regencia y al monarca, como leemos en el siguiente comunicado: Para asegurar el concepto público de mi inalterable fidelidad en la presente crisis, se ha de servir V.S. como se lo suplico, mandar se me dé testimonio de la Acta capitular en que se acordó el cumplimiento del reconocimiento y obediencia al Supremo Consejo de Regencia de España e Indias a virtud de la orden que dirigí a V.S. a este efecto, de cuya remisión hay constancia en el Archivo de Gobierno. A consecuencia se servirá V.S. certificar si desde entonces me he mantenido firme y constante como Gobernador que he sido de esta Provincia en la presente revolución, haciendo que los Pueblos de mi mando guarden la misma obediencia y reconocimiento a dicho Supremo Consejo, y si bajo de una inteligencia se han mantenido hasta ahora. Si he procurado con la mayor prudencia la quietud de dichos Pueblos, conservándolos en subordinación, habiendo conseguido el sosiego tan recomendable, especialmente en las actuales circunstancias. Si en mi no han observado debilidad, y de algún modo no he manifestado infidelidad a nuestro suspirado Fernando Séptimo, y al Supremo Consejo de Regencia, sino antes por el contrario han visto mi firmeza, fidelidad y patriotismo.13

La Junta Provincial durante su primera etapa juró lealtad al monarca, defendió los dogmas de la religión católica y despreció los ideales políticos y religiosos de los invasores de la Península, objetivos comunes a todos los granadinos. Los cabildantes de Medellín, finalizando 1810, celebraron la instalación de la Junta y experimentaron un profundo “patriotismo”: Ibíd., pp. 269-275. Archivo Histórico de Marinilla, Comunicaciones del Cabildo, Exposición del Gobierno de Santafé por su conducta y otros documentos, tomo 93, febrero 25 de 1811, folios 15 y 16. (En adelante AHMA). 12 13

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[…] gracias a las virtudes, a su amor a los sagrados derechos de nuestro amado soberano el Señor Don Fernando 7º, que sólo se pueden conservar íntegros con la más íntima y fraternal unión, y al odio eterno que han jurado a la Tiranía de los Franceses, de tan justos principios los pueblos por cuyo unánime consentimiento se instaló esta Junta Suprema Provincial, concurrieron gozosos a la elección de los Diputados, que en el día ocupan la magistratura en este Tribunal, velando por la conservación de los derechos de los Pueblos, y por hacer su felicidad en todos los Ramos de la administración pública […]14

La anterior acta está firmada por el envigadeño, abogado, político y diplomático José Manuel Restrepo, en plena época de división granadina entre el Estado Soberano de Cundinamarca y las Provincias Unidas. La discordia entre granadinos después del fracasado Congreso santafereño no era compartida por la Junta, cuyos funcionarios apelaban a la restitución pacífica del virreinato, argumentando que Antioquia era la única “que en la presente crisis política”, que enfrentaba a las diversas provincias, se había “salvado de la división interna, y de los terribles males de la anarquía”.15 Una de las primeras funciones de representación política adelantada por la Junta aprovechando su ascendiente sobre los diferentes cabildos fue la preservación del orden público que comenzaba a administrar. Algunos vecinos estaban inconformes con el nuevo gobierno, pese a que las autoridades afirmaban que la provincia gozaba de orden y de tranquilidad. Los más atrevidos opositores propusieron instalar en Medellín un gobierno independiente de la Junta, con el propósito de administrar y de controlar los correos, la comercialización del tabaco y el aguardiente, los cultivos y la iglesia. Contra esos individuos que fomentaban el desorden, la división y la violación de la tranquilidad de sus habitantes, y en especial de la Junta, las autoridades tomaron como medidas diversos mecanismos legales, como la amonestación, la amenaza de exiliar a los instigadores, o recurrir a otros medios de represión y de castigo.16

AHM, Actas del Cabildo (1810-1813), tomo 76, 13 de diciembre de 1810, s.f. Ibíd. 16 Ibíd. 14 15

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Sin embargo, la historiadora Ana Catalina Reyes afirma que los métodos impuestos por los patriotas para mantener el orden entre las provincias que comenzaron a administrar fueron ineficaces. En ciertos momentos, la población, ante el recurrente desorden formado por los republicanos, parecía extrañar el viejo régimen. Además, que entre los representantes criollos comenzó a operar un precipitado ánimo por la celebración de fiestas, de marchas militares, de banquetes y de faenas taurinas acompañadas por fuegos artificiales, cuyos despilfarros indisponían a las clases históricamente marginadas.17 La Provincia de Antioquia, pese a la confusión y a los recelos que algunos vecinos tuvieron contra las nuevas autoridades, según permite saberlo la citada acta, no tuvo los problemas de orden público comunes a otras provincias, mientras tomaba posesión el poder republicano. Sin embargo, las autoridades informaron una gran cantidad de crímenes ocurridos entre 1808 y 1814. En esos años se destacó la condena impuesta por la Junta, que firmó el escribano Félix José Lotero, contra los hermanos Hermógenes, Joaquín y Domingo Isaza, en octubre de 1810.18 José Manuel Restrepo ocupó el cargo de “Secretario Vocal” durante los primeros años de consolidación de la primera República. El historiador de la revolución neogranadina estudió filosofía con los profesores Frutos Gutiérrez y Crisanto Valenzuela en el Colegio de San Bartolomé, entre 1799 y 1802. En su paso por la capital del virreinato aprendió, además, italiano y francés, y tuvo contacto con destacados personajes, como Manuel del Socorro Rodríguez y Francisco José de Caldas, con quienes compartió conocimientos de literatura, botánica y geografía en la Sociedad del Buen Gusto de la Biblioteca Pública, y en el Observatorio Astronómico.19

Reyes Cárdenas, Ana Catalina. “El derrumbe de la primera república en la Nueva Granada entre 1810 y 1816”. En: Historia Crítica. Bogotá: Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de los Andes, No. 41, mayo-agosto de 2010, pp. 19 y 20. 18 Archivo Histórico de Antioquia, Fondo Independencia, Juicios Criminales (18081814), tomo 331, doc. 6277, 6 de octubre de 1810, folio 12. (En adelante AHA). 19 Silva, Renán. Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín: Banco de la República, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2002, p. 95. 17

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A su regreso de la capital, Restrepo se dedicó, por influencia de José Celestino Mutis y Francisco José de Caldas, al estudio de la botánica de Antioquia, y a escribir una carta geográfica que tituló Geografía de Antioquia.20 La reforma de la carta neogranadina, que conoció Restrepo en su periplo, estaba siendo adelantada por Caldas en Santafé. Restrepo inmediatamente informó a la Junta sobre el interés que tenía de perfeccionar el mapa de Antioquia.21 El proyecto geográfico tuvo recepción entre los representantes políticos de toda Antioquia. La Junta prestó mucha importancia al historiador en el proceso de elaboración de la Carta, suministrándole documentos, noticias y mapas indispensables para el desarrollo de su trabajo.22 En la Historia de la Revolución de Colombia, Restrepo exalta la importancia de las juntas provinciales de la Nueva Granada. En el capítulo tercero destaca el Memorial de Agravios de Camilo Torres, donde se exponen algunos sucesos políticos santafereños relacionados con la “insignificante representación que se daba al Nuevo Reino” ante la Junta Central Gubernativa de España; se peticionaba por igualdad política entre criollos y peninsulares, y se denunciaba ante la opinión pública “las injusticias de la madre patria y de sus mandatarios en América”.23 Tempranos atisbos representativos dirigidos a la convocatoria de la emancipación conjunta y absoluta de los granadinos. El resto de integrantes de la Junta Provincial que acompañó a José Manuel Restrepo en la administración de Antioquia tenían en común diversos objetivos: la defensa del federalismo, las libertades para las industrias y el comercio, y el impulso para los repartos de terrenos baldíos.24 En Marinilla, los cabildantes también comenzaron prontamente a ejercitar su representación política entre la población. Los representantes san Ibíd., pp. 96 y 97. AHMA, Comunicaciones del Cabildo, Exposición del Gobierno de Santafé por su conducta y otros documentos, tomo 93, 16 de junio de 1811, folio 7. 22 Ibíd., 22 de junio de 1811, folio 7. 23 Restrepo, José Manuel. Historia de la Revolución de Colombia. Medellín: Editorial Bedout, 1974, pp. 124 y 125. 24 Sierra García, op. cit., p. 92. 20 21

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cionaron varias “proclamas” que ordenaban la suspensión del impuesto que tenía el aguardiente, y permitir su libre comercialización; imponían sanciones a los ciudadanos que se pasearan ebrios por la ciudad, y exigían, conforme a las leyes del nuevo gobierno, un castigo ejemplar para los ladrones.25 La Junta ordenó también a los representantes de los cabildos que se rebajaran los precios del tabaco y del papel.26 Los diputados marinillos adelantaron, además, una serie de obras públicas, administrativas, agrícolas y colonizadoras. La apertura de caminos fue tema de discusión entre los representantes de la Junta para la integración comercial entre los diversos sitios, villas, parajes y pueblos. Finalizando el año 1811, por ejemplo, se da cuenta de ese interés, cuando se comisionó a los señores Joaquín Duque y Jacinto Álvarez para que abrieran el camino de Juntas, en el menor tiempo posible.27 Pero la preocupación por las obras públicas era tema común de debate desde antes de integrarse la Junta, como sucedió en 1808, cuando se ordenó, por el bien y la utilidad de la República, según consta en el documento, a Nicolás Ramírez y al Juez del partido de Cocorná, la convocatoria de todos los vecinos para que concurrieran al arreglo del puente más importante de esa zona, que se encontraba en ruinas.28 El partido de Cocorná aparece constantemente reseñado entre la documentación marinilla. La representación política realizada por el nuevo gobierno parece haber tenido mucha intervención en ese paraje, donde se incentivó un importante proceso colonizador. Para realizarlo, en primera instancia se ordenó el nombramiento de un Juez Poblador.29 Cocorná era una zona muy abundante en tierras para la producción de frutos, según informaban las autoridades, quienes pidieron con insistencia a la Junta el nombramiento de un Juez Poblador con jurisdicción ordinaria, que favore-

AHMA, Comunicaciones del Cabildo, Exposición del Gobierno de Santafé por su conducta y otros documentos, tomo 93, 29 de enero de 1811, folio 7. 26 Ibíd., enero de 1811, s.f. 27 Ibíd., 14 de noviembre de 1811, folio 13. 28 Ibíd., 4 de marzo de 1808, folio 29. 29 Ibíd., 4 de febrero de 1811, s.f. 25

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ciera con su gestión la organización de los habitantes.30 Pero el objetivo del Cabildo era más ambicioso porque, además de la reparación del puente, del nombramiento de un Juez para que incentivara el poblamiento y la agricultura, principalmente la siembra de caña dulce, proyectó construir una iglesia para el suministro de los santos sacramentos y un puente de bestias para atravesar el río donde estaban ubicadas las fértiles tierras.31 Los españoles residenciados en Antioquia desde fines del siglo XVIII generalmente se mantuvieron fieles a la figura del monarca y algunos fueron expulsados de la Provincia cuando se firmó la Independencia, o lucharon en el bando republicano cuando explotó la revuelta santafereña y después felicitaron a los pacificadores de la Reconquista, como fue el caso de Juan Carrasquilla.32 Pero también muchos criollos desconfiaban de los proyectos republicanos y de la gestión adelantada por la Junta, y fueron desterrados cuando se consolidó la República en 1819, como fue el caso de los curas Jerónimo y Ambrosio de la Calle.33 Otros oscilaron entre los ideales y los proyectos administrativos de patriotas y de realistas; el licenciado Pantaleón Arango es quien personifica mejor esta ambigüedad política. Pantaleón Arango fue vecino de San Juan de Girón, licenciado, médico y abogado graduado del Colegio de San Bartolomé. Entre 1796 y 1800 ejerció como Teniente Asesor del Gobernador, durante el virreinato de José Ezpeleta. Por su experiencia en asuntos legislativos y administrativos fue invitado a participar de la Junta Provincial. Sin embargo, Arango se negó a firmar la Constitución de Rionegro y, además, desde su cargo como legislador se negó al envío de un contingente para auxiliar a los payaneses en su guerra contra los realistas, violando uno de los acuerdos de la Federación de las Provincias Unidas, que exigía la ayuda mutua entre provincias ante eventuales ataques enemigos.34 Estas decisiones le trajeron a Arango diver Ibíd., 8 de febrero de 1811, folio 1. Ibíd., 28 de enero de 1811, s.f. 32 Sierra García, op. cit., p. 92. 33 Ídem. 34 Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada. Santafé de Bogotá: Imprenta de D. Bruno Espinosa, 1811, p. 23. (Este texto se encuentra inserto entre la documentación del Archivo Histórico de Marinilla, tomo 91, 1810). 30 31

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sas discrepancias con algunos patriotas de Rionegro. Después de ocupar otros cargos administrativos como representante de la primera república antioqueña, se afilió a la Reconquista ayudando a los militares realistas heridos en contienda, y volvió a su antigua labor de Teniente Asesor del Gobernador Vicente Sánchez Lima, pacificador de Antioquia, cuya gestión ayudó a consolidar enormemente en la provincia.35 Otro personaje clave en el desarrollo de la Junta fue don José Antonio Gómez. Como otros colegas de la Junta, estudió en el Colegio de San Bartolomé. Se desempeñó durante los últimos años del periodo colonial como Alcalde Ordinario (1786), Administrador de la renta real de aguardientes (1788), Tesorero Oficial Real (1790) y Contador Oficial Real de depósito (1786), cargos ejercidos en Antioquia. Un año después de instalada la Junta Provincial, ocupó el cargo de Secretario y fue nombrado como Presidente del Estado. Desde la gobernación se preocupó esencialmente por la organización y la capacitación en “la carrera de las armas”. Participó en la firma de la Constitución de Rionegro. Gómez, falleció en 1812, y fue reemplazado inmediatamente por José Miguel Restrepo36. Efectivamente, desde su cargo como Secretario, Gómez se ocupó de la organización militar de la Provincia, como consta en un informe firmado por él, en diciembre de 1810, donde se ordena a los Ministros de la Real Hacienda la formación de una compañía de Caballería de Blancos, y la organización de una compañía de Milicias Urbanas de Infantería. Y, al mismo tiempo, se les pedía contabilizar la cantidad de lanzas, arrobas de pólvora, balas y demás pertrechos almacenados en sus depósitos.37 Ante una posible invasión, Gómez y los representantes de la Junta se preocuparon por la reestructuración de la defensa antioqueña, poco antes de la constitución de la Federación de las Provincias Unidas. Por la misma época de la reorganización militar adelantada por Gómez, se estructuraron otras fuerzas de defensa en Antioquia. Las Milicias Campuzano Cuartas, Rodrigo. “Pantaleón Arango”. En: Biografías de algunos protagonistas en el proceso de la Independencia de Antioquia. Medellín: Academia Antioqueña de Historia, Secretaría de Educación para la Cultura, 2010, pp. 106- 107. 36 Restrepo, op. cit., pp. 295-296 y 298. 37 AHA, Fondo Independencia, Libros Capitulares, tomo 650, 15 de diciembre de 1810, folio 10. 35

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Urbanas, por ejemplo, reunieron a tres contingentes de pardos alrededor de Medellín, y fueron administradas por una Junta Superior y por una Comisión Militar. Pero en estas Milicias también participó activamente la clase noble antioqueña de Rionegro, de Santafé de Antioquia, de Marinilla y de otros lugares donde el proyecto convocara a los vecinos. Aparte de la protección de la República, las Milicias Urbanas tenían como objetivo, para su organización y funcionamiento, la recolección de armamento en diversas zonas de la provincia.38 Pero la representación política no fue ejercicio únicamente de los diputados que integraban los cabildos más relevantes de la provincia. Otros sitios, parajes, pueblos y villas también ejercieron el derecho a la representación, enviando constantemente peticiones a la Junta, buscando respaldo para sus proyectos sociales. El Valle de los Osos ilustra un buen ejemplo de este proceso. Los representantes de este Valle solicitaron a la Junta Provincial, en julio de 1811, la construcción de la cárcel y del campo santo necesarios para una población que se dinamizaba. La solicitud de la cárcel no era una petición nueva, sino que se había enviado repetidamente desde “el tiempo del antiguo gobierno”, como informaron las autoridades santarrosanas39. Cooperación interprovincial, ciudadanía y fin de la tributación indígena Entre los meses de febrero y noviembre de 1811 sucedieron en la provincia antioqueña diversos hechos políticos con el nuevo gobierno, relacionados con el cambio de mando que después de la renuncia de Francisco de Ayala ocuparon Juan Elías López, José María Montoya y José Antonio Gómez. En junio, la Junta sancionó una Constitución Provisional y, finalizando noviembre, firmó el acta que determinó en Santafé de Bogotá la creación de la Federación de las Provincias Unidas. León Uribe, Juan Camilo. Milicias en la provincia de Antioquia en tiempos de la Independencia, 1808-1816. Medellín: Tesis de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, Departamento de Historia, 2012, pp. 75-77. 39 AHA, Fondo Independencia, Documentos Generales, tomo 820, doc. 12921, 18 de julio de 1811, s.f. 38

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Los representantes granadinos que acudieron a la cita federativa fueron: Enrique Rodríguez, por la Provincia de Cartagena; Manuel Campos, por la Provincia de Neiva; Camilo Torres, por la Provincia de Pamplona; Joaquín Camacho, por la Provincia de Tunja; y José Manuel Restrepo, quien ejerció en las sesiones como Secretario, representó a los antioqueños.40 Juan Del Corral, futuro presidente de Antioquia y personaje relevante en el proceso independentista de la Provincia, también estuvo en Santafé, acompañando a Restrepo.41 El Acta de Federación consta de 78 artículos sancionados para enfrentar los retos de los nuevos gobiernos provinciales. El artículo 7 condensa y resalta claramente los mecanismos de representación política adoptados por las Provincias Unidas, quienes se facultaron para: […] darse un gobierno como más convenga a sus circunstancias, aunque siempre popular, representativo y análogo al general de la Unión, para que así resulte entre todas la mejor armonía y la más fácil administración, dividiendo sus poderes y prescribiéndoles las reglas bajo las cuales se deben conducir: la Policía, el gobierno interior y económico de sus pueblos, y nombramiento de toda clase de empleados; la formación de sus códigos civiles y criminales; el establecimiento de Juzgados y Tribunales superiores e inferiores en donde se fenezcan los asuntos judiciales en todas sus instancias; la creación y arreglo de Milicias Provinciales, su armamento y disciplina, para su propia defensa, y la de las Provincias Unidas, cuando requiera el caso; la formación de un tesoro particular para sus respectivas necesidades, por medio de las contribuciones y arbitrios que tengan por convenientes, sin perjuicio de la Unión, ni de los derechos que después se dirán; la protección y fomento de la agricultura, artes, ciencias, comercio, y cuanto pueda conducir a su felicidad y prosperidad; últimamente, todo aquello que no siendo del interés general, ni expresamente delegado en los pactos siguientes de Federación, se entiende siempre reservado y retenido.42

Los criollos firmantes del Acta desacataron las órdenes del Consejo de Regencia y de la Constitución de Cádiz (1812), que buscaban representar políticamente a los americanos. El desacuerdo de las Provincias Unidas, con las órdenes de las nuevas administraciones peninsulares surgidas du Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, p. 23. Restrepo Euse, op. cit., p. 104. 42 Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, pp. 3 y 4. 40 41

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rante el vacío del poder monárquico, y el manifiesto de mantenerse firmes en la consolidación de la soberanía desde la representación política, lo ilustra el artículo quinto del Acta: Todas y cada una de las Provincias–Unidas, y que en adelante se unieren, de la Nueva Granada, o de otros Estados vecinos, desconocen expresamente la autoridad del Poder Ejecutivo o Regencia de España, Cortes de Cádiz, Tribunales de Justicia, y cualquiera otra autoridad subrogada o substituida por las actuales, o por los Pueblos de la Península, en ella, sus Islas adyacentes, o en cualquiera otra parte, sin la libre y espontánea concurrencia de este Pueblo. Así, en ninguna de dichas Provincias se obedecerá, o dará cumplimiento a las Ordenes, Cédulas, Decretos, o Despachos que emanaren de las referidas autoridades, ni de ninguna constituida en la Península, de cualquiera naturaleza que sea, Civil, Eclesiástica, o Militar; pues las dichas Provincias sólo reconocen por legítimas, y protestan [sic] obedecer, en su distrito, a las que sus respectivos Pueblos hayan constituido, en las facultades que les son privativas; y fuera de él, a la Confederación de las Provincias–Unidas, en las que por esta Acta le son delegadas, y le corresponden para la conservación y desempeño de los intereses y objetos de la Unión. Sin que por esto se rompan tampoco los vínculos de fraternidad y amistad, ni las relaciones de Comercio que nos unen con la España no ocupada, siempre que sus Pueblos no aspiren a otra cosa sobre nosotros, y mantengan los mismos sentimientos que manifestamos hacia ellos […]43

Sin embargo, otras provincias, como Pasto, Barbacoas, Iscuandé, Riohacha, Panamá, Veraguas, Valledupar y Santa Marta, permanecieron fieles a los postulados realistas consignados en la constitución gaditana y en el Consejo de Regencia; declararon la guerra a los representantes del Acta y mantuvieron relaciones de cooperación con los peninsulares durante la primera República granadina. Santa Marta ejemplifica la consolidación de esta fidelidad, beligerancia y cooperación: acogió en sus tierras al virrey Benito Pérez Valdelomar, nombrado por la Regencia, y a todos los peninsulares destituidos de sus cargos por efectos del proceso independentista, y fue el punto clave desde donde se conspiró y coordinó el apoyo militar de Cuba, Puerto Rico y Maracaibo para repeler las incursiones armadas de las Provincias Unidas. Estos desacuerdos interprovinciales a favor de Ibíd., pp. 2 y 3.

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la monarquía y en contra de la República produjeron una cruenta guerra civil, donde se destacaron los enfrentamientos de Cartagena contra Santa Marta, y de Cundinamarca contra El Socorro.44 Los antioqueños no pudieron marginarse de la guerra civil que afectaba internamente al virreinato, y en 1813, bajo las órdenes de Juan Del Corral, apoyaron militarmente a los contingentes payaneses en su lucha contra los realistas provenientes de Quito. Aunque algunos autores, como Álvaro Restrepo Euse, afirmaron que Antioquia permaneció aislada y protestó contra la guerra entre granadinos.45 La cooperación armada de los antioqueños fue conocida como la Campaña del Sur. Desde 1810 la gobernación de Popayán, dirigida por Miguel Tacón, sostenía un crudo enfrentamiento contra los criollos republicanos de las Provincias de Caloto, Toro, Cali, Buga y Cartago, quienes, animados por el soplo republicano, habían conformado una junta autónoma de gobierno que se hacía llamar las “Ciudades Confederadas del Valle del Cauca”.46 La ofensiva de los republicanos estaba respaldada desde Santafé por las tropas del coronel Antonio Baraya, y tuvo importantes enfrentamientos en Pasto, Iscuandé y Tumaco, comandadas por el coronel Joaquín Caicedo, pero que, finalmente, no pudo obtener victorias destacables, porque durante el enfrentamiento intervino el coronel Juan Sámano apoyado por el gobierno de Quito.47 En estos términos se apeló a uno de los acuerdos del Acta, que determinaba el apoyo mutuo ante ataques de los enemigos de la República. Las Provincias Unidas prometieron colaborarse con dineros, pertrechos y personal en caso de enfrentamientos, y el Congreso derivado de la Unión se reservó, además para el bien común de los federados, el derecho de organizar contingentes de defensa fronteriza, marítimos y terrestres.48 En cumplimiento de este acuerdo, los oficiales Juan Del Corral, José María Gutiérrez, Dionisio de Tejada y Juan Esteban Martínez enviaron 46 47 48 44 45

Martínez Garnica, op. cit., pp. 52-54. Restrepo Euse, op. cit., p. 108. León Uribe, op. cit., pp. 75-77. Ídem. Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, pp. 4 y 5.

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un batallón con 152 hombres, integrado por una división auxiliar y otra de artillería, para apoyar a los patriotas que emprendían la liberación de Popayán.49 Los interesados en participar de la Campaña del Sur serían recompensados con tierras. La cesión de tierras baldías dentro de las jurisdicciones del virreinato era otro de los acuerdos firmados por las Provincias Unidas.50 Por sus acciones heroicas ascenderían de simples soldados a sargentos u oficiales y podrían acceder vitaliciamente a un sueldo por incapacidad, y sus familias recibirían incentivos en caso de encontrar la muerte en batalla. La Campaña tuvo triunfos destacables en Calibío y en el Alto Palacé. En la segunda, sucedida el 30 de diciembre de 1813, fue muy importante el apoyo del contingente antioqueño.51 Las Provincias Unidas se comprometieron a aceptar a todos los pueblos, villorrios, sitios y parajes granadinos que desearan pertenecer a su Federación y cumplieran con los acuerdos del Acta: conservar los principios, los postulados y los dogmas de la religión católica, apostólica y romana; establecer contribuciones e impuestos para artículos de “interés general”; controlar los derechos aduaneros y las casas de moneda; respetar la identidad de los indígenas, proteger sus tierras y entablar negociaciones con ellos mediante los beneficios de la civilización; consolidar la agricultura e incentivar las artes y las ciencias “desconocidas” en la Nueva Granada.52 Pero las relaciones interprovinciales no surgieron con la firma del Acta, sino que existían desde antes por procesos de intercambio comercial, viajes, vínculos sociales, familiares, políticos y culturales. Cartagena, por ejemplo, exigió que el Congreso Granadino de 1810 se efectuara en Medellín, por razones relacionadas con “su clima medio y su situación intermedia”.53 El Acta es un documento que apela a la libertad y a la autonomía provincial, pero también es una declaración de guerra. La guerra civil que se presentó en el virreinato contra la República es nuestro mejor argumento. Las León Uribe, op. cit., p. 80. Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, p. 8. 51 León Uribe, op. cit., pp. 79-84. 52 Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, pp. 2-9. 53 Duque Betancur, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Medellín (faltan datos), p. 427. Restrepo Euse, op. cit., p. 105. 49 50

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provincias firmantes del Acta tenían que reforzar sus territorios. En un texto del cabildo de Medellín, firmado por Silvestre Vélez, se informa sobre acuerdos políticos y militares entre Cartagena y Antioquia relacionados con el negocio de “150 fusiles con los respectivos utensilios”, que compraron los antioqueños para su defensa, finalizando 1811.54 Ciertamente, los antioqueños tuvieron grandes relaciones con los republicanos cartageneros. Entre ambas provincias existieron, durante la consolidación de la República, destacables amistades políticas y alianzas comerciales. El gobierno de Cartagena, como muestra de gratitud con los antioqueños por sus “servicios y socorros con esa Plaza”, rebajó a sus comerciantes el 6 por ciento de los impuestos que en aquel puerto se cobraban a todas las mercancías que se importaban con destino a esta provincia, a partir de mediados de abril de 1812, como informaron las autoridades de Cartagena al Cabildo de la ciudad de Marinilla.55 El mismo año de la firma del Acta de las Provincias Unidas, la Junta declaró a Antioquia como Estado Federal Soberano, y a finales de junio sancionó una Constitución Provisional que contenía los siguientes títulos: Disposiciones Generales, Poder Legislativo, Poder Ejecutivo, Poder Judicial, Real Hacienda y Equilibrio de los Poderes. La decisión de formarse como un gobierno federal no fue obstáculo para que los antioqueños participaran del movimiento centralizador granadino, desde la organización de los ramos de Hacienda y de Guerra. Los gestores de la Constitución Provisional, según Francisco Duque Betancur, desconocieron la potestad y el mandato real que Fernando VII tenía sobre la Nueva Granada, antes que otras Provincias, como Cundinamarca por ejemplo, cuyos diputados peticionaban por un sustituto del monarca que los representara, mientras terminaba su confinamiento en la Península.56 Duque Betancur afirma, además, que los representantes de la Junta que sancionaron la Constitución Provisional prestaron a las Provincias de Popayán y de Cartagena de a mil pesos “fuertes” e hicieron las paces con los AHM, Actas del Cabildo (1810-1813), tomo 78, 3 de diciembre de 1811, folio 89. AHMA, Orden de General de Cartagena (1812), tomo 94, 17 de abril de 1812, folios 1-3 56 Duque Betancur, op. cit., pp. 427 y 428. 54 55

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cundinamarqueses. Estos procesos se realizaron siendo gobernador el señor José María Montoya Duque, jurisprudente y teólogo bartolino, experto en Derecho Civil y Canónico, vecino de Rionegro y antiguo funcionario colonial de cargos. Durante su mandato, Montoya Duque construyó la iglesia y el hospital de Rionegro, introdujo la moneda de plata en Antioquia y organizó el camino entre Juntas y Nare.57 Según este último punto, la Junta Provincial acataba otro de los acuerdos del Acta, que enfatizaba en la necesidad de construir caminos interprovinciales para el tránsito libre de personas y de mercancías.58 Los representantes de la Junta manifestaron un destacable interés por los asuntos económicos, por el desarrollo provincial, y por integrar a los diversos grupos sociales a los ideales republicanos de igualdad y de libertad. En desarrollo de esos ideales, el Soberano Colegio Electoral elevó a la clase de “ciudadanos” a los indígenas de la Provincia y los eximió del pago de tributos. El mismo les prohibió a los curas doctrineros y demás autoridades castigar o apresar a los naturales. Las tierras cultivadas por los indígenas en los diferentes resguardos de la Provincia serían señaladas y repartidas para el beneficio de sus familias, y las autoridades debían favorecerlos en la consolidación de sus industrias mineras y agrícolas. Sin embargo, a los indios se les imponía otra medida: no podrían negociar ni donar sus tierras.59 Sin embargo, desde la época del tributo, los indígenas tenían algo de representación política ante la Junta por medio del Protector Fiscal de sus respectivos resguardos y pueblos. Dionisio Morales y Ramón Tamayo, habitantes del pueblo de Nuestra Señora de Chiquinquirá de la Estrella, por ejemplo, acusaban al Corregidor de exigirles el tributo a comienzos de año, obligación que los naturales debían de pagar en el mes de la Semana Santa, según lo estipulado por las autoridades.60 Entre 1810 y 1811, la Junta tuvo un afortunado desempeño sancionando una Constitución Provisional, extendiendo lazos políticos y militares interprovinciales y nombrando a Antioquia como Estado Soberano y Fe 59 60 57 58

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Ibíd., pp. 430 y 431. Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, p. 11. AHM, Actas del Cabildo (1810-1813), tomo 80, 21 de diciembre de 1811, folios 1-3. AHA, Fondo Independencia, Documentos Generales, tomo 80, doc. 12915, s.f. I. Desde la historia política


deral. Entre los criollos se respiraba un ambiente de soberanía y de libertad que afectaba la Provincia, y fluían unas decisiones que abandonaban las consignas, los ideales y los postulados de la administración colonial, como el desconocimiento de la autoridad monárquica y los acuerdos constitucionales españoles. Pero entre 1811 y 1813, la Junta tomó otras importantes decisiones que consolidaron la primera República, como la sanción constitucional de Rionegro y la declaración de Independencia. De la constitución a la dictadura Los representantes de la Junta Provincial percibían los cambios que presentaban las Provincias de la Nueva Granada, relacionados con la firma de acuerdos correspondientes a la defensa territorial, a la organización de las instituciones militares y de hacienda, a la potestad y al derecho a decidir sobre los terrenos baldíos, a la consolidación del comercio interprovincial, al apoyo mutuo ante ataques enemigos, y al deseo compartido por los diputados neogranadinos que justificaban la emancipación, como el camino para alcanzar los beneficios de la “patria”. La provincia antioqueña, federal y soberana, representada por un puñado de diputados con ideales republicanos, decidió, para continuar consolidando su proceso emancipador, sancionar la Constitución de Rionegro, como reemplazo de la Provisional firmada un año antes. La Constitución se firmó bajo la gobernación de Juan Carrasquilla, tuvo una amplia influencia de la tunjana de 1811 y unos marcados discursos liberales y religiosos, arengó por la autonomía política, la igualdad, la seguridad, el respeto de los bienes ajenos y la propiedad, que era fundamental para el desarrollo de la explotación agrícola, las industrias, el intercambio comercial y el trabajo en general.61 En el título primero de la Carta, los “Preliminares y Bases de la Constitución”, se ilustran las políticas republicanas que contempló el Estado: Los Representantes de la Provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada, plenamente autorizados por el Pueblo, para darla [sic] una Constitución que garantice a todos los Ciudadanos su Libertad, Igualdad, Se Sierra García, op. cit., p. 93.

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guridad y Propiedad: convencidos de que abdicada la Corona, reducidas a cautiverio, sin esperanza de postliminio las personas que gozaban el carácter de Soberanas, disuelto el Gobierno que ellas mantenían durante el ejercicio de sus funciones, devueltas a los españoles de ambos hemisferios las prerrogativas de su libre naturaleza, y a los Pueblos las del Contrato Social, todos los de la Nación, y entre ellos el de la Provincia de Antioquia, reasumieron la Soberanía, y recobraron sus derechos: íntimamente persuadidos que los Gobiernos de España por su estado actual, y por su inmensa distancia es imposible que nos liberten de la tiranía y del despotismo, ni que cumplan con las condiciones esenciales de nuestra asociación […]62

La Constitución debatida en el Congreso reunido en Rionegro desde enero se sancionó finalmente en marzo de 1812, y tuvo como representantes a Manuel Antonio Martínez, José María Ortíz, José Pardo, Andrés Avelino Uruburu, Juan Esteban Martínez, Francisco Javier Barrientos, Pedro de Arrubla y Juan Francisco Zapata, por Santafé de Antioquia; por Medellín: Juan Carrasquilla y José Miguel de Uribe; José Ramón de Posada e Isidro Peláez por Marinilla; por el departamento del Nordeste: Vicente Moreno; y por Rionegro: Diego Gómez de Salazar, Pedro Francisco Carvajal, Manuel Hurtado, Manuel José Bernal, José Miguel de la Calle y Francisco Ignacio Mejía.63 Las secciones y los títulos que componen la Constitución son: De los derechos del hombre en la sociedad, Deberes del Ciudadano, De la formación del gobierno, Del poder legislativo, Del senado, De la Cámara de Representantes, Del poder ejecutivo, Disposiciones comunes, Del supremo tribunal de Justicia, De la Alta Corte de Justicia, Prevenciones generales acerca del poder judicial, De los diputados para el Congreso, Del Tesoro común, De la fuerza armada, Instrucción pública, y Disposiciones generales64. Los acuerdos firmados con las Provincias Unidas siguieron vigentes en la Carta, y los diputados que hicieran parte de esa Federación ejercerían Pombo, Manuel Antonio y Guerra, José Joaquín (compiladores). “Constitución del Estado Soberano de Antioquia (1812)”. En: Constituciones de Colombia. Bogotá: Imprenta de La Luz, 1911, p. 235. 63 Restrepo Euse, op. cit., p. 105. 64 Pombo y Guerra, Constituciones de Colombia, pp. 236-296. 62

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por espacio de dos años, y deberían ser representantes nacidos en Antioquia o haber residido en ella por lo menos tres años.65 Los asuntos de la defensa, la representación, los derechos y los deberes, sancionados por la Carta, continuaron presentes en el ideario republicano antioqueño. La provincia ahora contaba con la participación de “los Hombres” y de los “Ciudadanos” en la organización social y política de la nueva administración, y se planteaba el asunto de la libertad individual y de la libertad de imprenta, en los siguientes términos: La libertad es la facultad que el hombre tiene de hacer todo lo que no sea en daño de tercero, o en perjuicio de la sociedad: ella le ha sido concedida no para obrar indistintamente el bien o el mal, sino para obrar el bien por elección; La libertad de la Imprenta es el más firme apoyo de un Gobierno sabio y liberal; así todo ciudadano puede examinar los procedimientos de cualquier ramo de Gobierno, o la conducta de todo empleado público, y escribir, hablar, e imprimir libremente cuanto quiera; debiendo sí responder del abuso que haga de esta libertad en los casos determinados por la ley […]66

La Carta separó los tres poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial; estableció el voto únicamente para los hombres que tuvieran independencia económica y no rindieran servidumbre, decreto que excluyó de las urnas a los vagos, a los mendigos, a los esclavos, a los sirvientes, a los agregados y a los jornaleros, y sus generalidades mostraron el cambio del discurso monárquico al republicano francés, en cuanto a jurisprudencia se refiere.67 Los vecinos antioqueños concurrieron a las urnas en sus respectivos cabildos, después de sancionada la Constitución de Rionegro. En San Antonio de El Peñol, por ejemplo, los votantes, todos hombres como establecía la Carta, escogieron representantes para el cargo de Apoderados, finalizando 1812. Los señores Antonio Arcila, Alcalde y Juez Pedáneo; José Joaquín de Hoyos, cura; y Vicente Lino, segundo Juez Pedáneo, integraron “La Junta Colectora de Votos”, durante los tres días que duraron los comicios. José Antonio Arcila, José Joaquín de Hoyos, Vicente y Manuel Lino Ibíd., pp. 284 y 285. Ibíd., pp. 284 y 285. 67 Sierra García, op. cit., pp. 93 y 94. 65 66

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y José Ignacio Urrea participaron como testigos. Los candidatos fueron: Francisco Giraldo, José Joaquín de Hoyos, Nicolás Zuloaga, José María Ramírez y Martín Giraldo. Los ganadores fueron Giraldo y Hoyos con 89 y 53 votos, respectivamente. Zuloaga obtuvo 40, Ramírez 30 y Giraldo 12 votos. El cura Hoyos, elegido como uno de los dos apoderados de El Peñol, argumentó falta de tiempo para ocupar el cargo, debido a sus múltiples responsabilidades con la iglesia; su puesto le fue cedido entonces a Nicolás Zuloaga, tercero en la votación.68 Como vemos, en estas elecciones participaron ejerciendo diversos cargos los mismos personajes, como José Joaquín Hoyos que lo hizo como colector de votos, testigo y candidato, y Vicente Lino que participó como colector y testigo. Los asistentes a las urnas fueron 234, según contabilizamos en el total de votos. Encontramos entre la primera República a un personaje asumiendo un cargo administrativo legado de la Colonia, el de Alcalde Pedáneo que desempeñaba en El Peñol el señor Antonio Arcila. Esta ocupación estaba en la escala más baja de la jerarquía administrativa y judicial. Los alcaldes pedáneos se encargaban de atender delitos menores y enviar los mayores al alcalde ordinario para su conocimiento. Operaban en villas y pueblos pequeños, y, en la ausencia de los oficiales de la Real Hacienda, estaban autorizados para recaudar las rentas. Eran elegidos por el gobernador de la provincia de una terna de candidatos enviada por los cabildos.69 Los representantes republicanos consideraron necesario empadronar los diferentes sitios, valles, pueblos y parajes que constituían en 1812 el territorio antioqueño. En octubre de ese año el Cabildo de Medellín comenzó a contabilizar a los habitantes de los sitios que lo integraban. San Cristóbal fue uno de los primeros lugares en que se ejecutó un padrón general cuyo verso constitucional era: “La obediencia de un Cordero, le damos por donativo: al Tribunal de Justicia y al Cuerpo Legislativo”. Las autoridades

AHMA, Cuaderno de votaciones, tomo 94, 7 de diciembre de 1812, folios 10-23. Vásquez Vargas, Claudia. Estructura de la administración municipal de Medellín, siglos XIX y XX. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura, Archivo Histórico de Medellín, 1997, p. 21.

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contabilizaron en San Cristóbal 892 pobladores de ambos géneros: 146 blancos, 562 mestizos, 65 mulatos, 46 negros libres y 73 esclavos70. Sin embargo, el Estado soberano, constituyente, autónomo y federal no escapaba a las críticas. Se encuentran en los documentos de los diferentes cabildos, sumarios contra ciudadanos que estaban en contra de la Junta, inclusive, y con más regularidad, entre los pueblos de indios. La Junta Provincial, por lo menos en la ciudad de Marinilla, comenzó a constar en los documentos como Junta Provincial de Seguridad y Vigilancia, en fechas posteriores a la expedición de la Constitución. Un sumario seguido contra el indígena Juan de Dios Sánchez puede ilustrarnos al respecto. Sánchez era vecino de San Antonio de Pereira, soltero, y varios vecinos le acusaban de haber insultado repetidamente a las autoridades del pueblo. Entre las autoridades circulaba la idea también recurrente de que los indígenas quebrantaban los principios y las leyes humanas y divinas. La acusación contra Juan de Dios era tan grave que las autoridades de seguridad y vigilancia tuvieron que nombrarle como curador a Manuel Gómez. Las razones de la captura de Sánchez eran muy sencillas: cada que estaba borracho decía a varios de sus vecinos que la Junta no servía para nada. Las declaraciones de sus vecinos influyeron en el apresamiento del indígena.71 Las administraciones republicanas, según Ana Catalina Reyes, perdieron prestigio por sus constantes abusos de poder y por su negligencia al momento de organizar los problemas sociales. Los desacuerdos de la población, con los patriotas, fueron constantes durante la primera república granadina. Los más inconformes con el nuevo régimen fueron los grupos sociales marginados desde tiempo atrás: los negros, los mestizos y los indígenas. Entre ellos no caló el proyecto transformador de las juntas. Fueron muy comunes las arbitrariedades que la milicia ejerció contra ellos.72 Entre 1812 y 1813, la Junta determinó que se postergaran los Títulos de la Constitución porque avanzaba la reconquista española que comenzó AHM, Actas del Cabildo (1810-1813), Libro Padrón de San Cristóbal (1812), tomo 80, 10 de octubre de 1812, s.f. 71 AHMA, Sumario contra Juan de Dios Sánchez por haber vertido sugerencias sugestivas contra el Gobierno, tomo 94, 28 de julio de 1812, folios 1–5. 72 Reyes Cárdenas, op. cit., p. 23. 70

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exitosamente con la retoma de Popayán, ejecutada por las tropas de Juan Sámano. La primera medida fue el nombramiento de Juan Del Corral para que organizara la defensa militar de la provincia, en calidad de Presidente Dictador. El Dictador, en compañía de su secretario José Manuel Restrepo, ordenó el destierro de los realistas, inclusive antioqueños, y la confiscación de sus propiedades. Pero la decisión más revolucionaria de todas fue, sin lugar a dudas, la declaración de Independencia que Del Corral y la Junta firmaron el 11 de agosto de 1813, que desconoció a todas las autoridades españolas, encabezadas por Fernando VII.73 La Independencia antioqueña no fue pionera en la Nueva Granada porque, a la fecha de la proclamación, Cundinamarca, Cartagena y Mompós habían ya tomado partido por la emancipación total de la monarquía.74 Aparte de considerar clausurados los mandatos del imperio, también se declaró que el pueblo era soberano y autónomo en las decisiones relacionadas con la autoridad pública.75 Preocupado por la reconquista, Del Corral reforzó la estructura militar apoyado por Francisco José de Caldas, quien se había exiliado con otros ilustrados en Antioquia durante la retoma payanesa. Pero un año antes de asumir la dictadura, en 1812, el momposino emprendió con novedosos y revolucionarios métodos el reordenamiento militar del pequeño ejército antioqueño. El texto que ilustra sobre el reordenamiento de las tropas antioqueñas se tituló: “Reglamento General de Milicias para la Provincia de Antioquia”, y fue escrito por Del Corral. El Reglamento contiene una breve introducción, un índice con ocho Tratados, y un índice particular que especifica los temas centrales de la obra: la descripción de los cuerpos, los batallones, los ayudantes departamentales, la distribución de la fuerza armada, el asiento de los oficiales de plana, los capitanes departamentales, las comisiones de alistamiento y la junta de los oficiales de compañía.76 Sierra García, op. cit., p. 94. Duque Betancur, op. cit., p. 447. 75 Restrepo Euse, op. cit., p. 109. 76 AHA, Fondo Independencia, Reglamento General de Milicias para la Provincia de Antioquia, 27 de julio de 1812, s.f. 73 74

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En la introducción del texto leemos algunos de los objetivos del Reglamento Militar –donde se apela a la libertad y a la seguridad de los Ciudadanos–, y que se dirigía a “las honorables Cámaras Legislativas” surgidas de la Constitución, en búsqueda de su exanimación y su posible aprobación: […] el deber de todo ciudadano que desea conservar la libertad de su país, y sus propios años, es no separar su seguridad de su persona, fiándola al cuidado de mercenarios, sino ser el mismo en todo tiempo en común con sus conciudadanos, el fiel, pronto, y eficaz protector de sus derechos y libertad. Nos dedicamos a la formación de un plan general y reglamentario para la organización, distribución, instrucción y régimen de una milicia patriótica, que atienda al servicio interior de nuestra provincia.77

En la milicia patriótica participaron labradores, plateros, herreros, carpinteros, tintoreros, sastres, mineros y mercaderes; vecinos de Santafé de Antioquia, de Medellín, de Guanteros o la Otra Banda, de Rionegro, de Chachafruto, de Marinilla, de San Pedro, de Santa Rosa de Osos y de San Jacinto; con diversos estados civiles: casados, solteros, viudos con hijos y sin ellos; con edades que oscilaban entre los 20 y los 47 años, y pertenecientes a las diferentes clases sociales: pardos, indios, blancos y mestizos. Estos ciudadanos integraban “el Batallón de soldados útiles para ejercer el oficio de las armas”; los otros componentes del Cuerpo de Infantería eran la Escuadra, la Compañía, la Asamblea Veterana y el Estado Mayor.78 Del Corral dispuso de los conocimientos de Francisco José de Caldas para la fabricación de pólvora, la dirección de una academia militar en Medellín y la fundición de armamento en Rionegro. Durante la dictadura se realizaron otras reformas militares y administrativas, como la reorganización de los estancos de tabaco y de aguardiente, la recolección de ingresos para la lucha emancipadora, y el apoyo militar a los republicanos del valle del Cauca, acuerdos consignados en el acta federativa de las Provincias Unidas.79 La defensa antioqueña tuvo un afortunado avance con la experiencia del aventajado militar francés Manuel Serviez.80 Para la 79 80 77 78

Ídem. Ídem. Acta de Federación de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, pp. 236-296 Sierra García, op. cit., pp. 94 y 95.

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fecha el rey había recuperado la libertad, anulado la Constitución gaditana, y preparaba la restauración de la monarquía, reconquistando las colonias americanas.81 Al comienzo de la reconquista, el peninsular Francisco de Montalvo peticionó a líderes republicanos, como Camilo Torres y Manuel Rodríguez Torices, presidente del Congreso de las Provincias Unidas y Gobernador de Cartagena, respectivamente, una reconciliación con el gobierno gaditano y con la monarquía. Pero en el camino de la Independencia no había reversa. Para contrarrestar el avance realista, Antonio Nariño rompió su aislamiento e inconformidad con las Provincias Unidas, y propuso una negociación que adelantó Jorge Tadeo Lozano, y que permitió el ingreso del Estado de Cundinamarca en la Federación. El resultado de la coalición centralizó los ramos de Hacienda y de Guerra.82 En Antioquia se adelantó un acelerado movimiento defensivo. Las milicias patrióticas prepararon su maquinaria de guerra para defender la República. Las noticias sobre la eficaz ofensiva realista llegaban frescas al interior del Estado. Los partidarios de la dictadura confiaban en la fortaleza del ejército organizado por Del Corral; manifestaban un profundo orgullo por sus hombres y esperaban vencer a las tropas de Francisco Warleta, que, lentamente, se acercaban al territorio antioqueño. Las fuerzas de infantería eran consideradas por la Junta como “los objetos cardinales de un Estado”, que, ante la problemática situación que se presentaba, serían las únicas que podrían salvar a la República de la reconquista. Las armas, según los representantes antioqueños, constituían: […] todas las razones y verdades que están de parte de la Justicia de nuestra causa, no nos queda otro más eficaz argumento que el de las armas al ejemplo mismo de nuestros enemigos, que repeler la fuerza con la fuerza, hasta morir o arrasarlos, no bastando las rentas públicas para mantener un número considerable de tropas fijas y regladas acreditando la experiencia que ha sido necesario formar repentinamente con la Milicia Patriótica un

Reyes Cárdenas, op. cit., p. 6. Martínez Garnica, op. cit., pp. 54 y 55.

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Cuerpo de Campaña sin tiempo alguno para instruir, y disciplinar sus contingentes.83

José María Marín, Secretario de Hacienda y Guerra, firmó la anterior declaración de guerra confiando desmedidamente en el potencial armado de las tropas antioqueñas.84 Pese a la defensiva granadina, la reconquista se consumó bajo las tropas de Pablo Morillo, que subordinaron a Cartagena en primera instancia, y desde allí comenzaron su campaña hacia el interior del país.85 Prontamente, la resistencia antioqueña comenzó a recibir derrotas y a ceder territorios. En la retoma de la provincia cayeron las poblaciones de Nechí y Zaragoza en manos de Vicente Sánchez Lima; y Francisco Warleta, quien provenía de Mompóx, derrotó en Remedios a las tropas de Ambrosio Pérez Colmero, y emprendió sin mucha oposición la pacificación de Medellín. Contrario a lo acontecido en otras provincias con los patriotas, quienes fueron pasados por las armas, en Antioquia los republicanos tuvieron un trato político más considerable que incluyó trabajos forzados en obras públicas, prisión, y confiscación de bienes.86

AHM, Actas del Cabildo (1810-1813), Real Cédula en que se declara el fuero de guerra a las Milicias Patrióticas (1813), tomo 80, 16 de octubre de 1813, folios 1-3. 84 Ídem. 85 Martínez Garnica, op. cit., p. 57. 86 López Medina, Julián Camilo. La visión española de las luchas por la Independencia en la Provincia de Antioquia, 1790-1820. Medellín, Tesis de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, 2012, pp. 97 y 104. 83

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Fuentes y bibliografía Fuentes primarias Archivo Histórico de Medellín (AHM), Actas del Cabildo (1810-1813), tomos 76, 78 y 80. Archivo Histórico de Marinilla (AHMA), 1811 y 1812, tomos 93 y 94. Archivo Histórico de Antioquia (AHA), Fondo Independencia: Juicios Criminales (1808-1814); Libros Capitulares, 1810; Documentos Generales, 1811; Reglamento General de Milicias para la Provincia de Antioquia, 1812. Bibliografía Pombo, Manuel Antonio y Guerra, José Joaquín (compiladores). “Constitución del Estado Soberano de Antioquia (1812)”. En: Constituciones de Colombia. Bogotá: Imprenta de La Luz, 1911. Campuzano Cuartas, Rodrigo. “Pantaleón Arango”. Biografías de algunos protagonistas en el proceso de la Independencia de Antioquia. Medellín: Academia Antioqueña de Historia, Secretaría de Educación para la Cultura, 2010, pp. 106 y 107. Duque Betancur, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Medellín: Imprenta Departamental, 1967. Martínez Garnica, Armando. “La vida política”. En: Meisel Roca, Adolfo (coordinador). Colombia. Crisis imperial e independencia. Madrid: Fundación MAPFRE, Taurus, 2010. Restrepo Euse, Álvaro. Historia de Antioquia. Desde la Conquista hasta el año 1900. Medellín: Imprenta Oficial, 1903. Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia, 1579-1819. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, Biblioteca de Historia Nacional, tomo I, 1944. Restrepo, José Manuel. Historia de la Revolución de Colombia. Medellín: Editorial Bedout, 1974. Reyes Cárdenas, Ana Catalina. “El derrumbe de la primera república en la Nueva Granada entre 1810 y 1816”. En: Historia Crítica. Bogotá: Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de los Andes, No. 41, mayo-agosto de 2010.

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Sierra García, Jaime. “La Independencia”. En: Melo, Jorge Orlando (director). Historia de Antioquia. Bogotá: Suramericana de Seguros, Editorial Presencia, 1988. Silva, Renán. Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín: Banco de la República, Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2002. Vásquez Vargas, Claudia. Estructura de la administración municipal de Medellín, siglos XIX y XX. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura, Archivo Histórico de Medellín, 1997. Tesis León Uribe, Juan Camilo. “Milicias en la provincia de Antioquia en tiempos de la Independencia, 1808-1816”. Medellín, Tesis de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, Departamento de Historia, 2012. López Medina, Julián Camilo. La visión española de las luchas por la Independencia en la Provincia de Antioquia, 1790-1820. Medellín, Tesis de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia, 2012.

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Ideas y acontecimientos fundamentales en la primera etapa del interregno hasta la declaratoria de independencia absoluta Héctor Quintero Arredondo

Razón de un título omo diría Alberto Zalamea, crece la audiencia que se compone por quienes creemos que el centenario título de Patria Boba, con el cual se señaló a un periodo de nuestra historia que coincide con el que vamos a estudiar, es una falacia o un producto de la ignorancia. Por ello cuando encontramos correligionarios que elaboraron la idea del “interregno fernandino”,1 sentimos alborozo y nos invade la sensación de contar con refuerzos científicos y oportunos. Es que a medida que se aportan documentos y se realizan ejercicios sistémicos sobre lo que aconteció entre los días en que se recibieron en América las noticias anonadantes sobre la crisis de la monarquía borbónica y la consolidación de las victorias militares de Boyacá y Chorros Blancos, comprendemos mejor las dificultades, los razonamientos, el aporte de ideas sobre soberanía, organización territorial, gobierno, en fin sobre la fundamentación socio – política que serviría para captar el entorno de los acontecimientos y proponer la manera de afrontarlos. El proceso fue muy rico. Esperamos que el lector termine compartiendo nuestro enunciado. Nos gusta mucho el texto anunciativo. En efecto fue un tiempo en el cual el imperio español se quedó sin Rey y como quien detentaba tal calidad, que para el momento histórico encarnaba la soberanía –además venida de Dios– se llamaba Fernando VII, pues resulta lógico que se haya

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La expresión, según varios autores, ya había sido usada por Fray Servando de Mier.

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acuñado esta expresión que puede entenderse como el lapso de tiempo sin Fernando. Por tratarse del Reyno, expresión que sirve para señalar al nuevo Reyno de Granada, que más o menos es la actual Colombia más el Ecuador y porque en aquel Reyno existía una provincia aislada que buscaba su identidad, conocida hoy como Antioquia, que se apresta a celebrar doscientos años de la declaración de su independencia absoluta – precisamente en medio del interregno – es por lo que nos proponemos exponer la ideas y los movimientos que nos parecen fundamentales y que invitan a pensar en muchas situaciones, que estáticas o en evolución iluminan el camino recorrido en doscientos años y ayudan a vislumbrar lo que vendrá. El entorno El aislamiento de Antioquia en la primera década de la décimo octava centuria, seguía siendo grande. El camino de Juntas, para la época con algunas ramificaciones, era la arteria terrestre que llevaba a nuestros antepasados hasta las aguas del Magdalena, la gran vía de entonces. Cuando hoy, doscientos años después, nos ubicamos en sus accesos en suelo de Guatapé, al lado de las trincheras que construyó Salvador Córdova en 1829 y dejamos que nuestra mirada se pierda en el horizonte, vislumbramos algo de lo que debió ser aquel camino que con buena suerte se recorría en siete días entre selvas y fangales. Las otras formas de comunicación no eran mejores. Hacia el norte la montaña de Cáceres, al occidente la ruta del oro, unas veces por los riscos de Sabanalarga o por las corrientes del Cauca y del Nechí; para buscar el sur, esa Popayán que era la cabeza eclesiástica de la Provincia, la vía de la Vega de Supía y hacia el Atlántico, por Urabá, el camino casi perdido que una vez recorrió Robledo y que sirvió para alimentar temores ante las preocupaciones sobre invasiones de europeos, que según se decía, desembarcaban en las costas del hoy Atlántico antioqueño. Pero las noticias – a pesar del aislamiento – llegaban. Cuando la incipiente formación de capitales sucedió, como un paso posterior al dislocado periplo de la primera minería del oro, se observó que en Medellín y en lo que hoy llamamos el oriente cercano, de manera especial en Rionegro, 52

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comenzó a formarse una clase comerciante que poseía una ventaja para competir, consistente en que tenía fácil acceso al oro y con ello adquirió vínculos que llegaban a Cartagena y aún al Caribe, en especial a Jamaica. Ahí se tuvo el primer canal para la información. Aquella élite, en gran parte, no se quedó en el respetable mundo del comercio y de la minería. Varios de los padres de familia que la componían, decidieron que algunos de sus críos buscaran avanzar en conocimientos y para ello pensaron en Popayán y en Santafé de Bogotá. La provincia para la época apenas contaba con balbuceantes esfuerzos en materia educativa; unos institucionales como el de los franciscanos en Medellín y otros personales o familiares como el caso de la biblioteca de los sacerdotes De la Calle que servía de algo para mejorar los incipientes conocimientos de la muchachada antioqueña. José Manuel Restrepo Vélez, José Félix de Restrepo, José María Montoya, José María Hortiz,2 Francisco Antonio Zea, José Antonio Gómez, son claros exponentes de los hijos de la primera burguesía organizada de Antioquia que tiernos aún, tomaron caminos que los llevaron a buscar ciencia en los sitios más cultos del Reyno. Aunque los títulos académicos los otorgaba Santo Tomás, en Santafé de Bogotá había dos centros de estudios que rivalizaban sanamente en la búsqueda del saber y pronto también en la efervescencia política: San Bartolomé y el Rosario. La mayor parte de los antioqueños que aspiraban al título fueron a San Bartolomé, el antiguo claustro de los jesuitas. La compañía de Jesús fue expulsada por vez primera de Colombia, en tiempos de Carlos III, por considerar la Corona que era peligrosa para la institucionalidad de la monarquía. La orden de expulsión se cumplió con celeridad y entonces San Bartolomé quedó vacio de sotanas jesuíticas, pero lleno de libros y papeles que pronto comenzaron a leerse por parte de los muchachos adolescentes que llenaron las aulas de aquel Colegio, que era una curiosa mezcla de recuerdos jesuíticos, pero ahora orientado por la Corona. Los antioqueños que iban del apacible Valle de Medellín, del altiplano oriental y de la caliente capital, pudieron solazarse leyendo y discutiendo Así se firmaba Don José María. Resulta prudente señalar que algunas veces se ubica a este prócer como nacido en El Socorro, lo cual no parece exacto.

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sobre muchos autores, quizás Vitoria, Suárez, Filangieri, Rousseau, Montesquieu; de cierta forma esa lectura aparentemente sosegada era más fácil que participar en la elaboración de textos subversivos y colocar pasquines, máxime cuando los últimos virreyes borbónicos tuvieron cierta tendencia permisiva frente a los acontecimientos que se daban dentro de los claustros. Ahora bien, si algunos antioqueños salían de los límites de la Provincia que en breve dibujaría José Manuel Restrepo, a manera de un cono cuya base estaba cerca de la provincia de Popayán y que luego se cerraba a medida que el Magdalena y el Cauca se buscaban, otras personas, no antioqueñas, venían a esta tierra; unos con misiones oficiales, otros por asuntos de negocios y a través de ellos se establecieron contactos y nexos que también sirvieron para la información de la Provincia.

Versión del mapa de José Manuel Restrepo, 1808.3 Hermelín, Michel. Geografía de Antioquia. Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit, 2007.

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Mapa de la Provincia de Antioquia, año de 1808 por José Manuel Restrepo4 Restrepo, José Manuel. Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia. Medellín: Fondo Editorial Eafit, 2007.

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El más destacado de todos fue Don Juan del Corral, hijo de Mompox que llegó como comerciante – vendedor de cacao – y terminó encarnándose entre los antioqueños; luego Juan Elías López Tagle, el gran cartagenero que debe estudiarse mucho más no solo por nosotros los antioqueños, sino por los colombianos, que fue un motor muy importante para el proceso político; José María Gutiérrez de Caviedes, hermano de Frutos, que tuvo tan destacada actuación en los sucesos del 20 de julio de 1810; Dionisio Texada, integrante de la importante casa de los Sánchez de Texada, que tuvo en Don Ignacio a uno de los primeros diplomáticos de la Nueva Granada, sitial que comparte con dos antioqueños ilustres, Don Francisco Antonio Zea y Don José María Gómez de Salazar Morales, personajes que brillaron en el mundo de las ideas y del ejercicio político; hubo otros que al lado de sus negocios también participaron y que tuvieron en su momento actuaciones estelares como Don Juan Esteban Martínez, de Santa Fe de Antioquia o Don Pedro Sáenz de Rionegro, a través del cual llegó la carta que informó a los aldeanos de las montañas antioqueñas sobre los sucesos del 20 de julio de 1810, allá por las calendas de principios de agosto de aquel año. Cerramos esta idea con dos cumbres que aparecieron cuando el interregno ya estaba avanzado, Francisco José de Caldas que además de participar en lo político, inquietó con sus conocimientos científicos y Manuel Roergas Serviez, el iniciador de la estrategia militar en Antioquia, profesor de la primera Academia Militar, la de Ingenieros, que tuvo por su alumno a Don José María Córdova, el mejor militar colombiano de todos los tiempos. El mundo político en el Reyno El joven y pobretón virreinato de la Nueva Granada, se reflejaba en la fría y lejana capital que servía de asiento a la burocracia gubernamental. Nadie puede desconocer que en la Santa Fe de Don Gonzalo Jiménez de Quesada existía un proceso educativo más adelantado, en buena parte gracias a los esfuerzos de Don José Celestino Mutis, que con el apoyo del Virrey Messía de La Cerda, insufló aires modernizantes, que de no haberse dado tal proceso, es de analizar si el oscurantismo que reinaba haría 56

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aconsejable no beber de esa agua tan contaminante para la razón. También debe recordarse el esfuerzo que luego de Moreno y Escandón se hizo para enseñar Derecho Natural y de Gentes, no necesariamente anclado en la divinidad según el planteamiento de Grocio, pero que a la larga y de manera específica, luego de la conspiración de los pasquines, recibió un bastonazo virreinal y se optó por retirarlo del pensum oficial. Sin embargo los libros quedaron – afortunadamente los bárbaros quemadores no estaban por ahí – y por ello, sin cátedra, pero con biblioteca, pudieron ser leídos. Este mayor desarrollo cultural y la residencia en la paramuna ciudad de los poderes públicos – virrey y audiencia – hicieron de Santa Fe, el centro relativo de la vida política, durante los días anteriores al interregno. Pero en la práctica eran varias ciudades las que se sentían al mismo nivel de Santa Fe. Caracas, Cartagena, Popayán, Quito y Tunja, miraban hacia la lejana capital del Reyno y sus dirigentes incubaban pensamientos de autogobierno. Los cartageneros por ejemplo, se consideraban autosuficientes y estaban orgullosos de compartir con los hijos de Buenos Aires el bello honor de haber vencido a los orgullosos ingleses sin ayuda del imperio, allá por los días de las últimas décadas del siglo XVIII; Popayán también tenía adelanto universitario; entre muchos, en aquella ciudad blanca enseñó el ilustre antioqueño José Félix de Restrepo y estudió Francisco Antonio Zea. Además era un centro político, minero y agrícola de primer orden; es más, el aire que respiraba, venteaba con igual firmeza desde el sur, por Quito, que desde el norte por Guanacas. Y para que hablar de Quito o Caracas; la segunda con gobierno propio y la primera, aunque teóricamente sujeta, en la práctica casi autónoma, quejosa de su situación dependiente que consideraba injusta y muy observada; para 1809, intervenida desde el propio virreinato de Lima, dirigido por Fernando de Abascal, cuando la famosa operación que llevó a cabo Don Manuel de Arredondo y a la cual nos referiremos – con algún detalle – un poco más adelante. Y si vamos al campo de las realidades políticas, es conveniente recordar y luego nos detendremos en ello que Cartagena, El Socorro y Pamplona eran hervideros políticos que presentaron cuadros tan interesantes como que la Junta de Sevilla, en reconocimiento a la importancia de Cartagena, dispuso un delegado especial para esa ciudad diferente al que envió para

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Santa Fe en 1808. Efectivamente para Cartagena la designación recayó en Antonio Vacaro y para Santa Fe en Don José Pando de Sanllorente. De otro lado recordemos que antes del 20 de julio hubo levantamientos en El Socorro y en Pamplona que incluso – en el caso de El Socorro – fue tan violento que produjo gran cantidad de muertos. La situación política de Santa Fe como centro de poder, distaba mucho de la que ostentaban ciudad de México o Lima y ello es muy importante para entender los acontecimientos del interregno. Los enredos que armó Napoleón Allá en las soledades de Santa Helena, ¿tendría Bonaparte idea alguna de lo importante que fue su actuación en cuanto al proceso de independencia delAmérica del Sur? No nos referimos a la convocatoria de las cortes de Bayona y a la promulgación del Estatuto que lleva el mismo nombre, interesante hecho político constitucional que no quiere estudiarse y que como en el caso de la Patria Boba, se despacha con una desagradable oración cuando se dice que eso fue “cosa de afrancesados”;5se trata de analizar que la irritante dominación de España, su ocupación militar en aprovechamiento de las increíbles torpezas de dos reyes borbónicos y el viento favorable para Napoleón en sus campañas militares hasta 1812 – 1813, repercutieron en la América española de manera increíble y casi provocaron la intervención de Carlota la hermana de Fernando, esposa del monarca portugués sito en América, que de haberse dado habría colocado al Reyno en la órbita lusitana o al menos muy cerca de ella. Noticias anonadantes En tierra de América, durante doscientos cincuenta años los aldeanos de las villas más pobladas y todos los que estaban esparcidos por el Reyno, incluidos los antioqueños que realizaban su primer periplo colonizador En el libro Constituciones (Medellín: Imprenta Departamental, 2011), publicamos completo el Estatuto, además de un interesante trabajo del profesor Luis Alfonso Botero Chica. Vale la pena recordar que el Estatuto abolió el tormento, prescribió la libertad de imprenta y que en él tuvieron parte los indianos, tal como que en su elaboración participaron los diputados Francisco Antonio Zea e Ignacio Sánchez de Tajada.

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dirigido hacia la meseta norte y también en pos del oriente lejano, siempre se había escuchado que el “Rey nuestro señor”era el soberano, que su poder venía de Dios, que existía una unión sin fisura ni yuxtaposición entre el trono y el altar; pero además por cuenta de las sangres españolas que así se tratase de mestizos y mulatos, alguna corría por el sistema venoso de la mayoría de los habitantes del Reyno, se conocía que tan cercano a lo sagrado era la persona del Rey, que hasta el apóstol Santiago había colaborado en la matanza de moros para abrirle paso a las monarquías que terminaron en la unión de Castilla y Aragón, ahora sucedida por la dinastía de los borbones que tuvo en San Luis IX de Francia, nada menos que un santo. El Rey era entonces para todos, sacrosanto. Y ahora empezaba a saberse que ese Rey y su príncipe heredero, estaban en Francia en un castillo llamado Valencay, presos por el “pérfido” Napoleón que no solo invadió a España, sino que arrebató la corona y se la entregó a su hermano, según los fernandistas, un borracho apodado Pepe Botella, para no llamarlo José I, como dizque había que decirle.

Castillo de Valencay6 Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Castillo_de_Valen%C3%A7ay. Consulta 3 de septiembre de 2013.

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Así presentadas las cosas, resulta fácil entender que cultos y aldeanos, comenzaron a llamar al Rey cautivo con el bello nombre de “El Deseado” y a empezar movilizaciones para restituirlo al trono. Bien distinta era la realidad; Carlos IV aceleró la postración de España, Fernando VII fue en su primera juventud un golpista (en el motín de Aranjuez actuó contra su padre) y el tránsito de las tropas napoleónicas por España fue autorizado por Carlos IV; incluso la corona se entregó a Napoleón con agradecimiento, y luego de ello ambos vivieron largos años en aquel castillo que no era el más lujoso de Francia, pero que resultaba bastante confortable. Pero en política – espero que todos lo sepamos – vale más, mucho más, la percepción que la realidad y por ello Fernando, el pobre príncipe, era el deseado. Los aldeanos antioqueños recibieron, procedentes de la capital virreinal, noticias sobre estos hechos por lo menos desde 1808. Desde Madrid, con la firma de Silvestre Cuellar, se anunció el 15 de abril de 1808 que Carlos IV había abdicado en Fernando VII desde el 19 de marzo de aquel año.7 Luego se supo que se había constituido la Junta de Sevilla y que entraba a gobernar en nombre de Fernando VII, en los reinos de Sevilla, Córdova, Jaen, las provincias de Extremadura, Castilla la Nueva y “demás que se vayan sacudiendo el yugo del Emperador de los franceses”.8 Esta comunicación fue suscrita en el Alcázar de Sevilla el 17 de junio de 1808 y las muchas firmas que se estamparon fueron encabezadas por Francisco de Saavedra. Se trata de un ilustrativo documento que comienza quejoso contra Francia por ingrata y afirma que España tanto le ha dado que pareciera feudataria; el gran culpable de todo es Godoy que habría abusado de la ingenuidad de Fernando quien a pesar de que el pueblo trató de atajarlo en Vitoria, siguió camino de Bayona en donde sucedió la hecatombe que terminó con el nombramiento de Murat como Lugar-Teniente del Rey Carlos IV y luego la anormal entrega de la corona. Pero en este punto el documento efectúa una trascendental reflexión (no olvidemos que estamos en 1808) cuando se pregunta: ¿con qué autoridad, con qué derecho enajena la Corona de España y trata a los Españoles Archivo Histórico de Antioquia, Período Independencia, tomo 819, documento10342. 8 AHA, Periodo Independencia, tomo 819, documento10342. 7

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como a rebaños de animales que pacen en los campos? O ¿con qué poder priva de la Monarquía a sus hijos y descendientes, y a todos los herederos de ella por nacimiento y por sangre? Todo aquello desembocó en que la Junta de Sevilla, el 6 de junio de 1808 declaró formalmente la guerra a Napoleón y anunció que entraba en contacto oficial con Inglaterra. Es entonces cuando Amar y Borbón, el 15 de septiembre de 1808, apoyándose en las credenciales que le otorgó Pando de Sanllorente, convocó a los antioqueños y al reino para apoyar al deseado. Para completar el marco teórico de esta iniciación nos falta un segundo elemento. Consiste en que el emperador de los franceses hasta 1812 parecía imbatible y la caída total de España algo inexorable. El traspié de Bailén, cuando las guerrillas españolas derrotaron un ejército francés en España, pudo producir un hálito moral importante para el pueblo español, pero en la práctica ocasionó el envío de tropas francesas que agravaron por años la situación en la península ibérica e incluso el propio Napoleón operó al frente de ellas durante un tiempo y de todas formas, puede afirmarse que en 1809 Europa asistía impresionada a las victorias napoleónicas en Aspern, Essling, Wagram y Viena que consolidaron el poderío el emperador y solamente después de 1812 vinieron noticias sobre actuaciones dudosas militarmente para Napoleón en tierras de Rusia y en la batalla de Vitoria en suelo español. El Argos Americano, fue particularmente acucioso en informar sobre los avances de las tropas de Napoleón. En su edición del 11 de marzo de 1811, destacaba que Massena sitiaba a Cádiz y en el número 25 de marzo de 1811 daba cuenta de que el emperador francés había encomendado a Dumourier que acercase más tropas a Massena y a Drouet, mientras que Wellington tenía que cavar trincheras entre Almada y Tafaria. Por todo lo anterior los criollos podían pensar que lo único que sostenía la desfalleciente institucionalidad española era el ejército inglés, pero que el futuro de España era incierto. De ahí que fuese tan importante la información que llegaba por Jamaica, posesión inglesa, mucha de la cual podía leerse en el Argos, en buena parte editado en Cartagena.

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Lo que pudiéramos llamar “cuadro napoleónico” a propósito del interregno fernandino, provocó un gran revolcón en las caras de gobierno en el Reyno; llevó a que muchos abogados criollos que hasta ese momento solo ocuparon puestos segundones y aún modestos en la administración colonial, se vieron lanzados al estrellato y comenzaron una fase nueva de su vida pública. En Antioquia el caso más significativo fue el de José Manuel Restrepo, que de abogado de pobres en la Real Audiencia, saltó primero a importantes cargos en el gobierno de Antioquia y luego se ancló durante casi cincuenta años en el gobierno nacional. La ansiedad de los habitantes del Reyno Ante el torrente de noticias, los granadinos entraron en ansiedad profunda. Debió ser terrible otear el futuro en medio de una situación en la cual, las potencias rectoras eran Inglaterra y Francia. El Argos Americano, en su edición número 35 correspondiente al 9 de noviembre de 1809 destacó que el almirante Rowley, ubicado en Jamaica, fue categórico en afirmar que la protección que Inglaterra ofrecía a las colonias americanas se mantendría mientras las colonias siguieran fieles a su soberano. Rowley sintetizaba el pensamiento inglés; no se trataba de apoyar procesos separatistas – aquellos que buscaban unos pocos criollos –; los barcos de guerra ingleses estaban listos a disparar solo para mantener la monarquía española. Con ese pensamiento se desenvolvía el proceso. Sin embargo es necesario afirmar que la gran mayoría de los criollos – aún sin el consejo de los cañones ingleses – apoyaba la restitución al trono de Fernando VII. En muchos existían motivos de insatisfacción, pero se confiaba en que el favor real enderezaría las cosas. Ahora bien, un grupo de ilustrados comenzó a pensar más allá. Lejos del número reducido de los que seguían el proceso emancipador de Miranda, que ya había tenido un golpe duro cuando el fracasado desembarco de 1807, estos ilustrados se mostraban llenos de angustia sobre lo que vendría en el futuro. De lo que hemos encontrado, lo que más nos gusta para explicar este estrechamiento del corazón, es la posición que Eloy Valenzuela fijó, en Bucaramanga en 1809, que aparece publicada en el número 35 del Argos Americano en noviembre del mismo año. 62

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Eloy Valenzuela, que recibió en unión de Camilo Torres y Joaquín Camacho los votos de los antioqueños a comienzos de 1809 para participar en la elección de los delegados a la Convención que convocó la Junta Central de España, se pregunta: ¿de quién seremos si se pierde España? y trata de contestar diciendo que no podíamos ser de Inglaterra puesto que a ello se opone el asunto de la lengua, acompañado de las diferencias en cuanto a la religión (esencial para la época y no sabemos si vigente aún), la diferencia de carácter y los intereses, a pesar de que no se podía negar para la época que en aquel momento los ingleses eran los amigos. Se preguntaba también Don Eloy si el Reyno podría ser agregado al de Brasil (quizás por el asunto de la princesa Carlota) y entonces remontaba su intelecto hacia el pasado para recordar que Portugal había sido una provincia española y que siempre mantuvo una inveterada alianza con Francia remontada a los días de Richelieu y Felipe IV; ante la imposibilidad de encontrar solución en aquellos puertos, Valenzuela culmina su disquisición con un monumental planteamiento: Nuestra emancipación no es deslealtad, no es novelería, es obra del cielo y Dios quiera que el egoísmo, y la relajación no la desquicien de sus fines. Es el hijo que pierde a sus padres y no es ello una insurrección. El ¿de quién seremos? es degradación en cultura y filosofía. No se preguntaría si el derecho de sociedad no se hubiere convertido en predominio, subyugación y patrimonio.9

Lamento profundo, desgarrador, el de Valenzuela; una especie de “nos tocó”, que conmueve y explica lo que vivieron aquellos hombres antes del 20 de julio de 1810. La nave del Reyno por aquellos días ya surcaba aguas de desconcierto; el Virrey – para algunos bajo sospecha de bonaparismo – gobernaba al golpe de los acontecimientos y en Antioquia el último gobernador que ejerció en nombre del imperio, por cierto un panameño, Don Francisco de Ayala, llevaba una existencia tranquila, mientras en la práctica gobernaba muy cerca del cabildo en el cual ya brillaban las luminarias de la pequeña ciudad de Santa fe de Antioquia o simplemente de Antioquia, para no meternos en disquisiciones importantes, pero menores, que nos alejarían del nudo central de nuestro trabajo. Argos Americano, tomo I, número 9, noviembre de 1809.

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El desenvolvimiento de las noticias Casi todas las narraciones sobre estos hechos arrancan y están centradas en el 20 de julio de 1810. Para empezar digamos que esperamos que no pase lo mismo con el 11 de agosto de 1813. Cuidado con pensar que colocamos bases para demeritar esa importante efeméride. Simplemente consideramos que son puntos culminantes de procesos que requieren prolegómenos y que desencadenan consecuencias dignas de comentar porque constituyen una especie de trofeo merecido, precisamente por lo acontecido. Al tiempo que se supo de los tristes sucesos de Bayona, también se tuvo conocimiento del heroico levantamiento que el pueblo de Madrid protagonizó el 2 de mayo de 1808 y ello estuvo muy cerca de las informaciones que hablaban del comienzo de lo que algunos han llamado “la eclosión juntera”, o sea la tendencia de los españoles de la península a constituir Juntas de Gobierno que asumían o reasumían la soberanía con el objeto de guardar el trono para el Deseado. Este ejemplo fue observado en América y por ello algunos, como los habitantes de Chuquisaca y los Quiteños en agosto de 1809, decidieron seguir el ejemplo. El levantamiento de Quito Casi un año antes de nuestro veinte de julio, un grupo de quiteños acaudillados por el marqués de Selva Alegre y por un antioqueño, ilustre hijo de Rionegro don Juan de Dios Morales, protagonizaron un golpe que llevó al poder a una Junta de Gobierno. Apenas se supo en las vecindades, tanto Amar en Bogotá, como Abascal en Lima, reaccionaron de acuerdo a su situación de fuerza y a la postre los quiteños fueron sacrificados, lo que hace pensar que cuando Acevedo y Gómez hablaba del posible tratamiento como insurgentes y de los calabozos y de los grillos que podían esperar los criollos si no se obraba con decisión, tenía su mente fija en aquellos duros y trascendentales días. El virrey Amar fue consciente de la importancia de los acontecimientos de Quito y en Santa Fé no pretendió taparlos; por el contrario – al menos en el caso antioqueño – envió (19 de diciembre de 1809) dos ejemplares de una circular que narraba aquellos sucesos, la cual fue leída por bando y a tambor el 2 de enero de 1810. 64

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Cosa diferente aconteció con la forma de presentarlos; mientras en Santa Fé se convocó a una junta de notables para examinar el importante hecho político, en el cual los criollos pudieron hablar duro, la circular que se envió a las provincias buscaba presentar lo sucedido como una situación controlada que sólo merecía repudio, todo lo anterior expresado bajo los calificativos “desordenado, suplantada la junta de gobierno, audaz infracción”y dejando claro que debía seguirse las orientaciones de la Suprema Junta de España. Ahora bien, para que el contexto no se desdibuje, es necesario dejar sentado que los sucesos de Quito, iluminantes para territorios distantes, produjeron rechazos en las poblaciones cercanas. Cuenca fue la ciudad más beligerante, incluso reclutó tropas que envió a Gaspar de Aymerich y su ejemplo fue seguido por Popayán, Pasto, Caly, Barbacoas, Riobamba, Guaranda, Hambato, Tacunga e Ibarra. Encontramos así dos hechos importantes: 1. La difícil relación de las capitales provinciales del virreinato con sus vecinos entra en evidencia. 2. El sur del Reyno tenía fortísima interacción con Quito; quizás más que con Santa Fé y ello es muy importante para entender la historia posterior inmediata y aun la reciente de nuestro país. Pero he aquí una de las primeras escenas de la tragedia de los ilustrados americanos y en general para los liberales de ambos lados del Atlántico. Lo que en el suelo de la península era lealtad al Rey, en América era alta traición. Valenzuela había dicho que el proceso juntero no era una insurrección, era el hijo que había perdido a sus padres. Pero para el ala dura española aquello era traición y ameritaba una intervención militar, y ello fue lo que llevó, por ejemplo, a que Abascal ordenara desde Lima su acción sobre Quito que ya someramente referimos. Ahora bien, para entender mejor este proceso sigamos la forma documentada y didáctica como el historiador Daniel Gutiérrez Ardila,10 en adelante DGA, lo refiere en su magnífico libro Un Nuevo Reino y así po Daniel Gutiérrez Ardila es un joven y brillante historiador antioqueño que recibió el apoyo de entidades nacionales y extranjeras y está trabajando estos temas de manera plausible. Le agradecemos su colaboración para el éxito de este trabajo. 10

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dremos examinar lo poco que conocemos de los sucesos de Antioquia, que seguramente aflorarán con mayor brillantez cuando se terminen las labores técnicas que se propone realizar el Archivo Histórico de Antioquia en su Fondo Independencia, que monta a 11.80 metros de textos de la época. DGA plantea cuatro momentos en el proceso: la Junta de Sevilla, la Junta Central, el Consejo de Regencia y las Cortes Extraordinarias. Vamos a tratarlas enseguida, pero rogamos al lector que cuando examinemos lo acontecido en el Reyno entre 1809 y 1812, procese con especial cuidado los vitales acontecimientos que correspondieron a nuestros antepasados y de manera singular a nuestros padres fundadores. El “juntismo” se consolidó cuando España peninsular fiel a su historia y tradiciones terminó organizando Juntas Provinciales, de las cuales merece recordarse las de Asturias, Valencia, Galicia y Sevilla; para el caso americano la Junta de Sevilla merece especial cuidado y lo afirmamos porque desde esta instancia territorial, se decidió obtener el respaldo colonial, quizás en seguimiento del papel que Sevilla jugó en esa etapa de nuestra historia. Para viajar al Reyno, en nombre de la Junta de Sevilla, no se designó un solo delegado a Santa Fe; por el contrario, se confió la misión por un lado a Pando de Sanllorente que debía llegar hasta la capital del virreinato y además – gran reconocimiento por cierto – se nombró a Don Antonio Vacaro para que fuese a Cartagena. La forma de conducir la misión y los resultados también mostraron que el virreinato no estaba cohesionado. Don Antonio Vacaro tuvo que soportar una situación difícil en Cartagena y no faltó quien cuestionara su capacidad de representación; la misión terminó en desastre: para el 14 de septiembre de 1808, Cartagena de Indias decidió no reconocer a la Junta de Sevilla, pero mantuvo su adhesión a Fernando VII. Pando de Sanllorente, tal vez enterado del asunto Vacaro, entró de noche a Santa Fe, montó un odioso tinglado con Amar y Borbón, no se permitió hablar a criollo alguno y se llevó una suma fuerte en apoyo de la península. Seguro que lo uno y lo otro fue conocido en Antioquia que tanto miraba para Cartagena. Luego vino en España la creación de la Junta Central que viró hacia la participación americana. A partir del 25 de septiembre de 1808, fecha de 66

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creación de la Junta Central, se habló de convocar a elecciones para que una convención definiese el futuro del imperio. Aunque el reparto de las curules fue inequitativo con América y muy inferior a lo que había pensado Napoleón en Bayona, América se aprestó a elegir sus nueve delegados que frente a los 36 peninsulares no eran gran cosa, pero que se constituía en la primera vez que (por fuera del régimen afrancesado) que se tendría algún espacio para hacerse sentir. Luego de análisis y debates se decidió en el Reyno que eran 19 los centros políticos que debían elegir; algunos fueron señalados como cabildos subalternos, pero recibieron la autorización. Creemos que es la primera vez que aflora la inequidad de nuestro desarrollo jugando en el tinglado de la representatividad política. La decisión provocó dos conflictos y un antecedente que es necesario reseñar y entender para comprender el desarrollo futuro del interregno y luego el concerniente a vida de nuestro estado colombiano. Quito y Popayán, aunque eran cabildos electores, se sintieron menospreciados porque consideraban que cada uno de ellos debía elegir su propio delegado. De nuevo apareció el fenómeno de la poca autoridad de Santa Fe para decidir sobre estos asuntos y al lado hizo presencia el tema de los cabildos subalternos o sea la desigualdad de representación de las ciudades más pobladas y los pequeños cabildos que también elegirían. El Reyno no tenía desarrollo armónico, las desigualdades eran sensibles, pero se niveló a la fuerza y entonces Quito fue convocado en igualdad de condiciones, por ejemplo con Veragua o con Santiago de las Atalayas. Para finalizar,el listado de los cabildos electorales, adicionado con el Chocó que se dividió entre Nóvita y Citará, se convirtió en la guía de los centros de poder político y sobre él giraron todos los procesos políticos del interregno con lo cual el predominio de Santa Fe siempre se presentaba cuestionado y ello provocó reacciones fuertes de manera especial en el caso de Don Antonio Nariño y su clan Álvarez.

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Tabla de los 19 cabildos electores11. Elección del representante del Reino a la Junta Central. (El candidato favorecido por el sorteo va en bastardilla)12 Santa Fe Cartagena Santa Marta Riohacha

Dr. D. Luis Eduardo de Azuola D. Antonio de Narváez D. Antonio de Narváez D. Antonio de Narváez

Panamá

D. Juan Andrete

Veragua

D. Pedro Ortiz

Antioquia

Dr. Camilo Torres

Mariquita Tunja Pamplona

Dr. D. Eloy Valenzuela Dr. D. Francisco Javier Torres y Rojas Dr. Camilo Torres

Neiva Popayán Quito Cuenca Loja Ibarra Riobamba

Dr. D. Camilo Torres

Dr. D. Antonio Ayos

Dr. D. José María García de Toledo

D. José Munive

Dr. D. Antonio Ayos

D. José Sámano

D. José María Lozano

D. Luis de la Barrera y Negreiros D. Juan López Dr. D. Eloy Valenzuela D. José María Domínguez Dr. D. Joaquín Camacho Dr. D. Frutos Joaquín Gutiérrez Dr. D. Luis Eduardo de Azuola Dr. D. Camilo Torres Dr. D. Frutos Joaquín Gutiérrez

D. Ramón Díaz del Campo D. Antonio de Val Dr. D. Joaquín Camacho D. Tomás Andrés Torres D. Juan Nepomuceno Escobar D. Pedro Groot

Dr. D. Joaquín Camacho Dr. D. Joaquín CaD. Miguel Tadeo macho Gómez Dr. D. José Ignacio D. Atanasio Ladrón Sanmiguel de Guevara D. José Ignacio de D. Joaquín Mosquera Dr. D. Camilo Torres Pombo Conde de PuñonrosD. Carlos Montúfar D. José Larrea Jijón tro11 D. Fernando Guerrero D. José María de D. José María Landa de Salazar Novoa Dr. D. José María de D. Pío de Valdivieso D. Francisco Riofrío Lequerica Dr. D. Manuel de D. Domingo GanConde de Puñonrostro Zaldumbide gotena D. Juan Larrea y D. José Larrea Jijón D. Carlos Montúfar Villavicencio

Santiago de las Atalayas Dr. Camilo Torres Socorro

Dr. D. Joaquín Camacho

Posada, Eduardo. “Elecciones en 1809”. Apostillas a la historia colombiana. Bogotá: Kelly, 1978, p. 243. En: Gutiérrez Ardila, Daniel. Un nuevo reino. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, p. 127. 12 Juan José Dávila y Matéu, Conde de Puñonrostro (Quito 1783 - Madrid 1850). 11

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Los partidos, los intereses regionales y la manipulación Aunque don Antonio Narváez, burócrata de larga carrera y quien fuera electo delegado, nunca llegó a España, estas elecciones de 1809 constituyeron una nueva muestra de la diversidad del Reyno. Primero surgieron los bloques regionales. En la costa Atlántica el candidato fuerte fue el cartagenero Narváez; en el sur, o sea Quito, Cuenca, Loja, Ibarra y Rio Bamba poco se salieron de los nombres del conde de Puñonrostro y de José de Larrea Jijón; los payaneses votaron por los suyos y en el “centro o altiplano”, que según el candidato derrotado Andrés Rosillo debería cuidarse de no dejar pasar a los de afuera, tuvieron el favor Don Camilo Torres y Joaquín Camacho. Torres y Camacho se presentaban como los líderes de los novadores, que en el imaginario de aquellas élites aparecían como contrarios al establecimiento que dirigía Amar y Borbón. El voto de Antioquia fue por los novadores y así consagró como sus delegados a Torres, Camacho y Eloy Valenzuela, es decir, no entró en el bloque costeño y más bien se orientó por los letrados. Con estos sucesos se había dado otro paso hacia la definición de las bases del cuadro político del interregno. La segunda etapa En los días anteriores al 20 de julio de 1810, cuando los novadores tenían muy avanzados sus planes, luego de haberlos cocinado en buena parte en las sesiones de la Tertulia Eutropélica, el liberalismo español intentó un nuevo proceso de reconciliación y tal vez el único que merece denominarse de diálogo. Cádiz fue el escenario. Luego de un gran forcejeo, el 18 de febrero de 1810 se envió a los territorios de América la convocatoria para el proceso que habría de terminar con la expedición de la constitución que los españoles denominan con el nombre de “la pepa”, en 1812. Pero el Reyno para esa época ya estaba en otra onda. Así los llamaran de manera burlona “el comité de los sabios”, aquellos ilustrados, sabedores de que Villavicencio era el comisionado que en Cartagena había puesto en

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casillas al Gobernador Montes y que había escrito al Virrey solicitándole cordura frente a las circunstancias del momento, se dedicaron a preparar la convocatoria de la Junta y manejaban entre ellos el tema de la reasunción de la soberanía tal como lo veremos. De ahí que solo cinco provincias concurrieron a elecciones, incluida Santa Marta que siempre fue fiel al viejo régimen y sucedieron cosas tan curiosas como que Don Camilo Torres al tiempo fue electo por Popayán a las Cortes Extraordinarias de Cádiz y por Pamplona a la convención del Reyno. Pero en Cádiz de todas formas estaban urgidos de una representación y de manera amañada decidieron que la representación del Reyno estaba en cabeza de Don Domingo Caicedo, el conde de Puñonrostro y Don José María Mejía Lequerica. Otra etapa: un esfuerzo inútil Aunque se sale del periplo que escogimos para este trabajo, incluimos el asunto Urquinaona, para que el lector visualice el conjunto de estos asuntos. Ya para 1813, luego de los triunfos de Monteverde en Venezuela, decidieron enviar un nuevo comisario regio, nombramiento que recayó en Don Pedro de Urquinaona que se dirigió al Reyno por Venezuela. Nada pudo hacer Don Pedro; en la etapa inicial de su misión se quedó mudo ante las torpezas de Monteverde que había violado la capitulación y luego cuando Bolívar en su fugaz gobierno de 1813 – 1814 se acercó a Caracas, Urquinaona huyó a Curacao antes de caer en manos del padre del decreto de guerra a muerte. No conocemos evidencia de actuación antioqueña en estos hechos, pero sí está claro que la provincia no participó en las últimas elecciones. El reino de las soberanías Huésped o preso Fernando VII, con su actuación propinó un golpe al arquetipo de la soberanía imperial, que nunca pudo subsanarse. Con pocas excepciones (quizás la línea Miranda) todos los españoles (peninsulares, insulares e indianos) continuaron guardando el trono que por demás era el vínculo que los unía, pero en pocos meses cada villa, cada provincia, vi-

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rreinato y gobernación, entendió que era parte de esa sustancia maravillosa que se llamaba soberanía, que andando un poco el tiempo, los antioqueños en su constitución de 1812 explicarían, en cuanto a su ejercicio, como la suma de las voluntades populares. Desde luego, el tema de la soberanía implicaba una consecuencia lógica consistente en tomar la decisión de cómo debía organizarse su ejercicio desde el punto de vista territorial. Y con este abrebocas podemos introducirnos en el bosque frondoso de lo acontecido entre 1809 y 1816. Los movimientos de Quito de 1809, dirigidos por Selva Alegre y Morales precipitaron las decisiones sobre la constitución de juntas de gobierno. Los ilustrados sabían que en la España Peninsular e incluso en Mallorca se estaban organizando aquellos cuerpos, supieron de actuaciones en ese sentido y recibieron cartas y convocatorias. Por ello no resulta extraño que con osadía, los novadores propusieron desde El Socorro, Tunja, y Cartagena, la constitución de Juntas. Es más, si se tiene en cuenta que el Consejo de Regencia nombró a don Benito Pérez para que reemplazara al virrey Amar, posiblemente por la sospecha de afrancesamiento y que los golpistas de Quito invocaron la lealtad a Fernando como una de las motivaciones para su motín, resulta apenas lógico pensar que los vasallos consideraban un acto de lealtad política la creación de juntas que guardasen el trono. Pero acá empieza a delinearse la verdadera guerra civil dentro del imperio. Lo que para los americanos era un derecho y una obligación, incluso una copia de lo sucedido allende los mares, para un importante sector de los chapetones (Monteverde, Tacón, Abascal) era un claro acto subversivo, insurgente. No todos los españoles peninsulares lo entendieron así; en la medida que avanzaba la germinación del ideario liberal español, aparecieron voces que interpretaban favorablemente el proceso indiano, tal como aconteció con Blanco White que en 1810 y 1811 produjo artículos en este sentido cuyos textos fueron recogidos en el Argos. Antioquia unida Durante este proceso la dirigencia antioqueña se empeñó en mantener la unidad de la provincia soberana. Para ello, el 12 de diciembre de 1810, la Ideas y acontecimientos fundamentales en la primera etapa del interregno hasta la declaratoria de independencia absoluta

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Junta Provincial, ofrece pasaporte a quienes estén aburridos con el nuevo orden y al tiempo advierte que castigará a los que permaneciendo en suelo antioqueño intenten subvertir ese orden. Sobre este aspecto Antioquia, bajo la conducción de López Tagle, que en la práctica ya gobernaba en calidad de delegado desde el 30 de agosto de 1810 y que siempre fue el defensor del americanismo, produjo dos textos maravillosos, insertos en la proclama que anunciaba el reglamento constitucional provisional. En el primero se recordaba que los antioqueños habían reasumido su soberanía y daba cinco razones a manera de motivación: el cautiverio del rey, la dispersada de la Junta Central, la erección de un Consejo de Regencia sin los votos del pueblo americano, la deposición de las autoridades que tiranizaban a nombre de Fernando VII y la necesidad de que los pleitos no se fallaran en lejanas capitales “venales y corrompidas”; nótese que para el 7 de junio de 1811 (fecha de la proclama) el cautiverio del rey sólo era uno de los elementos que motivaban la reasunción de la soberanía. Y sobre el tema de la inequidad política en torno al movimiento juntero, los antioqueños de 1811 decían que“hay individuos preocupados satélites de la tiranía y del despotismo que se atreven a llamar insurgentes a los hombres que quieren ser libre y que enérgicamente vindican sus derechos”.13 De manera similar es bueno recordar que las Cortes extraordinarias, en donde el liberalismo tuvo amplia cabida, se referían a los actores americanos como los disidentes, expresión mucho más benigna que las ya anotadas. Los novadores tomaron enserio el tema de la soberanía y comenzaron a exponer que ante la crisis de la monarquía, el pueblo habría reasumido la soberanía y que podía reglamentar la forma como la entregaría, incluso al rey, cuando él, libre de cautiverio volviese al trono. Ese segundo paso sonó más a anatema y perjurio y aceleró el proceso militar sobre todo en Caracas, Popayán y Quito.

AHA. Período Independencia, tomo 818, documento, 12858.

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Pero no fue sólo en lo que hoy llamaríamos macropilítica, en lo que se ocupó el pueblo antioqueño. Llevado quizás por su extraordinario sentido de lo práctico y de su relación con los fines, hubo pronunciamientos en torno al aguardiente y al tabaco (entonces, como ahora vitales para la Hacienda Pública) que fueron “destancados” o sea declarados sin estanco y por ello declarado libre su comercio pero – para mitigar el impacto – se creó un tributo per cápita de ocho reales. Esta medida fue anunciada por Restrepo y Del Corral, el 22 de enero de 1811, que habían asumido cierto ejercicio del poder, antes de su viaje para asistir a los acontecimientos capitalinos. José Antonio Gómez la hizo circular. Ante la nueva visión de la soberanía, los criollos empezaron a ejercerla en aquél Reyno lejano, pobre, con desarrollo inarmónico, escaso de cohesión y con centros de poder variados y lejanos. Lo propio sucedió en Caracas, razón por la cual la Tierra Firme entre 1810 y 1813 se movió de manera similar. Vino entonces el escarceo entre villas y ciudades, Cartagena, Popayán y Quito no entendían porqué había de someterse a Santafé; Caracas afrontó una guerrita con ciudadanos cercanos que doscientos años después sirvieron a Thibault para estudiar sus guerras de milicias, Quito se vio en un turbión frente a Cuenca, Guayaquil y Loja y en el Reyno propiamente el cuadro fue muy activo. Del almendrón hacia la periferia La gran controversia, de la cual se derivarían las demás, se dio en torno a si el centro de poder debía conservarse en Santafé y si los clanes dominantes (el Álvarez a la cabeza)14 eran los llamados a heredar el control del ejercicio soberano. Al otro lado se alinearon los intelectuales qué además eran profesionales que venidos de la periferia, obtuvieron sus títulos académicos en Santafé; allí estaban Camilo Torres, Frutos Joaquín Gutiérrez y Joaquín Camacho.15 El clan Álvarez venía participando del gobierno desde los últimos días coloniales y se resintió con las reformas de Carlos III. Para la época de interregno estaba representado por Antonio Nariño, Jorge y José Mª Lozano, Manuel Bernardo Álvarez, Ignacio de Herrera, Pedro y Primo Groot y Luis Eduardo Azuola. 15 No olvidar que el voto antioqueño en 1809 se inclinó por Torres y Camacho. ¿Sería una recomendación de los antiguos bartolinos? 14

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DGA plantea esta posición ideológica de la siguiente manera: Mientras los miembros del primer partido tenían un fuerte aliciente sobre las masas santafereñas, los del segundo eran tenidos en mucha estima por los letrados provinciales. Si aquellos abogaron por la creación de una junta central heredera de la autoridad vertical del virrey, estos propugnaron por un sistema federativo y defendieron la integridad de los territorios provinciales. Por último, si los primeros solicitaron los favores de los regentistas y mantuvieron con ellos turbias relaciones, los segundos, entre tanto, habían de constituir el mayor número de víctimas de la llamada reconquista.16

Pero lo que se analizaba respecto de la ciudad que había llegado tarde al proceso independentista y que tan errática actuación tuvo luego del 20 de julio (primero colocó al virrey como presidente de la junta, en brevísimo tiempo lo expulsó y de manera similar adhirió a la regencia para desconocerla a los 5 días), pronto cundió por todo el Reyno y produjo sacudones en torno a la organización territorial que amenazaron con cambiar las líneas de división política. Tunja, Pamplona, El Socorro, Girón, Timaná, Mompox, Neiva, Nóvita, Chire, Santiago de las Atalayas, San Gil, Vélez y hasta Zaragoza en Antioquia, se movieron de un lado para el otro o buscaron no depender de nadie y cuando Don Antonio Nariño, afanoso por mantener la importancia de Cundinamarca impulsó actuaciones diplomáticas o militares para lograr su cometido, aumentó la excitación del Reyno. De esta manera y con el norte (Santa Marta y Riohacha) sin que estos asuntos les importaran, el Reyno, comenzó- por primera vez- a definir su organización territorial. La reunión fracasada La Junta Suprema de Santafé, firme en su propósito de independencia que debe entenderse como la asunción de la soberanía para gobernarse autónomamente, pero sin desconocer al rey, o sea algo así como la participación voluntaria en una gran confederación, decidió convocar al Reyno para un congreso general; era el 29 de junio de 1810. Gutiérrez Ardila, Un nuevo reino, op. cit., p. 202.

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De manera casi inmediata sucedieron varios eventos fundamentales. En primer lugar no quedó claro si reunido el congreso, la junta cesaba o limitaba sus funciones y ello a la larga ocasionó una dicotomía altamente perjudicial. En segundo lugar se abrió camino para que los cabildos disidentes comenzaran a actuar y ahí vino otro factor enrarecedor y luego – lo que fue una carga de profundidad – Cartagena se opuso a la reunión alegando que estaba mal citada pues debía pensarse en la población como base de convocatoria y además propuso una sede diferente para la reunión. No puede olvidarse que los cartageneros afrontaban un grave problema con el cabildo disidente de Mompox y quizá por ello, en la búsqueda de aliados, jugó a fondo cuando propuso a Medellín (que también balbuceaba como disidente) para que fuera la sede de aquel primer congreso. Terminó su posición en que no envió delegados al congreso. Los textos de historia antioqueña, al pasar por este capítulo, sostienen que al principio de nuestra vida emancipada, los dirigentes de la provincia simplemente decidieron en primera instancia no enviar delegados al congreso y con ello termina el análisis. Pero a la luz de lo que hoy conocemos, tenemos que enumerar varios hechos que son importantes en torno al asunto. Son ellos: 1. No sólo Antioquia evitó concurrir al congreso; tampoco fueron Cartagena, Popayán, Quito, Maracaibo (a quien se le hizo un guiño) y en cambio sí fue Mompox. 2. En Antioquia estaban residiendo dos personajes interesantes: Juan Elías López Tagle y José Manuel Restrepo. López Tagle tan patriota, tan independentista era cartagenero y bien importante, ¿sería casual su presencia en Antioquia, u obedecía ese hecho a un plan político?; por su parte Restrepo – en esta parte de sus escritos tan parco- era un letrado recién graduado a quien en Santafé no le había ido muy bien (solo había llegado a ser abogado de pobres) pero en cambio en la provincia era un ilustrado que en breve ocuparía altos cargos. Aunque algunos de sus profesores asistieron a las primeras sesiones como fue el caso de Don Camilo Torres pronto, encabezados por Don Camilo, cuestionaron la marcha de las reuniones sobre todo

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cuando Sogamoso intentó su propia disidencia y luego vino el retiro de las sesiones. Los Antioqueños se dedicaron a organizar su propio congreso provincial que se reunió en agosto de 1810 y que fue el poderoso embrión de su organización política, que aunque tuvo tormentas, resistió y pudo mantener la unidad de la provincia. Precisamente esta convocatoria sirvió para contestar las razones por las cuales no se procedía a elegir el famoso delegado; el 22 de agosto de 1810, los primeros gobernantes autónomos de Antioquia contestaron a Bogotá que estando ya convocados los cabildos para reunirse y decidir la suerte de la provincia, era apenas lógico esperar el fruto de aquellas reuniones y que – además – resultaba prudente analizar “otros objetos que deben haber influido también en la consideración del muy ilustre Cabildo de Cartagena”.17 Firmó como responsable Juan del Corral. A pesar de la precariedad de aquel primer congreso, Nariño y el clan intentaron que expidiese normas para la organización del Reyno, pero la fuerza de los acontecimientos llevó a que para fines de febrero de 1811 solo sesionaban y pavoneaban por la capital los delegados de Santafé; así murió el pequeño engendro. El asunto de Yndios Del fructífero año de 1811, es hijo el interesante documento que reglamentó el tema indígena en Antioquia.18 Con las firmas de José Miguel de La Calle, José Pardo, Pantaleón Arango, Juan Pablo Soluaga y la de Gómez de Salazar como Secretario de Estado, el 18 de diciembre de 1811 se dispuso que: 1. Los indios quedaban elevados a la clase de ciudadanos. 2. Se les extinguieron los tributos personales. 3. Continuaron los pagos por casamientos, entierros y primicias, pero se abolieron las exacciones por fiestas, octaviarios, procesiones, aguinaldos y funerales. 4. Podían casarse con quien quisieran y escoger profesión liberal. AHA, Capitulares, volumen 646, documento 10290 s.f. AHA, Capitulares, volumen 650, documento 10347, folios 198rv.

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5. Se suprimieron los curas doctrineros y los corregidores a quienes el documento califica como opresores. 6. Se suprimieron los azotes. 7. Se autorizó que fueran propietarios dentro y fuera de los resguardos pero se restringió la posibilidad de enajenar las tierras durante ocho años, hasta que sepan apreciarlas. 8. El documento insta a Curas y Jueces para que contribuyan a la educación de los indios en la agricultura, la minería y el abandono del alcohol. 9. Se ordena construir escuelas en los resguardos. 10. Los solteros cuya edad oscile entre 18 y 45 años quedan obligados a prestar el servicio militar. El acto fue enviado para su ejecución a Buriticá, Sopetrán, Sabanalarga, Cañasgordas, Ocaidó y Urrao. Al terminar esta investigación, encontramos un curioso documento en que los Yndios de Buriticá y Cañasgordas manifiestan que no querían la libertad, ni la exención de tributos y que – para evitar que se formen malos entendidos – estaban dispuestos a prestar el servicio militar, para lo cual solicitaban que se designara “un cabo” que los ejercitara en esas actividades.19 Fue también el año en que se rompió el sello del rey, se estatuyó el de Antioquia y se dispuso la banda roja y amarilla sobre fondo azul para los funcionarios públicos. Antioquia al escenario nacional El año de 1811 es bien importante en la historia antioqueña; de un lado decide nombrar delegados al Congreso General y de otro comienza su recorrido hacia la constitución como estado; veamos el asunto por partes. Delegados a Santafé. El estado de Cundinamarca Al despuntar el año (enero 2 de 1811) la dirigencia antioqueña planteó a la de Cartagena, la conveniencia de participar en los acontecimientos nacionales. Esta posición recibió aplausos desde el propio Santafé, y además AHA. Independencia, Tomo 822, documento 12965.

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también por parte de Pamplona, Mariquita, Tunja, Socorro y Casanare. Para ser consecuente con la idea, el 10 de enero eligió sus delegados; José Manuel Restrepo fue señalado como representante propietario y Juan del Corral como suplente. Los delegados iniciaron su viaje y tuvieron una primera escala en el inquieto Medellín en donde fueron recibidos con honores y luego siguieron hacia Santafé, en donde al llegar, encontraron que el congreso había fracasado y se quedaron a la espera de nuevos acontecimientos. Entre tanto en Cartagena la efervescencia política era el pan de cada día; todo se movía hacia la radicalización del proceso de independencia. Los ejemplares del Argos del 2 y 3 de diciembre de 1810 plantearon posiciones muy claras sobre Inglaterra; se sugiere a Gran Bretaña que no escuche a Carlota de Brasil (Carlota era hermana de Fernando VII) y que se limite en su actuación con respecto a la América a guardar los intereses de Fernando y a resistir la ocupación francesa; de otro lado celebra que Don Antonio Narváez no haya embarcado para asistir a las convocatorias peninsulares. El 28 de enero sigue adelante en su proceso de radicalización; el Argos del lunes 28 de enero de 1811 da cuenta de que se decretó la absoluta libertad de exportación e importación con todos los países del mundo y para toda clase de mercaderías y el 10 de febrero elige diputados para su Congreso Electoral. Los nombres principales ya no saldrán de las páginas de nuestra historia: José María García de Toledo, José Ignacio de Pombo, Ignacio Cavero, Juan de Dios Amador, José María del Real, Manuel Rodríguez Torices. En los Argos posteriores (20-24 y el del 11 de marzo) se publica quejas sobre el mal trato y el desconocimiento que la península tiene con respecto al continente americano (inequidad con la representación a cortes, mordaza informativa, injusticias a pesar de la lealtad) para terminar trascribiendo artículos del periódico liberal denominado El Español, en el cual uno de los más ilustres progresistas hispánicos, Blanco White, sostiene que lo sucedido en América es – lo repetimos - perfectamente lógico y recalca la permanente expresión de fidelidad que los americanos reiteran por Fernando VII. El texto del Argos N. 24 es premonitorio cuando expresa que la independencia no es el desconocimiento de Fernando VII, sino un reconoci78

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miento de la reasunción de la soberanía por el pueblo, en nombre del cual se reconoce a Fernando VII. Así pensaba la mayoría del pueblo cartagenero20 que por conducto de su dirigencia política estuvo en contacto con los antioqueños. Mientras tanto Cartagena también eligió a sus delegados; el primero de ellos, Marimón, solo llegó a Santafé el 28 de julio. Restrepo y del Corral seguían atentos al proceso cundinamarqués. Los antioqueños de la época esperaban con ansiedad los correos que los mantenían informados sobre lo acontecido en Cartagena y Cundinamarca; comunicaciones que llegaban básicamente por el rio Magdalena; de ahí que una de las sesiones de trabajo, la del 30 de enero de 1812, versó sobre las medidas que deberían tomarse para que el administrador de correos, cuyo papel era lograr que los documentos no se demorasen en su tránsito de Nare a Oriente, pudiera cumplir de manera adecuada con su labor. El Colegio de Medellín En breve nuestra narración se ocupará de los acontecimientos nacionales que tuvieron que ver con el congreso de las provincias unidas; por ello nos ocuparemos someramente de algunos eventos, que por domésticos, no pierden importancia. El primero de ellos está relacionado con los intereses por organizar la educación en Antioquia. Los comienzos del siglo XIX fueron espacios en que puede observarse el esfuerzo de nuestros fundadores por superar las falencias que en materia educativa presentaba Antioquia. El 20 de septiembre de 1812, el gobierno provincial autoriza la creación del Colegio de Medellín y lo hace bajo la motivación de que Rionegro había guardado silencio en torno al asunto y que el Cabildo de Medellín y sus vecinos disponen de quinientos pesos para financiar el proyecto. La autorización es para que se enseñe gramática y retórica. ¿Tendrá algo que ver con la posición delantera que tomara Medellín?

Decimos mayoría, porque en 1812 hubo una intentona de contragolpe, lo cual permitió aflorar tendencias reaccionarias que venían de atrás. 20

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Luces a lo lejos El pueblo antioqueño empezó sus movilizaciones contemporáneas con el cambio de siglo XVIII al XIX; por ello cuando los vientos de reasunción de la soberanía sacudían las montañas y los pequeños valles andinos, nuevos polos de sentimientos afectivos a la Provincia afloraban en varios de ellos. En nuestro Archivo Histórico de Antioquia existe evidencia de que el 25 de noviembre de 1812, en la parroquia de San Joseph de Espeleta de Sonsón, jurisdicción de Arma de Río Negro, debidamente convocados a la casa de don Pedro Martínez, los sufragantes sonsoneños, presididos por el alcalde, don Francisco Jaramillo, el cura don Tomás Enao y don Matías Ximenez (por haber sido juez) votaron para señalar electores para elegir la tercera parte de los senadores conforme a la constitución, para comenzar su ejercicio en el año de 1813. Actuaciones similares se dieron en San Pedro (25 de noviembre de 1811), San Antonio del Peño de Poso (28 de noviembre de 1812) y San Vicente (24 de noviembre de 1812).

Don Antonio Nariño21 Óleo de Ricardo Acevedo Bernal. Disponible en: http://en.wikipedia.org/wiki/ Antonio_Nari%C3%B1o. Consulta 12 de septiembre de 2013.

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El Reyno de Cundinamarca Fracasado el congreso general, el clan Álvarez procede a organizar su patio; dirigen el asunto José María Lozano, Antonio Nariño y Manuel Bernardo Álvarez. Con rapidez expiden el 4 de abril de 1811 la constitución de un curioso Reyno en la cual invocan nombres indígenas (Cundinamarca y Bogotá) tal como Miranda y Belgrano lo habían propuesto, pero al llegar al punto del ejercicio del gobierno señalaba a Fernando como el rey y en su defecto a un vicegerente. Pero al margen de estas curiosidades, los cundinamarqueses consagraron cinco principios muy importantes: 1. Fueron claros en el asunto de la reasunción de la soberanía por parte del pueblo dentro de la monarquía española. 2. Su organización política era compatible con una federación nacional. 3. Dejaba a salvo la posibilidad de negociar con las demás soberanías. 4. El Senado se constituía en guardián de la Constitución; casi doscientos años antes de crear la Corte Constitucional en Colombia, se consagraba que alguien de primer nivel debía tener esta sagrada función. 5. Durante las deliberaciones se propuso que: se prohibiese por punto constitucional la aplicación de delincuentes al servicio de las armas, y así se resolvió, teniendo la debida consideración a la carrera militar que sufría en otras semejantes condenas los cuarteles y los campos de batalla se igualaban con otros destinos infamantes, los Ciudadanos honrados se confunden con los criminales, y se enerva y humilla el honor militar que es el alma de las grandes empresas, y sin el cual la Patria no tendrá jamás los héroes que ha menester.22

Restrepo y del Corral estudiaban, buscaban documentos, enviaban copias a su Antioquia e incluso expresaban su admiración por Lozano y sus planteamientos. Pero de junio en adelante se precipitaron muchos acontecimientos que incidirían en todo este asunto. Gutiérrez Ardila, Daniel. Las Asambleas Constituyentes de la Independencia. Bogotá: Externado, Corte Constitucional, p. 133. La redacción es tomada de manera textual del original. 22

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Para el 26 de junio de 1811, el partido regentista de Santa Marta disuelve la junta gubernativa de esta ciudad y desde ese momento, Santa Marta y Riohacha no van más en el proceso de independencia; luego aparece el delegado de Cartagena, Miramón en Santafé, que entra en contacto con los antioqueños y – tal vez lo más excitante- el Reyno de Cundinamarca intenta su expansión. Cundinamarca busca su espacio vital El clan Álvarez tenía su Reyno en el papel; ¿pero cuál sería su jurisdicción? Santa Marta y Riohacha estaban por fuera del tablero; El Socorro, Pamplona, Cúcuta, Casanare, Antioquia, Quito y Popayán expresaban su soberanía y andaban organizándose (los antioqueños ya se habían dado el reglamento constitucional provisional del 27 de junio de 1811) y entonces era poco el territorio que quedaba expósito y ello lo llevó a repensar el tema. La provincia legal de Santafé Fue entonces cuando se afirmó que el Reyno de Cundinamarca, debía tener por territorio aquella extensión que pudiera comprenderse dentro de las labores de conquista llevadas a cabo por Don Gonzalo Jiménez de Quesada. Ello implicaba que los territorios de Tunja, El Socorro, Pamplona, Neiva, Mariquita y Casanare constituían el espacio vital del naciente Reyno.23 Lozano primero y Nariño luego del golpe de estado de 19 de septiembre de 1811, unas veces por las armas y otras mediante la persuasión, desarrollaron una interesante labor que pretendió construir con base en territorios contiguos y también inconexos el dicho espacio. Así fueron entrando en la órbita de Cundinamarca, Mariquita (pacto final con Armero y Viana), territorios del Valle del Cauca, San Martín, San Juan de los Llanos, Villa de Leiva, Muzo, Tensa, Chiquinquirá, Turmequí… Las cosas sin embargo no fueron de una sola vía. Veces hubo en que las matrices reaccionaban y los que habían adherido a Cundinamarca regre En este escrito, haremos solo una síntesis de este planteamiento. Quien desee ampliarlo puede hacerlo en Gutiérrez Ardila, Un nuevo reino, op. cit., p. 250 ss.

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saban, con lo cual la agitación subía de tono. Hubo también un brillante aporte de la inteligencia santafereña cuando Lozano propuso el plan de los cuatro departamentos, posiblemente inspirado en el proyecto de intendencias que elaboro Gutiérrez de Piñeres por los años de 1780. Según Lozano, para resolver el asunto de la multiplicidad de soberanías el antiguo Reyno debería dividirse en cuatro departamentos: Calamarí (Cartagena y Antioquia); Popayán (Gran Cauca y Chocó); Quito (actual Ecuador) y Cundinamarca con el resto del territorio. En la práctica aquello equivalía entregarle a Cundinamarca los territorios disputantes y neutralizar a las potencias. Esta propuesta no tuvo eco y el proceso continuo, pero con ribetes muy peligrosos para la unidad nacional por que los cabildos disidentes recordaron su cercanía con Venezuela y hacia allá se dirigieron en procura de apoyo; la dirigencia caraqueña en manos de Juan Germán Roscio acogió la solicitud y llegó a dirigirse a Nariño expresándole su preocupación por las consecuencias que este proceso pudiera acarrear; a renglón seguido nombró dos delegados para que viajasen a la zona de conflicto (Francisco Javier Ustariz y José de Sata y Bussy), pero vino el famoso terremoto de Caracas, el 18 de Marzo de 1812 y ante las múltiples dificultades que tuvo el primer estado venezolano la misión nunca llegó a realizarse. Otro intento por buscar una salida fue la propuesta de Nariño cuando empezaba su gobierno según la cual Cundinamarca podía entenderse con los grandes y entre ellos citó, al lado de Cartagena, Popayán y Quito a la provincia antioqueña. ¿Quería romper las afinidades entre Cartagena y Antioquia?, ¿esperaba que el oro de Antioquia lo apoyase?, ¿esperaba que la inteligencia, patriotismo y audacia de Restrepo pudiera ganarse para su causa? La propuesta tampoco fue acogida. Los problemas con la Iglesia católica El principio político consistente en la unión del trono y del altar, trajo muchísimas situaciones que afectaron el interregno y proyectaron su efecto hasta los días iníciales de la Nueva Granada. La influencia de este planteamiento se observa en textos y actuaciones de los constituyentes en todas las provincias soberanas. Era común Ideas y acontecimientos fundamentales en la primera etapa del interregno hasta la declaratoria de independencia absoluta

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y repetitivo que se consagrara la religión católica como la del Estado y se ordenara protegerla, que al comienzo de las deliberaciones importantes se entonara el Himno Veni Creator y además siempre hubo una nutrida presencia de clérigos en las constituyentes y en las juntas, tantos que un día Don Camilo Torres llegaría a precisar que aquellas reuniones de la asamblea neogranadina no era ningún concilio. Pero acá debemos recordar que a los cundinamarqueses les correspondió afrontar una difícil situación que se causó cuando el nuevo gobierno le cobró al arzobispado 2038 pesos por la participación en los derechos eclesiásticos que se causaban cuando se proveían las vacantes (anatas) y en los beneficios durante el primer año de ejercicio. La sesuda carta del arzobispo Fernando Caicedo (más de 50 páginas) solicita que el gobierno independiente se aleje de los perniciosos reglamentos de Godoy - ¡otra vez Godoy! – en este campo y también – cosa bien curiosa – en lo relativo a la desamortización de bienes (así que Mosquera no sería el primero en tocar estos asuntos) y se negó a pagar suma alguna. El juego diplomático de Antioquia y los devaneos con el Choco Consecuencia del ejercicio de la soberanía en su fase externa, es la posibilidad de relacionarse con las otras soberanías. Las provincias unidas lo practicaron al consagrarlo en el tratado, exigiendo sí que el Congreso estuviera enterado de lo pactado. Antioquia saltó al mundo político en los últimos días de la colonia y sobre todo con la independencia. La provincia lejana, enclavada, rica en oro pero pobre en todo lo demás, sobre la cual escribieron Mon y Silvestre, en menos de treinta años se convirtió en un actor que superó ampliamente la situación de aquellas que tenían un reguero de cabildos pobres y disidentes y aunque no tuvo el poder de Cartagena, pudo codearse con ella y con las demás de aquel rango. Pero como si se reviviera el mundo de la conquista, Antioquia tuvo que moverse frente a tres potencias: Cartagena su aliada natural, pero como los amantes, demandadora; Bogotá que la miraba con la codicia de la escuela centralista y con el morbo que en política inspira la posibilidad de quitarle un aliado a la potencia contrincante y desde el sur, aunque más lejano en 84

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el escenario, estaba Quito que no olvidaba la importancia estratégica de aquella tierra colindante con el Chocó, tan cercana al Atrato, al San Juan y a los caminos secos que llegaban hasta Panamá. El tema del Darién siempre fue importante para los hombres del sur. El gran mar era el Atlántico y la ruta por el Cabo de Hornos era larga y peligrosa. De ahí que desde los tiempos de Caballero y Góngora24 el virreinato quería abrirse paso hacia el Atrato y por ello no vaciló en 1785, en organizar una campaña militar para la reducción de los indios Cunas.25 Es la misma circunstancia que llevó al Barón de Carondelet a buscar acuerdos con Antioquia para poder salir al Pacífico, sin tener que solicitar nada de Guayaquil y al Atlántico por el Atrato. Don Francisco de Ayala, último gobernador a nombre del imperio – no se nos olvide-, era panameño y había sido gobernador del Darién. Los antioqueños tenían que conciliar varios intereses: 1. Moverse entre potencias, sin alinearse plenamente. 2. Buscar su propio camino al Chocó para llegar al Pacífico (Cupica) y al Atlántico por el Atrato con lo cual quedarían a un paso de Jamaica y San Thomas, centros comerciales con los cuales soñaban. 3. Hacer valer su oro que era la llave de su poder. Siempre amiga de Cartagena, celebró sin embargo el 9 de agosto de 1811(Manuel Bernardo Álvarez, José Manuel Restrepo) un tratado de amistad y alianza con Cundinamarca. Bella paradoja; el segundo hombre del clan Álvarez, pactaba con quien pocos años antes era el abogado de pobres de la Audiencia. El comercio jugó papel principal en el convenio, pero también otros asuntos como el de la correspondencia. Cundinamarca sacó a flote la neutralidad antioqueña pero logró que se declarara que los territorios adquiridos se quedaran donde estaban de manera “quieta, pacífica y sin contradicción alguna”. Gutiérrez Ardila, Un nuevo reino, op. cit., p. 389. Me pregunto si el recuerdo de estos hechos sería la razón (a manera de retaliación contra los españoles) por la cual los cunas –caso raro entre los indígenas– apoyaron de forma tan decidida la independencia, lo cual llevo a Córdova a exaltarlos y enviarles la famosa bandera. 24 25

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Mucho le sirvió a Cundinamarca la neutralidad de Antioquia; cuando su guerra con Tunja y Pamplona, Antioquia no envió tropas y siempre hizo votos por un arreglo pacífico. El equilibrio le permitió a los antioqueños participar con la espalda cubierta en el caso del Chocó, en donde a pesar del afecto con los cartageneros, chocaron los intereses de unos y otros. Cartagena sabía el poder que otorga la cercanía con los mares; por ello codiciaba el Chocó al igual que Antioquia, y – nuevo actor que aparece – el grupo de ciudades federadas y amigas del Valle del Cauca que ya se sentían diferentes a Popayán. Todos metieron la mano. El manso José María Montoya buscó que Citará se anexionara a Antioquia, Cartagena hizo proclamar dos provincias en el Chocó (Citará y Nóvita), sacándolas del cubilete y Cundinamarca colocó a un miembro del clan Álvarez (Ignacio de Herrera) como gobernador de Nóvita con lo cual, por su cercanía política con Bogotá, confiaba en que el proceso político del Chocó serviría los intereses cundinamarqueses. En la fase final Antioquia jugó más duro; avanzado el interregno se propuso la construcción del camino Urrao- Bevará- Atrato y ello enojó a los cartageneros que imaginaron un puerto en Urabá. El tema lo condujeron Don José María Hortiz Pastor y Tomás Santacruz. Fue tanta la insistencia antioqueña para atraer al Chocó, que en octubre 11 de 1811, Silvestre Vélez, en su calidad de secretario del organismo rector de los antioqueños expresaba que, por tercera vez, se había dirigido a los chocoanos para invitarlos a que se anexionaran a la provincia antioqueña.26 Pero con Cundinamarca no todo fue color de rosa. Cuando Antioquia exponía sus deseos de contar con una casa de amonedación para lograr que sus oros no tuvieran que viajar hasta Santa fe con el consiguiente riesgo que ello implicaba, Cundinamarca con Nariño a la cabeza, se encabritaba y alguna vez, con los ánimos caldeados, Nariño amenazó con bloquear Nare para impedir el comercio antioqueño si los hijos de esa provincia continuaban con sus pretensiones de soberanía monetaria. Sin embargo Antioquia siempre mantuvo su aspiración económica y los fundadores varias veces volvieron sobre el tema con el argumento de AHA, Independencia, tomo 819, doc. 12889.

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que no podía perderse el quinto para el erario público, pero cobrado en condiciones tales que no se grabara al público de manera tal que el minero viese afectado su ingreso en más de tres reales y con ello se mantuviera la paridad con Cundinamarca. Mucho más conocido es el caso de la intervención antioqueña frente a la misión cundinamarquesa, luego de la derrota del Congreso en San Victorino, que narraremos cuando nos ocupemos de los escarceos diplomáticos de Nariño. Quizás estos hechos expliquen el comportamiento de las tropas antioqueñas que acompañaron a Nariño hacia el sur, campaña en la cual el Presidente de Cundinamarca se quejaba de que el comandante de los soldados antioqueños, el cucuteño José María Gutiérrez de Caviedes, no actuaba como sería del gusto del orientador del centralismo en el interregno. El Acta de Federación de las Provincias Unidas y la Constitución de 1812 Mientras aquello sucedía, representantes de varias soberanías adelantaban conversaciones que luego detallaremos y al final, el 27 de noviembre de 1811 se expidió El Acta de Federación de las Provincias Unidas que fue el inicio de la organización federal del Reyno. En Antioquia, los cuatro cabildos ya en estado de organización política, eligieron previa reglamentación su congreso constituyente que comenzó labores el 29 de diciembre de 1811 en Santa Fe y terminó sus sesiones el 21 de marzo en Rionegro (3 días después de la promulgación de la constitución de Cádiz), luego de haber tenido su primera reunión en la ciudad de Rionegro el 27 de enero de 1812. Aquella constitución nuestra de 1812 consagró enunciados que vale la pena recordar: 1. Declara reasumida la soberanía por el pueblo y considera que ante la imposibilidad de que España pueda liberarse de la tiranía, expresa que con base en los derechos imprescriptibles que el AUTOR SUPREMO de la naturaleza ha otorgado a los hombres se produce ese fenómeno político. 2. Define la religión católica como la del estado y los derechos del ciudadano como base del nuevo estado.

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3. La universalidad de los ciudadanos constituye el pueblo soberano. 4. Consagra la tridivisión de los poderes. 5. El pueblo se erige en un estado libre, independiente y soberano, que solo reconoce como autoridad suprema, en lo que le delegare, al congreso general de la Nueva Granada o de las Provincias Unidas. Hacia el pacto de las Provincias Unidas El hecho de que Restrepo y del Corral estuviesen en Bogotá no paralizó la vida de Antioquia. Conforme con el estatuto provisional el Estado siguió su proceso político. A López Tagle lo sucedió Don José María Montoya “el patriarca” que ya daba pasos para la creación de su poderoso clan con base en Rionegro y a este el doctor José Antonio Gómez, a quien correspondería romper el sello del rey, proclamar la constitución de 1812 y definir el escudo de Antioquia. Pero antes de que muriera el doctor Gómez se conoció el texto del acuerdo sobre las provincias unidas y Antioquia lo reconoció como vigente. El estado se matriculó así en el pensamiento federalista.

Don Camilo Torres27 Disponible en: http://en.wikipedia.org/wiki/File:Camilo_Torres.JPG. Consulta 12 de septimembre de 2013.

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El Acta de la Federación de las Provincias Unidas A partir del 7 de agosto1811 comenzaron las negociaciones por parte de los delegados de las provincias de Antioquia, Cartagena, Cundinamarca, Neiva, Novita, Pamplona y Tunja que buscaban un acuerdo que permitiera la unidad del Reyno. De corte federal, a pesar de la velada oposición del clan Álvarez que también incluía al delegado de Nóvita, Ignacio Herrera y Vergara como miembro del clan, el pacto tuvo las siguientes características: 1. Se trataba de una confederación. 2. Desconocía el poder ejecutivo español o la regencia de Cádiz y en general la autoridades peninsulares que no tuvieran en su formación “la libre y espontánea concurrencia del pueblo” (artículo 5) pero dejaba un puente tendido cuando expresaba: sin que por esto se rompan tampoco los vínculos de fraternidad y amistad ni las relaciones de comercio que nos unen con la España no ocupada siempre que sus pueblos no aspiren a otra cosa sobre nosotros y mantengan los mismos sentimientos que manifestamos hacia ello.

3. Las provincias se consideraban iguales, independientes y soberanas. 4. La defensa común se consideraba como uno de los objetivos principales. Debe destacarse el esfuerzo antioqueño en torno a este punto. Desde los primeros días de 1812 los fundadores discutieron sobre la defensa del Reyno y de Antioquia que en el ánimo de la mayoría de ellos, era la misma cosa. La necesidad de armarse fue un concepto presente en las discusiones y en las proclamas y con facilidad se pasa de la retorica a la práctica. La compra de armas por conducto de los cartageneros, el apoyo con 10 mil pesos para la defensa del puerto y luego la creación de la Academia Militar con la ayuda de Caldas y Serviez, que además fabricaron pólvora y armas, y el envío de contingentes antioqueños al sur son muestras de este espíritu. Particular atención mereció entre aquellos creadores, el tema del apoyo monetario a Cartagena; con la lucidez propia del doctor Martínez que

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manifestó “si Cartagena perece, perece la Provincia”28, se pudo zanjar la discusión sobre otorgar o no el famoso auxilio, puesto que unos pedían que fuera parcial, previa deducción del valor de las armas que ya estaban encargadas y otros como de La Calle creían que debería superarse aquella suma. La posición final tuvo que enfrentar otros juiciosos razonamientos (Uruburu y Zapata) que aconsejaban mesura con el estado de los caudales públicos. No deja de ser interesante en el análisis de este punto que la petición de apoyar a Cartagena vino del centro del Reyno. En efecto, en septiembre 22 de 1811 Manuel Bernardo Álvarez, Camilo Torres, Joaquín Camacho, Ignacio de Herrera, José Manuel Restrepo y Henrique Rodríguez pidieron el apoyo para Cartagena y esgrimieron como argumentos que había necesidad de defenderse de Europa (no dicen de España) y recordaba que Santa Marta era un eslabón de la cadena que conformaban, Tacón en Popayán, Panamá, Puerto Rico, Habana, Coro, Maracaybo y hasta con el pretendido electo virrey de este Reyno en Yncatán,don Benito Pérez.29 5. Buscaba dejar espacio para Santa Marta, Panamá, Riohacha y Quito. 6. Era solo un pacto inicial; luego vendría la constitución. 7. Las provincias se reservaban algunas facultades como la de darse un gobierno que debería ser popular y representativo, el manejo de la policía, la formación de códigos civiles y penales y el fenecimiento de causas judiciales. Además las provincias podían organizar sus milicias para la defensa, formar su tesoro que luego llegaría a posteriores acuerdos con la federación, fomentar y proteger la agricultura las ciencias y el comercio. Aunque el congreso era la autoridad en relaciones exteriores, se autorizaban convenios entre provincias, pero informándolos al congreso que fue ampliamente facultado en varias y múltiples materias.30 El documento definitivo se firmó en Santafé de Bogotá el 27 de noviembre de 1811. Sus signatarios fueron: José Manuel Restrepo por An Gutiérrez Ardila, Las Asambleas Constituyentes, op. cit., p. 305. AHA. Periodo de Independencia. Tomo 819. Doc. 12904. Redacción tomada del original. 30 El texto completo de este Tratado puede verse en Congreso de las Provincias Unidas 1811-1814, tomo 1º. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1988. 28 29

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tioquia, Enrique Rodríguez por Cartagena, Manuel Campos por Neiva, Camilo Torres por Pamplona, Joaquín Camacho por Tunja. Federalismo y Centralismo Desde el día mismo del nacimiento fue difícil la vida de la confederación. Cundinamarca pretextó que la criatura era débil y al tiempo que se abrogaba muchas facultades; en consecuencia con su pensamiento no firmó. Cartagena ingresó pero dejando varias reservas y en general se dio una situación parecida en varias provincias. En Antioquia hubo fuerte debate frente al pacto. Según DGA, Diego Gómez de Salazar encabezó la oposición inicial, esgrimiendo un argumento que en el vocabulario de nuestros días podríamos llamar paisa. Dijo el dirigente que Antioquia no debía firmar un pacto donde una provincia producía (Antioquia), tres eran pobres y una consumía; aquella corriente inicialmente se abrió paso entre otras cosas porque el presbítero José Miguel de La Calle, hombre respetado y acatado la apoyaba. Pero luego acogió la posición de Don José María Hortiz según la cual sino había un acuerdo, se perdía el Reyno agregando que en tales circunstancias era mejor aprobar el pacto, así más tarde hubiese que introducirle reformas. A la postre Antioquia solo hizo una reserva que debió doler en Cartagena y Cundinamarca puesto que se reservó el derecho de constituir una casa de moneda. La posición antioqueña no era cosa nueva; cuando se lee el Argos Americano, en sus números 76 y 6 del tomo uno, se encuentra que allí se publicó la opinión de los dirigentes antioqueños en el sentido de que era necesario restituir a Fernando, pero mientras no se reunieran las cortes del Reyno, no firmarían ni nombrarían delegados y planteaban condiciones de tipo económico tales como la existencia de libre comercio para tabacos y aguardientes previo establecimiento de algunas leyes, la inclusión del sistema federativo y el voto ampliado aun para los pobres porque según el pensamiento de aquellos dirigentes, la corrupción derivada de la compra del sufragio, lo que se consideraba muy posible si a los pobres se les otorgaba el derecho a votar, solo era una de las formas de corrupción, dado que

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el juego de intereses también atenta contra la pureza electoral y por ello los antioqueños abogaban por el voto universal. Pero la gran batalla comenzó cuando se pusieron a caminar las cosas; contienda ideológica que aún no termina; ocupémonos de lo que pasó entre 1811 y 1813. Para avanzar en este espinoso asunto de nuestra historia y antes de otorgarles la palabra a los protagonistas de esa época, escribamos que estamos convencidos de lo siguiente: 1. Unos y otros estaban preocupados por la defensa del Reyno. Aunque Napoleón seguía triunfando en Europa y ellos esperaban que Fernando regresara como príncipe democrático, las actuaciones de Monteverde, Tacón y Aymerich preocupaban sus mentes. 2. Todos entendían que el problema de los cabildos menores o disidentes era un dolor de cabeza para lograr la armonía y por ende la forma ideal de organización territorial. 3. Algunos – en lo nacional- querían primero la constitución y otros la esperaban luego de la defensa. La primera posición la encabezaba Don Antonio Nariño, que además recelaba de la multiplicidad de reuniones constituyentes (Daniel Gutiérrez sostiene que durante el interregno fernandino en la tierra firme hubo 23 asambleas constituyentes, de los cuales 18 se dieron en el territorio granadino y 5 en Caracas) y clamaba por diferenciar los colegios constituyentes, de los colegios revisores cuyo poder era – en la concepción de Nariño - simplemente ajustador. Quizás esta visión sirva para explicar los acontecimientos que se vivieron entre nosotros en 1815 en Envigado. La otra posición era la de quienes componían el Congreso de las Provincias Unidas. 4. Nunca pudo llegarse a una conciliación definitiva, a pesar de los intentos y los ensayos. El ala centralista estaba encabezada por Nariño y el clan Álvarez; se expresaba a través de La Bagatela y contaba con escritores de la talla de Don Pedro Groot. No desconocía virtudes al federalismo, es más, creía que más tarde podría llegar a constituirse en el sistema de organización territorial, pero por la tradición española y las desigualdades consideraba que no era conveniente acogerlo en ese momento.

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Los federalistas en cambio creían que la debilidad del Reyno se daba porque la organización política había privilegiado una cabeza, que no respondía con liderazgo y que la real fuerza del Reyno estaba en la provincias, por lo cual era necesario robustecerlas para poder resistir los embates que vinieran y luego organizarse de manera tal que hubiese mayor equidad, para lo cual creían a pie juntillas que el camino era el del sistema federal. Los centralistas decían cosas como estas, Pedro Groot, “erigir soberanías tan ridículas como miserables, en que los pueblos eran sacrificados para que los petulantes hicieran papel a su costa y los perdidos sacasen provecho”.31 Pero el gran conductor del centralismo fue Don Antonio Nariño. Para él la palanca que se necesitaba estaba en un gobierno central por que los pobres dispersos no alcanzaban nunca los objetivos. Rechazaba la posibilidad de que el modelo norteamericano fuera aconsejable en Sur América y sostenía que existía una diferencia abismal entre las trece colonias y la realidad de Reyno. Al otro lado se erguía el joven y brillante Miguel de Pombo que razonaba así: la América hispana está en mejores condiciones que Norteamérica para recibir el federalismo; la población igual, la extensión a favor del Reyno, el comercio 1.5 a 1.0 en favor de Norteamérica y la amonedación 22 a 1 en favor del Reyno las coloca en pie de igualdad, pero además la homogeneidad de los habitantes de Nueva Granada es mayor y por ende se adapta mejor al sistema federal y no es justo que se piense que los habitantes del Reyno sean unos infantes que necesitan tutores, ni el país es lánguido y desértico; además creía que el federalismo era el sistema indicado para desarrollar y florecer una sociedad que requería con urgencia mayor equidad, pues crearía un equilibrio de fuerzas que contendría las ambiciones domésticas. Sobre la fortaleza que puede imprimir a un Estado u otro sistema, en especial en el momento de ataques externos o internos, los federalistas sostenían que el suyo llevaba a resistir mejor, puesto que si el usurpador tomaba la capital federal, otras ciudades y provincias quedaban en buena situación para continuar la lucha y en cambio en el centralismo quien dominara el centro, se quedaba con el todo. Gutiérrez Ardila, Un nuevo reino, op. cit., p. 27.

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El peregrinaje No fue agradable el ambiente sociopolítico por aquellos días. Bogotá era hostil para los de delegados de las Provincias Unidas y por ello aquellos caballeros pensaron en evacuar la capital del Reyno de Cundinamarca. Aprovecharon la situación para irse a Ibagué, pequeña e incómoda villa por aquellos días, pero lo hicieron con la esperanza de irse más al sur y buscar el Magdalena, en busca de una mejor comunicación con los extremos geográficos del cuadro político o sea Santa Marta y Quito. El esfuerzo resultó vano. Por abril de 1812, comenzó el desplazamiento y por el mismo tiempo Nariño se inventó una pretendida operación militar para reforzar las fronteras con Venezuela que terminó en Tunja al mando de Baraya buscando incidir en la organización existente y en beneficio del proyecto de la corona de Cundinamarca. Dura, fatigosa y poco productiva fue la estadía en Ibagué; el Congreso General que se instaló el 4 de octubre disponía de pocas herramientas y además el país era un incendio causado por el incremento de las anexiones y las defecciones de los cabildos. Por estos días se comienza a notar el cansancio de Restrepo con aquel estado de cosas. Entre tanto los dirigentes del antiguo Reyno crearon otra figura política; la de los colegio revisores; Nariño tuvo papel fundamental en la definición de estas instituciones. Los dirigentes se dieron cuenta que ante el giro de los acontecimientos era necesario mirar de nuevo las figuras creadas y adecuarlas si era del caso. Cundinamarca dio un ejemplo cuando creó su colegio revisor y cambió su sistema monárquico. El principio trajo confusión y se pensó que todos los actos constituyentes tenían la misma naturaleza. Ahí fue cuando Nariño sostuvo su teoría ya reseñada. Este punto para los antioqueños sería de gran importancia cuando en 1815 se produjeron los actos de Envigado, que introdujeron modificaciones, tal como Nariño concebía este tipo de decisiones de las Cartas Fundamentales. Nariño efectúa una jugada de alto contraste De pronto llega la noticia de que Nariño propone incorporarse al congreso. Se encarga entonces a José María del Castillo y a Frutos Joaquín 94

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Gutiérrez que negocien con Nariño. El pacto de Santa Rosa, del 18 de mayo, trae una cierta paz. Cundinamarca se incorpora y se aceptan las agregaciones que tiene a su haber, siempre que las matrices lo acepten. Ahí quedó la simiente del problema; algo así como una espina clavada, pero se continuó adelante. La espina se infecta cuando las matrices no aceptan el pacto y viene una confrontación más, esta vez entre tropas de Pamplona y Tunja que pelean en reconocimiento del Congreso de las Provincias Unidas y las de Cundinamarca, que terminan victoriosas al repeler al ejercito de Baraya – que ahora está del bando federalista- en las propias calles de Bogotá, en enero de 1813. Los integrantes del Congreso de las Provincias Unidas, desde el 30 de agosto de 1812 se habían dirigido a Leiva, en búsqueda de mejores condiciones y una posición más segura entre provincias. El cansancio de Restrepo y del Corral Si miramos el calendario, veremos que por estas fechas Restrepo y Del Corral fueron reemplazados por Joaquín de Hoyos (electo el 2 de junio de 1812) y José María Dávila (electo el 12 de junio de 1812). Cuando cesan las operaciones bélicas, se fuma la pipa de la paz, esta vez en Zipaquirá y luego se trasladan a Santafé el 28 de febrero de 1813 para conversar hasta el 30 de marzo. Como delegados de las provincias unidas actuaron Castillo y Fernández Madrid; por Cundinamarca Lozano y Antonio Palacios. No puede hablarse de un verdadero tratado de paz, puesto que es el resultado fue una promesa de paz y amistad sincera. El antiguo Reyno termina por reconocer el congreso e incluso se apoya a las dos confrontaciones bélicas a las cuales se envían ejércitos; ya no milicias: la de Bolívar hacia Venezuela y la de Don Antonio hacia el sur. El congreso juega su fortaleza militar en estas dos actuaciones; ambas terminaron mal, pero no puede decirse que hubo desidia o falta de voluntad política; la responsabilidad fue de la dirigencia militar.

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La diplomacia de y con Nariño Victorioso Don Antonio, considera que es el momento de ejecutar otra operación de alto contraste, de esas que tanto le gustaban. Ahora intenta desquiciar al Congreso mediante la utilización de la diplomacia y para ello envía delegados que hablaban de reunirse para tratar sobre la gran convención del Reyno. El 6 de febrero de 1813 designó los comisionados y de inmediato les impartió instrucciones. En el señalamiento utilizó un método siempre vigente: buscar amigos, parientes, acreedores de favores… aunque las misiones fueron para todo el país, en gracia de brevedad solo nos ocuparemos del caso antioqueño. Dos personas importantes y cercanas a la provincia soberana, Don Pedro Groot y Don Manuel Pardo Otálora, reunieron los requisitos estratégicos. Groot era socio comercial de los antioqueños Arrubla y del Corral, que sobre todo en el caso de los Arrubla, ya empezaban a sonar como ricos de los de la calle real de Bogotá y además fue Don Pedro gran colaborador de los hijos de aquellos cuando estudiaron en la capital de reino; Don Manuel por su parte, era hijo de un oficial de las cajas reales, en actividad de lo cual estuvo en Antioquia en donde dejó buenas relaciones. Debían pues gustar, en especial al clan Martínez de Santafé de Antioquia. Sin embargo, Antioquia obra de manera desconcertante para el clan Álvarez. Para comenzar el rechazo, alega problemas con el salvo conducto y manifiesta que la figura no se ajusta al pacto de la federación, pero en el fondo lo que se rechaza es la intromisión en los asuntos de gobierno de Antioquia y por ello se esfuerza en fijar y publicitar la posición, hasta el punto de que produce un extenso documento que es publicado – obviamente- en Cartagena. A la postre nadie acogió plenamente la invitación y la situación quedó en tablas como diría un jugador de ajedrez. Esta posición (cautelosa, prudente pero firme) siempre fue la que mostraron nuestros dirigentes de la época. Así rebase el periodo escogido para nuestro trabajo, se nos excusará si decimos que ella tuvo plena manifestación (en sentido contrario) cuando algunas poblaciones pertenecientes a la provincia de Popayán, decidieron adherir a la provincia soberana de Antioquia. 96

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El 7 de diciembre de 1813, algunos pueblos ubicados al norte del río Sopinga, ante el avance de Sámano desde el sur, expresaron su voluntad en el sentido ya narrado; Antioquia entonces expresó a los representantes de Bega, Quiebralomo, Anserma Viejo, y demás inmediatos hasta Sopinga,32 que los acogía solo temporalmente, por ahora fue la expresión utilizada; posiblemente ante las circunstancias de la guerra. A propósito, ¿será Sopinga el primer asiento de la hoy pujante Pereira? El año de 1813 avanzó entre tropezones y definiciones. Ahora el turno es para Cartagena. El 16 de marzo de 1813 aquella provincia soberana decide que los actos jurídicos del supremo Congreso no tendrán vigencia en su territorio hasta que las cámaras de este estado constaten que no están en contravía de sus normas. Don Camilo Torres, cabeza visible de las provincias unidas monta en cólera, pone los puntos sobre las íes y hace saber – a pesar del poder cartagenero- que no acepta una república superior al Congreso y previene con certeza lógica que de seguir obrando el reino en ese sentido, se estaría formando un monstruo de tantas cabezas cuantas sean las provincias y así lo ratificó el Congreso de las provincias unidas. Finalmente Cartagena aceptó la decisión tomada en apoyo a la posición de Torres, el 9 de diciembre de 1813. A juzgar por la cronología de los hechos, del Corral se enteró del desenvolvimiento final de estos asuntos en Antioquia, cuando ya se ocupaba de afrontar los peligros causados por las operaciones militares de Sámano. El tercer partido José María del Castillo y Rada era cartagenero pero llevaba muchos años como político y funcionario cachaco; sobreviviría en la arena política – como Restrepo- por mucho tiempo. Con su fino olfato, oído y visión, empieza a plantear que debía pensarse en ajustar el pacto de la federación; según él algunos asuntos deben centralizarse y otros jerarquizarse; tal posición es apoyada – ya desde Antioquia – por Restrepo (7 de julio de 1813) y empieza a abrirse paso el tema de los colegios revisores que serán instru AHA. Periodo de Independencia. Vol. 828, doc. 13078.

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mentos aptos para plasmar la reforma, y en los cuales actuará Restrepo, con gran diligencia, cuando en la joven villa y más concretamente en Envigado se reúna el colegio revisor de Antioquia en 1815, que según algunos fue una tercera constitución , pero que realmente tuvo la calidad anotada. Seguramente ya estaban en Antioquia Restrepo y del Corral, cuando se produjo otra incorporación de Cundinamarca al Congreso. Pero como siempre, al producirse el evento resultaban tormentas. En esta oportunidad, a mediados de 1813, la discusión sobre la evolución del proceso de independencia estaba en punto candente. La tendencia liberal española no había logrado que se abriera un dialogo verdadero con América; los novadores americanos se sentían cansados y amenazados por los españoles de América que habían derrocado el primer gobierno revolucionario de Venezuela y amenazaban el noreste granadino, mientras el sur soportaba parecida situación y para terminar Cundinamarca albergaba temores con los españoles de Bogotá que habían servido a la causa centralista contra Tunja y Pamplona. Fue entonces cuando se discutió sobre tres posibilidades atinentes a cómo proceder: conservar y radicalizar el proceso de independencia; volverse hacia atrás y buscar un acuerdo con España; buscar la protección de una potencia extranjera. No conocemos las decisión en otras provincias pero si sabemos que Antioquia comenzó a caminar hacia la primera de las posibilidades. Don José Félix de Restrepo en Antioquia Cuando del Corral y Restrepo regresaron a la provincia soberana, encontraron a otro ideólogo que se sumó a la causa de estos novadores. Don José Félix de Restrepo, primo tercero de Don José Manuel. Provenía de la línea más culta de los restrepos, aquella que en el siglo XVIII entregó cuatro doctores al país y que por los gracejos del pueblo, hizo que el arroyo que baja de la Romera en Sabaneta, lleve el curioso nombre de la Doctora, dado que cruza el viejo predio solariego de aquellos doctores. José Félix entendió perfectamente a Mutis, por ello cuando luego de cursar brillantemente sus estudios en San Bartolomé fue llevado a Popayán, pudo con propiedad y con el respaldo de algunos burgueses progresistas 98

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enseñarla nueva filosofía que combinaba los viejos esquemas, con el razonamiento, las ciencias naturales y las matemáticas. Tranquila fue la vida de este Restrepo hasta los días de las declaraciones de independencia. Popayán fue una de las primeras ciudades que hubo de afrontar la reacción absolutista y entonces sucedió algo insólito narrado por el entonces estudiante José Hilario López, que recordaba años después que el filosofo, ante el ataque dirigido por Antonio Tenorio, con gran serenidad y al frente de sus alumnos, fue de los primeros en disparar en defensa de la independencia.

Don José Félix de Restrepo33

A Tenorio lo hicieron huir, pero en breve apareció Sámano y para este evento el ser padre de familia pesó en el ánimo de José Félix que volvió a su tierra natal y se convirtió en un hábil cabildante de Medellín. Pero el gran mérito de José Félix fue su lucha por la libertad de los esclavos. Del Corral acogió plenamente el proyecto y en asocio de José Félix http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/imagecache/imagen-libros-ficha/ biografias/restjose_1.jpg Consulta 3 de septiembre de 2013. 33

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lo defendió en la legislatura. Nos parece que esta medida, la de la libertad de vientres, es una de las pocas que pueden llamarse revolucionarias dentro del proceso de la independencia y cabe a los antioqueños este honor gracias a Don José Félix y a del Corral. Sin embargo Don Juan del Corral, como Moisés en el caso de la tierra prometida, no pudo ver el final del asunto de la libertad de vientres; su temprana muerte se lo impidió; pero José Félix logró el objetivo y la norma se sancionó el 20 de abril de 1814. ¿Y el sabio Caldas? Restrepo, el historiador, dice que una vez el dictador del Corral asumió sus funciones, el 31 de julio de 1813, encargó a Caldas la construcción de las fortificaciones que se construyeron en las orillas del rio Cauca en Buffú y Cana; todo parece indicar entonces que en aquel pequeño sanedrín estaba también Francisco José de Caldas, que tanto necesitaba de la libertad antioqueña. El grupo de investigadores que la Academia Antioqueña de Historia conformó con motivo del bicentenario de la independencia nacional, consideró que el sabio Caldas llegó a la provincia el 6 de junio de 1813 y así lo insertó en su libro Efemérides en el proceso de la Independencia de Antioquia, que hace parte de la colección Bicentenario de la Independencia, Memorias y Horizontes. Un acto que no puede olvidarse Hasta julio de 1813, el orden en la aparición de las firmas para todas las narraciones, presenta primero la de Restrepo y luego la de Don Juan del Corral. Pero de nuevo en Antioquia el orden se invierte. Del Corral y Restrepo estaban cansados pero no desmayados. En el gran espectro de la política imperial ya no ven posibilidades de confederación; es más, se encuentran lejanos de los juegos que el virrey Montalvo, utilizando a Don Gregorio Nariño, intenta para aprovechar al partido españolista de Santafé y procurar que con el señuelo de la Constitución de Cádiz, los novadores cambien su posición.

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José Manuel Restrepo33

José María Hortiz

Juan del Corral

Además conocen de las alarmantes noticias del sur. Sámano está en marcha desde Popayán y aquello no tiene otro destino que llegar a la Vega de Supía e invadir la provincia. Después de dos años en el seno del Congreso, bella idea en la cual creen, tienen que admitir que ese mundo es difícil, lento y pesado. Por amores que se juren, Cundinamarca y los demás no llegarán a buen puerto. Antioquia tiene que decidir su destino. Quizás los hombres que impulsaron los sucesos de julio y agosto de 1813, recordaron el Argos Americano de marzo de 1811, que de manera luminosa habló de “Independencia Absoluta”, como aquella que consiste en que una nación no dependa de otra y reconocieron que no había lugar a esperar que en España se estableciera un gobierno con el consentimiento americano y en el cual hubiese representación adecuada, razón por la cual no cabía otra decisión que romper definitivamente; ya no era suficiente considerar la independencia como el ejercicio de la autonomía, era necesario desatar, romper cualquier vínculo y eso fue lo que se hizo el 11 de agosto de 1813. José Manuel Restrepo: http://www.banrepcultural.org/sites/default/files/imagecache/ imagen-libros-ficha/biografias/restmanu.jpg Consulta 3 de septiembre de 2013. Juan del Corral: http://www.elcolombiano.com/BancoMedios/Imagenes/descendientesjuan-del-corral-celebraran-cortesia-250x190-28102010.jpg Consulta 3 de septiembre de 2013 José María Hortiz: Banco de imágenes del Museo Juan del Corral, Santa Fe de Antioquia. 34

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El ascenso al poder total por parte de Juan del Corral fue rapidísimo. El Presidente anterior Don José Miguel Restrepo (padre de José Manuel) facilitó las cosas; en la noche del 31 julio de 1813, del Corral inspirado recordó el peligro de Sámano frente al cabildo y entre otras cosas expresó, “es preciso no perder esta hora que encierra para todos la salud o la ruina. O levantar la bandera independiente tan alto que no consigan abatirla nuestro tenaces enemigos o arriarla para siempre”.35 El cabildo le entregó todos los poderes; entonces con Restrepo y Hortiz se redactó el Acto de Independencia Absoluta. El documento se entiende perfectamente. Es una síntesis iusnaturalista de los derechos de los pueblos, una declaración inequívoca (después de tantos equívocos) sobre el camino radical que tomo Antioquia, un deposito bellísimo de fe democrática y una colocación de los destinos del pueblo antioqueño en las manos del Soberano Autor. Pero existe una frase que no se sabe si es una disculpa o un reclamo velado, sobre la cual hasta hoy hemos desconocido explicación alguna; en el párrafo segundo cuando se expresa que mantener el estado de la ignominia sería atentar contra la dignidad y antes de desconocer a Fernando VII, el Acto sostiene que en el Soberano Congreso, en donde se debería hacer la declaración por parte de todas las provincias, esa corporación no ha tenido tiempo de hacerlo. No creemos que fuese un gazapo o una frase escapada; es que no se podía ni se debía esperar más. Antioquia jura la Independencia Por centurias los españoles nacidos en América, juraron su fidelidad al rey. Hacía tres años que al tiempo reclamaban su autonomía y también gritaban su amor por el Deseado. El 12 de agosto de 1813, Juan del Corral, en solitario, encabezó la jura de fidelidad al nuevo Estado Soberano. Luego recibió idéntico pronunciamiento por parte de Restrepo y de Hortiz; los tres ofrecieron sostener el nuevo estado de cosas a costa de sus vidas y de sus propiedades; no cabía Duque, Francisco. Historia de Antioquia. Medellín: Albón - Interprint S. A., 1968, p. 447. 35

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duda, la voluntad de independencia absoluta se expresaba de manera clara, pública y contundente. Con posterioridad inmediata y conforme con el texto de un reglamento previamente elaborado, se dispuso que en las cinco capitales de departamento, el 21 de agosto, se jurara de manera similar y no contentos con ello se pidió que en todos los lugares, por pequeños que fuesen se procediese de la misma manera en el primer día festivo que siguiera al 21 de agosto. El primer Estado de Antioquia, en desarrollo de su libertad e independencia absoluta podía encender las luminarias para que alumbraran su camino independiente y democrático.36

Agradecimientos al profesor Rodrigo García por su amabilidad en facilitarnos su archivo sobre el Argos y el Argos Americano. A don Álvaro Vidal, experto en los vericuetos del Archivo Histórico de Antioquia. A don Demetrio Quintero por el documento sobre la versión explicatoria del mapa de José Manuel Restrepo A la Bibliotecóloga Beatriz Elena Cadavid de la Escuela Interamericana de Bibliotecología de la Universidad de Antioquia. 36

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Fuentes y bibliografía Fuentes Primarias Argos, Argos Americano. Archivo Histórico de Antioquia (AHA), Medellín, Colombia, Fondo, Capitulares e Independencia. AHA. Período de Independencia. Vol. 828, doc. 13078. AHA. Período de Independencia. Tomo 819. Doc. 12904 AHA, Independencia, tomo 819, doc. 12889. AHA, Capitulares, volumen 650, documento 10347, folios 198rv. AHA. Independencia, Tomo 822, documento 12965. AHA, Capitulares, volumen 646, documento 10290 s.f. AHA. Período Independencia, tomo 818, documento, 12858. Archivo Histórico de Antioquia, Período Independencia, tomo 819, documento10342. AHA, Período Independencia, tomo 819, documento10342. Colecciones de documentos editados Las Asambleas Constituyentes de la Independencia, dirigida por Daniel Gutiérrez Ardila. Corte Constitucional - Externado, 2010. Congreso de las Provincias Unidas de Colombia: leyes, actas y notas 1811-1814. Compilador Eduardo Posada. Bogotá: Fundación Francisco de Paula Santander, 1989. Bibliografía Academia Antioqueña de Historia. Efemérides en el proceso de la Independencia de Antioquia. Medellín: Imprenta Departamental, 2010. Duque Betancur, Francisco. Historia de Antioquia. Medellín: Albon - Interprint S. A., 1968. Goñi, Fermín. Los sueños de un libertador. Barcelona: Rocaeditorial, 2009. Ludwig, Emil. Napoleón. Barcelona: Juventud, 1976. Gutiérrez Ardila, Daniel. Un nuevo reino. Bogotá: Externado, 2010. ________. Las Asambleas Constituyentes de la Independencia. Bogotá: Externado, Corte Constitucional, p. 133.

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Hermelín, Michel. Geografía de Antioquia. Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit, 2007. Mejía, Sergio. La revolución en letras. Medellín: Uniandes- Eafit, 2007. Ospina Rodríguez, Mariano. Don Mariano Ospina Rodríguez, su tiempo y algunos de sus escritos. Colección Bicentenario de Antioquia, Memoria y Horizontes. Medellín: Imprenta Departamental de Antioquia, 2011. Quintero Arredondo, Héctor. La historia perdida. Medellín: Diké, 2000. Restrepo, José Manuel. Historia de la revolución de la República de Colombia en la América meridional, tomo I. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2009. Thibaud, Clément, Repúblicas en armas. Bogotá: Planeta - IFEA, 2003. Vilches, Jorge. Liberales de 1808. España: Fundación FAES, Gota a Gota, 2008.

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La independencia de antioquia y sus jurisdicciones electorales Óscar Andrés Moreno Montoya

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obre el contenido de este artículo conviene señalar que se abordan temáticas relacionadas con la cronología, el espacio, la demografía y los procedimientos electorales, ya que la representación política moderna descansa sobre dos variables claves: el espacio y la población, la circunscripción y el número. En la primera parte el lector podrá encontrar un análisis que tiene la intención de ubicar el tema en un espacio determinado y, por demás, novedoso, debido a la entrada en vigencia de circunscripciones electorales que cambiaron el paisaje institucional, modificaron las formas habituales de concebir la división política colonial, y dieron paso a la que se definiría en el periodo republicano. El tema de la población y la demografía también será una herramienta que servirá a la comprensión del tema, gracias al valor explicativo que ello aporta a este estudio, y que sirve para introducir algunos datos que serán de interés al estudiar la mecánica del sufragio. Igualmente, aparecerá la descripción de unos momentos o coyunturas históricas que servirán para marcar algunos cambios en las dinámicas de los derechos políticos, la ciudadanía y la representación.

1. Momentos, departamentos capitulares y población 1.1 Los años de 1808-1815. Una mirada a los cambios y las continuidades Las consecuencias de la crisis imperial española de 1808, provocada por la invasión napoleónica y las posteriores abdicaciones de Bayona del mismo año, que constituyeron el inicio de un proceso lento de fragmentación de la soberanía en ambos lados del Atlántico, plantearon en buena parte de los dominios de la Corona española un fuerte cuestionamiento acerca de la fuente de poder de la autoridad en la que descansaría la legitimidad para gobernar ante la ausencia del monarca. La primera medida de solución en 107


las manos de las autoridades en ambos hemisferios se concentró en la conformación de juntas de gobierno para suplir la ausencia temporal del rey. Así, tanto en España como en América,1 se forjó un debate de largo aliento acerca de la soberanía, la representación y el ciudadano, que atravesó todo el proceso de la Independencia hispanoamericana. En consonancia con lo anterior se conformó la Junta Central de 1808, la cual se organizó a partir de una lógica corporativista de tipo tradicional; a ella asistieron dos delegados de cada una de las juntas que se levantaron frente a los invasores franceses en la Península, y a la que más adelante concurrieron los diputados nombrados por cada uno de los reinos o provincias americanas. Posteriormente, en 1810, alteraciones del orden en Sevilla hicieron que la Junta dejara de funcionar allí y trasladara su poder al Consejo de Regencia. A la par que esto sucedía, la soberanía se fragmentaba aun más con la existencia de múltiples juntas insurreccionales en la Península, y aumentaba la incertidumbre en suelos americanos ante la variedad de información y los diversos intereses que la coyuntura suscitó.2 A este lado del Atlántico, y más precisamente en Nueva Granada, las consecuencias se materializaron en el desconocimiento de las autoridades virreinales luego del 20 de julio de 1810, lo cual estuvo acompañado de una serie de rupturas de las relaciones de tipo colonial que habían sostenido el Virreinato hasta entonces. El ánimo juntista fue también santafereño, lo que sumado al de otras ciudades y provincias llevó a que surgieran diversos reclamos de autonomía y tuviera lugar una fragmentación territorial que sobrevino con la eclosión juntera, con lo cual se produjo el cuestionamiento de las jerarquías urbanas coloniales existentes hasta el momento. Lo mismo ocurrió en la Provincia de Antioquia que procedió a la creación de la Junta Superior Provincial Gubernativa de Antioquia de 1810. Para su conformación, esta Junta no escapó a la dinámica con la cual se Arias de Greiff, Jorge. “Las Cortes de Cádiz y la emancipación”. En: Boletín de Historia y antigüedades, No. 823. Bogotá, octubre-diciembre de 2003, pp. 669-688. 2 Guerra, François Xavier. Modernidad e independencia. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. Gutiérrez Ardila, Daniel. Un nuevo reino. Geografía política, pactismo t diplomacia durante el interregno en Nueva Granada (1808-1816). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 46-47. 1

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elegían las juntas de gobierno en aquellos lugares ajenos a la capital de la Provincia, en las que los hombres para ser electos deberían cumplir con la condición de ser personas que conservaran un “modo honesto de vivir”, circunscribiéndose así la participación en esos ámbitos al concepto de vecindad, antigua categoría heredada de la tradición hispánica en la que, tal como resalta Antonio Annino, el sentido corporativista constituyó el medio de articulación política por excelencia.3 Las comunidades políticas de cada uno de los cabildos de la Provincia adelantaron, en ese sentido, una serie de procesos electorales de los que resultaron elegidos un conjunto de hombres que deberían representar los intereses de sus comunidades de origen, en el seno de la junta que estaba tomando forma en la Provincia de Antioquia. La entrada en vigencia de esa Junta aportó sustancialmente a la construcción, al menos simbólica para ese entonces, de la imagen del ciudadano. Comenzaron a modelarse una serie de ritos e imágenes sociales tendientes a identificar a los ciudadanos como hombres cercanos y defensores de la causa de la Independencia; por tanto, consideraron que los integrantes de la Junta se distinguieran por portar una divisa sencilla, otra para los particulares amantes de la patria y celosos de sus naturales e imprescriptibles derechos, y otra para el estado militar. Además: (…) que los funcionarios del Cuerpo Constituyente lleven un lazo de cinta blanca en el pecho al lado izquierdo; que los ciudadanos usen en el sombrero rodeando la copa una cinta encarnada con esta inserción: Religión e Yndependencia (sic); y los militares sobre un óvalo de fondo encarnado que tenga por remate un lazo verde, el siguiente mote: Yndependencia o muerte. Que este distintivo sea voluntario en los ciudadanos porque cree S.A.S. que no habrá individuo que no corra presuroso a dar un testimonio público de sus ardientes deseos de la salvación de la patria, quedando por el mismo hecho comprometido en los mismos términos, que si fuera bajo del más solemne juramento a derramar, si necesario fuera, hasta la última gota de su sangre en beneficio de la independencia, seguridad y felicidad de la patria y de hacer respetar las providencias de su gobierno; y por el contra-

Annino, Antonio. Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1995, p. 17.

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rio, excluido de toda representación en él y como desafecto, el individuo o individuos que no quieran llevar el distintivo de ciudadanos.4

La Junta Superior Gubernativa de Antioquia no sólo fue el órgano catalizador de las formas de la representación política en los años iniciales de la Independencia; también se convirtió en una instancia decisiva para la reorganización de la división político-administrativa de la Provincia de Antioquia; en este sentido, tal como se expondrá adelante, diseñó nuevas demarcaciones en la geografía antioqueña a partir de los departamentos que operarían como circunscripciones electorales, lo que terminaría por consolidar una imagen del espacio que tendría vigencia al menos hasta 1821, año en el que mediante la Constitución de Cúcuta se abolieron las constituciones provinciales y, por ende, se les restó importancia a las soberanías locales de algunos poblados que fueron parte activa de esas juntas gubernativas de los primeros años de la Independencia. Fue así como entre 1810 y 1811 se crearon más de veinte juntas de gobierno en todo el territorio neogranadino5, las cuales argumentaron su existencia en el hecho de ser las depositarias de la legitimidad y la representación de cada una de sus comunidades.6 En ellas se comenzó a modelar un proceso político propio de la Independencia, ligado a la dinámica representativa que las ideas liberales instauraron con el mecanismo del sufragio. 1.2 La población y la demografía La situación general que presentaba la Provincia de Antioquia para comienzos del siglo XIX no era más que la continuidad de un proceso que ya habían dilucidado algunos funcionarios coloniales, entre ellos los visitado AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 821, documento 12939. “Actas secundarias de la Honorable Junta Superior Gubernativa de la Provincia de Antioquia”, 1812, folios 6v-7v 5 Pamplona, Cartagena, Santafé, El Socorro, Santa Marta, Neiva, Quibdó, Popayán, Nóvita, Santa Fe de Antioquia, Girón, Honda, Pore, Sogamoso, Purificación, Timaná, Mompox, Simití, Cali y Villa de Leiva, son algunas. 6 Reyes Cárdenas, Ana Catalina. “La difícil tarea de construir unidad nacional. La fuerza de las soberanías locales en la Primera República de la Nueva Granada. 1810-1815”. En: Domínguez, Eduardo (compilador). Todos somos historia. Medellín: Canal U, 2011, p. 210. 4

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res Francisco Silvestre y Juan Antonio Mon y Velarde, además del criollo José Manuel Restrepo. Los cuales señalaron que para la segunda mitad del siglo XVIII Antioquia se encontraba en un proceso de crecimiento económico y demográfico que produjo algunas regulaciones. Es así como “la población y el poblamiento, la propiedad de las tierras, la producción agraria y minera, el abasto de las ciudades, la colonización…”7 fueron temas que comenzaron a preocupar a las autoridades. La población de la Provincia de Antioquia en la segunda mitad del siglo XVIII reflejó un panorama de todas las categorías censales, es decir, un cuadro demográfico que vinculó a todas las castas en territorio antioqueño. El historiador Víctor Álvarez señaló que para 1780 la Provincia contaba con un total de 52.826 habitantes, de los cuales los negros libres y los mestizos sumaban 35.552, es decir, el 67 por ciento de la población, y, por su parte, los esclavos no sobrepasaban los 8.000 y los indígenas tan sólo lograban llegar a la cifra de 1.500.8 Proporción demográfica que se mantuvo inclusive en los años anteriores a la Independencia, ya que entre 1805 y 1809 la relación demográfica entre castas se mantuvo casi sin variaciones.9 El poblamiento de la Provincia de Antioquia transitó por varias fases. Desde finales del siglo XVII una serie de cambios y transformaciones se presentaron, y dieron lugar a una nueva distribución del espacio en la que los núcleos básicos de poblamiento coloniales y sus zonas auríferas fueron reemplazados por las tierras medias del Valle de Aburrá y las zonas altas de Rionegro, Marinilla y Santa Rosa. “Según los censos de 1780, la zona de Rionegro y Marinilla albergaba 20.706 de los 53.000 habitantes de la Provincia, mientras que Medellín y el Valle de Aburrá reunían cerca de 15.000 habitantes. En otras palabras, en estos valles se encontraba ubicado el 70 por ciento de la población regional”.10 Esos cambios en la disposición territorial, y los procesos de poblamiento, obedecieron a los cambios de orientación económica que se presen Álvarez Morales, Víctor. Movimientos demográficos y fuerza de trabajo en Antioquia, 1750-1850. Medellín: Universidad de Antioquia, 1981, p. 4. 8 Ibíd., p. 8. 9 Ibíd., p. 9. 10 Ibíd. 7

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taron en la Provincia, ya que de una minería muy activa sus pobladores fueron, paulatinamente, pasando a desarrollar el sector agrario y las dinámicas comerciales. Así el Valle de Aburrá y la zona de Rionegro se fueron consolidando como núcleos de poblamiento importantes y como focos para la colonización. En el caso de Medellín hacia el suroeste, y por el lado de Rionegro hacia Sonsón, Abejorral y Santa Bárbara, de un lado, y hacia Concepción, San Vicente y Santo Domingo, de otro lado.11 Para 1812 surgieron una serie de rivalidades relacionadas con la división territorial, las cuales tenían conexión directa con las circunscripciones electorales que desde 1811 se habían organizado en la Provincia. Los celos de las autoridades de una vieja ciudad como la de Antioquia, frente a la emergencia y preponderancia de las demás villas y ciudades en los últimos años del siglo XVIII, llevaron a una discusión política que tuvo su expresión simbólica en la disputa por la posesión de la ciudad capital de la Provincia, en la que cada uno de esos lugares, Antioquia y Medellín, buscó desbalancear los poderes político electorales por medio de la creación de otras villas y ciudades que pudieran quebrar las redes de poder y las influencias de algunas de las élites.12 1.3 El espacio y las circunscripciones electorales En la Provincia de Antioquia, desde muy temprano la ampliación de la frontera en cada una de las jurisdicciones se hizo a costa de la incorporación de nuevos territorios funcionales a la dinámica agrícola y comercial Ibíd., pp. 10-11. “las rivalidades y zelos (sic) de los lugares de esta provincia eran la causa de que no nos mantuviesemos en una perfecta unión; que restablecida esta no teníamos que temer a ningun poder extrano, que entonces podriamos formar nuestros exercitos (sic) y disponer los mas preparativos que harian respetable al estado. Que el modo de conseguir esto al paso que en su concepto era el unico, es tambien el mas obvio, anivelando (sic) los departamentos con una perfecta igualdad, de suerte que se desterrasen las rivalidades, origen de las divisiones y que el medio era erigir al Embigado (sic) en Villa, agregandole a Amagá y Titiribies y hacer lo mismo con Santa Rosa con la agregación de los Altos, sus lugares inmediatos y que Sonsón del Departamento de esta ciudad gozaze (sic) del mismo rango y de esta manera al mismo tiempo que se adelantaba su población, evitandoles (sic) mil perjuicios, conservarian (sic) todos los departamentos un perfecto equilibrio y quitada con esto la preponderancia de lugar a lugar ni habrá zelos (sic) y se conseguirá la unión que es nuestro mejor baluarte”. AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 821, documento 12944, “Proclamas promulgadas por el presidente del Estado Libre de Antioquia”, 1812, folios 140v-141r.

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provincial. Pero fue, sin duda, la segunda mitad del siglo XVIII el momento en el que la configuración territorial comenzó a presentar un panorama cambiante de aquel que los años de la Colonia determinaron, de modo que, del proceso complejo de las mercedes de tierras otorgadas exclusivamente por el Cabildo de Antioquia o por los gobernadores entre los siglos XVI y primeros años del XVII, la propiedad de la tierra en la Provincia se segregó mediante un proceso continuo de repartición entre numerosos herederos o por medio de la venta de suelos. Posteriormente, en el siglo XVIII la jurisdicción provincial sufrió otra serie de cambios a raíz de la incorporación de nuevos territorios, esta vez con motivo de la ampliación de la frontera agrícola y minera antioqueña. Tal ampliación estuvo dirigida hacia varios puntos. Entre ellos se cuenta la frontera con el Chocó, hacia la zona del occidente; así mismo hacia el norte de la Provincia o Valle de los Osos; e, igualmente, hacia el oriente, lo que incluyó a las jurisdicciones de Rionegro y Marinilla; y, por último, la apertura de frontera en los términos de la Villa de Medellín que se extendió hasta Amagá.13 De manera que las dos últimas décadas del siglo XVIII sentaron el precedente de un espacio geográfico en movimiento, que en el transcurso de la Independencia sirvió como escenario de circunscripciones electorales que impusieron otras visiones sobre el territorio de la Provincia de Antioquia, al servicio de dinámicas y procedimientos electorales. Como ya lo mencioné arriba, durante la Independencia se puso en evidencia toda una serie de reclamos y búsquedas de autonomía local por parte de los cabildos de las ciudades importantes y de otras que no lo eran tanto. En consonancia con ello, las ciudades, las villas, y en algunos casos hasta las parroquias y otros lugares de jerarquía menor, modelaron sus posiciones políticas y su adhesión a la causa monarquista, criolla, centralista o federalista; todo eso reveló una fragmentación territorial y el deseo de participación política de diversas comunidades locales. El florecimiento de esas nuevas soberanías trastocó las viejas jerarquías territoriales y políticas del virreinato, y otorgó un papel importante tanto a villas como a ciudades que antes no habían sido tan relevantes en su función política. 13 Patiño Millán, Beatriz. Riqueza, pobreza y diferenciación social en la provincia de Antioquia durante el siglo XVIII. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2011, pp. 3-6. La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

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La Provincia de Antioquia si bien ya estaba compuesta por una serie de ciudades, como las de Antioquia, Cáceres, Zaragoza, Rionegro, y una serie de villas como, Medellín y Marinilla, sus funciones políticas y de gobierno descansaban, sin duda, en la Ciudad de Antioquia, y los demás territorios eran apenas unos apéndices de ese poder central. Sin embargo, con los sucesos de la Independencia, aquellas ciudades y villas antes relegadas a una función política secundaria asumieron un rol principal, cuando el bien común demandó las funciones de defensa por parte de cada uno de esos espacios. Fue así como surgieron con la Independencia unas ciudades que asumieron las armas para defender la Provincia de un posible ataque del invasor francés, o de aquellos lugares que, en defensa de la causa monárquica, pretendieran retomar el control. Por lo tanto, fueron esas ciudades y villas provinciales las que emergieron como las depositarias de esa soberanía. En consonancia, fueron las ciudades de Antioquia y Rionegro, y las villas de Medellín y Marinilla, las que emprendieron ese nuevo camino en busca de soberanía. Cada uno de esos lugares contaba con un cabildo encargado de aplicar justicia y otorgar cierta autonomía en asuntos administrativos. El radio de influencia de esos cabildos se extendía hasta las parroquias, partidos y sitios, actuando como una autoridad catalizadora de la economía y de la política de esos espacios. Fue en esos lugares donde se comenzó a materializar la ciudadanía y la representación que llegó con las ideas liberales que la Independencia puso en escena. Sin embargo, para ello fue necesario confeccionar circunscripciones electorales a partir de unos espacios diferentes de la jurisdicción de los cabildos, que permitieron la realización de los primeros comicios de la Independencia. Las circunscripciones electorales que comenzaron a definirse en los primeros años de la Independencia basaron buena parte de su dinámica en el papel que en términos de la representación debían desempeñar las parroquias, las cuales serían el núcleo básico a partir del cual se desarrollarían las elecciones que nombrarían a los apoderados. A su vez, las parroquias se plegarían a los centros políticos o cabeceras provinciales para continuar con el proceso de las elecciones que terminará definiendo el grupo de los electores, los cuales, finalmente, en el espacio de la capital nombrarían a los senadores. 114

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El sufragio en la Provincia se llevó a cabo en espacios geográficos que se conocieron bajo la denominación de Departamentos Capitulares, los cuales cumplieron la función de circunscripciones electorales y, a su vez, buscaron facilitar el voto a aquellas comunidades alejadas de los centros de poder heredados del mundo colonial, o de las nuevas ciudades que tomaron importancia con el desarrollo de los sucesos independentistas. Fue así como se definieron en 1811 las seis ciudades o departamentos capitulares de la Provincia de Antioquia: Santa Fe de Antioquia, Rionegro, Marinilla, Medellín, Los Osos y Nordeste; los primeros cuatro adquirieron importancia gracias a los cabildos que ya existían en cada una de esas ciudades, y los dos últimos se crearon con la intención de agrupar las parroquias dispersas. “En Antioquia la creación de departamentos fue producto de un juego de intrigas entre las élites locales de las ciudades y villas con mayor poder. Los departamentos que inicialmente se establecieron fueron los de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla, pero la localidad de Santa Rosa de Osos, nuevo y pujante eje minero en el norte, protestó contra su exclusión. Igualmente lo hizo la antigua ciudad de Remedios, en el nordeste de la Provincia…”14

Reyes, Ana Catalina. “El derrumbe de la primera república en la Nueva Granada entre 1810-1816”. En: Historia Crítica, No. 41. Bogotá: Universidad de los Andes, mayo-agosto 2010, p. 48. 14

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Mapa 2. Jurisdicción de la Provincia de Antioquia a finales del siglo XVIII, y Departamentos capitulares. Fuente: Francisco Silvestre. Relación de la Provincia de Antioquia. Transcripción, introducción y notas, David Robinson. Medellín: SEDUCA, 1988, p. 26. Tomado de: Reyes, Ana Catalina. Poblamiento y movilidad social en la historia de Colombia, siglos XVI-XX, Medellín: Todográficas Ltda., p. 125.

Las circunscripciones electorales en la Provincia de Antioquia estuvieron directamente ligadas a la dinámica administrativa de los cabildos de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla, que se constituyeron en las 116

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respectivas cabeceras de departamento. Por su parte, las parroquias de San Pedro, San Antonio del Infante, Carolina del Príncipe, Santa Rosa, San Luís de Góngora y la colonia de Anorí, que eran dependientes del Cabildo de Antioquia, al hallarse a gran distancia de la capital se reunirían en Santa Rosa que para ese efecto se convertía en cabeza de un nueva circunscripción electoral llamada Departamento de Osos. De otro lado, las ciudades de Zaragoza y Remedios, y los sitios de Boca de Nechí, Yolombó, Cancán, San Bartolomé, se agruparían en la ciudad de Remedios, y desde ahí se concentrarían en un departamento que tomaría el nombre de Nordeste, para separarse así de la ciudad de Cáceres y quedar esta última, por asuntos de la distancia, agregada a la Ciudad de Antioquia. De esa forma se configuraron las seis circunscripciones electorales de la Provincia, que se conocieron bajo el nombre de ciudades capitulares o departamentos capitulares; esta última denominación será la que emplearé en todo el trabajo. Bajo esa lógica electoral, los apoderados de los seis departamentos acudirían a la cabecera de la ciudad, villa o parroquia indicada como centro, y luego se presentarían al teniente de gobierno o al alcalde ordinario de primera nominación a quien debían proporcionar todos los testimonios, padrones y poderes que se les entregaran en las respectivas parroquias que los acreditaban como tales. Con esos documentos, las autoridades hacían la suma total de la población por cada departamento, teniendo como base los padrones antes señalados, y procedían, de esa forma, al nombramiento de un elector por cada cuatro mil almas en cada uno de los departamentos, y, en caso de existir un excedente de más de 2000 personas, se nombraría un elector más. Los cuales viajarían a la capital a formar el Colegio Electoral Constituyente de la Provincia y a ejecutar las últimas elecciones de los funcionarios que, finalmente, compondrían la representación provincial15. La influencia de esa nueva circunscripción electoral amparada en los departamentos capitulares entró en funcionamiento en agosto de 1811 cuando comenzaron los trámites para convocar el Colegio Electoral Constituyente que promulgaría la Constitución de 1812, a lo cual se sumarían también los procedimientos electorales que permitirían la próxima renovación de la Junta. La diferencia que revistió el proceso en esa ocasión tuvo Ibíd.

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relación directa con el número de vocales o representantes de los cabildos que fueron convocados para esa ocasión, debido a que ya no serían únicamente cuatro, sino seis, es decir, un representante por cada departamento capitular. Por ello para 1812 surgieron una serie de rivalidades relacionadas con la división territorial, las cuales tuvieron conexión directa con las circunscripciones electorales que años antes se habían organizado en la Provincia. Los celos de las autoridades de una vieja ciudad como la de Antioquia, frente a la emergencia y preponderancia de las demás villas y ciudades en los últimos años del siglo XVIII, llevaron a una discusión política que tuvo su expresión geográfica en la disputa por la posesión de la ciudad capital de la Provincia, en la que cada uno de esos lugares buscó desbalancear los poderes político electorales por medio de la creación de otras villas y ciudades que pudieran quebrar las redes de poder y las influencias de algunas de las élites16. El fenómeno de los provincialismos surgidos durante la Independencia devela un entramado de disputas por el poder entre élites locales, que incluye una serie de intereses que en el fondo reflejan el deseo de asumir una posición política que les permitiera, a los espacios que representaban, hacer gala de su soberanía y, así mismo, participar de las dinámicas políticas suscitadas en el entorno independentista. Tal situación fue un asunto generalizado para el conjunto de Hispanoamérica, y que se reflejó en la Nueva Granada en la conformación de los dos polos de poder constituidos por la Suprema Junta de Santafé, y por el Congreso de las Provincias Unidas del cual hizo parte la Provincia de Antioquia. Y será, precisamente, en ese último espacio en el que se enfocará el análisis como uno de los casos que ilustra la fragmentación del poder político, ya que, desde la instalación de la Junta Superior Provincial en 1811, una de las preocupaciones del Colegio Electoral Constituyente se centró en la determinación de las circunscripciones electorales. Con los departamentos capitulares, las pugnas que se presentaban entre las ciudades, villas o parroquias involucraban a todos los niveles inferiores de la jerarquía territorial, es decir, a partidos y sitios. En su afán por consolidarse como verdaderas comunidades políticas, cada uno de esos espacios Véase la nota 13.

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demandaron ser sujetos de representación política y hacer valer sus derechos políticos y, por tanto, el mejoramiento de su jerarquía territorial, para lo cual el número de habitantes y su clase resultarían determinantes. A su vez, se definieron toda una serie de procedimientos electorales, que siguieron una línea francesa, en los que las elecciones incorporaron tres niveles: primarias o de apoderados, secundarias o de partidos, y electorales. Las de primer nivel o primarias comenzaban con la convocatoria que hacían autoridades como los alcaldes ordinarios, tenientes de gobierno, capitanes a guerra, jueces pobladores y alcaldes pedáneos, a todos aquellos parroquianos que podían desempeñarse como ciudadanos. Para ello esas autoridades acudían a un padrón exacto proporcionado por el cura, en el que aparecían datos relacionados con el sexo, estado civil, edad, calidad, género de vida y ocupación de los cabezas de familia. Así, todos los parroquianos que cumplieran con la condición de ser varones libres mayores de 25 años, padres o cabezas de familia que vivieran de sus rentas y no dependieran de otro, que no se les siguiera causa criminal y que no tuvieran defectos de personalidad o fueran deudores, harían parte de una lista para elegir apoderados. La elección de ese apoderado o apoderados se hacía en cada parroquia en razón de uno por cada 500 personas o almas, como rezan los documentos oficiales, y en el caso de que una parroquia sobrepasara ese número de habitantes por una cifra de 250 personas o más, tendría derecho a nombrar un apoderado más. En el caso de las parroquias con menos de 500 almas, éstas también gozaban del derecho de nombrar un apoderado17. Las elecciones secundarias o de partidos consistían en las elecciones que los apoderados llevaban a cabo en la cabecera departamental y que tenían como fin la elección de los electores. A continuación los apoderados de los seis departamentos acudirían a la cabecera de la ciudad, villa o parroquia indicada como centro, y luego se presentarían al teniente de gobierno o al alcalde ordinario de primera nominación a quien debían proporcionar todos los testimonios, padrones y poderes que se les entregaron en las respectivas parroquias. Con esos documentos las autoridades hacían la suma total de la población por cada departamento, teniendo como base AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 650, documento 10347, “Instalación de la Junta Superior Provincial, nombramiento de representantes al Congreso, reglamento para elecciones”, 1811, folios 58r-63r 17

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los padrones antes señalados, y procedían, de esa forma, al nombramiento de un elector por cada cuatro mil almas en cada uno de los departamentos, y, en caso de existir un excedente de más de 2000 personas, se nombraría un elector más. Los cuales viajarían a la capital a formar el Colegio Electoral Constituyente de la Provincia y a ejecutar las últimas elecciones de los funcionarios que, finalmente, compondrían la representación provincial18. Finalmente, para el tercer nivel: las “electorales”, los electores deberían elegir, de su seno, a los senadores, y aquellos que resultaran elegidos debían quedarse en la capital por el tiempo que tardara la elaboración de la constitución por parte del Colegio Electoral del que harían parte19. Las dinámicas de la representación aparecieron en las parroquias dependientes de los cabildos de Antioquia, Rionegro, Marinilla, e, igualmente, en aquellas que, siendo de la ciudad de Antioquia, se agruparon en el Departamento de Osos20, y las que se circunscribieron a Remedios21 y que hicieron parte del Departamento del Nordeste. A través de esas circunscripciones electorales, las élites de esos lugares fueron permeando algunos círculos sociales e instrumentalizando la idea de ciudadanía mediante formas corporativas, con el propósito de legitimarse en el poder. 2. Ciudadanía y reglamentación electoral La calidad de la representación fue uno de los puntos álgidos en los años transitados desde la crisis monárquica, pasando por la etapa juntista, hasta llegar a las elecciones propias del periodo republicano. La promulgación de derechos políticos para los americanos suscitó un interesante contrapunteo, no sólo en relación con la idea de la representación, sino también en lo relativo a la soberanía y a la legitimidad: Así, iniciada la revolución, ésta implicó no sólo una lucha entre la soberanía del rey frente a la soberanía nacional, en construcción, sino también una problemática interna sobre el carácter y la nacionalidad triunfante de Ibíd. Ibíd. 20 San Pedro, San Antonio del Infante, Carolina del Principe, San Luis de Góngora y Anorí. 21 Zaragoza, Boca de Nechí, Yolombó, Cancán, San Bartolomé. 18 19

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la nación y sobre su división político administrativa, lo cual supuso una subsiguiente cuestión sobre la unicidad de los mecanismos representativos, que legitimaran la representación de la nacionalidad y la soberanía22. Con la Independencia comenzó a operar un tránsito de la soberanía del rey, a una soberanía de un nuevo sujeto político del discurso liberal moderno: el ciudadano y, por ende, el establecimiento de mecanismos de representación como el sufragio, principio a través del cual se da un proceso de recuperación, o si se quiere de retroversión, de la soberanía que pasa del soberano al pueblo por medio del voto. La llegada de un discurso liberal moderno ya consolidado en buena parte de los países que habían debilitado las bases del absolutismo por medio de fórmulas como las monarquías constitucionales o el Estado de Derecho, sumado a la coyuntura de las Abdicaciones de Bayona de 1808, constituyeron el parteaguas a través del cual, paulatinamente, la modernidad política estableció una serie de nuevas ideas y actores en los albores de la Independencia hispanoamericana. La ciudadanía llega con ciudadanos, la representación con elecciones, y con éstas últimas un proceso de diferenciación política necesario entre los electores y los elegibles. Por ello Gueniffey señala que “La solución al problema consiste en separar el pueblo de electores, de los elegibles. Ésta pasa por dos disposiciones capitales: los grados de elección y el escalonamiento de nuevos censos”23. Y será esa una situación que se pondrá en práctica en las distintas elecciones de las que se ocupa este trabajo, ya que la definición de elecciones primarias y secundarias, y el cumplimiento de ciertos requisitos para participar y ser elegido, develan la relación que en esta materia tuvo Francia con las embrionarias prácticas electorales en algunos lugares de Hispanoamérica, tal y como se presentará, con mayor detalle, en el caso de la Provincia de Antioquia. 2.1. Instituciones de representación 1810-1811 Comenzaré analizando el papel cumplido por la Junta Superior Provincial Gubernativa de Antioquia que se creó el 10 de septiembre de 1810 obe Ibíd., p. 221. Ibíd., p. 13.

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deciendo a un proceso de acuerdos suscritos entre los cuatro cabildos de la gobernación. En ella confluyeron dos representantes de cada uno de los cabildos, es decir, Rionegro, Marinilla, Medellín, y la ciudad de Antioquia. Su creación sirvió para mantener la unidad geográfica, evitar la fragmentación territorial que fue común en los primeros momentos de la Independencia, y otorgarles a las autoridades de la vieja ciudad de Antioquia el derecho a prolongar su jerarquía ante los recién creados cabildos24. Tabla 1. Integrantes de la Junta Superior Provincial Gubernativa de Antioquia 1810 Presidente Vicepresidente Vocal representante de la ciudad de Antioquia Vocal representante de la villa de Medellín Vocal representante de la ciudad de Rionegro Vocal representante de la villa de Marinilla

D. Francisco de Ayala, gobernador de la Provincia Dr. D. Juan Elías López Tagle Madariaga, asesor letrado de la gobernación Dr. D. Manuel Martínez Ferreiro Dr. D. José Joaquín Gómez Londoño Dr. D. José Miguel de la Calle Dr. D. Isidro Peláez Toro

Gutiérrez Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, p. 173.

De esa junta resultaron elegidos los representantes o vocales que hicieron parte del Congreso de las Provincias Unidas. Su conformación dependió de una representación igualitaria que consistió en “la repartición equitativa de las vocalías del Congreso”, es decir, un vocal por cada cabildo, y un presidente y vicepresidente que eran, a su vez, el gobernador y un asesor, respectivamente. Para mayor claridad presentaré unas tablas en las que se detalla la conformación tanto del Congreso Provincial como de la Junta Superior Provincial Gubernativa de Antioquia. Ambas instancias Medellín se erigió como Villa en el año de 1675; en 1783 los vecinos del sitio de San Nicolás de Rionegro lograron conformar un cabildo y cuatro años más tarde los vecinos del sitio de la Marinilla hicieron lo propio. Gutiérrez, Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 169170.

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estaban sumamente relacionadas, ya que los mismos diputados de la Junta estuvieron presentes en el Congreso Provincial, para balancear los poderes locales que desde los años finales de la Colonia venían disputándose un papel protagónico en la Provincia. Respecto de la creación de la Junta, Daniel Gutiérrez señaló que sus cuatro vocales asumieron los cargos en calidad de interinos hasta tanto se posesionaran los nuevos diputados. Esos nuevos hombres serían los que, por disposición del Congreso Provincial, deberían elegir a los padres o cabezas de familia de cada ayuntamiento25. Tabla 2. Integrantes del Congreso Provincial (30 de agosto-10 de septiembre de 1810) Comitente Representantes Gobernador D. Francisco de Ayala Asesor letrado de la Gobernación Dr. D. Elías López Tagle Madariaga, presidente Ciudad de Antioquia Dr. D. Manuel Martínez Ferreiro Dr. D. José María Ortiz Pastor Villa de Medellín D. José Joaquín Gómez Londoño Licenciado D. Pantaleón Arango Ciudad de Rionegro Presbítero D. José Miguel de la Calle Dr. D. José María Montoya Villa de Marinilla Presbítero D. Francisco Javier Gómez Pineda Dr. D. Isidro Peláez Toro Gutiérrez, Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, p. 172.

Las elecciones celebradas en la Provincia en 1810 para renovar la junta implicaron un proceso en el que se pasó de una delegación de hombres de los cabildos, a una representación de los pueblos de la provincia por la vía de la elección moderna, en la que los ciudadanos requerían ser hombres cabezas de familia y llenar una serie de requisitos, tales como la edad, la capacidad monetaria, entre otros aspectos que seguían prevaleciendo al momento de marcar diferencias notables entre los que pueden votar o no26.

Ibíd., pp. 172-173. Ibíd., p. 173.

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La nueva Junta que comenzó a funcionar el 28 de octubre de 1810 no sufrió cambios considerables en relación con la inicial, el número y calidad de los cargos no varió, y mantuvo a su presidente, vicepresidente y cuatro vocales. Sin embargo, aproximadamente un mes más tarde, su composición sufrió algunos cambios, ya que incorporó dos miembros más: un vocal secretario27, y un fiscal-representante28 “de los pueblos no sujetos a departamento capitular”, es decir, de ciudades como Zaragoza y otros pueblos del Nordeste29. En esencia, los cambios acontecidos en la composición de la Junta, lejos de turbar el orden de la Provincia, lo que hicieron fue terminar de acomodar una serie de redes de poder; según Gutiérrez, el hecho de la ampliación de las vocalías se debió más a un asunto de continuidad en el poder de viejas élites, que a una ruptura como tal; en ese sentido, el equilibrio y balance de poderes en la Provincia estaba asegurado por medio de la repartición de cargos. Tabla 3. Integrantes de la Junta Superior Provincial Gubernativa de Antioquia (noviembre de 1810) Presidente Vicepresidente Vocal representante de la Ciudad de Antioquia Vocal representante de la Villa de Medellín Vocal representante de la Ciudad de Rionegro Vocal representante de la Villa de Marinilla Fiscal y Vocal representante de los pueblos no sujetos a departamento capitular Vocal secretario

D. Francisco de Ayala, gobernador de la Provincia Dr. D. Juan Elías López Tagle Madariaga, asesor letrado gobernador Dr. D. Manuel Martínez Ferreiro Dr. D. Lucio de Villa Dr. D. José María Montoya Duque D. Nicolás de Hoyos Dr. D. José María Ortiz Pastor (elegido el 21 de noviembre) Dr. D. José Manuel Restrepo Vélez (elegido el 21 de noviembre)

Gutiérrez, Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, p. 174.

Restrepo, José Manuel. Oriundo de Envigado y antiguo asesor interino de la Gobernación Ortiz, José María. Miembro del Congreso Provincial y ¿un hombre de poder en la vieja Ciudad de Antioquia? 29 Gutiérrez, op. cit., p. 173. 27 28

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I. Desde la historia política


La conformación de las juntas y de la estructura administrativa de la Provincia de Antioquia revela una serie de equilibrios burocráticos entre los diversos cabildos que se iban erigiendo como rivales a medida que el proceso independentista avanzaba. En un primer momento, aparecen los cabildos de Antioquia y Medellín enfrentándose fuertemente, tal y como sucedió con José Manuel Restrepo y José María Ortiz el 21 de noviembre de 1810. El primero proveniente del Partido de Envigado e hijo del alcalde ordinario de Medellín; y el segundo un representante de la red de los Martínez y engranaje clave de la ciudad de Antioquia. De manera que, lo que en realidad se presentó fue un equilibrio de gobierno entre esos dos lugares en el marco de la Junta Superior Provincial Gubernativa de Antioquia30. Luego de la reunión plena de esa Junta, comenzaron los preparativos para las próximas elecciones del 10 de enero de 1811 en las que se nombrarían los diputados que por la Provincia irían a participar en el Congreso de Reino que se llevaría a cabo en Santa Fe un mes más tarde. Así los diputados establecieron el reglamento para las elecciones de 1811. Para esa ocasión los ayuntamientos renunciaron a su facultad de elegir a los diputados en cada una de sus cabeceras y cedieron esa responsabilidad a la Junta. Fue así como se debatió y se aprobó la elección de dos diputados en razón a una posible ausencia del titular por motivos de fuerza. Los elegidos para la ocasión fueron José Manuel Restrepo con cinco votos para el primer puesto y Juan del Corral con igual número de votos para la segunda posición. Éstos cumplirían con la representación de la Provincia por el término de dos años31. Para agosto de 1811 comenzó a tomar fuerza en la Provincia la tentativa de convocar un Colegio Electoral Constituyente encargado de redactar una constitución. Paralelamente, se llevarían a cabo las elecciones para renovar la Junta. La diferencia esta vez radicó en el hecho de que el número de vocales o representantes de los cabildos elegidos para ambas instancias ya no sería cuatro, sino seis. Lo anterior debido al proceso de Ibíd., p. 174 AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 819, documento 12886, “Copia del nombramiento de los representantes para el Congreso o junta que debe reunirse en Santa Fe de Bogotá”, 1811, folios 138r-139v 30 31

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

125


reorganización de las circunscripciones electorales bajo el amparo de los seis departamentos capitulares que asumieron la jurisdicción de los cuatro cabildos arriba señalados.32 En el caso del Colegio Electoral, la propuesta de crear dos nuevos departamentos capitulares surgió del interés de la élite de Medellín de restarle poder a la Ciudad de Antioquia y quedarse, quizá, con la capitalidad antioqueña33, y equilibrar, de paso, el poder de las demás villas y ciudades provinciales. A medida que las aspiraciones políticas de ambas élites, medellinenses y antioqueños, iban midiendo fuerzas en torno de la conformación del Colegio Electoral Constituyente, la renovación de la Junta Superior Provincial de Antioquia por vía electoral se concretó en octubre de 1811 tal y como lo demuestra Gutiérrez en la siguiente tabla: Tabla 4. Integrantes de la Junta Superior Provincial de Antioquia (octubre de 1811) Presidente del Estado Vocal representante de la Ciudad de Antioquia

Dr. D. José Antonio Gómez Dr. D. José Pardo

Licenciado Pantaleón Arango (elegido vicepresidente del Estado el 30 de octubre) Presbítero D. José Miguel de la Calle (elegiVocal representante de la Ciudad de do presidente del poder legislativo el 30 de Rionegro octubre) Vocal representante de la Villa de Marinilla D. Juan Pablo León Zuluaga Vocal representante de la Villa de Medellín

Gutiérrez, Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, p. 180.

Por su parte, la conformación del Colegio Electoral que redactaría la Constitución de Antioquia de 1812 demandó un proceso electoral mucho En el caso de la Provincia de Antioquia tuvieron vigencia seis departamentos capitulares: Antioquia, Rionegro, Marinilla, Medellín, Los Osos y Nordeste; los primeros cuatro adquirieron importancia gracias a los cabildos que ya existían en cada una de esas ciudades, y los dos últimos se crean para incorporar las parroquias dispersas; en el caso del Departamento de Osos, los poblados ubicados en el norte de la Provincia que estaban sujetos jurisdiccionalmente a la ciudad de Antioquia y las que se circunscribieron a Remedios: Zaragoza, Boca de Nechí, Yolombó, Cancán, San Bartolomé, que se organizaron en el Departamento del Nordeste. 33 Gutiérrez, op. cit., p. 173. Ibíd., p. 178. 32

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I. Desde la historia política


más lento, si se toma como referencia que la Junta sólo tardó un mes en su instalación. Su conformación demoró dos meses. Ese Colegio tomó el nombre de Convención y quedó conformada por 23 vocales, de los cuales ocho correspondían al departamento de Antioquia, cinco al de Medellín, seis al de Rionegro, dos al de Marinilla y dos al del Nordeste34. Tabla 5. Integrantes del Colegio Electoral y Constituyente de Antioquia (29 de diciembre de 1811) Departamento Antioquia

Medellín

Rionegro

Marinilla Nordeste

Representantes Dr. D. José María Ortiz Dr. D. José Pardo Dr. D. Andrés Avelino de Uruburo Dr. D. Manuel Antonio Martínez D. Juan Francisco Zapata D. Juan Esteban Martínez D. Pedro Arrubla D. Francisco Javier Barrientos Dr. D. Nicolás Benítez Licenciado D. Pantaleón Arango Dr. D. José Joaquín Gómez Londoño D. Juan de Carrasquilla Dr. D. José Miguel de Uribe D. José Miguel de la Calle Dr. D. José Manuel Bernal Dr. D. Manuel Hurtado D. Francisco Ignacio Mejía D. Pedro Carvajal D. Diego Gómez de Salazar Dr. D. Jorge Ramón de Posada Dr. D. Isidro Peláez D. Vicente Moreno D. Estanislao Buelta Lorenzana (no concurrió)

Gutiérrez, Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, p. 181.

Ibíd.

34

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

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A pesar de la existencia en la Provincia de al menos cinco experiencias electorales previas: conformación del Congreso Provincial en una ocasión, tres con el propósito de organizar las juntas y la elección del Colegio Electoral, podría decirse que aún la confusión ante la reglamentación electoral era evidente, a tal punto que fueron varias las solicitudes hechas por los cabildos para aclarar esa materia. Un ejemplo de esa falta de claridad lo refleja la elección infructuosa de personajes que, por estar ocupando cargos como el de presidente de Estado, quedaban inhabilitados para desempeñar las facultades que los electores depositaban en ellos. Eso fue lo que sucedió con José Antonio Gómez quien fue nombrado como apoderado de los pueblos del Norte35 y del Nordeste36 para hacer parte de la Junta Superior Provincial en octubre de 1811, pero tuvo que declinar debido a su cargo como Presidente del Estado de Antioquia. 2.2. Procedimientos electorales de 1812 Los derechos políticos en la Provincia de Antioquia para 1812 habían sido definidos ya desde 1811, al menos en lo que respecta a la formalidad del Reglamento Constitucional Provisional que se promulgó en ese año. En él se señaló que la capacidad de votar sería de uso exclusivo de los hombres “En oficio del día de ayer me participó el Teniente Don Enrique de Villa que por las credenciales que habían venido de ese sitio, resultaba mayor número de sufragios a mi favor para elector en el Colegio que se iba a formar. Y dudando si podía recidir en mí esta función, consulté a la Suprema Junta con el referido oficio y ha declarado ser incompatible y que debe subrogarse el que tuviese más número de sufragios. Esto mismo se acabó de comunicar al referido teniente quien a virtud de saber que me hallo ejerciendo la presidencia del Estado, que allá ignoraba el vecindario, ará (sic) lo que corresponda. Yo quedo muy agradecido a los hombres que me han dispensado, los sufragantes de ese generoso pueblo (SAN PEDRO) y a ellos y a usted que habrá sido uno, les doy las debidas gracias quedando muy reconocido a este honor y con el pesar de no poderlo disfrutar por el empleo que les ofrezco a cuanto ocurra en su obsequio. Dios guarde a usted. Antioquia 22 de noviembre de 1811, José Antonio Gómez”. AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 819, documento 12887, “Decretos, leyes, resoluciones de la Junta Provincial comunicadas al Juez Poblador del Sitio de San Pedro”, 1811, folios 27r-27v 36 AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 818, documento 12858, “Documentos referentes a la Constitución, leyes y decretos de la Junta Suprema de Gobierno de la Provincia de Antioquia”, 1811, folios 61r-62r 35

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I. Desde la historia política


cabezas de familia que no tuvieran ningún problema con la justicia, situación que no cambió mucho con relación a la Constitución de 1812 en la que la idea de quién debía ser considerado un ciudadano para ejercer el sufragio siguió amparada en la idea de soberanía del pueblo considerado como la universalidad de los ciudadanos. En relación con las elecciones, la Constitución señalaba que las mismas debían ser libres y que a ellas debían asistir los hombres en un tiempo prudente a dictaminar las leyes y nombrar representantes y funcionarios públicos, siempre y cuando fuesen individuos respetuosos de la ley y con una vida intachable. De esa forma, el filtro para ser considerado ciudadano y tener derechos políticos ponía presente una serie de valores morales como factores determinantes. Para las elecciones que se llevaron a cabo durante la vigencia de la Constitución del Estado de Antioquia de 1812, la reglamentación electoral definió lo siguiente: unas elecciones de tres niveles: primarias, secundarias, y electorales. En las primarias todos los sufragantes parroquiales, es decir, los varones libres, que fueran padres o cabezas de familia y que estuvieran libres de antecedentes criminales, que contaran con la condición de vecindad definida a partir de la pertenencia a la parroquia por medio de la casa poblada con un año de antelación y la permanencia por dos años en la Provincia, y, aun más, el ánimo de establecerse definitivamente. Para las secundarias, los apoderados, además de contar con las condiciones anteriores, debían sumar otra: justificar una renta no menor a doscientos 200 pesos. Esos apoderados reunidos en la cabecera nombrarán electores que debían tener renta no menor a 400 pesos, y éstos, a su vez, elegirían a los senadores en las electorales. La reglamentación estipuló que las elecciones deberían realizarse cada año a partir de una convocatoria que iniciaría con el llamado del Juez Mayor, figura que se había mantenido del orden colonial, el último miércoles de noviembre y los dos días siguientes. Esa cita electoral tendría vigencia para todas las ciudades, villas, parroquias y pueblos. En el caso de la elección de los apoderados, se elegiría uno por cada mil personas, y por cada excedente de quinientas personas se añadiría un apoderado más, y, en caso de que algún lugar no contara con mil personas

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

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dentro de su jurisdicción, también tendría derecho a nombrar uno37. En este caso la reglamentación presentó una variación con respecto al año anterior, en lo que se definió en el Reglamento Provisional38, ya que para elegir apoderado el número de habitantes aumentó de 500 a 1000. Para todo procedimiento electoral debían crearse las juntas colectoras de votos. Su conformación interna dependía directamente de la jerarquía territorial del lugar en el que iban a realizar los comicios. Para los lugares como Rionegro, que fueran la capital del Departamento Capitular, debían congregarse dos justicias mayores en la casa de ayuntamiento a doble jornada, mañana y tarde, acompañados, igualmente, del escribano y el cura. Por su parte, en las parroquias, como Sonsón, La Ceja, Abejorral, entre otros, la junta se compuso del juez mayor, el cura, el alcalde pedáneo del lugar y el escribano, y, en caso de que faltara éste último, sería suplido por dos vecinos “honrados”. Y en el caso de los lugares más alejados de la capital del departamento, como Santa Bárbara, Sabaletas, La Chapa, etc, en los que sólo existiera un alcalde pedáneo, los encargados de presidir la recolección de los votos serían el alcalde, el vecino que hubiese sido juez el año anterior y el cura, cumpliendo así la condición de terna para las juntas colectoras de votos. Al término de un día, luego de terminada la jornada electoral, los electores -habla de los hombres encargados de la Junta Colectora de Votos- cerraban la lista original de los votos y la enviaban con una persona de su plena confianza a la Junta Colectora de Votos ubicada en la capital departamental39. Luego de todo el protocolo anterior, y a dos días de abiertas las elecciones, éstas se cerraban. Y quedaba ahora la tarea ardua de hacer el escrutinio de los Constitución del Estado de Antioquia de 1812. http://banrepcultural.org El Reglamento Provisional lo estableció la Junta Superior Provincial Gubernativa en el año 1811 y a partir de su promulgación la Provincia de Antioquia se transformó en un Estado. Introduciendo la división de poderes y la creación de empleos como el de Presidente del Estado y Secretario del Poder Ejecutivo, así mismo, la administración de justicia quedó a cargo de un Tribunal Superior, entre otros cambios. Ese Reglamento operó tanto para la renovación de la Junta llevada a cabo entre el 28 y el 30 de octubre de 1811 como para la elección del Colegio Electoral y Constituyente que se instaló el 29 de diciembre del mismo año. Gutiérrez, op. cit., p. 176. 39 Constitución del Estado de Antioquia de 1812. http://banrepcultural.org 37 38

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I. Desde la historia política


votos por parte de la Junta Colectora de Votos, hasta definir por mayoría de votos el o los apoderados. En caso de empate, la suerte decidía, y en caso de muerte, impedimento o renuncia, la plaza se suplía con el que tuviera la mayoría inmediata de votos. Luego del escrutinio se oficializaba por medio de un acta en la que aparecían todas aquellas personas que hubiesen sacado votos, detallándose el número. Esa acta era entregada a cada uno de los apoderados para que la presentaran como soporte en la cabecera provincial cuando fueran a nombrar los electores; así mismo, se guardaban los originales en el archivo de la parroquia y se leía en acto público en la misa del domingo40. Las elecciones secundarias, por disposición legal, deberían realizarse el tercer lunes de diciembre en la Sala Capitular en una asamblea presidida por el Juez Mayor de la cabecera y el escribano del lugar. En ellas se elegían mediante votación secreta los electores que correspondan a cada Departamento Capitular, además de un Síndico Procurador General que tendría sufragio en toda elección41. Los electores, al igual que el Síndico Procurador General, constituirían, de esa forma, el cuerpo electoral de la Provincia y ocuparían el cargo por dos años, y serían seis para toda la Provincia, es decir, uno por cada departamento capitular. Igualmente, dentro de las condiciones se les impuso que deberían tener un manejo de renta de mil pesos. De otro lado, la elección de los senadores se haría cada tres años. En ella debería prevalecer la pluralidad absoluta de sufragios para nombrar dichos representantes42. En el caso específico de ese cargo, los elegibles debían ser mayores de 25 años, haber sido vecinos de la Provincia con tres años de antelación y tener una renta equivalente a cuatro mil pesos43. Tabla 6. Detalles funciones, duración y renta representantes para 1812 Cargo Apoderado Elector Senador

42 43 40 41

Funciones Nombrar electores Nombrar senadores Redactar la constitución

Tiempo mandato Un año Dos años Tres años

Renta 200 pesos 1000 pesos 4000 pesos

Ibíd. Ibíd., p. 30. Ibíd., p. 31. Ibíd., p. 32.

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

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Volviendo a las elecciones antioqueñas, es conveniente señalar una precisión que ya F. X. Guerra hizo para sus estudios en Latinoamérica, en que argumenta que la única manera de analizar un voto autónomo, claro y libre de influencias, reside en el análisis de la votación de primer grado, es decir, las elecciones primarias, ya que ahí intervienen la “masa de nuevos ciudadanos que se confunde casi con la población masculina libre y adulta”44; sin embargo, eso es algo que no ocurre en el caso de las elecciones antioqueñas de las que se ocupa este trabajo, debido a que, en la Provincia de Antioquia, la consolidación de los padrones electorales tuvo intervención de los curas de cada una de las parroquias. Esa situación hizo que tal ingerencia se convirtiera en un mecanismo expedito para que se presentaran múltiples manipulaciones electorales que sirvieron a los fines de estrategias locales y redes de poder que buscaron consolidarse y legitimarse en el poder45. 3. Un estudio de caso: la Ciudad de Rionegro En el caso concreto de las elecciones que se realizaron en Rionegro en 1812, fue posible reconstruir las actas de escrutinio de diferentes parroquias, sitios y partidos que participaron en la elección de apoderados. Es conveniente aclarar que fueron esos los primeros comicios que se realizaron bajo el influjo de la reglamentación electoral dispuesta en la Constitución del Estado de Antioquia de 1812. Para entender mejor la participación de los distintos lugares dentro de la jurisdicción de la Ciudad de Rionegro, el lector puede apoyarse en el cuadro siguiente para conocer las circunscripciones electorales. Tabla 7. Circunscripción electoral de Rionegro-1812 Parroquia Partido Sitio San José de Ezpeleta de Sonsón Caunzal San Vicente Cabecera de Rionegro Buey-Piedras Sabaletas La Chapa Santa Bárbara CIUDAD DE RIONEGRO San Antonio de Pereira La Miel Abejorral El Retiro La Mosca

Ibíd., p. 49. Ibíd.

44 45

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I. Desde la historia política


En cada uno de estos lugares, sin importar si su calidad era de parroquia, partido o sitio, se eligieron los apoderados que asistirían a la reunión general de la Ciudad de Rionegro, que se llevaría a cabo en esa cabecera departamental con el fin de nombrar los electores que, finalmente, elegirían la tercera parte de los senadores que tendría la Provincia en 1813. A continuación puede verse el cuadro de apoderados de manera detallada, es decir, con los nombres de los apoderados nombrados en cada lugar y el número de votos obtenidos. Tabla 8. Apoderados elegidos en Rionegro para 1812 Lugar Apoderado Cabecera de Rionegro Manuel Henao Cabecera de Rionegro José Manuel Jaramillo Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Parroquia de San José de Ezpeleta de Sonsón Parroquia de San José de Ezpeleta de Sonsón Parroquia de San José de Ezpeleta de Sonsón Parroquia de San José de Ezpeleta de Sonsón Parroquia de San José de Ezpeleta de Sonsón Parroquia de San José de Ezpeleta de Sonsón Partido de La Mosca

Nº Votos Observaciones 51 También elegido en La Mosca 51 También elegido en La Mosca También elegido en San Jerónimo Palacio 48 Antonio de Pereira José Nicolás Vallejo 38 También elegido en La Miel Nepomuceno Escobar 28 Pedro Carvajal 28 Sinforoso García 28 José María Montoya 27 Francisco Ignacio Mejía 26 Juan de Dios Vallejo 24 Manuel María Isaza 24 José Antonio Mejía 23 Crisanto de Córdoba 19 Manuel Villegas

180

José María Bernal

140

Antonio Londoño

137

Francisco Jaramillo

91

Se excusa por enfermedad, es el alcalde en el momento

Januario Henao

89

Se excusa por enfermedad

Pedro Martínez

80

Manuel Henao

31

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Reemplazo de Jaramillo y Henao También elegido en Rionegro

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Lugar Partido de La Mosca Partido de La Mosca Sitio de San Vicente Sitio de San Vicente

Apoderado José Manuel Jaramillo Ramón Gómez Marcos Gallo Ignacio Gómez

Partido de Abejorral

Juan José Botero

Partido de Abejorral

Francisco Palacio

Partido de Buey-Piedras Partido de Buey-Piedras Sitio de Sabaletas Sitio de Santa Bárbara Parroquia de Caunzal Parroquia de La Chapa Parroquia de San Antonio de Pereira Parroquia de La Miel Parroquia de El Retiro

Nº Votos Observaciones 27 También elegido en Rionegro 14 17 10 También elegido en Buey-Pie68 dras También elegido en Buey-Pie60 dras

Juan José Botero

16

También elegido en Abejorral

Francisco Palacio

15

También elegido en Abejorral

Pedro Bermúdez José Bernardo Robledo José Ignacio Giraldo

68 46 51

José Miguel Marín

55

Jerónimo Palacio

36

También elegido en Rionegro

José Nicolás Vallejo Matías Vallejo

38 14

También elegido en Rionegro

Fuente: AHA. Sección Colonia-Independencia, tomos 822 y 823.

En el anterior cuadro aparecen únicamente los personajes que resultaron elegidos como apoderados con mayoría de votos, según el padrón electoral elaborado en cada uno de esos lugares. En las elecciones de esta zona participaron hombres que no cumplían con la mayoría de edad, tal y como lo constata la participación de jovenzuelos que en muchos casos votaron como sustitutos temporales de sus padres en los comicios46; de manera inversa, algunos padres hacían lo mismo por sus hijos47, y hasta inclusive Como fue el caso de Miguel Márquez que votó por apoderado en Sonsón. AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 823, documento 12997, “Expediente sobre las votaciones en Sonsón y otros pueblos para la elección de apoderados al Congreso”, 1812, folios 226v-235v. 47 Francisco Cortés votó por su hijo Antonio. AHA. Sección Colonia-Independencia, op. cit. 46

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I. Desde la historia política


llegó a darse el caso de que un yerno votara por su suegro48, y hasta mujeres que hicieron parte de los comicios como sufragantes parroquiales49. Lo cual devela la porosidad de la reglamentación y los vacíos que dejaba en los procedimientos electorales. Por su parte, los electores nombrados en la Ciudad de Rionegro en 1812, que representarían el Departamento Capitular en la Ciudad de Antioquia en la reunión anual del Congreso Provincial, fueron elegidos por los apoderados de Rionegro, Arma, San Vicente, Abejorral, Santa Bárbara, Caunzal, Sabaletas y Sonsón, y que los apoderados de Santo Domingo y Concepción no concurrieron a dicha elección50. De la votación resultaron elegidos, para regidores o electores, don Nepomuceno Escobar con 24 votos, don Francisco de Isaza con 18, don Jacinto Álvarez con 18, don Bernardo González con 17, don José María Montoya con 16, y don José Antonio Echeverri con 14. De otro lado, para el cargo de Procurador General los votos se concentraron en don Manuel Bravo con 16 y don Jerónimo Palacio con 10, todos ellos importantes mineros y comerciantes del oriente que basaban su jerarquía en el legado económico colonial. La jerarquía de la representación se la definió en ese caso el orden de antigüedad, y pasó a un segundo plano el número de sufragios obtenidos de la votación de los apoderados bajo el mecanismo de cónclave51, lo cual deja entrever el sentido corporativista que aún guardaban este tipo de instancias representativas, tal y como se verá en el siguiente cuadro: José López, yerno de José Ignacio García, actuó como sufragante en los comicios para apoderado en Sonsón en 1812. AHA. Sección Colonia-Independencia, op. cit. 49 María Gregoria Castaño, Juana María Castaño, Juana Ramírez, María del Rosario Peña, Mónica Vélez, Juana Flores, María Antonia Montoya e Ignacia Cardona. AHA. Sección Colonia-Independencia, op. cit. 50 “…Es el advertir que los representantes o apoderados de los partidos de Santo Domingo y Concepción no han concurrido hasta este momento, de que se infiere o que han renunciado voluntariamente los derechos de representar o han diferido a la resolución de este cuerpo que constando de mucho más de las dos terceras partes ha procedido legítima y constitucionalmente. Con lo que se concluyó este acto y firman los señores representantes por ante mí de que doy fe”. AHA. Sección Colonia-Independencia, op. cit. 51 AHA. Sección Colonia-Independencia, op. cit., folios 323v-325r 48

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Tabla 9. Electores elegidos en Rionegro para 1812 Lugar Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro Ciudad de Rionegro

Electores José María Montoya Francisco José de Isaza Palacio José Antonio Echeverri Nepomuceno Escobar Jacinto Álvarez Bernardo González Manuel Bravo Jerónimo Palacio

Nº Votos 16 18 14 24 18 16 16 10

Cargo Elector Elector Elector Elector Elector Elector Procurador General Procurador General

Posición Primero Segundo Tercero Cuarto Quinto Sexto

Fuente: AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 823, folios 112r-117r

Para 1813 la composición de la representación de los apoderados en Rionegro cambió apenas levemente, al menos para el caso de la cabecera parroquial y el Sitio de San Vicente. Asegurar algo frente a otras parroquias, partidos o sitios sería algo arriesgado debido a que la información se redujo considerablemente con respecto al periodo anterior, a tal punto que sólo se tendrán como referencia éstos dos lugares. Tabla 10. Apoderados elegidos en Rionegro 1813. (Cabecera de Rionegro y San Vicente) Lugar Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Sitio de San Vicente Sitio de San Vicente

Apoderados José Manuel Jaramillo Manuel Henao Bentura González Sinforoso García Pedro Carvajal Francisco Ignacio Mejía José María Montoya Nicolás Vallejo Manuel Bravo Nepomuceno Escobar Francisco Isaza Ilario Mejía Javier Vallejo Crisanto de Córdoba Marco Antonio Gallo Tomás Baena

Nº Votos 76 71 49 40 33 30 30 29 25 19 18 18 17 15 33 24

Onservaciónes Elegido en 1812 Elegido en 1812 Nuevo Elegido en 1812 Elegido en 1812 Elegido en 1812 Elegido en 1812 Elegido en 1812 Nuevo Elegido en 1812 Nuevo Nuevo Nuevo Elegido en 1812 Elegido en 1812 Nuevo

Fuente: AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 828.

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En un año, el Departamento Capitular de Rionegro amplió en uno el número de apoderados nombrados para el Congreso Provincial, y pasó de trece a catorce representantes, lo que devela, en primer lugar, un aumento demográfico importante que pudo estar por el orden de quinientas personas o más, tal y como lo definió la reglamentación constitucional52; segundo, una ampliación del radio de influencia y poder de la ciudad en el espectro provincial; y, por último, una variación en las cifras de votos para los apoderados, ya sea canalizando votos de candidatos habituales o creando un nuevo nicho de sufragantes parroquiales. De los dieciséis apoderados que asumieron sus facultades en 1813, diez de ellos ya habían desempeñado esos cargos representativos en 1812, y, de otro lado, sólo seis apoderados eran completamente nuevos en los cargos; sin embargo, ya contaban con experiencia en las elecciones primarias debido a que cuatro de ellos ya habían participado el año anterior, sin ser electos; tan sólo Javier Vallejo apareció por primera vez en los comicios y fue elegido para el cargo. Ahora bien, en ese último caso debe aclararse que, si bien es un personaje nuevo en el conjunto de los apoderados de la ciudad, no es ningún anónimo ni desconocido por las mismas condiciones que se imponen para ser elegido, pero también por la presencia que en 1812 tuvieron en ese selecto grupo ciudadanos elegidos, con apellido similar, como Juan de Dios Vallejo y José Nicolás Vallejo. Éste era uno de sus hermanos y cumplía con la condición de ser vecino de El Retiro, lo que afirma así una red de poder en esa instancia representativa mediante lazos parentales53. Ahora bien, en el caso de los apoderados nombrados para el Sitio de San Vicente, hay que decir que se nombraron tan sólo dos, lo que me lleva a señalar, básicamente, un par de cosas: En primer lugar, que la representación en las elecciones primarias es algo estática ya que pueden verse cambios muy leves en la composición del grupo de apoderados, en este caso de los dos elegidos: Marco Antonio Gallo y Tomás Baena; el primero ya había resultado elegido el periodo anterior con una cantidad de votos considerable, mientras que el segundo apoderado, si bien hizo parte de la nómina de La cual definía el nombramiento de un apoderado por cada mil habitantes y uno adicional por un excedente poblacional representado en quinientas o más personas. 53 Álvarez, Víctor. Family Group Record. Familia de Matías Vallejo Botero (Father). 52

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

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elegibles en los comicios del 12, obtuvo una votación relativamente baja; lo que da pie para señalar, en segundo lugar, que en el caso de este sitio hubo una mayor concentración de votos en estos dos personajes, pasando Marcos Gallo de tener 17 votos en 1812, a sumar 33 en 1813, y, por su parte, Tomás Baena, quien tan sólo había logrado nueve (9) votos en 1812, alcanzó para este año 24 sufragios. Ambos prósperos comerciantes que habían hecho fortuna a raíz del comercio, el primero vendiendo productos agrícolas que producía en sus tierras, y el segundo con el alquiler de sus propiedades en la zona de San Vicente54. Lo relativo al nombramiento de los electores de Rionegro para el periodo de 1813 corrió, naturalmente, por cuenta de los apoderados de esa ciudad, sus partidos y sitios, reunidos en la casa de ayuntamiento –a excepción de los de Arma y Santa Bárbara– a efecto de hacer el nombramiento de tres electores y un síndico procurador general. De la votación salieron electos los ciudadanos José Ignacio Mejía Gutiérrez con 24 votos, Clemente Antonio Botero con 17 votos, e Ignacio Mejía Vallejo con 7 sufragios. La elección del Procurador General recayó en el ciudadano Ignacio Molina, que sumó 16 votos55. Del primero de ellos puede decirse que tenía grandes propiedades en Rionegro: una casa de teja, una buena cantidad de ganado que llegaba a sumar 550 vacas, 70 caballos, 50 cabras y 10 mulas. Así mismo, era propietario de las minas de Guarzo y La Mosca, de 2 salados y poseía 39 esclavos. Había desempeñado a finales de la Colonia los cargos de regidor y de alcalde provincial. De manera que era un hombre con mucha influencia en la capital departamental por motivos de su fortuna56. Otro de los elegidos con siete votos fue Ignacio Mejía Vallejo. Él era hijo de José Ignacio Mejía Gutiérrez, y su elección confirmó la influencia de la red de poder que manejaba su padre. Para su elección fue definitiva la prestancia de su padre, pero, igualmente, la riqueza acumulada por la vía familiar, ya que fue considerado uno de los ricos de Rionegro al contar Ibíd. Familias de Marco Antonio Gallo Medina y Tomás Baena. AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 828, documento 13082, “Expediente sobre votaciones para apoderado en la ciudad de Rionegro”, 1813, folios 95v-98r. 56 Álvarez, Family Group Record. Familia José Ignacio Mejía Gutiérrez. 54 55

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con un caudal de 6.066 pesos. Además, ya contaba con una experiencia en cargos representativos importantes, debido a su participación como constituyente en 181257. Por su parte, Clemente Antonio Botero Echeverri era uno de los hijos de Juan José Ignacio Botero Mejía, un rico minero con propiedades en Guarzo y dueño de 8 esclavos. Vecino de La Ceja, lugar en el que extendió su dominio aprovechando el camino que su padre ya le había dejado preparado58. Tabla 11. Electores elegidos en Rionegro 1813 Lugar

Electores

Ciudad de Rionegro Ignacio Mejía Vallejo

Nº Votos

Cargo

Posición

7

Elector

Primero

17

Elector

Segundo

Ciudad de Rionegro José Ignacio Mejía Gutiérrez 24

Elector

Tercero

Ciudad de Rionegro Ignacio Molina

Procurador General

Ciudad de Rionegro

Clemente Antonio Botero Echeverri

16

Fuente: AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 828.

Los comicios electorales para 1814 incorporan un elemento adicional que les impuso a esas elecciones un tinte especial, ya que los apoderados nombrados participarían en la elección de los representantes que de cada uno de los departamentos capitulares se trasladarían hasta la Ciudad de Antioquia para participar de los debates y reformas que terminarían por confeccionar una nueva constitución en 1815.

Ibíd. Álvarez, Family Group Record. Familia José Ignacio Botero Mejía.

57 58

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

139


Tabla 12. Apoderados elegidos en Rionegro 1814 (PARA REFORMA DE LA CONSTITUCIÓN) (Cabecera de Rionegro, Parroquia de Sonsón y Sitio de Santa Bárbara) Lugar Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro

144

Elegido en 1812

Parroquia de Sonsón Parroquia de Sonsón Parroquia de Sonsón Partido de Caunzal Partido de Caunzal Partido de Caunzal

Apoderado Diego Salazar José Félix Mejía Vallejo Cura Francisco Isaza Palacio José Rendón Manuel José Ignacio Villegas Londoño José María Bernal Robledo Antonio Londoño Puerta Pedro Martínez Cataño José Félix Mejía Vallejo José Nicolás Vallejo Vargas Juan Francisco Echeverri

127 113 84 61 9 5

Elegido en 1812 Elegido en 1812 Elegido en 1812

Partido de Caunzal

Matías Vallejo Botero

4

Partido de Caunzal

Jerónimo Palacio

4

Sitio de Santa Bárbara

Matías Vallejo Botero

18

Parroquia de Sonsón

Nº Votos Observaciones 229 204 138 115 Elegido en 1813 85

Elegido también en Santa Bárbara Elegido en 1812 en El Retiro

Fuente: AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 831.

En el caso de esta elección de los apoderados, se percibe una prolongación en los cargos de los representantes nombrados en 1812. Para 1814 se hizo evidente la fuerza de una red de poder que terminó por legitimar a una serie de hombres de la élite sonsoneña en las instancias de representación. De los hombres provenientes de la capital del Departamento de Rionegro se puede destacar el de José Félix Mejía Vallejo, hijo del ya mencionado José Ignacio Mejía Gutiérrez, quien se educó en el Colegio de San Bartolomé en la ciudad de Santa Fe y se venía desempeñando como cura en la ciudad de Antioquia59. Para esa ocasión salió elegido tanto en Rionegro como en el Partido de Caunzal con la segunda mejor votación lograda en la capital, superado sólo por Diego Salazar, de quien no se tiene información. Ibid. Familia José Ignacio Mejía Gutiérrez.

59

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I. Desde la historia política


De otro lado, Francisco Isaza Palacio perteneció a la red familiar de José Domingo Isaza Echeverri, su padre, quien tuvo cargos como el de alcalde ordinario de Rionegro y, además, fue dueño de una mina en un lugar llamado Hojas Anchas en la misma jurisdicción, la cual laboró con cerca de 16 esclavos60. Su hijo entonces aprovechó la posición económica y política de su familia para movilizar la red de poder que lo llevara a ser elegido para 1814. Matías Vallejo Botero fue uno de esos apoderados que resultó electo tanto en el Partido de Caunzal como en el Sitio de Santa Bárbara en 1814; sin embargo, su recorrido había iniciado dos años antes cuando fue elegido por El Retiro. Un personaje honorable con capacidad rentística y con una cuadrilla de esclavos pequeña para el servicio doméstico61. En Sonsón figuraron individuos como Antonio Londoño Puerta que fue vecino de Rionegro, Sonsón y Abejorral, el cual movilizó una red comercial muy importante que conectaba a esos lugares62. Igualmente, José María Bernal, un importante comerciante y posterior socio fundador del Cementerio San Pedro de Medellín en 184263. Así mismo, Manuel José Ignacio Villegas Londoño, un vecino de Rionegro que poseía 33 esclavos en 1787 y heredero de la mina de La Miel que antes perteneció a su tío Sancho Londoño64. Y, por último, Pedro Martínez Cataño, un hombre que se desempeñaba como maestro en la parroquia de Sonsón y que fue el padre de la heroína de la Guerra de los Supremos, María Martínez de Nisser65. 3.1. Dinámica electoral de 1815 La Constitución de 1815, si bien conservó algunos elementos de la reglamentación electoral del texto de 1812, también incorporó otra serie de preceptos que resulta de interés analizar con el fin de hacer claridad sobre las dinámicas y procedimientos del sufragio que suscitó en esas últimas elecciones de las que me ocupo. En ese sentido, lo que, a grandes rasgos, 62 63 64 65 60 61

Ibid. Familia José Domingo Isaza Echeverri. Ibíd. Familia Matías Vallejo Botero. Ibíd. Familia Antonio Londoño Puerta. Ibíd. Familia Manuel José Bernal Londoño. Ibíd. Familia Felipe Villegas Córdoba. Ibíd. Familia Pedro Martínez Cataño.

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

141


se determinó en la Constitución Provisional de la Provincia de Antioquia de 1815 en materia de los comicios, estuvo dirigido, igual que en 1812, a unas elecciones en tres niveles. Un cambio notable en esta Constitución es el que se presentó en lo concerniente a la elección de los apoderados, ya que en la sección primera, más exactamente en el artículo 3º, se definió que se nombraría un apoderado para representar dos mil personas y, en caso de existir un excedente que llegue a mil, se podría elegir otro apoderado. En los casos en los que una parroquia fuera muy pequeña y no alcanzara la base demográfica señalada, se haría caso omiso de la norma y se votaría un apoderado66. Los hombres que podían elegir y ser elegidos debían ser varones libres mayores de 21 años y que vivieran de sus propias rentas o de su ocupación, exentos de cualquier indicio criminal, habitantes con casa poblada con al menos un año de permanencia en la parroquia en la que ejercerían el voto, y dos años de permanencia en la Provincia de Antioquia67. Otro aspecto que cabe resaltarse guarda relación con el requisito de la renta para ser elegido. En la Constitución de 1812 se establecieron, para los apoderados, electores y senadores, unas rentas anuales de $200, $400 y $1.000 respectivamente. Por su parte, en la Constitución Provisional del Estado de Antioquia de 1815 esas condiciones desaparecieron, y se abrió paso quizá a una nómina de elegibles mucho mayor en la Provincia, al no existir el condicionante de rentas tan altas como las que ya se indicaron. La elección de los apoderados que estarían en representación de la cabecera de Rionegro en la elección de los regidores o electores que tendría lugar ahí mismo presentó un abanico considerable de individuos, como se constata en el cuadro que va a continuación:

Constitución Provisional de la Provincia de Antioquia (revisada en Convención de 1815). Medellín: Imprenta del Gobierno, 1815, p. 8. (Documento en PDF) 67 Ibíd., p. 9. 66

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I. Desde la historia política


Tabla 13. Apoderados votados y elegidos en Rionegro 1815 Lugar Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro Cabecera de Rionegro

Apoderados José María Montoya Manuel Bernal Salvador Isaza Jacinto Álvarez Nicolás Botero Francisco Palacio Manuel María Isaza Francisco Isaza Isidoro Villegas José María Villegas Antonio Villegas Jerónimo Palacio Nicolás Botero Molina Alejandro Palacio Nepomuceno Villegas Manuel Hurtado Clemente Botero Juan Francisco Botero Juan Francisco Echeverri José Antonio Villegas Nicomedes Botero José Botero Palacio Juan de Dios Vallejo Rafael del Llano José Campuzano

Nº Votos Observaciones 35 Elegido 29 Elegido 15 14 14 13 12 10 9 9 9 5 5 3 2 2 2 2 2 2 1 1 1 1 1

Fuente: AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 831. Cita completa.

Esos apoderados, en asocio con aquellos que debieron llegar de los demás lugares, eligieron, a su vez, como electores del Departamento Capitular de Rionegro, a Ventura González, Ignacio González Arango, Gutiérrez, Botero, Isaza y Córdoba. Igualmente, eligieron el Procurador General68 del AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 831, documento 13129, “Expediente de las elecciones hechas en el Estado Libre e Independiente de Antioquia”, 1815, folios 29r-29v. 68

La independencia de Antioquia y sus jurisdicciones electorales

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cual no se especificó su nombre69. Estos electores eligieron como senador del Departamento a Nicolás Botero Molina, que compitió en los comicios con Pedro Carvajal y Francisco Ignacio Mejía70.

De los ciudadanos Gutiérrez, Botero, Isaza y Córdoba no aparecieron los nombres en la fuente, como tampoco se mencionó dato alguno del Procurador General. Asociar algún apellido con un nombre resulta difícil, pues si el lector observa el cuadro inmediatamente anterior puede notar que hay al menos dos personas con apellido Isaza y Botero; respecto a Córdoba, quizá se refiera a Crisanto de Córdoba quien ya había sido nombrado en varias ocasiones en el Departamento. 70 AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 831, documento 13129, op. cit. 69

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I. Desde la historia política


Fuentes y bibliografía Fuentes primarias: Archivo Histórico de Antioquia, Sección Colonia-Independencia, tomos 650, 821, 824 y 831. Archivo Histórico de Medellín, Fondo Concejo-Siglo XIX, tomo 80, “Constitución de la República (Antioquia) 1812”, folios 185r-188v. Fuentes secundarias: Álvarez, Víctor. Movimientos demográficos y fuerza de trabajo en Antioquia, 1750-1850. Medellín: Universidad de Antioquia, 1981. Annino, Antonio. Historia de las elecciones en Iberoamérica siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1995. Annino, Antonio y Guerra, Francois-Xavier (coordinadores). Inventando la nación. México: Fondo de Cultura Económica, 2003. Arias de Greiff, Jorge. “Las Cortes de Cádiz y la emancipación”. En: Boletín de Historia y antigüedades, No. 823. Bogotá, octubre-diciembre de 2003, pp. 669-688. Gutiérrez, Daniel. Las asambleas constituyentes de la independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010. Lynch, John. América Latina, entre colonia y nación. Barcelona: Crítica, 2001. Mcfarlane, Anthony. “La construcción del orden político: la ‘Primera República’ en la Nueva Granada”. En: Historia y Sociedad, No. 8. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, marzo de 2002. Ospina Echeverri, Marta Ospina. “Cabildo, representación y ciudadanía en Medellín en el periodo de la Independencia”. En: Entre el antiguo y el nuevo régimen: la provincia de Antioquia, siglos XVII y XIX. Medellín: Universidad Nacional sede Medellín, 2010. Patiño Millán, Beatriz. Riqueza, pobreza y diferenciación social en la provincia de Antioquia durante el siglo XVIII. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2011. Reyes, Ana Catalina. “El derrumbe de la primera república en la Nueva Granada entre 1810-1816”. En: Historia Crítica, No. 41. Bogotá: Universidad de los Andes, mayo-agosto 2010, p. 48.

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Reyes, Ana Catalina. Poblamiento y movilidad social en la historia de Colombia, siglos XVI-XX. Medellín: Todográficas Ltda., 1998. Sabato, Hilda (coordinadora). Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina. México: Fondo de Cultura Económica, 1999. Thibaud, Clement. Repúblicas en armas: los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y Venezuela. Bogotá: Planeta Colombiana S. A., 2003.

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I. Desde la historia política


La ciudadanía en Antioquia durante el primer decenio republicano Marta Cecilia Ospina Echeverri

Ciudadanía En cuanto a lo que al bien público toca, pienso que es mucho mejor para los ciudadanos que toda la república esté en buen estado, que no que a cada cual en particular le vaya bien y que toda la ciudad se pierda. Porque si la patria es destruida, el que tiene bienes en particular también queda destruido con ella como los otros. Por el contrario, si a alguno le va mal privadamente, se salva cuando la patria en común está prospera y bien afortunada… (Tucídides “Discurso de Pericles al pueblo de Atenas para aquietarlo y exhortarle a continuar la guerra y a sufrir con resignación los males presentes” En: La Guerra del Peloponeso IX 122

P

redecir el descalabro que para los atenienses traería la guerra del Peloponeso era casi imposible. Los ciudadanos de Atenas, convencidos de la superioridad de su Areté, siguieron a su estratego Pericles en su arriesgada empresa contra los lacedemonios, y la perdieron. No obstante, sus convicciones frente a la superioridad de su sistema de gobierno se mantuvieron, al menos entre sus más fervientes defensores. Pero la defensa de dicho sistema no se basó solamente en el disfrute de los derechos de los particulares, sino en sus valores que los llevaba a privilegiar el bien común. Fue éste el que inspiró la democracia ateniense y la consonancia entre las aspiraciones de la aristocracia y las de la demos. El equilibrio alcanzado fue lo que garantizó el ejercicio democrático del siglo V aC en Atenas. Ahora bien, en nuestro contexto de comienzos del siglo XIX, ¿cuál fue el tipo de ciudadanía que abrió camino a la noción de bien común y cuáles fueron las características que se le asociaron? La ciudadanía, con sus obligaciones y derechos, estipula la interacción en el cuerpo político de un limitado número de actores depositarios de los mismos. Las obligaciones, mejor precisadas, se derivan de la búsqueda del interés común; los derechos, ligados también a la misma, se han caracterizado por lo inacabado de su definición. Unos y otros deben coincidir en 147


aras de lograr los anhelados equilibrio y gobernabilidad que precisa la república. En el contexto antioqueño de principios del siglo XIX, era tan básico este precepto de las obligaciones con el cuerpo político que la Constitución de Antioquia de 1812, desde su consideraciones preliminares, asoció su falta al origen del despotismo, la tiranía, la corrupción y el sufrimiento de los pueblos, producido a su vez por la esclavitud, las cadenas, los excesos cometidos y la falta de orden1. La búsqueda del bien común era, antes que cualquier otra cosa, una exigencia del colectivo, y aportar a la consecución de ese fin una de las obligaciones del ciudadano. La vertiente clásica definió como obligaciones del individuo la defensa, la sumisión a las leyes, y el acatamiento de la estructura jerárquica vigente. La vertiente moderna no las negó, pero las redefinió en función de las circunstancias históricas. Tal es el caso de la defensa, que en los primeros años de la independencia supuso una total entrega de los ciudadanos a la causa republicana. Así, un ciudadano se equiparaba a un soldado pero, con el transcurrir del tiempo, de manera similar a como lo dilucidó John Pocock en el Momento Maquiavélico2, la defensa se fue dejando a los especialistas, en tanto que el ciudadano común ejerció las funciones propias de su oficio. Los soldados, como especialistas, fueron una carga que sólo el Estado pudo mantener; de ahí que éste debiera utilizar sus propios mecanismos de coacción para que los individuos aportaran los recursos necesarios para sufragar los gastos de mantenimiento de las tropas3. De otro lado, la sumisión a las leyes concibió que éstas no fueron escritas de manera arbitraria, al amaño y querer del gobernante, sino fundadas en la razón, en las ineluctables necesidades del momento histórico. La Constitución del Estado de Antioquia, 1812, título I. Preliminares y bases de la Constitución, sección primera. Preliminares. 2 Pocock, John. El momento maquiavélico. Madrid: Tecnos, 2008, pp. 161 y ss. 3 La especialización, como principio organizacional del mundo moderno, se justificó en todos los ámbitos. Una de las más promocionadas especializaciones en la república era el principio de la representación política que, como lo afirmara Pierre Rosanvallon, funcionó como un mal menor, dadas las múltiples ocupaciones de los individuos en una sociedad; en este caso los representantes serían expertos dedicados a las funciones públicas. Rosanvallon, Pierre. La democracia inconclusa: Historia de la soberanía del pueblo en Francia. Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2000, p. 17. Ver también Sieyes, Emmanuel. ¿Qué es el tercer Estado? Madrid: Alianza, 1994, p. 152. 1

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I. Desde la historia política


Constitución de Antioquia de 1812, al relacionar los derechos: la libertad, la igualdad, la seguridad y la propiedad, los condicionó a la obligación de respetarlos como derechos de otros sujetos. Adicionalmente, su observancia no era lo único que importaba: se exhortó a los individuos a luchar por su preservación como un acto de patriotismo4. Sumado a lo anterior, dado que jurídicamente se aludía a una comunidad de iguales, las leyes eran una especie de nivelación social que garantizaba un trato igual para todos, pese a que se conservara la desigual estructura social. La vertiente moderna aportó otro elemento fundamental relacionado con la ciudadanía: el principio y a la vez proceso de su universalización, logro que sólo el tiempo pudo consolidar lentamente. Al analizar la ciudadanía en los países iberoamericanos, la obra de Francois-Xavier Guerra y las de autores más recientes resultan esclarecedoras. El primero sienta las bases para su estudio ubicando al individuo más allá de la concepción de habitante de la civitas, y lo relaciona con un colectivo, o mejor, como parte de una comunidad política donde la virtud cívica, la igualdad, la diferencia y el bien común se convierten en conceptos que entran en tensión para definir sus atributos5. Otro de los avances más significativos para pensar el tema de la ciudadanía fue el distanciamiento de la perspectiva de los modelos y de las desviaciones, en la que casi siempre América Latina salía mal librada, para concentrarse en la de su aplicación en los contextos específicos6. Ello no debe ser obstáculo para retomar sus Constitución del Estado de Antioquia, 1812, título I. Sección tercera, Deberes del Ciudadano, artículos 8, 9 y 10. 5 Guerra, Francois-Xavier. El soberano y su reino: reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina. En: Sabato, Hilda (coordinadora). Ciudadanía política y formación de las naciones. México: Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 41. Al respecto, el artículo de Diana Carolina Monroy-García y otros abre nuevos caminos para la reflexión sobre el tema partiendo de la propuesta de Francois-Xavier Guerra de retomar la idea de la amistad como núcleo a partir del cual se desarrollan redes sociales que le darán impulso a la ciudadanía. Ver: Monroy-García, Diana Carolina; Espinosa, Nubia Fernanda y Ramírez, Sandra Milena. “Promesas de la modernidad política en la Nueva Granada”. En: Chicangana-Bayona, Yobenj Aucardo y Ortega Martínez, Francisco Alberto (editores académicos). 200 años de independencias. Las culturas políticas y sus legados. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011, p. 161-185. 6 Para este tema es clave Annino, Antonio. Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1995. En esa misma publicación, 4

La ciudadanía en Antioquia durante el primer decenio republicano

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raíces conceptuales procedentes del pensamiento liberal. En el mismo orden de ideas, los estudios actuales sobre ciudadanía resaltan la necesidad de atender la polisemia del concepto, reconociendo sus contextos históricos de aplicación, y entender la forma como se percibió y se proyectó al ciudadano en sociedades que, si bien eran herederas del pensamiento hispano, también recibieron la influencia del ideario de la Revolución francesa, del pensamiento inglés y del norteamericano. Francois-Xavier Guerra retoma los principios que identifican al ciudadano de la antigüedad como miembro de una comunidad política, como un vecino. El carácter de vecindad está sustentado en la territorialidad (poseedora, a su vez, de privilegios, fueros o franquicias) y en los derechos colectivos (de la nación y de los pueblos), más que en los civiles7. Al gozar de un estatuto privilegiado, estableció una desigualdad en el seno de la comunidad, en relación con los que no eran ciudadanos. ¿Cómo equiparar, entonces, la aspiración a la igualdad, propia del ideario liberal, frente a la diferenciación de individuos como un factor de clasificación? Igualdad y diferencia participaron de un mismo ideario republicano que, sin optar por posturas radicales, buscó mecanismos de inclusión de las castas, ya fuera por la vía militar, como ocurrió en Cartagena8, o por la ampliación de la frontera y la fundación de nuevos pueblos, como lo fue el caso antioqueño. Incluir al individuo significaba incorporarlo en una comunidad política en la cual debía testimoniar su condición de vecindad. Todavía en 1817 el diccionario de la Real Academia Española de la lengua describió al

véase Chiaramonte, José Carlos. Vieja y nueva representación: Los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820, pp. 19-63. Hilda Sabato publicó otra valiosa compilación de artículos relacionados con el tema. Véase Sabato, Hilda (coordinadora). Ciudadanía política y formación de las naciones. México: Fondo de Cultura Económica, 1999. En ese mismo libro el artículo de Chiaramonte es bastante revelador de los nuevos enfoques para el estudio de la ciudadanía. Véase Chiaramonte, José Carlos. “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado argentino (c. 1810-1852)”. pp. 94-116. 7 Guerra, Francois-Xavier. “El soberano y su reino: reflexiones sobre la génesis del ciudadano en América Latina”. En: Sabato, op. cit., p. 41. 8 Como lo refiere Jorge Conde en su libro Buscando La Nación. Ciudadanía, clase y tensión social en el Caribe colombiano, 1821-1855. Medellín: La Carreta Editores, 2009, 370 p.

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ciudadano como vecino de alguna ciudad9. Los poblados, viejos y nuevos, fueron los más efectivos mecanismos de inclusión política en Antioquia a comienzos del siglo XIX. El ciudadano portador de derechos es de corte liberal10; la revolución francesa fue su más claro antecedente, pero la individualización de los derechos, la radicalización de sus ideales, la laicización y la universalización que aquella propuso, sólo parcialmente fueron aplicadas en nuestro continente, en tanto se mantuvieron antiguos privilegios preconizados como derechos. ¿Cuál de éstas dos vertientes primó en América después de la independencia? Mientras en Francia se dio una ruptura total con las visiones tradicionales del cuerpo político11, en América lo que se dio fue una mixtura de privilegios de la sociedad tradicional y de derechos contemplados en la ciudadanía moderna. Pese a que la organización social que primó fue propia del Antiguo Régimen, también se convalidó el pensamiento liberal y su énfasis en los derechos individuales contemplados en la norma constitucional, los mismos que suscitaron serios debates sobre la libertad o la esclavitud, pero la ciudadanía nunca fue universal. Las condiciones de vecinazgo y autonomía económica sirvieron de filtro, lo que impidió que un considerable número de habitantes tuviera acceso a los mecanismos de elección. Ahora bien, ¿qué tan significativo fue el número de excluidos? Francois-Xavier Guerra y Antonio Annino12 invitan a no lanzar conclusiones precipitadas sobre la magnitud de dicha exclusión, y proponen hacer estudios de caso sobre las condiciones, para establecer dichas restricciones. Un primer elemento para considerar en Antioquia, que abre las compuertas de los mecanismos de decisión política y, por ende, de la ciudadanía, es la conformación de nuevos pueblos. Los primeros fueron fundados en el período borbónico, los últimos obedecieron a un plan de fundaciones de nuevos sitios y parroquias en el período republicano; adicionalmente, algunas viejas parroquias consolidaron su existencia política propia. Val Diccionario de la Lengua Castellana por la Real Academia Española. Quinta edición. Madrid: Imprenta Real, 1817. 10 Sabato, op. cit., p. 12 11 Rosanvallon, Pierre. La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia. México: Instituto Mora, 1999, 449 p. 12 Annino, op. cit. 9

La ciudadanía en Antioquia durante el primer decenio republicano

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ga considerar que las fundaciones de nuevos lugares no hicieron parte de una política estrictamente estatal, dado que coincidieron intereses gubernamentales y privados para llevarlas a cabo, de tal manera que entraron en acción las intenciones del Estado de penetrar y de organizar la sociedad, al tiempo que se favorecieron las aspiraciones de quienes se involucraron en dichas empresas y faenas. Los mecanismos utilizados para legitimar las acciones del nuevo gobierno implicaron la ampliación de los escenarios de decisión hacia las nuevas poblaciones13. A todas ellas se les convocó para que los parroquianos eligieran apoderados, y éstos, luego en los cabildos, designarían a los electores; de éstos últimos dependería la elección de los representantes. Varios asuntos deben ser destacados: el primero es sobre el poder de decisión de los cabildos, que era indiscutible hasta que se produjo la independencia; además, sólo eran cuatro en la provincia de Antioquia, lo que les permitía un amplio margen de maniobrabilidad. Podría argumentarse que finalmente se imponía el poder de una minoría relacionada estrechamente con los cabildos, y es cierto. Pero la inclusión de los apoderados de los sitios obligó a tener en cuenta a los pueblos y a las parroquias. Los acuerdos llegaban finalmente, pese a las discrepancias entre unos y otros. Un segundo asunto está relacionado con la naturaleza indirecta de las elecciones, lo que pone en entredicho el poder de decisión de los apoderados. No obstante, algo cambió en favor del nuevo proyecto republicano: las elecciones debieron convocar a individuos que estaban al margen de los grupos corporativos y de los cabildos, hasta ese momento los más firmes ostentadores de los privilegios locales. La ruralización de la que habló Antonio Annino en el XVI Congreso colombiano de historia, celebrado en Neiva en el año 201214, se Los sitios y las parroquias nuevas y los recién dinamizados gracias a los proyectos de colonización eran más: por los lados de Antioquia se encontraban: Anzá, Sopetrán, San Jerónimo, Sacaojal, San Andrés, San Pedro, Santa Rosa de Osos y Guaca, por los de Medellín estaban Envigado, Amagá, Itagüí, San Cristóbal, Hato Viejo y Copacabana, por los de Rionegro se inscribían Santa Bárbara, San José de Arma, Concepción y San Vicente. Además, la próspera Yolombó en jurisdicción de Remedios fue otro polo importante de poblamiento a comienzos del siglo XIX. 14 La idea de la ciudadanía ruralizada de Antonio Annino aparece citada en un artículo publicado en el año 2006 y que hace parte de las Jornadas Internacionales: Los historiadores frente al bicentenario, Rosario, octubre de 2006. Ver: http://nuevomundo.revues. 13

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refiere básicamente al descentramiento del voto de los tradicionales centros de poder. Ya fueran pueblos de mineros o de campesinos, el número empezó a tener relevancia. En el caso de Antioquia a comienzos del siglo XIX, el ímpetu colonizador obedeció a diversas circunstancias, entre ellas vale destacar: las de carácter económico (mejorar y ampliar la producción agraria y minera, y ampliar los mercados), social (ubicar mano de obra cesante y tomar medidas para el control de vagos y de ociosos), y político (de control de los territorios de frontera). Aun los mismos cabildos, en sus espacios de frontera, estaban interesados en fomentar los nuevos asentamientos que quedarían sujetos a su jurisdicción. En los nuevos poblados y localidades se afianzaron nuevas y viejas élites provenientes de otros lugares, y se pusieron en marcha los mecanismos de inclusión política pensados en la república para los nuevos propietarios y para quienes pudieran demostrar autonomía económica, sin que ello implicara una alteración de la estructura jerárquica vigente. De lo anterior se deriva un segundo elemento que es sustancial: la estructura jerarquizada de la sociedad mantuvo las restricciones para el acceso a los derechos políticos y, si bien hubo un momento de apertura en el primer cuatrienio republicano, ésta se limitó aún más a partir de la Constitución de la república de Colombia en 1821. La Constitución de Antioquia de 1812, así como las que se escribieron en ese período en el Nuevo Reino de Granada y como la de Cádiz de 1812, se sustentaron en la soberanía popular, pero esta situación no derivó en el desarrollo homogéneo de la ciudadanía política15. Aun en la república, la titularidad de derechos civiles no contemplaba el derecho al voto, sólo el poder comprar y vender org/59353#ftn17. Un texto de Antonio Annino sobre la “ruralización de la ciudadanía” fue publicado en línea por la Universidad de Florencia – CIDE México, bajo el título “la ciudadanía ruralizada: una herencia de la crisis imperial”. Ver: http://es.scribd.com/ doc/128378563/Antonio-Annino-ciudadania-Ruralizada. En este texto el autor propone una nueva lectura sobre la ciudadanía republicana, que les dio entrada a los pueblos y que, a su vez, más allá del dato numérico, entabla un diálogo revelador sobre las relaciones entre la continuidad de la justicia española, las costumbres comunitarias de los pueblos y sus implicaciones sobre la ciudadanía. 15 Al respecto, es fundamental acercarse a los aportes de Marta Irurozqui. Ver Irurozqui, Marta (Editora). La mirada esquiva. Reflexiones históricas sobre la interacción del Estado La ciudadanía en Antioquia durante el primer decenio republicano

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bienes inmuebles o trasladarse de un lugar a otro con plena libertad. Según las cuentas de Francois-Xavier Guerra en los estudios ya citados sobre los libres y sus parentelas, le permitió concluir que más del 80 por ciento de la población latinoamericana en los primeros años de la independencia tenía derechos civiles. De ese grupo sólo una parte eran los ciudadanos en pleno ejercicio, titulares de derechos políticos, es decir, con capacidad para elegir y ser elegidos16; además, tenían libre acceso a la propiedad y la garantía de su libertad y seguridad. Debe aclararse que lo étnico incidió notoriamente en estos resultados; por ejemplo, los indios eran la población mayoritaria en México (lo mismo en Perú), participaban de los mecanismos de elección y podían elegir sus propios cabildos, de ahí que fuera significativo el número de votantes. La ciudadanía que se concretó obedeció a un buen número de circunstancias históricas, reglas de juego y posturas arraigadas en la tradición que, de manera sincronizada o no, pero al fin contemporáneas al período que nos ocupa, influyeron para que se diera el prototipo que dominó durante buena parte del siglo XIX. Nada más lejos de la posibilidad de esclarecer lo que efectivamente sucedió, si nos quedamos evaluando hasta dónde la ciudadanía implantada se acerca al modelo, sin medir la magnitud de lo logrado. Por ello la reflexión que sigue recoge algunas conclusiones del análisis planteado en mi tesis doctoral, basado en la sistematización de algunos censos y padrones del período que pude acopiar17, de los textos constitucionales, y de las actas levantadas por los funcionarios referidas al comportamiento de los ciudadanos en el momento de ejercer su derecho al voto. En esta polifonía, la prensa fue fundamental, como depositaria del pensamiento de la época, la misma que, de manera consensuada a veces y atravesada por los conflictos otras tantas, reflejó los sabores y sinsabores del ejercicio republicano. Sirvió de vocera para que nuevos vientos airearan el clima político, para informar a los novatos electores y para legitimar el réy la ciudadanía en los Andes (Bolivia, Ecuador y Perú), siglo XIX. México: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2005. 16 Guerra, op. cit. En: Sabato, op. cit., p. 44. 17 Agradezco al historiador Oscar Moreno Montoya por cederme algunos listados de electores, acopiados del Archivo Histórico de Antioquia y sistematizados en la base de datos que organizó para su tesis de Maestría en Ciencia Política.

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gimen liberal republicano. En los primeros años de la república, Antioquia no produjo publicaciones seriadas que plasmaran el pensamiento patriota, pero los periódicos de otros lugares, como Santafé o Cartagena, se difundieron en las distintas ciudades y villas de la provincia. No obstante, las reservas, o mejor las objeciones al posible exceso de liberalidad, se mantuvieron siempre. El temor a las facciones, al desorden y al voto no ilustrado, mostró que una élite acostumbrada a tomar ella sola las decisiones políticas también debía aprender sobre los alcances del libre juego de la democracia. Baste el siguiente ejemplo para dar cuenta de dichos temores. En 1824 aparece en la columna de Observaciones al proyecto de ley sobre el gobierno político de los departamentos, en El Correo de Bogotá, un artículo que controvierte algunas normas, entre ellas la de convocar al pueblo a elecciones. Después de buscar claridad sobre el funcionamiento de municipalidades en ciudades, villas o cantones, cita el artículo 79 para denostar de la convocatoria a elecciones. Dice el texto: No puedo conformarme con que el pueblo se reúna frecuentemente para hacer elecciones. Estas reuniones son peligrosas al cabo del tiempo y la constitución prohíbe en el artículo 10 que el pueblo ejerza por si mismo otras atribuciones de la soberanía que las de las elecciones primarias, las cuales se deben verificar cada cuatro años en que elijen asambleas electorales.18

El proceso de centralización iniciado en 1821 ya estaba en marcha; el pueblo aparecía como un convidado que no podía faltar, pero que era incómodo. El hecho de consultársele sólo en asambleas primarias, el equivalente a la elección de apoderados en las elecciones del primer decenio republicano, se creía que ayudaría a mantener el orden. No pasó lo mismo con el ciudadano, reconocido en la norma, visible en las actas electorales, motivo de acaloradas discusiones e inspirador de buena parte de los contenidos constitucionales. Sin embargo, a medida que se afinaban los procedimientos democráticos, el pueblo pasó a ocupar un lugar menos circunstancial, pero para ello habría que esperar varias décadas.

Correo de Bogotá, viernes 18 de junio de 1824-14, p. 105.

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Pero más allá de lo que circuló en la prensa, interesa en este artículo hacer una lectura de los avatares que rodearon la aplicación del modelo de ciudadanía moderna. Para comenzar, es preciso reconocer que el pueblo mencionado en los textos constitucionales estaba muy lejos de representar a la totalidad de los habitantes, que los ciudadanos no eran todos, y que los votantes (los que ejercieron el voto de forma voluntaria) eran una minoría. La condición étnica no era la que limitaba el derecho al voto. La brecha que lo hacía posible para las llamadas “castas” era la situación económica. Cualquier oficio, si le permitía a un sujeto mantenerse y mantener a su familia, lo facultaría para votar. La “independencia económica” era la que, en últimas, calificaba a un individuo para el ejercicio de la ciudadanía política. La unanimidad frente a la necesidad del sufragio nunca fue posible. Juan Del Corral fue un detractor de las lides eleccionarias, al punto de cuestionar la razón del número como base para reglamentar la igualdad de los pueblos, y considerar que debía ser la base del territorio la que lo regulara, a falta de fondos, de sabios y de práctica en el arte de gobernar. A su juicio, un gran número de electores no hacía más que multiplicar los inconvenientes y, de paso, abrir el camino para que entraran a los organismos legislativos y de gobierno personas desafectas a la causa patriota19. Dichos cuestionamientos subrayaban la inconsistencia entre la representación por jurisdicción territorial y la que se basaba en el número de habitantes. Preguntaba el dictador por qué el reino pedía un representante por jurisdicción, en tanto en el nivel local y provincial exigía su elección por número de votos. Esto que Del Corral veía como una inconsistencia, sucedió permanentemente, por lo menos hasta la reconquista. A veces los cabildos tomaban decisiones soberanas o nombraban a sus representantes sin consultar a los ciudadanos, ciñéndose a la noción de representación territorial, y otras citaban a elecciones libres, sin que ello indique que su proceder fuera arbitrario. Valga recordar que la elección de alcaldes y de regidores siguió haciéndose a la manera del Antiguo Régimen, entre los mismos regidores y alcaldes salientes, mientras que para la redacción de las

Archivo José Manuel Restrepo, Universidad Nacional, sede Medellín, AJMR, Rollo 4, volumen 7, fol. 98r.

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dos constituciones provinciales (1812 y 1815) y para la elección de representantes anuales se consultó el voto ciudadano. No fue fácil convencer a los vecinos de la importancia del voto. En la mayoría de las elecciones, el número de sufragantes fue mínimo, las cifras computadas en nada se acercan a las de los padrones de la época y mucho menos a la norma constitucional. Las autoridades encargadas de hacer los escrutinios emitieron mil excusas para explicar la poca participación electoral. No faltó quien alegara que su presencia era la que motivaba el desgano entre los sufragantes. Se interpretó la ausencia de parroquianos por varias razones: la desinformación sobre los trámites por seguir para las elecciones, el apresuramiento de las convocatorias, el alejamiento de ciertos lugares y la dispersión de la población. Todas y cada una de estas circunstancias hacían inoperantes las citaciones, aunque subsistiera la amenaza de castigar con la pérdida de derechos electorales a quienes no acudieran a votar. Lo más claro es que, pese a la amplitud de la norma, no todos los avalados por ella hicieron presencia. Los votantes no eran individuos aislados, se movilizaron colectivamente, llegaron a los puestos electorales casi siempre acompañados de alguien de su parentela o de su círculo social. Los clanes familiares, visibles en las actas electorales, confirman que los miembros de las parentelas se turnaron para ir a votar. Bien afincada la noción corporativa de la sociedad, era más que tranquilizador, hasta para las autoridades, que los individuos votaran acompañados por su colectivo inmediato. Por ejemplo, los ciudadanos de Zaragoza votaron juntos el último día de las elecciones de 1811. Claro que se debe admitir que apenas se presentaron 23 de los que cumplían el requisito para sufragar, y que, de ellos, ocho eran militares20. La cautela mostrada por los habilitados para votar prueba la incertidumbre que reinaba en la época. Durante la reconquista, este proceder sirvió como argumento a los petentes que, en su afán de justificar su solicitud de indulto, trataron de probar su escaso compromiso con el sistema republicano. Cada sitio entendió como pudo las convocatorias a elecciones. En 1812 no parecía claro que todos interpretaran de igual manera las directrices dadas. Ni siquiera en las actas o en las convocatorias al pueblo coincidían Archivo Histórico de Antioquia, AHA, Tomo 820, Documento 12936, fol. 195-205.

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en citar el articulado correspondiente de la Constitución. Valgan los siguientes ejemplos: en Santa Bárbara las autoridades electorales citaron el primer artículo del senado, en Caunzal y en Sabaletas la sección segunda del senado, en San Vicente y en San Antonio de Pereira el artículo primero de la sección del senado, en Sonsón el artículo 4º de la sección segunda del senado, en Abejorral citaron el artículo 5 de la Constitución. Los más avisados dieron los resultados con el número de sufragios obtenidos, lo que daba un indicio de transparencia electoral cuando los lugares más alejados apenas se estrenaban en estas lides. Otros se limitaron a anotar el nombre del elegido, con cláusulas como: obtuvo seis votos más que los otros (este fue el caso de San José de Arma)21 o más abundante que los demás en votos y de mejor disposición para sufragar tanto el costo, como de mejor talento para sufragar las funciones (esto lo dijeron en Sabaletas)22. La ciudadanía estratificada: entre apoderados y electores La norma establecía que para la elección de apoderados debían reunirse los últimos días (miércoles, jueves y viernes) de noviembre, en las parroquias y en los pueblos, todos los parroquianos para el nombramiento; el requisito para votar era ser varón libre, padre o cabeza de familia que viviera de sus rentas u ocupación, sin pedir limosna ni depender de otro. En estas condiciones cualquier trabajador que no fuera sirviente ni esclavo podía sufragar, pero sólo por apoderado. Los elegidos como apoderados debían tener una renta superior a 200 pesos. Su responsabilidad era elegir a los electores. Por fuera de la parroquia, en la sala capitular, los apoderados sufragaban por un número de electores equivalente a la mitad de los miembros del cabildo (regidores) y por el síndico procurador general. Las funciones de los apoderados no terminaban en la nominación de electores. Cualquier elección que se realizara en el período de un año requería su citación. Los apoderados eran ciudadanos que tenían incidencia en las decisiones políticas. No eran simples vecinos. La ciudadanía fue AHA. Sección Colonia-Independencia, tomo 823, documento 12997, “Expediente sobre las votaciones en Sonsón y otros pueblos para la elección de apoderados al Congreso”, 1812, folios 249r. 22 Ibíd., folios 251v-252r. 21

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estratificada, tal vez porque el modelo utilizado así lo obligaba, o porque convenientemente las élites locales siempre quedarían en los peldaños más altos. La prensa difundió la imagen de una ciudadanía igualitaria, generalizando para todos unos derechos que apenas cabían en la cabeza de los más ilustrados: “el ciudadano goza del derecho de elegir y ser elegido, de censurar las operaciones de sus agentes y de publicar por la imprenta sus pensamientos sin traspasar los límites que le impusiere la ley”, dice el Defensor de las libertades colombianas en 182723. Los registros electorales del período certifican la posición de liderazgo ostentada por los apoderados entre la comunidad. Año tras año, elección tras elección, con algunas variaciones en el número de sufragios, los personajes elegidos como apoderados y los que les seguían en la votación eran casi siempre los mismos. Al margen de las maniobras políticas en los cabildos o de la presión por sus cargos burocráticos, los pueblos tenían también sus propias dinámicas, conectadas directamente con el proyecto liberal-republicano24. La categoría del lugar y su número de habitantes eran los que decidían sobre el número de apoderados que se podían elegir. En distintos momentos del período se puede apreciar esta diferenciación. Por ejemplo, en San Pedro, jurisdicción de Antioquia, sus pobladores votaron por un apoderado en 1811; lo mismo pasó con los de Aguacatal (jurisdicción de Medellín) en 1812; los de San Antonio del Peñol votaron por dos apoderados en 1812, en 1813 y en 1815; los de Iguanacita y los de Envigado lo hicieron por tres en 1812; los de Sonsón votaron por cuatro apoderados en 1812. Como era de esperarse, los cabildos elegían más apoderados, lo que les daba una gran ventaja a la hora de reunir a todos los de su jurisdicción para incidir en la designación de electores: los vecinos de Rionegro eligieron en 1813 a 14, los de Medellín en 1815 eligieron a 10 para el Colegio Revisor. Pero la imprecisión no fue ajena a los vaivenes electorales. No siempre los sufragantes votaban por el número de apoderados autorizado, como ocurrió en Hato Viejo y en Guayabal en 1812. Además, la desinformación y

El defensor de las libertades colombianas, No. 1. Domingo 29 de julio de 1827, p. 1. La relación de Antioquia en 1808, pp. 91-93.

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la fuerte connotación de privilegio dada a las actividades políticas hicieron más difícil que todos acudieran a votar. No se trataba de un gran contingente electoral, pero, dada la dispersión de pueblos, podía resultar sano para el sistema que éstos se pronunciaran con sus votos. La Constitución de 1812 en su artículo 3 de la sección II del senado, que contiene los requisitos para la elección de apoderados en las parroquias, estableció que por cada mil personas libres se elegiría a un apoderado. El ejemplo claro es Aguacatal que contabilizó en el censo de 1811 a 916 habitantes y tuvo en las elecciones de 1812 a 42 votantes que elegirían a un apoderado. Más problemático era el resultado de Rionegro. La Relación de Antioquia de 1808 sumó 2402 habitantes y 578 esclavos. Lo anterior indica que, al elegir a 14 electores, el centro de Rionegro tenía 14000 habitantes, una cifra muy alejada de los 2402 de la Relación, y, además, sólo votaron 30 ciudadanos25. El número de pobladores no se acercaba, ni de fundas, a la cantidad presupuestada. Si bien en los primeros años de la independencia las elecciones de representantes privilegiaron a las viejas élites, conforme iban pasando las convocatorias a elecciones el número de sufragados, especialmente de apoderados y de electores, iba en aumento, así la elección definitiva recayera en personajes de renombre provincial. ¿Se cansaron los sufragantes? Es probable. También debemos tener en cuenta otras circunstancias; una de ellas es que la guerra era un fuerte motivo para que los militares se decidieran por ocupar estos cargos, así fuera sólo como apoderados, pues estaba en juego lo que se iba a reformar en el Colegio revisor de la Constitución. Otra era que a fines de 1814 y comienzos de 1815 el peligro de la reconquista era inminente, de ahí que se necesitara figuras de prestigio militar (así fuera sólo local) para brindar un tanto de tranquilidad a la población. Por último, la dictadura de Juan Del Corral había convencido a no pocos de lo innecesarios que podían ser algunos mecanismos de decisión política propios del sistema republicano, de ahí que la reforma le diera más prelación al ejecutivo. La vía pragmática en ese momento aconsejó tomar decisiones rápidas sin las dilaciones acostumbradas por la consulta de los cuerpos legislativos. Algo de esta lógica debió calar en las elecciones de 1814 y 1815 AHA, tomo 828, documento 13082, folios 89r-99v.

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Es significativo el peso del voto urbano, el de las cabeceras, sobre el voto de las zonas rurales. La lógica de los comicios, a mayor población, mayor representación, se aplicó plenamente. Lo que muestran las votaciones del período es que, si bien se aumentaron los sitios con derecho a nombrar representantes, éstos, dado el poco peso de su población, se veían restringidos en el número de apoderados. En jurisdicción de Rionegro, en 1812 sólo Sonsón que eligió a seis apoderados y Abejorral a cuatro (sumados los de las afueras, cercanas a los ríos Buey y Piedras) pudieron equipararse a medias con los votos de la cabecera de Rionegro que eligieron a 14, entre ellos sus alcaldes ordinarios, algunos regidores y toda la plana mayor de su élite26. La elección de electores, habida cuenta de su convocatoria en los cabildos y por las exigencias económicas que conllevaba, parecía más cercana a las estrategias políticas de las élites. El cabildo en pleno y los jueces partidarios se reunían con los apoderados para proceder a la votación final. En 1811 a Medellín le correspondía nominar a cinco electores; éstos luego elegirían al vocal representante cuyo destino sería la conformación de la Junta Gubernativa de la provincia. Los escrutinios de las parcialidades arrojaron los siguientes resultados: Partido Villa de Medellín Envigado Pueblo de la Estrella Hato Viejo Barbosa Total

Votos 226 135 101 22 31 515

Fuente: Archivo Histórico de Medellín, AHM, tomo 77, folios 72-74.

El cuadro anterior corrobora la idea de la fuerte incidencia de los sitios más poblados. Tan sólo la villa de Medellín tenía casi la mitad de los votos de toda su jurisdicción. Esta ventaja fue aprovechada.

AHA, tomo 823, documento 12998, folios 319v-320v.

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En 1811 (también en 1815) se elegían electores anuales; la Constitución de 1821 estableció que sólo se haría cada cuatro años27. El estimativo de los habitantes en 1811 para la elección de apoderados fue de 1 por cada 1000 habitantes, el de 1821 fue de 1 por cada 4000 habitantes por cantón28; esta variación, junto con las ya mencionadas, terminaba dándoles mayor peso político a las capitales provinciales, que a las parroquias. Sumado a lo anterior, debe considerarse que el cantón no era producto de la organización social tradicional; fue pensado como una figura con jurisdicción administrativa que terminaba agrupando varias parroquias. Mientras en 1811 y 1815 se aludía a los “ciudadanos padres de familia” para elegir apoderados, la Carta de 1821 se refería a sufragantes parroquiales, una denominación genérica más acorde con el espíritu moderno, pero que aún no renunciaba a la tradicional parroquia. Finalmente, la Constitución estableció que, por cada representante, la provincia podía nombrar a 10 electores; si tenía una población numerosa, podía nombrar a los electores promediando el número de cantones y el de pobladores. En otras palabras, a mayor población, mayor representación, lo que era más conveniente para las zonas urbanas. La Constitución de 1821 deshizo en buena medida lo avanzado en la ampliación de la ciudadanía. La connotación de privilegio del cargo de elector quedaba clara por la renta exigida. Era bien improbable que un humilde campesino pudiese llegar a tan elevado ministerio. Los sufragantes parroquiales debían tener una propiedad raíz cuyo valor no fuera menor a 100 pesos, o tener algún oficio conocido, una profesión o una actividad comercial o industrial. Los dueños de pequeños talleres podían seguir fungiendo como sufragantes parroquiales, pues tenían locales abiertos y podían demostrar fácilmente que no eran dependientes de otros29, pero sus subalternos no corrían con la misma suerte. La función del sufragante parroquial era elegir al elector o a los electores que correspondían al cantón. Después de esta elección, en la capital provincial se reunirían los electores nombrados por los cantones y podían sufragar por el presidente, por el vicepresidente, por los senadores del departamento, y por los representantes Constitución de Cúcuta, 1821, título III, sección segunda, artículo 33. Ibíd., sección primera, artículo 18. 29 Ibíd., artículo 15. 27 28

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o diputados de la provincia30. La renta de un elector debía ser de 300 pesos, o disponer de una propiedad cuyo valor no fuera inferior a 500 pesos, es decir, se restringió aún más el acceso a esta calidad de ciudadanía. El requisito de ilustración contemplada en la Constitución de 1821 parecía abrir las puertas a aquellos personajes de escasa fortuna que hubieran terminado estudios, pero debían, como mínimo, “profesar alguna ciencia o tener un grado científico”31. Las diferencias en lo establecido en materia electoral entre 1811 y 1821 eran trascendentales. Según el reglamento electoral, para la elección de diputados que participarían en el congreso de Villa del Rosario de Cúcuta en 1821, la provincia tenía derecho a elegir a cinco diputados, éstos serían nombrados por 15 electores, y éstos últimos saldrían de las asambleas de ciudadanos avecindados en las parroquias32. Las figuras no habían cambiado mucho. La nómina que a continuación se nombra, de los más votados en Medellín en 1821 para el Congreso de Cúcuta, es bien conocida, y prueba la permanencia de las viejas élites y de personajes que cobraron fuerza desde los primeros años de la república. Los más votados por Medellín en 1821 para participar en el Congreso de Cúcuta33: Dr Dr Dr

Dr

32 33 30 31

Nombre Félix de Restrepo Lucio Villa Vicente Borrero Juan José Uribe Juan Santamaría José Antonio Uribe Restrepo José María Uribe Restrepo José Ignacio Posada José Joaquín Gómez Manuel Tirado Manuel Santamaría

Votos 54 50 44 44 43 38 37 36 29 29 27

Ibíd., sección segunda, artículo 34. Ibíd., sección primera, artículo 21. Archivo Histórico de Medellín, AHM, tomo 92, fol. 539r. Recuérdese que, según la norma, sólo los cinco primeros serían los elegidos.

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Dr

Pbro

Pbro Dr Dr

Nombre Nicolás Benítez Manuel Puertas Alfonso Gutiérrez Francisco Benítez José Joaquín Tirado José Antonio Barrientos Juan Manuel Carrasquilla José Antonio Callejas José Antonio Montoya Nicolás de Hoyos Javier de Restrepo José Antonio Muñoz Carlos Álvarez

Votos 26 25 24 23 21 19 19 18 17 16 15 15 14

Fuente: AHM. Tomo 92, folio 542r-544v

Las comunidades indígenas y los afrodescendientes En Antioquia no sobrevivieron grandes pueblos de indios; en ellos, como ya se ha señalado en otras investigaciones, residían gran cantidad de libres, disputándoles a los nativos tanto los derechos de propiedad como su primacía política en el entorno inmediato34. Tal fue la asimilación, que los pueblos reconocidos años atrás como de indios fueron censados y participaron en las elecciones sin que se hiciera alguna claridad sobre su condición étnica. En cuanto a los negros, la bibliografía regional ha destacado la ausencia de grandes cuadrillas o de asentamientos negros de alguna consideración. Lo anterior explica, en parte, por qué lo étnico no fue un tema discutido en la independencia. Negros e indios en la región, irrelevantes para las cuentas republicanas, dispersos en las pequeñas unidades de producción, tuvieron acceso a la ciudadanía si sus condiciones económicas se lo permitían; de ahí que la inserción política fuera un problema individual y no un tema colectivo. Salgado Hernández, Elizabeth Karina. Comunidades indígenas de Antioquia en el proceso de independencia, 1810-1830. Resultados finales de la Beca-Pasantía No. 8719001-2012, Programa Jóvenes investigadores e innovadores “Virginia Gutiérrez de Pineda”, Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología “Francisco José de Caldas” - COLCIENCIAS, 2013.

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En medio del desesperanzador panorama para las comunidades indígenas que se impondría con el nuevo régimen, queda el interrogante sobre el disfrute de sus derechos políticos, es decir, de su participación en las lides eleccionarias del período. Si bien la república las declaró libres, no acometió un plan para incorporarlas políticamente; en cambio, se vetó cualquier posibilidad de organización o de autogobierno que pudieran emprender. De otro lado, su nivelación social sólo era posible gracias a la propiedad y a la autonomía económica, imposibles para la mayoría de los naturales. Unos pocos usufructuaron los beneficios de la república, pero eran tan escasos que bien podían pasar inadvertidos. No representan a la mayoría de sus pueblos. Finalmente, la interacción de libres e indios en los antiguos resguardos, además de asestar un duro golpe a sus pretensiones comunitarias, provocó su invisibilización en los registros electorales35. Los tradicionales pueblos de indios tuvieron una doble connotación: fueron pueblos de libres y mantuvieron una pequeña población indígena en su seno. Por ejemplo, Sopetrán, Sabanalarga, Buriticá, Cañas Gordas, La Estrella, San Antonio, El Peñol y Sabaletas, figuraron como pueblos de libres en 1812 y participaron en las elecciones, no en calidad de pueblos de indios, sino de libres; por eso los comicios de estos lugares no son representativos de la voluntad de los indígenas como etnia. Además, los elegidos fueron figuras de las élites de la época que no asumieron ningún tipo de vocería en su favor. Los padrones y las listas elaborados por las comisiones electoras no aclararon la condición étnica de los votantes36. Pese a este inconveniente, es válido considerar la proporción de su población, según los datos de la época disponibles. En 1808, entre los 1201 habitantes de Sabanalarga, 820 eran indios; en Cañas Gordas es probable que sus 158 indígenas contabilizados apenas representaran un poco menos de la mitad de la población. Pero el Esta invisibilización debe tomarse con cautela, pues los indios fueron asimilados por el proyecto liberal-republicano como libres y, por consiguiente, tuvieron acceso al voto. Lo que desaparece, o mejor lo que se torna invisible, es su reconocimiento como etnia. 36 El ejemplo del Peñol en 1812 es una muestra de la desinformación sobre los indígenas. Votaron por apoderados 125 parroquianos, sin que se sepa cuáles de ellos eran nativos. AHA, tomo 822, Documento 12986 fol. 202r-204v. La Relación de 1808 asegura que convivían en el lugar 822 habitantes, la mayoría de ellos indígenas. Véase La relación de Antioquia en 1808, p. 90. 35

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caso más diciente es el de Sopetrán con 510 indios, superados ampliamente por la sumatoria de las otras etnias: mulatos y negros (750), blancos (270) y mestizos (449). No contamos con datos que promedien el peso real de la población nativa en La Estrella, que tenía 620 indios según la Relación de 1808; tampoco de Sabaletas, donde sumaban 494; y de San Antonio del Peñol de quienes apenas dice la Relación que la mayoría de sus habitantes eran indios. Otro inconveniente que hace aún más relativas, y si se quiere inexactas estas cifras, es la inconsistencia de los padrones. Por ejemplo, el padrón de la villa de Medellín de 1811 apenas computa para el pueblo de la Estrella a 573 habitantes, lo que deja sin piso cualquier conclusión que pueda expresarse sobre el peso de la etnia indígena frente al resto de la población. Lo cierto es que estos pueblos participaron en los procesos electorales de la época. En el Peñol los sufragantes lo hicieron por dos apoderados en 1812, 1813 y 1814 y por uno en 1815; Los registros electorales de 1812, entre otros pueblos, contienen los de Sabaletas y del Peñol que eligieron a un apoderado por jurisdicción, y los de San Antonio de Pereira por otro ese mismo año. Los jueces de Sabanalarga contabilizaron en 1815, por la reforma a la Constitución, 103 votos en total37. Los votantes de Sabaletas en 1815 eran 125, aparte se suscribieron los resguardos o partidos –según reza el documento– de Miel y Honda. Allí hicieron presencia 87 sufragantes. El juez del lugar quiso ir más lejos e informó que sólo habían faltado por ejercer su derecho al voto en ambos resguardos 20 sujetos, ya fuera por estar ausentes o porque eran remisos o rebeldes38. Sin duda, el peso político de estos pueblos era mínimo. Los indígenas terminaron votando por las viejas élites, al igual que lo hicieron los blancos y los libres. Su equiparación en los derechos civiles a los blancos y libres de todos los colores no mejoró su situación económica. Además, su falta de formación académica les impidió enrolarse en los círculos de decisión política imperantes en la época. Declararlos ciudadanos era ya demasiado Un dato interesante es que la mayor parte de los sufragantes manifestaron no saber firmar; de los 103 votos contabilizados, 91 dijeron no saber firmar. AHA, tomo 829, documento 13104, folios 108r-114v. 38 AHA, tomo 829, documento 13104, folios 139r-142v. 37

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según la escasa valoración que de ellos se tenía. Nadie pensó que fuera posible su autogobierno. De la misma manera como no fue posible para las comunidades indígenas el estatus político ligado a consideraciones étnicas, los negros, mulatos y zambos sólo lo obtuvieron por su situación económica. Menos organizados, más dispersos y con estrategias de supervivencia sólo individuales, los afrodescendientes fueron asimilados por la república al margen de su condición de casta. Antes de que fuera posible la puesta en marcha de la libertad de vientres aprobada en 1821, las oportunidades de libertad de los negros esclavos por enrolarse en la filas patriotas o realistas, por la evasión o por la manumisión voluntaria, no alteraron significativamente las condiciones sociales de su existencia. Marginados quedaron los más pobres, aquellos que no podían demostrar autonomía económica para participar en calidad de ciudadanos en las decisiones políticas. Los más exitosos económicamente fueron aceptados en los círculos de poder imperantes y, a la vez, iniciaron un proceso de blanqueamiento que los llevaría a desentenderse de la suerte de sus congéneres. Ninguna reivindicación étnica fue expuesta como bandera de comunidades afrodescendientes39. La sociedad que se impuso, blanca, católica y monogámica, cuyo prototipo fue la unidad familiar del campesino de los valles de Aburrá y Rionegro, poco tuvo en cuenta las representaciones de las comunidades negras o indígenas para autodefinirse. Pero el modelo de ocupación de la tierra, el mismo que había puesto en marcha el proceso de inclusión política de los no blancos y de los no poseedores de patrimonio, algo incidió en la incorporación de negros libres, mulatos y zambos en el nuevo esquema de decisiones políticas. A las colonizaciones y a la fundación de nuevos pueblos llegaron todo tipo de gentes. Independientemente de su condición étnica, los nuevos propietarios accedieron a la ciudadanía política; ésta fue la puerta por la que lentamente la lógica del número empezó a hacer su propio camino en el régimen republicano.

El estudio de Aline Helg reitera esta idea para el Caribe colombiano en un período mucho más amplio, entre 1770 y 1835. Véase Helg, Aline. Libertad e igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835. Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit, 2011, 526 p. 39

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Fuentes y bibliografía Fuentes citadas Documentos de archivo: Archivo Histórico de Antioquia AHA, Tomo 820, Documento 12936 AHA, Tomo 828, documento 13082 AHA, Tomo 829, documento 13104 AHA. Tomo 823, documento 12997 AHA. Tomo 823, documento 12998 Archivo Histórico de Medellín, tomo 92 Archivo José Manuel Restrepo, Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín, Rollo 4, volumen 7, fol 98r Artículos y textos de la época Correo de Bogotá, viernes 18 de junio de 1824-14, p. 105 El defensor de las libertades colombianas No. 1. Domingo 29 de julio de 1827, p. 1 Constitución de Cúcuta, 1821 Constitución del Estado de Antioquia, 1812 Diccionario de la Lengua Castellana por la Real Academia Española. Quinta edición. Madrid: Imprenta Real, 1817 Bibliografía Annino, Antonio. Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1995. Chiaramonte, José Carlos. “Ciudadanía, soberanía y representación en la génesis del Estado argentino (c. 1810-1852)”. En: Sabato, Hilda (coordinadora). Ciudadanía política y formación de las naciones. México: Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 94-116. ______. Vieja y nueva representación: Los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820. En: Annino, Antonio. Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1995, pp. 19-63.

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La ciudadanía en Antioquia durante el primer decenio republicano

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Ejércitos y milicias en la provincia de Antioquia durante la independencia. 1808–18161 Juan Carlos Jurado Jurado

E

n la provincia de Antioquia, el periodo conocido como la Primera República tuvo lugar entre el 30 de agosto de 1810 cuando, a raíz de la usurpación del trono español por Napoleón Bonaparte, el gobernador don Francisco de Ayala (siguiendo el ejemplo de Cartagena y Santafé de Bogotá) asumió la presidencia de la Junta Superior, y abril de 1816, cuando se inició la reconquista liderada por el coronel español Francisco Warleta, quien después de una corta campaña en Mompox entró con tropas de infantería y caballería por Remedios, Cancán y Yolombó, para entrar triunfante a Medellín2. Para María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, esta etapa inicial fue “eminentemente política”, lo que significa que la lucha por el poder y por la representación se libró fundamentalmente desde los cabildos, controlados desde antiguo por los criollos, quienes pretendieron instaurar la institucionalidad jurídica y constitucional del nuevo orden, de manera que su enfrentamiento con las autoridades españolas y con las mismas élites le dio al conflicto la dimensión de una guerra civil que fracturó el territorio y dividió la sociedad3. Esta fase, a contrapelo del periodo de 1816 a 1821, Quiero expresar mis agradecimientos a los profesores Rodrigo Campuzano Cuartas, Rodrigo García Estrada y Alba Inés David Bravo por su estímulo y bondadosa ayuda en proporcionarme información bibliográfica y documental para este artículo. 2 Restrepo, José Manuel. Historia de la Revolución de la República de Colombia en América Meridional, 8 tomos. Bogotá: Imprenta Nacional, 1969, tomo II, pp. 104-106. 3 Uribe, María Teresa y Álvarez, Jesús María. Raíces del poder regional: el caso antioqueño. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 1998, pp. 349-350. Duque Betancur, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Medellín: Imprenta Departamental, 1

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se caracterizó por “la ausencia de formas militares orgánicas de lucha” y, en general para todo el periodo, por la destacada capacidad de la élite regional para enfrentar los conflictos más dramáticos y graves, y convirtió “al ejército –una forma primigenia de poder institucional– en algo irrelevante en la provincia”4. Ello no significa en lo absoluto la inexistencia de cuerpos armados de milicias, de veteranos y de tropas de línea, sino que el orden político no se fundó en tales instituciones armadas, y que a éstas se sobrepusieron las acciones políticas, los pactos y las negociaciones desde los cabildos. Ello parece explicar por qué el proceso de independencia en Antioquia se caracterizó por la “escasa actividad militar”, por la moderación política que no dio lugar a radicalismos, y, por lo tanto, la inexistencia 1963, pp. 413-579. Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia, 1579-1819. Dos tomos. Bogotá, Biblioteca de Historia Nacional, Banco de la República, 1944, tomo I, pp. 286-287. La guerra de Independencia hispanoamericana pudo haber sido en sus orígenes, como lo dijo el legendario político colombiano del siglo XIX, Miguel Antonio Caro, “una ´guerra civil´ encaminada a emancipar (...) de la dominación de un gobierno central, vastos y lejanos territorios”; sin embargo, se transformó en una guerra anticolonial de la que nacieron varios Estados nacionales independientes. Posada Carbó, Eduardo. Las guerras civiles del siglo XIX en la América Hispánica. Aguilera, Mario y Sánchez, Gonzalo (eds.). Memoria de un país en guerra: los Mil Días. 1899-1902. Bogotá: Planeta, IEPRI, UNIJUS, 2001, p. 62. Durante mucho tiempo los historiadores se resistieron a incluir las guerras de Independencia (o por lo menos su primera fase) dentro de las clásicas guerras civiles del siglo XIX; sin embargo, al calor de los debates y nuevos estudios, en alguna de sus dimensiones o etapas, han sido consideradas como guerras civiles. Lomné, Georges. “Una ‘palestra de gladiadores’. Colombia de 1810 a 1828: ¿Guerra de emancipación o guerra civil?”. Sánchez Gómez, Gonzalo y Wills Obregón, María Emma. Museo, memoria y nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro. Memoria del Simposio Internacional y IV Cátedra Anual de Historia “Ernesto Restrepo Tirado”, Museo Nacional de Colombia, 24 al 26 de septiembre de 1999. Bogotá: Ministerio de Cultura, PNUD, ICANH, IEPRI, 1999, pp. 287 y 307. Thibaud, Clément. “Los aspectos sociales de la guerra por la independencia en la Nueva Granada”. Jaramillo, Mario et al., 1810. Antecedentes, desarrollo y consecuencias. Bogotá: Taurus, 2010, pp. 183-184. Thibaud, Clément. Repúblicas en armas: Los ejércitos bolivarianos en la guerra de independencia en Colombia y Venezuela. Bogotá: Planeta, 2003. Sánchez, Gonzalo. Guerras, memoria e historia. Medellín: La Carreta Editores, Universidad Nacional de Colombia, 2006, pp. 46-47. Palacios, Marco. “Las independencias hispanoamericanas en trece ensayos”. Palacios, Marco (Coord.) Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después. Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2009, pp. 9-29. 4 Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 350, 358. Nota 23, p. 362.

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de los patíbulos, violencias y persecuciones que sí se presentaron en otras provincias5. En este sentido se justifica indagar por el papel histórico de la institución armada durante el proceso de independencia, debido a que se constituye en punto privilegiado para comprender la transformación revolucionaria que ella supuso, lo que significa desentrañar la composición social de las tropas, las formas de combate y las relaciones de la acción militar con la acción política. En síntesis, la guerra y el ejército se encontraban en el centro del complejo proceso de transición entre el Antiguo Régimen y la República6. Ejércitos de Antiguo Régimen, el precario legado colonial La preponderancia de lo político durante la Primera República lleva a reconocer la secular precariedad de las milicias y de los ejércitos en la provincia de Antioquia, factor que también explica las indicadas particularidades del moderado proceso político militar durante la Independencia. Durante la época colonial, los ejércitos del Rey de España se formaron con tropas de veteranos, una de las dos formas que constituyó la oficialidad hispanoamericana, vigente hasta 1810; se trataba de militares en sentido pleno, casi siempre españoles, pues contaban con una paga, tenían escalafón profesional, usualmente fueron los instructores (sargentos) de las unidades, y formaron las planas mayores de las milicias, el subinspector y sus ayudantes. Mientras que las milicias fueron integradas por civiles, sin sueldo, sin escalafón castrense y sin mando más que sobre sus soldados, con lo cual se trató de estructuras no profesionales muy débiles. En Hispanoamérica, ser un patricio local con riqueza y estatus social facilitó la integración de muchos locales a las milicias, como capitanes, coroneles o sargentos, y, con frecuencia, muchos de éstos fueron subordinados de Latorre Mendoza, Lisandro. Historia e historias de Medellín. Siglos XVII-XVIII-XIX. Medellín, Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, Ediciones Tomás Carrasquilla, volumen 1, 1972, pp. 132-133; 260-261. Sierra García, Jaime. “La independencia de Antioquia”. En: Melo, Jorge Orlando (editor). Historia de Antioquia. Medellín: Suramericana de Seguros, 1988, pp. 92, 95. 6 Thibaud, op. cit., pp. 13 y 17-18. 5

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sargentos veteranos. Las evidentes diferencias entre estos dos tipos de oficialidad, generaron una persistente rivalidad entre las tropas de veteranos y de milicianos, pues éstos últimos pretendieron equipararse a los primeros7. Como se ha sugerido, las milicias urbanas o ciudadanas fueron conformadas por civiles residentes en la localidad, formaron las compañías orientadas a la defensa local cuando era necesario, y asistían al entrenamiento militar todos los domingos y festivos, de modo que usualmente portaban el uniforme militar por unos pocos días del mes y aun del año. Usualmente los cabildos y los gobernadores acudían a ellas para la defensa interna, no obstante su falta de preparación para el combate y de profesionalismo. En el campo y en los entornos rurales fue usual que los hacendados y los encomenderos dispusieran de sus dependientes y peones, esclavos e indígenas como milicianos, de modo que en estos casos la tropa también expresó las jerarquías sociales de la sociedad colonial. Las milicias provinciales fueron aquellas compañías formadas por hombres de los partidos, villas y poblados de toda una provincia, conformadas por un abigarrado cuerpo de hombres altivos y capaces para el combate, pero en últimas sin formación militar suficiente para la guerra. Las milicias de todo tipo se conformaron mayoritariamente de los patricios, vecinos y varones locales atraídos por los privilegios, por el fuero y por el estatus militar. Fuera del tipo que fuera, las milicias tuvieron un carácter ambiguo, pues teóricamente estaban al servicio de la Corona española, pero en la cotidianidad de la “comunidad vivida”, la localidad, finalmente fungieron como una “representación armada de los pueblos y de las ciudades que las financian, arman y visten”, de modo que allí se expresaban en todo el sentido de la palabra los intereses de las corporaciones y de las élites locales8. No obstante el predominio de las élites locales en la oficialidad de las milicias hacia el siglo XVIII, el proceso de “americanización” de las tropas confluyó con los mecanismos de ascenso y movilidad social del mestizaje, de modo que la mayoría de las tropas se nutrieron de agricultores, artesanos, peones, una variada gama de mestizos, mulatos y pardos, y no faltaron Marchena Fernández, Juan. La institución militar en Cartagena de India, 1700-1810. Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 1982, pp. 431-432. 8 Thibaud, op. cit., p. 27. 7

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los pobres, leperos y delincuentes que conformaban la plebe urbana9. Si bien este aspecto social facilitó que se contara con una incontable cantera de potenciales hombres para los ejércitos del Rey, éste es un factor para considerar entre los obstáculos para el desarrollo de tropas regulares y de ejércitos modernos en sentido pleno, ad portas de la Independencia, no sólo debido a la falta de profesionalismo y de entrenamiento, sino a que entre las clases bajas el sentimiento de desafecto a la vida castrense quedó sellado por su condición de “forzados”. Las normativas dictaban que los varones, voluntarios o forzados, debían tener entre 16 y 45 años. Sobre este punto puede decirse que, en las Reales Cédulas y Ordenanzas que llegaron a la Provincia de Antioquia a finales del Siglo XVIII, se estipulaba el servicio de las armas como uno de los principales medios para la penalización de los delincuentes10. Adicionalmente, estas normativas estipulaban que debían hacerse levas anuales en los lugares poblados, para aumentar la fuerza militar y para darles “empleo útil” a los vagabundos voluntarios, “que expuestos a incurrir en toda especie de delitos, perturban el buen orden, y perjudican a la sociedad”, de forma que naturales y forasteros fueron forzados a tal servicio como una forma de corrección disciplinaria. Se definieron como aptos para las milicias blancos y mestizos con cuentas pendientes con la justicia; sin embargo, no se rechazaron mulatos y negros, los más capaces para la “fatiga militar”, algunos tildados de díscolos e incorregibles en sus vecindarios. Debían ser hombres de robustez, jóvenes principalmente –con 17 años cumplidos y edad máxima de 36–, de cinco pies de altura y capaces para los ejercicios de la tropa. Las cualidades morales exigían que fuera católico, apostólico y romano. Contradictoriamente Marchena Fernández, op. cit., pp. 409-410, 432. McFarlane, Anthony. “Guerras e independencias en las Américas”. Calderón, María Teresa y Thibaud, Clément. Las revoluciones en el mundo Atlántico. Bogotá: Taurus, Fundación Carolina y Universidad Externado de Colombia, 2006, pp. 182-183. 10 Recopilación de Leyes de los Reinos de Indias. Mandadas a imprimir y publicadas por la Magestad Católica del Reino Don Carlos ii. Quarta Impresión. Hecha del Real y Supremo Consejo de las Indias. Madrid mdcclxxxxi. Por la viuda de Don Joaquín Ibarra. Libro vii, Título iv. Reales Cédulas y Ordenes Superiores para las levas anuales en todos los pueblos del Reyno para remitir vagos y maleantes a la ciudad de Santa Fe de Bogotá y sobre exterminio de vagos, llegaron a Antioquia en 1775, 1781, 1790, 1805 y 1815.

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se pedía que no tuvieran “vicios indecorosos, o fea nota de ladrón, homicida y demás delitos que inducen infamia pública en la persona”. La condena “al servicio del Rey” por motivos de vagancia, robo o concubinato fueron usuales durante el siglo XVIII y se hicieron por no menos de seis años y hasta ocho. Luego de la condena, se expedía un duplicado del Sumario para el archivo y otro para la Filiación, que contenía los datos personales del condenado11. Según el historiador Javier Ocampo López, el finalizar el siglo XVIII y para la época de la Independencia ya existían en el Virreinato varias plazas de milicias localizadas principalmente en los puertos: Santafé, Cartagena, Santa Marta, Riohacha, Panamá, Popayán, Chocó y Antioquia, a donde se destinaron muchos de los condenados12. Se ha pensado que el ejército indiano no tuvo mucha importancia durante los siglos XVI y XVII, salvo en los puertos de Panamá y de Cartagena y en algunas zonas de frontera, pues, como durante estos siglos predominó una relativa y larga paz, las provincias interiores, alejadas de la amenaza real de los grandes imperios, tuvieron una escasa experiencia militar y, por lo tanto, no tuvieron la necesidad de formar cuerpos armados de consideración. En las provincias mediterráneas de la Nueva Granada, como en las de América del Sur, sólo se desarrollaron pequeños ejércitos, si se los compara con el territorio y con su población. Sin embargo, durante el siglo XVIII la institución armada logró una mayor importancia como factor de defensa territorial, no sólo para las autoridades centrales de la metrópoli, sino también para los gobernantes virreinales y provinciales. Fue así como los ejércitos coloniales recibieron un ímpetu modernizador en el contexto de reorganización imperial defensiva liderada por los gobernantes borbones, pues las continuas guerras de España durante el siglo XVIIII y la necesidad de mejorar el control interno Sobre este aspecto, puede consultarse: Jurado Jurado, Juan Carlos. “Soldados, pobres y reclutas en las guerras civiles colombianas”, Grupo de investigación Religión, Cultura y Sociedad. Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 19401902. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, 2005, pp. 211-235; y, Vagos, pobres y mendigos. Contribución a la historia social colombiana, 1750-1850. Medellín: La Carreta, 2004, pp. 114-121. 12 Ocampo López, Javier. “El proceso político, militar y social de la Independencia”. En: Nueva Historia de Colombia. Bogotá: Planeta, 1989, tomo 2, p. 54. 11

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de sus colonias hicieron más necesario el fortalecimiento de los cuerpos militares, que se integraron, en mayor proporción que antes, de población mestiza y mulata13. En momentos en que los países europeos orientaron y fortalecieron su política imperial de ultramar, se sentían atraídos por el poderío económico y político derivado del posible dominio de los territorios del Nuevo Mundo, y con ello la política defensiva hispana se tornaba primordial para la sobrevivencia de la metrópoli española. Según Clément Thibaud, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII y a partir de la Guerra de Los Siete Años (1756-1763), las milicias cobraron mayor importancia debido a la iniciativa borbónica de crear “milicias disciplinadas”, cuerpos de ciudadanos, auxiliares, cuyo orgullo corporativo y entrenamiento regular les permitía apoyar las tropas regulares en medio de la defensa contra ataques extranjeros, particularmente de los ingleses, según el Reglamento de la Milicias de Infantería y Caballería de la Isla de Cuba de 1769. Sin embargo, y no obstante sus variables resultados en diversas provincias, el plan fracasó y “estas milicias nunca se convirtieron en cuerpos de élites capaces de apoyar a las tropas regulares”14. No obstante la pretensión de la Corona de formar un cuerpo moderno de militares profesionales, Thibaud ha enfatizado el carácter de Antiguo Régimen que caracterizaba a las milicias de todo tipo, debido a su “estructura corporatista”, pues se trataba de cuerpos armados propios de una sociedad de una muy incipiente división social del trabajo, como la colonial, “una comunidad de oficios”, fundamentalmente “raciales”, es decir, de blancos, mestizos, pardos, indígenas y negros esclavos15. Adicional a ello, la milicia fue un foco de ambigüedades para la Corona, pues, por un lado estaba necesitada de apoyarse confiada en las tropas en regiones donde estaban ausentes las regulares, pero, por el otro, como en últimas las élites manejaban las tropas, su poder armado se podía invertir en contra de la Corona, y por ello desconfiaba de las milicias. Mörner, Magnus. La reorganización imperial en Hispanoamérica, 1760-1810. Boyacá: Ediciones Nuestra América, s.f. 14 Thibaud, op. cit., p. 26. Kuthue Allan, J. Reforma militar y sociedad en la Nueva Granada, 1773-1808. Santafé de Bogotá: Banco de La República, 1993, capítulos IV y IX. 15 Thibaud, op. cit., p. 27. 13

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Entrado el siglo XVIII, las milicias y los ejércitos profesionales lograron mayor presencia en las regiones de frontera y en los puertos del orbe atlántico, donde fueron usuales las amenazas de las potencias extranjeras, la piratería y el contrabando, de modo que las provincias y los centros urbanos mediterráneos no contaron con milicias, o, si las hubo, fueron muy precarias. En este sentido la Capitanía General de Venezuela, con sus costas, sus amenazas foráneas y su tráfico comercial legal o ilegal, desarrolló una estimable “cultura militar”, lo que según Thibaud contrastó bastante con el territorio neogranadino, que se mantuvo al margen del carácter miliciano español, excepto Cartagena16. En su clásico estudio sobre las milicias de Cartagena, Juan Marchena ha mostrado que para tales regiones y centros urbanos el ejército se convirtió en un considerable factor de desarrollo social, económico y urbano, en tanto pudieron contar con una estable y considerable guarnición como un servicio permanente. Para comprender el papel que jugaron los ejércitos y las milicias en la provincia de Antioquia, vale la pena referir el caso de Cartagena, su polo opuesto en la Nueva Granada, pues, como se ha dicho, la importancia de las milicias dependió del lugar de su ubicación y del tipo de inserción en las sociedades locales. En Nueva Granada, un Virreinato de segunda categoría para el Imperio, los soldados estuvieron concentrados casi en su totalidad en la plaza de Cartagena, en un número cercano a los 2.800, mientras en las localidades mediterráneas, como la provincia de Antioquia, los cuerpos armados fueron modestos y casi inexistentes17. Fue así como el ejército de Cartagena tuvo un considerable peso político, social y económico en la comunidad local, de modo que generó un importante dinamismo a la vida urbana de aquel centro administrativo, que además era puerto de comercio y centro naval de la trata negrera colonial. Hacia el Siglo XVIII la Corona española robusteció la institución militar cartagenera, lo que significó darle el estatuto de Ejército de América, dotarlo de unidades Fijas y de Refuerzo, Estados Mayores de Plazas y Tropas, y una amplia dotación de pertrechos, para asumir una misión de considerables dificultades, como lo Ibíd., p. 29. Bethell, Leslie. Historia de América Latina 2. Barcelona: Editorial Crítica-Cambridge University Press, 1990, p. 94.

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fue la defensa del Imperio Colonial Americano18. Así las cosas, la ciudad misma dependió y quedó enmarcada “en los vaivenes propios de la misma guarnición militar del dieciocho”, pues se presentó una mutua influencia entre ésta, el comercio y la sociedad. Ello significaba que muchas de las autoridades urbanas fueron militares, que las obras defensivas engancharon mucha mano de obra en la construcción y mantenimiento de las fortificaciones, que los comerciantes abastecían al ejército, que éste fue una importante fuente de demanda de productos locales e importados, y que los militares personificaron las formas del honor y el estatus social, y por ello fueron los más apetecidos para casarse con las hijas de la élite local19. En síntesis, el ejército imprimió un importante sello a la sociedad y a la cultura cartageneras, lo que no sucedió en la provincia de Antioquia, pues, como se expondrá a continuación, en ésta la institución apenas fue un marginal apéndice de la sociedad, y a duras penas logró hacerse visible con unas cuantas tropas de milicias a finales del siglo XVIII, cuya existencia no se desarrolló de forma permanente. Para tener una idea más precisa de la calidad y de la conformación de este tipo de cuerpos armados en la Provincia de Antioquia, es necesario saber que su precaria situación ha quedado plasmada en algunas de las disposiciones de los gobernantes locales. El gobernador Francisco Silvestre (1775-1776/1782-1785) decía en su Relación de la Provincia que allí no había cárceles, alguaciles, ni tropa armada; por lo cual no se lograba la subordinación de la sociedad a las disposiciones gubernamentales, pues no existía respeto a la autoridad “porque, si como el Governador de Cartagena, Santa Marta u otro tuviese Castillos, o siquiera veinte y cinco Soldados, o Ministros de Justicia con que poder hacer executar prontamente sus providencias, no es dudable, que se harían respetar y serían respetables igualmente aquellos”. Silvestre sugería que la provincia contara con un “Destacamento de tropa fixa con un oficial de arreglada conducta, que al propio tiempo que para la seguridad de ella, sirviese de ahorro de la Real Hacienda, arreglar un Regimiento de Milicia, ya fuesen en la clase de Disciplinadas, o ya en las Urbanas; pues las que hay actualmente es como Marchena Fernández, op. cit., p. 8. Mora Mérida. Prólogo, Marchena Fernández, Juan. op. cit., pp. 3-4.

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si no las huviese, o con quienes no puede contarse en algún empeño imprevisto”20. Como la permanente situación de paz interna de las colonias hizo innecesario el desarrollo de ejércitos profesionales y de milicias, estos cuerpos armados sólo se conformaron momentáneamente para enfrentar coyunturas de defensa contra enemigos externos o para responder al ocasional agravamiento del orden público interno21. Hacia 1781 se presentó en la Nueva Granada un complicado orden público de revueltas civiles y protestas populares, como la rebelión de los Comuneros en la región de Santander y en Antioquia la de esclavos, las incursiones de los indígenas del Occidente chocoano, y entre junio y septiembre las protestas de los comuneros de Guarne, Antioquia y Sopetrán22. En este contexto de crisis de autoridad, el gobernador Cayetano Buelta Lorenzana (1776-1782), por medio de don Alonso Elías Jaramillo, envió al Maestre de Campo, don Felipe Villegas y Córdoba, orden para proceder al “Arreglo de las milicias de esos valles [Rionegro, Llanogrande y Marinilla] en los términos que le prevengo” de modo que sean “útiles para la paz interior de ella y para su defensa”. Con tal fin debía incautar entre la población, pólvora, estaño y plomo, y conformar o completar las “Compañías de blancos, forasteros, corazas, pardos y las dos de mestizos, haciendo que los Capitanes lo hagan, pues desde el año [17]79 pueden haber fallecido o faltado por accidente; avisará de la lista nueva”. Cada Compañía debería tener tres sargentos, uno primero, y dos segundos, nombrados por los Capitanes y con títulos concedidos por el Gobernador, de modo que les fueran reconocidos “privilegios, gracias

Silvestre, Francisco. Relación de la Provincia de Antioquia. Trascripción, introducción y notas por David J. Robinson. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, Ediciones Especiales, vol. 4, pp. 175-176. 21 McFarlane, Anthony. “Desórdenes civiles y protestas populares”. En: Colombia en el siglo XIX; antología de Germán Mejía, Michael Larosa y Mauricio Nieto. Bogotá: Planeta, 1999, pp. 21-72. 22 Patiño Millán, Beatriz. “La provincia de Antioquia durante el siglo xviii”. En: Melo, Jorge Orlando (director). Historia de Antioquia. Medellín, Compañía Suramericana de Seguros, 1988, pp. 69-90. 20

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y fuero militar”, indicando que “las actuales circunstancias no admiten dilación”23. Todo indica que, una vez superados y controlados los citados tumultos y protestas populares, tales tropas se descuidaron, con lo cual la formación de milicias no logró ser una política de largo aliento en la provincia de Antioquia, pues precisamente la falta de ellas fue posteriormente reportada por el oidor visitador Juan Antonio Mon y Velarde (1785-1788). Así lo puso de manifiesto la propuesta que hiciera al Virrey en 1787 de formar una Bandera de Reclutas en la Provincia, que haría las veces de sucursal de los regimientos de Cartagena, para alistar a los soldados que provenían de la conscripción forzosa de vagos, pobres y delincuentes. Su finalidad principal era mejorar la estructura de las instituciones civiles y el respeto de la autoridad pública, pues, como no existía brazo armado que las respaldase, sus dictámenes se quedaban sin cumplimiento24. Estos testimonios documentales, como el trabajo del historiador Allan Kuethe, indican que la reforma militar que se emprendió con relativo éxito en el orbe hispanoamericano no tuvo en la Nueva Granada los efectos esperados, y, por el contrario, allí, sobre todo en las localidades y provincias del interior, la reforma fracasó, y aun sería más preciso decir que no se llevó a cabo. En su fracaso fueron determinantes los ingentes gastos financieros que había demandado la expansión militar fronteriza hispanoamericana de la década de 1780, y que ya no estaba en capacidad de asumir la Corona, Archivo Histórico de Antioquia –AHA–. Fondo: Documentos, tomo 580. Documento No. 9241, folios 1r. y 1v. Según documentos del mismo tomo citado, efectivamente las milicias fueron conformadas como dictaminó el gobernador; la del Valle de Rionegro y Llanogrande tenía 101 hombres. AHA. Fondo: Documentos, tomo 580. Documento No. 9241, folios 2r, 5v. La precariedad e informalidad de este tipo de cuerpos armados se revela en documentos que indican que el gobernador Buelta Lorenzana disponía de parte de esta descamisada tropa como una especie de guardia personal a la que llevaba a comer a su casa, según la sumaria criminal en que se denunció el robo de cubiertos de plata de su mesa, por parte de uno de los soldados que posteriormente fue acusado por vagancia y concubinato: AHA, tomo 580, doc. 9241, folios 1-1v. y doc. 241, folios 2v-5v. AHA. Criminal B-62, años 1780-1790, doc. 5. 24 AHA. Tomo 3252, doc. 8, año 1801, folio 1v. Francisco Silvestre, “Relación del Estado de la Provincia de Antioquia cuando le entregó a don Cayetano Buelta Lorenzana”, Descripción del Reyno de Santafé de Bogotá. Bogotá: Archivo Historial de Manizales, núm. 12, 1950, p. 215. 23

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y el rechazo de las élites civiles a los privilegios del cuerpo militar, asociado con el “despotismo ilustrado”, lo que suponía un riesgo a la autoridad que tradicionalmente habían ejercido los criollos en localidades y regiones. Pero sobre todo fue fundamental para la incipiente repartición de las tropas en el interior del reino la profunda desconfianza de las autoridades metropolitanas con las autoridades civiles, sus vasallos y las milicias disciplinadas, a partir de su papel en la revuelta de los comuneros, en 1781. Ello hizo que se desplegara desde Cartagena un batallón regular de infantería hacia el interior, que el arzobispo virrey Antonio Caballero y Góngora (1777-1789) confiara la paz interna al Batallón Auxiliar de Bogotá que controlaba las milicias locales, y que el ejército se convirtiera en una fuerza de choque que suscitó profundo malestar entre la población. Pero lo más importante lo constituye la decisión de las autoridades españolas en cabeza de Caballero y Góngora, y de su sucesor el virrey Francisco Gil Lemus (1789), de abandonar “la idea de expandir la reforma militar a las provincias interiores de Antioquia, Pamplona, Tunja y Mariquita, porque sus habitantes estaban demasiado identificados con la rebelión”25. Así las cosas, no se presentó hostilidad a la reforma militar en la Costa Caribe, en cuyos puertos (Panamá, Cartagena, Santa Marta y Riohacha) se había asumido con naturalidad el papel de defensa externa del ejército con el cual muchos criollos lograron alimentar sus ínfulas de estatus y ascenso social; fue así como muchas regiones del interior de la Nueva Granada, como Antioquia, llegaron al periodo de la Independencia “sin una tradición establecida de elitismo militar”26. Como ya se ha dicho, ello implicó que los cabildos y la política tuvieran un preponderante papel en relación con lo militar, sobre todo durante la Primera República. Batallones de milicias hacia 1808 Hacia 1808, la formación de batallones de milicias en Antioquia se explica por la convergencia de tres factores: la orden de don Manuel Godoy, de octubre 1806, para que las provincias americanas establecieran un plan de defensa a raíz de la finalización de la guerra con Inglaterra; la amenaza Kuthue, op. cit., pp. 223-225. Ibíd., pp. 387.

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francesa en cabeza de Napoleón, quien se pensaba invadiría los reinos españoles; y las pretensiones de sectores de la provincia adeptos a la autoridad del sucesor del rey Carlos IV, Fernando VII, considerado el único legítimo para hacerlo27. En correspondencia con ello, el gobernador Ayala (julio de 1805 a febrero de 1811) recibió un Oficio fechado el 12 de febrero de 1808 del virrey Amar y Borbón (1803-1810) con las órdenes de Godoy respecto de la creación de un plan de defensa en todas las provincias del reino, dirigido a enfrentar las amenazas de las potencias extranjeras. En correspondencia con estas directrices, meses después, en octubre de 1808, se dio inicio a la formación de batallones de milicias en los centros urbanos de Antioquia, Rionegro y Medellín, con la finalidad de liderar la defensa contra las tropas francesas. El batallón formado en la capital, Antioquia, fue de 25 hombres pardos que se alistaron voluntariamente para solemnizar la jura de fidelidad a Fernando VII en un acto público, bajo el mando del señor regidor don Ángel Martínez, Alguacil Mayor, designado como teniente. Éste manifestó al gobernador: “estos mismos arrebatados de un entusiasmo marcial, y de lealtad, y amor a Nuestro Soberano, se han presentado voluntariamente como se manifiesta en el adjunto memorial en donde se subscriben pretendiendo se forme una compañía de Milicias disciplinadas”28. Según documentos, éstos y otros milicianos, 25 hombres en total, cuyos padres de familia los autorizaron para alistarse, solicitaron a don José de Villa que fuera su capitán, al mando de una de las compañías de milicias. Como se observa en este caso, y como era propio de este tipo de tropas de Antiguo Régimen, no obstante las directrices metropolitanas, en últimas, las iniciativas de formación del aparato militar partían de los cabildantes, que allí mismo reproducían las formas jerárquicas de la sociedad colonial, y de igual forma los soldados asumían los costos de la dotación y de los uniformes, mientras que de las armas ya disponía el gobierno pro León Uribe, Juan Camilo. Milicias en la provincia de Antioquia en tiempos de la Independencia, 1808- 1816. Trabajo de grado para optar al título de historiador. Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad de Antioquia. Medellín, 2012, p. 27. Para explicar la creación de las milicias en la coyuntura de 1808 a 1810, me baso en el trabajo de grado, citado ya en esta nota: capítulo 2, pp. 27-38. 28 Ibíd., pp. 29-30. 27

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vincial. Martínez instó al gobernador Ayala sobre la necesidad de crear un batallón más, aprovechando el “ánimo exaltado de la población”, de forma que se pudieran alistar más jóvenes deseosos de heroísmo. De igual manera respondieron las autoridades del cabildo de Medellín, pues, hacia mediados de noviembre de 1808, don Francisco Pisano informó al gobernador Ayala acerca de la creación de dos batallones de milicias. Pisano nombró como teniente a don José Antonio de Lema, y anunció el alistamiento de cien hombres para tal compañía, necesitada de uniformes y armas. La formación de estas milicias, denominadas para “la Provincia de Antioquia”, parece iniciar acciones defensivas que trascendían las localidades, para asumir una soberanía armada sobre una territorialidad mayor desde la gobernación. El caso de la formación de milicias en Rionegro puso en evidencia otro elemento más que caracteriza las tropas de Antiguo Régimen, y es su condición racial. En la localidad, la formación del batallón de blancos, compuesto de cuatro compañías, estaba planeado para noviembre de 1808, mientras que para el de pardos hubo dificultad para alistar más de dos batallones, pues ya existían los de blancos mezclados con mestizos y cuarterones que, aunque se denominaban de “blancos”, los incluían. Para el caso, la formación de milicias revela la conversión de los conflictos con la Corona, en conflictos interétnicos propios de finales de la ápoca colonial, pues la integración de pardos y de blancos en la misma tropa se complicaba debido a que los primeros fueron identificados como los causantes de las protestas comuneras contra el estanco del tabaco, y por ello los blancos los veían con desconfianza, además de que sus tropas habían liderado la represión de tal protesta. Juan Camilo León señala que, hacia el 25 de enero de 1810, la administración antioqueña recibió aprobación del Ministro de Guerra en Sevilla, autorizando la formación de una Compañía Urbana de Caballería en la Ciudad de Antioquia, previamente solicitada por el virrey. Estaba compuesta por “Capitán, Teniente y Alférez, y la fuerza de cuarenta hombres, a reserva de aumentarla si la experiencia acreditase su necesidad”. De otro lado, y según el Plan rectificado del pie y formación de milicias, Ayala presentó al Cabildo la propuesta para la creación de un batallón para la defensa

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de la provincia, regido por el fuero militar; ambiguamente se solicitaba la obediencia a la autoridad (civil), y para ello se nombró la Junta Militar correspondiente, integrada en su mayor parte de cabildantes y hombres de la élite local, criollos, algunos de los cuales tenían títulos militares. Vale destacar que se asumía la defensa del territorio provincial desde sus puntos de acceso terrestre por el Occidente (Chocó), por el Norte (Mompox y Zaragoza), por el Sur (Popayán) y por el Oriente (Honda). Para culminar con éxito la gestión respectiva, el primero de agosto de 1810 Ayala solicitó la fabricación de machetes, lanzas y piedras de chispa, y autorización para nombrar, como oficiales que lo asistirían, a los señores don José Pardo y don Juan del Corral. Como puede apreciarse, desde temprano el aparato militar fungió como articulador del territorio mediante su dominio y control armado, una forma fundadora de soberanía. La Primera República (1810-1815) Uno de los primeros actos de poder soberano que se presentó en la provincia de Antioquia fue la realización del Congreso de la provincia de Antioquia (entre el 30 de agosto y el 10 de septiembre de 1810), conformado por los diputados de los tradicionales cabildos de Santafé de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla. De aquel se derivó el nombramiento de la Junta Suprema Provincial de Antioquia, el 1 de septiembre de 1810, leal a España, liderada por el gobernador Francisco de Ayala como su presidente, quien tomó medidas para “evitar la anarquía en que puede quedar el Reino por la defección de las autoridades de Santafé”, y con ello asumió el mando de la provincia y definió su forma de gobierno29. No se trataba sólo de remplazar a las autoridades virreinales, sino de asumir un papel protagónico frente a la Junta Suprema de Gobierno de Santafé de Bogotá, según la cual no debían implementarse cambios en el orden político. Según Uribe y Álvarez, esta Junta dictó medidas que constituyeron un “Estado nuevo”, pues creó una especie de “poder ejecutivo plural” conformado por un representante de cada uno de los cuatro cabildos de las ciudades y villas más importantes, Antioquia (Manuel A. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, p. 139. Restrepo Sáenz, op. cit., p. 225. 29

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Martínez), Medellín (Lucio de Villa), Rionegro (José María Montoya) y Marinilla (Nicolás de Hoyos)30. En este cuerpo se presentó una diferenciación de poderes, se reformó el régimen fiscal, se derogaron los estancos de tabaco y aguardiente y el impuesto a los mineros mazamorreros, se creó un “embrión de ejército provincial mediante la organización de milicias pardas”. De igual forma el organismo nombró a José Manuel Restrepo y a don Juan del Corral como sus representantes ante las autoridades del Nuevo Reino, lo cual culminó con la firma del Acta de Federación constitutiva de las Provincias Unidas de Nueva Granada, el 27 de noviembre de 181131. En el proceso de asunción de la soberanía territorial, que tuvo lugar simultáneamente en toda la Nueva Granada hacia 1810, los pueblos y las comunidades asumieron como territorios sus regiones históricas y se sustrajeron del ordenamiento sugerido por la Junta Suprema de Bogotá, según las antiguas divisiones político–administrativas con centro capital en Santafé de Bogotá. En este contexto, la Junta Provincial de Antioquia declaró su independencia de la junta central, representante y heredera de las funciones del antiguo gobierno, el 30 de agosto de 1810, y posteriormente se reunió en Bogotá el Congreso de las Provincia Unidas, en diciembre de 1810, con la finalidad de proclamar el sistema federal. Tal acta fue suscrita por Antioquia (don José Manuel Restrepo), Cartagena (Enrique Rodríguez), Neiva (Manuel Campos), Pamplona (Camilo Torres), y Tunja (don Joaquín Camacho), y representaba un “pacto de alianza confederativa” para unir bajo un gobierno común a los pueblos de la Nueva Granada. Tal pacto suponía “una autonomía casi total y una doble soberanía: la de las provincias y la de la nación”32, con facultad de darse un gobierno propio, popular, representativo y análogo al general de la unión; se conservaba la religión católica, apostólica y romana; declaraba la facultad para disponer el gobierno interior de sus pueblos, el nombramiento de sus empleados, la formulación de códigos civiles y criminales, juzgados y tribunales independientes, la creación y arreglo de milicias provinciales o levantar un ejército

Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 327 y 291. Restrepo Sáenz, op. cit., tomo I, p. 224.

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Uribe y Álvarez, ibíd.

Ibíd., p. 342.

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común para la defensa de la Unión, y la formación de rentas provinciales sin desmedro de las nacionales33. Sin embargo, estas formulaciones debían contrastarse con la conflictiva situación de la Unión, pues había sectores favorables a la Regencia de Cádiz y contra la sustitución de las autoridades españolas, y las rentas públicas se encontraban en deplorable estado, pues las más productivas, los estancos de aguardiente y tabaco, habían sido suprimidas por las provincias, y el fisco se gastaba en el pago de los empleados públicos, sin suficientes fondos para asumir la defensa común, de modo que, como lo muestra José Manuel Restrepo, el estado militar de las provincias era lamentable. Las tropas de milicias eran casi inexistentes y, además de las condiciones objetivas que obstaculizaban la formación de un ejército profesional permanente, se lo simbolizaba con el Antiguo Régimen, pues era significado como el poder omnímodo y tiránico del Monarca: “(…) solo Cartagena y Cundinamarca tenían pequeñas divisiones de tropas disciplinadas. Acaso no alcanzaban a tres mil hombres y doble número de fusiles con bastante artillería y municiones. Las demás provincias carecían de armas y de soldados. Lo peor era que temían poco permanecer indefensas, confiadas solamente en algunas milicias. Entonces se proclamaba la máxima de que las ´tropas regladas eran peligrosas a la libertad´. Este principio tan bello en las obras de Rousseau, de Filangieri y de Rainal, sería útil en la práctica si todas las naciones lo adoptaran; pero ¡desgraciada la que se empeñe en seguirlo, cuando las milicias tengan la necesidad de combatir con tropas permanentes y aguerridas! Indudablemente le cabrá una suerte funesta como la que por algún tiempo sufrió la Nueva Granada”34.

Según lo expuesto, la formación de “milicias provinciales” fue del todo coherente con las demás disposiciones relativas a la formación de la nueva República de Antioquia y nada incompatible con las pretensiones federalistas de algunas provincias. Sin embargo, lo novedoso es que la condición socio étnica de los integrantes de las milicias no confería naturaleza y Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, pp. 187-188. Samper, José María. Historia crítica del derecho constitucional colombiano desde 1810, 2 tomos. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1976, p. 67. 34 Restrepo, ibíd., pp. 199-200. 33

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cualidad a tales cuerpo armados, pues para el caso no se nominaban bajo el apelativo de “pardos”, sino que su adscripción ya era territorial (“provinciales”), lo que significaba que la condición étnica de sus integrantes pasaba a un segundo lugar y su identidad se asimilaba o era absorbida por el ordenamiento territorial regional. Así las cosas, se asumía una identidad homogénea que se abstraía de las categorías étnico raciales coloniales, pero, hay que aclararlo, no se trataba de la identidad abstracta de los “ciudadanos” en sentido pleno. La doble soberanía (provincial y nacional) quedaría planteada de manera más explícita en la Constitución de 1815 y significaba la posibilidad de expandir las fronteras del territorio hacia el mar y tener sus propios puertos, tener un sistema fiscal sólido independiente de Santafé de Bogotá, explorar sus propios recursos mineros, crear una importante infraestructura para la producción de armas y pólvora para evitar al dependencia militar, fundar una Casa de la Moneda y evitar la salida de moneda de plata, y tener un ejército propio que represente el ejercicio de la autoridad y la fuerza del Estado35. Tales propósitos de formar un ejército profesional se registran desde 1811 con la iniciativa de formar la Asamblea Veterana en la Provincia de Antioquia. Fue así como el 23 de marzo de 1811, el sargento mayor Dionisio de Tejada presentó, al Subinspector General de las tropas en Antioquia, su propuesta para la formación de la Asamblea Veterana, que, como ya se ha dicho, dentro del esquema de los ejércitos de Antiguo Régimen, era una especie de cuerpo élite cuyo principal objeto era la formación militar profesional de las compañías de milicias, tradicionalmente efectuado por españoles, y en tal sentido estaba integrada por militares profesionales en sentido pleno. Con ello, Tejada pretendía destinar un sargento, un cabo y un tambor, cuya tarea sería la instrucción de los respectivos batallones de milicias localizados en los siguientes lugares de la provincia: desembocadura del Cauca, Santa Rosa, Medellín, Rionegro y Marinilla; se exceptuaba Urrao, porque se consideró que allí un cabo sería suficiente para tal labor. Los sitios escogidos respondían a la disposición de tropas en los centros más poblados de la provincia, a la urgente necesidad de hacer ahorros al fisco en lo referente a costos de viaje de los funcionarios, a efectuar un Uribe y Álvarez, op, cit., pp. 347.

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mayor control del trabajo de las tropas y evitar “otras consecuencias que prevé el gobierno”, en caso de que fuera necesario traer sargentos de la península. Tejada no contempló la parte de la Asamblea, correspondiente a la compañía de Granaderos de la capital, porque “estando situada en Antioquia y componiéndose el destacamento de una quarta de su fuerza, el sargento, cabo y tambor de él deben concurrir a la instrucción de toda la compañía”36. Hacia 1812 las contradicciones internas de la élite regional de Antioquia se manifestaron en los cabildos, entre los autonomistas y quienes fueron simpatizantes de la autodeterminación absoluta, quienes lograron tener mayor presencia y peso político en la Juntas de Seguridad y Vigilancia creadas durante la gobernación de don José Antonio Gómez (octubre de 1811- octubre de 1812) con la pretensión de planear la defensa de la provincia en el caso de un ataque externo o interno37. Entre los integrantes de este último bando y de tales Juntas estuvieron Juan del Corral, don José Manuel Restrepo, don Lucio de Villa, don José María Ortiz, don Andrés Avelino Uruburu, don Eugenio Martínez, don Pedro Rublas (Arrubla), don Felipe Barrientos, don José Antonio Mejía, don Juan Nicolás de Hoyos, y los presbíteros José María de la Calle, José Ramón Posada y otros. Tales Juntas se fueron posicionando como un poder político (¿militar?) paralelo a la junta provincial y al gobernador del Estado, pues asumieron con beligerancia y radicalismo la denuncia y oposición a los “malcontentos, antiamericanos, seductores contra la justa y liberal causa que sostiene la Nueva Granada”, con lo cual lograron tener una gran capacidad de organización de milicias y de cuerpos de defensa para la provincia38. En consecuencia, y bajo la gobernación de Gómez, se nombró a don Juan del Corral, a Dionisio de Tejada y a don José María Hortiz para integrar la comisión militar que administraría el ramo de guerra. Bajo éste se formó AHA. Serie: Independencia, año 1811, tomo 818. Documentos referentes a la Constitución, leyes y decretos de la Junta Suprema de Gobierno de la Provincia de Antioquia. Documento 12858, folios 48r-49v. 37 Restrepo Sáenz, op. cit., tomo I, p. 245. Uribe y Álvarez, op. cit., p. 408, nota 171 y pp. 383-384. 38 Tisnés Jiménez, Roberto. Don Juan del Corral. Libertador de los esclavos. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1980, p. 90. AHA. Independencia, tomo 818, doc. 12.860. 36

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un “cuerpo de milicias, una jerarquía militar muy compleja para la defensa externa y, de otro lado, se tomaron atribuciones de gobierno”, que les permitieron detener a declarados opositores de la independencia, los señores don José María Zulaibar, don Juan Bernardo del Campillo y algunos sacerdotes39. Tales hechos de fuerza apoyados en el ejército creado por del Corral fueron posteriormente legitimados una vez fue declarado Dictador, para lo cual se apoyó en una importante movilización popular40. Dictadura de don Juan del Corral Hacia 1813 el panorama nacional mostraba una clara agudización de los conflictos político militares entre la provincia de Cundinamarca y la Confederación, y serias amenazas de ser invadida la Nueva Granada por diversos puntos de su geografía: desde el Perú Toribio Montes, por Quito y Pasto se posicionaba el brigadier Juan Sámano con gran capacidad de formar milicias realistas en la región, y de igual forma por el norte, Domingo Monteverde planeaba invadir después de haber subyugado a Venezuela41. Para todo lo cual contaban las élites de la Nueva Granada con gobiernos débiles, ganados por la anarquía entre las diversas facciones y una ínfima capacidad militar. Ninguna élite provincial lograba posicionar su hegemonía sobre sus homólogas o concertar conjuntamente la reacción armada general, única y unificada contra las tropas españolas. Así las cosas, la única provincia con alguna capacidad de reacción militar era Cartagena, después de dominar sobre la realista Santa Marta, pero el resto adolecía de una hacienda fortalecida que soportara el necesario aparato militar al que parecía haberse reducido el aparato estatal, según testimonio de José Manuel Restrepo: “El traer armas de fuego y municiones de toda clase buscándoles en la Europa; el disciplinar tropas, instruir oficiales, y acopiar recursos para sostener el ejército, fueron puntos que habían descuidado las provincias, y en lo general, se hallaban en la incapacidad de hacerlo. (…) Las conse-

Ibíd., p. 102. AHA. Independencia, tomo 650, doc. 10.349 y tomo 828 de 1813, doc. 13.095. 41 Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, pp. 268-269; 286-287. 39 40

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cuencias de tan errado sistema fueron demasiado funestas a la libertad e independencia de la República”42. Este crítico panorama que suponía la inminente invasión de la provincia de Antioquia, así como las rencillas internas entre las élites locales, y la necesidad de hacer frente a la invasión y sofocar sus facciones realistas internas desde 1812, así como aprovechar el masivo apoyo popular a un Gobierno unificado y fortalecido, precipitó la Dictadura de Juan del Corral, iniciada el 2 de agosto de 1813. Con tal dictadura (julio de 1813–abril de 1814) se inició la formación del ejército libertador en Antioquia, “pues no había ninguna [tropa] que la defendiera”, lo que implicó el cambio de un “régimen plural” por parte de los cabildos, al ejercicio del poder por parte de un solo individuo con delegación de poderes omnímodos y dictatoriales, y la unificación y gobierno de la provincia desde la ciudad capital tradicional, Santafé de Antioquia43. Ante el generalizado apoyo popular y de las élites locales, una vez planteada la Dictadura muchos disidentes se declararon republicanos, el patriotismo cundió y la “unanimidad de sentimientos a favor de la Independencia [absoluta]” precipitó a del Corral a declararla, lo que iba más allá de la “autonomía” que inicialmente habían planteado los cabildos: “Al ver la opinión pública tan bien pronunciada, el dictador Corral determinó que por una acta solmene se proclamara la Independencia absoluta de la España, que se desconociera a Fernando VII, y que en lo venidero no hubiera otro origen de la autoridad pública que la soberanía del pueblo. Así se hizo el 11 de agosto, dándose al acto de jurar la Independencia, por todos los empleados públicos y los padres de familia, la mayor solemnidad posible”44.

Como puede verse, entre las primeras y más urgentes medidas tomadas por del Corral estuvo la declaración de independencia definitiva de Antioquia, que, junto con las de Cartagena y Tunja, constituyeron la primera Ibíd., p. 282. Uribe y Álvarez, op. cit., p. 379. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, p. 291. 44 Restrepo, Ibíd., p. 292. 42 43

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vez que se declaraba en el Virreinato la independencia absoluta45. De igual forma determinó medidas para garantizar el orden interno al dictaminar que el coronel José María Gutiérrez saliera de la ciudad de Antioquia en misión secreta para Medellín y Rionegro con la finalidad de “prender, embargar los bienes y expeler de la provincia a los españoles y americanos realistas que corrompían la opinión pública y podían maquinar [acciones] contra el Gobierno”. De este modo fueron desterrados 25 de ellos, y se les confiscaron $60.000 pesos que fueron destinados para el sostenimiento del ejército defensor de la provincia, formado con la finalidad de repeler los enemigos externos que constituían las tropas de Sámano, quien desde principios de agosto amenazaba por el Sur Occidente de la Nueva Granada46. No obstante estas medidas y la pretensión de financiar la guerra a costa de los realistas, la historiografía ha reconocido que del Corral no fue un “radical perseguidor de los enemigos de la independencia”, aunque sí logró neutralizarlos política y militarmente. La dictadura en Antioquia se robusteció con figuras federalistas, como Francisco José de Caldas, el capitán Manuel de Serviez y José María Gutiérrez de Caviedez, quienes buscaron refugio en la provincia después de ser derrotados por los centralistas representados por el Congreso de las Provincias Unidas y la Junta Central de Santafé de Bogotá, mientras que del Corral había adscrito la provincia hacia el federalismo desde 1811. Con la Dictadura de don Juan del Corral, la provincia de Antioquia adoptó una actitud más realista y radical en tanto se preparó para la guerra y la resistencia armada, y para ello se tomaron medidas, como la asesoría del ilustrado e ingeniero militar Caldas, y de Serviez, con la finalidad de fundar una Escuela Militar, la primera de toda la República, según don Tomás Rueda Vargas47. Ésta debería formar oficiales capacitados para comandar los ejércitos que enfrentarían las tropas de reconquista y pacificación, la formación defensiva de una estructura militar de milicias, la fabricación de armas y municiones, la formación de ingenieros militares y el fortale AHA. Independencia, tomo 828, doc. 13.095, tomo 827, doc. 13.045. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, pp. 292-293. 47 Citado por Tisnés Jiménez, op. cit., p. 217. 45 46

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cimiento de los puntos vulnerables de la provincia. Entre tanto se determinó la organización de tropas para combatir a Sámano en el Sur48. Otro elemento importante de las iniciativas de del Corral fue la construcción de una Maestranza en Rionegro con capacidad para fabricar armas, cañones, pólvora y nitros artificiales necesarios para las municiones, y Caldas fue comisionado para fortificar los pasos del río Cauca, Caná, Bufú y Arquía, al sur del Estado, para lo cual contó con el apoyo de Liborio Mejía49. No obstante lo excepcional que parecían las iniciativas de Antioquia en medio de las muchas provincias de la Nueva Granada, sumidas en el caos administrativo y en la pobreza financiera de sus fiscos, a largo plazo tales medias tuvieron resultados mediocres, pues “sólo sirvieron para consumir las rentas públicas y ocupar con sus descripciones algunas páginas de las gacetas”, según José Manuel Restrepo50. Como Coronel de Milicias, del Corral había redactado en 1812 un reglamento general que complementaba un decreto de 1811, para las milicias del Estado, con el cual creaba un ejército regular y se dictaban normas organizativas, disciplinarias y jerárquicas de un ejército profesional51. Iniciativas en tal sentido se habían tomado desde 1812, cuando las autoridades de la provincia determinaron la creación de una Fuerza Veterana de Milicias con la finalidad de asumir la defensa interna, y para su dirección se nombró como comandante a don Juan Esteban Martínez y como su auxiliar a don Ángel José Martínez52. Tal cuerpo armado pareciera estar orientado a hacer labores de inteligencia, detención y neutralización de aquellos enemigos de la independencia en su primera fase, y como apoyo de los cabildos que representaban la élite regional. Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 379. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, pp. 321-322. 49 Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, pp. 292-293. 50 Ibíd., pp. 384. 51 AHA. Serie: Independencia, año 1812, tomo: 824. Reglamento provisional de milicias para Antioquia 1812. Documento 13009, folios 112r.-154v. Tisnés Jiménez, op. cit., pp. 93-99. 52 AHA. Independencia, tomo 818, doc. 1.286 de 1811. Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 355, nota 15. Véase anexo 7.1. 48

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Para María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, el grupo comandado por del Corral era claramente de estilo militarista y jerárquico, y, a pesar de ello, no supuso un agravamiento del conflicto con las crueldades y latrocinios propios de la guerra a muerte decretada por Simón Bolívar en 1813 en la Campaña de Venezuela, y tampoco se asimiló a los fusilamientos sucedidos entre Antonio Nariño y Camilo Torres en Cundinamarca, o las sucedidas entre las élites de Cartagena y Mompox53. Llama la atención esta particular situación de la provincia de Antioquia, que se comprende mejor si se atiende a la situación ambigua y contradictora de sus dirigentes, quienes se vieron forzados a responder a un novedoso contexto de guerra con tropas de Antiguo Régimen sin contar con la experiencia y la formación para ello, según lo expresara José Manuel Restrepo al exponer la sorpresiva muerte del dictador a sus 35 años de edad: “Ningún otro jefe de la provincia había manifestado la energía, firmeza y prontitud de las operaciones verdaderamente revolucionarias del dictador del Corral. Él amaba la guerra, y aunque jamás la había hecho, atendía bastante los pormenores de la organización de tropas para establecer cuerpos y formar milicias que se extendían por toda la provincia”54. Respecto del ejército libertador, de del Corral es importante anotar que, como tuvo origen en las juntas de seguridad y vigilancia y en el plan de organización de las milicias del Estado propuestas por él, su formación se asimiló en su estructura orgánica, y en su funcionamiento a los cabildos y juntas de notables, cuerpos supremamente jerárquicos55. Tales juntas se reforzaron con 200 hombres distribuidos en los cuatros cantones de la provincia, dirigidos así: don Alejandro Carrasquilla y su auxiliar sargento Francisco Ponce en Santafé de Antioquia, Manuel José Tirado y su auxiliar, sargento Francisco García en Medellín, subteniente Sinforoso García y el sargento Santiago López en Rionegro, y Cosme de Hoyos y sargento Ignacio Carrascales por Marinilla56. Ibíd., p. 388. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, p. 322. Las cursivas son mías. 55 Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 389, nota 111. 56 Tisnés Jiménez, op. cit., p. 96. 53 54

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Tales cuerpos armados cumplieron el doble propósito de encuadrar militarmente las fuerzas sociales que daban sustento político a la dictadura y servir de base para la creación del ejército libertador en Antioquia. Una vez instaurada tal dictadura, del Corral amplió tal institución armada con el apoyo de las juntas de seguridad y vigilancia. Según José Manuel Restrepo: “Juntó y disciplinó trescientos hombres de infantería que formaron una columna para defender la Provincia; al mismo tiempo, dio un gran impulso a las milicias pues alistó e hizo disciplinar seis batallones, recurso que en aquella época inspiraba una gran confianza y que la experiencia nos ha enseñado después que bien poco sirve en los momentos de peligro. Corral también sacó de la nada una fundición de artillería de campaña, cuyo arte aprendió ayudado solamente por los libros; instruyó luego artistas y con pocos ensayos perdidos tuvo la gloria de formar en la provincia de Antioquia un parque respetable de piezas ligeras y propias para nuestras montañas escarpadas”57.

Del Corral dispuso un comisionado cerca de Cartagena para la compra de 500 fusiles, municiones y pertrechos, para lo cual había adelantado unos $ 7.000 pesos de la tesorería58. La antes mencionada escuela Militar contó con la asesoría de Serviez, quien además fue profesor de la misma con Caldas, José Félix de Restrepo, y tuvo por asesores militares a Pedro Arrubla y a Francisco Montoya, cuya finalidad fue formar oficiales e ingenieros militares; de modo que en ella participaron antioqueños posteriormente vinculados al ejército libertador. De la institución fueron alumnos José María Córdova, Manuel López, Hermenegildo Correa, Indalecio Mejía, Alejo Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, p, 293. 58 Tisnés Jiménez, op. cit., p. 392. El documento que establece la compra de armas reposa en A.H.A. tomo 818, doc. 12.867: Diligencias de pregón y remate del contrato para ir a Cartagena o a Jamaica a comprar fusiles y pertrechos de guerra para la causa de la independencia. Hacia 1811 se dio el proceso de ayuda económica para la ciudad de Cartagena que derivó con el remate del transporte de $20.000 a Jamaica o a los Estados Unidos de América para la compra de fusiles. Los señores Fernando de Uruburu y don Gabriel García participaron del remate para la compra de armas y el trasporte del dinero, pero finalmente la Real Contaduría optó por la propuesta de don Juan Manuel Rublas quien mejoró las dos anteriores al rebajar los gastos personales a $ 586 y no cobrar porcentaje por el valor de las armas; folios 113r-129r. 57

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Escobar, Félix Escobar, Luis Salazar, Juan María Gómez, Nazario Restrepo y Valentín Pontón59. De tal institución y de las milicias organizadas, del Corral logró conformar el Batallón Antioquia destinado a combatir con los españoles en el sur, y fue derrotado en la Cuchilla del Tambo; posteriormente sus sobrevivientes se integraron al ejército libertador en los Llanos a donde habían huido, y con él participaron en las batallas del Pantano de Varga y del Puente de Boyacá. Para tales proyectos de organización armada de la provincia, del Corral había logrado, hacia mediados de 1814, confiscaciones y empréstitos forzosos por casi 40.000 pesos derivados de las arcas de los realistas, medidas todas que José Manuel Restrepo posteriormente consideró excesivas, pues habían consumido sumas considerables sin ninguna efectividad60. A pesar de las desavenencias internas entre las Provincias Unidas y Cundinamarca, aquellas apoyaron a Nariño con la finalidad de auxiliar a Popayán que había sido tomada por las tropas realistas de Juan Sámano. De allí que del Corral hubiera equipado una expedición de más de 200 hombres “con bastante lujo, proveyéndola de un tren respetable de piezas de artillería ligera”, al mando del joven coronel José María Gutiérrez, notable abogado federal enemigo de Nariño. Hacia diciembre de 1813, Gutiérrez, en asocio con fuerzas de Ibagué, liberó las ciudades de Cartago, Buga y Cali, pues los destacamentos españoles eran muy precarios y su expedición se suponía tan numerosa que ello mismo desalentó la reacción armada que pudiera encontrar61. Gutiérrez no se puso al mando de Nariño en Popayán (quien lideraba la liberación de las provincias del Sur Occidente en reacción contra Sámano), sino del presidente de Cundinamarca, adherida a las Provincias Unidas al mando de Camilo Torres62. Para del Corral, a Dionisio de Tejada se debió la “organización, equipo, instrucción y marcha de la expedición auxiliar de Popayán”63. Uribe y Álvarez, op. cit., p. 391. Sierra García, op. cit., pp. 92, 94. 61 Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, pp. 307-309. 62 AHA, tomo 828, doc. 13.088. 63 Duque Betancur, Historia del Departamento Antioquia, op. cit., p. 482. 59 60

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Al igual que Nariño con sus tropas centralistas, la élite antioqueña desarrolló, con su ejército patriota al frente de Gutiérrez, una política expansionista sobre el norte del Cauca, consistente en que las ciudades liberadas debían jurar provisionalmente la Constitución de Antioquia; así fue como Supía fue incorporada al territorio antioqueño. Como resultado de ello, del Corral informó a la legislatura de 1814 que los pueblos de Vega de Supía, Quiebralomo y Anserma Viejo, pertenecientes a la provincia de Popayán, habían quedado incorporados provisionalmente al Departamento de Rionegro por decreto del 7 de diciembre64. En 1811 la junta suprema de gobierno de Santafé ya había negado la solicitud de Antioquia de anexarse a la localidad de Zaragoza a su jurisdicción eclesiástica, lo mismo que del Corral había intentado anexarse Citará, localidad chocoana bajo el gobierno del Cauca. Las avanzadas expansionistas de Antioquia quedaron interrumpidas por la reconquista española, y de igual manera las de Nariño, quien pretendía lo mismo para ganarse a los caucanos en su expedición al Sur. En tal coyuntura militar, la posición bélica de Antioquia se hizo más allá de sus fronteras; los héroes antioqueños y quienes cayeron bajo el yugo español no fueron apresados ni fueron fusilados en Antioquia, y los pocos militares que asistieron a la campaña libertadora obtuvieron ascensos por su acción en las batallas, “mas no a título de posición y prestigio social como los generales hacendados”, pues muy pocos de ellos continuaron en tal ejército. Lo anterior permite comprender que el ejército libertador, como “aparato primigenio de poder”, no tuvo mucha incidencia en “la constitución de las relaciones de poder provincial”65, lo que significa que la cultura militar no logró constituir el entramado institucional ni formas de representación derivadas de su preponderancia política o de su gesta heroica. Un aspecto que destacan Uribe y Álvarez se refiere a que, en la conformación del ejército libertador en Antioquia, éste sobrepasaba el estrecho ámbito territorial administrativo y localista circunscrito a los cabildos, pues sus acciones políticas se proyectaron hasta los mismos ámbitos que defi Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 394. AHA. tomo 828, docs. 13.088 y 13.078. Ibíd., pp. 394-395. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo II, pp. 140-141, 145-146. 64 65

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nían las relaciones mercantiles, donde se encontraban los recursos del oro y la agricultura, lo que incluía la salida al mar que vinculaba la provincia con el exterior. Ello implicaba que el control territorial estaba definido por las lógicas políticas y económicas del espacio “nacional”, que no se ceñían a las antiguas jurisdicciones del virreinato, sino a las proyectadas por sus propias élites como libre, soberana e independiente. En este sentido el ejército libertador en la provincia define, como el comandado por Bolívar, “el primer elemento de unidad territorial” y expresión de soberanía, opuesto al localismo de los cabildos, cuyos marcos de acción trascienden a la Gran Colombia y a la territorialidad de las élites mercantiles, respectivamente66. En síntesis, los cabildos y los ejércitos son los dos “aparatos primigenios de poder del Estado”, son dos modelos de acción política diferentes y hasta contradictorios. Al respecto, la historiografía regional ha podido establecer que, a diferencia de otras provincias y de Venezuela, en Antioquia los ejércitos formados en la coyuntura de 1808-1816 no sobrevivieron para la constitución del nuevo orden político posterior a la Independencia, fueron débiles y controlados por los cabildos, respondieron a los intereses de las élites regionales, y lucharon y fueron exterminados fuera del territorio provincial, no obstante, sus restos fragmentados se integraron al de Bolívar67. A contrapelo de lo acontecido en otras regiones de profundo raigambre realista (Santa Marta, Pasto y aun Santafé de Bogotá), el apoyo del clero a la causa independentista en Antioquia fue fundamental para la movilización social y para la conscripción armada a favor del proceso de independencia. En este sentido, es de destacar que el pragmatismo característico de las élites de la provincia y el evidente compromiso de los curas con los intereses profanos evitaron el desarrollo de debates político ideológicos acerca del papel del trono y del altar en el ordenamiento social. Así las cosas, el alto clero y el bajo no se opusieron al proceso de autonomía política, y, por el contrario, adoptaron los intereses del “modernizante proyecto político de los intelectuales antioqueños”. En este sentido vale la pena citar a don Tulio Ospina:

Uribe y Álvarez, op cit., pp. 395. Ibíd., pp. 395-396.

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“Un elemento auxiliar poderoso para los trabajos de organización militar, la consecución de fondos para sostener el ejército y sobre todo para mantener latente el sentimiento del derecho y la justicia de los americanos […] pocos muy pocos fueron los sacerdotes que no sirvieron a la causa santa en todas las formas posibles; de los sesenta que había en Antioquia en esa época de difícil prueba, sólo cinco o a lo más seis no fueron últimamente patriotas […]”68.

Valga señalar el papel político administrativo de los sacerdotes locales, integrantes de las Juntas de Alistamientos con la idea de “inflamar la opinión” a favor del patriotismo y en defensa de la “pureza de la relijión sagrada de nuestros padres”, al promover el reclutamiento de soldados entre la población local, según el Reglamento Provisional de Milicias para Antioquia de 1812: “Las Juntas de Alistamiento y especialmente los curas que son llamados a autorisarlas, y a excitar el patriotismo de sus feligreses, cuidaran mucho de no admitir por verdaderos impedimentos personales las ficticias, e ingeniosas excusaciones de algunos hombres tibios, orgullosos, o embuidos en vanos temores, tomando para ello, en caso necesario los informes verbales, que tengan por conveniente, porque aunque sean voluntarios los Alistamientos se harán forzosos en el Pueblo, que no llene su comparto correspondiente, según la ley de la constitución”69.

Todo ello fue coherente con la amplia participación del clero en la primera Junta Provincial conformada para asumir el gobierno de la provincia, a partir del 20 de julio en Bogotá, pues de ocho representantes de los cuatro cabildos de los principales centros urbanos, cuatro fueran sacerdotes: el doctor Lucio de Villa, por Medellín; José Miguel de la Calle, por Rionegro, y Francisco Javier Gómez y Jorge Ramón Posada de Marinilla. Todos integrantes de las prestantes familias regionales70. Ospina, Tulio. “Discurso pronunciado por Don Tulio Ospina, presidente de la Academia Antioqueña de Historia, el día de la inauguración de ella”. En: Repertorio Histórico. Medellín, año I, No. 1, enero de 1905, p. 48. 69 AHA. Serie: Independencia, año 1812, tomo 824. Reglamento provisional de milicias para Antioquia 1812, documento 13009, folio 113r. 70 Uribe y Álvarez, op. cit., p. 406. 68

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La disposición de pactos, negociaciones y convenios en Antioquia significó que, como en otras regiones de la Nueva Granada (Santafé de Bogotá, Cartagena, Popayán y el Valle del Cauca), sus élites independentistas juraran fidelidad al rey don Fernando VII; sin embargo, en estas regiones sus élites no se libraron de los cadalsos y patíbulos, mientras que en Antioquia sí, pues en ésta no hubo condenas por su adhesión autonomista; pocos huyeron de los realistas, pero pudieron regresar rápidamente, y las medidas de secuestro de sus bienes fueron anuladas. Para comprender la formación de los cuerpos armados en la época, es necesario saber que en el proyecto político de las élites regionales estaba prevista la integración de sectores populares de la sociedad. En este sentido la Constitución de 1812 implicaba “un nuevo pacto social” realizable, entre otros, mediante el proyecto de Realengos presentado por José Manuel Restrepo como “modelo de desarrollo” frente a la tierra, de modo que hiciera posible su acceso como propietarios a importantes capas de hombres libres. Complementario a ello, y a instancias de José Félix de Restrepo, uno de los intelectuales y dirigentes más preclaros del momento, en la Asamblea provincial de 1813, del Corral dictó la Ley de libertad de partos con miras a incluir gradualmente a la población negra esclava a la vida de hombres libres con aspiración de ciudadanía, y como una forma de control de una importante mano de obra para la cual no existían encuadres sociales incluyentes71. De igual forma se trataba de integrar las comunidades indígenas del occidente de la provincia a la defensa de la nueva República, y para ello dictaminó la creación de un batallón denominado Sagitario con el objeto de asumir la defensa de la provincia por la frontera noroccidental. Tal batallón, localizado en el resguardo de Cañas Gordas, tenía por capitán un comandante Domicó, gobernador de aquel pueblo de indios naturales con “una módica asignación”. Como lo deja entrever del Corral, se trataba de aprovechar a los indígenas para los fines defensivos de la provincia, y, algo paradójico, integrarlos a la civilidad blanca pero aceptando sus métodos “bárbaros” de hacer la guerra:

De Restrepo, José Félix. Obras completas. Medellín: Ediciones Académicas Rafael Montoya y Montoya, 1961.

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“Hasta ahora ellos tienen toda la confianza del gobierno y de sus fines que es necesario inspirarles arrancándolos del embrutecimiento en que se hallan, y acercándolos a la sociedad de los demás hombres […] no cabe dudas que aplicándolos al servicio de descubiertas y emboscadas, por la agilidad y dureza de su constitución podemos sacar de ellos una ventaja y el mejor partido. Mientras tanto el capitán Domicó se ocupaba en fabricar y acopiar una provisión de sus armas indígenas y del veneno que ha notado que por una trasmisión mal sostenida a causa de las severas prohibiciones del antiguo gobierno que sólo les dejó el uso de la bodoquera, no les son familiares”72.

Rivalidades locales y reconquista española No obstante la subordinación de los ejércitos a los cabildos, es importante hacer explícita su importancia como dispositivo de poder en la definición y conformación del Estado, ya fuera el provincial, o nacional circunscrito a la Confederación de Provincias, cuya fidelidad juró la legislatura de Antioquia en 1814. Como se expondrá más adelante, ello fue más evidente con las propuestas, muy realistas por cierto, de Antioquia y de Cartagena para llevar a cabo la centralización de los ramos de Hacienda y Guerra, estratégicos para “evitar los grandes peligros que amenazaban a la independencia y libertad de la Nueva Granada por los triunfos obtenidos en España sobre los ejércitos franceses, y por la conjuración general de las naciones europeas contra Napoleón”, lo que suponía una certera y contundente reacción armada de reconquista española, hacia 181573. Al respecto, la situación de la Nueva Granada era ciertamente crítica y ponía en evidencia lo que las ciencias sociales han destacado respecto del papel fundamental de las finanzas y de las fuerzas armadas en los procesos de constitución del aparato estatal, pues sin recursos económicos no era posible sostener el ejército requerido para ejercer soberanía en un territorio, encuadrar su población, es decir, mantener la independencia política respecto de la metrópoli, y ello implicaba la centralización de estos ramos, por lo menos. Así lo manifestaron varios actores sociales del momento: Citado en Ibíd. Uribe y Álvarez, op. cit., pp. 332, nota 91. Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo I, p. 355. 72 73

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“Sin las facultades de levantar ejércitos y de crear fondos para sostenerlos, nunca le fuera dado al gobierno general defender a la Nueva Granada y adquirir energía. Es cierto que el congreso podía asignar contingentes a las provincias; mas carecía de fuerza para obligarlas a cumplir. Unas contestaban que no tenían lo que se les pedía, otras que era imposible; estas daban largas, y aquellas enviaban pequeños y tardíos recursos. En tanto corría el tiempo, el enemigo avanzaba, y el gobierno de la Unión, después de escribir mucho cada semana, en dos años no había podido formar un ejército que mereciera tal nombre”74.

La cita pone de manifiesto la centralidad de la relación de dominio que es propia del aparato estatal en tanto mecanismo de poder centralizado, tema que han resaltado las ciencias sociales en el sentido de la profunda relación entre guerras y procesos de formación del aparato estatal, lo que ha supuesto la operación de complejos mecanismos y procesos de hegemonía, monopolización y concentración de dispositivos militares, sociales, políticos y culturales propios de un territorio y de una población, que responden a la configuración de identidades políticas configuradas alrededor de órganos de poder centralizados y burocráticos75. En medio del inminente y preocupante proceso de reconquista, se hizo visible la necesidad de formar un ejército profesional moderno, es decir, un ejército regular, pues las localizadas milicias, una fuerza armada propia del Antiguo Régimen, no se adecuaban al tipo de guerra de liberación colonial que sugería la invasión de reconquista liderada por Pablo Morillo, quien hacia principios de 1815 había arribado a Costa firme por Cartagena. Así lo manifestó José Manuel Restrepo, al cuestionar el papel del parroquiano civil que ejercía de soldado en las milicias, frente al soldado profesional dedicado exclusivamente al oficio castrense: Ibíd., pp. 356-357. Anderson, Perry. El estado absolutista. México: Siglo XXI Editores, 1982. Elias, Norbert. “Los procesos de formación del Estado y de construcción de la nación”. En: Historia y Sociedad. Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Departamento de Historia, No. 5. Medellín, 1998, pp. 101-117. Guerra, François-Xavier. Modernidad e Independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. Tilly, Charles. Coerción, capital y estados europeos, 990-1990. Madrid: Alianza Editorial, 1992. Bourdieu, Pierre. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama, 1999, p. 101. 74 75

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“Los abogados y hombres de letras que componían el Congreso aun se empeñaban en creer, no distinguiendo los casos ´que las milicias eran el más firme apoyo de la libertad´. Sin disputar la influencia que puede tener la institución de milicias en lo interior de cada país, aplicado al principio de lo exterior, es absolutamente falso. La historia manifiesta desde siglos bien remotos, que cuantas naciones han confiado su defensa a las milicias, han sido víctimas de sus enemigos. Esto sucederá seguramente en el estado actual de la guerra, en que es preciso que el soldado, para ser bueno, no tenga otro oficio. Así, cualquiera que confía en el presente siglo la defensa de su independencia y libertad al bisoño paisanaje, aunque se le decore con el nombre de milicia, perderá estos bienes inestimables tan fácilmente como la Nueva Granada”76.

Al narrar la amenazante avanzada de tropas de reconquista por el territorio granadino hacia 1815, Restrepo reiteraba la precaria situación de los ejércitos de milicias, al calificarlos de bisoños, sin preparación para enfrentarse con tropas más modernas como las de España, mal datados de armas y pertrechos, y cuya adscripción localista impedía formar una fuerza centralizada unificada. Al referir la situación del ejército de Santafé de Bogotá al mando del General Antonio Baraya, decía: “Componíase entonces de dos mil trescientos hombres de milicias, que en la mayor parte residían en sus casas. Su armamento eran setenta y nueve fusiles, diez y siete sables, ciento diez y nueve lanzas y cuatrocientos cartuchos. Para la caballería existían sesenta y cuatro caballos y treinta sillas sin freno. Habiendo una penuria absoluta de armas en lo interior de la Nueva Granada, y siendo bien conocidas las graves dificultades que se oponían a los gobernantes para los aprestos militares, es de inferirse que hasta el fin permaneció aquella sombra de ejército en el mismo estado”77.

Después de la muerte de del Corral, que causó gran conmoción entre el pueblo antioqueño, asumió la presidencia de la Provincia, Donisio Sánchez de Tejada o Dioniso Tejada, brigadier del ejército, el 8 de mayo de Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia, op. cit., tomo II, pp. 66-67. 77 Ibíd., pp. 116-117. 76

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1814, después de suceder al presbítero de La Calle, quien gobernó muy poco tiempo y a quien correspondió darle continuidad a la obra del Dictador. La hasta entonces relativamente cohesionada élite de la provincia de Antioquia vivió una coyuntura de rivalidades locales y de divisiones internas a propósito de la administración de Tejada, quien decidió en junio de 1814 trasladar su residencia y, por lo tanto, la sede de gobierno capitalino de la Ciudad de Antioquia a Rionegro. Por ello Tejada debió enfrentar serias desavenencias con el Cabildo de la capital, y aun del de Medellín donde se hicieron manifestaciones en su contra, de modo que el distrito capitular de Antioquia asumió la desobediencia civil al Presidente, quien argumentó motivos de conveniencia pública para justificar su decisión78. Tales fracturas internas entre los cabildos regionales se prolongaron por más de un año, lo que motivó que el Congreso de las Provincias Unidas ordenara que se reuniera en Envigado un Colegio Constituyente en junio de 1815. Tal Colegio acordó el 10 de julio una nueva constitución, la cual ratificó como capital única a Antioquia, decisión que no fue del agrado de Tejada y de sus simpatizantes, especialmente en Medellín, donde tuvieron lugar considerables tumultos el 29 de septiembre de 1814. La actitud de Tejada fue rechazada por el cabildo de Antioquia, que lo denunció ante el gobierno de las Provincias Unidas por no cumplir la constitución. Éste y otros factores externos caracterizaron la coyuntura de 1814 y 1815, como las derrotas que sufrieron Nariño y Bolívar en el Sur y en el Norte, respectivamente, y el giro de las Provincias Unidas al asumir políticas centralizadas frente a la creciente amenaza española, con la unificación de recursos fiscales y de tropas para superar la falta de coordinación entre las regiones. Con ello el Estado de Antioquia renunciaba a su absoluta soberanía, en tanto los estratégicos ramos de Hacienda y Guerra quedaron centralizados bajo la dirección de las Provincias Unidas de la Nueva Granada el 23 septiembre de 1814. Estas transformaciones en el régimen político estuvieron implicadas en la Constitución Provisional de la Provincia de Antioquia de 1815, que legalizaba tales reformas y declaraba al Estado de Antioquia como una Provincia “integrante de la república libre, soberana e independiente de la Nueva Granada”. Ello significaba que el Presidente Duque Betancur, op. cit., p. 483.

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del estado de Antioquia pasaba a ser Gobernador, y el mando que ejerciera sobre las milicias quedaba completamente condicionado por las leyes de la Unión (Tít. IV: Poder Ejecutivo. Arts. 1 y 22). La Carta Provisional de 1815 significaba dejar de lado la reglamentación de 1812, pues se alteraba la estructura y organización de las milicias, al simplificar su clasificación en dos tipos: milicias en actividad, aquellas merecedoras de salario, y las sedentarias, o constituidas libremente por los ciudadanos “que no estando acuartelados se disciplinan y ejercitan en el uso de las armas para hallarse pronto a defender el país” (Tít. X: Fuerza Armada, Art. 5 y 6). Ello significaba una nueva orientación de las milicias y fuerzas armadas con miras a una relativa unificación nacional. Representaciones jurídico–políticas de los cuerpos armados en las constituciones Las primeras constituciones implicaron un nuevo orden político que se nutría del liberalismo en boga, pero también de tradiciones ideológico–políticas de Antiguo Régimen, cuyos novedosos contextos las re–significaron, de forma que implicaron nuevas concepciones acerca de la soberanía, el pueblo y la ciudadanía79. En términos generales, los textos constitucionales (1811, 1812, 1815) dictados en el periodo se acogieron a los principios liberales sugeridos en los textos de Bayona (1808) y Cádiz (1812), en los principios de soberanía, la división de poderes y las variadas garantías individuales que dieron contenido político e ideológico a la ciudadanía y a un naciente orden republicano y democrático. Allí se expresan de manera primigenia los principios que constituyen la modernidad política de la provincia y del orbe hispanoamericano, consistentes en los derechos del hombre y del ciudadano; el pacto social como fundamento del orden político; la primacía de la Constitución sobre las leyes; la separación de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial y su consiguiente delimitación;

Reyes, Carlos José. “Los movimientos revolucionarios del siglo XVIII y su influencia libertaria”. Jaramillo, Mario et. al., 1810. Antecedentes, desarrollo y consecuencias. Bogotá: Taurus, 2010, pp. 62-63. 79

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preliminares delimitaciones entre derecho público y derecho privado; la soberanía popular; y la libertad y el derecho a la propiedad privada80. La Suprema Junta de Antioquia aprobó, el 27 de junio, el poco conocido Reglamento de Constitución provisional para el Estado de Antioquia de 1811, que sería base para la Constitución del Estado libre de Antioquia de un año después, pero que declaraba la provincia como Estado soberano, con la posibilidad de reconocer fidelidad al rey Fernando VII, pues todavía no se resolvía la forma de gobierno frente al rey cautivo por los franceses81. Allí se establecía (Título 3, Artículos 3 y 6) que lo atinente al aumento, acción y marcha de la “fuerza armada” en algún lugar de la provincia era potestad de los “tres poderes reunidos por pluralidad absoluta”, y, una vez determinado algo al respecto, correspondería dirigirla al presidente del Estado, ajustándose a lo resuelto previamente y aun por fuera de todo acto legislativo. El texto establecía una clara ruptura con el Antiguo Régimen, al desagregar el mando militar del poder ejecutivo, pues en la tradición colonial los gobernadores fueron militares y comandantes de los ejércitos locales y provinciales. En consecuencia el texto establecía que la fuerza armada estaría a “disposición” del poder ejecutivo, pero no sería “mandada” por él, sino por el oficial u oficiales determinados para ello (Tit. 3 Art. 7). En consonancia con la finalidad de salvaguardar las libertades, se establecía un equilibrio entre los aparatos de poder militar, en tanto estipulaba mandos independientes para las milicias urbanas y las disciplinadas: “Para contrabalancear la fuerza armada y que no peligre la libertad del pueblo nombrará dos comandantes independientes, uno de milicias urbanas y otro de disciplinadas” (Tit. 3 Art. 8). En cuanto al fuero militar que se concedía a los integrantes de los cuerpos armados, el Reglamento lo preservaba “conforme a las leyes y ordenanzas que le son propias” (Tit. Botero Chica, Luis Alfonso. Prólogo, Constituciones. Estatutos españoles y antioqueños de la época de la independencia y comienzos de la república. Colección Bicentenario de Antioquia. Memorias y Horizontes. Medellín, Gobernación de Antioquia, 2011, pp. 34-41. Sabato, Hilda (coordinadora). Ciudadanía política y formación de las naciones. Perspectivas históricas de América Latina. México: Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, 1999, introducción, pp. 13-14. 81 Dos semanas después de creado el anterior Reglamento, el 12 de julio, la Junta Provincial aprobó la Constitución Política Provincial, bajo los lineamientos del Provisional. 80

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4 Art. 14). Vale la pena destacar que en el mismo texto se consideraba los “cuerpos de policía” bajo la concepción de Antiguo Régimen propia de la noción de “policía”: “cuatro secciones justicia, abasto, salud y seguridad” (Tit. 3. Art. 27), y no bajo la representación moderna que haría carrera entrado el siglo XIX, como un organismo centralizado de represión armada, dirigido a regular y controlar el orden público interno en manos del Estado nacional. Para entonces se entendía la policía como una serie de actividades civilizatorias de las instituciones de gobierno, como el ordenamiento urbano, la seguridad social, la potenciación de la producción, y el orden público82. Tres días después de aprobada la Constitución de Cádiz, el 21 de marzo de 1812 los representantes de toda la provincia de Antioquia sancionaron una nueva Constitución, que fue aceptada por el pueblo el 3 de mayo; se trataba de la primera Constitución de Antioquia que expresa la modernidad política republicana. Ésta se inspiró en la Constitución de Tunja del 9 de diciembre de 1811 y consagró, como fundamentales y prioritarios, los derechos civiles del individuo (libertad, igualdad, seguridad y propiedad), limitó los derechos políticos en función del sexo, la condición social y la capacidad económica del sujeto, y consagró la soberanía popular y la división de poderes. En la Sección Tercera sobre Deberes del Ciudadano, Artículo 10, se expresaba de forma novedosa la institución de la “ciudadanía armada” que tanta carrera haría durante el siglo XIX, particularmente con el liberalismo radical de mediados del siglo83. Con ello se hacía síntesis jurídica del primigenio proceso de formación de la nación, como resultado de la particular conmutabilidad que se presentó desde la temprana Independencia, entre ciudadanía y milicia, y que abrió un amplio espacio para la participación política e igualación social de amplios grupos sociales de mestizos, mulatos

Clement, Jean-Pierre. “El nacimiento de la higiene urbana en la América Española del Siglo XVIII”. En: Revista de Indias, vol. XLIII, enero–junio de 1983, número 171, pp. 77-95. 83 Jurado Jurado, Juan Carlos. “La participación del pueblo liberal en la Guerra Civil de 1851: la ciudadanía en armas”. En: Estudios Políticos, IEPRI. No. 71, enero-abril de 2011, pp. 3-28. 82

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y pardos, con las élites84. En consonancia con ello, en tal artículo se declaraba: “Todo ciudadano debe sus servicios a la patria, a la conservación de la libertad y de la propiedad, siempre que la ley llame a defenderlas”. No obstante la adscripción colonial de las milicias, en ella se registran elementos de inspiración pactista en tanto se consideraba al soldado como un “ciudadano necesitado de vivir en sociedad con los demás hombres, para ponerse al abrigo de sus auxilios”85. Allí se expresaba toda una tradición cívica y republicana, debido a que su labor armada se ligó al “patriotismo” y a la ciudadanía, pues, como lo señala Margarita Garrido, en los primeros discursos republicanos se hallan referencias a los “códigos de virtudes públicas” que fueron centrales para definir la ciudadanía y en especial el patriotismo86. De modo que en el número 12 de Aviso al Público, de diciembre de 1810, se publicó “un código de comportamiento para un republicano en el cual la patria se definía como la madre por la cual se debía vivir y morir y a quien se debía lealtad, respeto y honor”. Derivado de raíces republicanas de la antigüedad, los ciudadanos eran concebidos como “los hijos de la patria”, que debían estar dispuestos a su defensa y resguardo, y por ello el “servicio militar como virtud patriótica” estuvo prescrito en las constituciones provinciales como condición de ciudadanía87. Así sucedió con la Constitución de Cartagena de 1812, que dictaminaba: “No son ciudadanos, no gozan los privilegios de tales, los que sin legítimo impedimento se excusen de servir a la patria”, mientras que la Constitu Conde Calderón, Jorge. Buscando la nación. Ciudadanía, clase y tensión racial en el Caribe colombiano, 1821-1855. Medellín: La Carreta Editores, 2009, pp. 152, 189-196. 85 AHA. Serie: Independencia, año 1812, tomo 824. Reglamento provisional de milicias para Antioquia 1812. Documento 13009, folio 147v. 86 Garrido, Margarita. “Nueva Granada entre el orden colonial y el republicano: Lenguajes e imaginarios sociales y políticos”. En: Palacios, Marco (coordinador). Las independencias hispanoamericanas. Interpretaciones 200 años después. Bogotá: Grupo Editorial Norma, 2009, pp. 104-105. 87 “Siendo muy justo y debido a la honrosa y brillante carrera de las armas el que los beneméritos hijos de la patria alistados en ellas para su gloriosa defensa […]”. AHA. Serie: Independencia, año 1811, tomo 818. Documentos referentes a la Constitución, leyes y decretos de la Junta Suprema de Gobierno de la Provincia de Antioquia. Documento: 12858, folio 48r. AHA. Serie: Independencia, año 1813, tomo 828. Expediente sobre la compra de una casa destinada a servir de cuartel general del ejército. Documento: 13085, folio 141r. 84

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ción de Antioquia del mismo año (Título III de la Fuerza Armada) rezaba: “Todo ciudadano es soldado nato o defensor de la patria entretanto que sea capaz de llevar las armas: así nadie puede eximirse del servicio militar en las graves urgencias del Estado, cuando peligra la libertad e independencia” (Art. 3)88. Las Cortes de Cádiz, en la Constitución de 1812, establecieron la Milicia Nacional, que difícilmente se organizó, pero que logró su mayor desarrollo hacia 1820, en todos los territorios españoles que hasta entonces le eran fieles a la Corona89. Al respecto es necesario enfatizar que: “La figura del soldado patriota se revistió de virtudes republicanas y amor a la patria tomados de ejemplos de la antigüedad. Esta retórica facilitó a los libres de todos los colores reinstalar sus versiones virtuosas del honor en la nueva contienda por la ciudadanía y representación. Como en el caso de la identificación como vecino, las de patriota y soldado ocultan u omiten la identificación de las personas por el color de su piel y sus rasgos físicos. No obstante, ahora se da una nueva combinación: la pertenencia a un ejército libertador tiene una dimensión política mucho mayor que la pertenencia a la pequeña comunidad local, o a su milicia provincial, una dimensión trascendente, que supone un vínculo de honor con una comunidad mayor que existe más allá de la propia existencia y por tanto se puede y debe dar la vida por ella. Se entiende que por la patria, como por el honor y por la fe, se da la vida y con la muerte, los soldados pasan a la gloria”90. Garrido. “Nueva Granada entre el orden colonial y el republicano: Lenguajes e imaginarios sociales y políticos”. En: op. cit., p. 105. 89 Chuts, Manuel y Marchena, Juan. “De milicianos de la monarquía a guardianes de la nación”. Manuel Chuts y Juan Marchena (eds.). Las armas de la nación. Independencia y ciudadanía en Hispanoamérica (1750-1850). Madrid: Iberoamericana, 2007, p. 10. De forma similar al caso mexicano, para el argentino, Hilda Sabato dice que desde muy temprano las milicias se ganaron el reconocimiento en el discurso patriótico nacional, con los regimientos coloniales de Buenos Aires que actuaron contra los ingleses y luego en la Revolución de Mayo, y con ello conquistaron un lugar mítico en la historia republicana. La pertenencia a la virtuosa milicia y más tarde a la Guardia era a la vez un derecho, un deber y un privilegio, y la población lo distinguía con respecto al rol del soldado de línea, asociado con mercenarios y pobres que se alistaban por falta de medios para vivir o con los delincuentes destinados a la fuerza por las autoridades. Sabato, Hilda. Buenos Aires en armas. La revolución de 1880. Argentina: Siglo XXI Editores Argentina S. A., 2008, p. 51. 90 Garrido, Margarita. “Nueva Granada entre el orden colonial y el republicano: Lenguajes e imaginarios sociales y políticos”, En: op. cit., p. 105. Sobre la Constitución de Cádiz, véanse los Artículos 131 y 171, el título VIII: De la fuerza militar nacional, Ca88

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Para el historiador Jorge Conde Calderón, esta figura revelaba el sentido urbano de la política de la primera República y los valores cívicos ligados a la vida de ciudad, como forma civilizada de vida. El “hombre en armas” fue un actor social determinante para la estructuración de la comunidad de ciudadanos, en la cual alternarían, sin conflicto, el ciudadano soldado y el soldado ciudadano. Las figuras del ciudadano soldado (significado como caudillo y factor desestabilizador) y del ciudadano propietario (que expresó el tradicional poder de las élites de propietarios y vecinos) llegaron a oponerse; sin embargo, ambas fueron tempranas y novedosas formas de “inserción social” a la nación, radicalizadas por la guerra de Independencia y dispuestas por el proceso de institucionalización de los cuerpos armados (Ejército, Marina y Guardia Nacional) del naciente Estado91. La noción de “ciudadanía en armas” es actualizada por la historiadora argentina Hilda Sábato para referirse a “la ciudadanía política estrechamente asociada con la participación [de los sectores populares] en las milicias”. Se trataba de un mandato constitucional que legitimaba el uso de la fuerza para defensa de la patria y la Constitución, y cuyo ejercicio no se contraponía al ciudadano elector92. En Hispanoamérica la formación de milicias cívicas estuvo muy ligada a la soberanía popular, a la tradición republicana, y a la organización de la Guardia Nacional de tradición anglosajona y francesa, que estipulaba “El derecho de los ciudadanos a portar armas en defensa de su patria” contra el absolutismo, y “el derecho a la revolución como recuperación de sus libertades”, institución que contaba con viejas y profundas raíces en la neo–espítulo I: De las tropas de continuo servicio y el Capítulo II: De las milicias nacionales. Constituciones. Estatutos españoles y antioqueños de la época de la independencia y comienzos de la república. Colección Bicentenario de Antioquia. Memorias y Horizontes. Medellín: Gobernación de Antioquia, 2011, pp. 121, 129 y 160-161. 91 Conde Calderón, Buscando la nación. Ciudadanía, clase, y tensión racial en el Caribe colombiano. 1821-1855, op. cit., pp. 49-50; 91, 151-164. 92 Sabato, Hilda. “El ciudadano en armas: violencia política en Buenos Aires (18521890)”. Entrepasados, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, No. 23, 2003, pp. 150-151. Macías, Flavia Julieta. “Ciudadanía armada, identidad nacional y Estado provincial. Tucumán, 1854-1870”. Sabato, Hilda y Lettieri, Alberto (comps.). La vida política argentina del siglo XIX. Armas, votos y voces. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica de Argentina S. A., 2003, pp. 143-144.

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colástica y en la tradición republicana, que se activó en Latinoamérica con la Independencia, y particularmente hacia mediados del siglo XIX93. No obstante la novedad política que supuso la existencia misma de la Junta Suprema de la provincia y la modernidad política de la Constitución de 1812, tales instituciones se encontraban relativamente atadas a la institucionalidad armada propia del Antiguo Régimen, como lo fueron las “milicias” urbanas o disciplinadas. Pues al estar adscritas a una condición étnica y racial (de pardos, mestizos, blancos…) de raigambre colonial, se expresaba filiación de vasallaje de los sujetos con la Majestad del Rey, es decir, el reconocimiento del poder absoluto del monarca, y la identidad política de los sujetos estaba referida, no al orden abstracto del pueblo de ciudadanos, sino a una condición de castas. Más aún, en los nuevos textos de inspiración autonomista, como el Reglamento Provisional de Milicias de 1812, se insistía en un tipo de alistamiento militar que evitara la mezcla de soldados de una casta con otra, de manera que las diversas Compañías se mantuvieran separadas: “Para evitar los choques que podrian haber entre las diferentes clases mismas por disputas odiosas de privilegios, y nacimiento, podran aquellas Juntas [provinciales] de Alistamientos, que solo desta ciudad, villa y contornos, tengan que proveer la gente necesaria para todo un Batallon, alistarlas separadamente, pa que el sargento mayor, comandante del distrito, forme la primera compañía de Blancos, la 2ª de Mestizos y la 3ª y 4ª de Pardos limpios; pero no quedando el mismo expediente para los pueblos tributarios de una sola compañía, podrá ponerse la primera talla de Blancos y Mestizos, y llenar la 2ª y 3ª con las demás clases”94.

De igual forma, en muchos de estos primeros textos reglamentarios y constitucionales gravitaba de manera ambigua y pendular la adscripción de las milicias en una comunidad política, como el “pueblo”, la “patria” o el “Reyno”, pero no era nada nítida la alusión a la “nación” en sentido pleno. No obstante comienza a circular en el texto constitucional de 1812 el concepto globalizador de “fuerza pública” que parece cobijar las nomina Sabato, Buenos Aires en armas, op. cit., pp. 54-55; 312, nota 70. AHA. Serie: Independencia, año 1812, tomo 824. Reglamento provisional de milicias para Antioquia 1812. Documento 13009, folio 119r. 93 94

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ciones particulares de “milicias” y de “tropas regladas”, con una identidad homogénea más allá de particularismos étnico raciales de la época colonial. No obstante estas ambigüedades entre las representaciones políticas de Antiguo Régimen (que no daban lugar a una identidad entre civiles y militares), y las nuevas de estirpe republicana (que hacían posible la conmutabilidad entre ciudadanos y soldados), la simbiosis entre pueblo y ejército se fue naturalizando en las nuevas repúblicas americanas desde la época de la Independencia, debido a que en medio de los angustiosos momentos de guerra sólo el ejército podía conferir legitimación institucional mediante su acción armada y el ejercicio del voto. De esta forma se fue fortaleciendo el papel crucial de los militares, y la institución armada fungió como “metonimia del pueblo”, que resguardaba los valores cardinales de la República95. Según la Constitución de Antioquia de 1812, correspondía a la Legislatura determinar los recursos pecuniarios y la cantidad de fuerza armada que debía mantener el estado, “así de tropas regladas como de milicias”, tendiendo sí presente que “las tropas mercenarias son peligrosas para la libertad, y que las milicias de ciudadanos son su más firme apoyo” (Tít. III Art. 31). Como el Presidente del Estado sería el mismo de la Legislatura, a él se le nombraba “Capitán General de toda su fuerza armada” para determinar sus acciones y hacerla marchar dentro del territorio provincial, “a excepción de cuando las tropas se hallen al servicio de los estados de la unión”, o unión de provincias (Tít. IV Art. 32). Thibaud, op. cit., pp. 513-514. “La soberanía del pueblo convirtió al Ejército en la metonimia de la nación. Los militares se volvieron soldados-ciudadanos; el combate contra el extranjero adquirió el carácter de una cruzada y en el campo de batalla se jugó la suerte de los países”, p. 16. Según el historiador británico Malcolm Deas: “El ejército votó desde el comienzo de la Independencia. No era extraño que en una república recientemente emancipada por la fuerza de las armas los soldados fueran considerados por lo menos tan dignos de la ciudadanía plena como cualquier otra persona. Los primeros debates sobre la condición militar sobre la conveniencia del fuero o de una jurisdicción militar propia, favorecieron una estrecha integración del soldado con el resto de la sociedad. Eso implicaba que podía votar. Aunque el sufragio era restringido por el ingreso o la educación, algunos soldados, inclusive sargentos y cabos, podían votar. Los soldados eran muy conscientes de sus intereses políticos”. DEAS Malcolm, “El papel de la Iglesia, el ejército y la policía en las elecciones colombianas entre 1850 y 1930”. Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá: Biblioteca Luis Ángel Arango, vol. XXXIX, número 60, 2002. Editado en 2003, p. 24.

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Bajo el Título VIII: de la Fuerza Armada, la Constitución de 1812 establecía como su objeto la defensa de todo ataque enemigo interior o exterior, su carácter no deliberante (con la finalidad de evitar su despotismo) y la obligación de todo ciudadano “sin distinción de clase, estado o condición”, no solo para alistarse en la milicia, sino para “vestirse, armarse y mantenerse a su costa”96. El armamento dispuesto por el Gobierno para auxiliar a quienes no estuvieran en capacidad de armarse se denominaría “Leva en masa de la Provincia”, de modo que: “El individuo que en tal Leva no se hiciese inscribir en la lista militar, no teniendo una excusa legítima, perderá los derechos de ciudadano por cuatro años” (Art. 4). La misma Carta en mención preveía para las tropas regladas funciones de “policía y tranquilidad interior” (Art. 5), y para las milicias disciplinadas establecía una cuantía máxima que nunca se logró conformar, ni aun durante la Dictadura de del Corral, de la décima parte de la población total del Estado (Art. 6), lo que ascendía a unos 12.000 hombres, si se considera una población total de más de 110.000, según cifras de 180897. Los alistamientos de hombres para la tropa estaban previstos de manera ilusoria en la Carta, por medio de alistamiento de voluntarios deseosos de disputarse el honor de ser “defensores de la religión, de la libertad, de la independencia y de todos los demás bienes que gozan en su patria” (Art. 7), y, si de tal manera no se completase el contingente de hombres, se haría por medio de Quintas, es decir, por medio de cuotas fijas de hombres, definidas local y territorialmente, lo que abría la puerta (aunque no se las menciona) para la realización de las, tan odiadas por la población, conscripciones forzosas de artesanos, agricultores y aun vagabundos, delincuentes y miserables tan propias de la época colonial y republicana98. AHA. Serie: Independencia, año 1812, tomo 824. Reglamento provisional de milicias para Antioquia 1812. Documento 13009, folio 141r. 97 Restrepo, José Manuel. “Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada”. En: Semanario del Nuevo Reino de Granada. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, Historia, tomo i, Editorial Minerva, 1942. AHA. Serie: Independencia, año 1812, tomo 824. Reglamento provisional de milicias para Antioquia 1812. Documento 13009, folio 113r. 98 Jurado Jurado, “Soldados, pobres y recluta…”, op. cit., pp. 211-235; y, Vagos, pobres y mendigos…, op. cit., pp. 114-121. 96

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Para el caso de la Nueva Granada, sería necesario indagar con mayor profundidad lo que ya han logrado establecer otras investigaciones para los casos de México y Argentina, y es que durante el siglo XIX, la pertenencia a la Milicia cívica o Guardia Nacional reportó estatus social a quienes ingresaron a ella, lo cual no sucedió con el ejército de veteranos o profesional, que fue visto con recelo por los pobladores locales, debido a que nutría sus filas por medio de quintas, levas o el reclutamiento forzado de una heterogénea masa de campesinos y plebe urbana. Así las cosas, es comprensible que el ejército estuviera asociado con la deshonra (pues ser soldado recluta fue usualmente un castigo), “no de manera imprevista, sino deliberada”, y que no generara vínculos de pertenencia y ciudadanía, como si lo hicieron las Milicias o Guardias99. En cuanto a la profesionalización de los cuerpos armados, la Constitución de 1812 trataba de ir más allá de la relación personalizada del destacado líder local con sus tropas, pues por primera vez se estableció un Reglamento Militar con la finalidad de definir parámetros impersonales y los pormenores de los alistamientos, tanto de las tropas regladas como de las milicias, la formación y distribución de sus cuerpos y el establecimiento de la disciplina castrense (Tít. VIII Art. 11). A contrapelo de la Constitución Provisional de 1811, se dictaminó que las milicias estarían “sujetas a la autoridad civil y no gozarán de fuero alguno”, por lo cual estarían sometidas a los Tribunales Militares dispuestos por la Legislatura (Arts. 12 y 14). La duración del servicio militar era de diez años en tiempo de paz, y de seis en guerra. En todas las compañías de milicias los mismos soldados Según Escalante Gonzalbo, en el México del siglo XIX, el ejército fue visto con recelo y odio y como una amenaza para la población rural, debido a las levas tan resistidas por los labradores y trabajadores del campo; a ello se suman las arbitrariedades, la dureza de la vida militar y lo deshonroso que era pertenecer al ejército en condición de forzados, pues la procedencia social y cultural de los reclutados estaba asociada con los vagos y delincuentes, que eran su mejor cantera. Pertenecer al ejército era un castigo y como no había suficientes soldados para los regimientos, las poblaciones debían poner de manera forzosa los reclutas, de allí que “pocos eran los que sentían que el ejército fuese suyo, o los que pudieran imaginar un nexo entre los derechos de ciudadanía y la participación en la fuerza armada. Con las milicias era algo distinto (…)”, pues con ella tuvo lugar una vertiente de la “ciudadanía cívica”. Escalante Gonzalbo, Fernando. Ciudadanos imaginarios. México: El Colegio de México, 2009. p. 177. Para el caso argentino: Sabato, Hilda. Buenos Aires en armas…, op. cit., 2008, p. 51.

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estaban facultados para elegir a sus oficiales, y éstos a su vez a su coronel y a su teniente coronel, mientras que los oficiales generales serían nombrados directamente por el Presidente con previo conocimiento de la Legislatura (Art. 9). No obstante la institucionalidad moderna que fundara la Constitución de Antioquia de 1812, ésta quedó suspendida con motivo de la Dictadura de don Juan del Corral, quien asumió el mando del Estado con poderes absolutos, el 30 de julio de 1813. Sin embargo, tal Carta sólo fue remplazada el 10 de junio de 1815, cuando se promulgó la Constitución Provisional de la Provincia de Antioquia del mismo año, debido a que se consideraba que tenía contenidos opuestos a la conservación y seguridad de la Provincia, según lo dictaminó el Soberano Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, por la Ley 23 de septiembre de 1814. De allí que, como ya se mencionó, la Carta Provisional de 1815 contemplara la Provincia de Antioquia como parte integrante de la República libre, soberana e independiente de la Nueva Granada, reconocía al Congreso de las Provincias Unidas como la autoridad suprema de la nación, con el manejo centralizado de los asuntos relativos a la guerra y la hacienda y demás atribuciones conferidas por el Acta Federal100. En tal sentido se estipulaba que el objeto de la Fuerza Armada fuera “defender la Confederación de todo ataque e irrupción enemiga y evitar conmociones en lo interior, manteniendo el orden y asegurando la ejecución de la ley” (Título X: Fuerza Armada, Art. 2). En términos generales la Constitución de 1815 se acogió a lo previsto en la Carta de 1812, y tuvo una corta vigencia, pues en 1816 las autoridades españolas remplazaron a las republicanas.

Botero Chica. Prólogo, Constituciones. Estatutos españoles y antioqueños..., op. cit., p. 37. 100

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El inicio de la reconquista en Antioquia Rodrigo Campuzano Cuartas

Introducción a historiografía nacional ha implantado un calificativo para identificar el proceso reconquistador; se trata del popular término Régimen del Terror. He aquí un expresivo ejemplo: “La “noche negra” está representada en los cuatro años de la Reconquista, cuando el realismo absolutista, por medio de los sátrapas militares, instauró, como tono de vida, el terror, el extremismo y la violencia contra la modernidad revolucionaria”.1 Pero, ¿la represión no varió de provincia a provincia?2 En Antioquia no hubo necesidad de imponer tan estrictas medidas, y, desde el comienzo hasta el final -abril de 1816 a agosto de 1819-, fue una provincia tranquila.3 Aquí surge una inquietud: efectivamente la Reconquista llevó al paredón a los más connotados patriotas y al mismo tiempo inició la reconstrucción de un reino deteriorado, ¿Cómo fueron adelantadas estas tareas en la provincia de Antioquia, sí fue diferente la situación? Responderlo daría para

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1 Ocampo López, Javier. “El proceso político, militar y social de la Independencia”. En: Manual de Historia de Colombia, tomo II. Bogotá: Colombiana de Cultura, 1979, p. 44. 2 Al respecto, esta cita escrita el 22 de octubre de 1818, en una carta del entonces virrey Juan Sámano al coronel Barreiro y relativa al gobernante del Socorro, teniente coronel Antonio Fominaya: “Acerca de Fominaya es preciso oír con cuidado las especies que se digan de los que mandan, porque si a éste le achacan que amenaza y no castiga, otros hay que ni castigan ni amenazan y antes halagan y los tragamos”. En: Lee López, Fray Alberto. Los ejércitos del Rey 1818-1819, tomo I. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, administración Virgilio Barco, 1989, p. 75. 3 Lo prueba la opinión del gobernador más duradero, Vicente Sánchez de Lima, quien dijo a sus superiores que era un territorio de pueblos dóciles e incorruptibles, inmune al influjo nocivo de convulsiones y aparatos de guerra, como los que sucedían en el Chocó y en la Corte de Santafé. Archivo Histórico de Antioquia (AHA). Independencia, tomo 865, documento 13499, fs. 249-250.

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escribir bastante; un más corto propósito es el objeto de este texto: se reduce su alcance a lo ocurrido cuando fue retomada por Francisco Warleta. El tema se encuentra condicionado por dos órdenes de información: el archivo y lo dicho por los historiadores. Aquí predominan el Archivo Histórico de Antioquia y el Archivo Histórico de Medellín por referirse al gobierno provincial, con la particularidad de contener información limitada, con vacíos importantes. Se encuentran pocos documentos de este breve gobierno, lo cual conlleva dificultades para la comprensión de sus gestiones. Por su parte, el archivo de Medellín gira alrededor de la labor de su cabildo, y sólo es útil cuando presenta datos sobre la intervención del régimen en el nivel local. En cuanto a fuentes primarias publicadas, se han mirado las llamadas Memorias de Pablo Morillo, la reproducción de la correspondencia militar sobre la guerra, el Diario de José María Caballero, y la obra de José Manuel Groot. Todas presentan el inconveniente y a la vez particularidad, de no referirse a Antioquia por ser su interés más amplio. De por sí tan amplia cobertura implica pensar que la provincia no fue objeto de preocupación para el alto mando militar, lo que repercute en una bruma informativa. Ella, un poco se aclara con José Manuel Restrepo en su corto escrito biográfico.4 En cuanto a la historiografía, su rasgo propio es que no abunda y es poco actual.5 El énfasis está puesto en la represión, un aporte de la Acade Morillo, Pablo (General). Memorias. Bogotá: Incunables, 1991. Lee López, Alberto. Los Ejércitos del Rey 1818-1819. Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, administración Virgilio Barco 1989. Caballero, José María. Particularidades de Santa Fe: un diario de José María Caballero. Medellín: Bedout, 1974. Restrepo, José Manuel. Autobiografía. Bogotá: Incunables, 1985. 5 Un tiempo apreciable ha trascurrido desde que en 1957 José María Ots Capdequí opinó sobre el retraso historiográfico y parece que fuese hoy. Su artículo se tituló: “La repercusión en la vida institucional del Nuevo Reino de Granada, en las luchas por la Independencia”. Revista del Instituto de Historia del Derecho, Universidad de Buenos Aires, No. 8, 1957, pp. 97-102. Dijo: “…es mucho lo que se sabe de los hechos de guerra y es poco lo que se conoce de la manera de actuar de las autoridades españolas y del funcionamiento real de las distintas instituciones. Bien puede afirmarse que lo ocurrido entre bastidores durante esos días de tan excepcional interés, sigue siendo ajeno, en buena parte, al campo historiográfico”. La cita corresponde a un libro del historiador Gustavo Bell 4

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mia Colombiana de Historia. Un sesgo es el ensayo de Juan Friede sobre la división del régimen español respecto de “la pacificación”.6 ¿Qué más hay? Los textos son contados; por ejemplo, la vieja biografía del general Pablo Morillo, de Antonio Rodríguez Villa, obra de 1920, notable por su minuciosa descripción documentada.7 Algo menos amplio e importante es la justicia militar de 1816 en Cartagena, la cual llamó la atención de Adelaida Sourdís Nájera. Más afín a este trabajo es el estudio de Gustavo Bell Lemus sobre la gestión de un gobernador de esa provincia, y, en contraste, con mucho menos fortuna, la percepción de Justo Cuño respecto de la campaña militar y la restauración del régimen colonial.8 Son pocas las contribuciones recientes en el contexto del Bicentenario de la Independencia y esta pobreza desconcierta. Sólo se hallaron dos trabajos: el de Nubia Fernanda Espinosa Moreno sobre la forma como se comportaron con el ejército español, y con qué fundamentación, los indígenas del norte de la provincia de Tunja. El otro esfuerzo es la historia de la cultura política vista por Alexander Chaparro al explicar la restauración de una opinión pública, la “del Rey”.9 Lemus, inspirado en este punto. Véase su trabajo: Deserciones, fugas, cimarrones, rochelas y uniones libres: el problema del control social en la provincia de Cartagena al final del dominio español 1816-1820. Proviene de Cartagena de Indias: de la Colonia a la República. Bogotá: Fundación Simón y Lola Guberek, 1991. 6 Quien por ella hizo la caracterización fue Oswaldo Díaz Díaz en sus dos amplios tomos de la Historia Extensa de Colombia. Los títulos dan cuenta de los temas que le interesaron narrar. El primero es La Reconquista Española, Tomo I, Invasión pacificadora-Régimen del Terror-Mártires-Conspiradores y Guerrillas (1815-1817). Bogotá: Academia Colombina de Historia, 1964. El segundo, La Reconquista Española, tomo II, Contribución de las guerrillas a la campaña libertadora (1817-1819). Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 1967. Friede, Juan. La otra verdad: La independencia americana vista por españoles. Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1979. 7 Rodríguez Villa, Antonio. El Teniente General Pablo Morillo, primer Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta (1778-1837). Madrid: América, 1920. 8 Sourdís Nájera, Adelaida. El Consejo de Guerra de los Mártires de Cartagena en 1816. En: Calvo Stevenson, Haroldo y Meisel Roca, Adolfo (eds.). Cartagena de Indias en la Independencia. Cartagena: Banco de la República, 2011, pp. 297-335. Cuño, Justo. El retorno del Rey: El restablecimiento del régimen colonial en Cartagena de Indias (1815-1821). Madrid, Universitat Jaume I, 2008. 9 Los tunebos sirvieron al ejército realista cuando ocupó y transitó sus tierras. En esta situación la autora se pregunta por su percepción cultural para haber reaccionado de esta El inicio de la reconquista en Antioquia

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Por último, resta la historiografía antioqueña. Resalta lo clásico y no lo nuevo, un rasgo en nada estimulante que refleja indiferencia y debilidad. Lo primero es que la Reconquista se encuentra en obras más amplias, como son el indispensable texto de Francisco Duque Betancur, e igual sucede con el viejo texto de José María Restrepo Sáez sobre los gobernadores antioqueños. Ambos académicos fueron cuidadosos en sus consultas enfocadas a caracterizar a los gobernantes. Fuera de sus aportes no hay sino otra fuente pertinente; ella consagró la tesis sobre la habilidad de los patriotas antioqueños para evitar ser procesados valiéndose de influencias y de su solvencia económica. La sostuvieron hace quince años María Teresa Uribe de Hincapié y Jesús María Álvarez; hoy día un criterio bastante admitido.10 Señalado el panorama anterior, resta iniciar este trabajo integrando en lo posible lo estudiado, la información archivística y lo deducido sobre cómo transcurrió el inicio antioqueño de la Reconquista. Una singular reconquista militar Terminaba el año de 1815 cuando un ejército numeroso enviado desde España por el rey Fernando Séptimo atacó el territorio neogranadino. La República de Cartagena fue su primer objetivo, al que venció luego de un sitio de varios meses. Una próspera ciudad comercial de alrededor de dieforma. En: Espinosa Moreno, Nubia Fernanda. La cultura política de los indígenas del norte de la provincia de Tunja durante la reconquista española. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, vol. 37, No. 1, 2010. En cuanto a la trascendencia de la restauración de la opinión pública y las implicaciones para el Estado y la sociedad, véase a Chaparro Silva, Alexander. La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española, 1816-1819. En: Ortega Martínez, Francisco A. y Chaparro Silva, Alexander (editores). Disfraz y pluma de todos: Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia-University of Helsinki, 2012, pp. 129-162. 10 Duque Betancur, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Medellín, Asamblea del Departamento, 1968. Restrepo Sáez, José María. Gobernadores de Antioquia. De 1579 a 1819, tomo I. Bogotá: Imprenta Nacional, 1944. Uribe de Hincapié, María Teresa y Álvarez, Jesús María. Raíces del poder regional: el caso antioqueño. Medellín: Universidad de Antioquia, 1998. El artículo de Jaime Sierra García, titulado Independencia en la Historia de Antioquia, que publicó Suramericana de Seguros hace casi veinte años, sólo dedica cuatro párrafos a la Reconquista, donde se basa en Duque Betancur y Restrepo Sáez.

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ciocho mil habitantes quedó arrasada, y el vencedor, el general Pablo Morillo, vio así el triunfo cuando ingresó a ella: “Mis tropas ocuparon inmediatamente la ciudad. Su aspecto fue para mí el espectáculo más doloroso de mi vida. No era más que un vasto cementerio en que se veían vagar aún unos esqueletos apenas animados.”11 Tan dura confrontación era sólo el comienzo del desafío de lograr el dominio de un inmenso y difícil territorio desconocido, en cuyo interior lo esperaban sus enemigos disgregados. Ante dicho reto, a sus soldados se dirigió para infundirles ánimo, y también lo hizo a los neogranadinos para hacerles un llamado a su claudicación. Las dos proclamas fueron escritas en Cartagena, el 15 y 22 de enero de 1816, y he aquí dos fragmentos: “Vais a recorrer vastas regiones; compartiréis el techo de tranquilos trabajadores, allí encontraréis la hospitalidad más generosa (…) conducíos como soldados de un gran Monarca. Recordad que el Rey es clemente hacia aquel que reconoce su error y severo con el malvado que persiste en el crimen.” “Pueblos de la Nueva Granada: Voy a continuar mi marcha por vuestro territorio. La Arma española observará la más estricta disciplina. Perdonaré a quien quiera acogerse a las clemencias del Rey. Vuestros días (sic) y vuestros bienes serán protegidos. Venid a mí como hermanos. El pasado será olvidado. Pero desgracia a quien ejecute las órdenes de los rebeldes (…)”.12

El precedente de las derrotas neogranadinas fue la historia de unas repúblicas experimentales, débiles y sin en un esfuerzo conjunto exitoso para consolidar su unidad político-militar. Pablo Morillo conoció esta situación: “Este virreinato tenía un gobierno insurgente central, constituido por la fuerza y regado por la sangre de un pueblo cándido y opuesto al sistema de centralización”; así dijo su informe al Ministro de Guerra en España del 31 de agosto de 1816, escrito en Santafé de Bogotá luego de su campaña “pacificadora”. También explicó su estrategia: “Deduje pues, que amagadas todas las provincias a un tiempo, atacadas todas sus fuerzas, fatigarlas en detalle y caer sucesivamente con masas mayores sobre las que Morillo, op. cit., p. 38. Ibíd., pp. 40 y 41.

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habían quedado observando en la inacción.”13 De este modo, Cartagena fue el punto de partida de varias expediciones convertidas en frentes de combate, acordes con la dimensión amplia del espacio para conquistar. Determinada porción fue el occidente neogranadino que incluyó las sabanas de la región Caribe, desde el río Sinú a la margen izquierda del río Magdalena, Antioquia en su diversidad topográfica, las selvas chocoanas y, en su extremo, la distante y extensa jurisdicción de Popayán. Aquí su conquista duró desde los últimos meses del 1815 hasta mediados de 1816, y de ella interesa saber cómo en particular sucedió la confrontación ocurrida en Antioquia. Ya ha sido narrada, y la versión existente consiste en un relato que transcurre a favor del invasor sin poderse conocer la versión por parte de los vencidos. Con este grave limitante se retoma lo dicho sobre dos acciones principales: la del sitio de Nechí y la que se dio en la “Ceja de Cancán”. Los hechos comenzaron en los límites interprovinciales de Antioquia y Cartagena en un área que no era propiamente próspera, se encontraba bastante despoblada y con gentes que, por su perfil, tampoco eran garantía defensiva de la república. El lugar principal era la ciudad de Zaragoza accesible por el río Nechí desde Mompox.14 Para protegerla el gobierno antioqueño había dispuesto una guarnición militar en el sitio de Nechí, inmediato a la confluencia de este río con el Cauca. Se trató de un lugar sin más prestancia pero básico por ser un punto de control al ingresar a la provincia y donde se cruzaban ríos y sabanas interiores. Por su parte, Mompox ya se encontraba ocupado por el ejército realista y desde él fue despachada una avanzada militar para dominar los valles del Sinú y del San Citado por Mercado, Jorge. Campaña de invasión del Teniente General don Pablo Morillo 1815-1816, volumen 14. Bogotá: Librería del Ejército, 1963, sin paginar. La obra, basada en la biografía de Morillo escrita por Antonio Rodríguez Villa, no tiene sesgo antiespañol y es rica en información. Véase:www.bdigital.unal.edu.co/276/26/campañadeinvasióndeltenientepablomorillo.html.Consultada el 25 de febrero de 2013. 14 Hace poco a esta región se la ha identificado con expresiones como: “zona de frontera interna” habitada por “Gente ‘evasiva’, móvil y diversa étnicamente”; vivían “con gran autonomía social, política y económica años antes de la Independencia”. En: Vélez Rendón, Juan Carlos. “Desconductadas costumbres” y “semillas de discordia”. Prácticas de oposición y resistencia a los jefes políticos en el Nordeste de Antioquia (1821-1843). Historia Crítica No. 47 (2012), pp. 45-70. 13

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Jorge. Este contingente al mando de Vicente Sánchez de Lima, inició la conquista antioqueña sin tener propiamente el deber de atacar este espacio. Un antecedente ocurrió a finales de septiembre de 1815: fue capturada una partida republicana que conducía recursos de las Provincias Unidas para la defensa de la ciudad de Cartagena. La trascendencia de la acción estuvo en que fracasado este importante apoyo cualquier ayuda desde el interior neogranadino ya era difícil que tuviese éxito y el puerto estuvo sujeto a su propia defensa. Quienes portaban los dineros fueron notables patriotas costeños que luego de juzgados perdieron sus vidas. Poco después comenzó la invasión a Antioquia cuando la tropa realista supo de la existencia de la guarnición de Nechí y decidió atacarla. El episodio consistió en lo siguiente. Primero, fue precedido de tres días de espera en los que la fuerza realista realizó una gestión persuasiva a su enemigo. Sánchez de Lima envió al cura párroco del poblado a proponer la entrega y a ofrecer un indulto que Pablo Morillo había decretado. Se ignora cómo pudo valerse del cura y el hecho de éste haberse prestado a la mediación indica que discrepaba de quienes resistían. Su labor no fue efectiva; la tropa invasora avanzó hasta un desembarcadero a dos leguas del lugar, allí, una parte ocupó la boca del río en el Cauca y el resto por la noche tomó por sorpresa al pueblo. El parte triunfal que el 24 de octubre de 1815 le envió el vencedor a Morillo informó que apenas hubo un soldado contuso, mientras la cuenta de las pérdidas republicanas fue de noventa y dos prisioneros, cuarenta muertos, dos piezas de artillería, dos canoas artilladas, setenta y ocho fusiles, cuatro cajones de municiones y dos cajas de guerra tomadas.15 Un desastre mayor no podía haberse producido y es incomprensible la falta de bajas en el bando realista. Sorpresa y desconcierto total es la única explicación, circunstancia en la cual ni cañones ni fusiles alcanzaron a emplearse. Lo particular estuvo en que, cinco meses después, el resultado se repetiría en la confrontación definitiva de la reconquista antioqueña; de nuevo una derrota contundente. Fue como si los que ganaron parecían

Lo custodiaba una guarnición de 200 hombres, algunas piezas de artillería, barquetas armadas y empalizadas en los caminos de acceso. Véase a Mercado, op. cit. 15

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presentirlo, estando signados por un curso inexorable. Ellos fueron los avezados, hábiles y triunfadores y los otros los inexpertos y torpes.16 El parte enviado por el capitán Vicente Sánchez de Lima a su jefe, el general Morillo en Cartagena, permite deducir por qué fue importante la toma de Nechí. Consistió en asumir el dominio del punto fronterizo en la confluencia de ríos navegables que daban salida y entrada a la provincia. En estas circunstancias en ambos bandos las expectativas fueron opuestas: Para Sánchez de Lima el prestigio militar y en los patriotas el pesar por fallar en su primer combate y presentir el acceso del enemigo a Zaragoza, al Nordeste, al Norte antioqueño, después a Medellín, y con ello a toda Antioquia. Durante dos meses no hubo nuevas confrontaciones, un tiempo en el cual el ocupante consumió en estabilizar su dominio de Nechí, y desplazarse hasta ocupar sin resistencia a la citada Zaragoza, el 28 de diciembre de 1815. Casi nada se sabe más allá de su pérdida. No hubo enfrentamiento porque fue abandonada y quienes la defendían se refugiaron en Remedios. ¿La causa y quiénes tomaron la decisión? Es probable que la fuerza realista de quinientos hombres no fuese mayor de la de los patriotas que contaron con dos meses para prepararse y aun contraatacar a Nechí, respaldados por toda la provincia. ¿El problema fue el temor en la mente de la fuerza patriota y el clima político interno del gobierno? Era un final lamentable. A la república la afectaron sus fuertes discrepancias internas.17 Así ocurrió el abandono que implicó perder el único puerto con vida comercial por el que circulaba la riqueza minera del nordeste antioqueño.

Esta impresión predomina en la historiografía influida por José Manuel Restrepo y no por los patriotas que se enfrentaron a los españoles. El triunfal parte realista destaca el logro con este sesgo y el mayor Jorge Mercado es su réplica, concluyendo que en Nechí, “a los republicanos les hacía falta aquella experiencia sólo conseguida con ejercicios que se aproximen a la realidad de la guerra; de ahí que se entregaron con toda tranquilidad al reposo y facilitaron al enemigo llegar cautelosamente hasta el sitio”. 17 Si las cosas hubieran sido distintas, si los patriotas hubiesen contraatacado y derrotado a la tropa española, de todas formas la reconquista antioqueña finalmente hubiera ocurrido, pero en un grado de exigencia mayor y con repercusiones sobre la resistencia de la provincia de Popayán. 16

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¿Y qué sucedió durante la ocupación realista? Es un misterio. Luego de un combate sigue la recuperación; esto debió ocurrir en condiciones difíciles por la fuga de parte del vecindario al tiempo que se le buscaba y trataba de hacer regresar para que reconociesen al nuevo gobierno y fuese el soporte que abasteciese y apoyarse con sus conocimientos de la región.18 Entre tanto en el resto de Antioquia reinarían el nerviosismo y la espera de una agresión inminente, ante la cual diversas acciones defensivas debieron realizarse. Ya para entonces un hecho importante se presentó en las filas realistas: Pablo Morillo había dispuesto reforzar su campaña con trescientos hombres al mando del Coronel Francisco Warleta. Fue una medida necesaria porque los triunfadores de Nechí y de Zaragoza formaban una fuerza pequeña que no tenía capacidad para tomar toda la provincia. De Mompox partió el refuerzo el 15 de diciembre de 1815 y, navegando Cauca y Nechí arriba, se unió en Zaragoza a la fuerza de Sánchez de Lima. Casi tres meses después este ejército tomó la ciudad de Remedios o mejor sus restos; previamente los patriotas la incendiaron y abandonaron. El tiempo transcurrido en apariencia fue excesivo, pero de por medio estuvo la superación de las dificultades geográficas de la región. Era menor la distancia entre Zaragoza y Remedios, que la de la primera a Nechí, pero el medio natural era otro. Quienes se movilizaban eran soldados a pie y a caballo con su equipamiento militar, personal y provisiones, a través de la selva lluviosa y sinuosa en su topografía. Una idea de las dificultades en el desplazamiento lo indica un fragmento de un parte de Warleta a Morillo: “No han bastado zapatos, albarcas y alpargatas que hice traer para que llegasen calzadas las tropas y oficiales europeos en tantos pasos de arroyos y piedras y la continua diluviación, y la ropa ha sufrido bastante destrucción con el lodo y caídas, pero se ha conservado bien el armamento y municiones.” Luego, transcurrió muy poco entre la llegada a Remedios y el triunfo final de esta reconquista; fueron sólo tres días, y el 20 de diciembre de 1815 tuvo lugar la confrontación en La Ceja alta de Cancán. De nuevo este Para ella estaba establecido previamente en el alto mando del Ejército, que sus necesidades alimenticias y el ganado caballar fuesen adquiridos y no expropiados. 18

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episodio ha sido descrito como el de Nechí, en cuanto un enfrentamiento de un militar experto con una fuerza inferior en número, pero superior en experiencia y moral, contra otro con cierto precedente en la guerra venezolana al mando de tropas débiles en capacidad militar. Se produjo un resultado catastrófico para los novatos soldados antioqueños. El balance fue éste: “En poder de los realistas -dice el mayor Jorge Mercado- quedaron numerosos prisioneros y fusiles, una pieza de artillería (…) muchas municiones, mulas y ganados. Las bajas republicanas ascendieron a 100 muertos, entre ellos varios oficiales. Los realistas tuvieron un muerto y varios heridos”. La batalla fue entre quinientos realistas y ochocientos patriotas, pero esto no determinó el resultado. Pesó más la capacidad militar sobre los preparativos en la posición donde se esperaba. La duda que despierta la derrota patriota es darle una explicación cuando sólo hubo un muerto en el bando realista, contra cien en el otro. Los patriotas tenían dos cañones, y no se sabe qué función cumplieron y cómo fue la posición fortificada. De nada valieron estas ventajas. Warleta, mientras llegaba a donde estaba su enemigo, envió doscientos hombres para indagar por la situación; esta avanzada, al encontrarse “con las tropas de seguridad” patriotas, las enfrentó y las hizo huir a la posición fortificada. Dos días después, al llegar allí, atacó y esta fue la acción principal. Sólo “una carga de caballería” fue determinante para espantar las tropas republicanas “bisoñas” que no conocían “los efectos de esta arma”. Tan pocos detalles sorprenden en un choque de varios cientos de soldados. El “Boletín del Ejército Expedicionario Nº 27” de abril de 1816, publicado en Cartagena por Pablo Morillo, es una fuente complementaria. Contiene el texto de la notificación que Warleta envió y, como la noticia era lo suficientemente importante, ambos estaban deseosos de hacerla pública para bien de la campaña y de ellos. Algunos apartes insinúan sus detalles: 1º, Los batallones republicanos derrotados tenían dos nombres: “Los Soberbios” y “Los Esforzados”, alusivos a la fuerza y al valor, virtudes militares que no parecen se dieron en la confrontación y que tampoco identificaban un determinado proyecto político defendido. 2º, La vanguardia realista inició la confrontación seis leguas antes de “la Ceja Alta”, y ésta distaba de Cancán dos leguas; acabaron con los dispositivos

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defensivos patriotas previstos para obstaculizar y hostigar. El boletín habló de desalojos en “cortaduras, parapetos y eminencias”. 3º, El choque “(…) más duro y reñido de estos encuentros fue en la tarde del 20”, o sea, dos días después de barrer los obstáculos previos. En palabras de Warleta, consistió en un escarmiento de “mi caballería sobre una altura cerca de su posición fortificada.” Si a la confrontación se le llamó escarmiento, fue una lucha desigual protagonizada por la caballería. 4º, El escueto informe no da más detalles y su autor consideró que lo dicho era suficiente para su jefe, al saber que no le interesaban las minucias de la confrontación, sino el resultado. A él igual; siguió exponiendo las capturas, y de ellas, además de las mencionadas, notificó que no pudo coger una pieza de artillería botada a un precipicio, mas sí objetos evidentes de la derrota total como “las paylas de rancho, correaje y hasta los vasos sagrados, ornamentos y demás que tenía el Capellán para decirles misa”. Tan completa adquisición dejó al bando enemigo sin infraestructura militar, una pérdida propia de un ejército en desbandada. 5º, Un aspecto más para destacar: Warleta informó que estaba dedicado a capturar enemigos dispersos y entre ellos seleccionó a “más de 50” que se habían presentado. Informó que eran prisioneros de la tropa española capturados en la provincia de Popayán, forzados a combatir en el ejército patriota. Reclutamiento singular: el soldado era alguien forzado por las circunstancias más que por estar persuadido por una ideología. Warleta había dejado libres a quienes eran los “ineptos y no (…) veteranos”; no se sabe cuántos, pero no todos los aptos en un bando sirvieron en aquel más profesional. 6º, Por último, la continuación de la campaña dependía de la “llegada de víveres” y se esperaba culminarla “dentro de breves días” al entrar a la capital de la provincia, puesto que se suponía que los patriotas eran allí incapaces de reunir una fuerza apreciable de resistencia. Que la ocupación fuese condicionada por el suministro de provisiones implicó que de otras partes las recibiera sin supeditarse a encontrarlas a medida que se incursionase en nuevos lugares. Esto contrastó con la dotación del ejército patriota con sus posibilidades de recursos de la población circundante. Efectivamente, restaba poco para concluir la reconquista antioqueña; el militar español lo preveía en días. Como se sabe, así no ocurrió porque Warleta llegó a la Villa de Medellín, el 7 de abril de 1816, y no a la ciudad de Antioquia. El inicio de la reconquista en Antioquia

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En síntesis, la guerra en la provincia fue para el invasor una lucha fácil porque su oponente carecía de experiencia en confrontaciones militares. Las particularidades de su desenvolvimiento son difíciles de conocer, sobre todo los datos de los republicanos derrotados, tanto en su comportamiento militar como gubernamental. El vacío es lamentable, porque remite al momento final del régimen republicano y su capacidad organizativa y defensiva. La confrontación contrastó con Cartagena, Santafé y Popayán, reconquistas y con antecedentes de características e implicaciones más violentas.19 Esta diferencia incidió en que la restauración del orden monárquico antioqueño no tuvo mayores riesgos y ello favoreció a sus habitantes en cuanto a los castigos recibidos. El nuevo contexto Cuando el 26 de mayo de 1816 el general Pablo Morillo ingresó triunfal a Santafé de Bogotá, faltaba poco para la culminación del proceso militar en la Nueva Granada. La restauración de su gobierno fue una fase con énfasis político, administrativo, económico, social y cultural, en la que se debían borrar seis años de republicanismo. Aunque fue un orden centralizado, las provincias tuvieron procesos restauradores acordes con sus especificidades, lo cual hizo que variara en intensidad y en dureza, según fuesen las circunstancias y el comportamiento previo en contra de la monarquía. Santafé fue el epicentro y vio perder toda una generación de hombres notables. ¿Por qué en tierras antioqueñas los gobernantes militares optaron por un comportamiento benigno? Faltan fuentes para tener claridad, pero se eligió manejar a Antioquia por medios más políticos y administrativos que militares. Este sistema coincidió con la percepción del virrey Montalvo que Sobre estos episodios, véase a Duque Betancur, op. cit., pp. 488-492. También, Díaz Díaz, Oswaldo. La reconquista española, vol. 6. Historia Extensa de Colombia. Bogotá: Lerner, 1968, pp. 72-75. De la siguiente forma José Manuel Restrepo relató el desenlace final: “por más que trabajó al lado del gobernador Tejada no pudieron impedir la derrota de los patriotas en la Ceja alta de Cancán, el 22 de marzo de 1816. Enseguida fue ocupada sin resistencia alguna el resto de la provincia, emigrando hacia Popayán las reliquias de las tropas y los patriotas más comprometidos”. En: Restrepo, José Manuel, op. cit., p. 17.

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ejercía desde Cartagena, pero no con la del general Pablo Morillo y de Juan Sámano que tenían la jefatura militar en Santafé. Por su puesto, en parte el trato fue debido a no haberse resistido los antioqueños a ser de nuevo fieles vasallos de Fernando VII. Además, se ha sostenido que la riqueza aurífera y comercial de las élites persuadió a los gobernantes, y por eso no hubo muertes. En efecto, personajes importantes gestionaron el perdón, suyo y de sus allegados; sin embargo, lo determinante fue la aptitud gubernamental: sus protagonistas dispusieron de amplio poder político y militar, y a la vez consideraron más conveniente dar a la provincia un manejo diferente a castigos militares, como destierros y fusilamientos. La sociedad antioqueña, se vio forzada a una adaptación y a una serie de requerimientos que nunca había conocido. Perdió la autonomía y el autogobierno de la fase republicana, y reinó el intervencionismo sin posibilidad de réplica. Aun así, en un contexto bélico, ganó tranquilidad interna, estuvo comprometida con el gobierno y éste se valió de sus fieles seguidores para convertirlos como funcionarios en instrumento de sus intereses. El primer hecho que marcó la situación consistió en que, quien puso término a la Primera República llegó cuando el Régimen del Terror en Santafé aún no se había formalizado y salió de Antioquia cuando se iniciaba. Efectivamente, Francisco Warleta, el 22 de junio de 1816 entregó el mando a Vicente Sánchez de Lima, luego de exigir altas contribuciones. Su indagaci ón sobre quienes habían sido los antiguos insurrectos le permitió hacer una lista grande de 47 personajes importantes cuya detención dejó pendiente a su sucesor.20 No adelantó las causas, un hecho que hoy puede juzgarse extraño. La fugaz versión de José Manuel Restrepo en su Autobiografía, escrita varias décadas después, ofreció cierta explicación: “temía exasperar a los En Santafé apenas comenzaban los encarcelamientos, según lo indica el Diario de José María Caballero. El 5 de junio registró el fusilamiento de don Antonio Villavicencio, el primero de los personajes notables cuya ejecución narró, con la premonición de lo que sucedería en los días siguientes: “Ya comenzaron a decapitar a los principales y según preludios no quedará ninguno que no vaya al palo, y para el común de todos quedan los presidios, malos tratamientos y aumentar la tropa”. En: Caballero, José María. Particularidades de Santafé: un diario de José María Caballero. Medellín: Bedout, 1974, p. 197. 20

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pueblos, y que la fama de sus hechos le cerrara la entrada a la provincia de Popayán, para donde debía seguir muy pronto.”21 ¿Qué quiso decir? Aludió a un temor por la alteración del orden si pasaba de la indagación a los revolucionarios a su represión, lo cual complicaría su subsecuente campaña militar pendiente. Queda la impresión de que ella era mucho más importante que reprimir a un puñado de antiguos rebeldes ya controlados. Por ello Warleta se dedicó a los preparativos de una fuerza militar dotada con recursos suficientes.22 Fue también su labor la indagación de saber quiénes habían participado en la causa republicana y en qué grado. Los identificó y catalogó, considerándolo suficiente. Un indicio sobre su indagación es el siguiente ejemplo, el cual se refiere a la misiva que recibió desde las instancias locales, cuando les solicitó enumerar a los rebeldes: “Después de haber mandado dicha lista he sabido que don Santiago Posada presentó un hijo voluntario a las armas el cual llegó a subteniente; y el don Santiago fue Capitán de Milicias y Teniente Coronel Interino. Don Evaristo Pinillos español fue también muy chispero, y hizo bastante demostración por la causa republicana, todo lo cual comunico a V.S. para su inteligencia.”23

Quien suscribió este oficio fue el alcalde de Santa Rosa y su efecto consistió en una inmediata respuesta: Se previene la comparecencia de los individuos contenidos, en el término de la distancia. Luego, sin ninguna amenaza dejó Warleta la provincia y debidamente establecida su administración. La versión de Restrepo indica que entregó a Sánchez de Lima el deber de prender y juzgar en un consejo de guerra permanente a los reseñados y luego enviar las causas a Morillo. Ésta fue su instrucción del 29 de mayo Restrepo, op. cit., p. 18. Una carta del gobernador Sánchez de Lima al virrey Francisco Montalvo del 5 de julio de 1816 resaltó la forma en que salió de Antioquia hacia Popayán el comandante Warleta: “con toda la fuerza; va provisto de todo lo necesario (…) cuyos cuantiosos recursos han suministrado estos pueblos… sin murmuración”. La cita viene de Duque Betancur, p. 519. 23 AHA, tomo 844, documento 13333, sin foliar. 21

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de 1819, pero lo singular ocurrió: su sucesor no la aplicó. De nuevo una determinación abierta a conjeturas cuando no existe información suficiente. 24 Una de dos: decisión personal, o acorde con el gobierno central. Consta en el libro de Francisco Duque Betancur que, el 5 de julio de 1816, Sánchez de Lima informó a sus superiores por qué no enjuiciaba a los rebeldes antioqueños: para él, en Antioquia había delinquido la población en conjunto, e iniciar los castigos implicaba que “todos son parientes y lo hecho a uno hiere a todos”. Su opinión identificó lo que Restrepo señaló de Warleta cuando no castigó con prisión a los revolucionarios. Esto es una prevención de los gobernadores no interesados en complicar su gestión. Reprimir a fondo los distanciaría de las élites y el resentimiento sería irreparable; no fue un temor porque implicara peligro de pérdida del poder, pero sí de un entorpecimiento de la labor, ante lo cual se tendría que fundamentar en el temor. Es de observar que Sánchez de Lima informó a su superior por qué no impuso castigos fuertes y enterado no se sabe si lo admitió. En Santafé no se procedió así, pero tampoco desde allí se hizo que en Antioquia se diera su misma política. Finalmente los rebeldes salieron bien librados al no ser remitidos a Santafé, con la excepción de Dionisio Tejada, un “reo de estado”, capturado en su fuga y que terminó fusilado. Si, como lo escribió Restrepo, a los rebeldes antioqueños se les impuso fuertes contribuciones, de las cuales el gobernante pudo lucrarse, pagaron su culpa con dinero.25 No hubo consejos de guerra, pero el dinero de los rebeldes fue una pesada pena, aplicada en todos lados para el nuevo régimen y sus jefes militares. Esta fórmula compensatoria de las culpas pasadas fue un castigo acorde a personas y comunidades que, habiendo abrazado la causa republicana, no habían sido tan agresivas con el realismo, y éste era el caso. En Antioquia su gobierno contrastó con el que en ella había regido en los siglos coloniales, y el de ahora fue muy superior en su autoridad. Ninguno de los mandatarios anteriores dispuso de tanto radio de acción, fue visto con tanto poder decisorio, ni estuvo sujeto a su condición militar. Restrepo Sáenz, op. cit., p. 348. Restrepo, op. cit., p. 19.

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Las circunstancias demandaron otro tipo de autoridad, con su respectiva tropa como respaldo. El contexto del Régimen del Terror santafereño y del antecedente de una conquista militar, formó el clima especial y condicionante, suficiente para dar capacidad de mando frente a las fuerzas sociales que predominaban. Un poder así era una atribución bien diferente de la representada por el gobernador Francisco Silvestre, por Cayetano Buelta Lorenzana y por Juan Antonio Mon y Velarde en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se dolían ante el gobierno virreinal de los irrespetos de cabildos o de funcionarios, o de Buelta Lorenzana de no contar con apoyo militar y civil para sofocar la rebelión de cultivadores de tabaco en 1781. Warleta llegó a Antioquia provisto de un rango y de una responsabilidad; era “El Señor Comandante General de la División de Occidente del Magdalena”. El rango representó el título del jefe militar de una parte del “Ejército Expedicionario” destinada a retomar las provincias occidentales del antiguo virreinato, Antioquia, Chocó y Popayán. Por corto tiempo su estatus se transformó y se hizo un gobernante para luego retomarlo cuando asumió su campaña sobre Popayán. En estas condiciones los antioqueños no habían tenido un gobierno político-militar así, sin tener capacidad de réplica alternativa.26 Ante ellos estuvo alguien con poderes absolutos, mando estricto y práctico, en el sentido de que distribuyó tareas y exigió cumplirlas con plazos terminantes bajo amenazas de sanciones. Lo trataron dentro de un distanciamiento respetuoso, influyeron la materia tratada y los intereses en juego, los niveles culturales, sociales y económicos de las personas, la mayor o menor cercanía a las instancias del poder, etc. Muchos hubieran querido un mayor acercamiento que el que algunos pocos tuvieron, según criterio del gobernante, quien seleccionó sus relaciones. Según Francisco Silvestre, los gobernadores que había rigieron la provincia, tuvieron poca autoridad para hacer cumplir sus órdenes y las dispuestas por la Corona. Las dificultades durante sus dos períodos de gobierno coinciden con su apreciación, como también el deterioro del poder monárquico en el curso del tiempo respecto del poder de las sociedades coloniales americanas. En: Silvestre, Francisco. Relación de la provincia de Antioquia. Medellín: Secretaría de Educación Departamental, 1988. Es cierto que durante la visita del oidor Juan Antonio Mon y Velarde hubo una gran actividad, pero su estadía de cuatro años fue corta y está por verse si su estilo de gobernar se asemejaría al del gobernante de la Reconquista.

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Las medidas para evitar la reacción patriota “Acaba de llegar la espía que tenía en Llanadas, la que no ha observado alguna novedad.” Quien así escribió era un subalterno del coronel Francisco Warleta, en momentos en que éste pretendía capturar a rebeldes fugitivos. El episodio es llamativo, no porque existiese la posibilidad de una reacción en los patriotas; lo novedoso estuvo en que el espionaje fue un instrumento de la confrontación, tal como milenariamente lo había sido en la guerra. Aportó la información sobre el contrario, previno sorpresas y evitó errores, sin ser el factor determinante a la hora de la batalla.27 Representó una red que cubrió un espacio disputado, y fue la antesala de los movimientos de las partes y de sus choques. Quienes espiaron fueron personas que expusieron su vida, y de alguna forma habían admitido hacerlo, lo más probable por dinero. En el caso citado, Francisco Warleta usó esta ayuda, así no hubiera grandes riesgos. El hecho data del 4 de marzo de 1816 cuando el dominio de la provincia no estaba consolidado. José Narciso Estrada desde Arma en la frontera sur de la Provincia rebelde de Popayán la vigilaría. Él era un funcionario local de un punto peligroso, una puerta de salida a la ocupación realista por donde migrarían rebeldes en fuga. Una gran extensión se prologaba desde allí y, por no caer en manos españolas, ofrecía la posibilidad de aventurarse y llegar por sus ríos al Brasil. José Manuel Restrepo y otros prestantes compañeros quisieron en principio huir por ella. Por el momento no existía otra opción mejor para escaparse. Eran los líderes rebeldes de un proceso derrotado y así lo hicieron sin saberse cómo procedería el enemigo. No recorrieron mucho trecho y, como Warleta, contaron con aliados que les informaron sobre la situación interna después de la provincia ser tomada. Restrepo y sus compañeros regresaron y se entregaron porque les El 10 de julio, en Molinos de Tópaga, afirmaba Barreiro en su correspondencia con el Virrey: “Por los partes que he recibido y declaraciones de los prisioneros, he confirmado de que la fuerza de los rebeldes puede ascender algo más de 2.000 hombres, mitad de regular tropa, incluso unos 300 ingleses, y la otra mitad de indios muy flojos”. La cita proviene del Mayor de Artillería Camilo Riaño y su artículo “El servicio de inteligencia en el Ejército realista durante la campaña libertadora”. En: Boletín de Historia y Antigüedades, volumen LI, Nos. 598 y 599, Academia Colombiana de Historia, 1964, pp. 402 y 403. Se incluye para destacar que la precisa información no le sirvió a Barreiro para triunfar conociendo a su enemigo. También para resaltar, el tema y este buen artículo. 27

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había llegado un mensaje que les informaba sobre el comportamiento benigno del mandatario español.28 Mientras Antioquia estuviese reconquistada y Popayán no, la frontera sur fue de esta manera vigilada por emisarios. Lo indica el episodio del subalterno Estrada, en el cual reportó el regreso de “un posta” enviado más allá de Arma, el cual había controlado los caminos y las trochas. Al retornar provisto de información, Estrada consideró que debía ser conocida directamente por el Gobernador y por esa razón notificó a Warleta la remisión del espía hasta Medellín, antes de que éste arribara a ella: “En el día de hoy ha llegado a esta mi casa, Marcos Ochoa uno de los postas que mandamos para arriba y para que mejor explique que siga para esa ciudad y diga al señor General lo que ha examinado en esos lugares”.29 El momento era el de un nuevo gobierno precavido, de hechos y de situaciones de riesgo. No le bastó el triunfo militar; su indagación la hacía no por ser débil o existir el peligro de una amenaza grande; simplemente era cauto, como lo indicaba la seguridad militar usual, en la misma forma en que considerar que preservar el orden político era prioritario. Lo predispuso el gobierno central, quien conceptuaba que el Reino padecía los efectos de varios años de anarquía.30 Para que existiese tranquilidad, lo primero fue desarmar a la población. Lo dispusieron el comandante Warleta y el general Pablo Morillo; el primero en su “bando” impreso en Barbosa el 5 de abril de 1816, antes de Las siguientes citas sobre la huida y regreso de los dirigentes antioqueños: “Restrepo emigró hacia Popayán… Tenía el proyecto de pasar al valle de Neiva y ver si podía atravesar la cordillera oriental y bajar al Brasil”. Más adelante escribió: “se presentaron al comandante español don Francisco Warleta. A pesar de que tenía un carácter duro y cruel… le hallaron afable… temía exasperar a los pueblos y que la fama de sus hechos le cerrara la entrada a la provincia de Popayán”. Restrepo, op. cit., p. 18. Igual, véase a Duque Betancur, p. 491. 29 AHA, tomo 835, documento 13232, folio 428. 30 El General Pablo Morillo dio la siguiente justificación a un decreto expedido el 6 de junio de 1816, donde definió estrictos controles: “Hago saber a todas las provincias y lugares habitados de este Reino de la Nueva Granada y a cada uno de sus habitantes, de cualquier condición que sea, que entre los numerosos cuidados atribuidos a la alta misión de que estoy encargado, uno de los más importantes es velar por la seguridad del orden político”. Véase el decreto en Morillo, Pablo (General), op. cit., p. 115. 28

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ingresar a la Villa de Medellín. No había iniciado ninguna labor gubernamental y tomaba medidas propias del militar al llegar y tomar el territorio enemigo. Desarmar era dejar sin posibilidad de acción a factibles pequeños grupos que se resistieran. “Que todas las armas de fuego o blancas, así que pólvora y demás pertrechos de guerra, sin excepción más que los machetes de labor (por ser instrumento de agricultura) se han de entregar a los alcaldes de los respectivos pueblos o partidos inmediatamente para que estos recogiéndolas todas, y todos los pertrechos, las presenten al comisionado real en la Maestranza de la Ciudad de Rionegro antes del 15 del que rige sin falta alguna; y el que deje de entregarlas, escondiese alguna tendrá pena de muerte.”31

No ocurrió nada en contra, la tranquilidad era el signo de sumisión y lo ordenado fue cumplido; transgredir el plazo de la entrega implicaba ser denominado convicto.32 Poco a poco aparecieron las armas en los pueblos, y sus autoridades las remitieron inmediatamente. El resultado fue una heterogénea muestra del material utilizado en la fase revolucionaria, relativamente escaso y precario. Los siguientes datos provienen de la entrega recogida por el alcalde ordinario de la Ciudad de Antioquia en mayo de 1816: a) Armas de fuego: 119 escopetas y 74 pistolas; además, suministros y partes como 150 balas de fusil y escopeta, 21 piedras de chispa, 3 bayonetas, 3 cañones de escopetas y 2 de pistolas, tres libras de pólvora y dos tabletas de baqueta donde se depositó la pólvora. b) Armas blancas: 89 lanzas y 26 sables; además, 5 espadines y 2 espadas, 4 cuchillos, 2 puñales y 1 daga, 2 cutos y 1 machete.33

AHA, tomo 837, documento 13364, folio 204. El 6 de junio de 1816 Morillo fue igual o más de imperioso que su subalterno Warleta, cuando ordenó fueran presentadas todas las armas de cualquier clase, por cada habitante en todo villorrio, poblado o ciudad, en un plazo de ocho días irrevocables y esto sin excusa alguna, a la respectiva autoridad política o militar. Poco después de expedido su bando, Warleta recibió del Virrey Montalvo la siguiente pauta para su gestión: “Sobre todo, encargo a V. S. la recolección de armas en lo que espero sea V. S. inexorable”. AHA, tomo 842, documento 13341, folio 84. Véase el decreto en Morillo, Pablo (General), op. cit. 33 AHA, tomo 835, documento 13232, folio 396 a 398. 31 32

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Los documentos no especificaron la pertenencia de las armas de fuego y sus particularidades, pero se puede conjeturar que las pistolas y las escopetas, al ser acordes a la calidad del propietario, no eran iguales en su valor y características. Fue alto el número comparado con las más asequibles armas blancas. Algunas eran valiosas y pertenecían a vecinos importantes; el doctor don José Pardo, un espadín guarnición de tumbago, su valor 80 pesos; don Bautista Robledo, un cuchillo vaina de carey: su guarnición hojuela de plata; doña Ángela Barcenilla, un cuchillo de monte con sus piezas de plata, etc. En contraste con lo recogido en la ciudad, de los distintos poblados anexos, los alcaldes partidarios enviaron sables con puño de palo y puño de plata, puñales encubados, la hoja de un cuchillo y generalmente lanzas. La entrega ¿qué significó a sus dueños? A excepción de los pocos rebeldes para quienes era resignarse a la derrota, para la gran mayoría las armas eran eventualmente necesarias. Todos perdieron un objeto ahora inútil, excepto si tuviese valor económico o si fuese un instrumento defensivo contra el robo, la defensa de cultivos y el ganado. Aun en estos casos nadie se atrevió a pedir una excepción y sólo con el tiempo la medida de no tener armas empezó a despertar reacciones. Los perjudicados fueron hacendados con predios apartados desprotegidos respecto de animales que atacaban su ganado y su cultivo. Una escopeta y un sable eran indispensables para la permanencia y para la protección.34 El trato a los derrotados El “bando” de Warleta del 5 de abril contuvo otras órdenes para acabar con los disgregados rebeldes. Una consistió en la exigencia de que en un plazo de cinco días ante el comandante vencedor se presentaran todos los oficiales del ejército vencido. El propósito fue el mismo: que el enemigo Sirve de ejemplo don Francisco Sierra, un hacendado vecino de Medellín y con su hacienda en tierras de montaña. Sierra escribió el 30 de septiembre de 1816 y logró su propósito. Algunas circunstancias favorables lo beneficiaron: había sido un firme vasallo, según sus términos, “en la desgraciada revolución”; estuvo comprometido a presentar su escopeta y sable para defender los derechos de “nuestro muy amado Soberano” y tuvo la opinión favorable del Cabildo de la Villa de Medellín. AHA, tomo 848, documento 13904, folios 37 a 39.

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aceptara su derrota y se sometiera a sus consecuencias. Se desconoce cuántos lo hicieron y, aunque es probable que el jefe español presintiera que pocos se presentarían, también creía que la orden era un signo de fortaleza militar y de política. Advirtió que los que no se entregaran perdían sus bienes, y comprometió a sus allegados, quienes debían entregarlos bajo la amenaza de considerarlos cómplices. Igual lo sería el que ocultase algo que supiera sobre el paradero del fugado, y el que guardase archivos, papeles sueltos y demás objetos del gobierno republicano. Nada de esto era posible tener como recuerdo, puesto que implicaba conservar una suma de ideas contrarias, y lo previsto era que desaparecieran.35 A los alcaldes ordinarios se les delegó la molesta tarea de buscar todo lo anterior y hacer allanamientos a personas que conocían en sus antecedentes. Según el Archivo de Antioquia, sus intervenciones poco lograron; pudieron ser varias las razones por las cuales no hubo mucho que confiscar y personas para detener, pero una obvia fue porque al presentirse el peligro se anticiparon a las requisas. Lo logrado fue este tipo de objetos: unos cuantos uniformes militares viejos y deteriorados, chalecos, chaquetas o casacas, calzones, sombreros y prendas semejantes. Todas se confiscaron en el estado en que estuvieran por su valor militar y por representar la fase republicana. Ocurrió igual en cuanto a documentación, la cual unas veces se obtuvo por decomiso y por entrega voluntaria.36 Lo recolectado tenía un fin, su destrucción, acto que no consta en documento, con excepción de un breve oficio enviado desde Cartagena acusando recibo de “cinco cajones que contiene los papeles de la Secretaría del gobierno insurgente”, un valioso material histórico, lógicamente perdido.37 AHA, tomo 837, documento 13364, folio 204. Pablo Morillo decretó que los habitantes del Reino debían denunciar y entregar los bienes muebles e inmuebles de los rebeldes y los emigrados, en el plazo de ocho días irrevocables. 36 El General Pablo Morillo ordenó la confiscación de documentos al mandar buscar proclamas, boletines, libros, constituciones y todo género de escritos impresos. AHA, tomo 835, documento 13230, folio 163. Fruto de lo anterior, algunos materiales fueron entregados voluntariamente; fue el caso de lo aportado por el cura de San Carlos al Alcalde, el 12 de agosto de 1816: un cuaderno de Constitución y dos impresos de proclamas. De otros poblados llegaron materiales semejantes, textos oficiales, impresos e inclusive algún libro. 37 AHA, tomo 842, documento 13341, folio 28. 35

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Quizás la mayor confiscación de papeles a una persona fue la encontrada el 11 de julio de 1816 en la Ciudad de Antioquia, por su Alcalde Jacinto Buelta Lorenzana, en la casa del Fraile Diego Palacios. Al fraile se le halló poco material religioso: cuadernos de sermones, escrituras de capellanías y otros documentos semejantes. Adicionalmente, guardaba un cuaderno con apuntes de los acontecimientos desde que se había hecho religioso. Por último, ocultaba un variado compendio de contenido político que incluía evidencias revolucionarias y realistas. El inventario de la requisa registró, entre otros documentos, los siguientes: “6. Otro cuaderno impreso con este título: Discurso de un amigo de la humanidad sobre la guerra y la muerte. 7. Un ejemplar del bando dado en Ocaña a 24 de abril de ese año por el excelentísimo Señor General y Jefe don Pablo Morillo. 8. Una orden del mismo excelentísimo señor dada en Santafé el 6 de junio del mismo año. … 13. Un impreso que contiene las reflexiones que hizo al pueblo un vecino de Medellín el 7 de octubre de 1815 sobre la justicia de la independencia de España. 14. Unos versos impresos a consecuencia del triunfo por los insurgentes en la acción del Palo. … 21. Una canción patriótica sobre la independencia de Venezuela impresa.”38

Aunque en este acervo predominó el material revolucionario, si lo era el fraile, ¿por qué sus escritos realistas? Sorprende que hubiera adquirido documentos propios de las esferas estatales, y queda para la imaginación el interrogante sobre quién había sido este fraile, qué usos les habría dado a sus papeles, y la suerte que corrió. Por supuesto, la búsqueda de objetos en casas de sospechosos requirió la sorpresa y el interés de los alcaldes ordinarios, como don Jacinto Buelta Lorenzana. Igualmente, hubo cierto formalismo legal, medidas de seguridad, y el protagonismo de autoridades que no eran militares. El acta levantada por el escribano lo indica, y se produjo como desenlace de la investigación AHA, tomo 834, documento 13193, sin foliar.

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de un sospechoso de ocultar objetos que lo comprometían. He aquí este ejemplo: “En el Pueblo de Nuestra Señora de Sopetrán… a 13 de julio de 1816, siendo como la una de la mañana, …el señor Alcalde Ordinario de Primera Nominación don Jacinto Buelta Lorenzana, habiendo pasado asociado de mí el Escribano a la casa de morada de don Carlos Robledo donde fue hallado, se le hizo saber que por orden del señor Gobernador debía seguir en el acto, custodiado y privado de comunicación a ser presentado ante Su Señoría y en el momento se le piden las llaves que entregó para sorprender los papeles y hacer formal inventario de ellos y en el acto, estando presentes José María Gómez y José Manuel Rodríguez destinados para su custodia, se encargaron de su persona y de ponerlo a disposición de dicho señor Gobernador…y de conducirlo sin dar a entender que va preso y de no permitirle comunicación en el tránsito…”39

Los arcones de don Carlos Robledo guardaban papeles que no arrojaron nada peligroso: viejos documentos notariales, novenas y oraciones. Se podría pensar que era una persona común y corriente, pero de él sospechó el alcalde que bien debió conocerlo en su presente y en su pasado. No se sabe su suerte posterior al allanamiento y sólo se puede presentir que otros más fueron enviados ante el gobernador; pudo recibir un castigo menor y continuar en la mira de la autoridad. Igualmente, el gobernante vigiló el conjunto social. Lo indica una medida del temprano “bando” del gobernador Warleta, que prohibió las conversaciones en que se contrastasen el pasado republicano y el presente realista; el oído atento de las autoridades locales debía estar pendiente e intervenir. Lo que se desconoce es qué tan efectiva fue la medida al ser difícil detectar las conversaciones privadas. Aun así, la intención fue clara: borrar la memoria del pasado inmediato y quererse que sólo estuviese en las mentes el régimen vigente bajo la versión oficial.40 Censurar y castigar la AHA, tomo 834, documento 13193, folio 55. La prohibición dijo así: “Se tendrá por sedicioso y se castigará con arreglo a la ley a toda persona de cualquier clase y estado que sea, que se le oigan conversaciones del antiguo gobierno, cuestiones con otros sobre si fue más adicto a aquel que al presente. La norma no se quedó en el papel y las palabras. En el mismo Barbosa, mes y medio después de expedida, el Alcalde le informó a Warleta que… hemos prevenido a las señoras Muño39 40

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comparación entre los regímenes significó una restricción difícil de aplicar, al ser el rumor y el comentario un hábito. Lo que sí debió suceder con el tiempo es que el inmediato pasado político fuese opacado por el devenir de la reconquista. Para ello funcionaron la propaganda estatal, los actos políticos, la prensa, los bandos, los agentes realistas y los funcionarios. Otro aspecto más rigió en el campo de las restricciones: la regulación de la movilización de las personas. La norma preexistía, pero ahora adquirió importancia y para su reactivación fue indispensable desplazarse con “pasaporte”. Este salvoconducto, que expidió el alcalde donde era residente el viajero, garantizó ante otras autoridades la buena conducta del portador y el sentido de su desplazamiento.41 La intención fue evitar la llegada de gentes fuera de la ley, de rebeldes que buscaran escapar, de otros que con la misma connotación podrían propagar ideas subversivas, y de personas de comportamiento irregular que tuvieran problemas con autoridades en sus lugares de origen. Al respecto, una anécdota de fecha tardía para el periodo estudiado aquí, pero ilustrativa de los comportamientos estatales y privados. Se refiere a un foráneo que llegó confiado a la provincia y tuvo problemas por violar las normas sobre la movilidad: “Remito a la disposición de V.S. a don Vicente Ibáñez que habiéndose presentado en esta Provincia el 13 de agosto próximo pasado en concepto de negociante con pasaporte de don Anastasio Ladrón de Guevara, Correses e Isazas se abstengan de toda conversación o conversación en contra de lo legítimo del gobierno de nuestro Soberano, haciéndoles cargo lo perjudicial que puede serles”. AHA, tomo 835, documento 13232, folio 517. 41 El siguiente relato ilustra la regulación de la movilidad en José Manuel Restrepo escapó hacia Jamaica. El caso quiere decir que la vigilancia se podía eludir pero que a la vez el desplazamiento ilegal fue muy riesgoso. Cuando en noviembre de 1816 el patriota José Manuel Restrepo planeó su fuga por temer por su vida, logró salir ayudado por un pasaporte que le expidió el gobernador Sánchez de Lima. El documento lo usó al llegar a Cáceres cuando el Capitán Guerra revisó sus papeles; luego tuvo problemas en el pueblo de San Juan de la Ciénaga, donde el Comandante del puesto no le dio el pase al ver que el pasaporte era para ir a Cartagena y no a Santa Marta a donde se dirigía Restrepo. Tuvo suerte de no ser detenido al lograr que el pase lo colocara finalmente el Comandante, quien confió en el compromiso del transeúnte de presentarse al gobernador de dicho puerto. Restrepo, op. cit., pp. 21-22.

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gidor de Neiva, no lo verificó al Gobierno hasta el dos de noviembre en fuerza de llamamiento que se le hizo por las justicias de los pueblos con noticia de haberse hecho sospechoso a los ojos de algunos fieles del Rey, ya por sus conversaciones misteriosas, y ya por frecuente y privado trato y oración que tenía con quienes fueron infieles”42

El caso ocurrió en Medellín el 1º de diciembre de 1817, después de que el sospecho forastero tuvo una estadía de cinco meses sin ser requerido. Cayó en descrédito por sus relaciones con los que habían sido rebeldes, y el detonante fueron algunos fieles del Rey desconfiados. Lo denunciaron por dos motivos: a) Cumplían con el mandato del General Pablo Morillo, respecto de que los vecindarios tenían la responsabilidad de preservar el orden denunciando a los sospechosos de rebeldía; b) En Medellín convivían leales de vieja data y recién convertidos a la fidelidad; los primeros ejercieron el control político, asociados del Cabildo y el gobierno Provincial. Los dos bandos opuestos se vigilaban entre sí, pero la fuerza mayor y la influencia estuvo de lado de los tradicionales fieles al Rey; ella fue empleada contra sus rivales, los antiguos infieles, como contra los extraños sospechosos. Los nuevos funcionarios Concluía su etapa bélica y comenzado el proceso de restauración de un orden monárquico, el resultado fue la creación de un sistema estatal en parte semejante al virreinal de antes de 1810. ¿El motivo? El retorno de Fernando Séptimo en 1814 al trono, quien había rechazado toda innovación anterior: la constitución de Cádiz, la autonomía en España y América y, por su puesto, la independencia y la república. Bien podría decirse que fue una política para conservar lo que abruptamente había variado, negándole al cambio todo beneficio y afirmando que el bienestar estaba en la tradición, en lo realmente conocido. En estos términos, lo primero con que se enfrentó Warleta fue con la reactivación de las instituciones, tarea no complicada porque los nombrados se encontraron ante pocos cambios en los cargos. Había ocurrido que el régimen rebelde preservó la mayoría de los organismos y de las formas AHA, tomo 870, documento 13613, folio 870.

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tradicionales de gestión, y por tanto fue tenue la diferencia entre la labor del anterior funcionario y el actual de la Reconquista. Por supuesto la República creó otras actividades modernas, que por el corto tiempo fueron experimentales comparadas con la solidez de aquellas antiguas.43 Ahora ya no existían, y lo que había que hacer era nombrar funcionarios, y en ello Warleta se afanó para evitar la parálisis institucional. Su lógica determinación consistió en conservar a los empleados del gobierno anterior hasta que dispusiese otra cosa. Por este medio tuvo tiempo para conocer los perfiles políticos y las competencias de personas confiables en su realismo, que luego nombró. El funcionamiento administrativo estaba alterado y en desorden por el apresurado final de la República, causante de abandono de cargos y demás deterioros.44 Rehacer la normalidad fue el deber inicial, y lo hicieron los nombrados en segunda instancia. Previamente, Warleta revisó antecedentes y manejó los conceptos de buena y bella conducta, opuestos a la de conducta despreciable y pésima por estar a favor de la monarquía, y en su contra. Tuvo en cuenta si se había salido expatriado, depuesto, perseguido y resistido con su adhesión al Rey, méritos especiales para tener el cargo como compensación a la fidelidad.45 En resumen, una politización de la gestión pública, indispensable para poder confiar, contar con apoyo y construir con sus subalternos un marco de incondicionales, donde cada uno se sintiera agradecido por el privilegio.46 El nuevo gobierno nació fortalecido como administración estable y renovada, los funcionarios sujetos Piénsese por ejemplo en la estructura derivada de aplicar las constituciones y su división de los poderes públicos. 44 La Reconquista fue una restauración del viejo orden y la instrucción al gobierno de la Provincia fue esa. Su deber consistió en retornar todas las cosas a su antiguo pie, sistema y arreglo, en particular todos los ramos de la Real Hacienda. AHA., tomo 835 13332 folio 172. Dada su amplitud, no es posible el estudio del restablecimiento; de por medio estarían numerosos oficios y sus labores. 45 Ya no pesaron como esenciales de la escogencia, los criterios, como el rango social y económico, la blancura y la legitimidad, la condición de criollo o de español, inclusive la idoneidad. 46 El afán del gobernador Warleta por normalizar la administración hizo que variara la forma de acceso a los cargos. Antes había sido corriente que los particulares solicitasen los puestos, y ahora fue el gobierno el que necesitó que se ocuparan. 43

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a desempeñarse con cuidado, y observados por la mirada atemorizante del gobernador. En medio de este ambiente de afinidad política y de control, en Medellín, en Rionegro, en Marinilla o en la ciudad de Antioquia, los funcionarios formaron pequeños grupos integrados, cuya extracción era criolla y española, de buena condición social y a veces articulados por nexos de parentesco. Su beneficio fue tener un empleo público, una posición en la jerarquía administrativa y hacer parte del grupo socialmente dominante. En este último sentido, formaron una fuerza opuesta a los individuos que antaño habían administrado la República, y por estar al lado del poder se valieron de él cuando el particular requirió una gestión ante el gobierno. Los nombrados lo fueron interinamente para ser confirmados por el Virrey. Cumplida la norma de la lealtad en la escogencia, éste ratificó cuando recibió los documentos y el informe favorable del mandatario de provincia. Dichos trámites hicieron parte de las relaciones centralistas restauradas en todo el Reino, pero sin querer decir que en un nombramiento lo más decisivo fue la instancia virreinal. Sólo en cierta ocasión el alto mandatario dudó de su gobernador y requirió estar sobreseguro en sus aprobaciones. Pidió referencias y constató que los funcionarios importantes del gobierno provincial fueran de confianza. Los anteriores se habían comportado impecablemente y, ante la evidencia, el virrey Montalvo se disculpó: “no habiendo sido en manera alguna intención de esta Superioridad el envolver a los empleados en difusas actuaciones, sino que se ha querido tomar el conocimiento de ellos y sus opiniones como era preciso saber la clase de hombres que había de manejar los intereses del Rey para cubrir mi responsabilidad”.47

Se trató del Teniente de Oficiales Reales en Medellín, don José Antonio Piedrahíta; del Administrador Principal de Aguardiente, don José de Pasos; del Administrador Subprincipal de Correos, don José Mariano Pontón; del Administrador Particular de Tabacos de Copacabana, el doctor don Marcelino Javier de Isaza; del Interventor de Correos en Medellín, don José Joaquín Faciolince; del Oficial Real en la Caja de Medellín, don Miguel de Sierra y San Miguel. AHA, tomo 842, documento 13341, folio 136. 47

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El nuevo gobierno llenó vacantes en cargos suprimidos y reactivó instituciones desparecidas.48 La Real Hacienda, por su dimensión, presentó la mayor dinámica y dio la posibilidad de dar empleo a un número significativo de personas. No sólo fueron los cargos de las cajas reales, puesto que mucho más frondosas fueron las nóminas en los estancos de aguardiente y de tabaco y en la renta de correos. Los mejores cargos por sueldo, prestancia y autoridad, se destinaron para personajes de mayor alcurnia y figuración política. Fue el caso del oficio de Contador y el del Tesorero de la caja real principal situada en la ciudad de Antioquia, ambos con autoridad sobre los tenientes oficiales reales de las cajas subalternas de Medellín, de Rionegro, de Marinilla y de Santa Rosa. No menos trascendencia estatal, política y social tuvieron los cargos de Administrador Principal de Tabacos, Administrador Principal de Aguardiente y Administrador Principal de Correos, todos provistos de numerosos subalternos por ellos nombrados. Para éstos últimos, y para el gobierno de la provincia, fue una ventaja tener una extendida base social administrando los monopolios; era políticamente afín y por tanto dispuesta a resistir en muchos lugares cualquier intento de sedición. Así, por ejemplo, cuando en mayo de 1816 don Mariano Pontón fue nombrado Administrador Principal de la renta de correos, tuvo a su disposición encontrar personas leales para ser administradores particulares en diversos lugares. Recomendó y fueron aceptados sus candidatos en las administraciones de la ciudad de Antioquia, de Yolombó, de Cancán, de Remedios, de Marinilla, de Santa Rosa de Osos y de San Pedro. El estado de las rentas no era el mejor, y fue necesaria su reconstrucción. La vigencia de los estancos de tabaco y de aguardiente había chocado contra los criterios liberales de la economía y de la sociedad, y habían tenido cambios contraproducentes. Primero, el régimen republicano debió admitir Dos de ellas fueron la Tenencia de Gobernador en Santa Rosa y el Cabildo indígena. No sólo eran necesarias porque provenían del pasado; también se necesitaban como prolongaciones de la autoridad gubernamental y de sus cabildos, para ejecutar directrices y actuar de mediadoras entre sus comunidades. Ambas articuladas al ayuntamiento de la ciudad de Antioquia; la una para incidir en toda la extensión del altiplano de Los Osos, y la otra, de menor importancia, para que comunidades indígenas, como la de Buriticá, tuvieran sus mandones y éstos regular la vida local. AHA, tomo 837, documento 13313, folio 228.

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la necesidad de los estancos, pero no logró la eficiencia de antes de 1810; segundo, al desorden sociopolítico se sumó el incremento de los contrabandos. Renovar los cabildos fue una de las primeras acciones del nuevo gobierno. Los capitulares que estaban cuando ingresó el Coronel Warleta presentían su relevo, pero ignoraban las implicaciones. El siguiente es un fragmento que deja entrever las circunstancias; proviene de un acta del Ayuntamiento de la Villa de Medellín, que da cuenta de la reunión sostenida en la mañana del 13 de mayo de 1816 entre capitulares y el nuevo mandatario militar: “Reunido el Señor Comandante General de la División del Magdalena don Francisco Warleta a las 10 de la mañana…con los señores que componen este Ilustre Ayuntamiento desde el tiempo del extinguido gobierno, manifestó…tener orden superior del Excelentísimo Señor General en Jefe don Pablo Morillo para deponer a los actuales funcionarios y remplazar en otros de su elección los empleos respectivos que verificó eligiendo por el alcalde de Primera Nominación a…”49

En el Acta del Escribano no se anotó nada sobre los destituidos, ni se sabe quiénes fueron porque no le interesó anotar sus nombres. Su pluma siguió esta secuencia: primero la elección; luego la notificación escrita a los electos y la orden del gobernador de hacerse presentes en la Sala ante él; la entrada inmediata de todos, menos un regidor ausente que debía posesionarse luego; los juramentos tomados por Warleta; la notificación de haber sido recibidos al uso y ejercicio de sus empleos con toda la autoridad, facultades y atribuciones; finalmente, la orden de inmediato nombramiento de jueces en los partidos de la Villa.50 No hubo ningún traumatismo en este procedimiento anormal de despojar de sus cargos a los capitulares de un ayuntamiento con sólo cinco meses de desempeño, y colocar a otros. Ocurrió como si todos estuviesen conformes, los salientes y los entrantes, pero sucedió en medio de una ten Archivo Histórico de Medellín –AHM–, tomo 85, folios 178-179. Nótese que el Gobernador realizó el ritual acostumbrado en el mundo colonial para nombrar cabildos, solo que aquí hubo destituciones. También obsérvese que, menos uno, todos los elegidos por el mandatario estuvieron afuera de la Sala Capitular preparados a entrar. Pudo ser una tradición protocolaria, pero en ese momento, entre Warleta y los nominados existió una relación previa, sin que pudieran excusarse de ser capitulares. 49 50

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sión grande ante el imprevisible comportamiento del comandante militar. Tampoco hay constancia de haberse castigado a los destituidos por estar en los cargos capitulares de un gobierno insurgente. Para los nombrados, la nominación debió ser obligatoria y se ignora cómo fueron escogidos; es obvio que fueron recomendados por ser súbditos leales prestantes. La nómina renovada de los capitulares en los ayuntamientos fue más grande que la tradicional. A principios de mayo de 1816, el gobernador Warleta le dio esta conformación: dos alcaldes ordinarios, el Alférez Real como primer regidor, el Alcalde Mayor Provincial que a la vez fue regidor segundo, seis regidores más, el Procurador General, y el Escribano. Doce en total, a los que se debía agregar dos alcaldes de la Santa Hermandad, un cargo restaurado porque el gobierno rebelde lo suprimió; esto, quizás por tener otros mecanismos modernos de control. Que Warleta hubiese establecido un Cabildo así indica que su intención fue gobernar a Antioquia con sólidos y eficaces autoridades en sus villas y en sus ciudades. El procedimiento en los demás cabildos no se conoce, pero es de suponerse que fue semejante para la ciudad de Antioquia, para Rionegro y para Marinilla. Es decir, hubo renovación con nombres recomendados por alguien inmediato al mandatario, y a la vez reintegración por haberse dado posesión a la totalidad de los cargos capitulares. De esta forma los poderes locales intervenidos generaron una nueva situación política en la cual dejaron de tener su autonomía y su capacidad de réplica alternas al gobierno. Ahora sí fueron agentes del Rey, función que antes de 1810 se cumplía, pero con criterios propios respecto de los intereses de los vecindarios y de las localidades. En cuanto a la nominación de las autoridades menores en partidos y aún en los pueblos de indios, la actitud fue la usual. Simplemente, el mandatario confirmó las escogencias, confiado en que sus subalternos habían procedido según la precaución de constatar la fidelidad al Rey. Cumplido el trámite, rápidamente a este nivel la administración regresó a una gestión rutinaria formada por pequeñas tareas presentadas en los despachos de los alcaldes partidarios y de las autoridades indígenas. Igual aconteció con los asuntos de las ciudades y de las villas donde el rodaje fue tan habitual que pareció propio del período colonial. Lo totalmente nuevo fueron las tareas que el gobierno provincial impuso respecto del control político, de recaudar recursos cuantiosos, de velar por que el vecindario se responsabilizara 252

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del sostenimiento del ejército, y otras semejantes. Poco tiempo después se impondría la dura tarea de construir grandes caminos. Observación final Este trabajo ha constatado que la campaña militar realista fue una confrontación corta e intensa, en la cual triunfó contundentemente sobre un ejército patriota difuso en su comportamiento, y cuyas tácticas y estrategia se desconocen por falta de información. Ante ello, sólo quedó como evidencia la versión ligera de los triunfadores y el testimonio posterior de José Manuel Restrepo. Es pues este texto una historia de los vencedores, quienes, influidos por el hecho, ejercieron su autoridad sin la mínima oposición. No obstante, el nuevo gobierno estableció un sistema de seguridad, formado por diferentes controles sobre una población atemorizada, y en particular para acabar con los antiguos rebeldes. La situación creada conllevó nuevas exigencias nunca antes vividas y, para darles cumplimiento, el mandatario militar renovó las instituciones provinciales con fieles seguidores. Emergió por tanto una nueva administración que tuvo por pauta la continuidad con el pasado colonial. El resultado logrado fue determinante y, a pesar de su brevedad, el gobierno de Francisco Warleta trazó el curso de los tres años que duró la Reconquista. Sus tres sucesores en el mando, Vicente Sánchez de Lima, Miguel Balbuena y Carlos Tolrá, dispusieron de una provincia ordenada en su gestión estatal, leal a la monarquía y, por ende, pacífica. Entre Warleta y éstos, a pesar de ser todos militares en una labor gubernamental transitoria, hubo una diferencia: no habían tenido que vencer al enemigo e iniciar un nuevo orden.

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Fuentes y bibliografía Archivo Histórico de Antioquia –AHA–. Independencia, tomos 834, 835, 837, 838, 842, 844, 848, 865 y 870. Archivo Histórico de Medellín –AHM–. Concejo, tomo 85. Bell Lemus, Gustavo. Deserciones, fugas, cimarrones, rochelas y uniones libres: el problema del control social en la provincia de Cartagena al final del dominio español 1816-1820. En: Cartagena de Indias: de la Colonia a la República. Bogotá: Fundación Simón y Lola Guberek, 1991. Caballero, José María. Particularidades de Santa Fe: un diario de José María Caballero. Medellín: Bedout, 1974. Chaparro Silva, Alexander. La opinión del Rey. Opinión pública y redes de comunicación impresa en Santafé de Bogotá durante la Reconquista española 1816-1819. En: Francisco A. Ortega Martínez y Alexander Chaparro Silva (editores). Disfraz y pluma de todos: Opinión pública y cultura política siglos XVIII y XIX. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia- University of Helsinki, 2012. Díaz Díaz, Oswaldo. La Reconquista española, volumen 6. Historia Extensa de Colombia. Bogotá: Lerner, 1968. Duque Betancur, Francisco. Historia del departamento de Antioquia. Medellín: Secretaría de Educación Departamental, 1988. Espinosa Moreno, Nubia Fernanda. “La cultura política de los indígenas del norte de la provincia de Tunja durante la reconquista española”. Anuario de Historia Social y de la Cultura, volumen 37 (2012). Friede, Juan. La otra verdad. La independencia americana vista por los españoles. Bogotá: Carlos Valencia Editores, 1979. Goot, José Manuel. Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, tomo III. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, ediciones de la Revista Bolívar, 1953. Mercado, Jorge. Campaña de invasión del teniente general don Pablo Morillo 1815-1816, volumen 14. Bogotá: Librería del Ejército, 1963. Morillo, Pablo. Memorias. Bogotá: Incunables, 1985. Ocampo López, Javier. “El proceso político, militar y social de la Independencia”. En Manual de Historia de Colombia, tomo II. Bogotá: Colcultura, 1979.

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Vindicación del combate de Chorros Blancos Humberto Barrera Orrego

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l breve período de la gobernación de José María Córdova (13 de agosto de 1819 – 10 de mayo de 1820) se halla documentado en abundante material contemporáneo: correspondencia epistolar de José Manuel Restrepo y del mismo Córdova, Historia de la revolución de la república de Colombia y Diario político y militar de don José Manuel Restrepo, entre los documentos más conocidos. Tal vez una de las referencias más notorias es la que hace Marcelo Tenorio1 en sus memorias, “Confesión Marcelo Tenorio es una de las figuras más interesantes e injustamente olvidadas del período turbulento que va de 1812 a 1830. Vino al mundo en Honda hacia 1793; hijo único, a los nueve años de edad quedó huérfano de padre. A la edad de diez y nueve años era ya “uno de los más ardientes republicanos” y desempeñó, entre otros, el cargo de juez o ministro del Tribunal de vigilancia o Junta de seguridad pública de la provincia de Mariquita, uno de los tribunales más odiados y temidos por los realistas, con jurisdicción sobre todo fuero, que podía juzgar y sentenciar sin apelación a los enemigos de la República, llegando a aplicar incluso la pena capital. Gran parte de estos jueces perdieron la vida durante la depuración de Pablo Morillo, o fueron llevados a prisión o desterrados, cuando no a prestar servicio de soldados rasos en las filas realistas. Temeroso de ser encerrado en un calabozo, Tenorio emigró de Honda al Cauca con la intención de embarcarse en algún puerto del Pacífico, pero como toda la costa del sur estaba ocupada por los enemigos, retornó a Honda y de allí pasó a Santafé con el ánimo de presentarse ante el Pacificador Morillo en persona, y fue absuelto de sus comprometimientos. Luego de una nueva acusación, esta vez ante el virrey Juan Sámano, y de una renovada absolución, Tenorio determinó salir de Honda con un pequeño capital para buscar su subsistencia y la de su madre en Antioquia, donde era menos conocido, mientras pasaba la tormenta de la “pacificación”. Radicado en Rionegro, una noche lo hizo llamar el gobernador Carlos Tolrá para desterrarlo de la provincia en el término de dos horas, no sin antes amenazarlo con la prisión y el patíbulo. De nada le valió la intercesión de varias personas influyentes, algunas emparentadas con la mujer del gobernador, doña Juliana Rendón, como es el caso de Juan Crisóstomo Campuzano y Vicente Pérez, español y relacionado con Tolrá. Pese a la orden perentoria y al carácter despótico de Tolrá, Tenorio permaneció aquella noche en Rionegro reuniendo sus escasas pertenencias para emprender viaje. Llegó a Honda el

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de un viejo faccioso arrepentido”, publicadas por Eduardo Posada en tres entregas en el Boletín de Historia y Antigüedades, entre 1906 y 1907. Pese a que en los tiempos de la dictadura de Bolívar Tenorio mantuvo una estrecha amistad con Córdova y llegó a ser su cofrade masón y a compartir su vivienda de la Calle de la Portería en Bogotá,2 en sus memorias solo menciona de paso al militar antioqueño a su llegada a Honda en persecución del virrey Sámano, después de la batalla de Boyacá. A pesar de que Tenorio ejerció actividades comerciales en Rionegro durante la época del terror, al parecer no conoció personalmente a don Miguel Crisanto de Córdova, y esto por una singular coincidencia. En marzo de 1817, los alcaldes de Rionegro le comunicaron al gobernador realista Vicente Sánchez Lima que, debido a los rumores que habían corrido sobre su relevo del cargo y sobre las supuestas instrucciones atroces que traía su sucesor, el teniente coronel Sebastián Díaz, habían emigrado de Rionegro, con variados pretextos, varios sujetos, entre ellos don Crisanto de Córdova con sus dos hijos varones, Salvador y Vicente.3 martes 10 de agosto de 1819, y cuatro días más tarde, el sábado 14, cruzó el Magdalena la retaguardia del ejército libertador, a órdenes del general José Antonio Anzoátegui. “Un joven héroe [José María Córdova], digno heredero del genio y del valor de Girardot y de Mejía, fue el encargado de enarbolar en el país de su nacimiento el estandarte de la libertad, a la cabeza de cien hombres escogidos”. El general Anzoátegui nombró a Tenorio gobernador y comandante general de la provincia de Mariquita. Ejerció el cargo de gobernador político durante siete meses. Tenorio, Marcelo. “Confesión de un viejo faccioso arrepentido”. En: Boletín de Historia y Antigüedades, vol. 40, No. 41 (1906), pp. 292301) Luego de participar activamente en la conjuración del 25 de septiembre de 1828, en la revolución de la provincia de Mariquita en 1841 y en la subsiguiente defección del coronel Vesga, fue desterrado a Santa Marta, donde fue socorrido por el general Joaquín Posada Gutiérrez. Tenorio, “hombre de talento e instrucción, de grande imaginación y de genio satírico y gracioso, fue por mucho tiempo el ornato de varios círculos de la sociedad bogotana”. Después de una larga y dolorosa enfermedad y de la grande miseria y sufrimientos en que pasó sus últimos días asistido por su hija Cecilia, dejó de existir el domingo 8 de diciembre de 1861. Sus exequias tuvieron lugar al día siguiente en la parroquia de San Francisco, de Bogotá, costeadas por sus cofrades masones. Posada, Eduardo. Biografía de Córdova. Bogotá: Biblioteca del Banco Popular, 1974, p. 487. 2 Moreno de Ángel, Pilar. José María Córdova. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, 1979, II, p. 495. 3 Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia. Bogotá: Editorial Lumen Christi, 1970, II, p. 188).

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Retrato a lápiz de José María Córdova por Alejandro García Restrepo. Retoque digital por Juan Pablo Londoño


En la nota al pie número 13 de las citadas memorias, dice Tenorio: “El teniente coronel José María Córdova, que a la edad de diez y nueve años era jefe de Estado mayor de la división Anzoátegui y más tarde tan ilustre por su gloriosa carrera, fue el encargado de aquella importante operación [libertar la provincia de Antioquia]. Un día antes de recibir la orden del general en jefe, que se hallaba en Bogotá, había dirigídole un posta solicitándola como una gracia; y por una feliz y rara coincidencia se le había concedido aquel mismo día en iguales términos que la solicitó”4 [el énfasis es mío]. Botero Saldarriaga, con estilo muy florido, se hace eco de la nota de Tenorio, en estos términos: Desde Honda, el teniente coronel José María Córdova, el ilustre y joven guerrero que había lucido su valor, su abnegación y sus facultades de ayudante general de estado mayor en la sangrienta y porfiada lid de Venezuela y en la Nueva Granada y que apenas contaba diez y nueve años, se dirigió al Libertador en oficio en que le pedía como una recompensa de sus servicios a la patria el marchar como jefe de una expedición libertadora de sus montañas nativas. Y ¡rara coincidencia! El correo que llevaba aquel pliego se cruzó en la vía de Honda a Santafé con expreso que traía del cuartel general del Libertador la siguiente orden [aquí la transcribe, y prosigue]. Antes de que llegara la petición de Córdova a manos del Libertador, éste –como un tributo bien merecido por las altas cualidades de aquel jefe, casi un niño, y que le había acompañado en las campañas de 1817, 18 y 19– le daba el grato y honroso encargo, que como único premio a sus servicios ambicionara, distinguiéndole así entre los más renombrados luchadores de la guerra de Independencia que al lado del genio de América forjaban la libertad del continente.5

Doña Pilar Moreno de Ángel también menciona el episodio novelesco del cruce de comunicaciones en el camino de Honda a Bogotá, dando por supuesto que Córdova obtuvo exactamente lo que había pedido: “(…) relata Tenorio que el coronel Córdova se dirigió a Bolívar solicitando se le concediera la gracia de libertar su nativa provincia de Antioquia. Coincidencialmente el correo de postas se cruzó con otro, que traía una comu Tenorio, Marcelo. “Confesión de un viejo faccioso arrepentido”, pp. 299-300. Botero Saldarriaga, Roberto. General José María Córdova. Bogotá: Tipografía Renacimiento, 1927, pp. 174-176.

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nicación de Soublette en la cual, por orden del Libertador, se nombraba a Córdova comandante de la columna que debería trasladarse para intentar la liberación de Antioquia”.6 Si bien, salvo error u omisión, no se conoce el texto de la solicitud de Córdova, puede inferirse que pidió una comisión militar y no un cargo burocrático. Según los términos en que está redactada la orden de Bolívar, en ella se contiene el germen de algo que Córdova no había deseado. Conviene transcribir el texto firmado por Soublette: Estado Mayor General – Cuartel general en jefe, en Santafé a 13 de agosto de 1819. Su excelencia destina a usted a libertar la provincia de Antioquia; con este destino conduce a su disposición el capitán Carlos Robledo más de cincuenta hombres bien armados; y además se previene al señor general Anzoátegui le entregue otros cincuenta armados y municionados. Importa que usted obre con rapidez para aprovechar de los momentos de sorpresa y antes que el comandante de aquella provincia tome algunas medidas para su defensa, o se ocupe, en la inteligencia de que según todos los informes, no tiene más fuerza que la de cincuenta hombres, y que toda la provincia está desesperada por encontrar una fuerza que le apoye para levantar el grito. Progresivamente y según los avisos de usted, se le remitirán los más auxilios que necesite en armas, municiones o fuerza, y usted tendrá comunicaciones frecuentes con el Estado mayor general o con su excelencia. Luego que usted ocupe la provincia de Antioquia, organizará todos los ramos, levantará un cuerpo lo más numeroso posible, destinará en él todos los oficiales de la república que encuentre en ella, provisionalmente, hasta la aprobación de su excelencia. Los empleos de rentas y en lo civil serán también provisionales y usted escogerá sujetos de conocido patriotismo y probidad, procurando asegurar todos los intereses del Estado y organizar las rentas en todos sus ramos. (El énfasis es mío.) En suma, su excelencia confía en su celo, actividad e inteligencia que todo se ejecutará del modo más conveniente al servicio, y que aquellos habitantes serán tratados bien. Los 50 hombres que marchan de aquí y los 50 que le entregará el señor general Anzoátegui, los organizará en dos compañías, distribuyendo en ellas los oficiales que lleva el capitán Robledo y constan de la adjunta relación. Moreno de Ángel, I, op. cit., p. 137.

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Avíseme usted el momento de su marcha. Dios guarde a usted muchos años. C. Soublette Señor teniente coronel, ayudante general José María Córdova7

La abundancia de fuentes documentales no implica necesariamente resultados simplificados. Por ejemplo, no hay claridad en cuanto al número de soldados que completó Córdova desde su salida de Honda hasta su entrada en Antioquia. El 22 de agosto de 1819,8 Córdova le escribe al general Antonio Obando, gobernador y comandante general de Mariquita, que el viernes 20 de agosto se embarcó en Honda a las 11 de la mañana con los 100 hombres de su mando en dos balsas y tres barquetas, y a eso de las cuatro de la tarde, en Palanquero (a unas siete leguas de Honda) se le presentaron diez y siete soldados realistas, diez de ellos armados de fusil, y pernoctó en Doña Juana; al día siguiente mandó por tierra una partida de veinticinco hombres a sorprender a sesenta soldados realistas (treinta de los cuales estaban provistos de fusiles) situados en Guarumo. Cien más diez y siete más sesenta son ciento setenta y siete hombres. Diez fusiles les tomó a los soldados de Palanquero y treinta a los de Guarumo: son cuarenta fusiles adicionales. Sin embargo, casi cuatro meses después, le escribe al general Santander: Me dice usted que le parece poca la fuerza de esta provincia; óigame esta cuentecita; cincuenta fusileros me mandó de Santa Fe el general Soublette; ciento diez y ocho me dio en Honda el general Anzoátegui; treinta cogí en Guarumo, y doscientos que usted me ha mandado, hacen trescientos veintiocho. A cuatrocientos sesenta que tengo, van ciento treinta y dos que he recogido en esta provincia de a uno, dos y tres: pues, señor, no es muy poca; tengo cuatrocientas plazas disponibles y sesenta en el hospital.9

Botero Saldarriaga, op. cit., pp. 174-175. Carta de Córdova al general Antonio Obando. Honda, agosto 22 de 1819. En: Moreno de Ángel, Pilar (compiladora). Correspondencia y documentos del general José María Córdova. Bogotá: Editorial Kelly, 1974, I, p. 12. 9 Carta de Córdova a Santander. Rionegro, diciembre 16 de 1819. En: Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 110-111. 7

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En esta carta saltan a la vista dos cosas: que hay una evidente contradicción con la carta del 22 de agosto de 1819, y que las matemáticas de Córdova andaban erradas. En efecto, hechas las cuentas como Dios manda, 50 + 118 + 30 + 200 no suman 328, como dice la carta, sino 398. El misterio parece aclararse si cambiamos la palabra “fusileros”, que es la que figura en Roberto Cortázar (la fuente de doña Pilar Moreno de Ángel), por “fusiles”, ya que Córdova tomó treinta fusiles en Guarumo. En ese caso, Córdova le estaría informando a Santander que trajo 328 fusiles a Antioquia y fue completando poco a poco los 132 que le hacían falta para armar a los 400 hombres del batallón, más sesenta fusileros hospitalizados. Quedarían por mencionar los diez fusiles recibidos en Palanquero. Persiste, en cualquier caso, el error aritmético. Córdova consignó de esta manera sus inicios en la gobernación de la provincia: El 25 de agosto me puse en marcha de Juntas para el interior de esta provincia, atravesé la montaña en tres días y el 28 llegué a la Villa de Marinilla, y encontré este pueblo ya independiente del gobierno español, pues el ciudadano José Urrea, vecino de ésta, levantó la voz y ya tenía recibidos cien hombres armados con cinco fusiles, lanzas y machetes. Aquí fui informado que por esta causa el gobernador coronel Tolrá se había retirado a Santo Domingo, y que su teniente asesor se mantenía en Medellín. Esta misma noche hice montar cuarenta hombres e intimando rendición a dicho asesor, doctor Martínez, marché hacia Barbosa para interponerme entre los dos, que según todos los informes, tenían cada uno sesenta hombres fusileros en San Vicente, mitad del camino de Marinilla a Barbosa. Supe que Tolrá había seguido de Santo Domingo para Zaragoza, de allí mandé 30 hombres de los 40 en su persecución y con 10 seguí a Barbosa, dando orden al capitán Robledo para que con el resto de la división marchase a Medellín. En Barbosa supe que el doctor Martínez había seguido para Antioquia, y como yo no tenía más que diez hombres, fui a reunirme en Medellín con la división y lo hice hoy 1° de septiembre a las 6 de la mañana. A las 8 salió el capitán Robledo con 30 hombres en persecución de aquél, y yo me he quedado organizando la provincia.10

Carta de Córdova al general Carlos Soublette. Medellín, agosto 30 de 1819. En: Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 14-15. 10

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Sea como fuere, Córdova se vio abocado a enfrentar un gobierno provincial erizado de problemas de toda índole, algunos evidentes, como la situación de orden público y el contrabando de aguardiente; otros soterrados, como la corrupción de los funcionarios y el sistema de espionaje de los realistas. Un mes después de la llegada del flamante gobernador, el 30 de septiembre de 1819, Faustino Martínez le escribió desde el punto de San Ciprián al virrey Juan Sámano, radicado en Cartagena, pidiendo su ayuda, y le informó que la provincia de Antioquia había sido invadida por 200 hombres “a las órdenes de José María Córdova, hijo de Rionegro, a donde llegó el 28 del pasado agosto, y que aunque han alistado mucha gente, se hallan sin más armas que la lanza y faltos de pertrecho y municiones, de suerte que si vuestra excelencia manda algún refuerzo la provincia será reparada al momento”.11 Estos informes, unidos a los que posteriormente enviaría Manuel Santamaría, alentaron a Sámano a orquestar una segunda reconquista desde Cartagena y otros puntos estratégicos del virreinato, como veremos. El 17 de noviembre de 1819, Córdova nombró a Manuel Santamaría Isaza (alias “Matón”)12 supervisor de la fábrica de nitros y pólvora,13 y en tal carácter tenía acceso a lo que hoy llamaríamos “información privilegiada”. Más tarde se descubriría que Santamaría era “doble agente” y que había sostenido una copiosa correspondencia con Warleta, proporcionándole informes vitales sobre el estado de la fuerza de la provincia y otros datos de particular importancia, tal como aparece en carta de Córdova a Santander, fechada en El Carmen el 30 de julio de 1820,14 en la que el remitente se despacha a fondo contra el espía. Esto es apenas una muestra de la situación que encontró Córdova a su arribo a Antioquia como el gobernador más joven de la historia de la Moreno de Ángel, I, op. cit., pp. 140-141. Gónima, Eladio. Apuntes para la historia del teatro de Medellín y Vejeces. Medellín: Tipografía de San Antonio, 1909, p. 85. 13 Decreto de Córdova que introduce varias reformas en la fábrica de nitrógenos de Medellín. Rionegro, 17 de noviembre de 1819. En: Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 101. 14 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. El Carmen, 30 de julio de 1820. En: Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 257-258; y también, Pilar Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., p. 161. 11 12

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provincia y el departamento, ya que tan solo cumpliría los veinte años de su edad el miércoles 8 de septiembre de 1819 (cerca de un mes luego de su nombramiento), durante una visita de inspección a la entonces capital provincial. Entre los aspectos más notorios que Córdova encontró en la provincia se cuentan los siguientes: 1. Una temible anarquía: luego de conocerse la victoria republicana en Boyacá, grupos armados atacaban poblaciones rivales y se daban al saqueo y la violencia indiscriminada.15 2. Un alto índice de negligencia y corrupción entre los funcionarios de la corona (v. gr. los oficiales reales, o tesoreros, Antonio del Valle, Baltasar Álvarez, Rafael Caro). 3. Alentados por la triunfante reconquista española, buena parte de los habitantes de la provincia eran realistas y reverenciaban a su amadísimo soberano, Fernando VII, de suerte que el 9 de octubre de 1819, Córdova tuvo que ordenar la quema por mano de verdugo de los retratos del monarca entronizados en los cabildos. 4. Tan dividido como su grey, el clero no admitía medias tintas: o con el rey o con la república. La secesión del clero sembraba el desconcierto entre los feligreses, que no sabían a ciencia cierta a qué atenerse. Se cumplía al pie de la letra aquel pasaje del evangelio: “El padre estará dividido contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre” (Lucas 12:53). 5. Todo esto tenía sumida a la provincia en un estado de total desconcierto, pues, al decir de Restrepo, “uno y otro partido mienten infinito”.16 Una de las primeras medidas tomadas por Córdova, siguiendo al pie de la letra el “libreto” que le dio el gobierno de Bogotá, fue la de nombrar gobernador civil de la provincia de Antioquia a don José Manuel Restrepo, en obediencia al decreto firmado por Bolívar el 17 de agosto de 1819, que dejaba en manos del abogado los asuntos judiciales y de baja policía, en tanto que Restrepo, José Manuel. Diario político y militar. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de Colombia, 1954, I, p. 19. 16 Ibíd., p. 17. 15

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Los gobernadores y comandantes generales de la provincia ejercerán no solo el mando de armas en el distrito que está a su cargo, sino que será de su especial resorte la alta policía y todas las funciones gubernativas.17

El gobierno central tenía muy claro que un jefe militar curtido en los campos de batalla no necesariamente estaría en condiciones de manejar todos los tejemanejes de la administración pública, por cuyo motivo también había nombrado gobernadores civiles en las provincias de Bogotá (doctor José Tiburcio Echeverría), Pamplona (doctor Francisco Soto) y Cartagena (doctor Pedro Gual).18 Ansioso de mostrar que merecía el cargo al cual había sido exaltado, Córdova le escribió el 30 de agosto de 1819 al jefe del estado mayor general, general Carlos Soublette: “Puedo contar sin falta alguna con formar un batallón de 400 soldados veteranos muy buenos. Espero que vuestra señoría me mande lo más pronto posible, lo menos 300 fusiles y 10.000 cartuchos; de este último renglón aguardo siquiera 4.000 por momentos, pues vuestra señoría sabe muy bien que yo no he traído repuesto alguno”.19 Dos días después, primero de septiembre, le escribe en parecidos términos al presidente Simón Bolívar, solo que esta vez recarga un tanto las tintas, y promete 500 veteranos y 500 bisoños en un mes, “esto es contados con los 160 que he traído”.20 Y dos días más tarde, el 3 de septiembre, le insiste: “si se me mandan fusiles y municiones antes de un mes, tendré un brillante cuerpo pues tengo excelentes oficiales y jóvenes de educación que propondré a vuestra excelencia para el completo del cuadro”.21 En la misma carta fechada el primero de septiembre, el gobernador Córdova le escribió a Bolívar: “El gobierno de la república lo he restablecido […] Puede vuestra excelencia contar con la libertad de la provincia de Antioquia actualmente”. Por consiguiente, no fue el combate de Chorros Blancos lo que produjo Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., p. 147. Tenorio, op. cit., pp. 300-301, nota al pie No. 18. 19 Carta de Córdova al general Carlos Soublette. Medellín, agosto 30 de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 15. 20 Carta de Córdova al presidente de la república, Simón Bolívar. Medellín, 1 de septiembre de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 17. 21 Carta de Córdova al presidente de la república, Simón Bolívar. Rionegro, septiembre 3 de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 18-19. 17 18

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la liberación de Antioquia, sino la mera presencia de José María Córdova en 1819. Doña Pilar Moreno de Ángel sintetiza de esta forma los principales acontecimientos22 acaecidos durante la gobernación de José María Córdova: El 9 de septiembre despachó rumbo al Chocó una expedición al mando del capitán de ingenieros Juan María Gómez, compuesta de veinticinco infantes, veintinueve fusileros y quince lanceros, para libertar esa provincia de realistas, objeto que se logró a cabalidad con la ayuda de los indios kunas. Dos días más tarde, el 11 de septiembre, el gobernador hizo pasar por las armas en la ciudad de Antioquia, capital de la provincia, al oficial real Antonio del Valle, por un faltante que éste tenía en sus cuentas. El hecho pasó durante casi ciento ochenta años por acto de barbarie.23 Descubrimientos históricos recientes llevados a cabo por la historiadora Beatriz Patiño Millán han puesto las cosas en su punto: en efecto, Antonio del Valle venía apropiándose desde antiguo de los dineros públicos, hasta el punto de haber sido torturado por el mismo motivo y por orden del oidor y visitador Juan Antonio Mon y Velarde.24 La historia les había colgado el sambenito de sanguinarios a los dos gobernadores, el colonial y el republicano, que con treinta y cinco años de diferencia se atrevieron a dar un escarmiento al funcionario corrupto. Noticioso de que el ex gobernador realista Carlos Tolrá ocupaba la ciudad de Zaragoza en cumplimiento de las órdenes del virrey Juan Sámano, que intentaba recuperar el control de Antioquia, Córdova envió al capitán mayor Carlos Robledo con un destacamento de treinta soldados, que no debían permanecer más de cuatro días en el clima malsano de Zaragoza. El 22 de octubre, Robledo, con el respaldo de treinta reclutas de Remedios, atacó a Tolrá. Ambos comandantes, Robledo y Tolrá, salieron heridos del Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., pp. 136-157. Posada, Eduardo. Biografía de Córdova, pp. 79-80. 24 Patiño Millán, Beatriz. Criminalidad, ley penal y estructura social en la provincia de Antioquia, 1750- 1820. Medellín: Instituto para el Desarrollo de Antioquia, IDEA, 1994, p. 101. Barrera Orrego, Humberto. José María Córdova: entre la historia y la fábula. Medellín: Fondo Editorial Eafit, 2008, pp. 32-34. 22 23

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encuentro, y Tolrá se dio a la fuga. Ante el resultado incierto de Zaragoza, Córdova ordenó fusilar públicamente a diez soldados expedicionarios que mantenía prisioneros. “Estas ejecuciones fueron resultado de la necesidad, no de la crueldad”.25 Dada la actitud abiertamente reaccionaria de un sector del clero antioqueño, Bolívar libró orden a Córdova para expeler de la provincia a los sacerdotes Serna, Peña, Naranjo, Obeso, Cadavid, Tirado, Tamayo y García, y se confiscaron en Marinilla los bienes del cura Vicente Mauricio de Lora. Córdova nombró al doctor José Félix de Restrepo director de la imprenta provincial, trasladada de Rionegro a Medellín, y dispuso que, previa su aprobación, se imprimieran los papeles públicos y una gaceta. Reabrió la fábrica de pólvora que el coronel Francisco José de Caldas había instalado en Medellín, pero su intento fue en vano, pese a todos los esfuerzos por sacar un producto de calidad. En materia fiscal se mantuvo el sistema implantado por la corona española. Para administrar el estanco de tabacos, Córdova recomendó al ciudadano José Antonio Mejía, padre del inmolado Liborio Mejía. Con la aprobación de Córdova, el gobernador civil Restrepo decretó una rebaja en los precios del aguardiente de anís, a fin de ponerle freno al contrabando. Con el fin de sostener las tropas en campaña, a fines de noviembre de 1819 el vicepresidente Santander comunicó a Córdova la orden de Bolívar de enviar en el mes de enero siguiente la suma de ochenta mil pesos, contribución de Antioquia para obtener la libertad de América del Sur. Exigió además Bolívar que se reclutaran en la misma provincia tres mil esclavos solteros, de los cuales a duras penas se pudo reunir mil, completando el número con esclavos casados. El 16 de octubre de 1819,26 Córdova formó en Rionegro el 2º batallón de Cazadores de la Nueva Granada, compuesto de cuatro compañías, de cien hombres cada una, provenientes de los cantones de Rionegro, Antioquia, Medellín y Marinilla; los oficiales del cuadro “son jóvenes de familias distinguidas, de educación, y que prometen ser excelentes oficiales”. Cua Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., p. 146. Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, 16 de octubre de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 58-60.

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renta días más tarde le propuso al ministro de la guerra, doctor Alejandro Osorio, un uniforme “que no sea costoso ni complicado para el cuerpo de mi mando”: chaqueta de paño azul con cuello y bota colorada, calzón blanco de lana u otro género fuerte, gorra de vaqueta copa de sombrero […], gorro de cuartel de manga, la parte que abraza la cabeza colorado y el resto azul. […] Los oficiales, chupa azul con cuello, bota y vuelta colorada, calzón blanco ajustado, bota por encima del calzón, gorra fina como la del soldado, gorro azul de bomba, todo con cabos amarillos. […] Tengo el cuerpo vestido con este uniforme excepto gorras, y tengo repuesto para dar otro vestido a cada soldado.27

Chaquetas y levitas son prendas muy distintas: la levita tiene faldones, la chaqueta no. Por ello sorprende que en el mural que adorna el salón de sesiones de la Asamblea Departamental de Antioquia, entre otros yerros de bulto, los efectivos de Córdova vistan uniforme de levita. Por su parte, el diario de José Manuel Restrepo dice que la bandera del batallón de Cazadores se bendijo en Rionegro el domingo 26 de diciembre de 1819. Muy probablemente estaba bordeada de flecos, como era usual en la época, y llevaría bordado en semicírculo el nombre del batallón, así como la insignia del mismo (dos fusiles cruzados) y un sol naciente al reverso, referencia al sol de la libertad, semejante en esto a la bandera del regimiento de Artillería de Venezuela que se conserva en el National Army Museum de Londres.28 Sea como fuere, lo que es del todo seguro es que el tricolor de Miranda no flameó en las laderas del alto Boquerón. Años después, en septiembre de 1829, cargado de traiciones y desengaños, el general de división José María Córdova evocará en vísperas del combate del Santuario este segundo batallón de Antioquia, y en el artículo 3° del decreto dado en el cuartel general de Medellín el 26 de septiembre

Carta de Córdova al ministro de la guerra, doctor Alejandro Osorio. Rionegro, noviembre 26 de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 107. 28 Lambert, Eric. Voluntarios británicos e irlandeses en la gesta bolivariana. Trad. Teodosio Leal. Caracas: Corporación Venezolana de Guayana, 1981, I, p. 81. 27

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de 1829, destinado a formar cuerpos de tropa “para recuperar el orden y garantías que la República ha perdido”, lo denominará batallón Girardot.29 Dos acontecimientos de singular gravedad marcaron el período del mando de José María Córdova en Antioquia: su caída del caballo el Inca el 28 de diciembre de 1819, a consecuencia de la cual estuvo a punto de perder la vida, y el combate de Chorros Blancos, una acción tan temeraria por el estado de salud en que se presentó Córdova a ponerle freno a la segunda reconquista española, que de no haber sido por su preparación en la Escuela de Ingenieros Militares de Medellín y su experiencia de cuatro años de lucha en los llanos de Venezuela, otro hubiera sido el destino del batallón de Cazadores y de la joven república. Restrepo y Córdova coinciden en declarar que la caída del caballo del segundo se produjo “corriendo toros en la plaza”. De hecho, la palabra que usa Córdova es más evasiva: “habiendo toros”. Más tarde, cuando se refiera desde Corozal a los tres golpes que se dio en la misma pierna en el lapso de seis meses, de resultas de lo cual quedó cojo de por vida,30 dirá que “el primero yo no sé cómo ni cuándo [me lo di]”,31 pero en febrero había reconocido indirectamente la verdad: “Ojalá fuera un poco más llanero, no para correr y darme otra maldita caída, sino para echar mucha lanza”.32 Puede deducirse que el gobernador y comandante militar había aprovechado la fiesta que culminaba con la quema de la efigie del rey Herodes, fiesta que por ende había adquirido un fuerte tinte político, para exhibir sus habilidades en la práctica del coleo llanero. Echemos un vistazo a la “historia clínica” del gobernador José María Córdova, resumida en las palabras de dos testigos de primer orden, el go-

Córdova, José María. Decreto sobre nombre de los batallones que se están formando en la provincia. Medellín, septiembre 26 de 1829, en Correspondencia y documentos, IV, op. cit., p. 280. 30 Arango y Carvajal, José María. “El Santuario”. En: Posada, Eduardo. Biografía de Córdova, op. cit., p. 367. 31 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Corozal, julio 4 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 235. 32 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, febrero 26 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 145. 29

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bernador militar y el gobernador civil. Restrepo registró así en su diario el accidente de Córdova: a. El comandante Córdova recibió, corriendo toros en la plaza, una fuerte caída de caballo; quedó privado más de ocho horas; volvió en sí dislocada su mente y loca.33 b. Continúa la enfermedad del gobernador, tiene síntomas que anuncian una calentura pútrida. Sigue el desorden de ideas y el peligro de morir.34 c. Córdova continúa loco, aunque parece que ya no tiene peligro de morir.35

Por su parte, Córdova vertió a cuentagotas en sus cartas las secuelas de su caída: 1. ¡Qué malo he estado yo! Me he visto muerto: he estado quince días sin juicio, delirando, todo por haber caído de un caballo. […] No escribo a usted más largo, mi querido general, porque estoy bastante malo. Ojalá y que en el correo venidero le escriba yo a usted una carta muy larga, de mi letra.36 2. El día 29 (sic) del mes pasado me di una caída tan violenta que estuve a la muerte y loco delirando 15 días.37 3. Me gusta tanto escribir a usted yo mismo, que si lo pudiera hacer lo haría con mucho gusto. Me siento tan débil y con la mano trémula, que me es imposible tener esa satisfacción. Le contaré a usted mi enfermedad: el 28 de diciembre, habiendo toros, caí en la plaza violentamente y quedé como un muerto […] estuve dos días como muerto; al cabo de éstos volví, pero loco, diciendo mil disparates; me dicen que cantaba mucho canciones de Araure y francesas, que mandaba tropas, que hablaba de muchachas […] A los quince días volví en mi juicio, y ya había sanado perfectamente de cuatro sangrías, diez mil ventosas y multitud de cáusticos que me habían puesto. […] Al otro día que conocí Restrepo, José Manuel, op. cit., anotación del 28 de diciembre de 1819, p. 39. Ibíd., anotación del 30 de diciembre de 1819. 35 Ibíd., anotación del 2-5 de enero de 1820, p. 41. 36 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, enero 16 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 117-118. 37 Carta de Córdova al teniente coronel José María Mantilla, gobernador de la provincia de Mariquita. Rionegro, enero 23 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 118. 33 34

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la existencia regular de este mundo, lo más que me alegró fueron dos cartas de usted; las leí en el momento, pero hallándome sin memoria, no supe absolutamente lo que decían; las leí al día siguiente, tampoco; al otro día ya me acuerdo un poco.38 4. Muchas cosas tengo que escribirle entonces, pues las tenía apuntadas en un libro de memoria, que por falta de la dicha de resultas de mi caída, se me quedó en Rionegro, y por la misma razón expresada no me acuerdo de ellas.39 5. Aún tengo todavía restos de mi enfermedad o de mi caída, no puedo hablar con fuerza por la falta de soltura en la lengua; no puedo bailar como ya había aprendido aquí, por qué sé yo, si un entumecimiento o alguna otra cosa en una pierna; estoy muy débil; un sueño que me devora; me cuesta gran trabajo levantarme.40 6. …ya estoy casi bueno, bastante débil…41 7. Es cierto que el golpe me ha maltratado tanto que por la letra verá usted la diferencia; todavía estoy sin tono en los nervios, sin fuerza para nada […] apenas volví en mí de la primera caída, Warleta atacó la provincia, y en silla de manos, sin ver bien, me puse al frente de las tropas, marché hacia él y lo rechacé en Yarumal. La segunda caída [el 26 de abril] me lastimó tanto un tendón, que el día que salí de Rionegro, quince días después, tenía que montar por medio de una silla; seguí mi marcha, y la noche que entré en Mompós [20 de junio de 1820] me di un violento golpe en la misma pierna; de modo que con los tres, si no tuviera mucha, mucha ambición de la gloria, había tenido bastante motivo para volver de baja al hospital de Rionegro. Pero advierta que solo uno me di de loco, que fue el segundo, en Rionegro; el primero yo no sé cómo ni cuándo, y el tercero fue después de las diez de la noche, muy oscura.42

Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Barbosa, enero 26 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 122-123. 39 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Santa Rosa, febrero 5 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 131. 40 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, marzo 6 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 157. 41 Carta de Córdova a su padre, don Miguel Crisanto Córdova. Rionegro, marzo 6 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 160. 42 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Corozal, julio 4 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 235. 38

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Según doña Pilar Moreno de Ángel, los dos médicos que atendieron la emergencia en el hospital de Rionegro fueron el cirujano médico Juan Carrasquilla y el médico cirujano Pedro Rafael Ruiz de Gutiérrez.43 Córdova estuvo fuera del gobierno aproximadamente durante tres semanas, del 28 de diciembre de 1819 al 16 de enero de 1820, fecha en la cual retomó el mando y comenzó a dictar su correspondencia a un amanuense. Entre tanto, si no podía montar a caballo, mucho menos podía caminar o sostenerse en pie. La única opción que le quedaba al joven gobernador era humillante: hacerse trasladar en silla de manos, un mueble asociado a la aborrecida nobleza española y a los prelados de Santafé (en aquella época, la provincia de Antioquia todavía no tenía obispo). De suerte que el gobernador tendría que viajar a hombros de peones, como una damisela de la corte, o renunciar al gusto de dirigir personalmente la campaña. Luego de tres semanas a partir del accidente y de su subsiguiente crisis y recuperación, el 30 de enero de 1820 Córdova le escribió de Barbosa a Joaquín Muñoz, teniente gobernador de Santa Rosa de Osos: “…esta mañana a las 6 marchó un oficial de Ingenieros [el capitán Juan Antonio Gómez; lo había precedido el teniente Polo Jaramillo con funciones de espía] a Yarumal a reconocer los puntos militares que hay allí cerca del camino de Cáceres”. Este camino era, con el de Sonsón a Mariquita y el de Urrao al Atrato, uno de los que Morillo y Pascual Enrile habían ordenado abrir en Antioquia.44 Sobre este camino dice Córdova en carta al general Santander, fechada en Santa Rosa una semana antes del combate: “Warleta, a mi gran gusto, ha pasado ya la montaña de Cáceres a Yarumal, que es de seis a ocho días y malísima…”. Huyendo de la persecución de Morillo, José Manuel Restrepo había recorrido aquel camino tres años atrás, en 1816, en compañía de un peón, en tres días desde Yarumal a la hacienda de San Pantaleón, a orillas del Cauca, y de allí a Cáceres, en dos horas por el río.45

Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., p. 156. Restrepo, José Manuel. Historia de la revolución de la República de Colombia en la América Meridional. Bernal Villegas, Leticia (editora). Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2009, I, p. 431. 45 Restrepo, José Manuel. Autografía. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de Colombia, 1957, pp. 88-89. 43 44

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La orden de Córdova se dio en respuesta a los rumores que señalaban, desde el 31 de diciembre último, la inminente invasión de Warleta desde Zaragoza. Era la segunda vez que el jefe español llegaba pisando fuerte a la provincia: en 1815 había cruzado a Antioquia de paso hacia Popayán, con el objeto de recabar caudales de manera urgente para llevárselos al Pacificador. Así lo registran el historiador Restrepo y el cronista payanés Santiago Arroyo. Dice el primero que “Warleta remitió a Morillo [desde el sur] en calidad de secuestros diez cajones de alhajas y ornamentos de los templos”.46 Arroyo, por su parte, anota que el 15 de noviembre de 1816 “marchó Warleta [desde Popayán] para Santa Fe con el batallón del rey uniformado, llevando algunas cargas de doblones para entregarlos en el cuartel general de Morillo”.47 De acuerdo con ambas versiones, Warleta hizo cuando menos dos envíos de tesoros desde el sur: uno de vasos sagrados y otro de dinero contante y sonante. Parece una historia de piratas de Port Royal, agravada por el hecho de ser su protagonista un militar español al servicio de su católica majestad. Bien dice el refrán que “en tiempo de guerra no se oye misa”. A raíz del naufragio de la nave capitana de la escuadra de reconquista, el buque San Pedro Alcántara, de sesenta y cuatro cañones, que estalló y se fue a pique en la isla venezolana de Coche el 24 de abril de 1815, “con todo su cargamento de municiones, uniformes, víveres, pertrechos, ocho mil fusiles y dineros para abastecer los soldados”,48 el Pacificador, a la par que maquinaba la reconquista de Venezuela, se había visto obligado a invadir la Nueva Granada para abrirse paso hasta la opulenta Ciudad de los Reyes y remediar su pérdida mediante el saqueo de iglesias, palacios y conven Restrepo, Historia de la revolución, I, op. cit., p. 435. Arroyo, Santiago. Apuntamientos sobre la revolución de la Nueva Granada, especialmente con respecto a la provincia de Popayán, 1808-1824. Popayán: Fundación Caucana de Patrimonio Intelectual, 2010, p. 119, http://fundacioncaucanadepatrimonio.org/wp-content/uploads/2012/09/apuntamientos-por-Santiago-Arroyo.1.pdf (fecha de consulta: 17 de octubre de 2010). 48 Victoria, Pablo. Grandes mitos de la historia de Colombia. La otra cara de Bolívar. La guerra contra Pablo Morillo. Bogotá: Planeta Colombiana, 2010, p. 201. Barrera Orrego, Humberto. “Nuevo examen del combate de Chorros Blancos”. En: La leyenda negra de José María Córdova. Medellín: autor-editor, 2013, p. 89. 46 47

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tos.49 Y es que alimentar, vestir, armar, municionar y pagar salarios a más de diez mil quinientos hombres que formaban la expedición pacificadora no era empresa de poca monta. Pese al agotamiento del complejo minero del legendario cerro de Potosí, los recursos del Perú eran considerables.50 La receta resultó tan exitosa, que a principios de 1820 al virrey Juan Sámano se le ocurrió repetirla para financiar la segunda reconquista, con resultados catastróficos para la causa realista, debidos, en gran parte, al triunfo de los republicanos en Yarumal. A fines de 1819 y principios de 1820, las fuerzas expedicionarias del rey de España volvieron a cerrar sus tentáculos desde las fronteras del antiguo virreinato de la Nueva Granada. Su acción envolvente, calco fiel de la estrategia de Pablo Morillo en 1815,51 cuya depuración había bañado en sangre los restos de la primera república, pretendía apoderarse una vez más de la ciudad de Santafé y abrir una vía de comunicación entre Cartagena, sede provisional del gobierno español, y los recursos del Perú, que en 1820 era todavía un virreinato de la corona de Borbón. Avanzaron así las tropas realistas desde el norte por los ríos Atrato y Magdalena y por la provincia de Antioquia, desde el oriente por Cúcuta, y desde el sur, por Popayán. A fin de lograr una cabal comprensión de los acontecimientos que conformaron la campaña de Yarumal, juzgo oportuno transcribir el diario de la división de Antioquia desde el 2 de febrero de 1820,52 firmado por el gobernador y comandante militar, José María Córdova, al cual le agregaré mis propias observaciones y conclusiones: Día 2. La división, compuesta del 2° batallón de Cazadores de Nueva Granada y de 200 voluntarios de las milicias de la provincia permanecía en Barbosa. Ochoa Antich, Santiago. “La historia, ¿quién la hace?”, http://www.analitica.com/va/ politica/opinion/6034040.asp (fecha de consulta: 8 de septiembre de 2007). 50 Barrera Orrego, La leyenda negra… op. cit., pp. 89-90. 51 Ocampo López, Javier. “El proceso político, militar y social de la Independencia”. En: Jaramillo, Uribe, Jaime (director científico). Nueva historia de Colombia. Bogotá: Planeta Colombiana Editorial, 1989, 2, p. 51. 52 Diario de la división de Antioquia desde el 2 de febrero [1820], en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 133-134. 49

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La víspera, el martes primero de febrero, había entrado Warleta en Yarumal a eso de las cinco de la tarde con su segundo, el teniente coronel Sebastián Díaz, a la cabeza de 125 fusileros.53 Debido a que los vecinos no tuvieron tiempo suficiente de emigrar, habían encontrado “recursos de toda especie porque es muy provisto aquel lugar”. Desde su cuartel general en Yarumal, Warleta mandó destacamentos para defender los puntos estratégicos de Angostura, Carolina y el valle de San Andrés. Pendiente del informe de sus espías, hizo marchar su fuerza por el camino empedrado de losas volcánicas llamado hoy “del Asilo” que, en cercanías del alto Boquerón, al oriente de la población, se divide en dos ramales: uno que conducía a Cáceres y la Costa Atlántica, y otro que llevaba al caserío de Cañaveral y los minerales de Anorí. Se atrincheró en este camino no solo para impedirles el paso a los republicanos, sino para tener a sus espaldas el camino de Cáceres (hoy en gran parte desaparecido bajo la carretera al corregimiento de Cedeño), por si algo salía mal. Córdova, por su parte, concentraba en Barbosa la división republicana: 400 fusileros uniformados y 200 paisanos armados de lanzas. Día 3. Se puso en marcha [la división] y penetró en Riogrande.

Considerando la áspera subida desde Barbosa hasta Riogrande, la dificultad de trasladar al gobernador en su mueble y la impedimenta de más de medio millar de hombres, más la artillería, el ganado en pie, etc., la jornada se cumplió con celeridad. Pernoctaron en Riogrande; a lo largo del camino y en Santa Rosa recogieron algunos caballos que les hacían falta para montar los lanceros voluntarios.54 Día 4. Llegó a Santa Rosa a las 10 de la mañana, en donde permaneció hasta el 10, que sabiendo que el enemigo constaba de 300 hombres y que ocupaba los pueblos de Angostura y Claras teniendo su cuartel principal en Yarumal, marchó el batallón con 100 voluntarios a libertar esos pueblos, tomar el flanco izquierdo, y aún la retaguardia del enemigo mientras que el resto de los voluntarios llamaba la atención por los llanos de Cuivá. Restrepo, Diario político y militar, op. cit., anotación del 3 de febrero de 1820, I, p. 44. Carta de Córdova a Joaquín Muñoz, teniente de Santa Rosa. Rionegro, febrero 28 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 155.

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Córdova esperó en Santa Rosa durante una semana el informe de sus espías sobre el número de efectivos del enemigo y su distribución. Los datos eran variables, ya que Restrepo había anotado en su diario el 7 de enero que Warleta marchaba desde Zaragoza al interior de la provincia al frente de 330 soldados de línea,55 en tanto que los espías le informaron a Córdova que el número de los realistas era de 300. Sabemos por Restrepo que Warleta había dejado más de cien hombres en Zaragoza a cargo de José Guerrero y Cabero para cuidar su retaguardia; José de Villa, comandante militar de la ciudad de Antioquia, le había informado al gobernador civil que “una partida enemiga de 60 hombres había ocupado el valle de San Andrés”.56 A su vez, Córdova consigna que el enemigo ocupaba los pueblos de Angostura y Claras (también conocido como Carolina), de suerte que Warleta, de manera imprudente, confiado en los informes del traidor Manuel Santamaría, había fraccionado su fuerza y la había diseminado. De hecho, “cuando Warleta regresó en retirada, encontró un hijo de Santamaría en Mompox, a quien dijo: que su padre era un pícaro, pues lo había tratado de sacrificar, haciéndolo atacar una plaza guarnecida por 1.500 hombres, resueltos a morir y dirigidos por el mismo comandante que aseguraba en su carta estar delirante”.57 Córdova mandó 100 lanceros voluntarios a desviar la atención de los espías del enemigo en los llanos de Cuivá y se puso a la cabeza del resto de la división, con el fin de sorprender al enemigo con un movimiento envolvente, tal como había hecho en Soplaviento, a una legua de Nare, hacía casi seis meses,58 y como lo haría en otras oportunidades. Día 10. Marcha de Santa Rosa a La Culebra, donde se pernoctó.

Restrepo, Diario político y militar, op. cit., anotación del 7 de enero de 1820, I, p. 41. Ibíd., anotación del 11 de enero de 1820, I, p. 45. 57 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. El Carmen, julio 30 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 257; y de la misma autora, José María Córdova, I, op. cit., p. 161, nota 2. 58 Carta de Córdova al general Antonio Obando, gobernador y comandante general de Mariquita. Nare, 22 de agosto de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 12-13. 55 56

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De Santa Rosa de Osos salieron con destino a La Culebra, en Angostura, los 400 fusileros uniformados y unos 100 lanceros de las milicias.59 La Culebra es una bonita finca que todavía subsiste, quién sabe por cuánto tiempo, dado que su tejado y algunas tapias amenazan ruina. La estructura de la casa tiene la forma de una L invertida, y el patio delantero, lo mismo que el traspatio, están cercados con un vallado de tapia de poca altura. El portón de acceso y la puerta principal, pintada de rojo como las ventanas y los diez pilares que sostienen el alero del corredor frontero, son de una altura desmesurada para los estándares actuales. La casa se encuentra a corta distancia del antiguo camino que comunicaba a Santa Rosa de Osos con Angostura,60 y del casco urbano de esta última población la separan aproximadamente 5.3 km (algo más de una legua granadina). Día 11. Creyendo que Angostura estaba ocupada por 80 hombres marchó la 2ª compañía del batallón por una trocha a tomarles su retaguardia mientras que el resto de la división hizo retirar la parte que estaba en Angostura, la que se unió a otra partida que estaba situada en Pajarito y reunida fue batida por la 2ª compañía, no escapando más que el oficial Benito Urdaneta, que la mandaba, por haber encontrado un práctico que lo sacase por caminos extraviados. Siguió la división y pernoctó en Cañaveral.

Tal como lo manifiesta el informe de Córdova, los datos de los espías estaban errados: se presumía que en Angostura se hallaban 80 hombres. Pero unidos los hombres que esperaban en Angostura y la partida emboscada en Pajarito, tan solo sumaban veinticinco soldados,61 que fueron exterminados por la segunda compañía al mando del capitán José Aguilar. Al descontar aquella partida de veinticinco hombres abatidos de los 125 fusileros realistas que entraron a Yarumal once días atrás, la tarde del martes primero de febrero, le quedaba a Warleta una columna de tan solo 100 hombres para hacerles frente a los republicanos.

Restrepo, Diario político y militar, op. cit., anotación del 12 de febrero de 1820, I, p. 46. Greiff, C. S. de. Mapa de la provincia de Antioquia en la República de Nueva Granada. París, 1857. En: Acevedo Latorre, Eduardo (editor). Atlas de mapas antiguos de Colombia. Siglos XVI a XIX. Bogotá: Editora Arco, s.f., pp. 162-163. 61 Restrepo, Diario político y militar, op. cit., anotación del 15 de febrero de 1820, I, p. 47. 59

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Día 12. La división marchó directa a las alturas, que ocupaba Warleta con toda su fuerza: a las 2 horas se oyeron ya algunos tiros a las descubiertas, y se avanzó la 2ª compañía, que formó la vanguardia a la división con 25 dragones, que se le reunieron: sucesivamente iban tomando los puntos, que el enemigo con unos 50 hombres del regimiento de León sostenía, pero reunido en el cerro más alto de Chorros Blancos, a otro número igual, y viéndose favorecido por su situación tan ventajosa, quiso disputarnos el paso; así es que en menos de media hora toda la vanguardia nuestra rompió el fuego e hizo retirar al enemigo hasta la mitad de la subida; pero habiendo sido necesario dejar guardando algunos puntos, mientras llegaba nuestra fuerza, y tuvo que ceder a la superioridad retrogradando algo haciendo fuego en retirada, hasta el pie del cerro. A pocos momentos llegó el comandante con el resto de la fuerza y mandó atacar al enemigo por su derecha y centro, cuando caminaba y una partida nuestra a cortar la retirada. El enemigo, al ver tal operación previó su ruina, y abandonó todas sus posiciones, en donde pernoctamos.

A eso de las seis de la mañana (a principios del año no clarea antes de esa hora; si hubieran salido a oscuras habrían tenido que encender faroles o antorchas, que delatarían su número, posición y movimientos, poniéndolos a tiro de las balas enemigas), la división salió de Cañaveral (hoy Campamento) por el antiguo camino que conducía de dicho sitio a Yarumal. “La división marchó directa a las alturas, que ocupaba Warleta con toda su fuerza”. Este pasaje confirma que el combate no se libró cerca del río, sino, por el contra­rio, disputándole la sierra al enemigo. Por otra parte, Córdova parece ser deliberadamente ambiguo: la expresión “con toda su fuerza” parece implicar que Warleta disponía de trescientos hombres, tal como lo afirma también el subteniente Joaquín Viana.62 No obstante, el examen de otros indicios permite concluir que el jefe peninsular tan solo contaba con, aproximadamente, una compañía del regimiento de León. Dos semanas después del combate, le escribe Córdova a Santander: “Buen cuidado tendrá él [Warleta] de escaparse siquiera con cien hombres que le han quedado buenos, al castillo de Bocachica”.63 Si, como veremos, solo Hoja de servicios de Joaquín Viana. Archivo Nacional de Colombia, tomo 46, folio 837 r. En: Moreno de Ángel, Pilar. José María Córdova, I, op. cit., p. 170. 63 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, febrero 26 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 146. 62

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hubo un muerto, cinco heridos y treinta prisioneros realistas, y Warleta huyó con unos cien soldados, ¿dónde quedaron entonces los (presuntos) doscientos efectivos restantes? Dos horas después, a eso de las ocho de la mañana, la avanzada republicana oyó los primeros disparos de los realistas. Los cien hombres de la segunda compañía, al mando del capitán José Aguilar, acompañados de veinticinco jinetes llaneros,64 continuaron por el camino y obligaron a replegarse hacia el paraje de Chorros Blancos a unos cincuenta soldados del regimiento de León, en tanto que Córdova resolvió salirse del camino, meterse al monte y dar un amplio rodeo con la primera, tercera y cuarta compañías y los cien lanceros voluntarios que le quedaban, para sorprender al enemigo por la retaguardia. Lograr esto no era sencillo por la dificultad de transportar al gobernador en silla de manos y porque era preciso abrirse paso a machetazos por entre la maraña. El informe de Córdova adolece de algunas lagunas que hube de llenar recurriendo a otras fuentes y a trabajos de campo: dejó en el tintero el nombre del cerro más alto de Chorros Blancos, así como su plan de rodear al enemigo y el motivo del fracaso de esta resolución: “pero habiéndose extraviado el práctico Francisco Misas, Córdova resolvió atacar de frente”.65 En menos de media hora, la segunda compañía, a fuego cerrado, obligó a los realistas a retroceder hasta la mitad de la ladera del “cerro más alto de Chorros Blancos”, es decir, el alto Boquerón.66 En aquel momento, el número de combatientes de ambos bandos era más o menos parejo. El capitán Aguilar dejó varias partidas guardando algunos puntos estratégicos (al parecer también cometió una falta imperdonable que puso en peligro a su compañía y que hasta el sol de hoy ignoramos, señalada por Córdova en carta al teniente coronel Gabriel Pérez, donde dice: “Para capitán de la Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, abril 6 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 185. 65 García, Abraham. “Noticia necrológica de don Manuel Dimas del Corral”. En: Germán de Ribón y del Corral, Rafael. Crónica biográfica y genealógica de la familia Germán de Ribón y del Corral. Maguncia: Imprenta de Philipp von Zabern, 1923, pp. 90-91. Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia, op. cit., p. 392. 66 Barrera Orrego, Humberto. José María Córdova… op. cit., pp. 39-40; y El combate de Chorros Blancos. Medellín: Publicación de la Alcaldía de Yarumal, 2008, pp. 8, 10-11. 64

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2ª, pues el que tiene no solo no es apto ni para mandar una escuadra sino que sirvió de perjuicio a las armas del batallón en el combate de Chorros Blancos, [propongo] al teniente de la misma J. Manuel Montoya”)67 y se quedó tan solo con sesenta hombres, lo cual estuvo a punto de echar a perder lo ganado hasta ese momento, dado que Warleta, atrincherado en el camino, en lo alto del cerro, contaba con la superioridad del emplazamiento y con la superioridad del número, pues disponía de ochenta hombres,68 sin contar los que guardaban algunos puntos clave. Rechazados hasta el pie del cerro, los republicanos vivieron momentos de angustia bajo el fuego enemigo y, si esta situación se hubiera prolongado, otro habría sido el resultado. Pero en ese momento, tras renunciar al movimiento envolvente para sorprender al enemigo por su retaguardia, llegó el comandante Córdova a la cabeza de sus 500 efectivos. Menuda sorpresa se habrá llevado el jefe español, que ya se creía dueño del campo, al ver aparecer en medio de la espesura a todo un ejército bien uniformado, bien disciplinado, bien pertrechado, disparando y gritando insultos al enemigo y vivas a la libertad, siguiendo la bandera del batallón y las órdenes transmitidas mediante pífanos, tambores y cornetas. En el último momento, el cuerpo principal de la división inclinó la balanza a favor de los republicanos. Córdova ordenó atacar a los hombres del rey con dos columnas, simultáneamente por su derecha y por el centro: la derecha del enemigo se hallaba situada hacia la margen izquierda de la quebrada Chorros Blancos, a pocos pasos de la bifurcación del camino, uno de cuyos ramales conducía a Cáceres y el otro a Yarumal y a Cañaveral. El camino de Yarumal a Cañaveral era importante porque comunicaba con los minerales de Anorí, de gran utilidad para las provincias de Antioquia y Cartagena, camino de tanto movimiento de productos agrícolas en un sentido y de oro en el otro, que se suspendió el comercio incipiente con la ciudad de Cáceres.69 Carta de Córdova al ayudante general encargado del Estado mayor general, teniente coronel Gabriel Pérez. Santo Tomás, agosto 25 de 1820. En: Correspondencia y documentos, tomo I, op. cit., p. 261; y José María Córdova, op. cit., p. 169, nota 7. 68 Moreno de Ángel, Pilar. José María Córdova, I, op. cit., p. 170. 69 López, Vicente (alcalde ordinario y juez poblador). “Expediente levantado para solicitar para Yarumal la categoría de villa. 8 de marzo de 1812”. Archivo Histórico de 67

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Está claro que salió una partida del batallón patriota a cortar la retirada hacia la bifurcación del camino. Dicha retirada le hubiera permitido a Warleta la huida hacia Cáceres; de suerte que la única salida que le quedaba era abandonar sus posiciones y reunir su fuerza mientras meditaba en la mejor estrategia. Así lo hicieron precipitadamente los realistas, y mientras procuraban cruzar la quebrada Chorros Blancos para ponerse a salvo, los republicanos les tomaron treinta prisioneros,70 “cuatro españoles y los demás venezolanos”.71 Restrepo informa que los realistas tuvieron “solo un muerto y cinco heridos”.72 Es preciso registrar que la mayoría de los fusileros de Córdova también eran venezolanos, “excelentes soldados veteranos aguerridos”.73 El teniente gobernador del Valle de Osos le escribió el 13 de febrero de 1820 al gobernador civil, José Manuel Restrepo: “…nuestras tropas desde la Angostura o sus inmediaciones se han batido con el enemigo, llevándole en retirada hasta ayer, a las tres de la tarde, que se hallaba en Chorros Blancos, a cuyos puntos se habían reunido los enemigos, de los cuales teníamos varios prisioneros y que se nos habían pasado algunos de ellos; que en los nuestros no hay novedad alguna”.74 De la hora que proporciona esta carta, y de la duración aproximada75 del encuentro según el subteniente Joaquín Viana, de la cuarta compañía republicana, concluye doña Pilar Moreno de Ángel que el combate se libró entre las dos y las tres de la tarde.

Antioquia, tomo 53, doc. 1.451. En: Zapata Cuéncar, Heriberto. Monografía de Yarumal (inédita). Biblioteca Universidad Eafit, Sala de Patrimonio Documental, Archivo Heriberto Zapata Cuéncar, HZC-MA-16, 23. 70 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, febrero 26 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 145. 71 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, marzo 6 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 157. 72 Restrepo, Diario político y militar, op. cit., anotación del 15 de febrero de 1820, p. 47. 73 Cartas de Córdova al vicepresidente Santander. Medellín, septiembre 26 de 1819; Rionegro, abril 6 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., pp. 30 y 184. 74 Carta de Joaquín Muñoz, teniente gobernador del Valle de Osos, al gobernador político José Manuel Restrepo. Santa Rosa, febrero 13 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 167. 75 Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., p. 170.

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Es preciso hacer un alto para evaluar como es debido la temeraria estrategia de Córdova en el combate de Chorros Blancos. Tal como él mismo lo declarará más tarde, tuvieron que trasladarlo “en silla de manos, sin ver bien”.76 El no poder ver con claridad tenía origen no solamente en la caída sufrida el 28 de diciembre último, sino en una tara familiar: “ambos Córdovas [José María y Salvador] eran escasos de vista, por familia”.77 De suerte que Córdova, según se vio anteriormente, se sentía muy débil; la mano trémula no le permitía escribir; tenía por ende que dictar su correspondencia y llevar un “libro de memoria” que, irónicamente, había dejado olvidado en Rionegro; no podía hablar por falta de soltura en la dicción; tenía una pierna lesionada que le impedía montar a caballo; lo devoraba el sueño y le costaba mucho trabajo levantarse y carecía de fuerza y tono muscular. Sin embargo, pese a su discapacidad física y a tener que ser transportado en un mueble incómodo por caminos abruptos y montes espesos, no había perdido ni un ápice de su lucidez, y basándose exclusivamente en la “traducción simultánea” de los hechos que se desarrollaban ante sus narices sin que él pudiera presenciarlos, descripción sin duda debida a un hombre de su confianza, logró hacerse una incomparable composición de lugar y concebir una poderosa estrategia para batir al enemigo. Warleta le tomó tal respeto que nunca más volvería a poner los pies en territorio antioqueño. Día 13. El día antes se retiró el enemigo al importante punto de Mortiñal: la división estaba disponiéndose para un nuevo ataque de este punto; así es que la descubierta marchó, y a la media hora se encontró con dos paisanos que le anunciaron que el enemigo lleno de terror, en toda la noche había procurado reunir sus fuerzas para hacer una vergonzosa retirada, que comenzó a ejecutar desde muy temprano. La división tomó el dicho punto, después al Yarumal, y sabiendo allí por 3 pasados, que la retirada del enemigo era para Cáceres, marchó la segunda compañía a marchas forzadas en su persecución. El resto de la división permaneció en Yarumal, en donde se le reunió la parte que atacaba por Cuivá. [Firmado] José Ma. Córdova. Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Corozal, julio 4 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 235. 77 José María Arango y Carvajal, “El Santuario”, en Eduardo Posada, Biografía de Córdova, 375. 76

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Una de las cosas que tiende a perdurar en la memoria de las generaciones son los topónimos. Existe una vereda de Yarumal denominada Mortiñal, en la ladera oriental de Morro Azul78 (elevación en cuya falda sudoeste se recuesta el casco urbano de la población), a 2.400 m sobre el nivel del mar y a unos cuatro kilómetros, siguiendo en zigzag las desigualdades del terreno, del alto Boquerón, cuya altitud es de 2.200 m. Tal vez por aquellas características, Córdova se refirió al “importante punto de Mortiñal”, desde donde se divisa una amplia panorámica. Warleta, estratega brillante, pensó en un relámpago de intuición que sería un disparate fatal tomar de inmediato el cercano camino a Cáceres: los republicanos no tardarían en darle alcance a su corto contingente. Decidió entonces replegarse al Mortiñal, desde donde podría ver las carpas blancas de la división Córdova, y, más importante aún, donde podrían verlo y suponer que esperaba refuerzos. Acantonados en ese punto, los hombres del rey encendieron fogatas para ahuyentar el frío de la noche y preparar sus alimentos (precisamente como lo estarían haciendo los efectivos de Córdova en el alto Boquerón y sus alrededores). Esa noche, al amparo de las sombras, escaparon sigilosamente por el abra del Boquerón abajo, siguiendo el áspero camino hacia la Costa Atlántica, sin duda guiados por un práctico, dejando jirones de uniforme y de piel entre las zarzas, abandonando aquí y allá armamento y municiones de guerra y de boca. Quedarse para hacerles frente a la fuerza numerosa de Córdova y a la mente aguda de su comandante hubiera sido un acto suicida. Al día siguiente, domingo 13 de febrero, tras haber pasado la noche en el lugar del combate, la división tomó el Mortiñal, donde aún humeaban las cenizas de los fogones enemigos, y después pasó a Yarumal. Asegura la tradición que uno de los primeros actos de Córdova fue hacer fusilar al ancia­no alcalde realista, Manuel de Rada, acto que tuvo lugar ante una piedra que fue dinamitada para darle lugar al atrio del templo de la Merced.79 Manuel de Rada era uno de los primeros pobladores de Yarumal y Mapa del municipio de Yarumal que muestra el casco urbano y el alto Boquerón y sus alrededores. Instituto Geográfico Agustín Codazzi, Bogotá, plancha No. 116-II-C. 79 Gómez Peláez, Benjamín. “Fusilamiento del alcalde de Yarumal, don Manuel Rada”. En: La Voz del Norte. Yarumal, 10 de noviembre de 1951, páginas sin numerar. Colaboración de Mauricio Restrepo Gil. 78

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había fundado una familia ejemplar y prolífica. Algunos investigadores han calificado su ejecución de asesinato: ni más ni menos que como se rotuló el fusilamiento del tesorero real Antonio del Valle en la ciudad de Antioquia cinco meses antes de la campaña que culminó en el alto Boquerón. Sin duda alguna, el joven gobernador de Antioquia también actuaba en Yarumal según justicia. Dice doña Pilar Moreno de Ángel que “las consecuencias del combate de Chorros Blancos fueron definitivas”.80 Aparte de malograr las pretensiones de Sámano, el combate de Chorros Blancos tuvo importantes repercusiones: se consolidaron y ampliaron los efectos de la batalla de Boyacá; los patriotas pudieron arrebatar de manos de los españoles las sabanas de Corozal, que abastecían de víveres la Costa Atlántica, y pudieron apoderarse más tarde de la ciudad de Cartagena; al conocer la derrota de Warleta, el coronel español Sebastián de la Calzada, que se había adueñado del sur del país, de Pasto a Cartago, se replegó a Popayán; las victorias combinadas del peñón de Barbacoas (acción librada el 23 de enero de 1820 en el Magdalena antioqueño, en la cual tuvieron un brillante desempeño el comandante José Antonio Mayz y el coronel Juan Carvajal) y Chorros Blancos aumentaron el optimismo de la opinión pública patriota. Pero la verdadera importancia del combate de Chorros Blancos consiste en haber impedido una nueva reconquista española y una pacificación aún más brutal y sangrienta que la de la época del terror. Sin embargo, calificar este encuentro con el pomposo nombre de batalla parece exagerado, por no decir extravagante: Joaquín Viana, que participó en la acción de Chorros Blancos con el grado de subte­niente de la cuarta compañía, dice que en ella tan solo tomaron parte ochenta soldados de Warleta y sesen­ta patriotas.81 Se infiere que los veinte soldados restantes de la corona y los sesenta y cinco de la segunda compañía de Cazadores de Córdova estaban defendiendo o atacando algunos puntos estratégicos en los alrededores del camino. Ningún contemporáneo valoró en toda su dimensión la trascendencia de la acción de Chorros Blancos. El historiador Restrepo le otorgó más importancia al combate naval de Barbacoas que al de Yarumal: “Los resul Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., p. 170. Ídem.

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tados de esta acción [del peñón de Barbacoas], pequeña en sí, fueron harto favorables a la causa de la independencia. Ella elevó el espíritu público, nos hizo dueños de todo el Alto Magdalena, y contribuyó eficazmente a la defensa de Antioquia”.82 Es cierto que en Barbacoas se interceptaron más de medio millar de fusiles que iban con destino a los realistas en Remedios, pero es cierto también que la derrota del alto Boquerón acobardó a Warleta, el cerebro de la invasión. Restrepo le escribió a su cuñado Francisco Montoya, refiriéndose a la acción librada en Yarumal: “El enemigo, después de dos ligeras escaramuzas, emprendió el 12 por la noche su retirada hacia Cáceres”.83 (El énfasis es mío.) Córdova mismo no le otorgó mayor importancia al encuentro de Chorros Blancos, al que, por cierto, calificó de combate.84 En carta dirigida a su padre, con fecha del 6 de marzo de 1820, a casi un mes del acontecimiento, dice sencillamente: “Fui a Yarumal a la disposición de Warleta. Volví después de que aquel caballero se fue sin aguardarme, solo con un pequeño saludo que le hice en Chorros Blancos…”. Santander, por su parte, le escribió a Bolívar: “Ayer por la vía de Soatá comuniqué a vuestra excelencia que Warleta se había retirado, habiendo sido batidas las partidas que dejó cubriendo su retaguardia. Como puede volver a invadir luego que conozca los sucesos del sur, no he desistido de que el batallón Albión y una compañía de Guías sigan a aquella provincia de Antioquia”,85 para asegurarla contra los españoles y contra el mismo Córdova, a quien juzgaba demasiado loco para dejarlo solo al mando de la provincia.

Restrepo, Historia de la revolución, II, op. cit., p. 12. Carta de José Manuel Restrepo a su cuñado Francisco Montoya. Rionegro, febrero 15 de 1820, Repertorio Histórico Nos. 3 y 4 (1919), p. 102. Moreno de Ángel, Pilar. José María Córdova, I, op. cit., p. 169. 84 Carta de Córdova al ayudante general encargado del Estado mayor general, teniente coronel Gabriel Pérez. Santo Tomás, agosto 25 de 1820, en Correspondencia y documentos, tomo I, op. cit., p. 261. “Hoja de servicios del general de división don José María Córdova”. En: Moreno de Ángel, Pilar. Boletín de Historia y Antigüedades, vol. 72, No. 748 (1985), p. 143. 85 Carta del vicepresidente Santander al general Simón Bolívar. Bogotá, febrero 25 de 1820. En: Cartas Santander-Bolívar 1813-1820. Bogotá: Fundación Francisco de Paula Santander, 1988, p. 37. 82

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Tendrían que pasar muchos años antes de que Laureano García Ortiz conceptuara que el combate de Chorros Blancos fue una de las quince acciones bélicas decisivas de la Independencia, puesto que con ella “quedaba impedida la reunión del virrey Sámano quien en Cartagena recobraba alientos, recibía grandes recursos, organizaba fuerzas, fortificaba plazas y dominaba los ríos navegables, con el presidente de Quito, cuyas fuerzas ocupaban y sojuzgaban el Valle del Cauca”.86 Una fuente importante para esclarecer los pormenores del combate es la minuciosa obra de José María Restrepo Sáenz, Gobernadores de Antioquia, cuyo primer tomo vio la luz en 1931; el segundo tomo apareció cuarenta años después, al cuidado de su hijo, monseñor José Restrepo Posada, luego de sobrevivir a la muerte de su autor y a la gaveta del escritorio de dos ilustres investigadores. Precisamente este segundo tomo contiene la gobernación de José María Córdova y el diario de la división de Antioquia que reseña el combate de Chorros Blancos. Su publicación permitió aclarar varios puntos y desmantelar ciertos mitos que la tradición oral había elevado a la categoría de verdades probadas: se decía, por ejemplo, que Campamento había cambiado de nombre a raíz de la pernoctación de los hombres de Warleta,87 sobre lo cual no existe registro, como sí lo hay en el diario citado sobre el acantonamiento de las fuerzas de Córdova. No es infrecuente que la memoria histórica se vea distorsionada por la denominada “clínica del rumor”, que deviene en tradición oral y termina convirtiéndose en dogma. Tal es el caso de la actual Casa de la Cultura del municipio de Concepción: a pesar de las evidencias documentales,88 personas supuestamente bien informadas sostienen que es la misma edificación donde nació el prócer José María Córdova, si bien al comparar con García Ortiz, Laureano. “Fragmento de una memoria”. En: Mesa Nicholls, Alejandro. Biografía de Salvador Córdova. Bogotá: Imprenta Nacional, 1920, p. 14. 87 Uribe Ángel, Manuel. Geografía general y compendio histórico del Estado de Antioquia en Colombia. París: Imprenta de Victor Goupy y Jourdan, 1885, p. 200. 88 Campuzano, Rafael. Carta a los redactores, Revista de Antioquia No. 17 (1876), pp. 133-134. Uribe Ángel, Manuel. Geografía general y compendio histórico, op. cit., p. 286. Gómez Hoyos, Rafael (monseñor). La vida heroica del general José María Córdoba. Bogotá: Imprenta Canal Ramírez, 1969, p. 17, informa sobre “la casona ya hace tiempos desaparecida”. 86

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la planta actual el plano89 que publicó en 1898 el señor José María Arango y Carvajal, nativo de Concepción y primo segundo de José María Córdova, salta a la vista el dislate. Un caso semejante es el de la finca La Culebra: hay quienes aseveran que en ella habitó durante algún tiempo el poeta Porfirio Barba-Jacob, versión que desmienten la señora Fabiola Cárdenas Restrepo y su primo hermano el odontólogo Gabriel Héctor Restrepo Mora,90 nietos de don Juan Restrepo, dueño que fue de La Culebra. En esa serie de falacias históricas se inscribe el yerro que sostiene que el combate de Chorros Blancos se libró en jurisdicción del municipio de Campamento, y más concretamente en los predios de la finca San Luis, donde se levanta el monumento erigido en 1970 por la Gobernación de Antioquia. Evidentemente, por falta de cultivo apropiado, la memoria colectiva puede convertirse en fuente turbia. Por cierto, el redescubrimiento del diario de la división de Antioquia contribuyó a precisar el verdadero campo de la acción de armas. En Monografía de Chorros Blancos, obra con la cual el padre Javier Piedrahíta Echeverri obtuvo el primer premio en un concurso promovido por la Gobernación de Antioquia en 1970, con motivo del sesquicentenario del combate, se plantea el autor: El 12 de febrero de 1933 [de hecho, fue en 1920], las escuelas de Yarumal, Campamento y Angostura eri­gieron pequeño monumento en uno de los montículos de Chorros Blancos. Escogieron el más cercano al Nechí, cerca a la desembocadura de la quebrada de Chorros Blancos, parece que por confluir allí los tres municipios más que por tener certeza de haber sido ese el lugar preciso del combate.91 […] Seguramente el combate fue en la vertiente de Chorros Blancos y no sé si alguien podrá precisar con datos fidedignos el lugar mismo del combate.92 Arango y Carvajal, José María. Plano de la casa natal de José María Córdova, publicado en Patria de Córdoba. Medellín, 1 de diciembre, 1898. 90 Información proporcionada por vía telefónica por la señora Ligia Monsalve Mora de Soto, prima hermana del odontólogo Gabriel Héctor Restrepo Mora, el 12 de enero de 2013. 91 Piedrahíta Echeverri, Javier (Pbro.). Monografía de Chorros Blancos. Medellín: Imprenta Departamental, 1972, p. 78. 92 Ibíd., p. 96. 89

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Don Pedro Piedrahíta Ceballos, abuelo del padre Piedrahíta, era oriundo de Campamento y formó en las filas conservadoras durante el combate de la plaza de Yarumal, el 2 de enero de 1864;93 el padre Piedrahíta participó en el concurso citado con el pseudónimo de “Campamenteño”: es evidente la objetividad del presbítero, el cual, de paso, proporciona un dato curioso: «Existe una documentación firmada el 7 de enero de 1804 en que se solicita un juez pedáneo para el “sitio de Cañaveral anexo a la nueva colonia de San Luis de Góngora”, solicitud que no fue tramitada».94 Se llamaba pedáneo “al alcalde de una aldea o lugar corto que estaba sujeto a la jurisdicción de una villa o ciudad”.95 Por aquellas calendas, el sitio de Cañaveral formaba parte de la jurisdicción de Yarumal. Si bien el diario de la división de Antioquia no precisa por su nombre el lugar donde se libró el combate, proporciona suficientes indicios para determinarlo: menciona que la división “marchó directa a las alturas”, que el enemigo se reunió “en el cerro más alto de Chorros Blancos”, y además del nombre de la quebrada indica “el importante punto de Mortiñal”. Estas referencias establecen sin duda alguna que el “cerro más alto de [la sierra de] Chorros Blancos” es el alto Boquerón, la mayor altura de la región, en cuyas cercanías quedan el viejo camino a Cáceres, la quebrada que dio su nombre al combate y el paraje denominado el Mortiñal. Una tercera fuente de datos valiosos es la biografía José María Córdova, de doña Pilar Moreno de Ángel, que reúne documentos inéditos y definitivos para comprender mejor los sucesos que precedieron y sucedieron al combate de Chorros Blancos, tal como ha quedado consignado. Pese a que no reseña el nombre del “cerro más alto” y a que acoge datos erróneos, como la grafía de Chorros Blancos en una sola palabra (Córdova siempre la escribió en dos palabras); el paso del viejo camino de Yarumal a Campamento por la “eminencia” del Mortiñal; y que la quebrada de Chorros Blancos “al caer de una altura forma la cascada de las Dantas” (cascada que En este combate se enfrentaron las fuerzas legítimas del presidente Pascual Bravo con los rebeldes capitaneados por Pedro Justo Berrío. 94 Piedrahíta Echeverri, op. cit., p. 77. 95 Escriche, Joaquín. Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia. París: Librería de Rosa y Bouret, 1863. 93

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forma parte de una quebrada distinta), el trabajo de doña Pilar es muy meritorio y ofrece una visión del combate como nadie lo había destacado. En cuanto a los aspectos del combate que tuve la fortuna de descubrir,96 buena parte de mis conclusiones procede de mis libros mencionados en la Bibliografía. Córdova no perdía ocasión de quejarse ante el vicepresidente Santander de la inacción y la rutina que su cargo burocrático le imponían; a él, que había conocido horas de zozobra bajo las estrellas de Casanare y días de emociones violentas en las llanuras venezolanas. Quizás los tres pasajes más elocuentes de su disconformidad sean los siguientes: “mire que este maldito gobierno me tiene embromado; yo no sé nada de gobierno”.97 (Y pensar que, al escribir esto, tan solo habían transcurrido dos meses desde su nombramiento de gobernador.) Una semana antes del combate de Yarumal escribe estas palabras: “él [el teniente coronel José María Ricaurte] tiene más conocimientos de mandar que yo, que por casualidad he mandado esta provincia”.98 Por último, diez y ocho días antes de su salida de Antioquia, dio rienda suelta sin tapujos ni rodeos a su frustración: Mi general, la fortuna y la casualidad me han puesto de comandante general de la provincia que me vio nacer; pero yo no tengo ningunos principios para mandarla; toco mil inconvenientes que no soy capaz de evitar; hay bastante oposición a que un joven sin principios, desde muy pequeño en las armas, pueda mandar un pueblo, decidiendo materias de justicia arreglado a las leyes; despacho mil cosas sin conocer la razón, atenido a lo que Restrepo hace; Ricaurte es más antiguo que yo; tiene mil veces más conocimientos; estando en esta provincia a él le toca el mando; ojalá y que yo pueda tener mi cuerpo con tono y brillo y creeré que he hecho mucho.99 Barrera Orrego, Humberto. Así descubrí el verdadero campo del combate de Chorros Blancos. Medellín, autor-editor, 2012, pp. 12-13. 97 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, octubre 10 de 1819, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 52. 98 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Santa Rosa, febrero 5 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 131. 99 Carta de Córdova al vicepresidente Santander. Rionegro, abril 16 de 1820, en Correspondencia y documentos, I, op. cit., p. 192. 96

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Aquí viene a cuento, como anillo al dedo, el aforismo de Oscar Wilde, atribuido también a W. W. Jacobs: “Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías obtenerlo”. Ciertamente, Córdova no había pedido ser gobernador de Antioquia, pero el gobierno central tenía que llenar la vacante y ya hemos visto que Córdova tuvo la fortuna, o la desgracia, de elevar su solicitud casi en la misma fecha en que se produjo su nombramiento. Los últimos tres meses de la gobernación de José María Córdova pueden sintetizarse100 de esta manera: el gobernador militar envió veinticinco fusileros para proteger el paso de Bufú, punto situado en el camino que del Valle del Cauca conducía a Antioquia, y despachó la tercera compañía de los Cazadores de Antioquia al mando del capitán Carlos Robledo para proteger la población de Arma y sus alrededores. El coronel realista Sebastián de la Calzada, que venía del sur al frente de un ejército de dos mil hombres, en marzo se replegó y volvió a Popayán. Córdova formó un nuevo batallón, esta vez un batallón de línea, y una compañía de granaderos compuesta de setenta hombres. Conjurado el peligro de invasión por el sur de la provincia, Córdova envió a Zaragoza al capitán de ingenieros Francisco Jaramillo, al mando de una compañía en la que iban el abanderado subteniente Salvador Córdova y Manuel Dimas del Corral, hijo del dictador Juan del Corral. Esta compañía despejó de enemigos a Zaragoza y Nechí. Salvador Córdova y Manuel del Corral, con cuarenta soldados, obtuvieron una victoria resonante sobre 120 realistas y dos embarcaciones de guerra al mando del teniente coronel José Guerrero y Cabero. Por segunda vez en cuatro meses, el miércoles 26 de abril de 1820, a quince días de su partida hacia las sabanas de Corozal, José María Córdova fue arrojado de lomos del Inca, y quedó incapacitado durante una semana, sin poder firmar su correspondencia. El 3 de mayo de 1820 le llegó de la capital la orden de movilización, por lo que delegó su cargo de gobernador y comandante militar en el teniente coronel José María Ricaurte, así como la segunda y tercera compañías del batallón Cazadores de Antioquia, para guarnecer la provincia. El 11 del mismo mes y año, Córdova se puso en marcha al frente de la primera y cuarta compañías del batallón y empezó un largo periplo que alcanzaría su punto más alto en Moreno de Ángel, José María Córdova, I, op. cit., pp. 171-175.

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una eminencia de los Andes peruanos un jueves de fines de 1824, bajo las constelaciones del Arquero y los Peces. Una semana después del combate de Chorros Blancos, Santander le había escrito a Bolívar: “Perdida Antioquia, perdemos el Chocó, precisamente, y los enemigos quedan en posesión de las provincias de Popayán, Antioquia y Chocó que, en dinero solo, tienen innumerables recursos”.101 Evidentemente, este informe le quedó sonando a Bolívar, porque cinco meses más tarde le escribirá a Santander: Debemos, pues, exprimir a Antioquia y al Chocó que nada se les ha quitado en realidad y que se igualen con las provincias del norte que hemos exprimido hasta el extremo. Usted mande órdenes a Antioquia y al Chocó para que remitan 100.000 duros, 50.000 a Montilla para las tropas, y 50.000 al almirante para la escuadrilla y sus recientes deudas. […] Exprima usted a Antioquia, repito: el señor Cancino no ha mandado nada, ni ha comprado fusiles siquiera: que cave la tierra para sacar el oro, si no lo puede conseguir de otro modo.102

Conviene hacer notar que el presidente de la república, Simón Bolívar, nunca puso los pies en territorio de Antioquia. Pese a todo, a lo largo de doscientos años, la urgencia manifiesta en su carta al vicepresidente Santander ha seguido motivando sin tregua al Gobierno central.

Carta del vicepresidente Santander al general Simón Bolívar. Bogotá, febrero 19 de 1820, en Cartas Santander-Bolívar 1813-1820, op. cit., p. 25. 102 Carta de Bolívar a Santander. Cuartel general del Rosario de Cúcuta, 20 de julio de 1820, en Cartas Santander-Bolívar 1820, op. cit., pp. 238-239. 101

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Fuentes y bibliografía Fuentes primarias Barrera Orrego, Humberto. Así descubrí el verdadero campo del combate de Chorros Blancos. Medellín: autor-editor, 2012. ______. El combate de Chorros Blancos. Medellín: publicación de la Alcaldía de Yarumal, 2008. ______. José María Córdova: entre la historia y la fábula. Medellín: Fondo Editorial Eafit, 2008. ______. “Nuevo examen del combate de Chorros Blancos”. En La leyenda negra de José María Córdova. Medellín: autor-editor, 2013, 77-91. Moreno de Ángel, Pilar (compiladora). Correspondencia y documentos del general José María Córdova. Bogotá: Editorial Kelly, 1974. García, Abraham. Noticia necrológica de don Manuel Dimas del Corral. En: Germán de Ribón y del Corral, Rafael. Crónica biográfica y genealógica de la familia Germán de Ribón y del Corral. Maguncia: Imprenta de Philipp von Zabern, 1923, pp. 90-91. Greiff, C. S. de. Mapa de la provincia de Antioquia en la República de Nueva Granada. París, 1857. En: Acevedo Latorre, Eduardo (editor). Atlas de mapas antiguos de Colombia. Siglos XVI a XIX. Bogotá: Editora Arco, sin año, pp. 162-163. Moreno de Ángel, Pilar. “Hoja de servicios del general de división don José María Córdova”. En: Boletín de Historia y Antigüedades, vol. 72, No. 748 (1985), pp. 137-145. ______. José María Córdova. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura, 1979. Restrepo Sáenz, José María. Gobernadores de Antioquia, 1819-1873. Bogotá: Editorial Lumen Christi, 1970. Restrepo, José Manuel. Autografía. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de Colombia, 1957. ______. Diario político y militar. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de Colombia, 1954. Fuentes secundarias Arango Carvajal, José María. “El Santuario”. En: Biografía de Córdova, editado por Eduardo Posada. Bogotá: Biblioteca del Banco Popular, 1974, 365-396. Vindicación del combate de Chorros Blancos

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Mojiganga y prohibición: el cautiverio de Fernando VII. Villa de Medellín 1809 Alba Rocío Rojas León Luz Marina Jaramillo Arboleda Alba Inés David Bravo En el más festivo día / en que reina la alegría,/ y todo el orbe a porfía / procura meterse en danza / vaya y venga la mojiganga Las visiones de la muerte (Mojiganga) Pedro Calderón de la Barca

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s seguro que desde muy temprano, ese miércoles 27 de diciembre de 1809, los señores alcaldes ordinarios por depósito de vara1, los doctores don Josef Joaquín Gómez Londoño y don Josef Ignacio Cadavid,2 estaban dispuestos a recobrar y “conservar la quietud y tranquilidad”3 en la villa, quebrantada por los “caprichos de la juventud mal educada”.4 Un rumor, que se convirtió en “rugido”, había cobrado efecto y dio lugar al seguimiento de una causa civil.5 El suceso lamentado La vara era símbolo de la autoridad de los alcaldes o jueces coloniales. Depositar la vara refiere a delegar la responsabilidad del mando cuando el alcalde titular estaba ausente. El alcalde de primer voto de Medellín era Pantaleón Vargas, en ese momento residenciado en Bogotá. 2 En el texto se conserva la ortografía original del documento. En 1809 el Cabildo estaba compuesto por los alcaldes ordinarios por depósito Josef Joaquín Gómez Londoño y José Ignacio Cadavid; por el alcalde mayor provincial Josef Joaquín Tirado; por los regidores Miguel de Restrepo, Joaquín de Estrada y José María Santamaría; y por el procurador general Andrés Pérez, entre otros integrantes. 3 Archivo Histórico de Medellín (AHM). Fondo Concejo de Medellín, 1809, Tomo 75, f. 275v. Disponible en: http://ahmedellin.janium.net/janium-bin/busqueda_rapida. pl?Id=20130525193552 4 Ibíd. 5 Según el ordenamiento colonial, el documento objeto de este trabajo es un sumario levantado por los jueces del Cabildo de Medellín para develar una acusación contra un 1

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tenía consternados a algunos vecinos y comisionados del orden y buen juicio. En la villa, por “Reales Cédulas”,6 estaban “prohibidos los carnavales bulliciosos y asonadas de gente, y mucho más los disfraces de mascara”7; la justificación a esta medida invocaba “las consecuencias fatales que pueden originarse de la livertad de los jóvenes y demas concurrentes a semejantes diversiones”8; no obstante la prohibición, los jueces de la villa habían logrado descubrir cómo algunos jóvenes hijos de familias distinguidas en unión con otros “secuaces”, estaban planeando, con el pretexto de celebrar la fiesta de los Santos Inocentes, “salir disfrazados […] con mascaras en juntas y asonadas con mojiganga por las calles…”,9 teniendo como acicate la trágica prisión de Fernando VII . Tales circunstancias exigían emprender acciones drásticas para “conservar la paz y tranquilidad de los animos” evitando “semejantes diversiones y que en [...] tiempo se corte como germen de iniquidades, antes que tome cuerpo una corruptela tan odiada por todos [los] derechos”.10 Las acciones iniciadas por el Cabildo de Medellín la víspera de la celebración del 28 de diciembre, y la dimensión del disgusto ocasionado, revestían varios asuntos de fondo y cruciales en el diario transcurrir de los pobladores de la villa. El primero, a simple vista, apunta al motivo de la trama apresurada del Cabildo, o al menos de dos de sus integrantes, de aquellos cinco días –de 27 al 31 de diciembre– con que trataron de resolver grupo de jóvenes de la sociedad hispano criolla. 6 Cédula Real de Carlos I dada en Valladolid en 1523 sobre la prohibición de las máscaras en el Carnaval que se celebraba en el Reino. El tomo V, libro 12, de la Novísima Recopilación, Título 13, Ley 1 recoge dicha Cédula: “Porque del traer de las máscaras resultan grandes males, y se disimulan con ellas y encubren; mandamos que no haya enmascarados en el Reyno, ni vaya con ellos ninguna persona disfrazada ni desconocida, so pena que el que las truxere de día, y se disfrazara con ellas, si fuere persona baxa, le den cien azotes publicamente y si fuere persona noble o honrada, les destierren de la ciudad y villa o lugar donde la truxere, por seis meses; si fuere de noche, sea la pena doblada; y que así lo executen nuestros jueces, so pena de perdimiento de sus oficios” [on line]. Disponible en: http://bib.us.es/guiaspormaterias/ayuda_invest/derecho/novisimaRecopilacionT5.htm 7 AHM. Fondo Concejo de Medellín, 1809, Tomo 75, f. 275r. 8 Ibíd., f. 275v. 9 Ibíd., f. 276v. 10 Ibíd., f. 277r.

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a toda prisa la causa que los ocupaba. Éste enunciaba la difícil situación internacional del momento, situación de orden coyuntural conexa al imperio, y a la novedad de una monarquía acéfala que, con dos reyes –padre e hijo– con posibilidades de reinar cedieron su corona a un tercero, José Bonaparte, dispuesto por un emperador astuto que supo pescar en río revuelto. El segundo y tercer factor, de orden estructural, comprendía dos rasgos distintivos que revelaban las pulsiones profundas de una sociedad que, de una parte, cifraba sus acciones en “mantener en tranquilidad, y quietud el Pueblo, […] celando cualesquier desorden”,11 y, de la otra, disponía todo el andamiaje del estrecho poder local en torno de las desavenencias y maniobras de las oposiciones políticas. Estas situaciones son reproducidas o manifestadas en el ámbito del discurso y de la fuerza reveladora de las palabras. Su análisis crítico y la relación de éste con el poder nos permiten examinar, al adentrarnos en las postrimerías del mundo colonial, conocidas como la “crisis de la monarquía”, la repercusión o impacto en las colonias de lo que sucedía en España en el devenir propio de la villa, en sus acciones diarias, relativas al orden social y a los alcances del poder político local. A lo largo de este trabajo subyace la idea de que la palabra, y con ella el discurso, es el conducto a partir del cual se infiltra el poder. Este supuesto nos aproxima a Teun van Dijk, y a sus postulados del análisis crítico del discurso, en términos de su afinidad con dicho poder –entendido como control– y el uso de éste por los grupos e instituciones dominantes. De esta premisa se desliga que el poder, en sus dos elementos consustanciales, concretado en los dominadores y en los dominados, producidos y reproducidos desde el texto (documento) y el habla, que recoge el acto inquisitorial, revelan la puesta en escena de las estrategias de dominación de las élites y de las formas como éstas ejercen el control, así como su contrapartida, la resistencia de los grupos dominados,12 para este caso preciso, personi-

Ibid., f. 292r - 292v. Dijk, Teun A. van. “Discurso y dominación”. Conferencia inaugural de la Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia, Primer semestre 17 de febrero 2004, Bogotá. (En los 25 años de Análisis Crítico del Discurso), pp. 7-10. 11 12

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ficados, aquéllos en las élites en el ejercicio del poder, y éstos, en sectores políticos antagonistas dentro de la misma élite. Este poder es ejercido en un contexto desconectado de las situaciones sociales objetivas, evidentes o certeras, es decir, lo que está “afuera” de forma perceptible. En tal sentido se halla conectado más bien a situaciones subjetivas, lo que está “adentro” y es intangible, perteneciente a los mecanismos configurativos de la trama mental de los sujetos sociales, unidos por el vínculo de la comprensión de una lengua y las representaciones de sus experiencias comunicativas; esta urdimbre conforma los denominados modelos mentales,13 estructuras de larga duración. Con ello admitimos que las palabras no son neutras en la caracterización que los grupos sociales construyen de sus realidades objetivas y subjetivas. La contraposición dicotómica de esta estructura del discurso se observa en los momentos coyunturales objeto de estas páginas, ya desde la representación que se hacen los súbditos del imperio en crisis, de Fernando VII y Napoleón, y su correlato en el imaginario de los pobladores locales, que en realidad nunca conocieron a ninguno de sus “amados señores”, y su pretensión por mantener la “paz, la tranquilidad y la quietud” y de manipular el ejercicio de la política local entre opositores. Esta apuesta por la consideración del discurso, tal como se ha expuesto, pasa por la realidad ineludible de una sociedad tradicional en la que predominaba la oralidad como medio de comunicación vital, capaz de relacionar tanto a las élites como a los sectores populares. De ahí que la causa adelantada se sustenta y se verifica a partir de la palabra hablada –que logra volverse escritura una vez se traslada al papel después de un interrogatorio–, y para ser más precisos en la eficacia del rumor, vehículo de la información entre todos los sectores sociales. El vigor y la validez que podía alcanzar el rumor se asentaba en las circunstancias en las cuales ejercía su práctica, una sociedad jerarquizada comunicada y conectada por el predominio de la palabra hablada, que a su vez tenía el poder de movilizar e implicar un número considerable de personas.14 Ibíd., pp. 12-13. Mayorga Figueroa, Luis Evencio. “Discursos, sermones y tertulias. Formas de comunicación oral en la Nueva Granada”. En Historia Hoy: aprendiendo con el Bicentena-

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En la producción y comprensión del discurso, se explica la interpretación (personal, subjetiva) de éste por parte de sus usuarios en la construcción de un modelo. En este caso, el interrogatorio es la base para la producción del modelo, punto inicial para el texto y para la conversación, así como para el proceso de producción del presente discurso: conocimiento, experiencia u opinión personal sobre un acontecimiento que es la mojiganga para representar. Contribuye a explicar las variaciones personales y los sesgos del discurso o su interpretación, donde se hacen visibles la intención del hablante y el plan. Así se concretan las representaciones sociales, la memoria social relacionada con la memoria episódica y la representación subjetiva; se relacionan las ideologías con la estructura del discurso. Las versiones personales de la ideología deben ser consideradas como representaciones sociales y son parte de la memoria social (semántica) y no de la memoria personal (episódica). De ahí que sean socialmente compartidos los usos sociales discursivos en el contexto específico del auto de “La causa de don Juan Carrasquilla y socios” como manifestación de las prácticas sociales. “Los modelos mentales” son representaciones de acontecimientos o, tal como lo sugiere el término ‘memoria episódica’, episodios en la memoria personal. De esta manera, cuando se es testigo, se participa o se escucha […], la gente construye un modelo de tal acontecimiento”.15 Emergen en este panorama discursivo tres niveles conectados entre sí, ya enunciados: • cómo se enlaza la crisis política de la monarquía española allende sus fronteras, con la percepción de oportunidad de especial significación para reafirmar el viejo poder colonial; • las tensiones políticas internas de connotada raigambre local y paternalista –desavenencias personales, de clase o figuración social y política–, reproducida, en este caso, en las figuras enfrentadas de José Joaquín

rio de la Independencia [on line]. Disponible en: http://www.colombiaaprende.edu.co/ html/productos/1685/article-242847.html. Consulta 6 de abril 2013. 15 Dijk, Teun A. van (2006). Ideología: una aproximación multidisciplinaria. Madrid: Gedisa, p. 108. Mojiganga y prohibición: el cautiverio de Fernando VII. Villa de Medellín 1809

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Gómez Londoño16 y de otros integrantes prominentes de la élite de la villa, don Juan Carrasquilla y don José Manuel Rodríguez de Obeso; • a cómo fluye en el discurso –el anhelo de un orden social inmodificable a los ojos de los contemporáneos, si bien la realidad del momento mostraba lo contrario. Precisamente, en este contexto se vislumbra, en los últimos años del siglo XVIII y en la primera década del XIX en la villa de Medellín, una situación paradójica entre el ideal de sociedad y de orden de las autoridades en la voz de los alcaldes ordinarios a punto de terminar su periodo,17 quienes esgrimen, en su discurso, la imperiosa necesidad de la “quietud” y el “orden”, con un sinnúmero de situaciones que denotan lo contrario.18 El horizonte de esta realidad es una sociedad jerarquizada a partir del componente racial: blancos, mestizos, negros esclavos, libertos, mulatos y demás cruces raciales en permanente confrontación, expuestos, algunos de ellos, a la necesidad de demostrar o de adquirir linaje (certificado de nobleza) para aspirar a los privilegios de los blancos. En el afán de perpetuar ese orden se mantienen los comisarios del Santo Oficio; por los grupos más desfavorecidos, los vagos y mendigos, hay una visible preocupación, un palpable desvelo del Cabildo al que necesita dar solución haciéndolos útiles. El Cabildo, por lo demás, cuenta con un ministro verdugo para aplicar la pena de muerte. José Joaquín Gómez Londoño nació en Medellín en 1756 y murió en 1843. Obtuvo título de Abogado de la Real Audiencia en Bogotá, fue maestro en 1781, Procurador General en 1790 y 1796. Alcalde Ordinario por depósito de vara en 1809. Arango Mejía, Gabriel. Genealogías de Antioquia y Caldas, tomo 1. Medellín: Bedout, 1973. Instituto de Cultura Hispánica. Nobles, blancos y mestizos, en la Villa e Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín. 17 Es importante en el desarrollo de la causa, tener presente que los cargos electivos de algunas de las autoridades del Cabildo se elegían cada año y se posesionaban el 1 de enero, situación en la que se encuentran las autoridades del documento en cuestión. 18 Alonso Valencia Llano señala cómo en la historiografía colombiana se dejó atrás la visión de una sociedad colonial estática desprovista de conflictos, para mostrar un campo fértil de conflictos a menudo expuestos en el escenario público, manifiestos en las revueltas de los sectores populares, en la crítica a las autoridades y en la lucha por el control de los órganos de poder local. En “El chisme y el escándalo en la sociedad colonial”, En: Estudios Sociales, No. 3 (1988) 35. 16

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La confrontación misma entre un grupo representativo de las familias prominentes de la villa y los dos jueces (José Joaquín Gómez y José Ignacio Cadavid), por sí misma, denotaba la imposibilidad de quietud de los espíritus en los diversos círculos sociales de la villa. Estas situaciones y muchas otras nos invitan a pensar que el ideal de quietud tan anhelado y defendido estuvo en la mentalidad de los hombres y mujeres de mayor arraigo a una sociedad tradicional que en su momento añoró el discurrir de la recién pasada centuria radicada en la Colonia, y se escandalizó ante la irrupción en la escena socio-política, protagonizada por jóvenes, de ese punto negro en el orden impuesto a través de la fórmula: “vida en policía”. II ¡Ay por aquí, por aquí […]!/ ¡Ay por aquí, por aquí, cantemos!/ ¡Ay por aquí, por aquí, Duminga!/ ¡Ay por aquí, por aquí, Lurenzo!/ Vaya pues de bulla,/ pues que de ella es tiempo,/ que a las Mojigangas/ no da ser lo serio. Las visiones de la muerte (Mojiganga) Pedro Calderón de la Barca

El primer trasfondo de orden coyuntural enunciado al inicio de estas páginas es relativo al Imperio, estaba inmerso en lo que hasta ese momento eran los avatares políticos de la metrópoli, representado en la figura del rey Fernando VII, quien apenas estrenando título de Majestad se vio obligado a enfrentar la usurpación del poder por una potestad extranjera. Más que una trama propia de la villa, era el Imperio español en su conjunto el comprometido, en procura de defender su institución más arraigada, la monarquía. Por supuesto, el hecho aludía a la invasión a España perpetrada por Napoleón en 1808 y el corolario de las abdicaciones de Bayona en las primeras dos semanas de mayo de ese mismo año, emitidas por Carlos IV y su hijo Fernando VII respectivamente, circunstancias éstas que precipitaron a España a su propia guerra por la Independencia. La motivación de estas líneas, sin embargo, no es volver sobre los pasos del monarca apresado en Valençay, o el correlato de la Independencia española en las colonias desconcertadas prestas a apoyar a un monarca harto reconocido e investido de poder, proclamado con el distintivo de “El Mojiganga y prohibición: el cautiverio de Fernando VII. Villa de Medellín 1809

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Deseado”, pero desprovisto de su poder de forma excepcional “en las circunstancias del tiempo”.19 El propósito, más bien, es señalar algunas luces relacionadas con el ejercicio del poder y del control social, manifiesto en los discursos latentes en la causa adelantada contra “don Juan Carrasquilla y otros por la pretensión de celebrar el día de los inocentes con disfraces y máscaras y realizar representación de lo ocurrido en España con Fernando VII”,20 cuyo leitmotiv es la manifestación de respeto a un rey tan odiado como victimizado, al punto de lograr acaparar a su alrededor el apoyo de España y sus colonias producto de la invasión de Napoleón. De esta forma en España y en sus satélites se dispone toda una trama discursiva al servicio de la creación de un mito pasajero, porque Fernando VII, El Deseado, pasó del deseo al repudio con un salto. La representación semántica en la memoria de las personas se vuelve relativamente estable y permanente, y para ello se utilizan diversos medios. La noción de prototipo está ligada a la de individuo, considerado como el más idóneo o modelo de una virtud, vicio o cualidad. En líneas anteriores habíamos enunciado la contraposición dicotómica que se observa en la caracterización prototípica de Fernando VII y Napoleón Bonaparte. Es inequívoco que desde la Metrópoli se intenta llenar el vacío monárquico, con epítetos que elogien al monarca en desgracia, promueven en los vasallos un comportamiento consonante con la obediencia, sujeción, temor de Dios y respeto al Rey depuesto. El Catecismo Civil de 180821 expedido en España, ofrece un interesante paralelismo entre Fernando VII y Napoleón Bonaparte. Según la caracterización que se presenta en él, entraña un evento comunicativo específico en el que se aplica la semejanza (misma AHM. Fondo Concejo de Medellín, 1809, tomo 75, folio 276v. Descripción archivística del documento que custodia el Archivo Histórico de Medellín. Disponible en el repositorio: http://ahmedellin.janium.net/janium-bin/busqueda_rapida.pl?Id=20130525193552 21 Catecismo español en preguntas y respuestas. Mandado imprimir de orden de la Junta Suprema. Sevilla: por la viuda de Hidalgo y sobrino. 1808-1814, 15 pg. Depositado en la Biblioteca Nacional de España. Biblioteca Digital Hispánica. Disponible en: http://www. cdlmadrid.org/cdl/multimedia/didactico/catecismo_civil.pdf / http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/view/action/singleViewer.do?dvs=1363996142944~680&locale=es_ US&VIEWER_URL=/view/action/singleViewer.do?&DELIVERY_RULE_ID=10&frameId=1&usePid1=true&usePid2=true. Consulta 22 de marzo de 2013. 19 20

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estructura) y, para el caso, es de contenidos opuestos que confluyen en una síntesis de fácil fijación en la memoria. Dicha publicación didáctica patriótica española, mediante pregunta-respuesta, adoctrina al pueblo español. Catecismo civil español de 1808. (Extractos)* Fernando VII

Napoleón Bonaparte ¿Quiénes son los franceses? Los antiguos ¿Qué quiere decir español? Hombre de bien. cristianos, y los herejes nuevos. ¿Cuántas y cuáles son sus obligaciones? Tres: ser cristiano, católico, apostólico, romano; ¿Cuáles son sus principales oficios? La de endefender su Religión, su Patria y su Rey; y gañar, robar, asesinar y oprimir. morir antes que ser vencido. ¿Quién es el enemigo de nuestra felicidad? ¿Quién es nuestro Rey? Fernando VII. El Emperador de los Franceses. ¿Y quién es este hombre? Un nuevo Señor ¿Con qué amor debe ser obedecido? Con infinitamente malo y codicioso, principio el amor que lo han hecho acreedor sus vir- de todos los males, y fin de todos los bietudes y desgracias. nes; es el compendio y depósito de todos los vicios y maldades. ¿Qué política y conducta debe regir a los ¿Cuáles sigue nuestro adversario? Las de españoles? Las máximas de Jesucristo y el Maquiavelo. Evangelio. ¿Qué felicidad debemos buscar? La que ellos ¿Qué fines llevan? El beneficio propio y el no pueden darnos. perjuicio del común de sus semejantes. ¿Ha de tener fin Imperio tan inicuo? Según ¿Será pecado matar franceses? No señor, anel sentir de los más sabios políticos está muy tes bien se merece mucho si con esto se libra próxima su ruina. la Patria de sus insultos, robos y engaños. *Paralelo realizado con extractos del documento original.

La semántica de los prototipos22 se expresa aquí con la asimetría en el paralelismo, lo cual es de interés para explicar los mecanismos de comprensión textual. La estabilidad interindividual de cada uno de estos prototipos de gobernante se marca con categorías no homogéneas, “los miembros no son equivalentes y algunos son considerados como ejemplares más idóneos que otros”.23 El idóneo, en términos ideológicos y sicológicos, es Fernando VII; el menos apropiado, Napoleón. Fernando VII es El Deseado, el amado: el ejemplar idóneo, en esta categoría del prototipo, para el conjunto de Kleiber, Georges. Semántica de los prototipos: categoría y sentido léxico. Madrid: Visor Libros 1995, p. 97. 23 Ibíd., p. 103. 22

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españoles fieles a su Rey. El usurpador y enemigo de España es Napoleón Bonaparte, es a quien hay que combatir, en nombre de Dios y del Rey, a quien es posible matar junto a sus ejércitos por su perfidia. La tiranía es injusta porque es usurpadora. Así, la usurpación de la autoridad española, del poder ajeno, es una ofensa suma contra el monarca feo, fofo y felón, como también se le denomina, y contra su pueblo. Este paralelismo no homogéneo es útil en el reconocimiento, en la memoria,24 en el aprendizaje, y es la base para que los individuos generalicen determinadas situaciones en la época referida y mediada por el Catecismo Civil. Esta situación la sintetiza Emilio La Parra López: En 1808 los españoles se forjaron una imagen extraordinariamente positiva de Fernando VII. El rey fue considerado la encarnación del Bien frente al Mal (sucesivamente, Godoy y Napoleón) y cuando se vio amenazada la independencia de España como consecuencia de la «traición» de Bayona, la Nación se levantó en armas en su nombre. Cuantos siguieron esta dirección estaban convencidos de que la legitimidad de Fernando para ocupar el Trono y el carácter católico de la nación española constituían la base de la Monarquía que había que defender frente a la agresión del «tirano» Napoleón.25

En las provincias de América, esta idea, anclada en la división territorial y administrativa realizada por los españoles bajo el concepto de una “organización jerarquizada centrada en las ciudades principales, capitales o cabeceras de toda una región, que ejercen su jurisdicción sobre un conjun Para un acercamiento a la visión crítica de Fernando VII Cf. Carlos Le Brun. Vida de Fernando Séptimo, Rey de España; o colección de anécdotas de su nacimiento y de su carrera privada y política, publicadas en castellano. (Filadelfia: 1826). Disponible en: http://books. google.com.co/books?id=a45AAAAAYAAJ&printsec=frontcover&hl=es&source=gbs_ ge_summary_r&cad=0#v=onepage&q&f=false 25 La Parra López, Emilio. “El Príncipe Inocente. La imagen de Fernando VII en 1808”. Biblioteca Digital Miguel de Cervantes. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/ obra-visor/el-principe-inocente-la-imagen-de-fernando-vii-en-1808/html/c6d06168a0fc-11e1-b1fb-00163ebf5e63_5.html . Consulta 10 de febrero de 2013. Cf. tambié, de este autor, “La metamorfosis de la imagen del Rey Fernando VII entre los primeros liberales”. Biblioteca Digital Miguel de Cervantes. Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-metamorfosis-de-la-imagen-del-rey-fernando-vii-entre-los-primeros-liberales/html/684c65d6-a0fe-11e1-b1fb-00163ebf5e63_6.html 24

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to de villas y pueblos ‘vasallos’”,26 tuvo un impacto que no logró socavar, al menos en los albores del movimiento independentista, las rencillas locales. III ¿No se está sabido eso/ pues todas las mojigangas/ tienen un fin, advirtiendo/ que es disparatar adrede,/ tal vez gala del ingenio? Las visiones de la muerte (Mojiganga) Pedro Calderón de la Barca

La trama de los acontecimientos,27 contenida en el documento, fue agitada. El 27 de diciembre, de manera acelerada los jueces se aplicaron a cumplir Penagos Carreño, Julián. “La prensa en la Nueva Granada entre 1810 y 1812”. Folios, No. 27 (2012), p. 24. 27 Los puntos claves tenidos en cuenta son: 1. Llega la noticia a los alcaldes por el Administrador de la Renta de tabaco y el Teniente de Oficiales Reales. 2. Redacción y publicación del auto por pregón. 3. Inicio del “inquirio”. 4. Asistencia de los testigos y encadenamiento de los testimonios: 1) Don Pedro Facio Lince. 2) Don José María Soto. 3) Don Antonio Callejas (juez o comisario de barrio San Benito. Es uno de los testimonios más extensos; por ser policía conoce con más detalle cómo opera el sistema y la vida en la Villa. 4) Don Josef Antonio Valle y Fonnegra. 5) Careo entre Josef María Soto y don Josef Antonio del Valle. 6) Oficio informativo de Josef Antonio Piedrahíta, Administrador de la Renta de Tabaco, dirigido a los jueces. 7) Oficio informativo a los señores jueces de don Josef Antonio del Valle. 8) Nota. Los jueces informan al Gobernador de la provincia con copia del auto publicado. 9) Comparece Pablo Chávez maestro de pintura, ante el alcalde José Joaquín Gómez, quien se encuentra solo por ausencia de José Ignacio Cadavid. 10) Josef María Hernández (mascarero) comparece ante José Joaquín Gómez. 11) Comparece Josef María Velásquez, en presencia de don Celedonio Trujillo, abogado por la Audiencia de la Ciudad de Antioquia del Padre General de Menores. 12) Auto sobre informe del Teniente de Oficiales Reales, don Antonio de Piedrahíta. 13) Comparece don Hilario Trujillo, vecino, realiza testimonio extenso. 14) Comparece don Joaquín Mesa. 15) Auto solicitando certificado a los alcaldes de la Santa Hermandad: Don Josef Álvarez de la villa, don Josef María de la Quebrada Arriba y don Bruno Echeverri de Iguanacita. 16) Declara y comparece Juan José Acevedo, maestro de música. 17) Auto dando por terminada la judicatura ante la nueva elección de miembros del cabildo y tomando medidas sobre la causa. El original es enviado a la Real Audiencia. 26

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su misión: hacer sentir el rigor de la ley. Habiendo recibido información por parte de otros funcionarios del Cabildo sobre la celebración del día de Inocentes, redactaron el auto cabeza de proceso teniendo buen cuidado de señalar cada una de las expresiones y palabras necesarias que indicaran que se estaba ad portas de un posible hecho de alta gravedad, atentatorio contra el defendido orden, la arreglada conducta y la libertad de muchos jóvenes de la villa de distinguido nacimiento, en contraste con otros implicados que, aunque del mismo nivel social, en opinión de las autoridades estaban sin sujeción de sus padres, y su conducta ya aparecía desarreglada riñendo a todas luces con las maneras reposadas de muchos de los españoles, o descendientes de ellos, fieles a los principios de Dios, Patria e incuestionable vasallaje al Rey. La exposición de motivos del auto fue leída una y otra vez por el pregonero a son de la ruidosa caja que siempre lo acompañaba. Ese día y al siguiente 28 de diciembre cumplió el mismo ritual por los puntos más concurridos de la villa, “para que nadie alegue ignorancia”. Es probable que el pregonero aprovechara la concurrencia de gente en el mercado de San Roque, y al pie de la pila de la plaza mayor donde se conglomeraba la gente a recoger agua limpia para beber. Semejante noticia debió despertar curiosidad, asombro o hasta incredulidad, y a muchos quizá les confirmaba lo que se veía o se oía con relación al proceder de los hijos de don Juan Carrasquilla, de don José Rodríguez de Obeso, y de don José María Salazar, personajes reconocidos por todos por haber ocupado cargos importantes en el Cabildo como alcaldes, alférez o regidores. Jóvenes de familias prestantes, ruidosos y alegres, amigos de gente plebe, contrariando los preceptos de la costumbre que restringía a toda costa relacionarse entre gentes de diferente condición más allá de lo necesario. Jóvenes ansiosos de dar salida a sus deseos de diversión, ello explica que 5. El alcalde ordinario y juez, José Joaquín Gómez, sustenta ante la Suprema Junta Central Gubernativa de la Real Audiencia. Expone por qué decidió prohibir la mascarada (es un resumen de la causa). Se inserta en este intermedio el trámite en Bogotá. 18) Defensa interpuesta por don José Rodríguez de Obeso, por el ultraje contra su familia, a cargo de don Joaquín Eduardo Pontón, vía querella. 6. En marzo de 1810, definieron en Bogotá la respuesta al proceso, fue devuelto al gobernador, éste a los alcaldes de 1809 y 1810, y finalmente se archivó la causa.

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fueran asiduos a los billares, tertulias, trucos, o a los fandangos en trato con pardos y otros “secuaces”, como el celebrado el 25 de diciembre en casa de don Juan Berrueco. Diversiones medianamente aceptadas unas veces y otras duramente perseguidas, pero en aquel momento convertidas en el indicio para señalar y acusar. No había tiempo que perder, la judicatura de los jueces culminaba el 31 de diciembre. Serían cinco días febriles para levantar todo el proceso de manera coherente, cumpliendo con lo usual de estas causas. Con el sigilo que ameritaba la situación, los funcionarios cercanos, sobre todo al juzgado de primer voto, en cabeza del doctor José Joaquín Gómez; del Administrador de la Renta de Tabaco, don José Antonio del Valle, y del Teniente de Oficiales Reales, don José Antonio Piedrahíta, encararon la situación y se dieron a la tarea de ubicar las primeras personas para hacer la “inquiria”. Aquella situación era una oportunidad única, no solamente para reafirmar una vez más el carácter de esa sociedad de observancia y pretendida “quietud”, sino que se había convertido en un momento político de especial relevancia para, de cierta manera, “ajustar” cuentas con las familias de don Juan Carrasquilla y don José Rodríguez de Obeso, debido a las diferencias políticas gestadas en disputas por el poder local y por la preeminencia social, soportado en un Estado aristocrático y parental.28 Corrían tiempo difíciles, las noticias circulaban con la celeridad que la Real Administración de Correos lograba llevar y traer por toda la provincia y el territorio neogranadino los acontecimientos que se sucedían uno tras otro, sobre todo en relación con la prisión del soberano Fernando VII, cosa que había caldeado el ambiente en todas partes. Diez vecinos entre personas reputadas como importantes –con título de don y algunas además de doctor– y del común, alcanzaron a ser ci En la causa están relacionados nombres de familias y hombres de posiciones de primer orden en disputa política en la provincia de Antioquia: José Joaquín Gómez Londoño, el juez más diligente y perspicaz de la causa, era hermano de José Antonio Gómez, quien había sido Contador oficial real y luego presidente del Estado libre de Antioquia entre octubre de 1811 y octubre de 1812; Juan Carrasquilla, hizo parte del Colegio Electoral de Antioquia y presidente diputado por Medellín (1811-1812); de su parte, Pantaleón Arango también fue diputado por Medellín y el primero en ocupar el cargo de vicepresidente de Antioquia en 1811. 28

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tados, entre ellos un artesano fabricante de máscaras y un músico, para que respondieran el interrogatorio. Se citaron funcionarios de la talla de don Josef María Álvarez, alcalde del Partido de la Quebrada Arriba; don Bruno Echeverri, alcalde del partido de Iguanacita, y don José Álvarez, alcalde de la Santa Hermandad de la Villa. Se dio la orden de apostar de a diez hombres para repeler cualquier escaramuza, y tanto el Administrador de la Renta de Tabaco como el Teniente de Oficiales Reales participaron activamente de la reflexión de la situación, midiendo la gravedad de una mojiganga, supuestamente con contenido burlesco de la situación política, en la que aludían al soberano en desgracia y a algunas intimidades relacionadas con personas sobresalientes de la villa. Fueron cinco días de careos, oficios informativos, autos y justificación de motivos y peticiones destinados al Gobernador en la ciudad de Antioquia y a la Real Audiencia en Santafé de Bogotá. Insistentemente los jueces interrogaban: Que si sabe que esta tarde han estado muy alegres andando a caballo y celebrando la licencia dada por el Gobernador, despreciando la primera instancia de estos juzgados y en consecuencia la autoridad local. Que si saben cómo han provocado a don Antonio Mejía en su almacén repitiendo hasta la saciedad su mote de “Alacrán”, dibujándolo en una pared con la boca abierta. Que si han visto como se agregó una cucaracha en la frente también dibujada de doña Teresa de Arango hija legítima de don Pantaleón Arango, Alcalde Ordinario, residenciado en Bogotá. Que si están enterados de que los mozos don Manuel, don José Obeso, don Juan Pablo, don Baltazar Salazar y don José María Carrasquilla, en compañía de Josef María Torre –zapatero– promotores de la celebración, eran contertulios de un fulano Nariño, hijo del de Santafé, con los cuñados del doctor Juan de Dios Morales, levantisco de Quito, en cuya casa se juntan. Toda la tramoya radicaba en unos versos escritos sobre el mentado Alacrán, recalcándose lo ofensivo de estos: “Porque pinté un Alacrán = fuertemente me maltratan = válgame Dios qué sería = si pintara cucarachas = hombre incivil y grosero = para mentado Obeso = á de conocer el sin queso = quitándose el sombrero”, y entre todo –lo más grave– que si les dijeron o supieron, cómo se iba a representar la dolorosa tragedia del muy amado don Fernando VII, villano acto cometido por el espantoso Napoleón, am312

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bicioso tirano representante del diablo y demás males impredecibles. En fin, que si sabían de una vez por todas qué era lo que significaba todo aquel jeroglífico. Los vecinos citados por el juzgado no dudaron en comparecer uno a uno. Todos sabían los alcances de la sanción: destierro de seis meses para los nobles, y doscientos azotes para los de baja condición, so pena de ser doblado el castigo si la situación se hubiere premeditado en la oscuridad de la noche. Lo primero era develar dónde ocurriría la tan mentada representación, y que en últimas no se realizó, pero que gracias al rumor dio por hecho montar un colorido teatro en el morro cerca al barrio de San Lorenzo para asimilarlo a Madrid sacando a la luz las peripecias de la familia real en esta capital; a su vez, los campos de San Benito serían ocupados con caballos y hombres trajeados y enmascarados en una movida batalla recordando los sucesos de Bayona. Esta suerte de geografía alegórica, por ser el rey y la metrópoli una abstracción para los americanos, referenciaba lugares fuera del marco de la villa.29 Al relacionar las respuestas recogidas en los diferentes interrogatorios, vale la pena señalar que de principio a fin hay en el documento una atmósfera de permanente sanción a toda idea de risa, disfrute, burla, bullicio, mojiganga, o cualquier interregno propio de lo festivo carnavalesco. Esta disposición puede colegirse en el dominio de expresiones propias del teatro o la representación dramática jocosa, y la necesidad de imponer un En la villa, el marco aludía a estar dentro de determinadas situaciones y espacio, cuyo significado predominante era dado por los íconos que representaban el poder colonial y los personajes que lo ostentaban. El afuera, inmediato al marco, se entremezclaba con paisajes arbolados, cultivos, animales domésticos y agua que corría a cielo abierto, comprendidos en fincas hoy convertidas en barrios. Este paisaje se consideraba por fuera del marco, no así por fuera del control ejercido y su aspiración por resguardar la “quietud”, idea extensible a toda forma de pronunciamiento por fuera de lo oficial-permitido, dicho de otra forma, por fuera de acontecimientos todos del mundo de lo serio que sostenían el poder colonial, por ejemplo, los religiosos, que enarbolaban el toque guía del campanario al marcar el significado de cada hora trascurrida, movimientos militares o la aglomeración para escuchar las disposiciones de estricto cumplimiento: contribuciones directas, rogativas ante calamidades naturales o provocadas, etc. Cf. Ortelli, Sara. “Poblamiento, frontera y desierto: la configuración de un espacio regional en el centro-norte del Septentrión novohispano”. Antíteses, v. 4, No. 8 (2011) 493-514. [On line]. Disponible en: http://www. uel.br/revistas/uel/index.php/antiteses. Consulta 22 de marzo de 2013. 29

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escarmiento o correctivo a lo que girara en torno: entremés, pandorga, charanga, tragedia, comedia, sainete, chapadanza, fandango, pantomima, farra, mojiganga, expresiones todas usadas sin diferenciación alguna, que encuentran en la fiesta, la música, el juego, lo burlesco y lo jocoso un núcleo común, cuya razón final era salir a jugar inocentes o carnavales, con su respectiva dosis de sentido burlesco, satírico, jocoso, y por lo tanto espacio esencial para producir risa colectiva con sentido político y con efectos catárticos. Un perfil más del discurso es permitir que los actores sociales enuncien conclusiones generales con base en experiencias y observaciones, exterioriza indirectamente las ideologías, y “formula explícitamente creencias ideológicas de manera directa”.30 Tal producción de sentido dentro del acto de jugar a los inocentes o al carnaval produciría un discurso meta-representado de situaciones fenoménicas que alternaban constantemente con las representaciones mentales del entorno público y privado, donde los sujetos involucrados hablarían desde la corporeidad pensada para la ocasión, y en consecuencia transformada, apalancados en los objetos adicionados –máscaras y vestidos–, dispuestos para relatar situaciones que se alejaban por un momento efímero del marco político y cotidiano donde se venían sucediendo las representaciones mentales.31 Este era un acto fallido, pues de igual manera el juzgado decomisó trajes y máscaras destinadas al evento como prueba del delito. Toda esta contorsión entrelaza con la dimensión del carnaval, en sus gestos más originales y universales, expuesta por Mijail Bajtin32 a partir de la naturaleza de las obras populares, aquí enunciadas en el discurso de la élite: formas opuestas a la cultura oficial, al mundo serio del Estado y de la Iglesia. Las fiestas públicas, los procedimientos de la creación paródica, y todos aquellos elementos que por la dosis de juego están conectados con las formas del espectáculo teatral (mojiganga, entremés, pandorga, sainete, pantomima, etc.), para la elite de Medellín, fiel ejecutora del orden, obstruyen, resisten y cuestionan su estrategia de dominación. Estas repre Dijk, op. cit., p. 245. Fornari, Elda Nora. Lo lúdico, señalización de lo humano. Disponible en: http://www1. uprh.edu/zjimenez/ludico.htm Consulta 7 de abril de 2013. 32 Bajtín, Mijaíl. “Introducción”. La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rebelais. Madrid: Alianza, 2003, pp. 4-50. 30 31

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sentaciones artísticas sugieren una visión del mundo paralela al oficial, si bien distinta, pero el sistema de dominación colonial no permite cisuras.33 El carnaval, y su punto problemático, es que no se restringe a una manifestación exclusivamente artística, sino que su esencia traspasa y descubre la vida misma; en este sentido “el carnaval es la vida misma la que juega e interpreta”.34 En esta lógica no resulta peregrina la vehemencia por frenar el acto dramático de parte de los jueces. El sentido de la mojiganga española, una de las expresiones más recurrente en la causa, es concebida para espacios abiertos, la calle. Se la asocia con el contexto del carnaval, espacio propicio para crear personajes y situaciones que reflejan el envés del mundo oficial. Alberga de manera intrínseca el sentido de lo ridículo, pone en tela de juicio ideas o determinados personajes, reinventando su discurso para desdoblarlo y hacer visible lo que de ordinario puede ser invisible, pasar inadvertido o prohibido. La pretendida mojiganga para representar aquel fin de año de 1809, según los testimonios contenidos en la causa, donde todos –oyeron decir, les contaron, iban pasado por algún sito y vieron a otro ocupado del tema, etc.–, tenía preparados todos los elementos de estas dramatizaciones: actores, máscaras (imitando las narices largas de don Antonio Mejía), pareciéndole burleta, una más con cara de mujer que asimilara a doña María Teresa Arango y otras de Napoleón, papel que sería interpretado por don Josef Quijano; don Manuel Obeso haría el papel de Fernando VII. Si los implicados en la mojiganga habían saltado el conducto ordinario, y en lugar de solicitar el permiso para el acto a los alcaldes del Cabildo, lo habían remitido al Gobernador de la Provincia, Francisco de Ayala (1805 Germán Colmenares ya ha señalado cómo el sistema político colonial “estaba dotado de una integridad que encadenaba las relaciones sociales y el orden político a una doctrina uniforme”, consustancial a un “arcaísmo constitutivo”, que era el resorte de las élites y que anima en todo momento la continuidad de lo establecido, incluso –ya hasta con mayor fervor– después de la Independencia para no perder los privilegios de clase. Colmenares, Germán. “La ley y el orden social: fundamento profano y fundamento divino”. En: Boletín Cultural y Bibliográfico, V. XXVII, No. 22, (1990). Disponible en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol22/ley.htm Consulta 15 de diciembre de 2012. 34 Bajtin, op. cit., p. 10. 33

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1811), hecho que hacía más sospechoso para los jueces todo el entramado, en su momento el Cabildo hizo lo mismo, y remitió la causa a la instancia superior de la Real Audiencia, en lugar de a la Gobernación como correspondía. Estos desacatos administrativos hacen saltar a la vista los conflictos políticos locales. Los jueces, sospechando la compatibilidad de las familias de los jóvenes con funcionarios de la administración con sede en la capital de la provincia, con agilidad inusitada reunieron la documentación, concluyeron las argumentaciones finales y las enviaron a la Audiencia, pues, en conformidad con su argumento, desconfiaban de los nuevos alcaldes que serían elegidos el primero de enero de 1810. Los jueces reiteraron una vez más cómo el pretendido juego de inocentes era un acto que iba contra la organización de una sociedad como la de la villa que se entendía civilizada, con autoridades, tribunales, cuerpo político, clero, real hacienda y familias nobles. Panorama en el que el resto de la sociedad local pasaba invisibilizada en aquel alto discurso, que correspondía a la actuación de un cabildo de corte parental y oligárquico.35 Desde la alta instancia de la Real Audiencia, la fiscalía concluyó apoyando la actitud preventiva de los jueces, adujo que como los implicados eran de buena familia, no necesariamente querrían hacer grandes daños al establecimiento, no así otros que no pensarían igual. En el fondo estaban alerta dados los acontecimientos de 1808-1809, los cuales generaban “miedo político”, o lo que “la ley teme”; en el momento poco interesaba tener una sociedad deliberante frente a la crisis monárquica y sus efectos en las colonias.36 No menos vehemente fue la defensa interpuesta por don José Rodríguez de Obeso por la causa levantada: la consideraba una afrenta a su familia. Tal defensa estuvo a cargo del Procurador apoderado doctor don Joaquín Eduardo Pontón, vecino de la villa. De antemano se acusó a los jueces de Cf. Uribe de Hincapié, María Teresa y Álvarez, Jesús María. Raíces del poder regional. El caso antioqueño. Medellín: Universidad de Antioquia, 1998, pp. 187-188. 36 Torres Puga, Gabriel. “Miedos políticos, publicidad y opiniones críticas (17901810)”. El Colegio de México. XIII Reunión de historiadores México, Estados Unidos y Canadá. México y sus revoluciones. 26 al 30 de octubre de 2010, Santiago de Querétaro. Disponible en: http://www.academia.edu/2552061/Miedos_politicos_publicidad_y_ opiniones_criticas_1790-1810 Consulta 10 de abril de 2013. 35

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abuso de su oficio, queriendo enlodar a jóvenes que por su rango social no lo merecían. Al referirse a la tan aludida representación de inocentes, afirmó que era una simple diversión, y, aunque no fuera usual en Medellín, se estaba tomando la costumbre de Santafé de Antioquia. Añadió, además, que el festejo de inocentes se realizaba para la época en otros lugares de la república, refiriéndose a Mariquita y a Bogotá, y con menos prejudicios que los empleados por los alcaldes ordinarios de Medellín. Dejó claro que la actuación estuvo viciada por el odio y por la venganza personales, y resumió las mismas ideas festivas insertas en las expresiones de entremés: trágico, pandorga, charanga, tragedia, comedia, chapadanza, fandango, pantomima, farra, mojiganga, reducidas a la realización de un sainete titulado “El ciego por su provecho”.37 El carnaval con sus máscaras y sus disfraces controvierte el mundo cotidiano donde ya todo está aceptado. La voluntad de conservar el orden y la tranquilidad, virtud y carácter distintivo de la villa, invocada persistentemente por los miembros del Cabildo, amerita toda acción. En la Villa de Medellín, la puerta a la “quietud” y la “paz” no puede tener bisagras en el acomodo de su élite, divergencia esencial con otras ciudades, como la de Santafé de Antioquia, más proclive a estas manifestaciones; así, “[…] aunque en Antioquia se ha celebrado este dia [Santos Inocentes] con modo burlezco, en esta Villa no se a acostumbrado de ninguna manera”38 carnavales bulliciosos. Estos valores sociales de la villa son advertidos por propios y extraños, alentados, conservados y aplacados a capa y espada con la prohibición establecida en la norma jurídica, pero también en los tensores impuestos por la ideología cristiana católica y los modelos men Una sencilla trama de 1791, en la que ocho personajes desarrollan un juego amoroso: “Qué viva es esta muchacha!/ ella es mis pies y mis manos/ dicha grande es que hallara/ un hombre como yo pobre,/ muger de tal circunstancia:/ ella me viste, mantiene,/ paga la casa, criada,/ y pasa como una reyna,/ y esto sin que yo vea nada/ que la conciencia me acuse,/ que lo primero es mi alma”. Fragmento del sainete intitulado “El ciego por su provecho”. Con la siguiente referencia: “Representado en los teatros de esta corte, para ocho personas. Con licencia en Madrid, año de 1791. Se hallará en la Librería de Quiroga, calle de la Concepción Gerónima. Junto á Barrio-Nuevo”. Repositorio Institucional Universidad de Oviedo Disponible en: http://digibuo.uniovi.es/dspace/bitstream/10651/2481/1/1094267 38 AHM. Fondo Concejo de Medellín, 1809, tomo 75, folio 279r 37

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tales interiorizados de los agentes del orden. Porque permitir el carnaval es permitir que la frontera espacial que éste abre cree un entreacto donde la vida discurra sin velos en esta sociedad vertical en su concepción y en su organización. IV ¡Ay por aquí, por aquí, galegos!/ ¡Ay por aquí, por aquí, cantemos!/ Miedo a estas visiones/ tuve; pero luego/ que he mirado a esotras/ mucho más le tengo./ Todo lo hagan bulla,/ voces e instrumentos,/ que en fines de fiesta/ hay siempre mal pleito./ Las visiones de la muerte (Mojiganga) Pedro Calderón de la Barca

El tercer asunto se restringía a la dinámica cotidiana de la villa respecto de la alternancia del poder en el Cabildo. El documento de la causa enviada a la Audiencia en Santafé de Bogotá39 revela el porqué del celo y de la solicitud con que actuaron los alcaldes por depósito de vara. La copia dejada en Medellín termina con la nota del escribano público del Número, Gabriel de Arellano; en ella notificó que: “[…] en primero Enero del presente año de ochocientos diez, por orden de los señores Alcaldes Ordinarios Doctores don Josef Joaquin Gomez Londoño, y don Josef Ygnacio Cadavid, introduje en la Real Administración de Correos un pliego de oficio rotulado al Excelentisimo Señor Virrey, de cuenta de la Masa de Propios, que contiene los originales de este testimonio […] tambien doy fee se compulsó copia auténtica, por la escribania de Cavildo testimoniada, del auto publicado sobre prohibición de Mascaras, y el ultimo, para el cumplimiento de lo que en el se expresa, sobre los notificados que deben hazerse a los Señores Juezes nuevos […]40

Diciembre 27. “Fragmentos del litigio por la representación de un sainete el día de inocentes en Medellín”. Documento custodiado por la Biblioteca Nacional, VFDU1-80, pieza 11, folios 47r-87r. 1809. También publicado en Carrillo Rocha, Magali (dirección cultural). 1809: todos los peligros y esperanzas, tomo II, 3ª. Edición. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2011. Se citará de la edición de Magali Carrillo. 40 AHM. Fondo Concejo de Medellín, 1809, tomo 75, folio 307r. 39

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En medio de la posesión de los nuevos jueces, el oficio fue enviado a Santafé de Bogotá. La causa adelantada contra Juan Carrasquilla y sus socios permite colegir, en principio, la enemistad entre familias con presencia en los ritos fundacionales de lo que sería en poco una República independiente, Gómez, Londoño, Arango, Carrasquilla y Obeso, algunas con presencia en las juntas de poder local instaladas a partir de la prisión de Fernando VII y los colegios electorales. La actuación del abogado defensor de Obeso estuvo centrada en remarcar las prácticas innecesarias adelantadas por los jueces de Medellín, todo por un acto tan inocente como legal en términos de tener aprobación. El enfrentamiento entre autoridades fue conciso: el Gobernador de la Provincia, al conceder licencia para la realización de la dramatización, había validado el desconocimiento del poder local, entre algunos de los vecinos; en su comunicado concedía la licencia: […] que se pide para que en la Villa de Medellín se haga la función de inocentes en los mismos términos que en esta Capital, y en ella se represente el sainete, el ciego por su provecho, cuyo cuaderno se devolverá, y la justicia de la Villa no pondrá embarazo a dicha diversión honesta, pero estará a la mira de que no haya exceso ni desorden alguno, a cuyo efecto se presentaría a los Alcaldes ordinarios copia de esta providencia […]41 El Sainete se aprobó por el Gobernador, y […] este paso exasperó al Alcalde considerando desairada su Jurisdicción, porque el Jefe de la Provincia, a quien privativamente toca lo gubernativo, permitía la expresada diversión, impuesto de la práctica de aquellos lugares en que ha estado mandando cuatro años y medio, con entero conocimiento de los moradores de Medellín.42

Todo el proceso fijó los pilares de la verificación de los hechos en el rumor. Germán Colmenares advertía de la preocupación de los jueces en la Colonia por establecer el fuero interno en lugar del privado, o de las conductas objetivas.43 El rumor y su capacidad de bifurcación era una herramienta básica para desarrollar las virtudes del discurso en su modela Carrillo Rocha, op. cit., p. 187. Ibíd., p. 191. 43 Colmenares, op. cit. Disponible en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/publicacionesbanrep/boletin/boleti5/bol22/ley.htm 41 42

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ción ideológica; “mediante la represión, la conservación del orden social colonial nos revela los patrones más esenciales de ese orden social”, afirma Colmenares. Bajo este modelo, el autor transparenta cómo el discurso ideológico de las élites en el umbral de la Independencia persiste en sacudirse la dominación española sin tener que ceder sus privilegios de clase dominante. Pero el Estado paternalista en el que subyace tal estructura se debilita en sus propias creaciones: la natural inclinación del hombre por dejarse llevar por sus criterios subjetivos: […] Bien se descubre, Excmo. Señor, de qué proviene la diversidad que se nota en los varios conceptos con que procede el Dr. Gómez en pasajes idénticos. Resentido con don Juan Carrasquilla y don José Rodríguez Obeso por motivos constantes en los autos elevados al Superior Tribunal de la Real Audiencia no puede ya ocultar sus dañadas intenciones. El expediente oficiosamente promovido por él, no es tanto por el celo que finge ni por la contención de defectos, cuanto por complicar a los Padres de esos Jóvenes inocentes en los reatos que su malicia ha inventado. Yo juzgo que él no podrá menos de haber confesado la enemistad que les profesa, o producido y estampado en el proceso expresiones dictadas por el rencor. Yo comprendo que el sumario que ha hecho es obra de la parcialidad […]44

En esta representación del abogado defensor se interpola toda la personalidad política de la sociedad colonial neogranadina: el localismo exacerbado infiltrado por todas las fisuras del ojo vigilante y moralizante de tal entramado tradicional. Localismo de hondo calado que, una vez la colonia devino en República y el vasallo en ciudadano, opuso de forma conveniente al poder de viejo ropaje, una tímida modernidad. Así, mientras el Imperio desvanecía, en los más recónditos lugares de las colonias había una apuesta por conservar el núcleo del poder articulado en un discurso oficial, que presumía de adhesión a un rey abstracto al tiempo que utilizaba la “tragedia” del mismo para dirimir las rencillas locales y saldar odios personales y políticos. Es notable que las prácticas sociales de los implicados y la propia administración, con toda la parafernalia del poder desplegada, no esté en línea con la ideología de la administración emanada desde el núcleo de la Carrillo Rocha, op. cit., p. 190.

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Metrópoli, si bien en 1809 todavía no hay una manifestación autonomista ni de rechazo a Fernando VII o a la institución monárquica. Lo que rige el discurso es la práctica inmediata y local constreñida en la memoria social. Se esgrime, sin embargo, en los discursos de la élite enfrentada, una acción moralizante no desconectada de la producción del orden social en la que se movilizaban y sostenían estas prácticas, que concierne a la “tragedia” de Fernando VII y en consecuencia a la Nación española, a la que pertenecen; a la juventud mal educada, a unos padres de familia condescendientes, resentidos de la imparcialidad de la justicia –ahí actúa el Estado paternalista y se diluye lo público de lo privado–; a la “oportuna” labor administrativa de aquietar el vulgo y, por supuesto, a los rumbos en la alternancia del poder local, toda esta estructura articulada en el discurso y su reciprocidad con el poder. En esa estructura, además, se cuece la vida misma animada por la fiesta, las creencias religiosas, la política, el acontecer social y económico, con los fantasmas que asaltan el acontecer cotidiano en medio de la prohibición y la mojiganga “que es disparar adrede”.

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Francisco José de Caldas, veintinueve meses en la provincia de Antioquia. La arquitectura y los centros urbanos. 1813-1815 Luis Fernando González Escobar

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l 9 de mayo de 1813 Francisco José de Caldas pasaba por la Vega de Supía, pueblo del Cauca limítrofe con Antioquia, siguiendo la ruta que lo conduciría a esta última provincia. Había salido de Santafé, luego de la derrota de las tropas federalistas a manos de las centralistas en enero de este año. Caldas, en las luchas intestinas por consolidar la primera República Granadina, se enlistó en el bando perdedor, y las tropas de las que había formado parte se disolvieron, por lo que salió, de la que dejaba de ser capital virreinal, hacia Cartago en el valle del Cauca, desde donde decidió ir hacia donde tenía amigos personales e intelectuales, como era el caso de José Manuel Restrepo. Restrepo había viajado a Santafé en 1799 para estudiar abogacía en el Colegio de San Bartolomé. Aparte de los estudios formales, estableció un estrecho vínculo con otros círculos y espacios de conocimiento, entre los que sobresalió el establecido con Caldas entre 1806 y 1807, con quien trabó una “íntima amistad” y del que recibió enseñanzas sobre cartografía, geografía, botánica, entre otros conocimientos. Todos estos saberes le sirvieron para que, a su regreso a la Provincia en 1807, escribiera su “Ensayo sobre la Geografía, producciones, industria y población de la Provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada”, el cual ya tenía listo en 1808, y que fue publicado en el Semanario del Nuevo Reino de Granada a principios de 1809. Ahora Caldas se reencontraba con Restrepo, pero esta vez en Antioquia, cuando el padre del segundo, don José Miguel Restrepo, era el Presidente de la Provincia, cargo que ocupaba desde octubre de 1812, y en el cual estaría hasta el 30 de julio de 1813.

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En consecuencia, la presencia de Caldas en Antioquia no fue circunstancial. Estaba signada por lazos de amistad que lo introdujeron a los círculos de poder, donde se le conocía y valoraban sus conocimientos y capacidades, los cuales podían ser útiles al proyecto emancipador en el que estaba embarcada la clase dirigente de la Provincia, pero el cual requerían consolidar con suma urgencia ante una posible reconquista, especialmente por la recepción de noticias alarmantes que llegaban de Popayán y de las provincias del Sur, por los triunfos de las tropas realistas al mando de Juan Sámano. Al momento del arribo, Caldas encontró una Provincia que en lo político y militar estaba comprometida con la guerra por la independencia, pero que también vivía un dinámico proceso en lo económico, territorial, poblacional, urbano y arquitectónico, que venía en crecimiento especialmente desde el último cuarto del siglo XVIII. Caldas no fue ajeno a esta realidad, y sus actividades y obras ayudaron al proceso, ya de manera directa o indirecta en sus veintinueve meses de permanencia. La Provincia de Antioquia y los centros urbanos a principios del siglo XIX

Gráfico número 1. Población de la Provincia de Antioquia 1808. Elaborado a partir de Víctor Manuel Álvarez Morales (editor). La Relación de Antioquia en 1808. Medellín, Colección Expedición Antioquia 2013-Serie Economía, Sociedad y Cultura Tomo I, 2008, p. 6.

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Según los datos recogidos entre octubre de 1807 y abril de 1808, presentados por José Manuel Restrepo y José Salvador Madrid Moreno el 7 de abril de 1808, la Provincia de Antioquia tenía aproximadamente 98.620 habitantes concentrados en diecinueve lugares (entre nuevas colonias, vice parroquias, parroquias, sitios, pueblos, villas y ciudades) con más de mil habitantes1. La población casi duplicaba el censo de 1776-1778, en el que se calcularon 59.318 habitantes. La mayor parte de la población se concentraba en los tres principales centros urbanos: la ciudad de Antioquia, la villa de Medellín, y la recién configurada ciudad de Rionegro, los cuales acogían el sesenta y cuatro por ciento del total poblacional2. Mientras que la villa de San José de Marinilla, pese a su rango político administrativo, trataba de consolidar su endeble estructura urbana y no era de los centros más poblados. Hacía pocas décadas que en las administraciones de Francisco Silvestre (1775-1776; 1782-1785) y Juan Antonio Mon y Velarde (1785-1788) se dictaron instrucciones para la adecuación y el mejoramiento de los recintos urbanos antiguos –Medellín y Santafé de Antioquia–, se definieron políticas de poblamiento para concentrar la población dispersa y configurar estructuras urbanas en áreas de antiguos poblamientos como en el caso de Marinilla y de Rionegro, o se promulgaron otras para delinear nuevas estructuras urbanas en las nuevas fronteras de colonización en el nordeste, oriente y sur de la provincia, como los casos de Yarumal, Sonsón o Amagá3, respectivamente, para señalar algunos de estos casos. A finales del siglo XVIII, mientras la ciudad de Santafé y la villa de Medellín intentaban mejorar las condiciones higiénicas con las primeras obras Trascrita por el historiador Víctor Manuel Álvarez Morales (editor). La Relación de Antioquia en 1808. Medellín: Colección Expedición Antioquia 2013-Serie Economía, Sociedad y Cultura, tomo I, 2008. 2 Si a la Villa de Medellín, se le suma la población de Envigado y Hato Viejo, que estaban dentro de su jurisdicción, el total era de 25.209 habitantes en el valle de Aburrá, por lo cual la concentración poblacional era del 75 por ciento, es decir, las tres cuartas partes de los habitantes estaban en estos tres centros urbanos. 3 Fueron ordenados por estos años, entre otros, los nuevos centros de poblamiento denominados San Luis de Góngora (hoy Yarumal, aprobado en 1787), Carolina de Príncipe y San Felipe de Borbón (Amagá, ambos en 1788), y Sonsón (en un proceso que se inició en 1787 y se extendió hasta 1800). 1

Francisco José de Caldas, veintinueve meses en la provincia de Antioquia. La arquitectura y los centros urbanos. 1813-1815

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de alcantarillado, la introducción del agua al recinto urbano, el empedrado y el aseo de calles, la regularización de sus estructuras urbanas, la adecuación de espacios urbanos y la construcción de importantes obras públicas, en Marinilla y en Rionegro apenas se definían sus trazas urbanas4. Rionegro, como lo dice el historiador Roberto Luis Jaramillo, “no fue fundada formalmente ni por acto jurídico ni por intención. De ahí que su aspecto urbano no esté de acuerdo con la cuadrícula o escaque usado en las fundaciones formales…sólo al finalizar la colonia se trazaron algunas calles –las rectas– en las plantas de la ciudad, en 1787”5, con lo que de alguna manera se formalizaba y concluía el proceso de traslado de los títulos de la antigua ciudad de Santiago de Arma, a San Nicolás de Rionegro, ordenado en 1783, ahora con el nombre de Santiago de Arma de Rionegro6. También el mismo año de 1787 se ordenó la erección en Villa de San José de Marinilla, aunque sólo tres años después, esto es en marzo 1790, se delinearon y tiraron a cordel las manzanas de cien varas y “anivelaron” sus calles de ocho varas de ancho7. Es bueno anotar que cerca de estos dos nuevos centros poblacionales, también en el Oriente de Antioquia se conformaron a principios del siglo XX otros dos centro urbanos: Carmen de Viboral, nombrado como partido y estructurada su forma urbana entre 1807 y 1810, y La Ceja del Tambo, creado como partido en 1789 y en 1791 nombrado un Juez Poblador, aunque sólo se definió su forma urbana en 1820. 5 Nota 127 en Uribe Ángel, Manuel. Geografía General del Estado de Antioquia en Colombia. Medellín: Ediciones Autores Antioqueños, volumen 11, Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, 1985. 6 Se dio un largo y complejo litigio, iniciado a mediados del siglo XVIII, para trasladar los títulos de ciudad y, por ende, todo el manejo político administrativo y religioso, de Santiago de Arma, fundación colonial, a San Nicolás de Rionegro, lo que sólo se pudo cumplir por la orden de Francisco Silvestre ese año de 1783. 7 “y en consecuencia, y habiéndose tirado el cordel de quebradita a quebradita, por lo ancho hubo tres cuadras y media y de largo, de la quebrada del puente hasta el alto de la Balsa hubo nueve cuadras, que son los límites que sirven de barrera al expresado terreno que para poblarse los vecinos de esta Villa fue cedido por el referido Mansueto Giraldo. Y se delinearon y anivelaron las calles en lo que no está edificado y se pusieron las correspondientes señales en los lugares donde daban las cuadras de cien varas de largo, quedando el ámbito de calle de ocho varas, y por consiguiente delineado lo que por ahora ha de servir de marco de Villa”. En: Mantilla R., Luis Carlos. Origen franciscano de Marinilla y su desarrollo posterior, 1662-1804. Bogotá: Publicaciones de la Universidad San Buenaventura de Cali, 1986, p. 118. 4

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Sello del Estado de Antioquia en 1811, reproducido por el autor de Jorge Orlando Melo –Director General–, Historia de Antioquia, Colombia, Suramericana de Seguros, junio de 1991, pág. 90.

La disputa y preeminencia de los centros urbanos que concentraban la población de Antioquia se reflejó en la reunión del Congreso Provincial de agosto de 1810, evento que marca el inicio de la lucha independentista en esta Provincia, y en el que se definió el primer gobierno republicano, al que concurrieron los cabildos de los cuatro principales centros urbanos que existían en el primer decenio del siglo XIX, esto es: Antioquia, Marinilla, Medellín, y Rionegro. A pesar de la ampliación de las fronteras y, por ende, el consiguiente crecimiento demográfico, tres de cuatro habitantes habitaban en esta región central, con énfasis en los cuatro centros urbanos que, además, tenían el control político, administrativo y económico de toda la Provincia. Situación de concentración de poder que se reflejó claramente Francisco José de Caldas, veintinueve meses en la provincia de Antioquia. La arquitectura y los centros urbanos. 1813-1815

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en el Sello del Estado ordenado por el Supremo Poder Legislativo de Antioquia a mediados del año de 1811. En la parte media superior, ocupando la mayor proporción del sello, se inscribieron elementos simbólicos de los escudos de las villas y ciudades cuyos cabildos concurrieron al primer Congreso Provincial al cual ya se hizo referencia: el cuervo (ciudad de Antioquia), la Torre (villa de Medellín, el León (ciudad de Rionegro), y la manos cruzadas (villa de Marinilla); mientras que debajo de aquellas imágenes fueron puestas las iniciales de las antiguas ciudades coloniales y de tres asentamientos más: Remedios, Zaragoza, Cáceres, San Bartolomé, Yolombó y Cancán8. Algo que claramente también reflejaban otros datos demográficos, como los de José Manuel Restrepo en su Ensayo de Geografía - cuadro siguiente-, donde casi el cuarenta y siete por ciento de la población de la Provincia (en este caso un total de 106.730 habitantes) estaba concentrado en las cuatro principales poblaciones9; mientras que las antiguas ciudades coloniales de Remedios, Zaragoza y Cáceres, sumaban apenas el 3.3 por ciento del total poblacional, a las que, sumándole inclusive los otros tres asentamientos, apenas representa un discreto 5.4 por ciento. De esta manera el escudo establece el predominio de las primeras sobre las segundas, y no incluye los nuevos centros poblacionales en formación, donde el interés por consolidar sus nuevas estructuras urbanas y un incipiente desarrollo arquitectónico, comenzando por las iglesias, no fue interrumpido ni por las guerras independentistas.

La reproducción del sello y parte de la explicación son tomados de Melo, Jorge Orlando (director general). Historia de Antioquia. Bogotá: Suramericana de Seguros, junio de 1991, p. 90. 9 Otros datos estadísticos señalan 123.577 habitantes, lo que implicaban un 40,4 por ciento del total de la población. 8

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Gráfico 3. Población de Antioquia a principios del siglo XIX según José Manuel Restrepo en Ensayo de Geografía.

Pero entre los principales centros urbanos se inició una fuerte disputa al mismo tiempo de las luchas independentistas y del reacomodo político en la Provincia, por la preeminencia administrativa. La vieja capital colonial, Antioquia, aunque mantenía el mayor número de pobladores, su crecimiento iba en declive, lo mismo que el dominio económico, el cual se trasladaba hacia los centros de mayor dinamismo, esto es, Medellín y Rionegro. Por eso Medellín, ya desde 1811, pidió ser capital, pero fue Rionegro la que de hecho lo fue por un corto período, cuando en la dictadura de Juan del Corral éste trasladó el Gobierno hasta allí, en el segundo semestre de 1813. El mismo del Corral, en agosto de 1813, elevó a la categoría de ciudades a Marinilla y a Medellín, para premiar el “patriotismo y adhesión”, “sus méritos y sus sacrificios”, además pensaba que ya lo “merecían por la importancia de sus poblaciones, por su policía y por todos sus recursos”10. Precisamente cuando Francisco José de Caldas llegó a la Provincia, aquellas funciones, actividades y proyectos que requirieron su presencia en “Relación de entrega del ciudadano Corral que como Presidente-Dictador de la República al cumplimiento del primer trimestre de su gobierno, hace a la representación de la Provincia convocada en sesión extraordinaria el 30 de octubre de 1813”. En: Tisnés Jiménez, Roberto M. Don Juan del Corral. Libertador de los esclavos. Cali: Biblioteca Banco Popular, volumen 83, 1980, p. 402. 10

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los centros urbanos se concentraron entre Rionegro y Medellín, sin tener ninguna relación con Santafé de Antioquia. Las actividades de Caldas: entre las fronteras y los centros urbanos Entre mayo de 1813 y septiembre de 1815, Francisco José de Caldas cumplió una febril actividad concentrada en varios frentes: el diseño y construcción de los fuertes en la frontera sur, el diseño y montaje de la nitrería, el montaje y dirección de la Maestranza, el trazado del camino al Chocó, la acción y participación política, el proyecto y desarrollo de la Escuela Militar de Cadetes o Escuela de Ingenieros, como de manera distinta se le ha denominado. Recién llegado Caldas, y estando de Jefe de la República el señor José Miguel Restrepo, fue nombrado por éste como ingeniero general de la República. Una de sus primeras misiones fue realizar los proyectos de fortificación de la frontera sur, sobre el mismo camino que él había recorrido en su entrada a la Provincia; así, salió hacia ese destino a principios de agosto de 181311. Caldas diseñó, dibujó y dirigió la construcción de los fuertes en los pasos de Cana, Bufú y Arquía –límite con el Cauca–, los cuales terminó cuando estaba ya en el poder el dictador Juan del Corral; éste último se preció tanto de las obras, como de haberle contribuido con el préstamo de libros sobre el tema y los instrumentos que utilizó en el trazo de los mismos, los cuales remitió al Gobierno el 28 de septiembre de 1813. En estas obras estuvo trabajando entre comienzos de julio (antes de viajar a los sitios) y el 8 de octubre de 1813, fecha en la que dio por culminadas las obras, consideradas por él como inexpugnables. Sin embargo, el 23 de agosto de 1815, cuando las tropas de Francisco Warleta eran una amenaza real en el proceso de reconquista, las autoridades desde Rionegro ordenaron la demolición e incendio de las edificaciones hechas por Caldas, para que no quedaran en manos de los enemigos12. El 3 agosto se le asignaron “al ciudadano Francisco José de Caldas mil y quinientos pesos fuertes, como encargado de la fortificación de Bufú, Velásquez y demás que le encargue el gobierno, relativo a la defensa de la provincia...”. AHA, Independencia, tomo 828, documento 13094, folio 244. 12 “En conformidad de lo que expresa el Ministro del Tesoro Público de Rionegro sobre el estado de los fuertes de Bufú, y de lo que sobre el particular ha informado el Coronel 11

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Entre noviembre de 1813 y enero de 1814, Caldas no sólo avanzó en las exploraciones, ensayos y producción de nitro, sino en el montaje de la planta que implicaba la construcción de los edificios para la nitrería, los molinos y la elaboración de la pólvora, todo lo cual quedó ubicado “en dos sitios diferentes de los contornos de Medellín, por elección y dirección del mismo coronel Caldas, y bajo los planos de este ingeniero”13; aunque la dirección de obra material estuvo a cargo del teniente coronel Felipe Barrientos. Para inicios de este año de 1814, Caldas ya no sólo era el ingeniero general, sino que también fue nombrado como director de fábricas; con este cargo tenía el manejo tanto de la nitrería, como de la Maestranza, otra obra que se empezó a implementar desde la primera mitad del mismo año. La Maestranza de Artillería era la fábrica para proveer al Ejército de armamento, específicamente fusiles, obuses, pedreros, culebrinas ligeras y cañones; luego del montaje, todas las armas se fundían allí. También fue utilizada para elaborar máquinas de acuñación con destino a la creación de la Casa de la Moneda. Fue instalada en Rionegro, para lo cual se adecuó una casa tradicional de patio, considerada una de las mejores existentes en el marco de la plaza, donde se dispusieron los espacios para la forja, fundición, moldes y carpintería. Para el funcionamiento fueron ordenadas, el 1º de enero de 1814, la conformación de cinco cuadras (fundición, carpintería, herrería, armería y limación) con dieciséis plazas de numerarios, dos supernumerarios, ocho aprendices y ocho peones, dentro de las cuales estaban los respectivos maestros mayores y oficiales, todos adscritos a las Fuerzas Armadas de la República de Antioquia. Si bien Caldas fue el responsable de todo el montaje, la dirección de la Maestranza recayó en el Comisario del Ejército de Rionegro, al menos hasCaldas, dese orden al ciudadano Salvador de Isaza para que con los milicianos que están de guarnición en Bufú, haga demoler inmediatamente los fuertes de piedra, y poner fuego a las vaterias(sic) de fagina”. 2 de agosto de 1815, Archivo Histórico Casa de la Convención de Rionegro, sección 1, vol. 31, folio 139. 13 “Segundo mensaje del dictador Corral y otros papeles de Antioquia – 1813”, fechado el 28 de febrero de 1814. En: Tisnés Jiménez, op. cit., p. 425. El Reglamentación Económico de la Fábrica de Nitro, fue expedido el 3 de febrero de 1815, en el que se señala que “Las fábricas de nitro y de pólvora tendrán un Director que deberá ser un Oficial de Ingenieros ó de Artillería, entretanto exercera estas funciones el Ingeniero Coronel Caldas, baxo cuya dirección ha marchado felizmente esta empresa”. Francisco José de Caldas, veintinueve meses en la provincia de Antioquia. La arquitectura y los centros urbanos. 1813-1815

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ta finales de abril de 1815, cuando este cargo fue suprimido. El 1º de mayo la dirección pasó al “Ciudadano Coronel de Ingenieros Francisco Caldas, con quien se entenderá el capitán de la Maestranza en todo lo relativo de la dirección”14. Todo lo contenido allí –en términos de materiales, utensilios, herramientas y equipos–, que se había logrado reunir y puesto a funcionar, quedó listado el 21 de julio de 1816 cuando pasó a manos de Francisco Warleta, ya con el nombre de Real Maestranza de Artillería, igual que el caso de la Fábrica de Nitrería.

Plano de la sede de la Maestranza, donde se indican las adecuaciones que eran necesarias. Los puntos señalan el perímetro para la galería y los muros que se debían construir y los que se demolían. Archivo Histórico Casa de la Convención Rionegro, Vol. 588, fol. 156, 4 de julio de 1814.

En febrero de 1814, del Corral aprobó y ordenó el viaje de Caldas hacia el Chocó, con el fin de explorar el territorio y trazar el camino de Firmado por José Manuel Restrepo, como Secretario. Archivo Histórico Casa de la Convención Rionegro, Sección 1, vol. 31, folio 90 r.

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occidente, proyecto considerado de vital importancia, en la medida en que abría una ruta comercial de exportación hacia el Caribe por el río Atrato. Caldas cumplió la misión tras levantar el plano y prescribir el método para su apertura, pero el proyecto, al que se le nombró una junta y se le destinaron recursos, no se logró realizar. En este mismo tiempo de permanencia en la ruta exploratoria, fue nombrado como Representante a la Cámara por Medellín, en reemplazo de José Joaquín Gómez, pero mientras duraba y terminaba la comisión se nombró como suplente al señor Antonio Arboleda15. El otro proyecto fundamental en el que participó de manera activa y decidida Francisco José de Caldas, al regreso de la exploración del camino del Chocó, fue la formación de la “Escuela teórica y práctica de Infantería”, como lo señaló Juan del Corral en su informe del 28 de febrero de 1814, la cual pensaba establecer en Rionegro con el nombre de “Escuela Militar de Cuerpos Facultativos”. Finalmente no se instaló en Rionegro, sino en Medellín, y el nombre exacto ha sido confuso desde entonces hasta el presente; indistintamente se le ha llamado Escuela de Cadetes, Escuela de Ingenieros, Academia de Ingenieros de Medellín (así aparece en la portada del texto manuscrito de las Lecciones de fortificación i arquitectura militar16), o Cuerpo de Ingenieros de la República de Antioquia, tal y como dice en el encabezamiento del “Discurso preliminar” leído por Caldas en la inauguración del curso militar17. Del Corral murió en marzo de 1814, sin ver concretada la obra de la Escuela. Sin embargo, en su “Discurso preliminar”, Caldas hizo “un tierno recuerdo del ilustre Corral, que fundó esta Academia, y de su digno sucesor que le aumentó con nueve plazas de cadetes”. El sucesor al que Caldas se refería era Dionisio Tejada, quien apoyó el proyecto, lo que permitió el inicio de actividades en el segundo semestre de 1814, entre finales de agos Archivo Histórico de Medellín –AHM–. Medellín, Fondo Concejo de Medellín, tomo 83, folio 5 Ro. 16 Original en la Biblioteca Nacional de Colombia, Sección “Fondo Antiguo”, pieza RM 231. 17 Transcrito en El Ingeniero. Bogotá, 20 de julio de 1883 (en la Biblioteca Universidad de Antioquia, Patrimonio Documental P623 C145) o en la revista Anales de Ingeniería núms. 203 y 204. Bogotá, enero y febrero de 1910, p. 237. 15

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to y principios de septiembre18. En total fueron doce los cadetes que participaron, pues entre octubre y noviembre de 1814 se integraron otros tres a los nueve que iniciaron las actividades académicas19. Éstas se extendieron hasta septiembre de 181520, cuando Caldas viajó a Santafé de Bogotá con seis de los cadetes, con la pretensión de abrir allí otra escuela, algo que no se pudo cumplir. En el “Discurso preliminar” anteriormente mencionado, Caldas dejó sentado, claramente, el enfoque de la enseñanza que se impartiría en la Escuela, y los objetivos de la misma, los que estaban en función de las realidades históricas que se vivían en ese momento: preparar ingenieros para la guerra. Desde tal perspectiva plantea al inicio cómo la concebía: “La ciencia del Ingeniero es inmensa: abraza todos los ramos de la guerra”; todo en pro de defender “La Patria”, hacer uso del conocimiento y desde allí responder al llamado de la “República”, la urgencia y necesidad de “formar hombres ilustrados, de domiciliar las ciencias y las artes, de fortificar A principios de mayo se estaba montando y organizando la planta física, pues el 1 de mayo de 1814 José Manuel Restrepo a nombre del Jefe del Estado previno al Comisario Provincial Interino proveer “la sala que el Ingeniero General destinase para la escuela de cadetes de los encerados bancos, y mesas, que se necesitasen…”. Archivo Histórico Casa de la Convención Rionegro, Sección 1, vol. 26, folio 275. 19 “Nueve fueron los definitivos fundadores: Vicente Uribe, Alejandro Vélez, Alejo Escobar, Manuel López, Félix Escobar, Pedro Uribe, Luis Ma. Montoya, Indalecio Mejía, Celedonio Benítez”. Montoya se retiró poco tiempo después. A éstos se sumaron Juan María Gómez desde el 12 de octubre, y desde el 1 de noviembre Mariano Restrepo y Valerio Pontón, como también Manuel Antonio Jaramillo. Tisnés Jiménez, op. cit., p. 219. Pero Tisnés señala además que Caldas inició labores en 1813 con sólo 3 cadetes (Manuel Antonio Jaramillo, Vicente Uribe y Celedonio Benítez), los cuales fueron dados de alta en diciembre de este año. Algo que no es claro pues el proyecto de la Escuela se inició en 1814, y en el segundo semestre de 1813 Caldas andaba por la frontera sur en el proyecto de las fortificaciones. 20 El 1 de junio de 1815 se elaboró un “Pie de lista que contiene los individuos del Cuerpo de Ingenieros que pasan revista de comisario el día de la fecha”; la encabezaban Manuel Antonio Jaramillo y los siete cadetes: Vicente Uribe, Alejandro Vélez, Manuel López, Pedro Uribe, Mariano Restrepo, Juan María Gómez y Balerio Pontón. AHA, documentos, tomo 972, folio 40 Ro. Listado que se repite al menos hasta el 14 de septiembre del mismo año, en las que además de los anteriores se suman Alejo Escovar, Félix Escobar, Luis María Montoya, Indalecio Mejía y Celedonio Benítez, todos los que al parecer terminaron estudios. 18

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sus fronteras, criar ejércitos, artillería y sobre todo formar soldados llenos de valor y virtudes”. Así, los cadetes en formación debían tener virtudes militares –honor, valor, paciencia, celo, vigilancia, amabilidad, fidelidadaunadas a los conocimientos de la ciencia militar, al estudio de la guerra y la arquitectura, tanto para levantar trincheras, fortificar y construir, extendiendo esto último a los aspectos civiles. Por eso mismo plantea al final el programa que incluye conocimientos preliminares en “Aritmética, Geometría, Trigonometría, Álgebra hasta segundo grado y el conocimiento de la parábola”21, más el estudio de seis tratados: Arquitectura Militar o Fortificación, Artillería, Arquitectura Hidráulica, Geografía Militar, Táctica, y Arquitectura Civil. Tratados que iban desde la arquitectura militar, a la civil. En la primera aprenderían “a fortificar plazas, y á cubrir la campaña: a atacar a un enemigo atrincherado o en medio de muros robustos: aquí veréis las sublimes ideas de Vauban22, Coheorn23, Deville24, Turpin...”, mientras que en la civil planteaba que “ella levanta templos al Señor, palacios a la autoridad pública, casas risueñas al ciudadano, construye puentes, calzadas, caminos para la utilidad general, y llena la vida de bienes y comodidades”. En estas precisiones que hace acerca de los objetivos de los tratados, hace referencia a autores clásicos como los ya anotados en la cita anterior, a los que se deben

“Discurso Preliminar”, en El Ingeniero. Bogotá, op. cit., p. 23. El Mariscal y Conde Vauban era francés. Su verdadero nombre era Sebastian Le Preste (1633-1707). Recibió el título de Ingeniero en 1655 y estuvo al servicio del rey Luis XIV. Sus textos fundamentales fueron Traitte de l’attaque des places, Traitesur la defense des places, y Fortification de campagne, publicados entre 1669 y 1705, a partir de lo cual fueron largamente citados y utilizados profusamente en todo el siglo XVIII. 23 Mennon Barón de Coheorn, fue llamado el Vauban de los holandeses. Nació en 1641 en la Frissa. En 1702 publicó en holandés el libro Nuevo modo de fortificar la plaza, que fue traducido al francés con el título de Nueva fortificación, tanto para un terreno llano como húmedo, como para uno seco y elevado, etc., traducido del flamenco al francés, en La Haya, con varias ediciones en los dos primeros decenios del siglo XVIII. 24 El Caballero Antoine de Ville (1596-1674), un soldado e ingeniero militar francés que trabajó para el Rey Luis XIII, y publicó Fortifications en 1628, considerado uno de los primeros tratados sobre el tema. Otra de sus obras fue De la charge des Gouverneurs des Places en 1639. 21 22

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sumar otros de los que también da cuenta en su discurso, como los casos de Keller, Belidor25, Trincano26 o Blondel27. Todos ellos tratadistas de los siglos XVII y primera mitad del XVIII, de origen francés, catalán, holandés e inglés, pero comentados y aun ampliados cuando fueron traducidos buena parte de ellos al español, y muy usados en España en el siglo XVIII para la enseñanza de los oficiales del ejército y de los ingenieros en las distintas academias. Fundamentalmente enfocados a la arquitectura militar, pero en algunos casos a la ingeniería y a la arquitectura en general –B. F. Belidor–, o a la arquitectura civil en particular como el caso de Françoise Blondel. Todos ellos fueron punto de partida para sus “Lecciones de Fortificación y Arquitectura Militar”, referentes y autoridades a los que acudía para apoyar la concepción que tenía acerca de lo que debería ser el conocimiento, la ciencia de la ingeniería y la arquitectura. Se trataba no sólo del uso de textos canónigos, sino de su incorporación dentro del proceso de la formalización de la enseñanza de la ingeniería y Bernard Forest de Belidor, un catalán pero con formación francesa, quien publicó dos textos fundamentales La Ciencia de los Ingenieros (La Sciencie des ingenieurs dans la conduite des travaux de fortification et d’Architecture Civile, 1729) y la Arquitectura Hidráulica (Architecture Hydraulique, 1737-1755). Con Belidor se le da valor no sólo a la arquitectura militar sino a la civil, pues antes de su obra La Ciencia de los Ingenieros, los ingenieros militares consideraban la arquitectura civil como menor, lo contrario a lo que sucede después, como lo indica Jorge Galindo, “el interés por este tipo de edificaciones se hará más evidente y se intentará lograr una sistematización tipológica”. Ver Jorge Galindo, El conocimiento constructivo de los ingenieros militares del siglo XVIII. Barcelona, tesis doctoral, Universidad Politécnica de Catalunya, marzo de 1996, p. 8. 26 Elementos de fortificaciones y ataques de Plazas (Élémens de fortification, de l’attaque et de la défense des places, contenant les systèmes des auteurs les plus célèbres, neuf systèmes de l’auteur, l’analyse et la comparaison de tous ces systèmes, París, 1768), fue la obra destacada del ingeniero francés Didier Grégoire Trincano (1719-1792), pero más que un texto original seguía los planteamientos y trabajos de los mencionados Vauban y Belidor. Posteriormente, 1786, se publicó una edición corregida y ampliada. 27 Françoise Blondel (1618-1686), en el ejército se formó como ingeniero militar, fue encargado de la construcción de fortificaciones en Europa y las Antillas. En 1671 nombrado director de la Real Academia de Arquitectura, la cual había sido creada hacía cinco años. De 1675 a 1683 publicó los Cours d’architecture. No sólo fue uno de los principales tratadistas sino uno de los principales teóricos y polemistas a finales del siglo XVII cuando se enfrentaron los clasicistas contra los barrocos, en la denominada “Querella de los antiguos y los modernos”, donde él fue considerado el jefe de la tendencia conservadora. 25

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de la arquitectura en la Provincia de Antioquia. La actividad iniciada por Caldas, independiente del contexto en que se dio y de la coyuntura que la prohijó, define un hecho inédito para la Provincia y quizá para la Nueva Granada: la formalización de la enseñanza académica de la ingeniería, tal y como se comprendía en esta época. En ese mismo orden, también es importante resaltar el uso de los libros o textos de ingeniería y de arquitectura, lo cual tiene pocas referencias y antecedentes para el caso de la Provincia de Antioquia. ¿Qué tanto de lo enseñado y de los autores y textos referidos quedó incorporado y generó continuidad en la Provincia, más allá del tiempo de duración de la Escuela? Todavía no se ha esclarecido y hace falta saberlo, pero lo cierto es que estas actividades alteraron todo lo que hasta el momento se había realizado y se conocía en esta región del Nuevo Reino de Granada. Antes de la llegada de Caldas, la enseñanza y el aprendizaje eran un proceso eminentemente práctico. En muy contados casos había algún “ingeniero” o entendido en la materia, y mucho menos un arquitecto. Unas pocas obras contaron con “planos”, generalmente traídos desde otras latitudes del virreinato. Los responsables locales de las actividades constructivas estaban dedicados, en su mayor parte, a una arquitectura doméstica, no muy destacada y más bien rutinaria, aunque unos pocos descollaron para ser responsables de las obras de mayor envergadura en los cuatro principales centros urbanos de la Provincia, fundamentalmente las obras de índole religiosa. Un momento importante lo determinaron las disposiciones de Francisco Silvestre, tanto en 1777 como en 178328, en las cuales se estableció la obligación de tener licencia y fianza para fijar “tienda” o ejercer su actividad artesanal. Un segundo momento fue el proceso de organización de los gremios, a partir de 1787, por orden de Mon y Velarde, en sus ordenanzas para el gobierno de Antioquia29, tal y como se verá más adelante. Este Juez En la ciudad de Antioquia se promulgó el bando el día 4 de mayo de 1783, para que todos los que ejercieran oficios públicos dieran cuenta de su licencia y fianza. 29 “Ordenanzas formadas para el gobierno y arreglo del muy ilustre Cabildo de la Ciudad de Antioquia, explicadas por menor las obligaciones de cada uno de los individuos, formadas por el señor don Juan Antonio Mon y Velarde, Oidor de la Real Audiencia del Reino y Juez y Visitador de esta provincia. Año de 1787”. En: Robledo, Emilio. Bosquejo 28

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Visitador diagnosticó el atraso encontrado en las artes y oficios, y, si bien entre las causales señaló la falta de educación, no planteó ningún proyecto educativo y dejó el proceso formativo, dentro de los respectivos gremios, en la relación maestro-aprendiz. De ahí lo limitado que se encontraba el medio y lo inédito e innovador que podrían resultar todos los planteamientos que hiciera y pusiera en práctica Francisco José de Caldas desde su Escuela de Formación de Cadetes Ingenieros. Los espacios urbanos y la arquitectura de las ciudades de la Provincia de Antioquia En la primera semana de enero de 1814, en la ciudad capital de Antioquia, esto es, Santafé de Antioquia, se publicó una providencia en los “parages acostumbrados, a son de caxa, usansa de guerra, y voz de pregonero”, mediante la cual se pretendían mejorar las condiciones de aseo, higiene y ornato de esta ciudad. Para las autoridades era inconcebible la falta de “aceo y policia” por la cantidad de cerdos que ocupaban las calles y plazas, que “ademas de lastimar los cimientos de las casas, acequias, calles y alamedas, de ensuciar las paredes, y enlosados, son perjudiciales sus alitos a la salud, ofencivos a la bista, indecentes en todo lugar culto”30. A los cerdos se atribuía la desidia e inacción de los propietarios de casas para asear, componer y mejorar las condiciones de fachadas y de calles. Por eso, procurando “el ornato, y hermosura propia de una capital”, se dispuso que los propietarios mantuvieran los cerdos fuera de la ciudad. En caso contrario, se aplicarían multas y se perderían los cerdos, “destinandose a favor de la fabrica de la Iglesia de esta ciudad”31. Se puede decir que durante estos años, tanto la ciudad de Antioquia, como los otros tres centros urbanos, mantuvieron lo que se denominaba como mejoramiento urbano y la fábrica de las iglesias. Por “mejoramiento biográfico del señor Oidor Juan Antonio Mon y Velarde, Visitador de Antioquia 1785-1788. Bogotá: Publicaciones del Banco de la República, Archivo de Economía Nacional, tomo II, 1954, p. 78. 30 Providencia de El ciudadano José Manuel Zapata, Subpresidente, Comandante General de Armas, Jues de Seguridad, y del ramo de policia, por la Republica de Antioquia &a., enero 8 de 1814, AHA, Independencia, tomo 830, documento 13120, folio 89 Ro y Vo. 31 Ibíd.

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urbano” habría que entender la adecuada separación de animales domésticos, el desalojo del marco urbano y su disposición en lugares periféricos, a la vez que la refacción y aseo de calles y de plazas, la conducción e introducción del agua al marco urbano –teniendo como epicentro la pila en la plaza–, el enlucido de fachadas y la construcción de algunos edificios públicos. Este accionar había comenzado desde los tiempos de Francisco Silvestre, a mediados del decenio de los setenta del siglo XVIII. Por lo que se observa, casi cuarenta años después seguía siendo una preocupación fundamental, sin mayores variaciones, aun en los entornos de reciente formación como los casos de Marinilla y de Rionegro. En los reducidos marcos urbanos (de veintisiete a treinta manzanas estructuraban a Medellín, unas treinta y nueve manzanas irregulares configuraban a Rionegro, en el trazado de Marinilla de 1790 se delinearon aproximadamente veintisiete manzanas, y Santafé de Antioquia apenas sobrepasaba las cuarenta manzanas, muchas diminutas e irregulares por su misma topografía y conformación urbana), lo más destacado del paisaje y donde se concentraron los mayores esfuerzos en estos años de finales del siglo XVIII y principios del XIX fue en la arquitectura religiosa, es decir, fundamentalmente las iglesias y alguno que otro convento y claustro. Unos muy pocos ejemplos de arquitectura civil se habían adelantado y lograban descollar; por ejemplo, en Santafé de Antioquia se había iniciado, en 1797, la Casa del Cabildo, y en Medellín se adelantaron proyectos como la “Real Fábrica de Aguardientes, la reedificación del Cabildo, el Hospital, la Cárcel, la Carnicería, el Cementerio, lo mismo que las fuentes públicas”32 y algunos puentes urbanos, todas estas obras adelantadas entre 1784 y 1794. Pero los mayores recursos y energías se destinaron a la actividad constructiva de las distintas iglesias: […] entre finales del siglo XVIII y principios del XIX en el Marco o Plan de la Villa de Medellín se remodelaron o reedificaron iglesias como La Candelaria –desde 1768, hasta 1786–, San Lorenzo –entre 1789 y 1790–, La Veracruz –entre diciembre de 1791 y 1803–, San Benito –entre 1802 González Escobar, Luis Fernando. Artesanos y Maestros en la arquitectura de Medellín y Antioquia 1775-1932. Medellín: Universidad Nacional de Colombia sede Medellín/ Facultad de Arquitectura/Escuela del Hábitat, agosto 2008, p. 25. 32

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y 1803–, San Juan de Dios –a partir de marzo de 1802, hasta 1805–, y el templo de San Francisco (hoy de San Ignacio) que se construyó entre agosto de 1802 y 1809 33;

En Santafé de Antioquia las obras de la catedral se iniciaron en abril de 1799, aunque su ejecución se extendería hasta 1837; otro tanto ocurrió en Rionegro con la construcción del templo, que fue aprobado en 1793, se inició en 1795 y fue culminado en 1804. Otros ejemplos destacados de este período fueron los conventos de las Carmelitas Descalzas (adelantado entre 1791 y marzo de 1794) , y el de San Francisco (entre los años de 1803 y 1809, en el nuevo barrio de San Lorenzo), ambos en la villa de Medellín. En Antioquia, durante los primeros años independentistas, de 1810 a 1815, los esfuerzos de la guerra sólo permitieron que la arquitectura nueva fuera de carácter militar, como los fuertes diseñados por Caldas, o la adecuación de edificaciones de arquitectura doméstica para “palacios de gobierno”, o sedes de proyectos prioritarios. Tal fue el caso de la Maestranza de Artillería, la cual se instaló en una de las mejores casas existentes en la plaza de Rionegro, como ya se ha señalado. Inclusive las obras nuevas para la nitrería y la Fábrica y Molino de Pólvora, ambas en Medellín, fueron casas tradicionales: la primera con tres cuartos, y la segunda con seis, zaguán y patio, donde se instalaron dos molinos, uno grande y otro pequeño. No fue posible otra actividad, y el corto tiempo no permitió consolidar un proyecto político que tuviera una respuesta arquitectónica diferente, en la cual los mismos cadetes de la Escuela de Ingenieros pudieran mostrar los conocimientos adquiridos en arquitectura civil. Cabe preguntar, entonces, ¿quiénes fueron los responsables del diseño y de la construcción de las obras existentes en los centros urbanos antes del primer momento independentista?: […] las principales obras arquitectónicas de este período [entre el último cuarto del siglo XVIII y el primer decenio del siglo XIX] en Antioquia fueron diseñadas por personas que no residían allí o, al menos, no eran nativas de la región. Los diseñadores de las obras más caracterizadas, de las que se conoce autor, residían en Santa Fe de Bogotá, como es el caso Ibíd., p. 24.

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de Fray Domingo Petrés, quien elaboró los planos de la Catedral de Santa Fe, y Domingo Esquiaqui y García, señalado como el autor de la iglesia de Rionegro y del Convento de las Carmelitas Descalzas34.

En estos casos los planos fueron elaborados afuera de la Provincia y enviados para ser ejecutados por una mano de obra que estaba afincada, pero que igual había llegado de otras ciudades y provincias del virreinato. En otros proyectos, los autores residían en la Provincia de Antioquia, pero no eran nacidos allí. Un primer caso es el del ingeniero español Antonio Monzón, quien fue el responsable de las obras de arquitectura civil de Medellín, las cuales se iniciaron con la construcción […] de la Fábrica de Aguardiente que se culminó en 1787. El mismo año de 1787 había “fabricado” la pila o fuente pública de la Plaza Mayor, la primera en la Villa. Por estas razones fue llamado en 1788 para dirigir la construcción de la cárcel ordenada por Mon y Velarde”35. El franciscano Fray Luis Gutiérrez, residente en Medellín, fue quien elaboró los planos del claustro y templo de San Francisco. Por su parte, el decorador y pintor caleño Pablo Chávez “realizó en 1785 un diseño en tinta y acuarela de la fachada del cabildo de Antioquia”36, además de ser el responsable del sagrario de la Iglesia de la Veracruz en Medellín, terminado hacia 1803, y la pintura interior y la decoración del templo de Rionegro. De la parte constructiva y material de algunas de estas edificaciones también fueron artífices, en buena parte, maestros llegados de afuera, como es el caso del alarife José Ortiz, procedente de Santafé de Bogotá, quien fue traído para trabajar en las obras de la catedral de Santafé de Antioquia, que fueron culminadas por su hijo, José Pascual, quien también fue artífice de los cimientos y de la obra de cantería de la iglesia La Veracruz de Medellín. No obstante el predominio de los foráneos en la arquitectura y en la construcción de la Provincia, se destacaron algunos maestros locales, como Juan María Holguín, natural de Santafé de Antioquia, quien tuvo que ver con la iglesia de La Candelaria y con el convento de las Carmelitas de Medellín, y Ibíd., p. 41. Ibíd., p. 42. 36 Londoño Vélez, Santiago. Historia de la pintura y el grabado en Antioquia. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, Señas de Identidad, 1989, p. 38. 34 35

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con la parte inicial de la iglesia de Rionegro, junto con su hijo José. Otro maestro de importancia fue Juan José Gómez, quien colaboró con los Holguín en las obras de las Carmelitas y terminó la iglesia de Rionegro. Pero, fuera de los maestros de las obras sobresalientes, hay que tener en cuenta cómo en los últimos decenios del siglo XVIII comenzó a configurarse un grupo responsable de la generalidad de la construcción, conformado por carpinteros, “oficiales de tapias” (o “tapieros”) y “oficiales de alarife”. Los listados formados a partir del cumplimiento de las disposiciones de fianza de empleo, ordenadas por Francisco Silvestre Sánchez en 1777, permiten reconocer quiénes estuvieron dedicados a la construcción y a cuál de los gremios pertenecieron. En el caso de la villa de Medellín, por ejemplo, fueron registrados ese año de 1777, “38 individuos, la mayoría de los cuales eran sastres, carpinteros y albañiles”37. Estos últimos en realidad no eran denominados como albañiles, sino como oficial de tapias y de alarifes, dos de los gremios responsables de la arquitectura, junto con los carpinteros dedicados a construir casas de madera o estructuras de cubiertas, puertas y ventanas para las mismas. Así, para la arquitectura de madera y para la arquitectura de tapia, predominantes en los recintos urbanos, se reconocieron dos gremios en esta especie de censo de 1777, al lado de otros gremios, como los plateros, los zapateros, los sastres y los pintores. Los dos gremios referidos (carpinteros y oficial de alarifes) sumaron catorce individuos, es decir, el treinta y siete por ciento del total de artesanos listados y que realizaron la fianza. De esta manera, se pueden recordar para la villa de Medellín, nombres como los de los carpinteros Juan Antonio Chica, Joseph Ignacio Molina, Vicente Ospina, Joseph Ignacio Calderón, Francisco García, Crisóstomo García, Antonio Sossa y un señor de nombre Lorenzo, de quien no ha sido posible descifrar su apellido en la fianza notarial. Entre los oficiales de alarifes fueron reconocidos Bernabé Arroyabe, Juan de Toro, Francisco de Restrepo, Miguel Ortiz, Ignacio Pequeros y Gilberto Velásquez38. Patiño Millán, Beatriz A. “La provincia en el siglo XVIII”. En: Melo, Jorge Orlando (director general). Historia de Antioquia. Bogotá: Suramericana de Seguros, Editorial Presencia Ltda., 1991, p. 89. 38 Archivo Histórico de Antioquia –AHA–. Medellín, Protocolos de Escribanos, caja 21, número de orden 25, 1777. 37

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Seis años después, en Santafé de Antioquia, en […] atención á haverse publicado el día quatro del corriente [4 de mayo de 1783]: bando por orden de su señoría el señor governador y comandante general, de esta ciudad y provincia, y en uno de esos capitulos se manda, que todos los que exerxen oficios públicos manifiesten la licenzia que tienen para su huzo39

Se dio una requisitoria perentoria de ocho días para cumplir lo ordenado; así se comenzaron a formalizar ante el escribano las fianzas para obtener la respectiva licencia y “trabajar en tienda pública”, de un grupo de artesanos que alcanzaron a sumar treinta, discriminados así: doce carpinteros, ocho zapateros, siete plateros, un pintor, un albañil y un alarife. El alarife que se reconoció como tal en la capital de la provincia tenía por nombre Juan Ignacio Ruiz, quien solicitó la licencia el 11 de mayo, y quien señaló, dentro de las formalidades del caso que, […] no haviendose acostumbrado en esta dicha ciudad el presentarse para pedir la referida licencia para seguir o travajar en los oficios a que cada uno se ynclinó aprehender; y para cumplir con lo que se nos tiene preceptuado necesito […] se digne franquearme licencia para travajar en dicho oficio de Alarife40.

La fianza pedida por el Cabildo en el caso del alarife Ruiz fue de cincuenta pesos, y sus fiadores fueron los señores Francisco Joseph de Ossa y Bernardo González. Dentro de los carpinteros se diferenciaban los de “obra llana”, como el caso de Ignacio Suescum, y el denominado “carpintero de lo blanco”, como lo era el caso de Joseph Bruno Benites, vecino de aquella ciudad y quien ejercía ese oficio desde hacía diecisiete años, esto es, desde 1766. Esto reunía a carpinteros dedicados a los artesonados y a las cubiertas, pero que también iban un poco más allá, al punto de tener al menos referencias o fundamentos de arquitectura, como lo deja entrever la solicitud del mismo Benites.

AHA. Medellín: Colonia Fianzas, tomo 74, doc. 2083, folio 212.

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Ibíd., folio 223.

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Los argumentos esgrimidos, los términos utilizados y las ideas plasmadas en la referida solicitud del 12 de mayo de 1783 permiten inferir un poco el panorama del saber, de los conocimientos y del proceso de aprendizaje a finales del siglo XVIII. En este caso, Benites había logrado su proceso formativo en el oficio con dos “maestros de tienda publica”: Ignacio de Bargas y Manuel Montes, éste último […] de cuyo poder salí, con lo que me enseñó, y tiene practicado barias obras al huso de la tierra, sin haber aprendido theorica alguna sino de manifatura, y en su virtud puse tienda publica a el tiempo de quince años, sin que en ellos halla sido demandado por no haver con el arreglo las obras que tengo hechas en la ciudad41 […] […] y por tanto se han de servir Vss. darme por presentado en la forma que llevo dicho de manifatura y no de theorica, por ygnorar las cinco reglas que tiene dicho arte, que hahora ha llegado a mi noticia, que son toscana, dórica, xónica, corinthia y compuesta, que la última fue su autor el padre Tosca y las cuatro Uclides, cuya explicación no me enseñaron por ygnorarla los maestros que se hallan con tiendas publicas; con quien llevo dicho tomé las luces que tengo para exercitar dichas obras42.

Queda evidenciado el carácter predominantemente práctico de la adquisición de conocimientos, la relación maestro-aprendiz en el proceso enseñanza-aprendizaje, la carencia de conocimientos teóricos y lo rudimentario de la aproximación a la estilística, pero, a su vez, se muestra cómo ésta era, si no de dominio, sí un referente para las nuevas generaciones de artesanos que comenzaban a formarse para estos años. Pero esta relación maestro-aprendiz no estaba ni estructurada, ni formalizada, y sólo se trataría de organizarla a partir de las “Disposiciones de Gobierno” de Mon y Velarde, a las que ya se ha hecho referencia, para los Gobiernos de Antioquia y Medellín, fechadas el 23 de noviembre de 1787 y el 22 de octubre de 1788 respectivamente. En el primer caso, se dedicó un capítulo especial al tema denominado “Oficios y artesanos”, y el segundo fue incluido dentro del “Régimen de Policía”, pero exactamente con las mismas disposiciones43. Ibíd., folio 262. Ídem. 43 Robledo, op. cit., pp. 108-112 y 230-235. 41 42

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Para Mon y Velarde era necesario organizar los gremios con el fin de tener un mejor control de los artesanos y de su producción, para evitar incumplimientos, robos o estafas, a la vez que una manera de incentivar su formación, a través de lo cual podrían prosperar los oficios y fomentar la industria. La organización por gremios implicaba la formación de listados, el nombramiento como “maestro mayor” del más acreditado, y de dos veedores y examinadores, quienes tendrían la potestad de definir la aptitud de cada uno de los miembros. Para pertenecer al mismo al momento de la expedición de la normativa, los aspirantes que ejercían debían acreditar tres años de experiencia previa. Para quienes en el futuro aspiraran a ingresar, debían acreditar cuatro años en calidad de aprendices y dos de oficiales, incluyendo a los albañiles que deberían acreditar ese tiempo si querían ser examinados para “ejercer el oficio por sí solo”. A partir de ese momento los aprendices debían someterse a una “buena educación y metódica enseñanza”, por los cuatro años referidos, con los maestros ya examinados o aprobados por el Maestro Mayor y por los veedores. Al parecer, el efecto no fue contundente e inmediato, pues pocas referencias se tienen de los gremios conformados entre las fechas de las Disposiciones de Gobierno y el primer decenio del siglo XIX. No parece tampoco que se haya incrementado el número de nuevos alarifes y carpinteros que se reconocieron por estos años, e inclusive tiende a decrecer: en un censo de 1807 no aparece registrado ningún alarife en Antioquia­. Por su parte, el gremio de los carpinteros se incrementó, pues en el censo llegó a diecisiete, cinco más con respecto al listado de 1783. Lo cierto es que los pocos que ejercían por estos años, y de los cuales se tienen noticias, se trasladaban entre la villa de Medellín y la ciudad de Antioquia, y muy seguramente también a Rionegro donde se requerían para consolidar la arquitectura del remozado centro urbano. De manera excepcional aparecen inscritos en la ciudad de Medellín hacia el año de 1786, pocos años antes de lo dispuesto por Mon y Velarde, un grupo de “oficiales de tapia”, conformado por Ramón Torres, Remigio Gaviria, Silvestre Zapata, Francisco Ortiz y Silvestre Pérez. Esto incrementa a tres el número de gremios relacionados con la construcción: carpinteros, alarifes y tapieros. También es bueno referenciar y tener en cuenta a los tres maestros que construyeron los fuertes de Cana, Bufú y Arquía, bajo la dirección de Francisco José de CalFrancisco José de Caldas, veintinueve meses en la provincia de Antioquia. La arquitectura y los centros urbanos. 1813-1815

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das: Isidoro Villegas, quien construyó los de Cana y Arquía; y Salvador Isaza y José Antonio Villegas, quienes se combinaron para construir las baterías de Bufú y los fuertes de retirada diseñados por Caldas. Con fecha del 10 de julio de 1817, casi dos años después del regreso de Caldas a Santafé de Bogotá, se vuelve a tener noticias del gremio de alarifes conformado en Santafé de Antioquia por seis oficiales, cuyo maestro mayor fue Cosme Holguín; ello indica la permanencia, reactivación y fortalecimiento de los gremios. Sin embargo, el mayor número de gremios de la construcción estaba concentrado en la ciudad de Medellín, donde en 1818 se contabilizaron treinta y tres alarifes, lo que de paso evidencia la predominancia de esta ciudad sobre la antigua capital. Así, con la educación de los cadetes en la arquitectura militar y civil, Francisco José de Caldas abrió un paréntesis en las maneras de enseñanza y de aprendizaje. Esto, seguramente, no afectó para nada el transcurrir de los gremios –ni en los veintinueve meses de permanencia, ni en los años posteriores–, pero sí dejó sembrada la semilla de los procesos formativos académicos y de los conocimientos de algunos de los tratadistas clásicos, lo que debió influir en las obras ejecutadas por algunos de los cadetes sobrevivientes, algo que todavía está por rastrear. No obstante se puede observar algo de su influjo por los trabajos que adelantó uno de sus estudiantes, Alejandro Vélez Barrientos, de quien se conoce que elaboró los levantamientos topográficos de la Ciudad de Río Negro y de la villa de Marinilla, ambos fechados en 1816. Aparte de ello se señala como el directo responsable de construir un puente de arco sobre la quebrada Santa Elena en la administración del Coronel español Carlos Tolrá, quien había sido nombrado Gobernador de la Provincia de Antioquia el 1 de octubre de 1818. Trabajos de levantamiento topográfico y planimetría que indican a las claras la introducción de técnicas y de formas de representación que van a ser de suma importancia en los cambios tecnológicos en Antioquia en la primera mitad del siglo XIX.

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Fuentes y bibliografía Archivo Histórico Casa de la Convención de Rionegro. Sección 1, vol. 26 y vol. 31. Archivo Histórico de Antioquia –AHA–, Medellín: Protocolos de Escribanos, Independencia y Colonia Fianzas. Archivo Histórico de Medellín –AHM–, Medellín: Fondo Concejo de Medellín. Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá: Sección Fondo Antiguo. Bibliografía Álvarez Morales, Víctor Manuel –editor– (2008). La Relación de Antioquia en 1808. Medellín, Colección Expedición Antioquia 2013. Serie Economía, Sociedad y Cultura, tomo I. Caldas, Francisco José (1883, 20 de julio). Discurso preliminar. El Ingeniero (en la Biblioteca Universidad de Antioquia, patrimonio documental P623 C145). González Escobar, Luis Fernando (2008). Artesanos y maestros en la arquitectura de Medellín y Antioquia 1775-1932. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín/Facultad de Arquitectura/Escuela del Hábitat. Londoño Vélez, Santiago (1989). Historia de la pintura y el grabado en Antioquia. Medellín: Editorial Universidad de Antioquia. Mantilla R., Luis Carlos (1986). Origen franciscano de Marinilla y su desarrollo posterior 1662-1804. Bogotá: Publicaciones de la Universidad San Buenaventura de Cali. Melo, Jorge Orlando (dir.) (1991). Historia de Antioquia. Medellín: Suramericana de Seguros. Patiño Millán, Beatriz A. (1991). “La provincia en el siglo XVIII”. En: Melo, Jorge Orlando (director). Historia de Antioquia, p. 89. Bogotá: Suramericana de Seguros, Editorial Presencia Ltda. Robledo, Emilio (1954). Bosquejo biográfico del señor Oidor Juan Antonio Mon y Velarde, Visitador de Antioquia 1785-1788. Bogotá: Publicaciones del Banco de la República, Archivo de Economía Nacional, tomo II. Tisnés Jiménez, Roberto M. (1980). Don Juan del Corral. Libertador de los esclavos (volumen 83). Cali: Biblioteca Banco Popular.

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Uribe Ángel, Manuel (1985). Geografía general del Estado de Antioquia en Colombia. Ediciones Autores Antioqueños, volumen 11. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia.

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José Manuel Restrepo: un mediador cultural en la Independencia de Antioquia. 1808-1813 Edgardo Pérez Morales

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fines de agosto de 1810, seis patricios de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada, atravesaron el impetuoso río Cauca en una barca, reposando cada uno en un asiento con cojín. Se trataba del último tramo de un viaje a la capital provincial, la ciudad de Antioquia. La barca estaba adornada por una peculiar bandera. Sobre la tela blanca de la bandera estaban inscritos los nombres de Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla, los cuatro cabildos de la provincia, coronados por una inscripción contundente: “Alianza Provincial.” Tras cruzar el río Cauca, los patricios fueron pomposamente recibidos por una comisión de importantes individuos de la ciudad de Antioquia: “a la orilla izquierda del caudaloso Cauca nos aguardaba un lucido y numeroso cuerpo de caballería ricamente adornado; todos se desmontaron y avanzaron en nuestro encuentro […]”1 Más tarde, ya en la ciudad, los hombres que habían cruzado el Cauca vieron de nuevo el mismo pabellón que habían visto en la barca, esta vez adornando la casa del cabildo de la capital provincial. Los anfitriones de aquel día fueron los doctores Manuel María Martínez Ferreiro y José María Ortiz Pastor, de Antioquia. Los visitantes, el doctor José Joaquín Gómez Londoño y el licenciado Pantaleón Arango, de Medellín; el presbítero José Miguel de la Calle y el doctor José María Archivo José Manuel Restrepo (en adelante se citará AJMR), rollo 4, folios 12r.-13r. El documento es una breve relación enviada al cabildo de Rionegro y firmada por el presbítero José Miguel de la Calle y el doctor José María Montoya, el 2 de septiembre de 1810. Una trascripción de la misma pieza documental puede verse en Medina Restrepo, Martín Alonso. Historia de la Independencia del departamento de Antioquia. Período comprendido entre 1810-1816. Medellín: Universo, 1984, pp. 18-20.

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Montoya, de Rionegro; y el cura Francisco Javier Gómez Pineda y el doctor Isidro Peláez Toro, de Marinilla.2 Esta congregación de los patricios más importantes de esta parte del virreinato bajo el lema de una “alianza provincial” dio inicio al ciclo histórico de la revolución de Antioquia que se cerró tres años más tarde con la declaración de la independencia absoluta. Se trató de una revolución sin violencia, en la cual, sin embargo, hubo conflictos y eventos inéditos que finalmente generaron la transformación política de la concepción, administración y principios de la legitimidad del estado. El presente artículo describe y analiza esta primera etapa de la revolución de independencia de Antioquia, y hace especial énfasis en el papel jugado por uno de los protagonistas principales de este proceso, el abogado antioqueño José Manuel Restrepo, conocido como el primer historiador de Colombia. Restrepo, en efecto, sobrevivió a las guerras de independencia y escribió la primera historia sobre las revoluciones políticas que dieron origen a la República de Colombia.3 En una situación de transición política en la cual los eventos de España, la cultura política del mundo Atlántico y las dinámicas virreinales y locales retaban a las autoridades a tomar decisiones y a adoptar o rechazar postulados políticos y alternativas de acción, Restrepo se convirtió en un “mediador cultural” importante por su privilegiada posición en la sociedad antioqueña, sus contactos continuos

Gutiérrez Ardila, Daniel. “Introducción. Un estado al borde del precipicio: el caso de la provincia de Antioquia (1810-1812)”. En: Gutiérrez Ardila, Daniel (compilador). Las asambleas constituyentes de la Independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (18111812). Bogotá: Corte Constitucional de Colombia, Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 171-172. Armando Martínez Garnica, “Las juntas neogranadinas de 1810”. En: Martínez Garnica, Armando y Bustos, Guillermo (editores). La independencia en los países andinos: Nuevas perspectivas. Memorias del Primer Módulo Itinerante de la Cátedra de Historia de Iberoamérica. Quito, diciembre 9 al 12 de 2003. Bucaramanga: Universidad Andina Simón Bolívar-Ecuador, Organización de los Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura, 2004, p. 128. Jaime Sierra García, “Independencia de Antioquia”. En: Melo, Jorge Orlando (editor). Historia de Antioquia. Medellín: Suramericana de Seguros, 1988, p. 91. 3 Restrepo, José Manuel. Historia de la revolución de la República de Colombia en la América meridional. Medellín: Universidad de Antioquia, 2009, 2 vols. 2

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con otros lugares del virreinato, y su conocimiento del derecho español y de la cultura política europea y americana. Prestando especial atención al papel de Restrepo, este artículo busca entonces explorar la historia de la revolución de Antioquia según el enfoque aportado por el “Grupo internacional de investigaciones históricas sobre agentes mediadores.” Desde esta perspectiva, los mediadores culturales son “agentes sociales que, desde una posición a menudo liminal y a caballo entre culturas, favorecieron las transferencias y el diálogo entre universos aparentemente incompatibles, elaborando mediaciones muchas veces insólitas y contribuyendo así a su articulación y a la permeabilización de sus fronteras.”4 Las siguientes páginas exploran pues el papel de José Manuel Restrepo como un mediador cultural que facilitó la adopción de principios políticos revolucionarios, la unidad interna de las elites provinciales y, eventualmente, la transformación pacífica de la provincia de Antioquia en un estado independiente de España. Noticias para un encuentro Desde septiembre de 1808 se conocían en Antioquia las novedades que comenzaban a sacudir el mundo hispanoamericano. Francisco de Ayala gobernaba la provincia y en aquel mes había recibido comunicación de la Suprema Junta de Gobierno de Sevilla acerca de la invasión napoleónica de España. Ayala procedió a anunciar la guerra contra el emperador Napoleón, quien había no sólo ocupado la Península Ibérica, sino también cooptado la corona Española. La misma noticia llegó a la ciudad de Antio Ares Queija, Berta y Gruzinski, Serge. “Presentación”. En: Ares Queija, Berta y Gruzinski, Serge (editores). Entre dos mundos: fronteras culturales y agentes mediadores. Sevilla; Escuela de Estudios Hispano-Americanos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1997, p. 10. Véase también García Ayluardo, Clara y Ramos Medina, Manuel (coordinadores). Passar as Fronteiras. Actas Do II Colóquio Internacional sobre Mediadores Culturais. Séculos XV a XVIII. Lagos, Centro de Estudos Gil Eanes, 1999. Ciudades Mestizas: Intercambios y continuidades en la expansión occidental. Siglos XVI a XIX. Actas del 3er. Congreso Internacional Mediadores Culturales. México: Centro de Estudios de Historia de México Condumex, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2001. O’Phelan Godoy, Scarlett y Salazar-Soler, Carmen (editores). Passeurs, mediadores culturales y agentes de la primera globalización en el Mundo Ibérico, siglos XVI-XIX. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Instituto Francés de Estudios Andinos, 2005.

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quia el 7 de octubre. Allí se solicitaron ayudas para los “formidables gastos de una guerra imprescindible.”5 Poco más de un año después, a las noticias sobre los acontecimientos de Europa se sumaron noticias provenientes de un lugar más cercano, la ciudad de Quito, al sur del virreinato. Se trataba de un lugar con el cual Antioquia tenía vínculos estrechos. El gobernador Ayala había sostenido comunicaciones con el anterior presidente de la Audiencia de Quito, el Barón de Carondelet, y desde Quito ingresaban a la provincia de Antioquia, a través de Popayán, imágenes religiosas, textiles y otras mercaderías.6 El 2 de enero de 1810, Ayala recibió y ordenó publicar por bando, cuatro días después, el manifiesto que “Para que el público de todo el Reino no carezca de una puntual noticia de las ocurrencias de Quito, y su actual estado” había formado el virrey Antonio Amar y Borbón. El gobernador envió copias de este documento a Medellín, Rionegro, Marinilla, Zaragoza, Remedios y el Valle de los Osos.7 Ahora bien, en la villa de Medellín ya se tenían noticias previas de los sucesos de Quito. Desde el 7 de noviembre de 1809 el cabildo había recibido otra comunicación del virrey, en la cual había información sobre las “gloriosas victorias de nuestras armas” en contra de los ejércitos franceses en la Península. El mismo documento advertía acerca de los “papeles que en contra de la opinión de nuestras armas se hayan difundido, y en los mismos términos noticiándose […] la insurrección de la provincia de San Francisco de Quito, y exhortando a la fidelidad y amor a nuestro legítimo Soberano el señor Don Fernando 7º.” En prueba de su “patriotismo,” los miembros del cabildo de la villa de Medellín ordenaron que se hicieran donaciones para el auxilio de los ejércitos del Rey.8

Archivo Histórico de Antioquia, Medellín (en adelante se citará AHA). Libros Capitulares, tomo 649, doc. 10340, s. f. 6 AHA, Documentos generales, tomo 816, doc. 12833, folios 18r.-19r.; Ann Twinam, Mineros, comerciantes y labradores. Las raíces del espíritu empresarial en Antioquia, 17631810. Medellín: FAES, 1985, pp. 111-121. 5

AHA, Documentos generales, tomo 817, doc. 12853, folios 54r. y 55r.

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Archivo Histórico de Medellín, Medellín (en adelante se citará AHM), Libros Capitulares, tomo 75, folio 158r.

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A inicios de agosto de 1809 se había conformado en la ciudad de Quito una Junta de gobierno que asumió la administración en nombre de Fernando VII. En la mañana del día 10 de aquel mes, el capitán Juan Salinas ocupó los edificios gubernamentales y arrestó a los funcionarios, incluido el presidente de la Audiencia. “Entonces fue proclamado un nuevo gobierno integrado por el Marqués de Selva Alegre como presidente, el Obispo José Cuero y Caicedo como vicepresidente, y una junta en la que participaban los miembros dirigentes de la élite de Quito, entre ellos la mayoría de los nobles.”9 Esta junta proclamó su fidelidad al Rey y expresó ser un organismo que buscaba defender los intereses reales de los ataques extranjeros e internos. Ahora bien, el virrey no se demoró en calificar esta nueva forma de gobierno como una insurrección.10 Es posible que el documento que se conoció en Medellín a inicios de noviembre y en el que se relataban estos acontecimientos haya sido aquel firmado por el virrey el 28 de septiembre, y en el cual comenzó la descalificación sistemática de la Junta de Quito. Para ello, el virrey acusó a este gobierno de incurrir en faltas graves contra la religión y la fidelidad al Rey. Para darle credibilidad a esta acusación, el virrey dijo que esas faltas podían deducirse de la lectura de los papeles que la misma Junta de Quito había hecho circular: ha llegado a mí noticia haberse esparcido algunos papeles sediciosos turbativos del buen orden y tranquilidad sin duda con el fin de preocupar con pretextos aparentes, y supuestos falsos, los ánimos incautos y corromper la lealtad, y sencillez de los buenos vecinos que no pueden precaverse del malicioso veneno que incluyen, si no se les previene el ánimo. Tales son por ejemplo las proclamas que se han difundido con motivo de las // ocurrencias de Quito, llenas de preocupaciones, suposiciones arbitrarias y perniciosos principios pretendiéndolos cubrir con el velo de Santa Religión, que Rodríguez O., Jaime E. La revolución política durante la época de la independencia. El Reino de Quito, 1808-1822. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, 2006, pp. 70-73. 10 Restrepo, op. cit., tomo I, pp. 90-98. Rodríguez O., Jaime. “Las primeras juntas autonomistas. 1808-1812”. En: Carrera Damas, Germán (editor). Historia de América Andina, vol. 4: Crisis del régimen colonial en Independencia. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, Corporación Editora Nacional, 2003, pp. 129-168. 9

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profanan, y una lealtad, y obediencia a nuestro amado Rey […] a quien insultan con su insurrección.11

El recibimiento, lectura, copia y circulación de dichos papeles fueron terminantemente prohibidos por el virrey en el mismo documento. La Junta de Quito, en efecto, había diseñado un elaborado “programa diplomático” para establecer relaciones con otras jurisdicciones del virreinato. Aquella Junta estaba compuesta en su totalidad por criollos, pues en gran medida su establecimiento obedeció al incremento de las tensiones entre peninsulares y quiteños. Éstos últimos se sentían agraviados y atacados por los españoles europeos. Además, la jurisdicción bajo el mando de la Audiencia de Quito había sido reducida recientemente y una junta parecía la avenida más apropiada, no sólo para recobrar lo perdido, sino para extender la influencia de la ciudad hasta configurar un robusto reino que pudiera obrar con independencia de Santafé y de Lima, dos ciudades entre las cuales había orbitado Quito desde el siglo XVI. Aquel proyecto pudo haber incluido a Antioquia y Cartagena, con quienes Quito sostenía relaciones comerciales. Es posible, según la hipótesis planteada por Daniel Gutiérrez Ardila, que el nombramiento del licenciado Juan de Dios Morales, un antioqueño residenciado en Quito, como Ministro de Estado y Relaciones Exteriores del nuevo gobierno, haya obedecido en parte a este plan de unión con Antioquia y Cartagena.12 La Junta de Quito envió “proclamas y circulares” a las provincias de la Audiencia de Quito, así como a los virreinatos del Perú y Santafé. En estas comunicaciones, la Junta convidaba a los gobiernos de otras jurisdicciones a seguir su ejemplo, al tiempo que exponía “los principios moderados que se proponía seguir en su revolución, los que se reducían a conservar la religión, el rey y la patria.” Los corregimientos de Ibarra, Latacunga, Am-

“Despacho del excelentísimo señor Virrey, en que se prohíbe admitir, y leer papeles que cedan a favor de la Francia, y en deshonor de nuestras victoriosas armas de España, y sus valerosos ejércitos. Año de 1809”, msc. en propiedad privada, folios 1r. y v. 12 Gutiérrez Ardila, Daniel. Un Nuevo Reino. Geografía política, pactismo y diplomacia durante el Interregno en Nueva Granada (1808-1816). Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 157-163. 11

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bato, Guaranda, Riobamba y Alausí, en la jurisdicción de Quito, habían obedecido a la Junta.13 Ahora bien, la Junta de Quito no logró materializar sus planes. Antes bien, tuvo que enfrentar una férrea oposición de varios de sus vecinos. El 19 de diciembre de 1809, el virrey produjo un nuevo documento con sus apreciaciones sobre los eventos de Quito. El virrey elaboró un relato moral acerca del único destino que podía aguardarles a los sediciosos que siguieran el ejemplo de Quito al innovar en la forma de gobierno. El virrey informó en este documento que, ante el establecimiento de la Junta de Quito, los vecinos cabildos de Popayán, Pasto, Cali y Barbacoas habían cesado en sus relaciones con esa ciudad. Por otro lado, en la ciudad de Cuenca, que había sido invitada por la Junta de Quito a obedecer la nueva forma de gobierno, “se reunieron las autoridades y los individuos más condecorados de la ciudad, detestaron y despreciaron tan inicuas proposiciones y se convinieron en interceptar y suprimir toda comunicación con Quito […]”14 En el documento de diciembre de 1809, el virrey informó también acerca de todas las preparaciones militares que había hecho Cuenca para oponerse a Quito. Desde Cuenca se había solicitado ayuda a Guayaquil, y al virrey del Perú, en Lima, para impedir los planes de los quiteños y la expansión de sus ideas. Una reacción similar se había experimentado en Popayán. Por tanto, Amar y Borbón alababa la acción de los cabildos y autoridades de dichas ciudades “y de todos los fieles heroicos moradores de estas tres provincias.” Estas acciones habían obligado al nuevo gobierno de Quito a despachar comisiones para negociar con sus vecinos y prevenir un enfrentamiento bélico. Según el virrey, la reacción de los gobernantes de aquellas ciudades vecinas hizo que las provincias del Reino de Quito que le habían manifestado su lealtad a la Junta trataran de “recobrar su buen nombre” y se distanciaran de este gobierno, ahora asediado por sus principales vecinos. Las más recientes noticias, relataba el virrey, daban ya cuenta de la disolución de la Junta y del restablecimiento del legítimo gobierno.15

Restrepo, op. cit., tomo I, p. 94. AHA, Documentos generales, tomo 817, doc. 12853, folio 58r. 15 Ibíd. y 59v, 60v. 13 14

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La reacción de los principales vecinos de Quito, así como la inmediata y vehemente condena de la Junta que hizo el virrey, son los elementos que explican por qué los documentos que ese nuevo gobierno supuestamente circuló no llegaron a la provincia de Antioquia, o de haberlo hecho no fueron conservados por ninguna autoridad local o provincial. Las intenciones para conformar aquel utópico reino que pudiera actuar con independencia y eventualmente negociar con grandes ventajas su representación en la Península pudieron no haber sido conocidas en Antioquia. Ahora bien, a juzgar por las continuas comunicaciones epistolares de la época, facilitadas por una reciente organización de los correos en el virreinato, los designios de aquel gobierno pudieron haber sido conocidos en Antioquia por vías de comunicación no oficiales, tal como lo fueron muchos otros sucesos en aquellos días. A lo largo y ancho del virreinato, en efecto, la información sobre lo que sucedía en España y en Quito circulaba en cartas, gacetas, conversaciones y representaciones teatrales. Las noticias de la invasión napoleónica de España, por ejemplo, llegaron a Maracaibo en julio de 1808. Allí se encontraba Agustín Gutiérrez Moreno, un abogado y comerciante nacido en Santafé, la capital virreinal, y radicado en Santa Marta. Agustín se apresuró a escribirle al respecto a su hermano José Gregorio, importante abogado en la capital. La información había llegado a Maracaibo por la vía de Curaçao.16 En Medellín, algunas personas tenían acceso a periódicos que llegaban desde Europa, y en Rionegro “se leían periódicos ingleses, desde antes de la independencia.”17 A fines de 1809, en Medellín se planeó una mojiganga que representaba el apresamiento de Fernando VII por Napoleón. Uno de los organizadores de este evento era un hijo de José María de Salazar, sobrino de Juan de Dios Morales, ministro de la Junta de Quito.18 El 15 Agustín Gutiérrez Moreno a José Gregorio Gutiérrez Moreno. Maracaibo, 21 de julio de 1808. En: Vanegas Useche, Isidro (compilador). Dos vidas, una revolución. Epistolario de José Gregorio y Agustín Gutiérrez Moreno. Bogotá: Universidad del Rosario, 2011, pp. 33-34. 17 Jaramillo, Roberto Luis. “Notas al Carnero”. En: Benítez, José Antonio. “El Cojo”, Carnero, y miscelánea de varias noticias, antiguas, y modernas, de esta villa de Medellín. Trascripción, prólogo y notas de Roberto Luis Jaramillo. Medellín: Autores Antioqueños, 1988, p. 405. 18 Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., p. 178. 16

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de noviembre, Agustín le escribió a su hermano José Gregorio acerca de la percepción de los sucesos de Quito en Santa Marta. Según el comerciante, algunas personas se mostraban temerosas de las novedades, pero la mayoría las miraba con indeferencia.19 Al sur de Antioquia, en Cali, el patricio Joaquín de Caicedo y Cuero, sobrino del obispo de Quito, estaba informado sobre la Junta y la reacción del gobernador de Popayán ante los eventos de Quito. Caicedo y Cuero comentó estos asuntos en una carta privada que le envió a Vicente de Rojas en Santafé.20 La circulación de información sobre eventos de dimensión regional y atlántica por diversas rutas y medios generó un clima de expectativa sin precedentes en el virreinato. En Antioquia, a mediados de agosto de 1810, el gobernador Ayala ordenó preparar la defensa militar de la provincia y de los intereses reales ante la amenaza napoleónica. Al mismo tiempo, el gobernador procuró evitar la confusión que estos movimientos podían generar entre “el ignorante vulgo.” En efecto, todo el mundo parecía estar al tanto de lo que sucedía en Antioquia, en Quito, en Santafé y en España.21 Ayala dirigió una proclama a los habitantes de la provincia sobre la gravedad de las circunstancias. Aunque no mencionó explícitamente la Junta de Quito, es posible que implícitamente haya relacionado ese gobierno, supuestamente revolucionario, con la amenaza de los revolucionarios franceses comandados por Napoleón Bonaparte: Las actuales circunstancias me han obligado a redoblar mis cuidados y vigilancia para poneros a cubierto contra las maquinaciones del pérfido Emperador de los Franceses, que no trata de otra cosa que de seducir y engañar a los pueblos con alegres esperanzas y promesas, para después encadenarlos y oprimirlos. Con este fin sabemos todos que ha mandado varios de sus satélites a todas las provincias de Indias para separarlas de la obediencia de sus legítimos jefes y magistrados, para levantar unos pueblos contra otros, los Agustín Gutiérrez Moreno a José Gregorio Gutiérrez Moreno. Santa Marta, 15 de noviembre de 1809. En: Vanegas Useche, Isidro (compilador). Dos vidas, una revolución…, op. cit., pp. 73-74. 20 Joaquín de Caicedo y Cuero a Vicente de Rojas. Cali, 28 de agosto de 1809. “Cartas relacionadas con la Junta de Quito de 1809”. En: Gutiérrez Ardila, Daniel. Boletín de Historia y Antigüedades, vol. LCVI, No. 845 (2009), pp. 434-437. 21 AHA, Documentos generales, tomo 816, doc. 12836, folios 156r.-157r. 19

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hermanos contra los hermanos, y los padres contra los hijos, para después que estén divididos y se hayan degollado los unos contra los otros, poder entrar con sus tropas infernales […]22

A mediados de 1810 la situación política se complicó aún más. Los sucesos de Quito fueron emulados por otras ciudades que establecieron juntas autónomas de gobierno. Entre el 19 de abril y el 15 de agosto, dieciséis ciudades dieron vida a sus propias juntas, entre ellas Caracas, Socorro, Santafé, Tunja, Popayán y Cartagena. Ahora bien, el fenómeno de transformación política que se había desatado no coincidió con las expectativas de uno de los principales promotores del juntismo en el virreinato, el quiteño Antonio de Villavicencio. Este amigo del juntismo había sido enviado al Nuevo Reino de Granda por el Consejo de Regencia de España con el objetivo de congraciar a los criollos del virreinato con esa entidad peninsular. Villavicencio pensaba que era necesario crear juntas locales que estuvieran subordinadas a una Junta Superior de Seguridad Pública asentada en Santafé. Pero las juntas nacieron de forma autónoma, y la Junta de Santafé nunca logró subordinar las demás juntas del virreinato. Dado que la Junta de Santafé reemplazó a las autoridades virreinales, su creación aceleró la disolución del virreinato en múltiples gobiernos autónomos. Después del 20 de julio, se formaron casi treinta juntas autónomas.23 Los eventos del 20 de julio de 1810 se conocieron a inicios de agosto en la provincia de Antioquia, y serían después recordados como la justificación para erigir un gobierno autónomo que ejerciera “los poderes de los tribunales extinguidos para precaver los males y desórdenes consiguientes a la falta de jefes que mantuviesen la paz y justicias de los pueblos […]”24 El cabildo de la ciudad de Antioquia recibió una particular invitación de la Suprema Junta de Santafé. El nuevo gobierno de la capital invitó a la provincia a enviar un diputado representante para la conformación de un AJMR, Rollo 4, folios 10r.-11v. Una trascripción de la misma pieza documental puede verse en Medina Restrepo, Historia.., op. cit., pp. 15-17.

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Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 132-135, 178, 211-213. Martínez Garnica, “Las juntas…”, op. cit., p. 112.

AHM, Libros Capitulares, tomo 77, folio 64v.; AHA. Libros Capitulares, tomo 650, doc. 10347, folio 147r. 24

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Congreso General del Reino. Entonces, el cabildo de la capital provincial “exhortó a sus homólogos de Medellín, Rionegro y Marinilla a enviar sus diputados ante un congreso provincial que resolvería lo que conviniera sobre esta invitación.”25 Después de una historia de más de cien años de enfrentamientos provinciales, especialmente entre la villa de Medellín y la ciudad de Antioquia, los miembros del cabildo de la capital provincial convocaron un congreso para enfrentar esta nueva situación desde una posición de mancomunidad.26 Los ocupantes de la embarcación de la “Alianza Provincial”, y sus anfitriones, cuyo encuentro se mencionó al inicio de este artículo, se habían reunido pues en unas circunstancias bastante novedosas y en un clima de tensas expectativas. En Antioquia, como en otras partes del virreinato, la Junta de Quito parece haber sido percibida como una novedad regional que hizo mucho más cercanas y temibles las transformaciones europeas, mientras que los sucesos del 20 de julio en Santafé cristalizaron el nuevo escenario político puesto que, a la deposición de las autoridades centrales, siguió una acelerada disolución del virreinato con el surgimiento de nuevas juntas autónomas. Ahora bien, la decisión de los patricios de Antioquia de reunirse en un Congreso Provincial los distinguió de otras provincias. Por lo general, los líderes de las capitales formaron juntas autónomas sin consultar a los demás cabildos. La cautela de los Antioqueños puede explicarse examinando la historia regional y la influencia de individuos ilustrados como José Manuel Restrepo, quien conocía bien los sucesos de otras partes del virreinato y las recientes transformaciones atlánticas. La Junta de Antioquia y José Manuel Restrepo Cuando el cabildo de Antioquia convocó un Congreso Provincial en 1810, José Manuel Restrepo, un abogado de veintinueve años de edad, influyó para que el cabildo de Medellín aceptara participar en ese encuentro, a pesar de que la villa había sido enemiga de la capital provincial desde fina Martínez Garnica, “Las juntas…”, op. cit., p. 127. Sobre los orígenes del conflicto entre Antioquia y Medellín, véase Jaramillo, Roberto Luis. “De pueblo de Aburraes a villa de Medellín”. En: Melo, Jorge Orlando (editor). Historia de Medellín. Medellín: Suramericana de Seguros, 1998, tomo I, pp. 106-120. 25 26

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les del siglo XVII. Restrepo, hijo de José Miguel de Restrepo, uno de los miembros del cabildo de la villa, había regresado hacía poco de Santafé, donde había estudiado varios años para finalmente obtener el título de Abogado de la Real Audiencia. De regreso en Medellín, Restrepo estaba determinado a ejercer su profesión y a hacer algo de dinero como comerciante, pues la fortuna de su padre era poca por entonces, aunque no su influencia política. A inicios de 1810 Restrepo obtuvo interinamente el cargo de asesor del gobernador Ayala. Parece pues que su talento era ya reconocido públicamente, pues además había representado al cabildo de Medellín en los tribunales de Santafé. El cabildo de Medellín seguiría consultando a Restrepo en los convulsionados meses venideros.27 Después de que los representantes de Medellín, Rionegro y Marinilla arribaron a la ciudad de Antioquia, se instaló un Congreso Provincial, y éste sesionó desde el 30 de agosto hasta el 10 de septiembre. Este organismo provincial se mostró bastante prudente en cuanto a las actuaciones de la Junta de Santafé. El Congreso Provincial emitió una “Proclama” el 7 de septiembre de 1810, en la cual expresó que Antioquia no pretendía ni alabar ni condenar los sucesos de la capital. Ahora bien, el Congreso Provincial debía deliberar sobre la situación política pues el panorama de la disolución del virreinato anunciaba la “anarquía en que puede quedar el Reino todo […]”28 El Congreso Provincial hizo un llamado a la unidad de todas las provincias en aras de la paz, la concordia, las relaciones mutuas y por la causa de Fernando VII. Además de deliberar sobre el futuro político del virreinato, sin embargo, los miembros del Congreso Provincial estaban sumamente preocupados por la situación interna de Antioquia. En efecto, nada podía hasta entonces garantizar que la concordia alcanzada hasta ahora entre los diferentes cabildos de la provincia subsistiera a largo plazo. La invitación de los cabildantes de la capital, a los cabildos de Medellín, Rionegro y Marinilla para tratar los asuntos políticos de manera colectiva, fue una ini AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folio 382r. José Manuel Restrepo, Autobiografía. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de Colombia, 1957, p. 12. Restrepo trabajó como abogado con Pantaleón Arango, uno de los ocupantes de la barca de la Alianza Provincial. Jaramillo, Roberto Luis. “Notas al Carnero”, p. 404. 28 AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folio 168v. 27

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ciativa para mantener la unidad política y la cohesión territorial. Como lo ha anotado Daniel Gutiérrez Ardila, “en lugar de imitar el procedimiento de las demás capitales de gobernación o corregimiento del Nuevo Reino, que vieron en la coyuntura revolucionaria una ocasión para reafirmar su supremacía, las autoridades de la ciudad de Antioquia entendieron que más valía entonces salvaguardar la unidad, mediante la toma mancomunada de decisiones.”29 El Congreso Provincial, que se había convertido pacíficamente en el ente político al mando de la provincia, hizo público un documento de treinta y cinco puntos o “acuerdos” que definían “la forma de gobierno, bajo de que debéis vivir, hasta la restitución de Fernando al trono, o hasta la decisión del Reino, legítimamente éste representado en Cortes […]”30 Este documento dejaba en claro que la crisis había abierto un abanico amplio de posibilidades políticas. En primer lugar, los acuerdos contemplaban la posibilidad de la elección de un diputado que participaría en una eventual reunión de las Cortes, organismo que podía tomar decisiones que transformaran radicalmente el sistema de gobierno. El Congreso Provincial mismo decidió transformarse en Junta Superior Provincial el 10 de septiembre, tal como lo exponían los acuerdos. La Junta sería ahora la máxima instancia judicial y estaría encargada de la administración de la provincia, pasando así de un sistema de gobierno bajo un gobernador, a un gobierno colegiado compuesto por representantes de los diversos cabildos. Esta Junta estaba compuesta de los mismos miembros y funcionarios del Congreso Provincial. Más tarde se harían elecciones de diputados en cada uno de los cabildos para renovar la representación.31 El reglamento provisional de gobierno que emitió el Congreso Provincial en septiembre de 1810, así como la noticia sobre la instauración de la Junta Provincial, fueron notificados al cabildo de Medellín el 15 de septiembre. Los miembros del cabildo “dijeron unánimes y conformes que se dé vista al Procurador General.” Es decir, los cabildantes no obedecerían Gutiérrez Ardila, “Introducción”, op. cit., p. 171. AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folio 170v. 31 AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folio 170v.-175r. Martínez Garnica, “Las juntas”, p. 130; Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 215-216. 29 30

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el documento hasta no contar con una opinión legal sobre el mismo. Desafiante, el alcalde mayor provincial y regidor perpetuo del cabildo, José Joaquín Tirado Villa, dijo que “ciegamente” obedecía “una constitución dictada con tanto acuerdo, y beneficio público [...] Y de este modo considera se han impedido muchos alborotos y desgracias a una provincia que se ha vanagloriado de leal.”32 Sus expresiones parecen haber estado fundadas en su deseo de conservar la unidad provincial y acelerar el cambio político. La palabra constitución con que Tirado Villa se refirió al reglamento o acuerdos del Congreso era de uso común en lengua española. Esa palabra hacía referencia a cualquier ordenanza, estatuto o cuerpo de reglas “que se hacen y forman para el buen gobierno y dirección de alguna República o Comunidad.” Así, por ejemplo, las universidades o las comunidades tenían constituciones por medio de las cuales se regía su funcionamiento. Hacia 1780, sin embargo, esta palabra adoptó un significado más específico para denominar la “forma, o sistema de gobierno que tiene adoptada cada estado.” Aunque es imposible determinarlo, es posible que Tirado Villa haya pensado en el reglamento de 1810 como la ley fundamental de un nuevo cuerpo político que había surgido en Antioquia. Si bien el uso de la palabra constitución para hacer referencia a la “Ley fundamental de la organización de un estado” sólo se registra en los diccionarios de la lengua española a partir de 1899, ese significado se había hecho visible en el mundo atlántico de la Era de las Revoluciones, con las constituciones estatales y la constitución federal de los Estados Unidos de América. Las primeras traducciones al castellano de la Constitución federal de 1787 se deben a tres abogados de Tierra Firme: los venezolanos José Manuel Villavicencio y Manuel García de Sena, y Miguel de Pombo y Pombo, natural de Popayán. 33 AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folio 42v. Diccionario de la Lengua castellana en el que se explica el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua. Madrid: Imprenta de Francisco del Hierro, 1729, tomo II, p. 536. Diccionario de la lengua castellana compuesto por la Real Academia Española, reducido a un tomo para su más fácil uso. Madrid: Joachín Ibarra, 1780, p. 263. Diccionario de la lengua castellana por la Real Academia Española. Madrid: Imprenta de los Sres. Hernando y Compañía, 1899, p. 260. Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 96-102.

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Tirado Villa manifestó su total acuerdo con el nuevo reglamento y forma de gobierno. Dados los diversos significados de la palabra constitución, Tirado Villa bien pudo haber percibido los acuerdos como un documento constitucional en un sentido revolucionario. En efecto, este miembro del cabildo de Medellín era “partidario de novedades,” al contrario de su hermano clérigo Salvador Tirado.34 A la obediencia ciega de Tirado se sumaron los demás miembros del cabildo de Medellín el 18 de septiembre. Si bien el procurador Francisco de Villa manifestó que era necesario convocar un cabildo abierto para determinar si los vecinos de Medellín debían o no reconocer la autoridad y las disposiciones de la Junta Provincial, los demás miembros del cabildo consideraron que “no habiéndose hecho cabildo abierto en la capital ni en los demás Ayuntamientos de la Provincia y considerando que para consolidar en unión, paz, y tranquilidad, es conveniente el que no haya lugar a lo que solicita el Síndico Procurador General [...]”35 A pesar de sus dudas iniciales, los regidores de Medellín querían seguir apegados al orden que había surgido de la Alianza Provincial. La perspectiva de un conflicto interno los animó a reconocer la autoridad de la Junta y sus reglas de gobierno. De hecho, tal como lo solicitó el nuevo gobierno y como sucedió en toda la provincia, el cabildo de Medellín convocó una elección de nuevo representante en la Junta. El favorecido en las votaciones, las primeras que se hacían por fuera de los cabildos, sería un delegado del cabildo y su territorio pero elegido por los vecinos libres cabeza de familia. Estas votaciones empezaban pues a gestar una interesante transformación política pues conjugaba una elección moderna con una representación corporativa.36 El 25 y el 26 de septiembre de 1810 se realizaron las votaciones para elegir vocales a la Junta. Los resultados de las primeras elecciones en Medellín favorecieron al presbítero Lucio de Villa. José Manuel Restrepo recibió Martínez Garnica, Armando y Gutiérrez Ardila, Daniel (editores). Quién es quién en 1810. Guía de forasteros del virreinato de Santafé. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2010, p. 145. 35 AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folios 43v y 165v. 36 Gutiérrez Ardila, “Introducción”, op. cit., p. 173. 34

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unos cuantos votos, y ocupó un lejano puesto en las preferencias de los vecinos electores (Ver Tabla). Tabla. Resultado de las elecciones para vocales de la Junta Superior Provincial por la Villa de Medellín, 25 y 26 de septiembre de 1810 Nombre Lucio de Villa Joaquín Gómez Londoño José Manuel Restrepo Javier de Restrepo Pantaleón Arango Alberto María de la Calle Bernardino Álvarez José Ignacio de Posada Francisco de Saldarriaga Juan Esteban Ramos Javier de Isaza José Nicolás de Ochoa Nicolás Benítez José Obesso Cristóbal de Restrepo Total de votos

Votos obtenidos 625 107 12 10 7 10 1 2 1 3 3 1 2 1 1 786

Fuente: Archivo Histórico de Medellín -Medellín-. Libros Capitulares, t. 76, f. 47r.

El Congreso Provincial y la Junta Superior Provincial Gubernativa guardaron un meticuloso equilibrio entre los cabildos de la provincia, estando todos igualmente representados. Mientras que el primero estuvo conformado por dos representantes de cada cabildo, además del gobernador y un asesor, la segunda estaba conformada por un representante de cada cabildo, el gobernador en calidad de presidente, y el asesor en calidad de vicepresidente. Los cuatro vocales interinos de la Junta fueron reemplazados por aquellos que fueron elegidos en los primeros comicios celebrados en la provincia. Los elegidos se posesionaron el 28 de octubre de 1810. Estos

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nuevos vocales confirmaron los pactos del Congreso Provincial y le dieron legitimidad a la Junta de gobierno.37 Mediante esta maniobras, las élites de la provincia evitaron la guerra civil y la anarquía, fenómenos que afectaron a otras provincias del virreinato. De hecho, los gobernantes incluyeron políticamente a las ciudades de Zaragoza, Cáceres y Remedios, que por su decadencia económica no eran gobernadas por cabildos. El 21 de noviembre, el organismo eligió a José María Ortiz como vocal de los pueblos sin sujeción a cabildo. Aunque José Manuel Restrepo no había contado con muchos votos en las elecciones de octubre, los miembros de la Junta sabían de sus habilidades y lo nombraron vocal secretario.38 La inclusión de Restrepo en la Junta da cuenta de la sofisticación política que este organismo iba adquiriendo. Restrepo era un abogado de reciente formación que asesoraría a los miembros de la Junta, individuos con formación universitaria y conocimiento de los asuntos provinciales, pero de más edad que Restrepo. El representante de Antioquia, Manuel Martínez Ferreiro, había estudiado en el Colegio de San Bartolomé y era abogado; en el mismo colegio había estudiado el sacerdote Lucio de Villa, doctor en ambos derechos y representante de Medellín; el representante de Rionegro, José María Montoya Duque, por su parte, era abogado en ambos derechos y había ejercido varios cargos de la administración provincial, además de haber dirigido la obras de la apertura del camino de Juntas, que comunicaba el interior de la provincia con el pueblo de Nare, a orillas del río Magdalena.39 Los patricios, el clero y los letrados animaron la transformación política desde lo más alto de la sociedad provincial. Los plebeyos, al contrario de lo que sucedió en Cartagena, no parecen haber tenido una participación directa en política. La Junta era un asunto de élites. Los patricios lograron sostener una equilibrada presencia de miembros de los cuatro cabildos de la provincia en este nuevo gobierno, y posteriormente decidieron dar cabida a un representante de los pueblos no sujetos a cabildo. Los hombres ricos, educados y de influencia en las diversas jurisdicciones de la provincia Ibíd., pp. 172-173. Ibíd., p. 173. 39 Martínez Garnica y Gutiérrez Ardila, Quién es quién, op. cit., pp. 60-61. 37 38

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hicieron un esfuerzo meticuloso para evitar que sus antiguas rencillas se convirtieran en una guerra civil en medio de la disolución política que se estaba experimentando. Además de esto, parece que optaron por evitar conflictos entre las élites, puesto que temían un levantamiento popular, especialmente de los esclavos, entre quienes existía desde hacía varios años la expectativa de un decreto de libertad colectiva o de la llegada de un monarca africano que los emanciparía.40 Con el ingreso de Restrepo a la Junta, el Gobierno de Antioquia se aseguró la asesoría de un talentoso joven abogado que, por haber estado en Bogotá en la segunda mitad del año 1809, se encontraba al tanto de las noticias, tendencias y opciones políticas del momento. El marqués de Selva Alegre, uno de los líderes de la Junta de Quito, había enviado a Santafé una carta en la que veladamente se invitaba al cabildo de la capital virreinal a deponer las autoridades centrales y erigir una junta de gobierno siguiendo el ejemplo de los quiteños. Al mismo tiempo, sin embargo, llegó información a la capital según la cual el cabildo de Popayán emprendería hostilidades contra la Junta de Quito. Entonces el virrey convocó una asamblea en Santafé para tratar tan delicado asunto. En esa reunión primó la opinión de que se crease una junta en Santafé y se evitara el conflicto con Quito. Pero estas ideas fueron sofocadas por las autoridades virreinales. Amar y Borbón envió a Quito una comisión negociadora y un destacamento militar. Mientras tanto, la capital ardía en comentarios, pasquines y rumores sobre la situación. Cuando ya 1809 llegaba a su fin, se denunció allí una conspiración para erigir una junta, y los supuestos líderes fueron a parar a la cárcel.41 En este álgido ambiente político, conoció Restrepo muy de cerca los debates sobre el juntismo y los eventos que los atizaban. En aquel tiempo, al parecer, Restrepo ya se había hecho amigo de esa forma de gobierno provisional. Restrepo sabía muy bien que, después de los eventos de la se Documentos para la historia de la insurrección comunera en la provincia de Antioquia, 1765-1785. Medellín: Universidad de Antioquia, 1982, pp. 441-588. Archivo General de la Nación -Bogotá-, Archivo Anexo I, Esclavos, tomo 2, folios 1r.-38v., y Colonia, Miscelánea, tomo 99, doc. 8, folio 133r. Archivo Histórico Judicial de Medellín -Medellín-, caja 171, doc. 3532. 41 Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 172-180. 40

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gunda mitad de 1809, las opiniones políticas habían empezado a cambiar. Tal como narró en su Autobiografía, escrita en tercera persona, Al terminar el año de 1809, ya la opinión de los hombres pensadores estaba por la formación de una junta de gobierno en Santafé, para que mandara en todo el virreinato e impidiera que Napoleón se apoderara del Nuevo Reino de Granada, en el caso de sujetar completamente a la península. Así pensaban los doctores Camilo Torres, Joaquín Camacho, Ignacio Herrera, Frutos Joaquín y José Gregorio Gutiérrez, y otros célebres abogados y hombres ilustrados de la capital que dirigían la opinión. Restrepo y los jóvenes de su edad, que estaban como en segunda línea, seguían con entusiasmo las opiniones de aquellos individuos que tenían y respetaban como a sus maestros.42

Hacia finales de 1810 la reunión del fragmentado virreinato parecía una tarea imposible. La Junta de Santafé había convocado una asamblea de representantes de las provincias para establecer las Cortes del Reino y las bases del gobierno. Ahora bien, la Junta de Cartagena había criticado esa convocatoria y solicitado la conformación de un congreso que reuniera representantes elegidos según el número de pobladores de cada provincia. Se trataba de una iniciativa federalista, cuyo último objetivo era la autonomía política de las provincias, en contraste con la iniciativa centralista de Santafé. Los líderes antioqueños, en comunicación con los Cartageneros, retrasaron el envío de sus representantes. Finalmente, sin embargo, enviaron diputados al Congreso del Reino.43 Restrepo fue elegido por la Junta de Antioquia como diputado a ese Congreso. Aunque la elección la debían hacer los cabildos, éstos habían renunciado tal facultad en la Junta, mostrándole su “deferencia y confianza,” como el mismo Restrepo lo manifestó.44 La Junta Superior Provincial, a su vez, mostró su confianza en el futuro historiador. El gobierno de Antioquia le transmitió la “representación popular, y toda la plenitud de facultades” para participar en el Congreso del Reino en nombre de los “pueblos.”45 La elección de Restrepo se realizó Restrepo, Autobiografía, op. cit., pp. 10-11. Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 64-77, 189-233. 44 AHA, Libros Capitulares, tomo 650, doc. 10347, folios 7r.-8v. 45 AHA, Libros Capitulares, folio 21r. 42 43

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mediante votación. El abogado recibió cinco votos para ser representante principal, mientras que Juan del Corral, miembro del cabildo de la ciudad de Antioquia, obtuvo igual cantidad de votos para actuar como suplente de Restrepo. Su período como representantes sería de dos años.46 Restrepo y del Corral habían trenzado amistad reciente, y probablemente ambos disfrutaban la discusión política tanto como las conversaciones sobre geografía y navegación, temas a los que ambos les habían prestado atención.47 “Los nuevos diputados emprendieron su viaje a Santafé, por enero de 1811. A su arribo hallaron que se había disuelto un congreso prematuro que formaron unos pocos diputados […] No había, por tanto, esperanza de una próxima reunión del congreso del Reino.”48 Los diputados de Antioquia habían tardado mucho en emprender su viaje. No fue sino hasta el 28 de enero cuando el cabildo de Medellín recibió notificación de la inminente llegada de Restrepo y del Corral, quienes estaban de paso para Santafé.49 Los líderes antioqueños habían retrasado la partida de sus delegados. Es posible que, además, la demora de Restrepo para dejar su provincia y viajar a Santafé haya tenido que ver con sus asuntos personales, pues antes de partir tuvo que arreglar su matrimonio con Mariana Montoya, hija del rionegrero José María Montoya, uno de los ocupantes de la barca de la Alianza Provincial que en agosto anterior había cruzado el río Cauca.50 Con su matrimonio, Restrepo emparentaba con una poderosa familia comerciante de gran influencia política y cuyas redes en el Nuevo AHA, Documentos generales, tomo 818, doc. 12869, folio 139r. “Del Corral era mompocino, pero radicado en Antioquia desde los últimos años del siglo XVIII. Su familia tenía desde antes muchos vínculos con comerciantes de la ciudad, y en ella casó el 25 de febrero de 1800. Ejerció el comercio, promovió el cultivo de cacao, y con sus socios […] pretendió colonizar parte de las tierras de San Andrés de Cuerquia […]” Roberto Luis Jaramillo, “Notas al Carnero”, 407. 47 “En Antioquia se unió Restrepo muy estrechamente, así por amistad como por sus opiniones políticas, con los doctores José Pardo y José María Ortiz, con don Juan del Corral y con el coronel Dionisio Tejada […] sujetos que por su influjo en la capital de la provincia podían dirigir la opinión pública”. Restrepo, Autobiografía, op. cit., pp. 11 y 12. Martínez Garnica y Gutiérrez Ardila, Quién es quién, op. cit., p. 138. 48 Restrepo, Autobiografía, op. cit., pp. 12-13. 49 AHM, Libros Capitulares, tomo 77, folio 19r. 50 Restrepo, Autobiografía, op. cit., p. 2. 46

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Reino de Granada y el Caribe le permitirían el exilio en Jamaica algunos años después. Además de estar el tanto de las cambiantes circunstancias políticas, Restrepo estaba ahora muy bien posicionado socialmente, con lo cual su papel como mediador se solidificaba cada vez más.51 El viaje de Restrepo a Santafé tuvo importantes consecuencias sobre su cultura política, consecuencias que luego se verían reflejadas en la organización del gobierno revolucionario de Antioquia. Entre 1799 y 1806 Restrepo había estudiado en Santafé, en el Colegio de San Bartolomé. Luego practicó leyes con el licenciado Pantaleón Arango y con el doctor José María del Castillo y Rada, hasta recibirse como abogado de la Audiencia en septiembre de 1808. En 1809 todavía estaba en la capital, donde percibió los vaivenes políticos ocasionados por la crisis de la monarquía española y el establecimiento de la Junta de Quito.52 Restrepo conocía a la perfección el ambiente escolar, político y judicial de la capital virreinal. Por lo tanto, permanecer allí después de su intento fracasado de participar en el Congreso del Reino pudo haber sido una transición relativamente fácil. Además de que le resultaba fácil permanecer en Santafé, quedarse allí era también prudente. En Santafé, las élites locales se habían dado a la tarea de organizar el gobierno provincial tras el fracaso de su intento por liderar la reorganización del gobierno virreinal. Ahora bien, por tratarse de la antigua capital, las decisiones políticas de los santafereños tenían el potencial de influir sobre las demás provincias. Entonces, Restrepo olvidó el ejercicio de su profesión y las actividades comerciales y se dio a la tarea de estudiar y discutir el futuro político de Antioquia y del Nuevo Reino de Granada, mientras observaba los pasos que tomaban los gobernantes de Santafé. Desde diciembre de 1810, algunos miembros del cabildo y de la Junta de Santafé habían discutido la necesidad de crear una “constitución” para establecer las bases del gobierno local y provincial. A finales de febrero de 1811, finalmente, se instaló el Colegio Electoral y Constituyente de Molina Londoño, Luis Fernando, Francisco Montoya Zapata. Poder familiar, político y empresarial. 1810-1862. Medellín: Nutifinanzas, 2003. Uribe de Hincapié, María Teresa y Álvarez, Jesús María. Raíces del poder regional: el caso antioqueño. Medellín: Universidad de Antioquia, 1998, pp. 169-175. Martínez Garnica y Gutiérrez Ardila, Quién es quién, op. cit., pp. 60-61, 156. 52 Martínez Garnica y Gutiérrez Ardila, Quién es quién, op. cit., pp. 57-58. 51

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Cundinamarca. Aunque existió un proyecto de constitución republicana, el Colegio adoptó un texto para una monarquía constitucional cuyo principal autor fue Jorge Tadeo Lozano.53 El sistema del colegio electoral y la adopción de una constitución escrita como ley fundamental para la organización del estado causaron admiración en Restrepo y del Corral. Durante su estancia en Bogotá, Restrepo se dedicó a “estudiar los principios del derecho constitucional” y se hizo amigo del sistema federal de gobierno, pues redactó “un proyecto de constitución para la provincia de Antioquia, bajo el supuesto de que fuera una de las que formaran la confederación del Nuevo Reino de Granada.”54 Restrepo y del Corral propusieron a los líderes de la provincia de Antioquia que convocaran un colegio constitucional como el que había operado en Cundinamarca.55 En medio de los libros, la gacetas y los sabios que vivían en Santafé, Restrepo absorbió los principios del derecho constitucional y los puso en práctica en la elaboración de un proyecto constitucional para Antioquia, tarea que fue autorizada por la Junta de Antioquia y que estaba ya concluida en octubre de 1811. Al mismo tiempo, Restrepo trabajó junto a los representares y líderes de otras provincias que deseaban reconstituir el gobierno general según los principios de un sistema político federal similar al de los Estados Unidos. A partir del 30 de septiembre, Restrepo actuó como secretario de este grupo. Los federalistas lograron consolidar una alianza entre las provincias de Antioquia, Cartagena, Neiva, Pamplona y Tunja, con la firma de un Acta de Federación, el 27 de noviembre. Nacieron así las Provincias Unidas de la Nueva Granada. Tal como lo recordó Restrepo años después, El establecimiento de una confederación semejante a la de los Estados Unidos del Norte era la utopía política de la mayor parte de los próceres que dirigían la opinión pública en aquel tiempo. Así fue que los diputados de las provincias reunidos en Santafé determinaron formar un acta de Federación imitando la que hicieron los americanos del norte, durante la guerra

Gutiérrez Ardila, (compilador). Las asambleas…, op. cit., pp. 17-166. Restrepo, Autobiografía, op. cit., p. 13. 55 Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 239-243. 53 54

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de su independencia […] el doctor don Camilo Torres se encargó de redactar el acta proyectada.56

El Acta de Federación estaba inspirada en el primer paso que habían dado las trece colonias inglesas continentales en 1776-1777, cuando se redactaron y ratificaron los Artículos de Confederación. El objetivo final de los federalistas neogranadinos, igualmente, era el establecimiento de un gobierno general basado en una constitución inspirada por la Constitución de los Estados Unidos de América. Después de la firma del Acta de Federación, los diputados se trasladaron a la ciudad de Ibagué, dado que los ataques de los antifederalistas imposibilitaban la celebración del Congreso en Santafé.57 Restrepo y otros diputados nunca estuvieron contentos con las condiciones materiales de Ibagué. Acongojados además por los conflictos que impedían la instalación de un gobierno general, Restrepo y del Corral parecen haber llegado a la conclusión de que sus tareas como representantes de Antioquia no conducirían a ningún logro importante. El 18 de diciembre de 1811 Restrepo comunicó a los líderes antioqueños su deseo de renunciar a la diputación. En Antioquia, la Junta Provincial ya había dado paso a una Colegio Electoral Constituyente, y éste negó la solicitud de Restrepo. Para los patricios antioqueños era fundamental el papel del abogado. A pesar de los elogios que su labor recibía y del “alto concepto que se ha formado de mí, a pesar de mis pequeñas luces y conocimientos,” Restrepo escribía en los siguientes términos, desde Ibagué, el 8 de marzo de 1812: ¿Cuánto dolor me causa no poder en las circunstancias actuales disfrutar del alto honor que me hace esa Ilustre Provincia, ni sentir toda la satisfacción que debiera? Sí Excelentismo Señor: a los motivos que expresé en mi oficio de 18 de diciembre próximo pasado se añade otra nueva causa. Desde que me hallaba en Santafé, por la vida sedentaria perdí enteramente el estómago, y sentí muy dañado el pulmón; allí con la ayuda de los facultativos, y con un estrecho régimen // conseguí mejorarme, pero luego al punto que llegué a esta ciudad me atacó el mal con más fuerza, y a pesar de que he practicado los mismos medicamentos cada día siento más arruina Restrepo, Autobiografía, op. cit., p. 13. Gutiérrez Ardila, Un Nuevo Reino, op. cit., pp. 281-304.

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da mi constitución de tal suerte que si sigo así, no habiendo en este lugar médicos, ni los auxilios necesarios, muy pronto me veré reducido a un estado lamentable: especialmente cuanto la raíz de la enfermedad es la vida sedentaria y el estudio continuo que hago para así cumplir con las obligaciones de mi comisión: Según los inteligentes, entre tanto no abandone a éste por un dilatado espacio, no podré restablecerme, y en breve tendré un pulmón incurable que me llevará al sepulcro. Si yo viera que el sacrificio de mi vida y mi salud era necesario para la salvación de la Patria, no tendría embarazo en seguir sirviendo en este destino actual aunque perdiera ambas cosas […]58

Restrepo consideraba que aún no era tiempo de poner en riesgo la vida y que otro hijo de la provincia podía reemplazarlo. Finalmente, Restrepo y del Corral fueron reemplazados por los doctores José María Dávila y Joaquín de Hoyos. Los nuevos diputados eran de Marinilla y Rionegro, con lo cual, nuevamente, se guardaba el equilibrio político.59 Ahora bien, para justificar su renuncia a las labores como representante de Antioquia, Restrepo parece haber exagerado su mal estado de salud. De hecho, cuando explicó su renuncia años después, no mencionó sus quebrantos de salud. Manifestó, en cambio, su decepción ante las luchas intestinas que desgarraban al Nuevo Reino de Granada, así como sus deseos de volver al hogar: Cansado Restrepo de tantas contradicciones, perdió la esperanza de que se reuniera el congreso. Hizo, pues, renuncia a la diputación con que le había honrado su provincia. El señor Corral hizo lo mismo […] Influyó en la renuncia de Restrepo el haberse casado por poder desde el mes de enero último. Trasladose a Rionegro en el mes de julio [de 1812], y por algún tiempo fijó allí su residencia sin destino público.60

En otros apartes de su Autobiografía, Restrepo escribió acerca de sus quebrantos de salud. Es posible, pues, que el principal motivo de la renuncia no haya sido el de la necesidad médica de abandonar a Ibagué y el trabajo sedentario. Restrepo pudo haber utilizado un exagerado pronóstico sobre su salud para justificar una decisión que parecía decepcionar y preo AHA, Documentos generales, tomo 824, doc. 13007, folio 102r.-v. Jaramillo, “Notas al Carnero”, op. cit., p. 406. 60 Restrepo, Autobiografía, op. cit., p. 14. 58 59

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cupar a los líderes de la provincia de Antioquia que habían depositado en él su confianza y poder político. Además de su vida familiar, es posible que al alejarse de los destinos públicos Restrepo quisiera volver a los estudios geográficos, que había iniciado con la amistad y tutoría de Francisco José de Caldas, y que lo habían conducido ya a crear un mapa y a publicar un ensayo geográfico sobre Antioquia.61 De hecho, mientras estuvo en Santafé, sus desvelos de geógrafo, cartógrafo y naturalista fueron, junto con sus ocupaciones políticas, parte importante de su “patriotismo” y celo por la “felicidad pública.” El 29 de mayo de 1811 escribía al cabildo de la ciudad de Antioquia y a los demás cabildos de la provincia que Estando formándose por orden del gobierno de Santafé, y por Don Francisco de Caldas, el mapa general del Reino, quiero perfeccionar el de esa Provincia que levanté en 1808. Considerando que en ello hago a mí Patria un servicio muy importante. Debiéndose expresar en dicha carta los límites de los cabildos, ocurro a Vuestra Señoría para que se sirva dirigirme un documento fehaciente, en que consten los de ese Ilustre Ayuntamiento […]62

Hay evidencia de que el cabildo de Marinilla respondió a esta solicitud de información.63 Es posible pues que, al regresar a Rionegro, Restrepo estuviera dedicado a sus pesquisas geográficas. Pero los talentos políticos de este abogado, la invaluable experiencia y contactos que había acumulado en los últimos meses, y la importancia política de su padre y de sus parientes políticos lacraban indefectiblemente su destino al acontecer político de su provincia y del antiguo virreinato. De hecho, sus iniciativas para que Antioquia emulara el colegio constituyente de Cundinamarca habían servido para que la transformación política de su provincia natal siguiera consolidándose. Es más, desde Santafé, Restrepo había seguido in Restrepo, José Manuel. “Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia en el Nuevo Reino de Granada […]” [1809]. En: De Caldas, Francisco José. Semanario del Nuevo Reino de Granada [1808-1812]. Bogotá: Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1942, tomo I, 243-286. Véase además Silva, Renán. Los ilustrados de Nueva Granada, 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación. Medellín: Banco de la República, Universidad EAFIT, 2002. 62 AHA, Libros Capitulares, tomo 650, doc. 10347, folio 105r. 63 AJMR, Rollo 4, folio 92r.-v. 61

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fluenciando la política interna de Antioquia, pues el delicado balance que se había logrado con la “Alianza Provincial” se vio finalmente amenazado cuando resurgió el viejo conflicto entre la villa de Medellín y la ciudad de Antioquia. Conflicto, Constitución e independencia absoluta Aunque José Manuel Restrepo y los demás patricios antioqueños que hicieron parte del Congreso y de la Junta provincial se esforzaron para mantener el equilibrio político y la paz de su provincia, a fines de 1810 y comienzos de 1811 corrieron rumores acerca de las supuestas intenciones que albergaban algunos individuos de Medellín de formar allí una junta independiente de la de ciudad de Antioquia. La cordialidad hasta entonces disfrutada estaba en riesgo.64 En medio de las luchas intestinas que desgarraban a las demás provincias, muchos antioqueños querían hacer todo lo posible por conservar la Alianza Provincial que los había convocado en su primer Congreso, del cual había surgido la Junta Provincial. Los miembros de la Junta sabían muy bien que no todos los vecinos estaban de acuerdo con la transformación del gobierno que había sucedido, y que por tanto había quienes consideraban a las nuevas autoridades como ilegítimas. La Junta, entonces, publicó un bando el 12 de diciembre de 1810, refrendado por Restrepo como vocal secretario. El documento indicaba que las personas que estuvieran en desacuerdo con la autoridad de la Junta y con sus decisiones podían solicitar pasaporte para abandonar la provincia con total seguridad. Además de esto, los miembros de la Junta dejaron en claro su concepto sobre la legitimidad del nuevo gobierno de Antioquia en medio de las pugnas fratricidas de otras provincias: La Provincia de Antioquia ha sido en todo el Reino acaso la única que en la presente crisis política, se ha salvado de la división interna, y de los terribles males de la anarquía, que han experimentado otras, que desconocieron sus verdaderos intereses: gracias a las virtudes, al patriotismo de sus moradores, a su amor a los sagrados derechos de nuestro amado Soberano el Señor Don Fernando 7o., que sólo se pueden conservar íntegros con la AHA, Documentos generales, tomo 821, doc. 12940.

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más íntegra, y fraternal unión […] Movidos de tan justos principios, los Pueblos por cuyo unánime consentimiento se instaló esta Junta Superior Provincial, concurrieron gozosos a la elección de los diputados [...]65

El bando señalaba que la Junta estaba “legítimamente constituida” y que su autoridad dimanaba de un origen “puro.” Los miembros del cabildo de Medellín reconocieron que la Junta se había preocupado por el buen gobierno y felicidad, y que “ha sido respetada y Obedecida por todos los Pueblos sofocando oportunamente cuantos rumores se han esparcido de que se intentaban parcialidades que se oponían a la absoluta libertad de su ejercicio en las arduas funciones […]”66 En febrero de 1811, los miembros de la Junta habían logrado que el gobernador Ayala presentara su renuncia a la presidencia de ese organismo. Entonces, la Junta se vio en una posición total de libertad con respecto al anterior gobierno monárquico y decidió consolidar la revolución política siguiendo los pasos que había recomendado Restrepo. La Junta publicó una constitución provisional titulada “Reglamento de constitución Provisional para el estado de Antioquia”, firmado el 27 de junio de 1811.67 A imitación de las autoridades de Santafé, los líderes antioqueños reconocieron a Fernando VII, pero lo hicieron siempre y cuando el poder del monarca estuviera limitado por una constitución en cuya elaboración los antioqueños hubieran participado. Ahora bien, la idea de un gobierno constitucional y los principios fundamentales de un sistema liberal de gobierno eran la base del “Reglamento de constitución.”68 Así, con la promulgación de este documento, Antioquia quedó claramente constituida como un Estado autónomo liderado por un gobierno liberal, e influenciado por los fenómenos políticos que Restrepo conocía muy bien y que Tirado Villa parecía haber augurado cuando habló de una “constitución” en el cabildo de Medellín.

AHM, Libros Capitulares, tomo 76, folio 199r. Véase además Martínez Garnica, Armando. El legado de la “Patria Boba”. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 1998, pp. 33-104. 66 AHM, Libros Capitulares, tomo 77, folio 65r. 67 AHA, Documentos generales, tomo 818, doc. 12858. 68 Gutiérrez Ardila, “Introducción”, op. cit., pp. 175-176. 65

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El artículo primero, en efecto, dejaba en claro que Antioquia “según sus antiguos límites y demarcaciones no depende en su gobierno y administración interior de alguna otra autoridad externa, sino de aquellas que hayan sido constituidas, o se constituyeren en lo venidero por la mayoría de votos de los ciudadanos libres, o por sus legítimos Representantes.” Esta nueva personalidad política de Antioquia, cohesionada y expresada por la Junta, provenía, según el artículo segundo, de la sucesión de dos hechos fundamentales. En primer lugar, la abdicación de Fernando VII al trono de España, que el rey había hecho “sin el consentimiento de la nación,” así como de su cautiverio por parte de Napoleón, tras lo cual “los Pueblos, y entre ellos el de Antioquia reasumieron la soberanía, y los sagrados e imprescriptibles derechos concedidos al hombre por el autor supremo de la Naturaleza.” En segundo lugar, de la deposición de las autoridades centrales de Santafé el 20 de julio de 1810, evento que había liberado a Antioquia para entrar en el “goce, y ejercicio” de su soberanía y derechos.69 Los artículos tercero y cuarto del “Reglamento de constitución,” sin embargo, aclaraban que Antioquia reconocía a Fernando VII como su rey, Mas si fuese restituido al trono sujeto a la influencia de los franceses, o sin que su poder se hallase limitado por una constitución sabia que libre a los pueblos del poder arbitrario, y del despotismo, en cuyas sanciones hallan tenido parte los ciudadanos de la Provincia de Antioquia, según su población desde ahora protesta sus representantes que la consideran libre de aquel juramento y los Pueblos habrán recuperado su // primera libertad, y absoluta independencia.70

El “Reglamento de constitución provisional” incorporó la división de poderes en la administración pública de Antioquia. Existirían en adelante ramas legislativa, ejecutiva y judicial. A fines de julio se realizaron elecciones para escoger un presidente del Estado y un presidente del poder legislativo. La presidencia del Estado quedó entonces en manos de José María Montoya, suegro de Restrepo, mientras que el resto de los cargos de los nuevos poderes fueron equitativamente repartidos, de manera que se con AHA, Documentos generales, tomo 818, doc. 12858, folio 1r.-v Ibíd.

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servara el equilibrio político, especialmente entre Medellín y Antioquia, para conservar la paz interna.71 Ahora bien, los miembros del cabildo de Medellín creían que era necesario que la provincia se dotara de su propia constitución permanente, y que para ello se eligiera por voto popular un Colegio Constituyente en el cual estarían representados los antiguos distritos según el número de sus pobladores. Algunos vecinos de Medellín esperaban aumentar su poder político y lograr que su villa se convirtiera en la capital de la provincia. El 14 de agosto de 1811, el cabildo de Medellín, “considerando el estado crítico a que se halla reducida la provincia de Antioquia,” exigió la pronta creación de un Colegio Electoral Constituyente y manifestó que de lo contrario los vecinos de Medellín se darían “por separados, y enteramente disociados del Gobierno de Antioquia [...]”72 La Junta logró controlar esta delicada situación accediendo a la propuesta de un Colegio de elección popular y logrando que la cuestión de la capitalidad de la provincia fuera dejada a una discusión que tomaría lugar en el Congreso del Reino.73 José Manuel Restrepo, al parecer, ejerció un papel fundamental para prevenir que el cabildo de Medellín cumpliera sus amenazas separatistas. Por su posición social y familiar, Restrepo fue un mediador privilegiado entre las distintas facciones. En efecto, este abogado, que seguía siendo el representante de Antioquia para el Congreso del Reino, pertenecía a una notable familia de Medellín, cuyo cabildo había asesorado anteriormente, pero estaba emparentado con una importante familia de Rionegro cuyo jefe, José María Montoya, suegro de Restrepo, ejercía como presidente del Estado. En Santafé, Restrepo recibió una copia de la solicitud que el cabildo de Medellín, en tono amenazante, le había hecho a la Junta. El 19 de agosto de 1811, Restrepo le escribió una carta al cabildo de Medellín, donde aseguraba que en las manos de ese organis-

Gutiérrez Ardila, “Introducción”, op. cit., pp. 176-178. AHM, Libros Capitulares, tomo 77, folio 69v, AHA. Libros Capitulares, tomo 650, doc. 10347, folios 144r.-146v. y doc. 10348, folio 69r. 73 Gutiérrez Ardila, “Introducción”, op. cit., pp. 178-180. 71 72

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mo estaba el poder para hacer renacer “la tranquilidad pública y fraternal unión de todos los departamentos provinciales.”74 Restrepo le indicó al cabildo de Medellín que la Junta ya había accedido a que se convocase el Colegio Electoral, y que, si bien el número de representantes sería menor del que los líderes de Medellín pretendían, un Colegio conformado de pocos individuos estaría por necesidad compuesto, no sólo de los más ilustrados de cada jurisdicción, sino además de los más fieles al gobierno liberal. Tampoco era prudente acelerar la instalación del Colegio, pues era necesario esperar que expiraran los poderes que habían recibido por elección popular (restringida a los padres de familia) los miembros de la Junta. Además, Restrepo y del Corral aún estaban trabajando en el proyecto de constitución que debía ser discutido por el Colegio. Igualmente, escribió Restrepo, la Junta había obrado según principios liberales, teniendo en cuenta la “felicidad pública” y respetando “los derechos del ciudadano.” La división de poderes realizada por la Junta mediante el “Reglamento de constitución” no era más que la expresión de las sabias, bondadosas y liberales intenciones de sus miembros.75 Las más poderosas razones para convencer al cabildo de Medellín de obedecer a la Junta las encontró Restrepo en los desastres de la guerra civil que ya se habían experimentado en otras partes del antiguo virreinato. La guerra, en efecto, se experimentaría con toda seguridad en Antioquia si Medellín decidía seguir adelante con sus planes de separarse del resto de la provincia: Semejante proyecto me ha llenado el corazón de la más triste melancolía. ¡Qué cúmulo de males caerían sobre mi desgraciada patria si aconteciese un suceso tan desastroso! Ya miro sus calles ensangrentadas, derrocados sus edificios, taladas sus campiñas, cubiertos de luto y de lágrimas a todos sus moradores. Estos no son temores y vaticinios exagerados. Es una ley sancionada por todas las provincias del Reino que ningún lugar ni distrito se separe de su capital: cuantos lo han pretendido, lloran al presente su ceguedad. Mompox fue conquistada por Cartagena, Girón por Pamplona y Tunja auxiliada por el Socorro ha subyugado a cuantos lugares se le desunieron por celos y pueriles rivalidades. Aprendan los pueblos de nuestra “Oficios del Dr. José Manuel Restrepo al cabildo de Medellín”. En: Gutiérrez Ardila (compilador). Las asambleas…, op. cit., pp. 216. 75 Ibíd., pp. 216-217. 74

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provincia en tan tristes ejemplos. Si Medellín se separase, Cartagena auxiliaría a la capital para reintegrarla a su territorio y también lo ejecutaría Santa Fe que por un tratado solemne se le ha garantizado.76

Además de esto, Restrepo les recordó a los miembros del cabildo de Medellín que las “divisiones intestinas” entre los patricios tenían el potencial de “poner en peligro nuestra libertad”, pues un conflicto entre cabildos sin duda facilitaría “una rebelión de los esclavos que tanto nos amenaza y que nos sería tan funesta.” El enfrentamiento entre Antioquia y Medellín conduciría a agotar los recursos públicos y a “eternizar la rivalidad y odio entre hermanos, parientes y compatriotas,” después de lo cual, ante la amenaza de un levantamiento popular, los patricios tendrían que restituir “la unidad provincial, detestando sus primeros extravíos.” Para Restrepo, era imperativo sostener la “Alianza Provincial,” pues ésta era el arma más poderosa contra una revolución de origen popular.77 Las ideas de Restrepo prevalecieron por el momento. Contenido el conflicto interno, las elecciones se llevaron a cabo en noviembre. El 29 de diciembre de 1811 se instaló el Colegio Electoral y Constituyente. Ahora bien, dos de los cinco representantes de Medellín exigieron que el Colegio se trasladara a otro lugar, argumentando que en la ciudad de Antioquia no contaban con la libertad necesaria para el debate. El Colegio logró un acuerdo mediante el cual la sede de los debates sería Rionegro, mientras que las instituciones de la administración del Estado serían repartidas equitativamente entre Antioquia, Medellín, Rionegro y Marinilla. Con la inclusión efectiva de Rionegro y Marinilla en la burocracia provincial, Medellín se quedó sin aliados para luchar contra la ciudad de Antioquia, que logró retener la capitalidad de la provincia.78 El Colegio Constituyente, trasladado a Rionegro a fines de enero de 1812, sometió a debate el proyecto de constitución que habían redactado Restrepo y del Corral, y en el cual se abandonaban las expresiones explícitas de lealtad a Fernando VII y la idea de una futura monarquía constitucional. El 3 de Ibíd., p. 218. Ibíd. 78 “Actas del Colegio Electoral y Constituyente de Antioquia”. En: Las asambleas, op. cit., pp. 239-240. Gutiérrez Ardila, “Introducción”, op. cit., pp. 180-184. 76 77

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marzo, los constituyentes aprobaron las secciones primera y segunda de este proyecto de constitución basado en principios liberales y republicanos. La primera sección estipulaba que Antioquia, tras haber reasumido la soberanía, se dotaba ahora de un gobierno “sabio, liberal y doméstico” puesto que “los gobiernos de España por su estado actual, y por su inmensa distancia es imposible que nos liberten de la tiranía y del despotismo, ni que cumplan con las condiciones esenciales de nuestra asociación.” En la segunda sección, sobre “los derechos del hombre en sociedad,” quedaba estipulada la “igualdad legal” como uno de los fundamentos del nuevo Estado. La igualdad legal fue definida en la constitución en los siguientes términos: “siendo la ley una misma para todos los hombres, todos son iguales delante de la ley, la cual premiando o castigando, atiende sólo a la virtud, o al delito, y jamás a la clase o condición del virtuoso, o delincuente.”79 De esta forma, quedaba abolida la sociedad corporativa de privilegios y nobleza. En adelante, ningún privilegio sería hereditario y la idea “de un hombre que nazca Rey, Magistrado, Legislador, o Juez” fue declarada “absurda y contraria a la naturaleza.” Junto con la idea de la igualdad legal, los derechos fundamentales del hombre en sociedad según la constitución eran la libertad, la seguridad y la propiedad. Ahora bien, éstos derechos abrigaban específicamente a los pater familias, los “ciudadanos libres” cabeza de familia, mayores de veinticinco años e independientes económicamente, quienes podían elegir o ser elegidos. Así, las mujeres y los esclavos quedaban por fuera de la ciudadanía. Las mujeres, como parte de la familia, permanecían, en teoría, bajo el control de los padres de familia. Los esclavos, que estaban bajo ese mismo control, sin embargo, quedaban privados de los derechos fundamentales, como el derecho de la propiedad, es decir el privilegio de “gozar y disponer libremente de nuestras rentas, del fruto de nuestro trabajo, y de nuestra industria.”80

“Actas del Colegio Electoral y Constituyente de Antioquia”. En: Las asambleas, op. cit., pp. 255-257. 80 Ibíd., p. 257. “Reglamento definitivo para las elecciones”. En: Las asambleas, op. cit., p. 232. Constitución del Estado de Antioquia sancionada por los representantes de toda la provincia. Y aceptada por el pueblo en tres de mayo del año de 1812. Santafé de Bogotá: Imprenta de D. Bruno Espinosa, por D. Nicomedes Lora, 1812. 79

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La Constitución del Estado de Antioquia, que el Colegio electoral terminó de discutir y aprobó el 11 de marzo de 1812, no sólo estaba hecha exclusivamente para los ciudadanos libres, sino que había sido redactada en medio del temor de los patricios antioqueños a un levantamiento de sus esclavos. En su comunicación del 19 de agosto de 1811 al cabildo de Medellín, José Manuel Restrepo no había exagerado el miedo a una “rebelión de los esclavos que tanto nos amenaza,” y que podía ser facilitada por un enfrentamiento entre los libres. A los rumores sobre planes urdidos por los esclavos para alcanzar su libertad violentamente que circulaban desde hacía años, se sumaron noticias sobre eventos alarmantes entre julio y septiembre de 1812, justo después de aprobada la Constitución. Un grupo nutrido de esclavos de Medellín, al parecer con el apoyo de esclavos de otras partes de Antioquia, demandaron conocer si era verdad que su libertad había por fin llegado. Los líderes de este movimiento fueron enviados a prisión y desterrados.81 Por temor a la guerra civil y a un levantamiento popular, especialmente de los esclavos, los patricios antioqueños se habían esforzado para mantener la unidad interna de la provincia. Al lograr este objetivo y consolidar la transformación del gobierno de una manera pacífica, los grupos más liberales no tuvieron que declarar formalmente y con toda claridad la independencia de España, tal como lo hicieron los Cartageneros en noviembre de 1811, al parecer presionados por los sectores populares y en medio de una confrontación interna de los patricios. La transformación pacífica del gobierno de Antioquia fue verdaderamente revolucionaria, pero los patricios encargados de liderar el proceso no repudiaron formalmente su lealtad a Fernando VII. Ahora bien, tras la separación del gobernador Ayala de la Junta, y en particular con la instalación del Colegio Electoral, se hizo cada vez más claro que lo que sucedía en Antioquia no era nada menos que la transformación de la antigua provincia en un estado liberal independiente de España. Las ideas políticas de José Manuel Restrepo pueden servir como evidencia. En su carta al cabildo de Medellín del 19 de agosto de 1811, Restrepo insistió en la necesidad de conservar la unidad interna de Antioquia puesto que de Archivo de la Casa de la Convención -Rionegro-, Gobierno, tomo 93, folios 1r.-37v.

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lo contrario sería imposible “asegurar nuestra libertad e independencia.”82 “Libertad” e “independencia” fueron expresiones utilizadas durante las sesiones del Colegio Constituyente. Restrepo y del Corral habían incorporado esas nociones en el proyecto de constitución, según el cual “El pueblo que habita el territorio de la Provincia de Antioquia, según sus límites y demarcación actual, se erige en un Estado libre, independiente y soberano, concentrando su gobierno y administración interior, sin reconocer otra autoridad suprema, si no es aquella que expresamente delegare en el Congreso General de la Nueva Granada, o en el de las Provincias Unidas.”83 La constitución, pues, servía en sí misma como una declaración de independencia, pues en efecto sentaba las bases de un estado soberano. Igualmente, la constitución estipulaba principios para la defensa del sistema político independiente, como, por ejemplo, la prohibición de escritos o discursos públicos “en que se combatan las bases del Gobierno adoptadas por la provincia, cuales son las soberanías del pueblo, y el derecho que tiene y ha tenido para darse la Constitución que más le convenga, y erigirse en un Estado libre, soberano e independiente.”84 Ahora bien, desde la tarde del 27 de enero de 1812, varios días antes de que se aprobara esta parte de la Constitución, el Colegio Constituyente había determinado que para exteriorizar su intención y deseos de “derramar, si necesario fuere, hasta la última gota de su sangre en beneficio de la independencia, seguridad y felicidad de la Patria, y de hacer respetar las providencias de su gobierno,” cada constituyente, militar y ciudadano podía portar en adelante una “divisa sencilla.” Estas divisas consistían en “un lazo de cinta blanca en el pecho al lado izquierdo” para los constituyentes; “una cinta encarnada” con la inscripción “Religión e Independencia” rodeando los sombreros de los ciudadanos; y para los militares “un óvalo de fondo encarnado, que tenga por remate un lazo verde” sobre el cual se leería la inscripción “Independencia o muerte.”85 “Oficios del Dr. José Manuel Restrepo al cabildo de Medellín”. En: Las asambleas, op. cit., p. 219. 83 “Actas del Colegio Electoral y Constituyente de Antioquia”. En: Las asambleas, op. cit., pp. 256, 261. 84 Ibíd., p. 300. 85 Ibíd., pp. 303-304. 82

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En el Colegio Constituyente dominaban pues las fuerzas independentistas y las ideas que hombres como Restrepo y del Corral parecen haber expuesto abiertamente tras los sucesos del 20 de julio, aunque no existiera un repudio explícito del monarca. Ahora bien, parece que en Antioquia coexistía un sector liberal fuerte con individuos que albergaban simpatías por el antiguo modelo de unión política con España. En la sesión de la mañana del 28 de febrero de 1812, el Colegio Constituyente aprobó una “suscripción” o impuesto general para recaudar fondos para la administración y defensa del gobierno. Varios constituyentes declararon su intención de donar dinero para estos fines. Esos mismos donantes, a la vez, se pronunciaron en contra de los donativos “para la guerra con Francia” que aún tenían vigencia. Fue Manuel Hurtado, representante de Rionegro y al parecer amigo del monarquismo, quién tocó el tema. Entonces se debatió la suscripción como una recaudación de fondos para sostener la nueva vida política de Antioquia, en contraste con la recaudación de recursos para defender a la moribunda monarquía española en la Península Ibérica. La conclusión de la discusión, que no parece haber sido ardua, fue que el motivo de aquellas contribuciones ya había cesado.86 Sin repudiar abiertamente a Fernando VII, tal vez para evitar un levantamiento contrarrevolucionario de origen popular, el Estado de Antioquia se dotó de una Constitución, declaró su independencia y continuó sus negociaciones políticas y comercio diplomático con otros estados. Restrepo había permanecido alejado del epicentro del poder político en Antioquia, pero en octubre de 1812, la muerte de José Antonio Gómez, presidente del Estado, alteró sus ocupaciones. En efecto, José Miguel de Restrepo, su padre, asumió la presidencia. El alejamiento de los asuntos políticos de José Manuel llegó a su fin: “Por esta circunstancia no estuvo Restrepo libre de tener alguna intervención en los negocios políticos de su patria; debía ayudar privadamente a su padre y darle sus consejos.”87 Muy pronto, sin embargo, el prospecto de una posible reocupación española se hizo evidente para los revolucionarios. Al año siguiente, las noticias que provenían del sur acerca de la ocupación de territorios autónomos por Ibíd., pp. 334-335. Restrepo, Autobiografía, op. cit., p. 14.

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Juan Sámano, quien llegó a Popayán en julio y había ocupado toda esa provincia hasta Cartago, hicieron temer a los antioqueños. Una confrontación bélica con las fuerzas de España parecía cada vez más posible. El Estado no estaba militarmente preparado. Entonces los líderes revolucionarios decidieron suspender el régimen constitucional para dar paso a una dictadura que permitiera una defensa más férrea y dinámica. Para tal posición fue seleccionado Juan de Corral. “El 31 de julio de 1813 se hizo este nombramiento oportuno que cambió la faz de la provincia. Restrepo fue elegido secretario de gracia y justicia, y el doctor José María Ortiz, de guerra y hacienda, del nuevo gobierno.”88 El dictador expresó que, ante las nuevas circunstancias, Antioquia debía claramente escoger el camino de la independencia absoluta: “Es preciso no perder esta hora que encierra para nosotros la soledad o la ruina. O levantar la bandera independiente tan alto que no consigan batirla nuestros tenaces enemigos, o arriarla para siempre.”89 La amenaza de una reocupación española había radicalizado la revolución de Antioquia. Algunos día después de su nombramiento, del Corral resolvió que era necesaria una “medida capital” que dejara en claro la naturaleza política de la revolución. El dictador decidió declarar la independencia absoluta de España. Así, el 11 de agosto de 1813, del Corral y sus secretarios Restrepo y Ortiz hicieron pública la decisión de romper explícitamente los vínculos de Antioquia con la monarquía española y repudiar al monarca. El “Acto de Independencia” por ellos firmado expresaba “Que el Estado de Antioquia Desconoce por su Rey a Fernando VII y toda otra autoridad que no emane directamente del pueblo, o sus Representantes; rompiendo enteramente la unión política de dependencia con la Metrópoli y quedando separado para siempre de la Corona y gobierno de España.”90 Con esta declaración solemne y explícita, los líderes liberales de Antioquia culminaban un proceso de transformación política en el cual no habían repudiado abiertamente a Fernando VII, aunque habían de hecho establecido un nuevo estado libre de su potencial influencia. No habían Ibíd., p. 14. Citado en Medina Restrepo, Historia…, op. cit., p. 79. 90 AHA, Documentos generales, tomo 827, doc. 13054, folios 1r.-2v. Una trascripción del “Acto de Independencia” puede verse en Medina Restrepo, Historia…, op. cit., pp. 81-83. 88 89

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repudiado al monarca, en parte para evitar disgustar a patricios y plebeyos que aún concebían a Antioquia como parte de la monarquía española. Entre los esclavos, a quienes los líderes revolucionarios temían, parecía predominar la idea de que su libertad podía eventualmente emanar del monarca. Un repudio explícito de la monarquía podía ser contraproducente para los líderes revolucionarios. No fue hasta 1819, en efecto, cuando los esclavos se unieron más decididamente a la causa de los patriotas.91 Del Corral y otros líderes antioqueños parecen haber comprendido bien la posición de los esclavos. Del Corral supo entonces que era necesario acompañar su iniciativa de independencia absoluta con una reforma que hiciera explícita la intención del nuevo gobierno de ayudar a los esclavos a alcanzar la libertad. En efecto, antes de morir en abril de 1814, el dictador apoyó la ley de vientres libres, aprobada días después de su deceso. Tras la entrada en vigor de esta ley, los hijos de las esclavas nacerían libres y el gobierno crearía “juntas de amigos de la humanidad” para acelerar la manumisión de esclavos.92 A los pocos días, del Corral confirió el título de ciudad a las villas de Marinilla y Medellín, y allanó el camino a este dinámico centro urbano que después se convirtió en capital. En los siguientes meses estableció reformas en los estancos y en la administración pública y autorizó la venta de ejidos. La revolución política estaba consumada. Habiéndose convertido, tal vez sin quererlo, en un mediador cultural con el mundo exterior, con las nuevas sensibilidades políticas, y entre las diversas facciones internas, Restrepo había ayudado a consolidar las bases sociales y legales para la independencia de Antioquia. La defensa de la independencia, sin embargo, sería una tarea más dispendiosa y lenta.

Blanchard, Peter. Under the Flags of Freedom: Slave Soldiers and the Wars of Independence in Spanish South America (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2008), pp. 64-85. 92 Gaceta Ministerial de Antioquia (Antioquia), No. 2, octubre 2 de 1814. 91

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Fuentes y Bibliografía Fuentes manuscritas Archivo Histórico de Antioquia -MedellínLibros Capitulares, tomo 649, docs. 10340 y 10346; tomo 650, docs. 10347 y 10348. Documentos generales, tomo 816, docs. 12833 y 12836; tomo 817, doc. 12853; tomo 818, docs. 12858 y 12869; tomo 821, doc. 12940; tomo 824, doc. 13007; tomo 827, doc. 13054. Archivo Histórico de Medellín Libros Capitulares, tomos 75, 76 y 77. Archivo de la Casa de la Convención -RionegroGobierno, tomo 93, folios 1r.-37v. Archivo Histórico Judicial de Medellín Caja 171, doc. 3532. Archivo General de la Nación -BogotáArchivo Anexo I, Esclavos, tomo 2, folios 1r.-38v. Colonia, Miscelánea, tomo 99, doc. 8. Archivo José Manuel Restrepo Rollo 4. “Despacho del excelentísimo señor Virrey, en que se prohíbe admitir, y leer papeles que cedan a favor de la Francia, y en deshonor de nuestras victoriosas armas de España, y sus valerosos ejércitos. Año de 1809”. Msc. en propiedad privada. Fuentes publicadas “Actas del Colegio Electoral y Constituyente de Antioquia”. En: Gutiérrez Ardila, Daniel (compilador). Las asambleas constituyentes de la Independencia. Actas de Cundinamarca y Antioquia (1811-1812). Bogotá: Corte Constitucional de Colombia, Universidad Externado de Colombia, 2010, pp. 239-356.

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Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza” Juan Camilo Escobar Villegas

Introducción l título inicialmente planteado para este texto, Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia, tiene un subtítulo que, además, apuesta por una hipótesis que espero probar en el transcurso de las siguientes páginas: Una estrategia para glorificar el “progreso”, la “civilización” y la “raza”. Es decir, este conjunto de producciones que denominamos representaciones sociales, políticas y culturales, que incluyen, por su carácter social, una serie de movilizaciones de la población, de grupos, de gente, de instituciones, en torno de lo que se hace para pensar, o para celebrar, o para conmemorar la independencia; que, además, por su carácter político, conllevan dosis y relaciones de poder puestas en acción por instituciones políticas –en ocasiones directamente desde los gobiernos nacionales, regionales y locales–; y, finalmente, estas representaciones son también culturales porque vehiculan y movilizan, al mismo tiempo, grandes cantidades de imaginarios, de mentalidades, de visiones independentistas, de sentimientos, de sensibilidades, de actitudes mentales frente a lo que se denomina “La Independencia” –en este caso con la mayúscula que normalmente se le introduce: La Independencia de Antioquia–. Este texto sobre la independencia política de la provincia de Antioquia, de la monarquía española, hace parte de un proyecto más amplio que se ha denominado Representaciones políticas, sociales y culturales de las indepen-

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dencias iberoamericanas.1 Algunos de sus resultados han sido publicados en Conmemoraciones y crisis. Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada2. Otros análisis saldrán al público en un libro que actualmente se encuentra en proceso de finalización. El orden del texto se presenta en tres partes. Una primera dedicada a las representaciones en las artes, en la literatura y en la historiografía. Una segunda consagrada a las fuentes, provenientes especialmente de estos tres ámbitos –artísticos, literarios e historiográficos–; y las celebraciones como estrategias de legitimación de aquello que en el subtítulo se denomina “el progreso”, “la civilización” y “la raza”, tres conceptos que pertenecen a las fuentes mismas. Y, finalmente, unas conclusiones. 1. Las representaciones de las independencias en las artes, la literatura y la historiografía En primer lugar, las fuentes historiográficas que han configurado representaciones de las independencias iberoamericanas son muy abundantes puesto que en ellas se pueden incluir los textos publicados como libros de historia, los artículos de revistas especializadas en el tema, y los numerosos manuales escolares nacionales, regionales y locales de lo que se denomina ciencias sociales. Presentaré algunos casos que provienen de este conjunto de fuentes historiográficas, en particular de textos escolares, de revistas y de órganos de las academias de historia, de artículos y de libros de historiadores. En segundo lugar, el segundo conjunto de documentos –que provienen de las artes– incluye lo que poseen los museos, lo que se muestra en las exposiciones, los pedestales que se construyen para celebrar, para conmemorar y para recordar ciertos personajes y actores sociales de la época independentista, a quienes se les denomina normalmente próceres o héroes. En este conjunto hallamos, entre otros, monumentos, pinturas, esculturas, caricaturas, piezas musicales y variadas formas de danza. En tercer lugar, tenemos un grupo El subtítulo que lleva es el siguiente: “un examen por medio de las artes, la literatura y la historiografía”. El proyecto se ha desarrollado con el apoyo de la Universidad EAFIT. 2 Escobar, Juan Camilo; De Mojica, Sarah y Maya, Adolfo León (editores). Conmemoraciones y crisis. Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2012. 1

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de documentos que proviene de la literatura: expresiones literarias, como poemas, ensayos, novelas, teatro, guiones audiovisuales para cine, televisión e internet, cuentos, epitafios, etc., han construido importantes elementos de las representaciones mentales sobre los procesos de independencia, tanto en Antioquia como en otros lugares de Iberoamérica. En términos muy sucintos, pensamos que este proyecto es un hilo conductor que vincula los orígenes de las repúblicas iberoamericanas con su presente, a través de la investigación sobre las representaciones de las independencias, porque el objeto de estudio de esta investigación no es específicamente la preocupación por lo que pasó en los procesos de independencia, sino por lo que se dice que pasó. Serían dos objetos de estudio, en parte cercanos, pero no exactamente idénticos. A partir de ese mismo momento, tanto aquí en Antioquia como en los espacios hispanoamericanos e iberoamericanos, se empezaron a producir series de representaciones sobre lo que significaba ser independientes, sobre ese momento histórico, esa condición política, esa nueva condición social.

Imagen 1. Portada de la 8ª edición del texto escolar Historia de Colombia, de Henao y Arrubla, publicado en Bogotá en 1967 Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”.

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Veamos algunos casos de los manuales escolares provenientes del conjunto de documentos que llamamos “historiográficos”. Tenemos, en primer lugar, el más conocido de todos en este país: la Historia de Colombia, escrita por Jesús María Henao y Gerardo Arrubla. Se trata de un texto que proviene, justamente, de un concurso en 1910 –cuando se celebra el Centenario de la independencia de Colombia–, pero, más que eso, lo que nos interesa es lo que se dijo de esta obra y lo que empezó a suceder con ella. Porque si bien la obra fue laureada con una medalla de oro y un diploma en ese concurso que se celebró en 1910, y tuvo su primera edición en 1911, no por ello pasó al olvido. Observemos que la imagen 1 es de 1967, la octava edición, corregida y aumentada, lo que significa que el texto no solamente fue importante en su momento original, sino que además se convirtió en una versión oficial; o sea, en la construcción de una representación oficial de la historia de Colombia, y en particular de los procesos de independencia, pues una gran parte de esta obra está dedicada a esas luchas y a esos momentos, conocidos categóricamente como “La Independencia”.

Imagen 2. Portada de la traducción del texto Historia de Colombia, de Henao y Arrubla, publicado en Estados Unidos en 1938

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Ahora bien, si observamos la imagen 2, otro documento muy importante relacionado con el anterior, podemos advertir que se trata de la misma obra traducida al inglés en 1938. Su traductor, James Fred Rippy, era lo que llamamos hoy un americanista norteamericano, interesado en los estudios latinoamericanos y, en particular, en el caso colombiano. Su archivo personal está actualmente en la Universidad de Carolina del Norte (él estuvo muy vinculado a esta institución y allí fue publicado el texto) y, además, escribió un diario de viajes por Colombia y por otros países latinoamericanos –sería muy interesante poder acceder a este documento–, que no está publicado, pero está en ese archivo y constituye un conjunto de representaciones sobre Colombia después de su viaje en 1928.

Imagen 3. Contraportada de la traducción del texto Historia de Colombia, de Henao y Arrubla, publicado en Estados Unidos en 1938, donde se muestran otras traducciones.

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Lo importante es que esta edición, además, hace parte de un conjunto de traducciones que se empezaron a realizar a comienzos del siglo XX, y obviamente que aquí tenemos que pensar estas traducciones y estas publicaciones en el contexto de los intereses de los Estados Unidos en el continente latinoamericano. Una manera de llevar a cabo la intervención norteamericana al sur del continente, una nueva forma de intervenir a través de las transacciones económicas –y en ocasiones a través de las ocupaciones militares–, pero también haciendo traducciones que permitían a la política internacional de los Estados Unidos realizar acciones sobre terrenos conocidos. La imagen 3 indica que, en la misma colección, existe una serie de trabajos sobre las historias de países latinoamericanos, que se traducen libros de la historia de Argentina, de Bolivia, de Brasil, de Chile, de México, de Perú, y se elabora una traducción de un texto ibérico con el fin de ofrecer una historia general del mundo hispanoamericano. Seguíamos estando en los tiempos en que se insistía en la consigna continental, o imperial, conocida como “América para los americanos”, y en la cual se fue entendiendo paulatinamente el gentilicio de manera restrictiva desde que se formuló a comienzos del siglo XIX por parte de los presidentes estadounidenses James Monroe y John Quincy Adams. Éstos son documentos que conectan las historias que producen una historia. Ese texto de Henao y Arrubla, en español y simplemente leído por los colombianos, cobra una nuevísima dimensión cuando es traducido al inglés, y además se vincula a una serie de traducciones que empiezan a circular por el mundo hispanoamericano y anglosajón, muy seguramente por esa razón llega a las bibliotecas nacionales de los países de habla hispana e inglesa. Es una búsqueda que perfectamente podría continuarse en esa dirección y ver cómo se usó en las escuelas y en las universidades norteamericanas, y probablemente angloparlantes, para dar a conocer allí la historia de América Latina. Además, si uno mira los autores de estas historias nacionales, se da cuenta de que son escritores con, más o menos, las mismas características, son –casi todos ellos– abogados, diplomáticos, funcionarios de estado, historiadores académicos, no están formados directamente como historiadores en las universidades, pero intentan construir lo que, al mismo tiempo, se estaba intentando hacer con Henao y Arrubla en Colombia: una “historia nacional”, algo que podría denominarse como 398

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“la historia propia”, “la historia auténtica”, la historia que les pertenece a los habitantes de cada uno de estos países. En otras palabras, esos libros, esas “historias nacionales” desconectaron las historias que son comunes a muchos países y sociedades, pero las traducciones las re-conectan parcialmente al ponerlas en la misma serie. Es una dinámica, un poco paradójica, de lo que sucede en el intento de construir “historias nacionales” y, al mismo tiempo, en el intento de implantar una dominación continental por parte, en este caso, de los Estados Unidos. Continuemos con otros ejemplos del trabajo mental que hacían los manuales escolares en la Colombia de comienzos del siglo XX cuando se celebraba el centenario de la independencia. Veamos un comentario que sale en el Boletín de Historia y Antigüedades, en 1910, inmediatamente después del premio que obtuvo La Historia de Colombia de Henao y Arrubla. En septiembre de 1910, dicho Boletín –la publicación oficial de la Academia Colombiana de Historia– dice de los textos de Henao y Arrubla que “estos inculcarán en la juventud el santo amor a la Patria, base del aprendizaje nacional en lo por venir”.3 Llamo la atención sobre la expresión “el santo amor a la Patria”, una constante que va a estar de la mano con la siguiente hipótesis: en lugar de crear “buenos ciudadanos”, como pretende el ideario republicano, los textos escolares en Colombia, hasta la década del setenta en el siglo XX, se preocuparon por formar “buenos patriotas cristianos”. Tratemos de demostrarlo con los documentos y con las reflexiones que presento después de las siguientes cuatro constataciones. En efecto, al estudiar los manuales escolares –algunos de ellos, obviamente quedan por revisar muchos de los que fueron textos regionales–, se pueden concluir los siguientes cuatro aspectos: en primer lugar, estos textos fueron escritos, frecuentemente, por abogados, religiosos y licenciados, sus autores normalmente ocupaban algunos de estos oficios o de estas profesiones, y en ocasiones de manera simultánea, abogados que a la vez eran gente muy religiosa, o clérigos que tenían títulos, tanto de teólogos como de abogados, o diplomas de maestros y de educadores vinculados a esta práctica concreta de ser profesores de colegios o de universidades. Los Boletín de Historia y Antigüedades. Bogotá: Imprenta Nacional, N. 64, septiembre, 1910, p.282

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textos escolares eran escritos por aquellas personas para ser leídos desde la fe, según lo que dicen en sus prospectos. Una segunda constatación. Los libros escolares son, al mismo tiempo, la cristianización de los acontecimientos y una interpretación clerical y religiosa de la narración histórica. Es muy frecuente que estas diferentes transformaciones sociales y políticas, en particular el caso de la independencia, o de las independencias –en plural, hablando de los mundos americanos–, estén cristianizadas y sean pensadas desde criterios que provienen de la religión cristiana para así darles una explicación. Una tercera constatación. La narración histórica de los manuales escolares está especialmente dirigida, un asunto más o menos conocido, a la creación de próceres, de héroes y de mártires, o a establecer una apología de los actores sociales de las independencias. Se podría poner entre comillas las palabras “próceres”, “héroes” y “mártires” para crear un poco de distancia con ellas, de tal forma que sería preferible llamarlos, desde una perspectiva teórica contemporánea, actores sociales de las independencias. Son seres humanos de carne y hueso, pero que con frecuencia son amparados –como lo dice un poema sobre José María Córdova– por la fama y la gloria de ser mártires. Por último, la cuarta constatación. Es posible observar allí, en el escenario de los textos para la educación de los niños y de los jóvenes colombianos que pueden ir a la escuela, una alianza sociocultural entre autores, profesores, políticos y religiosos. Un caso muy interesante de esta historia sobre la construcción de representaciones de las independencias en Colombia lo constituye la vida intelectual de Constancio Franco Vargas (1842-1917), un hombre que vivió las transformaciones de la segunda mitad del siglo XIX y las celebraciones centenarias de comienzos del siglo XX. Franco Vargas fue prolífico en la producción de discursos sobre las independencias, pues no solamente escribió textos escolares, también publicó libros eruditos y biográficos de historia de Colombia, escribió novelas –en términos literarios–, dramas y obras de teatro histórico –que son actuados y presentados en Bogotá y en diferentes escenarios de Colombia. Como artista plástico, Rafael Núñez lo encargó de pintar un gran número de retratos de los personajes que el político conservador consideraba los

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más importantes en los procesos de independencia, es decir, a los que se les ha denominado “próceres”, “héroes” o “mártires”. Constancio Franco es un personaje que él sólo, y al mismo tiempo, constituye una alianza entre autores, profesores, políticos y religiosos, fue educador, reformador, tratadista, diplomático, perteneció al mundo del partido conservador y fue un escritor católico declarado.

Imagen 4. Portada del texto Catecismo de Historia de Colombia, de Soledad Acosta de Samper, publicado en 1905.

Ahora bien, veamos algunos ejemplos de cómo se quería construir, por medio de los textos escolares, “buenos patriotas cristianos. El clérigo jeRepresentaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”.

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suita Rafael de J. Toro aseguró que el Catecismo de Historia de Colombia, escrito por Soledad Acosta de Samper, en 1905, es una obra “muy digna de alabanza por la fidelidad en la narración” (ver imagen 4). Si revisamos el texto, vemos que son preguntas y respuestas de una frase; sobre esto podría preguntarse hoy: ¿Qué fidelidad hay en una frase? En realidad este librito estaba hecho para que quedara fácilmente en la memoria de los niños, pues esta obra es “dignísima de todo encomio por el criterio puro y netamente católico con que está escrita”, aseguró el clérigo comentarista. En otras palabras, la cristianización de los procesos históricos y de la ciudadanía en Colombia a comienzos del siglo XX está presente en estos textos. Ya el título, Catecismo, indica la manera en la que se construían las representaciones de las independencias, en términos de narración religiosa que no debe cuestionarse ni contradecirse. Un texto posterior, más avanzado el siglo XX, con un título del cual se podría esperar una construcción narrativa diferente: Historia analítica de Colombia, fue escrito por Manuel José Forero Contreras, un abogado, también bibliotecólogo, miembro de la Academia Colombiana de Historia, diplomático y autor de muchos otros textos. Esta llamada historia analítica publicada en 1946 planteaba lo siguiente en un tono francamente hispanista: “en el transcurso de trescientos años que duró la dominación peninsular, a ellas, [a las familias españolas], les debemos la difusión de la lengua castellana, la extensión del cristianismo, las costumbres civilizadas…”. Para entender mejor el alcance de las palabras de Forero Contreras, es importante recordar el subtítulo que hemos dado a este capítulo: una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”–entendiendo por “progreso”, el concepto construido en el mundo intelectual europeo, en particular en el siglo XVIII y el en siglo XIX, para referirse a los adelantos técnicos, materiales y económicos; por “civilización”, la propuesta burguesa de sociedad urbana, culta y letrada –en particular la francesa– ; y por “raza”, la ideología que cree en un conjunto de características naturales que poseen los cuerpos humanos y que, como veremos más adelante, se manifestarían tanto en la existencia de “razas superiores e inferiores”, como en los aspectos fisiológicos, psicológicos, morales e intelectuales de las sociedades humanas.

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Imagen 5. Portada del texto escolar Colombia. Su historia y su geografía, 1960.

Volvamos al ejemplo del Catecismo de historia de Colombia, de Soledad Acosta de Samper. La autora es muy importante, particularmente para nosotros en Antioquia, porque doña Soledad dio una conferencia en 1892, en Madrid –cuando se celebraban los cuatrocientos años del llamado descubrimiento de América– ante un auditorio internacional, sobre “el origen judío de los antioqueños”, y ese texto circuló, no solamente en Antioquia y en Madrid, sino también en otros ámbitos euroamericanos. La conferencista colombiana se apoyó en textos construidos desde comienzos del siglo XIX por Manuel Antonio del Campo y Rivas, un funcionario español, quien se inventó, según Acosta de Samper, una narrativa sobre la existencia de una de las famosas tribus perdidas de los judíos radicada en Antioquia desde antes de que llegaran los españoles, y en la cual asegura que allí hubo Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”.

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un pueblo que conservaba el hebreo y todas las demás costumbres judías, y que dio origen a los antioqueños actuales. El texto de doña Soledad, leído desde hoy, pertenece más a la narrativa literaria y ficcional, que a la histórica. No obstante, Soledad Acosta de Samper es una mujer de poder intelectual, basta leer los datos que están bajo su nombre en la portada de la imagen 4 para darse cuenta de ello: miembro de la Sociedad de Escritores y Artistas de Madrid, de las Academias de Historia de Bogotá y Caracas y de la Sociedad de Geografía de Berna, en Suiza. Para las historias conectadas, estos títulos se convierten en signos que muestran el alcance, las conexiones, los vínculos, los lazos entre estos intelectuales colombianos y el resto de Euroamérica. La imagen 5 muestra un caso más de la construcción de representaciones sobre las independencias. Texto de circulación nacional y escrito por un autor que utiliza un seudónimo. En efecto, G. M. Bruño es un hermano cristiano que se llama Miguel Febres Cordero, quien publicó bajo ese seudónimo una gran cantidad de textos escolares, no solamente de historia y de geografía, sino también de aritmética, de geometría, de literatura, de español y de otras materias de educación primaria y secundaria. La portada, además, nos indica cómo las representaciones se construyen de manera sutil. El rubio de Bolívar llama la atención porque lo está enlazando con un origen que no tenía, es una construcción vinculada a la posibilidad de acercarse a ese modelo de “civilización”, “progreso” y “razas superiores” que tanto funcionaba hasta muy avanzado el siglo XX, pues el texto es publicado en 1960 para enseñanza en cuarto año de primaria. 2. Manuales escolares en Antioquia y representaciones de las independencias Pensemos ahora algunos textos de Antioquia, textos escolares. Veamos una portada de un manual escolar de 1962, escrito también por un hermano cristiano: Antioquia. Su historia y su geografía es una narración construida desde una perspectiva clerical (ver imagen 6). Se trata del hermano Antonio Manuel F.S.C. –las letras vienen de Fratres Scholarum Christianorum, hermanos de las escuelas cristianas– quien publica este texto con una portada que llama la atención porque es un mundo rural (ahora veremos cómo

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se opone un texto diferente, que es el mundo urbano industrial). Pero ahí están los símbolos de lo que empieza a pensarse que es Antioquia. El cultivo del café, el maíz, el carriel, las montañas colonizadas para “el progreso y la civilización” se convierten en elementos propios de los imaginarios de identidad más comunes sobre Antioquia y los antioqueños.

Imágenes 6 y 7. Portadas de textos escolares de Antioquia, 1962 y 1970 respectivamente.

Pero allí dentro del texto, en las páginas interiores, hablando de Simona Duque –un personaje vinculado a los procesos de independencia–, el autor dice de ella, en primer lugar, que es descendiente del “cristiano hogar” de don Andrés Duque y doña Ana María Rincón. Agrega que “los cinco hijos que dieron honra a la familia” son célebres en la historia de Colombia y parte esencial de la historia de Antioquia. Pero también se está diciendo que, sin esa acción de Simona Duque, la familia no hubiera obtenido honra. De allí que pueda preguntarse ¿Qué pasó con las familias que no tuvieron ese gesto de entregar miembros de su familia a las guerras de independencia? ¿Vivieron sin honra? ¿Por qué no pasan por estas valoraciones que están en estos textos? Según el texto del hermano cristiano, estos muchachos, estos

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cinco hijos, fueron “valor a toda prueba en las campañas, unos no volvieron, otros quedaron inválidos, pero todos dieron a su madre la satisfacción de haber servido a la Patria con desinterés”.4 Es la construcción narrativa de un altar patriótico, es en otros términos –siguiendo lo que dice Carlos Monsiváis, en su texto publicado en el libro Conmemoraciones y crisis. Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada– la construcción permanente de altares de la patria.5 Veamos otro ejemplo de manual escolar de Antioquia. Publicado en 1970, ocho años después del anterior, pero la portada no es la misma; tal vez los símbolos representativos han cambiado: ahora se trata del mundo urbano, el industrial, el mundo de las fábricas, de la energía, de las hidroeléctricas, con una pequeña presencia de ruralidad en la mula al lado de un horno industrial que parece a su vez una nave espacial, como la que supuestamente hacía un año se había posado sobre la luna con tres tripulantes humanos (ver imagen 7). Es visible el contraste entre las dos portadas y es también importante este tipo de análisis frente a las imágenes porque se pueden ver las vinculaciones entre arte y texto, vínculos que también hablan a los estudiantes, quienes probablemente guardamos en la memoria el impacto de las portadas cuando las tuvimos por meses ante nuestros ojos. Ahora bien, debo señalar las referencias editoriales del texto de 1970. Era publicado en tres ciudades colombianas, a pesar de ser una historia de Antioquia. El libro se publicaba simultáneamente en Medellín, en Cali y en Bogotá. Se parece a lo que hacen los colegios alemanes o los liceos franceses publicando y trayendo sus libros para que sean leídos por sus nacionales en los diferentes países donde tienen vínculos; es como si la colonia de antioqueños en Cali estuviera asegurando la enseñanza de la historia de Antioquia a esta gente que se sentía, probablemente, perteneciendo a otra “raza”, a otra historia, a otra cultura. No es extraño encontrar en los textos referencias a Antioquia como región habitada por “la raza antioqueña” que conquista y coloniza de diversas formas el territorio colombiano; de allí H. Antonio Manuel F. S. C. Antioquia. Su historia y su geografía. Medellín: Bedout, 1962, p. 48. 5 Monsiváis, Carlos. “Imágenes de la ciudad. ‘¿Cómo se llamaba el que fundó la Patria?’”. En: Escobar, Juan Camilo; De Mojica, Sarah y Maya, Adolfo León (editores). Conmemoraciones y crisis…, op. cit., pp. 123-140 4

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que pueda explicarse la publicación y la circulación de un texto de historia regional, en otras ciudades fuera de Antioquia. Ahora bien, los párrafos que están dentro de este texto se encuentran vinculados a las constataciones y a las hipótesis que planteamos al comienzo, por ejemplo las siguientes aseveraciones: “los grandes hombres que Antioquia dio a la Patria”, “existieron y existen ilustres antioqueños que pusieron a nuestro departamento al frente del progreso nacional”.6 Estrategias narrativas para construir representaciones que legitimen “el progreso”, “la civilización” y “la raza”. Al mismo tiempo se cristianizaron los acontecimientos y los procesos históricos. Sobre Gregorio Gutiérrez González se dice que “murió cristianamente” en Medellín.7 En efecto, murió en su casa, en la capital de Antioquia, pero la adjetivación que se hace de su muerte es una manera de seguir fabricando “ciudadanos patriotas cristianos”. A Epifanio Mejía se le vincula, obviamente, con el Himno Antioqueño, del cual se dice que es “la evocación de la grandeza y orgullo de este gran pueblo”.8 Una forma más de erigir esta exaltada representación de auto-admiración sobre la región, su historia y sus habitantes. Veamos por último el texto de Javier Gutiérrez Villegas para tercer grado de primaria, otra obra que también fue muy utilizada en las escuelas y en los colegios de Antioquia.9 En 1967 se publicó su segunda edición (ver imágenes 8 y 9). Dentro trae el escudo de Antioquia, sobre el cual se ha venido diciendo, cambiando su significado original cuando se creó en 1812, que la persona que está sentada al lado del río ya no es una “matrona vestida y adornada a la indiana”, sino la representación de “la raza antioqueña”.10 Estoy tras la huella del momento y de quién hizo esta transmutación semántica de uno de los símbolos heráldicos producidos en Antioquia. Antioquia: geografía, historia, cívica, urbanidad. Medellín, Cali, Bogotá, Ediciones Tom, 1970, p.144. 7 Ibid., p. 148. 8 Ibid., p. 149. 9 Gutiérrez Villegas, Javier. Antioquia. Su geografía y su historia. Medellín: Voluntad, 1967. 10 Ver sitio web Wikipedia, disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Escudo_de_Antioquia, consulta: abril 10 de 2013. 6

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Imágenes 8 y 9. Portada de libro escolar, e imagen del escudo de Antioquia, proveniente del mismo texto, 1967.

3. Artes y representaciones de las independencias Detengámonos ante otro tipo de símbolos provenientes del arte. Muchos de los habitantes de Medellín conocemos el “Monumento a la raza antioqueña”, o al “pueblo antioqueño” (ha tenido los dos nombres), que está en el Centro Administrativo de la ciudad, La Alpujarra y fue creado por Rodrigo Arenas Betancur (ver imagen 10). La escultura tiene la monumentalidad que normalmente el escultor introducía en sus obras patrióticas y celebrativas. Se puede apreciar que el antioqueño que está allí es un hombre cristiano y fuerte que porta en sus manos las herramientas del “progreso”, mientras que lo protege la cruz del proyecto civilizador construido por las élites modernas, republicanas y católicas de Antioquia. Su gestualidad hace homenaje al imaginario de identidad que piensa a los antioqueños “echados para adelante” en todos los momentos de su vida. No importa cuántos destrozos ocasionen los golpes del hacha, lo importante es que aquel hombre es un creyente trabajador que expande la frontera agrícola llevando “progreso y civilización” en nombre de su “raza”. 408

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Imagen 10. Rodrigo Arenas Betancur, Monumento a la raza antioqueña, Medellín, 1987.

De manera pues que el arte también coopera, desde sus construcciones artísticas, a crear representaciones cristianizadas de los procesos históricos, en este caso en Antioquia. Otros ejemplos de lo que es la intervención artística en la construcción de las representaciones sobre las independencias hispanoamericanas son los pedestales urbanos que también muchos conocemos: los de la Avenida La Playa en el centro de Medellín, y otros cuantos que se encuentran esparcidos por la ciudad en parques y en plazas, como el busto de Atanasio Girardot al lado de la iglesia de La Veracruz y al frente de la antigua sede del Museo de Antioquia, fundido en Medellín por el artista Francisco Antonio Cano (1865-1935) para celebrar el centenario de la independencia de Colombia. El trabajo artístico fue reseñado por el médico Alfonso Castro (1878-1943) y por el poeta Efe Gómez (18731938). En realidad el busto se inauguró también como un símbolo de la ciudad y como “una maravillosa imagen para venerar” porque, según el médico Castro “el busto de Girardot de Francisco Cano, tiene un parecido Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”.

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pasmoso al alma procera y valiente de la Colombia de la Independencia, y eso basta para nuestros ensueños de patriotismo y libertad”.11 No menos elocuente y expresivo fue el texto del poeta. Poseído por un éxtasis ante el horno en el cual se fundía en bronce el busto del héroe, Efe Gómez –seudónimo de Francisco Gómez– evocó a los dioses antiguos y recorrió la historia de Occidente, la de Grecia y Roma, llamó a las familias dominantes del Renacimiento y a las “alotropías de la Energía eterna que crea y rige el Universo” para que vertieran en el horno el metal necesario para fundir el “Héroe”, aquel que representaba “el porvenir de nuestra raza”, “el mulato audaz, enérgico, intelectual y progresivo, ensayo feliz de las razas del futuro”, “raza feliz, paciente, bella”.12 El pintor y escultor Francisco Antonio Cano, forjador de ensueños y de imaginarios, fue esperado de regreso a Colombia después de que sus legisladores lo enviaran como pensionado con dineros públicos a finales del siglo XIX a estudiar las formas de “civilizar” las sensibilidades de los colombianos, y sus amigos de Medellín lo mantuvieran por un tiempo más cuando un año después los recursos oficiales no le eran suficientes en la Europa de la belle-époque. Francisco Antonio Cano y otros escultores de bustos, de estatuas y de homenajes urbanos han cooperado tanto como los escritores a levantar una narración heroica de los procesos históricos en los cuales con frecuencia sólo se ven los líderes y los acontecimientos bélicos. En la Avenida La Playa de Medellín se encuentran torsos heroizados por obras de Octavio Montoya y Bernardo Vieco, entre otros alumnos de Francisco Antonio Cano. El pasaje público en el centro de la ciudad es una analogía escultórica de un manual escolar en el cual se distinguen los periodos históricos por medio de personalidades famosas. Desde el conquistador español hasta los dirigentes republicanos yacen inamovibles ante el paso del tiempo. Parecen pasar inadvertidos, pero hace poco se hizo una limpieza de ellos y se ordenó que fueran recuperados para las efemérides bicentenarias. En otras palabras, esta práctica artística es al mismo tiempo una forma de construir

Castro, Alfonso. “Impresiones”, en: Alpha, Medellín, año V, núm. 56, 1910, p. 325. Gómez, Efe. “Viendo fundir el busto de Girardot”. En: Alpha. Medellín, año VI, núm. 61-62, 1911, pp. 17-20.

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lugares de memoria y representaciones históricas a través del implante de pedestales en la ciudad. Un ejemplo de los usos de estos altares callejeros se encuentra en una resolución del Departamento de Antioquia en 1927. El documento es interesante porque demuestra un modo de representación político-religiosa de las independencias. Se trata de las peregrinaciones escolares a monumentos. El documento de gobierno ordena establecer “peregrinaciones escolares mensuales a los Monumentos que recuerden los Próceres de la Guerra Magna, con el fin de despertar en los niños el amor a la Patria y a sus Héroes”.13 Actualmente no existen estas marchas patrióticas, pero sí parece que fueron costumbre hasta mediados del siglo XX. ¿Hasta cuándo exactamente estuvieron vigentes y por qué desaparecieron? Interesante proyecto de investigación de carácter global, pues estas historias de heroización y de patriotismo pueden conectarse desde muchas partes del mundo. Alguna vez iba caminando en la ciudad de El Cairo en Egipto y me topé en uno de sus parques con una escultura de Simón Bolívar. Cada intervención urbana de éstas debe tener detrás al menos un fondo de archivos jurídicos y periodísticos. La oficialización y la ritualización de visitas a monumentos se codificaba de manera precisa, lo que implicaba la elaboración de representaciones mentales por parte de legisladores, de críticos, de periodistas y demás comentaristas. Veamos por ejemplo lo que prescribe la resolución que venimos presentando, y así podemos comprender mejor cómo se construyen representaciones de las independencias: “Dichas peregrinaciones se verificarán el último sábado de cada mes, terminadas las tareas de la mañana, y después de una corta conferencia patriótica que darán los maestros a los alumnos sobre pasajes de la guerra de nuestra Independencia”.14 4. Expresiones literarias e independencias. Las investigaciones de las cuales ha surgido este texto han estado también revisando los diversos himnos creados en Colombia, textos literarios Gobernación de Antioquia, Resolución N° 38 de 18 de octubre de 1927, Medellín. Ibid.

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que merecen una mirada más detenida desde la investigación histórica, puesto que allí se plasman numerosos adjetivos con los cuales se valoran y se califican los actos fundacionales de la institución, de la ciudad, de la región o del país a quien se dedica un himno. Los procesos de independencia política y las revoluciones sociales son normalmente los momentos fundacionales por excelencia de los tiempos modernos. En general, cada pueblo, cada nueva organización política tiene el hábito de hacer un himno, las universidades, los colegios, las asociaciones y, obviamente, cada departamento colombiano tiene un himno donde es posible rastrear estereotipos de las representaciones culturales de las independencias en el ámbito del antiguo Virreinato de la Nueva Granada. Por ello la resolución que obligaba a los maestros a llevar a los niños y a los jóvenes estudiantes de los colegios colombianos a visitar los monumentos a los héroes proponía en su artículo 3 que “en las poblaciones en donde no haya monumentos históricos conmemorativos de la guerra de emancipación, el acto consistirá en una reunión general de toda la escuela para cantar el Himno Nacional y otros”.15 Es muy probable que entre esos otros himnos ya se hubiese empezado a perfilar El canto del antioqueño, el poema de Epifanio Mejía que dio origen al actual himno de Antioquia, y estuviesen presentes estrofas poéticas que alaban la libertad, la emancipación, y condenan los “déspotas tiranos”. Aunque la ordenanza que oficializó el Himno de Antioquia es de 1962, años atrás, desde comienzos del siglo XX, ya se venía cantando en diferentes medios, después de que en 1916 el músico y compositor Gonzalo Vidal (1863-1946) escribiera las partituras para la letra del poeta.16 Como dice la resolución del Departamento de Antioquia, se trataba de “hacer recitar a los niños composiciones históricas, hacer lecturas de acontecimientos de nuestra guerra de independencia, con el fin de mantener vivo en los educandos el recuerdo de la sangre derramada por la libertad”.17 Ibid. Duque, Ellie Anne. “Gonzalo Vidal (1863-1946). Compositor colombiano. Reseña biográfica”, sitio web: Biblioteca Virtual del Banco de la República, disponible en: http:// www.banrepcultural.org/blaavirtual/musica/blaaaudio2/compo/vidalfin/indice.htm, consulta: 15 de junio de 2013. 17 Gobernación de Antioquia, Resolución N° 38 de 18 de octubre de 1927, Medellín. 15 16

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Imagen 11. Portada y contraportadas del libro que recogió las actividades celebrativas del centenario de la independencia de Colombia.

Cuando se celebraba en 1910 el centenario de la mal llamada “independencia de Colombia” (el 20 de julio de 1810 no se habló de independencia de España y mucho menos en la famosa Acta del Cabildo Extraordinario de Santafé, actual Bogotá), también se hicieron una gran cantidad de acciones artísticas y literarias. Se llevaban a cabo de forma paralela, y en ocasiones se combinaban de tal forma, que artistas, poetas y políticos trabajan mancomunadamente en esta fábrica de representaciones mentales. Veamos un ejemplo que proviene del texto Primer centenario de la independencia de Colombia, 1810-1910, publicado en 1911 (ver imagen 11). Este caso estuvo construido, como muchos otros, conjugando inauguración de esculturas y de bustos, con declaraciones y con discursos hechos por políticos y con la lectura de poemas. En este caso una niña, -Cecilia Del Valle, nieta de la poetisa Agripina Montes del Valle (1844-1915)- “recitó con gran corrección el siguiente romance”; señalo el párrafo en el que Montes del Valle pone en boca de Policarpa Salavarrieta lo siguiente:

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“Yo sabré lavar con sangre La rebelión atrevida Que contra el monarca intenta Esta raza ingrata”.18

Sin quitarle méritos literarios al poema, es importante preguntarse si Policarpa hubiese pronunciado la palabra “raza”, una noción que no circulaba frecuentemente en el instrumental mental de la gente de comienzos del siglo XIX en Nueva Granada. Es probable que hubiese hablado de casta o de pueblo; el concepto es más bien anacrónico en boca de Policarpa Salavarrieta. Lo que sí podría asegurarse es que la noción “raza” era ya común al vocabulario de la poetisa Agripina Montes del Valle (1844-1915), quien escribe su poema en los tiempos en los cuales la reflexión racial para explicar la historia de la humanidad era frecuente. Ahora bien, las representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia no sólo se produjeron en el centenario nacional o en el regional. Como en muchas otras partes, en Antioquia los principales sujetos heroizados han tenido múltiples celebraciones, en particular durante las fechas de sus aniversarios de nacimiento y de muerte. Así sucedió con los cien años del natalicio de José María Córdova (1799-1829), un personaje altamente valorado en la historiografía de la región, cuando se creó especialmente un periódico, El Centenario, para honrar al destacado militar de las luchas de las independencias hispanoamericanas. Allí se publicó un poema en 1898, un año antes de la celebración, y en él se supone que, si alguna vez llegásemos a tener de nuevo el aciago momento de combatir con pueblos extranjeros, basta que “miremos la figura inimitable del héroe”. La heroización finalmente es tanta que es imposible imitarlo en las acciones, pero es posible contemplarlo en la adulación. El héroe se vuelve inalcanzable. Sin embargo, es factible recordar, para conseguir valor, “su vida amparada por la fama, por el genio y por la gloria”. Señalo la palabra “amparada” porque significa la dinámica por medio de la cual se construyen estos próceres o estos héroes, de tal forma que es un riesgo contradecir su prestigio y su vida intachable. Se constituye una protección, un velo que Marroquín, Lorenzo; Samper Uribe, Silvestre y Isaza, Emiliano. Primer centenario de la independencia de Colombia, 1810-1910. Bogotá: Escuela Tipográfica Salesiana, 1911.

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se tiende sobre él para evitar cualquier reflexión que pueda afectar la vida imponderable del “mártir de El Santuario”.19 En estos días discutía con un colega porque en un texto suyo menciona “el asesinato de José María Córdova”; llamé la atención sobre esto y dije: ¿Por qué llamarlo asesinato? Se dice que estaba herido y que ya no estaba combatiendo y le dieron muerte fuera de batalla. El caso es que era un hombre que estaba hostigando y oponiéndose a un régimen oficial, y era perfectamente normal que muriera en una batalla, o en una guerra, o en su persecución. Era un hombre que justamente por su valentía y por su desobediencia no podía dejarse vivo en el contexto mental de los gobernantes de comienzos del siglo XIX. Lo importante es el cuidado que debe tenerse con los adjetivos en particular y con el uso de las palabras en general. En este caso deberíamos poner entre comillas la expresión “el asesinato de Córdova”. Algunos años después, en 1913, se publicó otro poema en El Colombiano, periódico recién fundado por las élites conservadoras de Medellín. Hace cien años el poema estaba dedicado a Antioquia, cuando celebraba su centenario de independencia y a la vez construía representaciones mentales: “Antioquia se alzó gallarda a conquistar su fuero, La Independencia de la Patria amada a los tiranos baldonó sagrada”

Versos que hacen pensar en la teoría de la “guerra justa” o en la sacralización de la región y de su historia. Nada más justificado y legitimado que una acción o una institución protegida por “La Providencia”, que un pueblo que dice de sí mismo, a través de algunos de sus intelectuales: “Hoy, tu raza viril crece y se expande y en la lid del trabajo es la primera ¡Salve Antioquia feliz! Dos veces grande”

Periódico El Centenario. Rionegro, 1898.

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Se trata en consecuencia del recurso y de la estrategia de legitimación de “el progreso”, “la civilización” y “la raza” por medio de representaciones literarias.

Imagen 12. Portada de la dedicatoria de la revista Alpha y de la Academia Antioqueña de Historia en 1910 con motivo del centenario de la “independencia de Colombia”.

Por último, un documento que se produjo en Medellín en 1910, porque simultáneamente se estaban realizando celebraciones en diferentes lugares de Colombia ante la fecha clásica de la “independencia nacional”. En la revista Alfa, un impreso bastante importante a comienzos del siglo XX en 416

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Medellín, se consagró un número especialmente “a la memoria de los antioqueños que identificaron sus nombres con los ideales de Independencia y Libertad”.20 Los textos que componen este número especial son bastante ricos en la construcción de representaciones al estilo del poema anterior. Pero veamos otros documentos con los que se ha estructurado una manera de conmemorar el pasado.

5. La construcción de un lenguaje celebrativo y conmemorativo en Antioquia. Este apartado tiene que ver más directamente con las fuentes y con las celebraciones como estrategias de legitimación en el caso de Antioquia. Miremos algunos aspectos. En primer lugar, a esto que he venido presentando lo he denominado “lenguaje conmemorativo”, es decir, la construcción de una gramática de la celebración, de una gramática y de una sintaxis de la conmemoración, en las cuales no solamente están los aspectos historiográficos, artísticos y literarios señalados atrás, sino también otro gran conjunto de documentos que participan en las efemérides independentistas, como son leyes, decretos, reseñas, periódicos, discursos, proclamas, informes, cronogramas de celebración y concursos variados, entre otros.21 Veamos, en primer lugar, algunos textos provenientes de la historiografía, en particular éste de Francisco Duque Betancur, un texto que se ganó también un premio cuando se celebraban ciento cincuenta años de la independencia de Antioquia, en 1963. Allí, en ese texto se menciona lo que se celebra actualmente: el “Acto de Absoluta Independencia de Antioquia”. Pienso que ahí hay una pista que vale la pena profundizar mejor, pues el documento no se llama “Acta de Independencia”, sino “Acto”. Porque el “Acto” era un ritual, producía un documento escrito que tenía carácter jurídico y legal, y al mismo tiempo imponía una serie de acciones, y de Alpha. Medellín, año V, núm. 56, 1910. En relación con los juegos florales y las representaciones de las independencias, véase la publicación de Escobar Villegas, Juan Camilo y Maya Salazar, Adolfo León. “Batallas líricas. Los juegos florales y las independencias en Iberoamérica”. En: Eduardo Domínguez, Todos Somos Historia, tomo 1: Unión, Rebeldía, Integración. Medellín: Universidad de Antioquia, 2010, pp. 47-57. 20 21

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cía así: “Que a virtud de esta abjuración se haga por toda la República el juramento de absoluta independencia a que han venido por esta saludable y santa alteración”. Estamos hablando de la República de Antioquia, es importante que no se confunda, porque República de Colombia no existía en ese momento. El texto bicentenario continúa: “Y manda a los Tribunales, Corporaciones de todas clases, jueces y demás ciudadanos de ella a que pasen a prestarlo el próximo día veinte y quatro de agosto, en los lugares y ante quienes se dirá por Reglamento separado”. Se escribió después un reglamento que existe actualmente en el Archivo Histórico de Antioquia. Allí se dice cómo debía llevarse a cabo este acto ritual para jurar la absoluta independencia, so “pena de ser desterrados los que se negasen a este acto, y condenados a muerte los que desaprobándolo trastornasen el orden social”.22 Obviamente, realizar este acto de juramento a la absoluta independencia también era una estrategia política para reconocer entre la población a los “monarquistas”. Señalo aquí de manera rápida algunos textos escritos desde finales del siglo pasado hasta la actualidad y que han marcado la narrativa histórica sobre Antioquia: Manuel Uribe Ángel, 1887; Álvaro Restrepo Eusse,1903; José María Restrepo Sáenz, 1931; Francisco Duque Betancur, 1968; Roger Brew, 1977; Martín Alonso Mena Restrepo, 1984; Jorge Orlando Melo, 1988; Roberto Cadavid Misas, 1996; y Patricia Londoño, 2001, una historia hecha bajo unos criterios nuevos porque es una construcción de una historia para niños, en caricatura. Aunque agrupados por su temática, deben separarse al menos por la formación profesional de los autores. Brew, Melo y Londoño provienen de una educación universitaria como historiadores, mientras que los demás lo han hecho por otras vías. Siguiendo el hilo conductor de nuestro texto, digamos que la Historia de Antioquia de Francisco Duque Betancur es un largo compendio de datos y una obra premiada por la Asamblea Departamental “con ocasión de celebrarse el sesquicentenario de la proclamación de la independencia absoluta del Departamento”. Ahora bien, el libro posee un prólogo de Nicolás Gobierno de la República Libre e Independiente de Antioquia, “Acto de Absoluta Independencia de Antioquia”. En: Duque Betancur, Francisco. Historia del departamento de Antioquia. Medellín: Albon, 1968, p. 450.

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Gaviria Echavarría (1898-1984), hombre de letras y autor de varios textos escolares de historia, en el cual se asegura que el libro de Duque Betancur es importante “porque destaca los hechos trascendentales de nuestra historia, los trata con el profundo amor por Antioquia que respira toda la obra, saca de ellos provechosas lecciones para el presente y lo porvenir, exalta los valores del espíritu, logrando de esta manera que la disciplina histórica cumpla con uno de sus valores esenciales, el de ser ‘maestra de la vida’”.23 Me llama la atención porque Nietzsche, en las Consideraciones intempestivas, tiene un texto que piensa la narrativa histórica en esa misma dirección: “De la utilidad y los inconvenientes de los estudios históricos para la vida”, pero además porque, no solamente está este aspecto utilitario que, tal vez, podríamos seguir hoy en día, sino también porque está la posibilidad de ser historiador teniendo, al mismo tiempo, un profundo amor por su objeto de estudio. En otras palabras, se trata de la lucha permanente que hacemos con el oficio cuando nuestro objeto de estudio se va volviendo amoroso. Preguntemos en consecuencia: ¿Qué repercusiones tiene sobre la posible objetividad de nuestros análisis? Los periódicos privados y oficiales participaban en la multiplicación de representaciones con las cuales se legitimaban los ideales “progresistas”, “civilizados” y “raciales”. Tal fue el caso del periódico El Oasis. Publicado en Medellín en 1869, y ante la cercanía del 20 de julio, pide “celebrar de manera digna y civilizada” y como “una gran muestra de agradecimiento a los próceres de la independencia” la efeméride que ya se había constituido en la fecha fundacional de la república colombiana.24 Por su parte, Medellín. Gaceta Departamental, periódico oficial, pública la Ley 42 de 1909 del Gobierno nacional donde se pide que los actos conmemorativos del 20 de julio de 1910 comprendan también a los que “sufren condenas en las cárceles”.25 Decisión interesante porque muestra el esfuerzo por llevar los sentimientos patrióticos y de identidad nacional a todos los lugares, por edificar una política de construcción de país y de nación, y de sensibilida Ibid., p. II.

23

El Oasis, periódico literario. Medellín, núm. 29, julio 17 de 1869.

24

Gobierno municipal. Medellín. Gaceta Departamental. Medellín, núm. 104, diciembre 6 de 1909. 25

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des colectivas, inclusive en estas personas que están privadas de libertad en las prisiones colombianas. En Antioquia. Gaceta Departamental, otra ley nacional, la 18 de 1910, declaró seis días de fiesta nacional para celebrar el centenario de 1910. En medio del apogeo del desarrollo industrial y capitalista, el fervor celebrativo y conmemorativo tuvo la fuerza para detener los ritmos del trabajo por una semana. Esto no pasó en el 2010, pero se hicieron otras acciones que agregan al lenguaje conmemorativo nuevos acentos: seminarios, congresos, debates, reuniones, exposiciones artísticas, programas televisivos y publicaciones que han buscado resaltar el papel de otros actores diferentes de las élites dirigentes en los procesos independentistas del siglo XIX, sin dejar de lanzar fuegos artificiales, abrir la urna centenaria de 1910, realizar desfiles militares, ofrecer plegarias y rituales católicos, promover conciertos y recitales, izar banderas y brindar en cocteles en diferentes partes del mundo, e inventar alegorías electrónicas como lo hizo el famoso buscador Google el 20 de julio de 2010. Las celebraciones se multiplican cuando se trata de la gente que vive fuera de sus territorios de origen; así, por ejemplo, lo hizo un grupo de antioqueños y de simpatizantes del centenario de la independencia de Antioquia, cuando en Bogotá organizaron el 8 de agosto de 1913 una detallada agenda para celebrarla. Con la dirección del médico, ensayista y político Luis López de Mesa, “se hizo una colocación por estudiantes antioqueños de una medalla de bronce, obra de F. A. Cano, del ilustre prócer y hombre de Estado don José Manuel Retrepo, en la casa en que vivió y murió; se efectuó una presentación por el cuerpo de abogados antioqueños de un retrato al óleo de don José Félix de Restrepo, modelo de jueces y secretario del dictador del Corral, iniciadores oficiales ambos de la libertad de los esclavos; se ofreció un almuerzo para todos los presos del panóptico, dado generosamente por una distinguida señora antioqueña; se inauguró la luz eléctrica en el hospital militar de Marly; se dio una función por los empresarios del Cinematógrafo Universal de películas del señor Gonzalo Mejía”; llama la atención este adjetivo “universal”, parece interesante que desde acá se pretenda universalizar una práctica, en este caso una práctica artística; como buenos representantes de una república católica se ejecutó también el tradicional Te Deum en la Basílica menor, con asistencia de los altos poderes eclesiástico, legislativo, ejecutivo y judicial, el cuerpo diplomático 420

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y el cuerpo consular, práctica que normalmente iba acompañada de una “misa campal” o de una representación social que se mundializa gracias a la asistencia de los cónsules y de los embajadores invitados; se puso la primera piedra del monumento del general José María Córdova, con las palabras del señor doctor Antonio José (Ñito) Restrepo; se entregó una alegoría de bronce, obra del artista Cano, a la Municipalidad de Bogotá en nombre de los antioqueños residentes en la capital; finalmente, como función de gala, se hizo una velada literaria en el teatro Colón, organizada por la comisión de señoras y por la Academia de la poesía colombiana.26 Ese es el lenguaje conmemorativo, la gramática de las celebraciones, esos son los elementos sintácticos de una estructura no sólo festiva sino también de poder político, cultural y social que normaliza un proyecto de nación construido por las élites decimonónicas que gobernaban a Colombia iniciando el siglo XX. Intelectuales y hombres de estado trabajando al unísono y tejiendo representaciones mentales sobre el pasado colombiano. En la misma línea de los documentos anteriores, hago breve referencia a otros más que están produciéndose a partir de gestos conmemorativos. Un periódico dedicado exclusivamente a Simón Bolívar, en Medellín, el 20 de julio de 1910. Un programa para la celebración del 7 de agosto, en Medellín, en 1919; llamo la atención acá alrededor de las personas que están vinculadas: la Comisión de Fiestas Patrias, el director de Educación Pública, el Alcalde Mayor, el presidente de la Sociedad de Mejoras Públicas, el presidente de la Academia Antioqueña de Historia, el representante de la Curia, el comandante de la Cuarta Brigada, representantes de la prensa y el presidente del cuadro de honor de la Sociedad de Mejoras Públicas y un conjunto de miembros de las élites, encargados de realizar dichos actos celebrativos.

El Colombiano. Medellín, agosto 8 de 1913.

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Imagen 13. Portada del libro que reúne documentos relacionados con la celebración de los 150 años de la independencia de Antioquia, 1963.

El libro (ver imagen 13) publicado con ocasión de las celebraciones sesquicentenarias de la independencia de Antioquia (1813–1963) muestra que las Rentas Departamentales de Antioquia se asociaron “a la conmemoración de la Independencia del Pueblo Antioqueño” para que “el recuerdo de esta fecha gloriosa nos haga comprender que la Patria que nos legaron los mayores, debemos entregarla a nuestros hijos sobre el camino del progreso”.27 De nuevo la palabra “progreso”, un ideal anclado en la mente de estos festejos en la segunda mitad del siglo XX, justo cuando en muchas otras partes del mundo ya se dudaba de aquel ideal capaz de producir dos guerras mundiales y la contaminación masiva del planeta. La Alcaldía Mayor de Bogotá, igualmente, celebra y comenta que Antioquia es un “gran departamento”, “preciosa joya de la Patria Colombia-

Gobernación de Antioquia. Álbum de oro de la independencia de Antioquia: sesquicentenario de su emancipación. Medellín: Gamma, 1963.

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na”.28 Una manera más de construir y de reforzar los exaltados imaginarios de identidad que tanto se han afirmado en esta región. Sobresale en estas declaraciones la forma como una institución norteamericana utiliza palabras identitarias que han estado circulando más allá de las fronteras colombianas, permitiéndonos sospechar que las mismas élites intelectuales se encargaron de mundializar, o por lo menos de hacer circular intercontinentalmente –en este caso entre Europa y América–, lo que pensaban de sí mismos. Se expresan felicitaciones “al hidalgo pueblo antioqueño, cuya raza procera ha forjado el porvenir de Colombia”.29 Son palabras que usa la Texas Petroleum y que se hallan unas páginas antes de donde aparece un documento en el que se exalta y se legitima una ideología: el Himno de la Raza, de Jorge Robledo Ortiz. Allí, no solamente se escribe el poema, sino que también se musicaliza y se presenta públicamente (ver imagen 13). Finalicemos con un documento muy potente en la edificación de representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Se trata de la conferencia que dio Tulio Ospina Vásquez (18571921), en 1913, en la “Academia de Historia Antioqueña.30 Se realizó en la sesión celebrada en Medellín conjuntamente por las Academias de Historia, Jurisprudencia y Medicina”. Veamos que es interesante la presencia de estas tres academias para conmemorar el centenario de la independencia de Antioquia. Lo que llama la atención, en primer lugar, es que la conferencia fue publicada en 1915, en el Boletín de Historia y Antigüedades, en Bogotá (ver imagen 14). Fue también publicada en el Repertorio Histórico de la Academia Antioqueña de Historia, en varias ocasiones. Primero, recién dado el discurso (en 1913), luego en 1942 y después en 1988, cuatro publicaciones que hacen de este documento un texto canónico sobre lo que representa la independencia de Antioquia según el prestigioso intelectual Tulio Ospina. En ella hay una serie de conceptos y de pronunciamientos con los que se piensa esta independencia política: “Naturaleza”, “Destino” y “Providencia”. Ibid. Ibíd. 30 Este es un cambio en el nombre que ha tenido la institución, ahora se llama Academia Antioqueña de Historia. 28 29

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Imagen 14. Tulio Ospina Vásquez, “Conferencia” en el centenario de la independencia de Antioquia, Medellín, 1913. Publicada en el Boletín de Historia y Antigüedades, de la Academia Nacional de Historia, hoy Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 1915.

Las citas que siguen provienen de la publicación de 1915 en el Boletín de Historia y Antigüedades. Dice Tulio Ospina que antes de la Conquista la gente de Antioquia estaba compuesta por “tribus bárbaras y de valor indomable”, que durante la Colonia era una “Provincia pobre y despoblada [que] mayores rentas producía al Virreinato [y] se la oprimía con gravámenes especiales so pretexto de ser ‘tierra de oro’”; en otros términos, era una forma de ir justificando la oposición que se podía hacer al orden central. Pero en la época de las luchas por la independencia, esta gente empezó a reaccionar de otra manera: “en su poquedad, en su pobreza y desdicha, poseídos de idiotismo, profundamente religiosos, sin una teoría filosófica o política, con hábitos de tranquila sumisión, fueron capaces de arrostrar 424

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tan inesperada situación”, parecía que algo poseían en su naturaleza, pues, agrega Tulio Ospina que “había en el carácter de esos pobres humildes montañeses una nota dominante, altiva dignidad y celosa independencia, [que les permitió pasar] de una arcadia feliz a un pueblo de guerreros incansables, primer efecto glorioso y sorprendente de los acontecimientos que hoy conmemoramos”. Es decir, los procesos de independencia produjeron una transformación en una sociedad, en una población, que posibilitó expresar su esencia, su natural constitución, su “raza”. Ya libres de la dominación española, reflexiona Ospina Vásquez, “aquellos novísimos revolucionarios, a la vez que consignaban en la ley todos los derechos del hombre, recientemente proclamados por la Revolución Francesa, ponían expresamente al Estado bajo la protección de la Inmaculada Concepción y principiaban todas sus sesiones cantando, prosternados, el Himno Veni Creator”. Es interesante la anotación del conferencista pues resalta algo que a veces olvidamos: aquella mezcla entre republicanos, liberales, y al mismo tiempo gente cristiana tradicional y conservadora. Ahora bien, sigue argumentando el conferenciante que “los rústicos y tímidos montañeses que os hice conocer, embriagados ya con el goce de la ciudadanía, se levantaron como leones enfurecidos para defender sus fueros y derechos. (…) Antioquia se convierte en semillero inagotable de soldados, (…) bien puede asegurarse que no hubo en la Guerra Magna un solo campo de batalla donde los antioqueños no derramasen su sangre en defensa de la Independencia Nacional”. Se trata de una manera de construir grandeza y de justificar un proyecto racial, pues punto seguido el señor Tulio Ospina no titubea: “Quiero aprovechar la ocasión de estar aquí presentes vosotros, los ilustrados representantes de todas las secciones del país” (no había solamente gente de Antioquia, parece que allí había otros invitados que venían de otros departamentos) “para daros a conocer en su constitución íntima esa raza, exponiendo la génesis de sus rasgos característicos, a fin de que una vez por todas se le perdone su originalidad étnica, al ver que es el fruto de circunstancias forzosas”. En otras palabras, no es posible oponerse a la naturaleza, a la historia ni al destino. Recordemos la idea de “destino manifiesto”, doctrina política de un imperio contemporáneo. Los legados genéticos no pueden evitarse,

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y en ellos vienen no sólo el color de la piel sino también las capacidades intelectuales y morales. Por ello Tulio Ospina asegura que existe una “raza superior” en Antioquia, así como lo había dicho Libardo López (18701959) en su reciente publicación (1910) denominada La raza antioqueña. En todo caso, la estrategia intelectual es interesante, y al mismo tiempo atrevida, pues dice enseguida (en cuanto a los indios de Antioquia) que “los que habitaban las cordilleras central y occidental de Colombia en la parte perteneciente a los departamentos antioqueños y al del Valle, no eran de raza mongólica sino blancos, de los que Quatrefages llama halófilos,31 por eso nuestra población indígena, al cruzarse con los colonos vascos que tenían, a su vez mucho de halófilos, no produjeron los tipos anómalos y desequilibrados que tales mezclas suelen engendrar”.32 Es una suerte entonces que esta población tuviese en sus orígenes no solamente vascos europeos sino indios blancos. Para afirmar mejor y evitar cualquier cuestionamiento, el señor Ospina Vásquez acude a otra autoridad: cita a un cronista extranjero, el señor Ernst Rothlisberger, quien escribió El Dorado. En ese libro, citado por el conferenciante, el europeo dice lo siguiente: “El Estado de Antioquia posee la raza más vigorosa, más perseverante y hermosa, la cual por leyes sociológicas ejercerá con el tiempo una especie de hegemonía sobre las otras ramas, (…) es el yanqui de estas comarcas”. Un ejemplo más de cómo las élites intelectuales habían ido logrando posicionar el concepto “raza antioqueña”, inclusive entre los intelectuales extranjeros. Del anterior conjunto de documentos es posible, además, extraer una serie de afirmaciones que representan lo que se puede llamar “una lucha de primacías”, común en las estrategias de glorificación de un pueblo. En efecto, es muy frecuente leer en dichos documentos que en Antioquia ocurrieron por primera vez acontecimientos históricos, a veces con dosis de certeza, pero al mismo tiempo de ficción. Veamos algunos ejemplos: primera fundación de América: San Sebastián de Urabá; primera ciudad Tulio Ospina era un lector de Jean Louis Armand de Quatrefages (1810-1892), quien fue director de la Sociedad de Antropología de París. 32 Recordemos que uno de los creadores del supuesto origen vasco de los antioqueños es Tulio Ospina. 31

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episcopal de América: Santa María La Antigua del Darién; primer matrimonio mestizo legítimo en América: Julián Gutiérrez e Isabel Del Corral; primera liberación de esclavos: Javiera Londoño; primeros en proclamar las palabras “igualdad” y “fraternidad”: dice Nicolás Gaviria que en Antioquia se proclamaron estas palabras antes que en Francia; primera ley de libertad de partos; primeros en lograr crédito externo. No solamente se glorifica “el progreso”, un modelo de “civilización” y la idea de “raza”; se insiste, además, en que el departamento de Antioquia es primero en muchos aspectos, lo que es una manera más de incrementar la idea de poseer una población con una “raza superior”. Cuatro conclusiones y una pregunta. En primer lugar, las independencias y las revoluciones se prolongan y se reinventan en sus conmemoraciones. Pensar que el asunto de la independencia termina en 1819 ó en 1824 es una manera de cortar una permanente construcción del pasado. Se trata de pensar cómo desde el presente estamos construyendo el pasado a través de estas acciones, no solamente celebrativas y conmemorativas, sino también narrativas: conferencias y libros de historia. Segunda conclusión: los idiomas republicanos, liberales y conservadores, nutren las representaciones de las independencias. Vimos, a través de algunos ejemplos y de estos cronogramas para celebrar, cómo simultáneamente se conjugaban idiomas que uno podría denominar con estos adjetivos: “liberales” y “conservadores”. Una tercera conclusión: los documentos permiten pensar que hay una mundialización de las ideas ilustradas independentistas y republicanas, lo que podría demostrarse, sobre todo con la presencia de Bolívar en otros continentes. Son conocidos los textos y la forma como los líderes de las luchas de independencia y de liberación en África y en Asia pusieron a Bolívar como modelo para alentar estas luchas. Cuarta conclusión: se trata de luchas narrativas para legitimar proyectos y primacías locales, regionales y nacionales, como “razas”, “fundaciones” o “proclamaciones”. Lo que es interesante seguir es esta tensión que se produce entre las diferentes narraciones. La exposición que ha organizado el Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”.

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Museo de Antioquia a partir del 12 de junio de 2013, llamada Antioquias. Diversidad e imaginarios de identidad, se encuentra en esta postura crítica y reflexiva. En ella se han expuesto algunos de los imaginarios de identidad que se han construido en Antioquia desde la época de la independencia, y una serie de trazos de diversidad, tratando de presentar –ante todo– esa tensión permanente entre unas definiciones que quieren homogenizar y otras que se esfuerzan por hacerse visibles. Ahora, ¿cómo y qué celebrar, conmemorar o pensar en estos largos homenajes a los doscientos años de independencia? La pregunta es pertinente porque seguramente estaremos asistiendo a muchas más celebraciones: la reconquista de Pablo Morillo, las batallas finales, los reconocimientos internacionales a los nuevos estados iberoamericanos independientes, las constituciones políticas, etc. Terminemos con algunas palabras del lingüista e historiador TzvetanTodorov: “Mientras la historia hace el pasado más complicado, celebrar lo hace más simple, porque busca casi siempre darnos los héroes para adorar y los enemigos para detestar. (…) La celebración adapta el pasado a las necesidades del presente”.33 Una reflexión de Todorov en torno de los usos de la memoria; él ha producido escritos muy importantes e interesantes sobre ese asunto que es primordial estudiar en estos tiempos para rememorar.

Todorov, Tzvetan. Hope and Memory. Lessons from the Twentieth Century, New Jersey, 2000, p. 133.

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Fuentes y bibliografía Alpha. Medellín, año V, núm. 56, 1910. Antioquia: geografía, historia, cívica, urbanidad. Medellín, Cali, Bogotá: Ediciones Tom, 1970. Boletín de Historia y Antigüedades. Bogotá: Imprenta Nacional, No. 64, septiembre, 1910. Castro, Alfonso. “Impresiones”. En: Alpha, Medellín, año V, núm. 56, 1910. Duque, Ellie Anne. “Gonzalo Vidal (1863-1946). Compositor colombiano. Reseña biográfica”. Sitio web: Biblioteca Virtual del Banco de la República. Disponible en: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/musica/blaaaudio2/compo/vidalfin/indice.htm, consulta: 15 de junio de 2013. El Centenario. Rionegro, 1898. El Colombiano. Medellín, 8 de agosto de 1913. El Oasis, periódico literario. Medellín, núm. 29, 17 de julio de 1869. Escobar Villegas, Juan Camilo y Maya Salazar, Adolfo León. “Batallas líricas. Los juegos florales y las independencias en Iberoamérica”. En: Todos Somos Historia, tomo 1: Unión, Rebeldía, Integración, Medellín, Universidad de Antioquia, 2010, pp. 47-57. Escobar, Juan Camilo; De Mojica, Sarah y Maya, Adolfo León (editores). Conmemoraciones y crisis. Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada, Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2012. Gobernación de Antioquia. Álbum de oro de la independencia de Antioquia: sesquicentenario de su emancipación. Medellín: Gamma, 1963. Gobernación de Antioquia, Resolución N° 38 de 18 de octubre de 1927, Medellín. Gobierno de la República Libre e Independiente de Antioquia. “Acto de Absoluta Independencia de Antioquia”. En: Duque Betancur, Francisco. Historia del departamento de Antioquia. Medellín: Albón, 1968. Gobierno municipal. Medellín. Gaceta Departamental. Medellín, núm. 104, 6 de diciembre de 1909. Gómez, Efe. “Viendo fundir el busto de Girardot”. En: Alpha. Medellín, año VI, núm. 61-62, 1911. Gutiérrez Villegas, Javier. Antioquia. Su geografía y su historia. Medellín: Voluntad, 1967.

Representaciones sociales, políticas y culturales de la independencia de Antioquia. Una estrategia para glorificar “el progreso”, “la civilización” y “la raza”.

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H. Antonio Manuel F. S. C. Antioquia. Su historia y su geografía. Medellín: Bedout, 1962 Marroquín, Lorenzo; Samper Uribe, Silvestre e Isaza, Emiliano. Primer centenario de la independencia de Colombia, 1810-1910. Bogotá: Escuela Tipográfica Salesiana, 1911. Monsivaís, Carlos. “Imágenes de la ciudad. ‘¿Cómo se llamaba el que fundó la Patria?’”. En: Escobar, Juan Camilo; de Mojica, Sarah y Maya, Adolfo León (editores). Conmemoraciones y crisis. Procesos independentistas en Iberoamérica y la Nueva Granada, Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2012. Todorov, Tzvetan. Hope and Memory. Lessons from the Twentieth Century. New Jersey, 2000, p. 133. Wikipedia. Disponible en: http://es.wikipedia.org/wiki/Escudo_de_Antioquia, consulta: abril 10 de 2013.

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La música en tiempos de la Independencia. A caballo entre dos eras Luis Carlos Rodríguez Álvarez1 Sabido es que la música, lo mismo que un aroma querido y olvidado, tiene la virtud de llevarnos súbitamente a otro tiempo y a otro lugar. Humberto Barrera Orrego

A manera de introducción: Los nuevos enfoques a música, tal como se ha hecho con otros temas académicos, se convierte hoy en un objeto de investigación que abre una nueva perspectiva de estudio, permitiendo un importante avance en la historiografía nuestra, y sobre el cual se hace necesaria una mayor reflexión en lo metodológico, conceptual y teórico. Este artículo pretende contextualizar nuestros previos aportes al tema,2 con nuevas teorías, orientaciones y

L

El autor agradece profundamente al profesor Humberto Barrera Orrego por su permanente estímulo, constante ayuda y amable consejo en la elaboración de este artículo. 2 Rodríguez Álvarez, Luis Carlos. “Primer movimiento. La independencia de Antioquia (Andante in tempo di marcia)”, Músicas para una región y una ciudad: Antioquia y Medellín, 1810-1865. Aproximaciones a algunos momentos y personajes, Mención Especial del Premio IDEA a la Investigación Histórica de Antioquia 2006, X Versión, Medellín, Instituto para el Desarrollo de Antioquia - IDEA, diciembre 2007. Conferencia “La música de la independencia y primeros tiempos republicanos”, en el ciclo Los procesos de independencia: ideas, actores y conflictos, Cátedra Luis Antonio Restrepo, Auditorio Torre de la Memoria, Biblioteca Pública Piloto, 9 octubre 2009. “Escuchemos nuestro pasado. La música en la época de la independencia y en los primeros tiempos republicanos”, en Eduardo Domínguez Gómez (Director Académico). Todos Somos Historia, tomo 3 “Control e Instituciones”, 2010, pp. 27-46. “Algunas notas sobre la música de la independencia y primeros tiempos republicanos en Antioquia”, Ecos de un grito, Academia Antioqueña de Historia. Medellín: L. Vieco e Hijas Ltda., 2010, pp. 311-325rr. “Un cuadernillo anónimo o la música de guitarra de mi señora doña Carmen Cayzedo”, folleto adjunto al CD Música de guitarra de mi Señora Doña Carmen Cayzedo, Julián Navarro, guitarra clásica-romántica, Bogotá, 2012. 1

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documentos, entendiendo la música como una preciosa oportunidad para describir otros aspectos, ricos e interesantes, profundos y complejos, de la revolución independentista entre los cruciales años de 1810 y 1825, en un medio como el nuestro, que en el tema específico de lo sonoro, no ha sido estudiado a fondo. Y es que las manifestaciones musicales se inscriben en el ámbito de lo que se denomina historia cultural. En el estudio de la historia hay, en la actualidad, nuevos métodos, nuevas propuestas, nuevos análisis, nuevos direcciones, nuevas consideraciones, nuevos objetos de estudio, que ofrecen, entonces, nuevos retos, nuevas interpretaciones, nuevas miradas y nuevas audiciones, replanteando las antiguas formas de historiar el período, de narrar los sucesos y las acciones de las personas, y de entender las formas de vida y las maneras de leer y asimilar los discursos. Esta nueva manera de escribir y entender la historia incluye grupos humanos diferentes a las élites participantes del proceso, y recupera las diversas manifestaciones de la cotidianidad, entre ellas las experiencias musicales y sonoras, con la intención de mostrar una situación quizás distinta a la que afirma que “la pólvora y el ruido de sables y machetes fue la música de fondo que orquestó la vida colombiana del siglo XIX”.3 Los modernos conceptos de prácticas, imaginarios, representaciones, identidades, mentalidades, ideas, símbolos, memorias, inventarios, genealogías y demás, frutos del trabajo de las recientemente establecidas escuelas de historiadores de la cultura, nos permiten avanzar en múltiples análisis que pueden hacer más productivas las investigaciones sobre el Bicentenario, ofreciendo miradas más pausadas y comprensivas a los procesos de independencia, lenguajes políticos y espacios públicos.4 Las partituras son textos, objetos de análisis hermeneúticos, y como cualquier otro documento –testamentos, libros, revistas, periódicos, volantes, boletines, impresos y manuscritos–, en su lenguaje críptico, tienen la facultad sui generis de “sonar” al descifrarse, leerse e interpretarse, Jaramillo Castillo, Carlos Eduardo. “Guerras civiles y vida cotidiana”, Castro Carvajal, Beatriz (editora). Historia de la vida cotidiana en Colombia. Bogotá: Grupo Editorial Norma, 1996, p. 291. 4 Chicangana-Bayona, Yobenj Aucardo y Ortega Martínez, Francisco Alberto (editores académicos). “Introducción”. 200 años de independencias. Las culturas políticas y sus legados. Medellín: Universidad Nacional de Colombia Sede Medellín, 2011, pp. 15-16. 3

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develando e insinuando un maravilloso complejo de valores que incluye usos, cotidianidades, gustos, costumbres, formas de población, arquetipos o modelos europeos (españoles, ingleses, italianos, franceses, germanos), ópticas para apreciar el mundo y maneras de gobernarlo, vivirlo, disfrutarlo o sufrirlo. Igual consideración merecen también las incontables descripciones, crónicas y tradiciones orales que, con relación de la música de aquellos años, refieren bundes, bailes y fiestas populares y de élites. El contexto: lo musical-histórico Poco antes de que terminara el llamado período colonial en esta región, según palabras de Manuel Uribe Ángel: Los bailes populares fueron los de la Península, si bien algunos de ellos cambiaron de nombre. Los más usados eran el fandango, el fandanguillo, las vueltas, la pisa, la caña dulce, los bundes, y otros para blancos y mestizos; porque para los negros quedaban el mapalé y el currulao. Al fin se introdujo para la gente distinguida la graciosa y decente contradanza española.5

En la segunda década del siglo XIX, España estaba viviendo aún la resaca de su propia guerra independentista contra la invasión napoleónica, la instalación de las Cortes de Cádiz, la promulgación de la Constitución de 1812, la restauración de Fernando VII… Y la música, secular, militar y religiosa, lo inundaba todo: el campo de batalla, el salón social, la calle, la plaza, el teatro, la iglesia y el recinto doméstico. Los bandos, las ceremonias cívicas y sagradas, las fiestas populares, las alegrías y las tristezas, lo patriota y lo realista, lo monárquico y lo republicano, la tiranía y la democracia, celebran con música, representan con música, imaginan con música, odian con música, aman con música… De esta manera, la música se constituye en participante activa en la conformación de la identidad nacional, por asimilación o por oposición.

Uribe Ángel, Manuel. Compendio histórico del departamento de Antioquia en la República de Colombia. Obras completas, volumen III. Medellín: Gobernación de Antioquia, 1979, pp. 271-2.

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La liberación del colonialismo español tuvo ante todo una connotación política, pero en lo cultural fue evidente la influencia de las grandes metrópolis europeas que rivalizaron con la española. En la música, Italia alcanzó la supremacía; Francia guió la literatura y sus postulados influyeron en la política, en la música y en la intelectualidad en general; Inglaterra, por su parte, tomó el liderazgo económico que después ocupó Estados Unidos.6

Es un momento clave de la historia de la música occidental. Alrededor del sonado 1810, con la desaparición de sus dos más grandes exponentes, Haydn y Mozart, y con la transformación humana y artística del maestro Beethoven, declina paulatinamente en Europa el Clasicismo, tras alcanzar los más altos logros estéticos… Es el tiempo en el que vienen al mundo algunas de las principales figuras del Romanticismo: Berlioz, Mendelsshon, Chopin, Schumann, Liszt, Wagner y Verdi. La influencia del Viejo Mundo no se hace esperar en el continente americano: no solo las ideas políticas atraviesan el océano Atlántico. Como escribe el musicólogo Gerard Béhague, En toda América Latina, las décadas segunda y tercera del siglo XIX, es decir, el período comprendido entre 1810 y 1830, marcan el comienzo de la independencia nacional, que debía tener considerable influencia en la vida musical de las nacientes naciones. Esas dos décadas fueron una época de transición gradual durante la cual el sentimiento nacionalista conformaba fundamentalmente la organización socio-política de los nuevos países. Las instituciones coloniales se mantuvieron, sin embargo, bien entrado el siglo XIX, si no en teoría, al menos en la práctica. En las artes, el concepto de nacionalismo se desarrolló solo después de promediar la centuria.7

Quedan, sin embargo, muchos aspectos que aún deben estudiarse con profundidad. Uno de ellos es la música española de ese tiempo, la otra cara de la moneda, la alteridad, para usar el término acuñado en los estudios de la postmodernidad… Otro es la presencia de las músicas, los bailes, las

Eli Rodríguez, Victoria. “Nación e identidad en las canciones y bailes criollos”, La música en Hispanoamérica. Historia de la música en España e Hispanoamérica, volumen 6 (2010), p. 97. 7 Béhague, Gerard. La música en América Latina (Una introducción). Caracas: Monte Ávila Editores, 1983, p. 145. 6

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fiestas, las danzas, las canciones y temas afines en las crónicas de los viajeros de época… Son temas que hoy día nos exhortan al estudio. Por las cartas del militar estadounidense Rensselaer van Rensselaer se sabe, por ejemplo, que hacia 1828 era muy conocida una canción popular titulada Tráigame candela, muchacho, que se cantaba y se silbaba incluso por personas de la alta sociedad.8 Francia, las bandas marciales y las canciones patrióticas Tanto los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad, como los de la canción patriótica y la moderna conformación de la banda marcial, proceden de Francia. Por eso no nos debe extrañar que haya sido un músico francés el primero que dirigió una agrupación de estas características en nuestro territorio. La importancia de formar una banda marcial en un joven estado independiente se articula en su proyecto institucional, desde el punto de vista simbólico y cultural. Aspira a formar parte de su razón de ser, de su proceso de identidad y de su pretendida lógica revolucionaria. Es definitivamente importante, por todo ello, entrenar musicalmente a las huestes patriotas. El 29 de diciembre de 1811, el presidente de la Junta Superior, Dr. José Antonio Gómez Londoño, instaló la que se considera la primera asamblea constituyente en nuestras tierras, el Serenísimo Colegio Electoral. Este congreso, que reunió diecinueve diputados de los cuatro departamentos de la provincia, estableció, aprobó y sancionó la Constitución del Estado Soberano de Antioquia.9 El dominio de España sobre la provincia de Antioquia empezó realmente a desvanecerse cuando esta primera asamblea constituyente de Antioquia, reunida en Rionegro, expidió la Constitución. Se declaró ciudadanos a todos los vecinos de poblaciones y les concedió derechos políticos y participación Rensselaer, Rensselaer van. Cartas desde la Nueva Granada (Traducción, prólogo y notas: Humberto Barrera Orrego). Medellín: Fondo Editorial Universidad Eafit - Banco de la República, 2010. 9 Botero G., Néstor. “Antioquia al iniciarse el siglo XIX, 1805-1819”, Un Siglo de Gobierno en Antioquia, 1800-1886, II. Medellín: Academia Antioqueña de Historia - Secretaría de Educación y Cultura, Colección Especial, 1990, pp. 48-49. 8

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efectiva, muy tempranamente con relación al resto de Hispanoamérica y a muchos países europeos. El derecho electoral lo reservó a los varones libres, padres o cabezas de familia que vivieran de sus rentas u ocupaciones sin pedir limosna ni depender de otro. Estableció también la separación de los tres poderes, dos cámaras legislativas por sufragio indirecto y asignó el poder ejecutivo a un presidente del Estado. De esta manera, Gómez fue confirmado como primer presidente constitucional de Antioquia. En el mes de octubre de 1811, ya posesionado el Dr. Gómez Londoño, a quien le interesó de “manera especial” la preparación de los “hombres para la carrera de las armas” (...) hizo venir al francés Lemot, quien enseñó en la ciudad de Antioquia la música de viento a algunos jóvenes que sirvieron después como cornetas en las milicias...10 Joaquín Lemot, personaje de quien no se conocen más datos, aparece en diversas fuentes con ortografía diferente (Lemot, Lamot, Lamota, Lamotte, Lamet, Lammott o Mott). A pesar de todos los esfuerzos, no se ha hallado referencia alguna para comprender su presencia en tierras antioqueñas. Ni tampoco para conocer su formación musical, académica o militar, ni su papel en el proceso político como agente cultural y social. Él mismo no dejó algún escrito o relación de su paso por Antioquia, como después sí lo dejaron otros franceses (Boussingault, Roulin, Mollien, Le Moyne, Saffray y d’Espagnat, por mencionar solamente los más conocidos). Entre 1811 y 1815, tanto en la ciudad de Antioquia, como en Rionegro y Medellín, quedaron registros de la actividad del maestro galo como formador de músicos para las bandas de los cuerpos armados del Estado, conjuntos de carácter ceremonial, de establecimiento casi siempre urbano,

Gómez Barrientos, Estanislao. “El Dr. José Antonio Gómez. Gobernador de Antioquia”, Repertorio Histórico, Academia Antioqueña de Historia. Año I, Nos. 5-8, Medellín, agosto 11 de 1913, pp. 406-411. Gómez Barrientos transcribe la cita entre comillas, sin determinar el autor original. Da a entender que la copió, pero no da luces sobre la fuente original. A su vez, los posteriores historiadores y musicógrafos, la han comentado de igual manera, citando siempre al mencionado Gómez Barrientos. Entre ellos, José María Restrepo Sáenz, Gobernadores de Antioquia. 1571-1819. Bogotá: Imprenta Nacional, 1931, tomo I, p. 296; y Duque Betancur, Francisco. Historia del Departamento de Antioquia. Medellín: Imprenta Departamental, 1967, p. 441.

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cuyo repertorio consistió muy seguramente en fanfarrias, marchas militares, toques marciales y canciones, himnos o melodías patrióticas. Por los datos hallados en los archivos de las ciudades de Antioquia, Medellín y Rionegro, Joaquín Lemot organizó y dirigió una banda de una treintena de soldados e hizo importar desde Francia tanto los instrumentos como las partituras.11 Los más antiguos documentos que aseguran la existencia de esa banda de músicos, liderada por Joaquín Lemot en tiempos de la independencia, son dos inventarios instrumentales para la agrupación. El primero, hecho en la ciudad de Rionegro, al relacionar uno a uno los instrumentos, nos orienta con exactitud sobre el tipo de formación y las posibilidades de su repertorio: con una dedicación exclusivamente ceremonial, una muy singular agrupación marcial integrada prácticamente solo por vientos. Del registro más agudo al más grave, se mencionan pífanos, flautines, flauta, clarinetes, clarín, trompa, bajón y pito, “acompañados” por una minúscula percusión (solo una pandereta): Nota de los instrumentos de música que en / virtud de orden del Exmo. Sor Gobernador ha / recaudado el Honorable ciudadano Mayor gral del / musico Joaq. Lemot, y me ha entregado en / esta fecha / Diez clarinetes utiles / Veinte y seis piezas sueltas de clarinetes / Diez flautines/ Una flauta / Un bajón / Un clarín / Una trompa / La trompa se la llevaron a Antioquia / un legajo de papeles de Musica / Una pandereta / En poder del ciudadano Manuel Bravo un clarinete / En el de Lorenzo Luna un pito del Quartel dos pífanos / Los músicos que se fueron a Antioquia llevaron / papeles, un bajon, y un clarinete nuevo / En poder del Ciudadano Juan Antonio Montoya una flauta / Rionegro Febrero 9 de 1815 – Carvajal.12

Restrepo Gallego, Beatriz. “La música culta en Antioquia”, Melo, Jorge Orlando (editor). Historia de Antioquia. Medellín: Suramericana de Seguros, 1988, p. 522. 12 Zapata Cuéncar, Heriberto. Compositores Colombianos. Medellín: Editorial Carpel, 1962, p. 9. Historia de la banda de Medellín. Medellín: Granamérica, 1971, p. 5. 11

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Una banda militar de los ejércitos de Colombia participando en las festividades públicas. Detalle de Procession du Vendredi Saint, Quito [Procesión del Viernes Santo, Quito], por Jules Boilly, grabado 27.5 x 36.5 cm. Alcide Dessalines d’Orbigny. Voyage pittoresque dans les deux Amériques: Résumé général de tous les voyages. París, L. Tenré, 1836, p. 94. Colección Banco de la República, Biblioteca Luis Ángel Arango.

El segundo documento es un registro de importación de instrumentos desde Jamaica por el puerto de Cartagena, fechado un mes después en Medellín: Para que esta comisaría tenga un conocimiento / exacto del número y clace de instrumentos de Música / remitidos de Cartagena por el c. Uruburu, y / pueda en consecuencia comparar esta nota con / la de los existentes, para solicitar / el paradero de los que faltan acompaño a V. S. / la lista adjunta. Otras dos están anexas / aun expediente. sobre la compra de armamentos / en Jamayca, que el Cno. Secretario de Gracia y / Justicia dejó en un estante de libros que tiene / en su estudio, de donde puede V.S. sacarle para formar el cuarto gral de instrumentos y ver lo que hay o se han perdido. / -Dios guarde a V.S.- / Medellín Marzo 9 de 1815 / Francisco / Ulloa – Secretario.13

Hay posteriormente otro documento, firmado en Rionegro por Emmanuel Gervais Röergas de Serviez, el famoso y brillante militar francés, después general de la Nueva Granada, que menciona el hecho de que sus músicos están estrenando instrumentos: Archivo Histórico de Rionegro. Documentos citados sin detallar fuente por Zapata Cuéncar, Compositores Colombianos, op. cit., pp. 8-9.

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Entrego a Dn Francisco Montoya quince flautas Blancas y ocho / Negras tres clarinetes tres pifanos. Y además siete / ordenanzas es de observar que los Músicos recibieron / instrumentos nuevos / Manuel Serviez.14

Joaquín Lemot fue ratificado en su cargo el 17 de marzo de 1815, en la ciudad de Antioquia, con un sueldo de $ 200 anuales, según testimonio documental que se transcribe a continuación. Tal parece que se desempeñó bien en sus funciones, a pesar de que tuvo que afrontar algunas dificultades con la preservación del instrumental: Deseoso el Gobierno de contribuir por su parte a la ilustración de los pueblos en un ramo tan importante como el de la Musica de viento que ofrece enseñar en Antioquia el Maestro Joaquin Lemot, autoriza al Cabildo de aquella Ciudad para que pueda asignarle doscientos pesos por año sobre los fondos de sus propios, sin perjuicio de sus cargas actuales, y con obligación de enseñar los Jóvenes que estipule con el mismo Cabildo, dexando a este cuerpo la inmediata vigilancia sobre el Musico para que cumpla religiosamente con el pacto, y los aprendices no pierdan el tiempo. En quanto a los instrumentos que pide el Ayuntamiento expresara lo que sean necesarios para mandarlos entregar bajo su responsabilidad a fin de que se cuide de su conservación y de que no se despedacen como los que tuvo anteriormente el Plantel de Músicos a cargo del mismo Señor. - Ulloa secretario.15

En sesión del 4 de abril de 1815, el cabildo de Antioquia aprobó lo dispuesto por el gobernador, y al día siguiente se posesionó el maestro músico, quien firma allí Joaquín Lamota.

Autógrafo de Joaquín Lamota. Libros Capitulares, Archivo Histórico de Antioquia, Tomo 650, folio 66 Íbíd., p. 9. Archivo Histórico de Antioquia, en adelante (AHA). Libros Capitulares, tomo 17, 1815-1825. Citado por Zapata Cuéncar, Compositores Colombianos, op. cit., p. 9. 14 15

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Es de lamentar que no se han encontrado otros documentos que mencionen al músico francés. Se desprende de los anteriores, eso sí, que su labor tuvo alguna repercusión local y que sus discípulos, pupilos o alumnos fueron los primeros formados para las artes musicales de la guerra en Antioquia. A pesar de la nebulosa existente sobre su persona y antecedentes, la presencia de Joaquín Lemot es, entonces, referencial en esa primera experiencia musical antioqueña, en la conformación de grupos instrumentales de lógica tradición marcial y de indiscutible influencia cultural francesa. La vinculación extranjera a las guerras de Independencia colombianas fue multifacética y la participación física en batallas militares fue sólo una pequeña parte. La guerra sería el contexto para una gran variedad de interacciones y encuentros entre personas, culturas y conceptos. Si vamos más allá de las pistolas y las lanzas, podemos acercarnos un poco más a los significados y las consecuencias de la guerra de independencia en Colombia.16

Ahora bien, en torno a lo que interpretaban estos grupos musicales, el maestro venezolano Alirio Díaz apunta una teoría: El repertorio de estos conjuntos estaba sujeto entonces a los azares de la guerra: cuando la ciudad caía en poder de los españoles tocaban música de España, fanfarrias, marchas, etc., pero al estar de nuevo dominada por las fuerzas libertadoras, no se oían sino los aires nacionales y patrióticos compuestos [localmente] o adoptados de otros países.17

Existe un testimonio muy curioso en el libro de un oficial inglés, miembro de la Legión Británica, sobre la disposición artística de criollos y mestizos reclutados como instrumentistas, así como sobre sus conocimientos musicales o entrenamiento previo y otros detalles: La mayoría de los nativos de Suramérica tienen talentos naturales para la música. Es muy fácil conformar con ellos una buena banda de regimien Brown, Matthew y Roa, Martín Alonso. Militares extranjeros en la Independencia de Colombia: Nuevas perspectivas. Bogotá: Museo Nacional de Colombia, 2005. 17 Díaz, Alirio. Música en la vida y lucha del pueblo venezolano (Ensayos). Caracas: Consejo Nacional de la Cultura - Instituto Latinoamericano de Investigaciones y Estudios Musicales “Vicente Emilio Sojo”, Serie Investigaciones No. 2, 1980. p. 120. 16

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to, cuando se les provee de los instrumentos necesarios. Es usual para un coronel seleccionar para músicos de las tropas simplemente a algunos de los más apuestos jóvenes criollos, sin una previa indagatoria acerca de si tienen o no oído, o talento para la música, ya que siempre esto se da por supuesto.18

No ha sido posible confirmar documentalmente si quienes enseñaban música, extranjeros o locales, habían logrado su formación artística en la región: la ausencia de profesores e instituciones de esa índole, tanto entre las gentes de la élite como en el pueblo, sugieren que eran músicos empíricos y autodidactos. La música en el Reglamento general de Milicias para la Provincia de Antioquia

Reglamento general de Milicias para la Provincia de Antioquia. Legislatura del año de 1812. Con la rúbrica de Juan del Corral. Archivo Histórico de Antioquia, tomo 656, documento 10369 [Longeville Vowell, Richard]. Memorias de un oficial de la Legión Británica. Campañas y cruceros durante la guerra de emancipación hispanoamericana. Bogotá: Biblioteca Banco Popular, vol. 56, 1994. 18

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Como un sin igual ejemplo de lo comentado se debe mencionar que entre las disposiciones gubernamentales para animar los ejércitos revolucionarios, se incluyeron las que definieron la presencia de tambores y otros elementos concernientes a la música destinada a los cuerpos marciales. En el Reglamento general de Milicias para la Provincia de Antioquia. Legislatura del año de 1812, firmado por el dictador presidente Juan del Corral el 27 de julio de ese año, se traen dichos elementos.19 Con explicaciones a cada párrafo, este es el texto, conservando su ortografía original, en lo que se refiere a los apartados musicales: Por lo menos seis de niños talentosos o con habilidades, y asistidos por acudientes –es decir, una dieciseisava parte del grupo– estaba destinada a labores musicales, tambores (redoblantes y mayores) específicamente. [Tratado 2°. Artículo] 7. Supernumerarios alistados… muchachos para tambores… En cada compañía deberan estar alistados á demas de su completo de cien Plazas, diez hombres mas, para que pueda salir siempre con el pie de su formacion, apuntandose igualmente seis muchachos plebeyos de diez años por cada una, a fin de aplicar los de mexor disposicion, y habilidad entre ellos para Tambores; pero estos ultimos asientos, se harán con asistencia, é intervencion de sus Padres, y por su horfandad de sus parientes mas inmediatos, o de aquellas personas, que los gobernaren. [Folio 6r]

Los instrumentos de viento, bronces y maderas, estaban destinados a instrucción superior, seguramente a músicos de mayor trayectoria, en todas las compañías de milicias. [Artículo] 5. De donde deben tomarse por ahora estas Plazas y la Música, que ásu tiempo se añadirá á la Asamblea. Las plazas veteranas de dicha Asamblea, se harán venir por la primera vez de Santafé, ó Cartagena, a solicitud del Gobierno, que á su tiempo tomará también sus providencias para agregar a ella las de trompas, clarinetes, y pitos, necesarias para instruir, y dar una música á todos los Cuerpos. [Folio 26r]

AHA. Reglamento general de milicias para la Provincia de Antioquia. Legislatura del año de 1812, tomo 656, documento 10369 (único), 76 folios. En el tomo hay cuadros [láminas] que ilustran los rangos militares y su posición, incluyendo la del tambor mayor.

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Se habla de las restricciones específicas para cada partida o batallón, en el caso de los tambores mayores, de los tiempos estipulados para la formación de los jóvenes intérpretes y de los detalles de sus pagos. [Artículo] 30. Prohivición de dar tambor a ninguna Partida y medio necesario que se propone para formar a cada Batallón un Tambor mayor. A ninguna partida, se le dará tambor, porque no siendo mas de dos, ni bastante el termino de 4, ni 8 dias para enseñar, y fixar bien los toques de Ordenanza, á fin de que no los corrompan luego, Cada Batallón, y departamento de Compañías sueltas [Folio 31v] á expensas patrióticas de su Comandante, y demas oficiales, puede vestir un muchacho, y pasarle seis pesos mensuales, para que siga incorporado á la Asamblea por un año, o el menos tiempo que sea necesario, para su enseñanza, y perfección; pero en caso de rehusarlo, se acudirá á ello del fondo público, y por solo el espacio señalado. [Folios 31r]

Se menciona una escuela de tambores para la formación musical de su intérprete en cada compañía o batallón, los horarios de entrenamiento y la responsabilidad por parte de sus superiores. [Tratado 6°. Artículo] 23. Escuela de Tambores de compañías. Luego que cada Batallón tenga su tambor mayor, se dará principio á la instrucción de los de compañías en los lugares, cabezeras de los cuerpos, á que vendrán todos los Domingos, y dias de fiesta entera los dos muchachos alistados en cada una de ellas, y en que serán admitidos indistintamente algunos mas, que quieran aplicarse, desde las 10 de la mañana hasta las 12, y desde la una, hasta las tres de la tarde, sobre cuya enseñanza, conducta y cumplimiento, vigilaran, y serán responsables los Gefes, y Ayudantes, que podrán comisionar alternativamente á un oficial subalterno, o Sargento para que la presida. [Folio 37v]

Se refiere a la financiación y costos de todos los implementos y suministros suplementarios de cada soldado (banderas, correajes, cartucheras y tambores) por parte de los fondos públicos, y su identificación específica. [Tratado 7°. Artículo] 24. Vanderas, fornituras y tambores de cuenta del fondo público, uso, y lugar depositario de aquellas insignias. Las vanderas, fortinuras y tambores, asi como los demas Instrumentos, se costearán del fondo público, y llevarán en su lugar el escudo de las armas del estado, y la

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inscripcion del cuerpo, y departamento, á que pertenescan; pero aquellas insignias de cuyo color, forma, y dimensiones, se hablará en el Tratado correspondiente, no siendo propias de la institucion, y servicios de tropas ligeras, ni colocables en quartel alguno, según el actual, conveniente sistema de ellos, se depositarán en las salas capitulares de los mismos, y respectivos Departamentos, y solo seran conducidos, y escoltados en las paradas, y otras formaciones de plaza por honor, y divisa de sus cuerpos. [Folio 44r]

Banda de los Cuerpos de Antioquia, Girardot, Rifles, Cartagena, Alto Magdalena. Museo Nacional de Colombia, Bogotá

Se hace referencia a la distinción entre el tambor mayor y los menores de cada compañía, el primero señalado con una bandolera de color rojo, bastón y puño plateado, y los segundos, con una simple faja. 444

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[Tratado 8°. Artículo] 19. Del Tambor mayor y los de compañía. El tambor mayor, a demas de las divisas de estambre, que se le conceden en clase de Sargento 1º, se señalará con su Bandolera encarnada, y su bastón, puño de plata, de que necesita para dar las señales demando, y los de compañía gastarán la faxa comun acostumbrada. Folio 47r.

De la lectura del documento anterior se desprende la importancia que tuvo para la milicia antioqueña el establecimiento de un cuerpo dedicado a proveer música ceremonial guerrera o marcial, junto a asuntos de índole quizás trascendental en la organización logística de los batallones (banderas, uniformes y otros distintivos, etc.). La Reconquista española, Lemus y su escuela Restablecido en el trono español, Fernando VII emprende la reconquista de sus colonias. Varias noticias se tienen de la música en esos tiempos. En primer lugar, se recuerda que solo ocho meses después de haberse declarado presidente dictador y cuando apenas empezaba a desarrollarse el gobierno constitucional de Antioquia, el 7 de abril de 1814, Juan del Corral murió a los 35 años, a causa de la fiebre tifoidea. En compañía de su padre, asistió a sus funerales José María Córdova, por entonces un joven cadete de la Escuela de Ingenieros de Francisco José de Caldas, quien habría de desempeñar un importante papel en la guerra de independencia. Más tarde habría de recordar con cariño y tristeza “la profusión de cirios y la música de armonio tocando a la sordina, en una atmósfera tensa, casi abrumadora”.20 El maestro Jairo Tobón Villegas encontró en Rionegro un documento fechado el 1 de enero de 1815, referente a las circunstancias prosaicas y domésticas que tenía que enfrentar un músico soldado en aquellos días: Una nota dirigida… Al Señor Comandante de Conscriptos, Ciudadano Francisco Montoya:

Moreno de Ángel, Pilar. José María Córdova, 2ª. edición. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1979, p. 36. 20

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Necesito para la reposición de las dos cajas (redoblantes) que siguen a la Expedición del Sur, lo siguiente: cuatro parches de pergamino, dos pares de vaquetas, dos cuerdas de pita de siete brazas.21

Por entonces, en la ciudad de Antioquia, capital de la provincia, se destaca la labor de un maestro llamado Joaquín Lemus. A pesar de las búsquedas en archivos locales y regionales, no se tienen mayores datos de su procedencia –por su apellido, tal vez de origen caucano– ni de su formación musical, su vida o su muerte. Lemus fue un personaje pionero, singular pero desconocido. Según el maestro José María Bravo Márquez: En los días de la independencia, don Joaquín Lemus, que figura en las crónicas con el título de músico mayor, dirigía una escuela de música en Santa fe de Antioquia en mil ochocientos quince (1815). Y así se comienza la historia de la música en este departamento, mediante la escuela mencionada y en la ciudad cuyo centenario ha dado ocasión a esta serie de conferencias universitarias. Digo la historia documental, porque no es posible pensar que no hubiera anteriormente algún magisterio y ejercicio importante de la música.22

Para el musicógrafo Heriberto Zapata Cuéncar, la presencia y la escuela musical de Lemus fueron posteriores, en una “Antioquia libre del yugo español”.23 Sea lo que fuere, este “músico mayor” conservó su escuela quizás más allá de los años veinte, formando, entre otros, a dos figuras señeras: Francisco Londoño Martínez y Toribio Pardo. Así mismo, cuando la provincia de Antioquia estuvo bajo el poder de los “pacificadores”, se sabe de una banda traída por el jefe realista Francisco Warleta, en abril de 1816. Al igual que lo ocurrido con la banda conformada cinco años antes por Lemot, el fomento de la música desde las instituciones políticas imperantes contribuyó a la construcción de un imaginario de identidad acorde con el gobierno realista. Tobón Villegas, Jairo. “La patria boba en Antioquia, el páramo de Pisba y los primeros himnos patriotas”, Repertorio Histórico, No. 17 (nueva etapa), 2008, p. 38. 22 Bravo Márquez, José María. “Breves apuntes acerca del arte musical en Antioquia”, El Pueblo Antioqueño. Medellín: Imprenta Universidad, 1942, pp. 493-500. 23 Zapata Cuéncar, op. cit., p. 10. 21

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Los músicos soldados formados por el maestro francés se habían dispersado o huían de los españoles. Sin embargo, el gobernador Vicente Sánchez de Lima, sucesor de Warleta, mostró interés por aquellos músicos. En comunicación al virrey Juan Sámano dice: Excmo. Sor. En esta provincia hai unos cuantos jóvenes con principios de música de clarinete, flauta, pito tambores que se enseñaban por cuenta del erario en el gobierno insurgente para los cuerpos militares, y creyendo conveniente obligar a estos a la continuación hasta instruirse bajo la dirección de este gobierno quien cuidará de proporcionar los maestros: Lo comunico a V. E. para que en consecuencia resuelva lo que sea de su Superior agrado. Dios Gue a V. S. ms. a. Antioquia Agosto 3 de 1816. Vicente Sánchez Lima.24

El mismo gobernador Sánchez de Lima, como un sarcasmo de su parte, según anota el historiador Álvaro Restrepo Euse en un claro juicio de valor, “mantuvo fiestas, como las del baile y el juego muchas veces obligadas, cuando la patria estaba de luto”.25 Zapata Cuéncar se atreve a decir que: Aunque no hemos podido hallar constancia alguna, es seguro que la enseñanza de música continuó por entonces. Esta banda, de índole militar, fue la primera que se conoció en Antioquia. Muy poca variedad en los instrumentos y también con pocos ejecutantes.26

En agosto de 1817, tras comandar el Régimen del Terror, Juan Sámano recibió el nombramiento de virrey, gobernador, capitán general y presidente de la audiencia del renacido virreinato de la Nueva Granada,en reemplazo de Francisco Montalvo y Ambulodi. Por real cédula del monarca español, se le concedió la condecoración Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo, por los servicios prestados a la Madre Patria. El 9 de marzo de 1818, Sámano tomó solemne posesión de sus cargos, y procedería a dirigir desde Santafé la estrategia militar contra la campaña libertadora. El aviso de su nombramiento y posesión llegó de inmediato al cabildo de Rionegro, donde se ordenó… Ibíd., e Historia, p. 6. Duque Betancur, op. cit., p. 519. 26 Zapata Cuéncar, op. cit., p. 10, e Historia, p. 6. 24 25

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Que se publicase en todo el cantón y que se hiciera trascendente tan plausible noticia, en cuyo obsequio se franquearon tres días de diversión y misa de Te Deum en acción de gracias.27

José María Salazar, cantor patriótico Un personaje sumamente interesante de esta época es el abogado, diplomático y poeta antioqueño José María Salazar Morales, nacido en Rionegro en 1784, a quien la historia no le ha hecho justicia. Residenciado desde joven en Santa Fe de Bogotá, fue miembro de la Tertulia del Buen Gusto. Todavía estudiante del Colegio de San Bartolomé, fue autor de dos de las primeras obras teatrales originales (aunque en el estilo grecolatino de moda) que se presentaron hacia 1803 en el Coliseo Ramírez de la capital, tituladas El soliloquio de Eneas y El sacrificio de Idomeneo, y en 1804 publicó en la Imprenta Real de Bruno Espinosa de los Monteros el poema El placer público de Santafé, en el que celebraba el arribo a la capital del virrey Amar y Borbón. En 1809 también publicó dos textos, ambos en El Alternativo del Redactor Americano, dirigido por don Manuel del Socorro Rodríguez.

Tobón Villegas, op. cit., p. 42.

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Salazar fue colaborador del Semanario de la Nueva Granada dirigido por Francisco José de Caldas, con una Memoria descriptiva del país de Santa Fé de Bogotá, que describe la ciudad capital y sus gentes, costumbres y proyectos, y que se ha convertido en fuente de estudios posteriores.

En este artículo, precisamente al referirse a la música, en una verdadera revelación de lo que ocurría en el entorno bogotano y en un alarde de conocimiento de las figuras europeas del momento clásico, dice Salazar en breve mención: La música se estudia por principios, y no contentos algunos de sus cultivadores con repetir las admirables piezas de Hayden, Pleyel, etc., inventan de su propio fondo algunas bellas composiciones, que desde luego les hacen mucho honor. El gusto de esta arte encantadora, la más propia para civilizar las naciones e introducir en ellas aquella urbanidad de costumbres que es tan necesaria para la felicidad de la vida, se va introduciendo generalmente.28 Salazar, José María. “Memoria descriptiva del país de Santa Fe de Bogotá, en que se impugnan varios errores de la de Mr. Leblond sobre el mismo objeto, leída en la Academia Real de las Ciencias de París, por D. José María Salazar, abogado de esta ciudad”, Semanario de la Nueva Granada, Miscelánea de Ciencias, Literatura, Arte e Industria, publicada por una Sociedad de patriotas Granadinos, bajo la dirección de Francisco José de Caldas. Nueva edición corregida, aumentada con varios opúsculos inéditos de Francisco José de Caldas. París: Librería Castellana-Lasserre, Editor, 1849, p. 405. 28

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Ese mismo año de 1809, Salazar se trasladó a Mompox, para ejercer como catedrático y vicerrector del Colegio Universidad San Pedro Apóstol-que había fundado en esa ciudad el español Pedro Pinillos-, junto a su compañero de armas literarias y libertarias, el cucuteño José María Gutiérrez de Caviedes, llamado El Fogoso, nombrado a su vez rector de la institución. Allí, fuera de las mencionadas labores académicas, se dedicó a traducir L’Art poétique de Nicolás Boileau. Como muchos criollos pertenecientes a las élites ilustradas, José María Salazar Morales se convirtió en partidario de la revolución. Y a esa transformación de su ideario político contribuyó decididamente la muerte de su tío, el abogado rionegrero Juan de Dios Morales Estrada (1767-1810), en la represión que las huestes virreinales hicieron en Quito. Morales, el llamado “Robespierre antioqueño”, fue alma, cerebro y nervio, prócer y mártir de la independencia del Ecuador, primera de las que se intentaron sucesivamente en las colonias españolas de América. Cuando llegaron a Mompox las noticias de Quito y de Santa Fe de Bogotá, Salazar Morales lideró el movimiento que declaró la independencia absoluta de Mompox, apenas dos semanas después del llamado grito de independencia, el 6 de agosto de 1810, junto a Gutiérrez de Caviedes y el cura Juan Fernández de Sotomayor. Fue diputado por esa provincia, pero la guerra civil que siguió lo obligó a trasladarse a Caracas. Allí fue muy bien recibido por el general Miranda, quien lo nombró ministro del gobierno (algo así como su embajador) en Cartagena de Indias. En esta ciudad, Salazar logró que se le diera a Bolívar –entonces solo un recién llegado, joven y calumniado militar venezolano– el mando de las fuerzas del estado, con las que sucesivamente ganó los combates de Tenerife, Ocaña y Cúcuta, que abrieron su brillante carrera. Aunque no se han encontrado documentos ni datos precisos de su participación, se cuenta que en Cartagena Salazar redactó el periódico El Mensajero. Ya en Santafé de Bogotá, Salazar estaba ocupando una curul en el Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada a la llegada del Pacificador Pablo Morillo, por lo que tuvo que escapar a la isla de Trinidad, por la vía de los llanos de Casanare y el Meta, experiencia de la que dejó 450

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testimonios escritos, no solamente sobre el viaje, con valiosas descripciones y reflexiones, sino acerca de la desconocida música de los llanos colombovenezolanos: Costumbres diversas sean las que fueren interesan por su novedad; mas nada me ha divertido tanto en los llanos como la música y poesía de estos pueblos. El canto es natural al hombre como a las aves, y tanto a estas como aquel inspira el placer tonos no aprendidos; él adelanta y perfecciona, y ellas repiten las mismas notas no igualadas por su melodía: hay música sin el conocimiento del diapasón como hay elocuencia sin retórica, y el salvaje a falta de humana enseñanza recibe sus lecciones de los cantores de los bosques. No me había prometido en los llanos otra especie de música, mas no fue pequeña mi sorpresa cuando oí a los llaneros reunidos en coro entonando acordes composiciones regulares, y canciones patrióticas. El tráfico de estos ganaderos con las Ciudades litorales, y especialmente con Caracas en donde hasta el aire que se respira es filarmónico, ha sido la causa de dicho adelanto. La bandola, que es una especie de guitarra pequeña parece que habla bajo los dedos de los llaneros y al tocar en ella su canto favorito llamado galerón adecuado a asuntos festivos se les creería inspirados por la musa de la alegría: ella les hace improvisar versos regulares de ocho sílabas en una especie de romance arábigo que va siempre en cadencia, más de asonantes que de rimas, y aunque todavía ruda en su estilo siempre es animada y armoniosa. Es grato ver a la poesía en su rusticidad nativa y recibiendo apenas la forma del arte. En este romance cantan los llaneros las acciones de guerra, los estragos de sus terribles lanzas, sus pasiones y amores: imitan los objetos al natural, y con la viveza que sienten sus impresiones, usan de símiles sencillos tomadas de las cosas que los rodean, y animan de este modo sus rudos conceptos. “Los guerreros se atacan allí como toros furiosos que entrelazan sus cuernos y se despedazan, la fuerza llanera es como la de un río salido de madre, y el amor pica como la víbora”. Es más común usar de metáforas (que de comparaciones como nuestros indios salvajes, naucha, Cupapí, tuta yarca decía una madre india que había perdido a su hijo muy joven, en medio del día le anocheció. Los llaneros se desafían a cantar como los pastores de las antiguas y modernas églogas usando como ellos de amebeos o cantos alternados; mas en La música en tiempos de la Independencia. A caballo entre dos eras

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lugar de un juez entendido (que adjudique el premio de un rabel, según el mérito del canto, pierde la apuesta el que tiene primero ronca la voz, cual si fuera combates de pulmones, y como si la fuerza física debiera decidirlo todo: algunos escolásticos disputadores usan de este mismo criterio. Yo no sé cómo se han introducido en los llanos varias composiciones sagradas semejantes a los actos sacramentales. Entre ellas es notable un largo romance de San Miguel que se canta con acompañamiento y coro, el General Serviez oficial francés, uno de los jefes de la división, excelente Juez en materia de música, admiraba mucho la de aquella composición sacro profana, y nos la hacíamos repetir muchas veces: parecía cosa de novela ver aquellos pastores bigotudos con sus largas lanzas cantando el triunfo de los ángeles, y la caída de Lucifer que en el romance, así como en Milton hace una figura brillante, los fieros cantores esforzaban tanto la voz y hacían tales visajes y representaban los diablos tan al natural, que me parecía verlos allí mismo. La musa llanera suele degradarse hasta recibir por su canto un mezquino salario, sucede esto irregularmente cuando está falto de dinero el trovador, y quiere refrescar sus labios con licor más espirituoso que el agua cristalina, hácela entonces delirar la inspiración de Baco, menos parece musa que bacante furiosa, y aunque lleva la medida del verso su sentido no tiene pies ni cabeza, ut nec pes nec caput unit reddatur formae.29

En Trinidad, Salazar ejerció su profesión de abogado y en Venezuela fue auditor de guerra junto al general José Antonio Páez, antes de ser uno de los convocados al famoso Congreso Constituyente de Angostura, en febrero de 1819. Por aquellos días escribió y publicó en el periódico del Libertador Simón Bolívar, llamado Correo del Orinoco, una Memoria biográfica de la Nueva Granada –las primeras biografías que se redactaron sobre los más destacados mártires del Régimen del Terror: Camilo Torres, Manuel Rodríguez Torices, Francisco José de Caldas, Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano,Frutos Joaquín Gutiérrez, José María Gutiérrez, Custodio García Rovira, José María Dávila, Miguel Pombo y Francisco Ulloa–, coronada por el poema A las víctimas de Cundinamarca, integrado a su vez Ibíd. “Excursión de Bogotá a la isla de Trinidad por territorio de Venezuela, en el año 1816”, Obras Inéditas del Dr. J. M. Salazar (Caracas: s.f.), pp. 13-15.

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por una Elegía y un Himno de la muerte, y un canto heroico titulado La campaña de Bogotá. En 1820, Salazar Morales fue nombrado Ministro del Supremo Tribunal de Venezuela, y residió seis años en Caracas, ciudad donde contrajo matrimonio. En la naciente república, fue, además de periodista, poeta, dramaturgo, congresista y muy prestante abogado –ocupó el cargo de ministro de la Alta Corte de Justicia-, uno de los fundadores de la Academia Nacional y uno de nuestros primeros diplomáticos.

En 1826 fue enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Washington, y durante su permanencia en los Estados Unidos publicó en Filadelfia el libro Observaciones sobre las reformas políticas de Colombia, en español y en inglés. Al decir de Vergara y Vergara Las disensiones civiles de su patria, que habían tomado ya mucho cuerpo, y preparaban la división de la Gran Colombia en tres repúblicas apestadas de tiranuelos, espantaban su alma honrada y patriota; huyendo de aquel abismo, y por no tomar parte en ellas, se trasladó a París, nombrado Em-

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bajador de Colombia en Francia, para acabar de educarse y educar a sus hijos (según sus palabras).30

En ejercicio de su cargo, el 21 de febrero de 1830, Salazar Morales falleció prematuramente en la capital francesa.31 Sin embargo, su producción poética siguió publicándose. Varios años después, en 1852, sus hijos José María, Diego Emilio, Benigno y Rafael Salazar, editaron en Caracas un libro titulado La Colombiada o Colón, El amor a la patria y Otras poesías líricas, en cual reúnen una serie de piezas literarias que habían aparecido dispersas o permanecían inéditas.

Vergara y Vergara, José María. Historia de la Literatura en Nueva Granada. Desde la Conquista hasta la Independencia (1538-1810). Con notas de Gómez Restrepo, Antonio y Otero Muñoz, Gustavo. Bogotá: Biblioteca de la presidencia de Colombia, 1958, pp. 104-105, 179-181 (tomo II); y (tomo III), pp. 58-59. 31 Es necesario comentar que en muchos libros y diccionarios biográficos se ha dicho que el Dr. José María Salazar murió en París en 1828; pero al confrontar los diarios del general Santander y la correspondencia de doña Soledad Acosta de Samper, evidentemente este dato es erróneo. 30

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En 1862 apareció otro volumen, titulado Juramento de Bolívar en el Monte Sacro, y en una fecha no conocida, un nuevo volumen que reúne otros textos inéditos.32 Según algunos estudiosos, desde el punto de vista cronológico Salazar Morales es el segundo de un trío de poetas colombianos –junto al payanés José María Gruesso (1779-1835) y al cartagenero José Fernández Madrid (1789-1830)–, que “rompió la tiranía seudo-clásica y siguió los pasos del romanticismo inglés y francés, antes que cualquier poeta americano”. Declara el ensayista Abel García Valencia en que con estos tres poetas nacionales surgió el romanticismo en el continente. Fuera de las menciones, la relación de Salazar con la música es que fue autor de varias canciones e himnos patrióticos muy difundidos en la naciente república. El primero del que tenemos noticia apareció publicado el 18 de septiembre de 1810, junto a una… … proclama en que se exhorta a los habitantes del Nuevo Reyno de Granada a la unión y fraternidad en el presente estado de las cosas, suscrita en Santafé por don José Miguel Pey, como presidente, y don José Camilo Torres, como vocal secretario de la Junta de Gobierno”.33

Se trata de un canto patriótico, considerado como el pionero de nuestros himnos, que dice: CORO Al fin, ciudadanos, Podéis respirar El aire benigno De la Libertad.

En este volumen, titulado Obras Inéditas del Dr. J.M. Salazar, se incluyen cuatro textos de largo aliento, que nos descubren un autor que tenía aún mucho por decir y enseñar: Excursión de Bogotá a la isla de Trinidad por territorio de Venezuela en el año 1816; Elogio histórico del señor Francisco José de Caldas; Bosquejo político de la América antes española e Instrucción pública en Colombia. 33 Medina, José Toribio. “Notas Bibliográficas”, La Imprenta en Bogotá (1739-1821). Santiago de Chile: Imprenta Elzeviriana, 1904. 32

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Viva eternamente La ilustre ciudad Que se ha merecido Un nombre inmortal. Que a la tiranía Supo hacer temblar Sacudiendo activa Su yugo fatal. CORO Nunca satisfizo El odio infernal Con que a tantos pueblos Quiso esclavizar: Inventó martirios ¡Qué ferocidad! La sangre inocente Logró derramar. CORO

El musicógrafo José Ignacio Perdomo Escobar menciona un poema escrito por Salazar en 1814 y titulado Monólogo de Ricaurte, alusivo al sacrificio del héroe en San Mateo, con pausas para acompañar con música, pues estaba destinado a la escena del teatro.34 Se sabe que fue interpretado en público al menos dos veces, una de ellas, el 21 de julio de aquel año. En la parte final escribió el poeta: Esta mecha encendida es a mis ojos La antorcha de la gloria: Oh! Patria cara, Recibe el holocausto de mi vida! Oh! Mi país! Oh! Campos de Granada! Perdomo Escobar, José Ignacio. Historia de la música en Colombia. 5a ed., Bogotá: Plaza y Janés, 1981. p. 50. 34

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Mi esposa, mis hermanos… dulces prendas Del corazón, tan crueles como caras… Oh! Mis amigos, deudos, compañeros, Yo os dejo para siempre!.. Pero vanas, Inútiles querellas. Sólo imploro En mi postrer suspiro, la venganza O más bien el castigo del delito.35 Quizás la más conocida y divulgada Canción nacional de Salazar Morales fue publicada en la sección “Variedades” del periódico Argos de la Nueva Granada, en la Imprenta del Estado, por el ciudadano J. M. Ríos, impresor del Congreso de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, en 1815, con la siguiente presentación: El pueblo leerá con placer la Canción Nacional que vamos a imprimir en este artículo y reconocerá fácilmente a su autor. Él que sabe ser tan tierno y ligero como Anacreón en las materias eróticas, y tan sublime y elevado como Píndaro y Alceo cuando su lira se dedica a celebrar los triunfos de la libertad y la caída de los opresores, no podía dejar de trazar cuadros animados y llenos de vida en una pieza destinada para inflamar los corazones en estos momentos de nuestra revolución. Las almas tiernas, sensibles e ilustradas, a quienes es dado percibir todas las delicadezas de la poesía, hallarán en las siguientes estrofas imágenes tan vivas y versos tan musicales que no podrán resistir a las impresiones de gloria y entusiasmo que excita su lectura. Hasta ahora no habíamos tenido una Canción Nacional, y juzgamos que ésta, acompañada de una música que le sea digna, podrá servir para abrir la escena de los combates. Sabemos los efectos prodigiosos que causó en la Revolución Francesa el himno tan celebrado en los marselleses.36

Su texto completo es el que sigue:

Ortega Ricaurte, José Vicente. Historia Crítica del Teatro en Bogotá. Bogotá: Ediciones Colombia, 1927, pp. 40-47. 36 Salazar, José María. “Canción Nacional”, Argos de la Nueva Granada, No. 101, 26 (1815), p. 613. 35

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CORO: A la voz de la América unida De sus hijos se inflama el valor, Sus derechos el mundo venera, Y sus armas se cubren de honor. Desde el día que en este hemisferio De la gloria la aurora brilló Vivir libre juró nuestro pueblo Convertido de esclavo a señor: Este voto del cielo inspirado A la faz de la tierra ofreció; Con placer las naciones le oyeron Los tiranos con susto y pavor. CORO Tú primero, inmortal Venezuela, Dar supiste el ejemplo y la voz, Y con gloria la Nueva Granada Sus cadenas al punto rompió. Buenos Aires y Chile a porfía Se disputan el mismo blasón, Y hasta el suelo del México hermoso Libertad comunica su ardor. CORO Se conmueven de júbilo i gozo Las cenizas del digno Colón, I los manes de príncipes tantos Cuyo trono la Iberia usurpó. Ya revive la Patria querida De los Incas, los hijos del sol, El Imperio del gran Motezuma De los Zipas la antigua nación. 458

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CORO Héroes indios, la América toda Os saluda con himnos de amor, Y os ofrece por justo homenaje Roto el cetro del cruel español. Y vosotros, ¡oh víctimas caras!, Que el cadalso del yugo libró, Viendo el fruto de tal sacrificio Descansad en la eterna mansión. CORO A los aires se eleva triunfante De la América el fiero cóndor, Y a su vista se mira abatido De la Iberia el soberbio león. Ya no ruge cual antes solía, El aliento primero perdió, La melena sacude sin brío Falto ya del antiguo vigor. CORO Nada importa que en vez de la fuerza Ponga en juego la infame traición, Y que el fin de su imperio señale Con escenas de muerte y de horror. Los despojos, las ruinas, los pueblos Que la llama enemiga abrasó, Nos excitan a justa venganza, Y nos hablan con mudo clamor. CORO

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Esto es hecho, la América al Orbe Se presenta cual nueva nación; La barrera del vasto Océano De dos mundos impide la unión. ¡Adiós trono, ministros, validos, Instrumentos de vil opresión, Bendiciendo la mano divina Os decimos el último adiós. CORO37 En 1819 Salazar escribió otros poemas épicos que llamaban siempre a la unidad y a la fraternidad de los pueblos americanos, y que las tropas patriotas cantaron para animar su espíritu durante el arduo ascenso al páramo de Pisba, antesala de la libertad que llegó con la batalla de Boyacá. Otra recordada Canción nacional es la que tiene como coro y primeros versos: CORO O, Colombia, Colombia querida! De la tierra preciosa mitad! Esta Canción Nacional fue reproducida en varias oportunidades, así: en la sección “Variedades”, El Conductor. Bogotá, 6 de abril de 1827, p. 71. Con la siguiente presentación del doctor Vicente Azuero Plata: “Creemos dar un placer a nuestros lectores reproduciendo la siguiente Canción Nacional, publicada el año de 1815, de que apenas existirá rarísimo ejemplar y que es digna obra de uno de los más distinguidos talentos de que se honra Colombia, de nuestro amable compatriota, el ciudadano José María Salazar, antiguo ministro de Colombia en los Estados Unidos del Norte y hoy ministro de la Alta Corte de Justicia”, Ortiz, José Joaquín. La Guirnalda, Colección de poesías y cuadros de costumbres. Bogotá: Imprenta de Ortiz & Cía, 1855, p. 77, Molina, Juan José (compilador). Antioquia literaria, 3ª. ed., vol. 117. Medellín: Autores Antioqueños, 1998, pp. 218-219. Fue comentada también por Laverde Amaya, Isidoro. “Los Conventos-José María Salazar”, Ojeada histórico crítica sobre los orígenes de la literatura colombiana. Bogotá: Talleres Gráficos del Banco de la República, 1963. Con algunos cambios en varias estrofas, la misma pieza aparece en la sección “Poesías patrióticas” de su póstumo libro La Colombiada o Colón, El amor a la patria y otras poesías líricas. Caracas: Oficinas Tipográficas de Briceño y Campbell, 1852, pp. 145-146.

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Quiera el cielo, propicio a tus votos, Concederte la dicha y la paz. La injusticia turbó tu reposo, Si reposo se puedo llamar Un estado en que el hombre carece De derechos, honor, libertad: A tus playas bandidos aleves Arrojaron las olas del mar, Un presente que España te envía Como prenda de amor fraternal. CORO Repeliste la fuerza agresora, Y mil veces supiste triunfar De unos monstruos que solo profesan La venganza, el rencor y crueldad. Bravos héroes, tu suelo produce, Hijos dignos del ser que les das, Que exponiendo su vida preciosa Te coronan, de gloria marcial. CORO ¡Mas, o cielo! que el fiero enemigo No pudiendo victoria alcanzar, Ha ocurrido al engaño y perfidia. La discordia logrando excitar. De traidores procura el apoyo, Instrumento de tanta maldad, Y predica el fanático guerra En el nombre del Dios de la-paz.38

Salazar, La Colombiada, op. cit., pp. 151-152.

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Pero la obra que ha merecido mucho más atención es una canción patriótica inicialmente llamada Canto a Bolívar, escrita en Caracas en fecha incierta, que fue vertida en música por el compositor y director de orquesta mulato Lino Gallardo (1773-1837), a quien también se le ha atribuido, si no la música, al menos la participación en la composición de la canción patriótica Gloria al bravo pueblo, que en 1881 fue decretada himno nacional venezolano. Perdomo Escobar dice que ese Canto a Bolívar de Salazar y Gallardo fue entonado muchas veces en las celebraciones y conciertos organizados en Bogotá por el músico venezolano Nicolás Quevedo Rachadell, edecán del Libertador, en su memoria. Era de rigor en todos estos certámenes artísticos anuales, aunque no figurara en el programa, la ejecución de un himno oído por el maestro venezolano por primera vez el 27 de octubre de 1822 y compuesto en esa fecha. A veces terminaba con el Canto a Bolívar, escrito en Caracas por José María Salazar y con música de Lino Gallardo. En el susodicho concierto de 1850 el primer solo lo cantó el tenor Fernando Hernández y el segundo Manuel Rueda. El coro estaba concebido así:

Tu nombre, Bolívar, La fama elevó Sobre otros héroes Que el mundo admiró.39 Y agrega: Se llegó a tanto en el fervor suspersticioso por el heroe que se cantaba en las iglesias de las cinco naciones libertadas por la espada de Bolívar, a modo de salve, despues de las misas.40

El texto completo, con varias referencias grecolatinas, muy frecuentes en la obra de Salazar, continúa después del coro:

Perdomo, op. cit., p. 62. Ibíd., p. 119.

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De Hércules el brazo Lleno de vigor Del león de Nemea La sangre vertió. El fuerte Bolívar La palma ganó Domando el orgullo Del león español. CORO El grande Alejandro Sólo dominó Millares de esclavos Qué triste blasón. César ambicioso Pasó el Rubicón Del puñal de Bruto víctima expiró. CORO Teseo su patria de monstruos purgó Y fue venerado Como un semidios Más timbre merece El que es vencedor De la tiranía De un monstruo mayor.41 Todos los textos patrióticos de Salazar estuvieron olvidados por muchos años y posteriormente se publicaron en fragmentos. El historiador rionegrero Jairo Tobón Villegas, con tesón e insistencia, ha logrado rescatar algunos y ha intentado musicalizarlos. Machado, José. Centón lírico venezolano, Caracas, Ediciones de la Presidencia de la República, 1976, p. 114. Este autor tampoco le da crédito a Salazar como autor de la letra.

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Sin embargo, salvo la de la canción patriótica que se inicia con los versos Tu nombre, Bolívar, la fama elevó…, aparecida en un libro conmemorativo del centenario del Libertador,42 sin que se le dé crédito alguno al autor del De La Plaza, Ramón. Ensayos sobre el arte en Venezuela. Prólogo: Luis García Morales, Alfredo Boulton, José Antonio Calcaño. Caracas: Imprenta al vapor de La Opinión Nacional, 1883.

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poema, no ha sido posible conocer, rastrear o localizar partitura alguna de estas otras obras, que se articulan todas, en cuanto a lo estético y artístico, en un contexto libertario, como manifestación social-musical, romántica y pionera, de la naciente república. Esta pieza, junto a otras trece canciones patrióticas colombo-venezolanas de ese período histórico, fue grabada y publicada por la estatal petrolera PDVSA La Estancia y la Fundación Correo del Orinoco en el disco Testimonios sonoros de la libertad, una realización a cargo del compositor e investigador Diego Silva Silva, en la dirección general, restauración y selección, y de Ignacio Barreto, en la investigación histórica y recopilación de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Caracas. José María Córdova Aunque no hay documentos que demuestren si tenía alguna formación musical, el héroe de Ayacucho no solo fue diestro en las artes de la guerra, sino en las de la lengua y la música francesas, en las que lo introdujo su amigo y maestro el general Serviez. A esas melodías agregaba las que había aprendido entre sus compañeros del Llano, en aquellas campañas de la guerra a muerte. El mismo idioma francés fue enseñado por Serviez a Córdova, de tal manera que en la pasividad de las guarniciones, en las penosas marchas a través de las interminables estepas de los llanos de Venezuela, en las difíciles ascensiones a las nevadas cumbres de los Andes, y aún en los desvaríos de cruel enfermedad, el joven guerrero colombiano alegraba los momentos de la vida, aliviaba las penalidades de la lucha, o deliraba febril, con las canciones marciales o eróticas aprendidas en la lengua y de los labios mismos de aquel veterano de las guerras de Italia en días gloriosos en que llevara su caballo indómito –como húsar del amor y de la muerte– al través de los campos de las más memorables batallas napoleónicas (…) A esas canciones francesas agregaba Córdova las aprendidas entre sus compañeros del Llano, en aquellas trágicas campañas de la guerra a muerte: música de Casanare y el Apure, música criolla, apasionada y doliente, sugestiva y sensual, nacida

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entre los anhelos y padeceres del soldado errante en la inmensidad salvaje que cruzan el Orinoco y sus afluentes!43

En su correspondencia militar se encuentran dos cartas en las que solicita la dotación de su tropa en instrumentos musicales: Rionegro, septiembre 3 de 1819 – 9°. Señor general [Carlos Soublette]: (…) Espero que vuestra señoría se sirva ordenar un par de cornetas con sus instrumentos, cuatro o seis tambores y algunos pitos. En la provincia de Santafé hay muchas curtiembres de vaquetas, espero que vuestra señoría se sirva ordenar se envíen a ésta 300 fornituras del batallón.44 Octubre 3 de 1819 [sin rúbrica]. Al comandante militar de [la ciudad de] Antioquia [José de Villa]: 2° He recibido la flauta para la música. (…) Encargo a Ud. que vengan pronto los clarinetes. No necesito la flauta de que me habla.45

Córdova mismo afirmó su cercanía a la música en una misiva a Santander, recordando el delirio febril, posterior al trauma cráneo–encefálico que sufrió accidentalmente, en las festividades de fin de año en 1819: Le contaré a usted de mi enfermedad: el 28 de diciembre, habiendo toros, caí en la plaza violentamente y quedé como un muerto: todo el mundo se consternó mucho, y yo creo que algún realista dio parte al enemigo, que se hallaba en Zaragoza; estuve dos días como muerto; al cabo de éstos volví, pero loco, diciendo mil disparates; me dicen que cantaba mucho canciones de Araure y francesas…46

Botero Saldarriaga, Roberto. General José María Córdova, 1799-1829. Medellín: Bedout, 1970, pp. 44-45. 44 Moreno de Ángel, Pilar (compiladora). Correspondencia y Documentos del General José María Córdova. Biblioteca de Historia Nacional, vol. 77. Bogotá: Ed. Kelly, 1974, p. 19. 45 Ibíd., p. 38. 46 Ibíd., p. 122. 43

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Córdova, que pertenecía a la élite social regional, sentía como nadie el fuego de la revolución. Por ello es fácil y lógico suponer que se dispuso a aprender las canciones patrióticas y revolucionarias en el idioma nativo del general Serviez, su admirado maestro francés. Y de nuevo a Santander, Santa Rosa, febrero 5 de 1820 Mi querido general [Francisco de Paula Santander]: (…) Espero que me mande la Táctica de Cazadores que se observa y los toques de las cornetas escritos en música.47 Mi querido general Santander: Tengo una excelente música, pero le falta un bajo; espero que me mande a Manuelito Laínez, antioqueño, que está en ésa y toca la trompa. Adiós, mi general. Su súbdito y amigo, José Ma. Córdova.48

Otro vínculo de Córdova con la música es casi tangencial. Dice Manuel Antonio López que en la batalla de Ayacucho (Perú), el 9 de diciembre de 1824, jornada que decidió la campaña libertadora del sur, cuando el joven general de brigada José María Córdova profirió su vibrante y casi demencial grito de ¡División!, ¡Armas a discreción, de frente, paso de vencedores!, se lanzaron las huestes al combate y… … repetida por cada Jefe de cuerpo la inspirada voz, la banda del Voltíjeros rompió el bambuco, aire nacional colombiano con que hacemos fiesta de la misma muerte; los soldados, ebrios de entusiasmo, se sintieron más que nunca invencibles.49

La tradición ha rescatado inclusive el título del bambuco que se interpretó en aquella batalla. Según investigaciones del músico vallecaucano Lubín E. Mazuera, se trataba de La Guaneña, canción popular de la región Ibíd., p. 132. Ibíd., p. 145. 49 López, Manuel Antonio. Recuerdos históricos. Colombia y Perú, 1819-1826. Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de Colombia-Imprenta Nacional, 1955. 47 48

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de Pasto, atribuida a un tal Nicolás o Nicanor Díaz.50 “Guaneña” era el nombre que se daba a las mujeres que iban acompañando a los soldados en la campaña. Para paliar los largos meses de asedio a la ciudad de Cartagena en 1821, el teniente coronel José María Córdova se dedicó a hacer la adaptación de un Tratado de táctica para las compañías ligeras de los batallones de línea compuesto en Cádiz, y le agregó variaciones de su propia cosecha. Según el profesor Humberto Barrera Orrego, que lo tuvo en sus manos, el Tratado incluía diversas evoluciones militares y toques de instrumentos musicales como cornetas, tambores y pífanos para llamar al ataque, a formar filas, a retirada, etc.51 Francisco Antonio Zea Figura paradigmática del llamado “criollismo ilustrado”, el científico, político, diplomático y prócer antioqueño de la independencia Francisco Antonio Zea animó un proceso de apertura cultural que se desprendió de sus gestiones comerciales en el exterior. Zea nació en Medellín en 1766, estudió derecho en el Colegio de San Bartolomé de Santa Fe, y fue colaborador de José Celestino Mutis desde 1789 hasta 1794. Comprometido con la causa de la libertad, fue capturado y encarcelado en España. Se encontraba dirigiendo el Jardín Botánico de Madrid cuando tuvo lugar la invasión napoleónica de 1808, que daría origen a la guerra de independencia española. Identificado con el emperador Bonaparte, fue elegido prefecto de Málaga y miembro de la Junta de Bayona. Expulsados los franceses, Zea regresó a América, uniéndose a Simón Bolívar desde 1816. Presidió el Congreso de Angostura y fue nom Mazuera Millán, Lubín Enrique. Orígenes históricos del bambuco. Teoría musical y Cronología de Autores y Compositores Colombianos, 2ª edición. Cali: Imprenta Departamental, 1972. 51 El documento original, de puño y letra de José María Córdova, al parecer fue sustraído del Archivo Histórico de Antioquia, dado que cuando fui al Instituto Departamental de Cultura con el ánimo de consultarlo, no se pudo dar con él. El profesor Barrera Orrego pudo consultarlo cuando la directora del Archivo era la señora Amparo Velásquez. No es la primera vez que un documento tan valioso como el citado desaparece sin más de un archivo público para ir a engrosar colecciones particulares. 50

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brado vicepresidente de la República de Colombia en el departamento de Venezuela (1819). También fue Zea uno de los redactores del Correo del Orinoco. Nombrado representante de Colombia ante el gobierno de los Estados Unidos y varios países europeos, fue designado por Bolívar para contratar en Londres un empréstito para el país. Con ese propósito, en 1820 Zea viajó a Europa. Su intención y actividades inmediatas se concentraron, entonces y a lo largo de dos años, en la negociación de préstamos para la nueva república, pero todas sus acciones fueron desautorizadas por el Congreso colombiano, argumentando que los términos de los préstamos eran desventajosos. Se sabe que también buscó la contratación de científicos naturalistas que vinieran a estudiar la nación. Un hecho bien curioso y memorable en esta historia ocurrió en la noche del domingo 10 de julio de 1822, en la llamada City of London Tavern. Allí se llevó a cabo una cena presidida por el Duque de Somerset, un acto político y social a la vez, en honor de Zea y de Colombia. Los discursos pronunciados esa noche indican el gran interés que manifestaba la sociedad política y financiera de la capital británica hacia los mercados de Colombia. La Revolución Industrial había hecho de Londres su sitio capital, y el mejor (¿o peor?) ejemplo de ciudad urbanizada, aglomerada, sucia y metropolitana. Allí, en sus tabernas y salones, se daban cita poetas y asalariados fabriles, campesinos y músicos, pintores y operarias, políticos, comerciantes y guerreros. Para esas mismas fechas, comienzos de julio de 1822, de regreso en Londres, Zea era incuestionable el “suramericano” de moda en Europa (…) El 10 de julio, más de 300 comerciantes, políticos e intelectuales londinenses se congregaron en la “City of London Tavern” para manifestar su aprecio y apoyo a la causa colombiana. Tan magnífica cena de gala estuvo presidida por el duque de Sommerset, acompañado por Sir James Mackintosh, uno de los más connotados líderes de la oposición Whig, quien, como se ha dicho, además de ardiente defensor de la lucha hispanoamericana en Inglaterra, era un asiduo propulsor del reconocimiento de Colombia en la Cámara de los Comunes. A los anteriores, se unieron cuarenta diputados de la citada Cámara, reunidos, esta vez, no sólo para agasajar al enviado La música en tiempos de la Independencia. A caballo entre dos eras

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colombiano y ensalzar su obra en pro de la causa suramericana, sino para entonar loas a su máximo caudillo, el Libertador. Tras escucharse la marcha “Viva Colombia”, especialmente compuesta para el ágape, se sucedieron los diversos discursos preparados para el acto (…) Por su parte, en uno de sus apartes, Mackintosh dijo con vehemencia: “No ignoro que existen personas que oyen con horror la palabra revolución: personas que no pueden soportar la idea de un pueblo levantado contra sus tiranos... para mí, la insurrección contra la libertad es el mayor de los crímenes, y la insurrección contra la tiranía, la mayor de las virtudes. Señores: ¡Honor al general Bolívar y al Ejército de Colombia!”.52

Durante el evento en mención fuera de la marcha Viva Colombia, compuesta para la ocasión, se entonaron también, en medio de los discursos de toda índole, un par de canciones patrióticas (de las que infortunadamente no se conserva partitura alguna), cuyos textos aparecieron publicados en 1822 en Londres en un libro del cual se hablará a continuación. Antes de morir a fines de 1822, en la ciudad de Bath (Inglaterra), aquejado por una enfermedad cardiovascular, Zea preparó la edición de una obra con la cual pretendía mermar el descrédito en que había caído la campaña libertadora en Europa.53 El libro trata sobre la geografía, fauna, flora, riquezas, guerras e historia de Colombia, y fue publicado en inglés y en español, para que sirviera de carta de presentación del nuevo país democrático en el mundo. Selección de artículos de los mejores escritores y exploradores que habían viajado por Colombia, conocido y estudiado el país (Humboldt y Depons, entre otros), se convirtió en una especie de “guía para comerciantes británicos”.54 Navas Sierra, J. Alberto. Utopía y atopía de la Hispanidad. El proyecto de Confederación Hispánica de Francisco Antonio Zea. Madrid: Ediciones Encuentro, 2000, p. 466. 53 Botero Saldarriaga, Roberto. Francisco Antonio Zea. Bogotá: Imprenta Municipal, 1945, p. 280. 54 [Francisco Antonio Zea]. Colombia: being a Geographical, Statistical, Agricultural, Commercial and Political Account of that Country, adapted for the General Reader, the Merchant, and the Colonist, dos volúmenes, edición a cargo de Alexander Walker, impresa por Walker y Greig. Londres y Edimburgo, Baldwin, Cradock & Joy, 1822-1823. Hay versión en español, que no se consultó para este trabajo, publicada en Bogotá en 1974 por el Banco de la República en la colección Archivo de la Economía Nacional. 52

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No habiendo pasado un mes de su muerte, todavía quedaba a don Francisco Antonio por cumplir un acto más de presencia en favor de su patria en los medios ingleses. En los últimos días del mes de diciembre de 1822 aparecieron en Londres sendas ediciones, en inglés y español, de “la obra cumbre de la propaganda”, jamás intentada por país americano –incluidos los Estados Unidos–, en Europa: Colombia: Siendo una relación geográfica, topográfica, agrícola y política de aquel país, adaptada para todo el lector general y para el comerciante y el colono en particular. La obra fue publicada en dos tomos por Baldwin, Cradock y Joy, cada uno de 685 páginas [sic]. Dos años y medio había gastado Zea en su preparación y dirección para lo que contó con la valiosa colaboración periodística de Alexander Walker. Tan enorme acopio de material, estadístico y descriptivo, tanto más impresionante cuanto limitadas eran las disponibilidades de tiempo, información y salud de que disponía Zea para llevar a cabo tamaño empeño, constituyó una asombrosa prueba de la potencialidad e interés que un joven, pero ya conocido país suramericano, podía ofrecer a la vieja Europa. Don Francisco Antonio no alcanzó a deleitarse con esta última y póstuma obra de su hacer creativo y publicista.55

Se trata de un trabajo macizo, de casi 1500 páginas en total, que detalla virtualmente cada aspecto de Colombia (en lo social, lo económico y lo legal), con valiosa información sobre cada provincia y ciudad, incluso las antiguas provincias de Venezuela, Guayana y Panamá. Su título final deja ver claramente que no fue completamente redactado por Zea, ni por ningún hispano de su entorno, y muy probablemente fue decidido por el mismo Walker, quien, aunque se preciaba de conocer muy bien el español, dio una versión puramente literal del título de la obra en inglés. La extensión de la edición inglesa fue de 707 páginas en el primer volumen, y 782 páginas en el segundo, respectivamente, habiéndose incluido en el último varios apéndices que no alcanzaron a ser incorporados en la edición española, entre ellos el referente a la mencionada cena en honor al embajador Zea.56 Navas Sierra, Utopía y atopía, op. cit., pp. 524-525. Según el propio editor, el bosquejo histórico de la Revolución estuvo a cargo de Leandro Miranda (hijo del precursor venezolano Francisco Miranda). 56 Berruezo León, María Teresa. La lucha de Hispanoamérica por su independencia en Inglaterra. 1808-1830. Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1989, pp. 339 y ss., citada por Navas Sierra, J. Alberto, Utopía y atopía. 55

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En relación con el tema de este texto, encontramos en el capítulo II del segundo tomo, titulado “Del comercio”, además de las innumerables mercaderías comunes del país que pudieran interesarles a los ingleses, comerciantes, colonos y lectores de a pie, y demostrando gran visión sociológica, que augura posibles desarrollos en lo artístico, se incluyeron algunos instrumentos musicales (pianos, órganos, flautas, pífanos, violines, guitarras y arpas), como mercancías factibles de venderse en el país, en cantidades modestas pero comerciales, dirigidas al público potencialmente melómano, compuesto en su mayoría por miembros de las élites, viajeros e integrantes de las recién llegadas familias de diplomáticos y comerciantes. Todo esto permitió seguramente, hacia 1824, la importación de los primeros pianos ingleses al país. Las dos anónimas canciones, tituladas ¡Oh!, recuerdo cuando el Orinoco y Valiente Bolívar, se cantaron en la cena en honor a Zea, fueron publicadas en uno de los apéndices al final del segundo tomo del mencionado libro,57 y reproducidas y traducidas en uno de los trabajos del profesor Matthew Brown.58 Son piezas enmarcadas en el espíritu romántico de la poesía patriótica inglesa de principios del siglo XIX, lleno de elementos descriptivos y emocionales, de fantasía, exuberancia y pasión, en un estilo de dudosa calidad literaria, pero que en su momento fue el más cantado. La primera, ¡Oh!, recuerdo cuando el Orinoco, es una especie de despedida del héroe que habita en todo hombre común y corriente, que deja la comodidad de una vida plácida junto a su amada para ir a conquistar la gloria junto a Bolívar, allende los mares y montañas, en las turbias aguas del Orinoco. A su regreso, la patria liberada por su brazo canta paz, comercio y plenitud.

“Public dinner to Don F. A. Zea, Plenipotentiary from the Republic of Colombia”, en [Francisco Antonio Zea]: Colombia…, op. cit., pp. 732 y 737. 58 Brown y Roa, Militares extranjeros, op. cit., pp. 97 y 102. 57

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¡Oh! recuerdo cuando la vasta corriente del Orinoco vio ondear la bandera de la libertad Cuando Alfonso despertó de su placentero sueño y corrió a salvar a su país. Cuando amablemente dijo adiós a su Florilda [sic], y besó la gran lágrima de su mejilla, ¡Oh! qué afectuosa fue la promesa, ¡y cuán verdadero su cumplimiento! Los amantes no podían hablar a través de ningún idioma. Él secó su lágrima y se unió a Bolívar, Para vencer a los enemigos de su tierra; Ningún héroe fue más verdadero ni valeroso en la guerra; Combatieron valientemente, pues cada uno luchaba por su hogar. Pero el último español hostil huyó hacia la costa, y Alfonso regresó con su amada; Paz, comercio y plenitud, vocea Colombia, y sus valles hacen eco de este grito.59 Ibíd., p. 97.

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La segunda, Valiente Bolívar, muestra la imagen idealizada de héroe que se tenía del Libertador entre los jóvenes ingleses de aquellos años. Grito- ‘Escoceses golpe y sangre’ ¡Hijos de Albión! Bendecidos por la victoria, que aprendisteis el goce del descanso a través de las fatigas, ¡Mostrad! ¡Por dónde sale la estrella mañanera de la Libertad de Occidente! ¿Quién logró esa libertad, rompió la cadena de la superstición, partió en dos la atadura del tirano? ¡Quién, si no, Bolívar! Hace tiempo, más allá de las distantes profundidades, sembrando una riqueza que tal vez no podría cosechar, la triste Colombia ‘despertó llorando’ encadenada al carro de la victoria. Ahora lucha, ¡ahora es libre! ahora cruza el Mar Atlántico, ondea su bandera, gracias a ti, ¡Valiente Bolívar! ¡Saludad entonces británicos! ¡Saludad con afecto! dad la bienvenida a quien ahora tenemos presente, ¡Al enviado de Colombia!, cuando desde lejos reclaman su retirada. ¡Ofrecedle, de vuestra propia estirpe, para que se le lleve a través del Atlántico, la hermosa canción de los británicos, de vuelta hasta Bolívar! ¡Quién quemaría una flor tan bella! ¡Quién propagaría el poder del déspota! ¡Oh! ¡Que no haya, en esta hora festiva, ningún vaso vil de la discordia! Llenad vuestros vasos; ¡bebed conmigo! ¡Felicidad para aquellos que hoy son libres! ¡Para Colombia, Victoria! ¡Salud a Bolívar!60 Ibíd., p. 102.

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El negro Londoño Francisco Londoño Martínez (Antioquia?, c1805-Bogotá, 1854), fue el primer guitarrista importante del que se tiene noticia en nuestro país, uno de los personajes más conocidos en ese momento en la capital, y de quien se conserva un abundante anecdotario en las crónicas de la época, mencionado por varios escritores y por ellos también llamado “Pacho”, o simplemente “el Negro Londoño”.61 Sus padres, José María Londoño y Petronila Martínez,62 fueron esclavos libertos en Antioquia. En ésta, su tierra natal, Francisco comenzó a estudiar los rudimentos de la música, junto al mencionado Joaquín Lemus, y muy joven quizás, se trasladó a la capital del país. La primera referencia a su ejercicio musical, apareció… [En un artículo anónimo en La Caridad] (…) se lee que “se mandó una comisión a la casa de Londoño para que viniera con la guitarra”, cuando llegó la noticia de un triunfo alcanzado por las armas republicanas en la campaña del Sur, allá por los años 24. Londoño les ayudó a “celebrar aquella victoria bailando”.63

Así mismo, figuró junto a su paisano Toribio Pardo en la vida artística de Bogotá, cuando acudieron a las veladas ofrecidas en casa de los hermanos Mariano, Ruperto y Tiburcio de la Hortúa. Londoño vivió en el barrio de San Victorino, como muchos de los artistas de la época, y su nombre se encuentra junto al de otros músicos aficionados y profesionales, en asocio permanente con las actividades de la Sociedad Filarmónica de Bogotá, fundada por el inglés Henry Price en 1846. Un año antes de la fundación de esa institución, a mediados de 1845, Londoño Martínez ya había organizado una escuela de música, que regentó Martínez Montoya, Andrés. “Reseña histórica de la música en Colombia, desde la época colonial hasta la fundación de la Academia Nacional de Música”, Anuario de la Academia Colombiana de Bellas Artes, vol. 1 (1932). 62 Bermúdez, Egberto. Historia de la música en Santafé y Bogotá 1538-1938. Bogotá: Fundación de Música, 2000, p. 170. 63 Anónimo. “Siga, Forero, que está muy bien”, La Caridad No. 28 (1870), p. 439. 61

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con el pianista, director y compositor bogotano José Joaquín Guarín (18251854), en la cual se enseñaba piano, guitarra y canto todo el día.64 Según se dice en el anuncio, la escuela funcionaba en la casa ubicada “en la esquina de la primera Calle Real, frente de la botica del señor José María Álvarez”.

El escritor bogotano José María Caicedo y Rojas (1816-1898), su amigo y quizás su único biógrafo, dice de él: El que más me gustaba entre todos los compositores de la época, por su delicadeza, ternura y originalidad de sus composiciones, [era] Pacho Londoño, mozo de color, hijo de padres libertos, que vivía pobremente y ejercía el oficio de sastrería. Tocaba la guitarra a las mil maravillas y componía a las dos mil… La muerte lo sorprendió e la edad de 50 años… en el de 54.65 Anuncio publicado en la cuarta página del periódico El Día, julio 1 de 1845, Colección Biblioteca Nacional de Colombia. Bermúdez, Historia de la música, op. cit., p. 130. 65 Caicedo Rojas, José. “Cristina, memorias de un antiguo colombiano”, Repertorio Colombiano, volumen XXVII, septiembre de 1880. Citado en Davidson, Harry C. Diccionario folklórico de Colombia. Música, instrumentos y danzas. Bogotá: Banco de la República, 1970, tomo II, p. 309. 64

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Guitarrista de grandes méritos, a Francisco Londoño Martínez suele comparársele en las crónicas de la época con el bogotano Nicomedes Mata-Guzmán Molano (c.1830-?), apodado el “Divino Mata” por su virtuosismo. La guitarra de Londoño no se olvidará, y sus sentimentales composiciones se ejecutarán aquí con gusto mientras haya guitarristas que las conozcan. Son bastantes por fortuna, pues murió en 1854 (…) Londoño compuso mucho y aún ruedan por ahí algunas composiciones suyas, especialmente en el Neogranadino.66

En el libro sobre la música en la capital del país se lee sobre la parentela y otro oficio del maestro antioqueño: [Francisco Londoño] es testigo de la firma del testamento de [Eugenio] Salas y estaba unido a éste por compadrazgo contraído en 1841, y con su esposa Nicanora Ibero (?- 1841) [¿hija del organista del Convento de Santo Domingo Mariano Ibero?], fue padrino de la primera de los cinco hijos de aquél (…) De acuerdo a otros documentos es posible que Londoño también se desempeñara como Síndico del Hospital de La Caridad, alrededor de 1850-1853 y ya en el año 1855 su nombre desaparece de ellos.67

De la abundante producción original de Londoño quedaron impresas solamente dos obras para su instrumento, publicadas en el periódico capitalino El Neo-Granadino,68 empresa del escritor, político, profesor y periodista Manuel Ancízar, gracias a los oficios de la litografía de los hermanos venezolanos Celestino y Jerónimo Martínez. Se trata de una contradanza y de un valse, ambas piezas en la tonalidad de Mi mayor, sin títulos, aparecidas entre 1848 y 1849.69

Osorio Ricaurte, Juan Crisóstomo. “Breves apuntamientos para la historia de la música en Colombia”, Repertorio Colombiano, tomo III, No. 5 (septiembre de 1879), pp. 161-178. 67 Bermúdez, op. cit., p. 170. 68 Añez, Jorge. Canciones y Recuerdos, 2ª. Edición. Bogotá: Ediciones Mundial, 1968, p. 46. 69 Duque, Ellie Anne. La música en las publicaciones periódicas colombianas del siglo XIX (1848-1860). Bogotá: Fundación de Música, 1998. 66

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Joaquín Piñeros Corpas, citando a los académicos José Ignacio Perdomo Escobar y Miguel Aguilera, trae otra noticia de Francisco Londoño, según la cual el antioqueño escribió también una canción nacional a manera de himno patriótico, sobre un texto del ya mencionado poeta y dramaturgo cartagenero José Fernández Madrid, también médico, periodista y político.70

Francisco Londoño: Contradanza [en mi mayor para guitarra], publicada en el periódico Neo-Granadino, Litografía de Martínez Hermanos. Colección Biblioteca Nacional de Colombia. Reproducido en Ellie Anne Duque. La música en las publicaciones…

En una misma fuente se han encontrado otras dos referencias sobre la actividad de Francisco Londoño como músico y compositor en Bogotá. La primera alude a su repertorio de contradanzas, muy populares en la época, junto a las del mencionado José María Caicedo Rojas (1816-1898) y el compositor y maestro de capilla bogotano Valentín Franco (¿?-c1860), y Piñeros Corpas, Joaquín. “Nota Especial sobre el Himno de Colombia”, Introducción al Cancionero Noble de Colombia. Bogotá: Servigraphic Ltda., 1993, p. 144.

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la segunda, al incluirlo como uno de los grandes guitarristas de Bogotá en una apología del instrumento: Los intermedios, concedidos para que los músicos se refocilasen y los danzantes diesen tregua a sus faenas, los llenaron los guitarristas afamados, ejecutando las últimas composiciones del negro Londoño, de Pepe Caicedo, o Valentín Franco...71

Francisco Londoño: Valse [en mi mayor para guitarra], publicado en el periódico El Neo-Granadino, Litografía de Martínez Hermanos. Colección Biblioteca Nacional de Colombia. Reproducido en Ellie Anne Duque. La música en las publicaciones…

Por último, una hipótesis nuestra… Luego de haber cotejado todas las opciones, y de acuerdo con la cronología, no es descabellado pensar que Francisco Londoño haya sidoel maestro de guitarra de la señorita María De Pombo, Manuel. Obras inéditas. Bogotá: Imprenta de “La Tribuna”, 1914, pp. 298-299. Publicadas por su hijo Lino de Pombo, prólogo de Antonio José Restrepo, editadas por Camacho Roldán & Tamayo. 71

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del Carmen Cayzedo y Jurado, hija del general Domingo Cayzedo y dama perteneciente a la élite social y política capitalina. El maestro de guitarra de la jovencita –sobre cuya identidad se han aventurado hasta hoy varias conjeturas-, haciendo gala de una previsión no calculada, recopiló en un curioso cuadernillo manuscrito que trae en la parte superior de la primera página la leyenda, a manera de título, Música de guitarra de mi Sª Dª Carmen Cayzedo, las melodías y tonadas en boga en la Santa Fe de Bogotá de 1815 a 1840. Este cuadernillo es el más antiguo documento musical que se ha conservado del siglo XIX colombiano, y reúne una excelente muestra del repertorio de danzas de salón y de la llamada música doméstica de entonces. En él se incluyen veinticuatro piezas en total: doce valses, cuatro contradanzas, dos marchas y dos pasodobles, un Baile inglés y un Allegro, llegados seguramente con la Legión Británica; una pieza en ritmo de bambuco, y un ondú, aire de danza de procedencia peruana y muy posiblemente de raíces negroides. Se trataría, entonces, de una primera compilación sin orden ni concierto de las más variadas formas de expresión musical de esos días en la capital: desde piezas domésticas y de salón, hasta las de las calles y plazas, desde los compases de la “blanquería” hasta los ritmos de la “indiamenta”, ilustradas magistralmente algunos años después por el pintor Ramón Torres Méndez.72 Luego de una brillante carrera musical de más de un cuarto de siglo, Francisco Londoño falleció a los 50 años de edad. Se trató, en resumen, de un hombre de origen muy humilde, proveniente de una provincia lejana, dedicado a cultivar la música en los terrenos de las élites bogotanas; un artista que descuella tanto en el mundillo elegante del salón de baile como en los ambientes populares; compositor e intérprete de la guitarra, un instrumento que ya tenía una larga trayectoria desde la vihuela de mano y la guitarra barroca de los tiempos del antiguo virreinato, y de indiscutible proyección en todas las capas sociales… En suma, un músico negro, con un instrumento venido de la Península, en un ámbito mestizo.73 Rodríguez Álvarez, Luis Carlos. “Un cuadernillo anónimo o la música de guitarra de mi señora doña Carmen Cayzedo”, artículo del folleto adjunto a la segunda edición del CD Música de guitarra de mi Señora Doña Carmen Cayzedo, Julián Navarro, guitarra clásico-romántica, Bogotá, 2012. 73 Ídem. 72

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Fuentes y bibliografía Fuentes primarias Anónimo, “Siga, Forero, que está muy bien”, La Caridad, año IV, No. 28, Bogotá (15 de diciembre de 1870), p. 439. Reglamento general de milicias para la Provincia de Antioquia. Legislatura del año de 1812. Archivo Histórico de Antioquia, tomo 656, documento 10369 (Único). Medellín-Colombia. Salazar, José María. “Canción nacional”. Argos de la Nueva Granada. Bogotá, 26 de noviembre, 1815. ______. “Memoria descriptiva del país de Santa Fe de Bogotá, en que se impugnan varios errores de la de Mr. Leblond sobre el mismo objeto, leída en la Academia Real de las Ciencias de París, por D. José María Salazar, abogado de esta ciudad”, Semanario de la Nueva Granada, Miscelánea de Ciencias, Literatura, Arte e Industria, publicada por una Sociedad de patriotas Granadinos, bajo la dirección de Francisco José de Caldas. Nueva edición corregida, aumentada con varios opúsculos inéditos de Francisco José de Caldas. París: Librería Castellana-Lasserre, Editor, 1849. ______. La Colombiada o Colón, El amor a la patria y otras poesías líricas. Caracas: Oficinas Tipográficas de Briceño y Campbell, 1852. ______. Obras Inéditas. Caracas: s.e., s.f. Fuentes secundarias Áñez, Jorge. Canciones y recuerdos. Bogotá: Ediciones Mundial, 1968. Béhague, Gérard. La música en América Latina (una introducción). Caracas: Monte Ávila Editores, 1983. Bermúdez, Egberto. Historia de la música en Santafé y Bogotá, 1538-1938. Bogotá: Fundación de Música, 2000. Botero G., Néstor. “Antioquia al iniciarse el siglo XIX, 1805-1819”, Un siglo de gobierno en Antioquia, 1800-1886. Medellín: Academia Antioqueña de Historia - Secretaría de Educación y Cultura, 1990. Botero Saldarriaga, Roberto. Francisco Antonio Zea. Bogotá: Imprenta Municipal, 1945. ______. General José María Córdova. Medellín: Editorial Bedout, 1970.

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Autores

Humberto Barrera Orrego Durante su formación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, recibió varios semestres de Historia de la Cultura, dictados por el profesor Hernando Restrepo Toro, doctor en Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro de Número de la Academia Antioqueña de Historia. Es autor, entre otras, de las siguientes obras: F. A. Cano: de Yarumal a París (2008), en la que dio a conocer datos desconocidos de la vida y obra del artista yarumaleño, como el nombre de su mujer y la fecha de su matrimonio en la iglesia de la Veracruz de Medellín, y del bautizo de sus cinco hijos, así como las sesiones espiritistas que se celebraban en la residencia y funeraria de Melitón Rodríguez Roldán (padre del famoso fotógrafo), donde vivía el joven Francisco Antonio y que, sin duda, influyeron en el descreimiento del pintor, evidente en sus obras de carácter religioso: Yarumaleños ilustres (2001), monografía elaborada por encargo de la Alcaldía de Yarumal; La leyenda negra de José María Córdova (2013), serie de ensayos que recogen sus descubrimientos más notorios sobre la vida y estrategias del prócer. Tradujo y prologó Carmen (1990), de Prosper Mérimée, publicada por la Editorial Norma, y las Cartas desde la Nueva Granada de Rensselaer van Rensselaer (2010); compiló, prologó y anotó las Obras completas de Epifanio Mejía, para Extensión Cultural del Departamento de Antioquia, y José María Córdova: entre la historia y la fábula (2008), para el Fondo Editorial Eafit. Divulgó varios artículos en el Boletín de Historia y Antigüedades, entre ellos un estudio de las facciones de José María Córdova, con base en el análisis crítico de la iconografía del general, ejecutada por artistas contemporáneos suyos, y a la luz de diversos documentos de la época, el motivo secreto de la presencia del coronel 485


Richard Crofton en la casa hospital del Santuario, después del combate del 17 de octubre de 1829, y la complicidad del presidente Francisco de Paula Santander en la fuga a Venezuela de Rupert Hand, asesino material del general Córdova. Sus investigaciones incluyen el descubrimiento, en 1998, del campo del combate de Chorros Blancos, y de la relación directa –nunca antes señalada– entre dicho combate, la explosión de la nave capitana del Pacificador Pablo Morillo en aguas venezolanas y las vajillas litúrgicas de oro de los templos de Quito, Lima y Popayán.

Rodrigo Campuzano Cuartas Nació en Medellín, Colombia. Administrador de Negocios de Eafit (1973). Historiador de la Universidad de Antioquia (1983). Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín (1985). Docente del Departamento de Historia de las dos últimas universidades mencionadas. Actualmente, retirado de la docencia y dedicado a la investigación histórica. Miembro de la Asociación Colombiana de Historiadores; Secretario de su capítulo en Antioquia y ponente de los congresos nacionales de Historia de Colombia. Miembro de Número de la Academia Antioqueña de Historia y colaborador de su revista Repertorio Histórico. Miembro del Centro de Historia del municipio de El Retiro y coordinador, por parte de la Academia, de sus relaciones con los Centros Históricos existentes en los municipios antioqueños. Entre sus publicaciones están: “Análisis del contexto sociocultural del crimen de El Aguacatal”. “El clero y la religiosidad en sus juicios de sucesión (Antioquia 1780-1880)”. “Oficio y perfil del gobernador de la provincia de Antioquia en el reinado de Carlos III”. “Orientaciones teóricas de Rafael Núñez”. “Tensiones, negociación y conflicto entre el gobierno virreinal y la comunidad de cultivadores de tabaco. El caso de la provincia de Antioquia”. Ha obtenido los siguientes premios: Primer premio en el concurso Bicentenario de la Independencia de Antioquia, convocado por la Academia Antioqueña de Historia y la Gobernación de Antioquia en 2010. El trabajo se tituló “La historia de la Reconquista en Antioquia en los años de 1816 486

Autores


y principios de 1817”. Primer premio en el concurso de historia realizado por el municipio de El Retiro en el año 2005, titulado “El Retiro, una historia local”. Primer puesto en el concurso Comedial 50 años (2012).

Alba Inés David Bravo Historiadora, Magíster en Literatura Colombiana. Desde el 2007 hasta la actualidad, es docente del Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia y Coordinadora de Extensión del mismo Departamento. Miembro Correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia. Dentro de sus publicaciones están: “Pertinencia de la historia conceptual para el estudio de fenómenos literarios específicos: una aproximación desde el costumbrismo”. (2010). En: Lingüística y Literatura (Medellín). Vol. 31, No. 57, Ene.-Jun. p. 35-48. Vallejo Murcia, Olga. (Coordinación académica). (2010). Diccionario electrónico de la literatura colombiana –DELC–. Facultad de Comunicaciones, Universidad de Antioquia. Disponible en: http:// ihlc.udea.edu.co/delc/index.php Vallejo Murcia, Olga. (Coordinación académica). (2007). Sistema de información de la literatura colombiana. – SILC–. Facultad de Comunicaciones, Universidad de Antioquia. Disponible en: http://silc.udea.edu.co. Reseña a Obra escogida Tomás Carrasquilla. (2008). Edición a cargo de Leticia Bernal Villegas. Medellín: Ministerio de Cultura, Gobernación de Antioquia, Universidad de Antioquia. Estudios de Literatura Colombiana, No. 23, julio-diciembre, pp. 251-254. Mujer y trabajo en Medellín: condiciones laborales y significado social, 1850-1906. (2007). Medellín: IDEA. “Las trabajadoras de Medellín: entre la necesidad y la exclusión (1850-1900)”. (2007). Historia y Sociedad, No. 13, Medellín, noviembre, pp. 91-109. Autores varios. (2007). El Espectador 120 años (1887-2007). Bogotá: Aguilar.

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Juan Camilo Escobar Villegas Historiador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París 1984. Magíster en Historia de la Universidad Nacional, Medellín, 1997. Magíster y Doctor en Historia y Civilizaciones de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París 2004. Actualmente es Profesor Titular de la Universidad Eafit en Medellín y es director del grupo de investigación Sociedad, Política e Historias Conectadas, en la misma institución. Miembro Asociado del Centro de Investigaciones en Francia: Mundos Americanos, Sociedades, Circulaciones y Poderes (MASCIPO). Diversas publicaciones en historia socio-cultural e historia política. En particular, sus libros Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites intelectuales de Antioquia en Euroamérica, 1830-1920 (Medellín: Eafit, 2009), y en coautoría con Adolfo León Maya Salazar, Ilustrados y republicanos. La “ruta de Nápoles” a Nueva Granada (Medellín: Eafit, 2011).

Rodrigo de Jesús García Estrada Profesor Titular de la Universidad de Antioquia, Departamento de Historia. Magíster en Historia de Colombia de la Universidad Nacional de Colombia. Doctor en Historia de la Universidad Andina Simón Bolívar (sede Quito). Miembro de Número de la Academia Antioqueña de Historia. Vicepresidente de la Asociación Colombiana de Historiadores y Presidente del Capítulo Antioquia de la misma Asociación. Autor de los libros Forasteros en la montaña. Extranjeros civilizadores y adaptados en Antioquia (Colombia), 1820-1920 (España: Editorial Académica Española, 2012); Extranjeros en tela de juicio. Conflictos asociados a la presencia extranjera en Antioquia 1820-1920 (Medellín: Instituto para el desarrollo de Antioquia, 2007); Los extranjeros en Colombia (Bogotá: Planeta Colombiana, 2006); Sociedad de Mejoras Públicas de Medellín, 100 años haciendo ciudad, 18991999 (Medellín: Taller de Edición, 1999); Legado de una amistad. Centro Colombo Americano de Medellín, 1947-2007 (Medellín, CCAM, 2007). Ha publicado diversos artículos sobre el tema de la inmigración extranjera en Colombia, en revistas como el Boletín Cultural y Bibliográfico, Estudios Sociales e Historia y Sociedad. Coautor de varios libros sobre la historia mo488

Autores


derna de Antioquia, los empresarios antioqueños y extranjeros, así como de algunas historias institucionales, entre otras, el Concejo de Medellín, la Universidad de Antioquia, el Club Campestre El Rodeo y el Centro Colombo Americano de Medellín.

Luis Fernando González Escobar Arquitecto Constructor, con Maestría en Estudios Urbano-Regionales y Doctorado en Historia en la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor Asociado, Escuela del Hábitat de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, donde fue Coordinador Académico de la Maestría en Hábitat. Miembro Correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia. Premios y becas: Mención de Honor en Crítica en la XVII Bienal Panamericana de Arquitectura SAQ 2010, Quito (Ecuador), noviembre de 2010; Premio Nacional de Arquitectura “Carlos Martínez Jiménez”, área de investigación en la XVI Bienal de Arquitectura, 1998; dos veces mención de honor en las Bienales de Arquitectura de 1996 y 1998; Premio Departamental de Historia del Ministerio de Cultura en 1998; dos veces ganador de la Beca de Investigación en el Área de Patrimonio del Instituto Colombiano de Cultura, en los años 1991 y 1995; y ganador de la beca de la Fundación para la Promoción de la Investigación y la Tecnología del Banco de la República. Por su tesis doctoral, Del alarife al arquitecto. El saber hacer y el pensar la arquitectura en Colombia 1847-1936, se le otorgó la mención de laureada. Autor, entre otros, de los libros: El Carré y el Vásquez. Memoria Urbana de Medellín en el contexto de Guayaquil (Medellín: Secretaría de Cultura Ciudadana, 2011); Ciudad y arquitectura urbana en Colombia 1980-2010 (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2010); Artesanos y maestros en la arquitectura de Medellín y Antioquia 1775-1932, publicado en Medellín, septiembre de 2008; Vicente Galicia. Arquitectura como religión, en tono menor (publicado por Ediciones de la C.A.Sa. Medellín, junio de 2008); Medellín, los orígenes y la transición a la modernidad: crecimiento y modelos urbanos 1775-1932 (Serie Investigaciones, Escuela del Hábitat, 2007); Club Edad Dorada. Huellas de ciudad y arquitectura

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(Fondo Editorial de Comfenalco, 2007); Luis Llach, en busca las ciudades y la arquitectura en América (San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2004); Quibdó: Contexto Histórico, Desarrollo Urbano y Patrimonio Arquitectónico (Medellín: Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, 2003); Ocupación, poblamiento y territorialidades en la Vega de Supía, 1810-1950 (Bogotá: Premios Departamentales de Cultura 1998 - Ministerio de la Cultura, 2002), entre otros. Ensayos como: “La ‘fisiología de la ciudad’: Médicos e Ingenieros en la Medellín de hace un siglo”, ensayo publicado en la revista Iatreia Vol. 19 No. 1 (Medellín, Revista Médica, Universidad de Antioquia, marzo de 2006), entre otros ensayos e investigaciones sobre historia urbana y de la arquitectura, el poblamiento, el patrimonio e historia regional.

Luz Marina Jaramillo Arboleda Historiadora de la Universidad de Antioquia. Se desempeña como Historiadora en el Archivo Histórico de Medellín, Secretaría de Cultura Ciudadana, desde 1995 a la fecha, donde se adelantan labores de identificación de los fondos documentales entre 1675 a 1994. Dicha labor se ha concretado en descripción documental, digitalización y asesoría en investigación, además de elaboración de diferentes reseñas históricas sobre Medellín. Especialización en Teorías Técnicas y Métodos de la Investigación Social, INER - Universidad de Antioquia (1998). Biografía de José Barros, su vida, su obra. Medellín: Secretaría de Educación y Cultura, 1992. “Barrio Triste, un mundo diverso”. En: Boletín Códice del Museo de la Universidad de Antioquia, 2000. “De San Sebastián a la Candelaria, espacio predilecto para festejar”. En: Antología del Carnaval de Riosucio. Caldas: Gobernación de Caldas, 2001. Juan Carlos Jurado Jurado Profesor de la Universidad Eafit. Doctor en Historia de la Universidad de Huelva, España. Historiador y Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Autor de Vagos, pobres y mendigos. Contribución a la historia social colombiana, 1750-1850 (Medellín: Edito490

Autores


rial La Carreta, 2004). Coautor de Todos somos historia (Medellín: Canal U, 2010. Eduardo Domínguez Gómez –director académico–; de Ganarse el cielo defendiendo la religión. Guerras civiles en Colombia, 1940-1902 (Grupo de investigación Religión, Cultura y Sociedad. Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Bogotá, 2005), y de Historia de las Empresas Públicas de Medellín, 1955-1995 (Medellín, 1995). Ha escrito artículos de historia de Colombia y de Antioquia. Miembro de Grupo de Historia Empresarial Colombiana de la Universidad EAFIT y Miembro Correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia.

Óscar Andrés Moreno Montoya Historiador y aspirante al título de Magíster en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia; con experiencia investigativa en los campos de la historia contemporánea, la historia política y la Geografía; con experiencia en investigaciones sobre partidos políticos, ciudadanía y los procesos de independencia en América Latina. Docente de cátedra Universidad de Antioquia; Facultades de Comunicación Social, Derecho y Ciencias Políticas. Cursos: Historia III, Ciudadanía y debates contemporáneos, Teoría política. Libro: Estado del arte de los límites de Antioquia y análisis cartográfico de las Memorias del Secretario de Gobierno de 1912. “Nacimiento del bipartidismo colombiano: pasos desde la Independencia hasta mediados del siglo XIX”. En: Estudios Políticos, No. 37, Medellín, julio-diciembre de 2010, pp. 187-205. ISSN 0121-5167. “La izquierda democrática en Medellín, 1970-1990”. En: Revista SudHistoria, No. 3, Chile, julio-diciembre de 2011, pp. 33-62. ISSN 0718-9427. “Las elecciones y la izquierda democrática en Medellín, 1970-1990”. En: Estudios Políticos, No. 39, Medellín, julio-diciembre de 2011, pp. 75-106. ISSN 0121-5167. “Las elecciones y las alianzas en la izquierda democrática en Medellín, 1970-1990”. En: Estudios de Derecho, Vol. LXVIII, Nº 152, pp. 51-75. ISSN 0120-1867.

Política, guerra y cultura en la Independencia de Antioquia

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Marta Ospina Echeverri Historiadora y Magíster en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia. Es candidata a Doctor en Historia por la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Actualmente se desempeña como docente del Departamento de Historia de la Universidad de Antioquia y como investigadora del Grupo de Investigación en Historia Moderna y Contemporánea. Sus últimas publicaciones están relacionadas con la historia política de la independencia: “La visión heroica sobre la independencia de Antioquia”. En: Estudios Políticos No. 37, Medellín, julio-diciembre de 2010. “Cabildo, representación y ciudadanía en Medellín en el período de la independencia”. En: Reyes, Catalina y Montoya, Juan David. Entre el antiguo y el nuevo régimen: la provincia de Antioquia, siglos XVII y XIX. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2010. “Historiografiar los héroes y sus localidades. El caso de la Academia Antioqueña de Historia y la problemática de la independencia”. En: Chicangana, Yobenj (editor académico), 200 años de independencias. Las culturas políticas y sus legados. Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2011. “Entorno Sociopolítico de la Independencia de Antioquia durante sus primeros años”. En: Repertorio Histórico No. 23 (nueva etapa), julio-diciembre de 2012, pp. 87-118. Cabildo, política y sociedad, 1810-1821. El caso de la provincia de Antioquia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2011.

Edgardo Pérez Morales Doctor en Historia de la Universidad de Michigan. Magíster en Estudios de la Cultura de la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador. Historiador de la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Ha sido docente en la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín, profesor invitado de la Maestría en Historia en la Universidad del Cauca, y profesor de Historia de América Latina y el Caribe en New York University. Es miembro de la red de investigación The Law in Slavery and Freedom Project (Universidad de Michigan - Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París). Es coeditor de la obra colectiva Caminos, rutas y técnicas: huellas espaciales y estructuras sociales en Antioquia (2005), y coautor de La Mojana. 492

Autores


Medio ambiente y vida material en perspectiva histórica (2007). Es autor de los libros: La obra de Dios y el trabajo del hombre. Percepción y transformación de la naturaleza en el virreinato del Nuevo Reino de Granada (2011). El gran diablo hecho barco. Corsarios, esclavos y revolución en Cartagena y el Gran Caribe, 1791-1817 (2012) y Naturaleza, paisaje y sociedad en la experiencia viajera. Misioneros y naturalistas en América Andina durante el siglo XVIII (2012). Ha publicado artículos y reseñas en las revistas Fronteras de la Historia, Revista de historia colonial latinoamericana (Colombia), Historia Crítica (Colombia), Historia y Sociedad (Colombia), Procesos Revista de historia ecuatoriana (Ecuador) y The Americas (Estados Unidos).

Héctor Quintero Arredondo Abogado titulado de la Universidad Pontificia Bolivariana. Profesor de diversas cátedras en su alma máter y en la Universidad de Medellín; en las Escuelas de Derecho, Administración y Economía. Fue Senador, Embajador, Presidente de Findeter, Secretario Departamental de Gobierno, Privado y de Hacienda. Gerente del IDEA y de Empresas Varias de Medellín. Miembro de Número de la Academia Antioqueña de Historia. Estudioso de la historia, en especial de la colombiana. Autor de varios libros en este campo; de ellos se destaca: La historia perdida (Medellín: Biblioteca Jurídica Diké, 2000); Lo fundamental de la Independencia (Medellín: Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de Antioquia, 2010); El Estado libre y soberano de Antioquia (Medellín: Academia Antioqueña de Historia, 2008); Córdova, héroe continental (Medellín: Gobernación de Antioquia. Secretaría de Educación para la Cultura, 2010). Al momento de publicación de esta obra, ocupa la Presidencia de la Academia Antioqueña de Historia.

Política, guerra y cultura en la Independencia de Antioquia

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Luis Carlos Rodríguez Álvarez Médico de la Universidad de Antioquia (1992) y Magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (2007). Actualmente, Candidato al Doctorado en Artes en la Universidad de Antioquia. Miembro de Número de la Academia Antioqueña de Historia. Autor de los libros: Antología - Gonzalo Vidal (Medellín: Secretaría de Educación Municipal, 1997); Músicas para una región y una ciudad: Antioquia y Medellín, 1810-1865; Aproximaciones a algunos momentos y personajes (Medellín: IDEA, 2007), y Roberto Pineda Duque: un músico incomprendido (Eticom Ltda., Itagüí, 2010). Profesor e investigador en la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. Fue miembro fundador del desaparecido “Centro de Investigaciones del Patrimonio Artístico Regional (CIPAR)” y es miembro del Grupo “Artes y Modelos de Pensamiento”. Ha dictado por varios años el curso “Historia de la música académica en Colombia” y algunos seminarios sobre el tema en la Especialización en Artes y en la Maestría de Gestión Cultural, también ha sido asesor de monografías y jurado de varias tesis. Profesor e investigador en la Universidad Nacional de Colombia sede Medellín. Ha dictado desde el año 2000 el curso de contexto “La música en Colombia”. Es miembro fundador, investigador y asesor temático del Grupo de Investigación Audiovisual INTERDÍS, cuyos documentales sobre compositores colombianos han recibido varios premios nacionales e internacionales. Conferencista invitado a cursos, paneles, seminarios, congresos y otros eventos en varias universidades del país y del exterior. Productor de programas especiales sobre la creación musical académica en Colombia, para las emisoras culturales de Medellín y para la Radio Nacional de Colombia en Bogotá. Textos suyos sobre historia de la medicina e historia musical del país y sus creadores, han sido publicados desde 1989, en periódicos, revistas, enciclopedias y libros en Colombia, Estados Unidos, Venezuela, Alemania y España.

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Autores


Alba Rocío Rojas León Comunicadora Social-Periodista. Licenciada en Educación: Español y Literatura. Investigadora y asesora de proyectos culturales. Magíster en Lingüística, Universidad de Antioquia. Escribe sobre temas urbanos en periódicos y revistas de la ciudad. En la actualidad, es docente en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia. Magíster en Lingüística, Universidad de Antioquia. Paisaporte: porte paisa: paisa - porte. Alba Rocío Rojas León. Medellín: Gatomaquia, 2000. 158 p. Uso actual de la lengua española en el discurso de los emisores de los medios de comunicación social en Antioquia. Alba Rocío Rojas León. En: Lingüística y Literatura (Medellín). Vol. 20-21, No. 36-37, Jul.-Jun. 1999-2000. pp. 54-88.

Política, guerra y cultura en la Independencia de Antioquia

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Política, guerra y cultura en la Independencia de Antioquia de la Academia Antioqueña de Historia se terminó de imprimir en los talleres gráficos de la Editorial L. Vieco s.a.s. Medellín - Colombia, 2013



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