fanzine de viaje
nยบ 0 # Equipaje
Estrada nació como una colección-exposición de cuadernos de viaje multidisciplinares. Partimos del concepto de viaje, entendido no sólo como el desplazamiento físico de un lugar a otro, y de un soporte normalizado, una caja que contiene un libro desplegable, para explorar las múltiples posibilidades del papel como contenedor de ideas y de mensajes plásticos, visuales y literarios. Porque Estrada es un mapamundi complejo, ansioso de cartografías, lanzamos una primera convocatoria para un primer fanzine con el fin de diversificar experiencias y formatos. Aquí tienes Equipaje, el número cero con el que arranca esta nueva aventura. En él han colaborado, por orden de aparación, Alejandro Nafría, Antonio Seijas, Paula Suárez, Fernando Pubul, Adolfo P. Suárez, Virginia López, Marcos Torrecilla, Antònia G. Tinturé, Gonzalo Golpe y Natalia Cueto Vallerdú. Gracias por confiar en este proyecto. Estamos trabajando ya en el número uno, esperamos vuestras colaboraciones y vuestra compañía para este viaje. Alba González Sanz Job Sánchez Julián
Más información en
http://proyectoestrada.blogspot.com.es
https://www.facebook.com/ProyectoEstrada
Alejandro NafrĂa
Antonio Seijas, Equipaxe
Paula Suรกrez
Ligeras variaciones de verano Estaba allí sentado al sol, el aroma del café, la voz de la gente en la calle, el suave mecerse de los árboles con la suave brisa. Aquella tarde en Pernambuco. El canto de las aves nativas. El ambiente era irrepetible. Estaba allí sentado al sol, el aroma del café, la voz de la gente en la calle, el suave mecerse de los árboles con la alegre brisa. Aquella tarde en Taranto. El canto de las aves del lugar. El ambiente era irrepetible. Estaba allí sentado a la sombra, el aroma del café con leche, la voz de la gente en la calle, el suave mecerse de las ramas con la suave brisa. Aquella tarde en Bangkok. El canto de las aves nativas. El ambiente era irrepetible. Estaba allí sentado al sol, el aroma de la menta poleo, la voz alegre de la gente en la calle, el suave mecerse de los árboles con la suave brisa. Aquella tarde en Chiloé. El canto de los pájaros del lugar. El ambiente era irrepetible. Estaba allí sentado a la semisombra, el aroma del café, la voz de la gente en la avenida, el suave moverse de las hojas con la brisa cálida. Aquella tarde en la Cochabamba. El canto de las aves propias de la fauna local. El ambiente era irrepetible. Estaba allí sentado al sol, el aroma del té, la voz de la gente en la calle principal, el mecerse de los árboles con la brisa ligera. Aquella tarde en Gijón. El canto de las aves oriundas. El ambiente era irrepetible. Estaba allí sentado a la penumbra, el aroma del café torrefacto, la voz de la gente variada en la plaza, el suave mecerse de los árboles con la brisa. Aquella tarde en Maputo. El canto de las aves del lugar. El ambiente era irrepetible.
Fernando Pubul
Adolfo P. Suรกrez
Virginia L贸pez
Marcos Torrecilla, Imprescindibles >
Antònia G. Tinturé
Gonzalo Golpe
El salto del cisne Para Yolanda “Todos los movimientos están llenos de significado” Maya Plisetskaya
El equipaje Aquellos nudos. Aquel ovillo. Tu gravedad. En el fondo donde me miro, pozo o espejo, el reflejo, como de agua, persevera. No te envuelve, no se ondula, parece la dura carcasa del aire. Solo dentro, circundándote, se alcanza la flotabilidad. Sabes bien, hueles bien, suenas bien. Pero ha llegado la hora. Necesito tu ausencia. Debes irte. Renunciar. Soltar tus manos de mis manos, los mapas de tu piel en mi piel, el peso de tus huesos en mis huesos. Tú en mí. Dejar de lamer de qué estamos hechos. Allá arriba, me aguarda. “Nadie sabe lo que puede un cuerpo”, rezaba aquel texto sabio. Tu elástica armadura. Si me lanzase, mirarías desde ahí dentro, en la profundidad de la imagen, cómo salto, cómo me desalojo, cómo te quedas adherido al suelo. Me exhibo, me atrapas, caigo y me rodeas; yo, tu títere; tú, mi araña. Poco a poco nos voy quebrando. Me voy yendo. Si no te miro, si me suelto, si abandono tus tobillos, tus muñecas, el cuello, los ejes y bisagras por donde me amordazas, el contraste entre lo horizontal y lo vertical me gusta, crea puntos de fuga infinitos; la vista, diáfana; lo frágil, dúctilmente inquebrantable, lo denso fluyendo. Y solo el aire.
Quédate, no vengas. Permíteme irme. Recoge la sangre, el gramaje de mi boca, las cuencas de los ojos; haz porosas mis clavículas, arráncame los senos; que mis brazos sean alas (todo, te lo regalo todo, las arterias de ida, las venas de vuelta, el vello del antebrazo, las esquinas de mis codos, la infancia de mis falanges, que no las quiero, que me estoy convirtiendo en pez y ellas, aletas); que mis muslos y su vientre se vacíen (todo, te lo regalo todo, la grasa, la encarnadura blanda a quien embistes, las flores rojas que entre mí nacen cada mes, mis nalgas y su boca; lo cóncavo, mis durezas, mis curvas, la solidez de mi fémur); solo mis pies como remos de aire. Mete todo lo que ha dejado de ser mío y es tuyo en esa maleta; ya estoy lista para irme. ¿Cuánto hace que lo sé, que cada mirada se iba de ti más lejos? ¿Cuánto? ¿Ritmo, frecuencia? La preparación del viaje, de seis a ocho horas cada día, desde los cuatro años que sé que quiero renunciarte, desertarte, vaciarme. Toma mi cuerpo, ese es tu equipaje. La eternidad Y saltó. Y las formas con su peso, el dolor físico, la resistencia; la malnutrición, la fecundidad perdida, el pacto con el agotamiento. Él fue su equipaje que se ha ido al pozo, al fondo del espejo, la última pirueta. Ella, al fin, arriba, flotante y deslizándose. Ingrávida, llámese equipaje; llámese cuerpo. Fue el impulso. El canto del cisne. Un grand jetté. Luego, la ansiada levedad. Noviembre de 2012
Natalia Cueto Vallerdú